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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Reseñas

Vanni Pettinà, Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina

Sebastián Carassai* 

*CONICET / Centro de Historia Intelectual-Universidad Nacional de Quilmes

Pettinà, Vanni. Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina. México: El Colegio de México, 2018. 260p.

En 1988, en el prólogo a una versión corregida y aumentada de su Historia contemporánea de América Latina (1967), Halperin Donghi anotó una moraleja. La noción de que, en su ruta histórica, a la región latinoamericana le esperaba la consumación de los tiempos tras el próximo recodo no solo había probado tener consecuencias devastadoras como fuente de inspiración política, algo entonces ya “patente para todos”. También podía resultar nociva como guía para la exploración de su historia. Advertía, así, sobre los peligros de escribir la historia contemporánea de América Latina en función de lo que a juicio de los historiadores debería haber ocurrido o habría estado por ocurrir, un enfoque que suele conducir al señalamiento de desvíos y a la búsqueda de culpables. Quizás el acierto más notable de Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina, de Vanni Pettinà, sea que toma distancia de ese modo de leer la historia y se aboca a la tarea de analizar la incidencia del conflicto entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el subcontinente latinoamericano, sin perder de vista el rol desempeñado por los actores y los procesos locales.

Distante de los análisis focalizados exclusivamente en la política exterior de los Estados Unidos, más lejos aun de quienes construyen una América Latina paciente o víctima, Pettinà recupera la autonomía de los procesos políticos latinoamericanos, los desacopla del proyecto hegemónico estadounidense y, distinguiendo actores y especificando contextos, identifica momentos de negociación, disenso y apropiación de los principales elementos que caracterizaron el conflicto bipolar.

¿Cuándo comienza la guerra fría en América Latina? Algunos autores, como Hal Brands, afirman que recién con la Revolución Cubana, en 1959. Otros, como Greg Grandin, la consideran una fase de intensificación de dinámicas que retrotraerían su historia hasta el triunfo de la Revolución Rusa, en 1917. Pettinà propone que, aunque la Revolución Cubana representó un punto de inflexión, y más allá de que, en efecto, lo que estuvo también en disputa fueron dos ideas contrapuestas de modernidad, una asociada al capitalismo y la otra al socialismo, la guerra fría en el subcontinente americano comenzó luego de que las dos naciones más poderosas triunfantes en la segunda guerra mundial dejaron de ser aliadas y volvieron a ser rivales. Solo entonces los Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron en condiciones de sumar basamento material y capacidad operativa global a las ideologías que, en competencia, sustentaban desde hacía treinta años atrás.

América Latina fue y continúa siendo una región heterogénea. ¿Cómo trazar una historia del subcontinente, capaz de explicar desarrollos tan diversos en más de una veintena de naciones, agrupables por lo demás en diferentes subconjuntos en función del aspecto que se considere (demografía, economía, etc.)? La hipótesis que justifica el gran esfuerzo de síntesis de Petinnà es que, al engendrar la guerra fría un nuevo sistema internacional cuya escala y recursos alcanzaron inédita dimensión global, la región en su conjunto experimentó alteraciones que condicionaron su realidad, y debió afrontar problemas y procesos comunes cuya historia ayuda a la comprensión de los diferentes desenlaces nacionales.

Esa hipótesis le permite a Pettinà distinguir cuatro fases diferentes en América Latina en lo que hace a su guerra fría. La primera (1947-1954) comienza cuando el conflicto bipolar puso fin a casi dos décadas de una política de los Estados Unidos hacia la región caracterizada por la tolerancia e incluso la convergencia de intereses. En estos años, los más fríos de la guