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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Reseñas

Horacio Tarcus, La biblia del proletariado. Traductores y editores de El capital en el mundo hispanohablante

Lidiane Soares Rodrigues* 

*Universidad Federal de San Carlos, San Carlos

Tarcus, Horacio. La biblia del proletariado. Traductores y editores de El capital en el mundo hispanohablante. Buenos Aires: Siglo XXI, 2018. 128p. **

En la historia del marxismo hay un movimiento doble y contradictorio impulsado por el amor al texto de Marx. Por un lado, se observa una amplia diversificación de las traducciones lingüísticas y culturales, de las lecturas y de los lectores. Esta multiplicación ha sido articulada por diversos factores, tales como, entre otros, los intereses partidarios, científicos, económicos, y las lógicas del mercado editorial. Por otro lado, se advierte una inagotable energía dirigida al establecimiento de los textos originales, lo que se remonta, obviamente, al período posterior a la muerte de Marx, esto es, a la desaparición del autor, en tanto voz autorizada y fuente de autoridad sobre su propio texto.(1) Parecería que fuese siempre necesario volver a cierta pureza, la que solo se podría hallar cuanto más cerca se estuviera de los orígenes de la concepción del texto. Es como si solo de ese modo fuese posible, para los marxistas, depurar sus textos fundadores de las distorsiones producidas por el propio proceso de difusión del marxismo. En suma, un primer movimiento se dirige a la difusión de la obra de Marx. Como todos los procesos de circulación de los bienes culturales, este se subordina a las condiciones materiales y simbólicas que les inscriben a ellos nuevos sentidos. Si este movimiento está orientado por el deber de divulgación de la obra, el segundo movimiento está determinado por cierta necesidad de “corrección” de las distorsiones que, inevitablemente, genera en la obra su circulación ampliada. Ahora bien, estos dos movimientos contradictorios se unen en el amor al texto de Karl Marx, y, particularmente, al libro El capital, su obra principal. En este sentido, el último libro de Horacio Tarcus, La biblia del proletariado. Traductores y editores de El capital en el mundo hispanohablante, trata de la tumultuosa historia del amor por un texto que, como no podría dejar de ser, estuvo atravesada por acaloradas disputas materiales y simbólicas.

El libro está compuesto por cinco capítulos fascinantes que tratan de los tipos de ediciones de El capital. Remontándose a los comienzos del proceso mediante el cual los hispanohablantes pudieron leerlo en su propia lengua, en particular el capítulo tercero se divide en secciones específicamente dedicadas a las versiones en español. Me gustaría destacar aquellas en las que se presenta el perfil de las traducciones y de los traductores de El capital: Pablo Correa y Zafrilla, Juan B. Justo, Manuel Pedroso, Wenceslao Roces, Raúl Sciarretta, Pedro Scaron, Manuel Sacristán. El doble movimiento contradictorio que señalo -por un lado, difusión e inevitable multiplicación de ediciones y sentidos; por otro, búsqueda apasionada de la autenticidad pura de los orígenes- se puede observar a través de los distintos proyectos de traducción que puntúan la historia que va de Correa y Zafrilla a Sacristán.

Horacio Tarcus muestra que el objetivo de las primeras traducciones era hacer existir el texto en español. Con el tiempo, sedimentándose en libros, los traductores desarrollan proyectos conflictivos de traducción. Y los litigios entre los traductores, a quienes suelo llamar “trabajadores de textos”, giran en torno del problema de la autoridad. ¿Qué persona o qué institución estaba investida de la autoridad legítima para traer a luz el texto que el propio Marx, por voluntad propia, había preservado de la exposición al público?(2) ¿Según qué criterios: lealtad política (y, en ese caso, cómo se establecería) o competencia técnica (dominio tanto del idioma original como del idioma al que se traduciría el texto)? Dicho de otro modo, ¿qué persona o qué institución contaba con la autoridad legítima para elegir, entre las diversas versiones originales, la “más” original?(3)

Esta última indagación, puesta en evidencia de modo particularmente agudo en la preparación de la traducción de Pedro Scaron, de la editorial Siglo XXI, da cabida a otra cuestión, que Tarcus trata de modo sagaz: ¿es posible una edición no política de El capital? El libro de Horacio Tarcus suscita esta inquietud en cada nuevo episodio de la historia que presenta, como cuando señala: “la versión preparada por Scaron [fue] la más rigurosa y [puso] en cuestión la autoridad de los centros políticos de edición”.(4)

Ahora bien, toda crítica a la autoridad política implica otra política de autoridad. Precisamente, la editorial Siglo XXI, orientada por un proyecto de “modernización intelectual”, publicaba tanto autores marxistas como críticos del marxismo, en un fructífero diálogo con esta tradición.(5) Además, posteriormente se fusionó con la editorial Signos, un emprendimiento del grupo que había roto con el Partido Comunista Argentino (José Aricó, Héctor Schmucler, Juan Carlos Garavaglia, Santiago Funes y Enrique Tándeter).

Horacio Tarcus afirma que los viejos lectores obreros de Karl Marx habrían dado lugar a otros, más capacitados para un abordaje sin mediadores o divulgadores. (6) Considero que esto es de sumo interés y desearía pedir permiso para comentar el caso de la recepción brasileña de Karl Marx y de la editorial marxista de mayor relevancia en el país actualmente, la editorial Boitempo. Un examen no sistemático de su catálogo confirmaría la afirmación de Tarcus y sumaría la siguiente observación. Es posible que, a la par de la “academización” de las ediciones, de las lecturas y de los lectores, haya habido una transformación en el perfil de los mediadores, en función de las demandas del público. La editorial Boitempo puede congregar a un conjunto selecto de profesores que son especialistas en la lectura minuciosa y erudita de la obra de Karl Marx. A través de eventos, cursos abiertos, ferias de libros, además de ediciones introductorias o avanzadas, esta editorial estrecha los vínculos entre marxólogos de alto nivel y lectores novatos interesados en el marxismo, lo que genera un circuito dinámico, paralelo a los cursos formales universitarios. Dicho de otro modo: el establecimiento de los originales redujo el valor simbólico de las antologías del pasado, en que los textos no eran seleccionados (y no se presentaban en su forma integral) ni traducidos a partir de la versión original. Ahora bien, una vez generalizada la práctica de la publicación de los textos en su forma integral (por más discutible que esta sea) y una vez “academizada” la discusión en torno de las interpretaciones de pasajes, conceptos y de la evolución intelectual de Marx, se volvió socialmente necesaria la existencia de mediadores, especializados en la lectura y en el abanico de posiciones posibles con respecto a cada controversia acerca de la obra. Es como si el perfil de los mediadores acompañase el perfil del público al que se dirigen las ediciones de Marx.

Más allá de que sabemos, y valoramos, que actualmente la edición de El capital se sitúa en el proyecto más amplio de establecimiento de los textos originales de Karl Marx, y de que este sea un trabajo basado en principios filológicos rigurosos, considero necesario hacerse esta pregunta inquietante, (7) que revela algo de nuestra propia relación con los textos de Marx y con la cultura letrada en un sentido más amplio.(8) Pido autorización para formular el problema a partir de un autor no científico y alejado de la inclinación ideológica que los textos de Marx suponen. En uno de sus ensayos literarios, “Del rigor en la ciencia”, Jorge Luis Borges se refiere a los cartógrafos de cierto imperio que habrían alcanzado la perfección en el arte de la cartografía: ellos producían mapas del mismo tamaño del territorio que pretendían representar. La ironía es evidente: toda representación es reducción, y los litigios con respecto a la mejor representación inciden sobre cuál sería el principio justo de ella. El paralelismo que sugiero es también evidente: toda lectura es una selección de uno, entre otros, sentidos posibles. ¿No habría cierta tendencia a la no-lectura y la monumentalización del texto en nuestra ansiosa búsqueda de los originales?

En nuestro amor hacia los orígenes, en nuestra valoración de las fuentes más puras del pensamiento de Karl Marx, estamos movidos por el sentimiento de que la mala-lectura, de que las malas ediciones, de que las malas traducciones y de que todas las operaciones que encuadran los sentidos del texto, en el límite, traicionaron, de algún modo, tanto a Marx como a nosotros mismos. Pero el establecimiento definitivo de los originales y de la traducción perfecta, si no da lugar a lecturas nuevas y divergentes, y, por lo tanto, a nuevos sentidos, a nuevas acusaciones de traición, redunda en una no-lectura. Exagero para realzar el argumento: el establecimiento del origen más puro tiene un parentesco con la búsqueda de la identidad entre mapa y territorio. En la vida práctica, para la cual se hacen los mapas, esta “perfección” de nada sirve y se vuelve imperfecta. Y aun así, como estos cartógrafos, queremos conocer el texto y la letra de Marx. Irracional, como las cosas del amor. En este caso, a los textos.

1 Esta inferencia puede desprenderse del libro reseñado: Horacio Tarcus, La biblia del proletariado. Traductores y editores de El capital en el mundo hispanohablante, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018, en especial, pp. 16, 84 y ss.

2Ibid., pp. 9 y 51.

3Horacio Tarcus, La biblia, p. 79.

4Ibid.

5Para un análisis de este proyecto, y de las trayectorias de sus mentores, véase el reciente libro de Gustavo Sorá: Editar desde la izquierda en América Latina. La agitada historia del Fondo de Cultura Económica y de Siglo XXI, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.

6Horacio Tarcus, La biblia, p. 120.

7El interesado en esta historia puede consultar el artículo de Thomas Marxhausen, “História crítica das Obras completas de Marx e Engels (MEGA)”, Crítica marxista, nº 39, 2014 pp. 95-124.

8El tema de los lectores y las lecturas como pretexto para analizar la relación de los agentes con el orden simbólico más amplio me interesa desde hace ya un tiempo: Lidiane Soares Rodrigues, “Leitores e leituras acadêmicas de Karl Marx (San Pablo, 1958-1964)”, Intelligere, 2016, vol. 2, pp. 1-19; “Centralidade de um cosmopolitismo periférico: a coleção Grandes Cientistas Sociais no espaço das ciências sociais brasileiras (1978-1990)”, Sociedade e Estado, 2018, vol. 33, pp. 675-708.

** Traducción del portugués de Ada Solari.

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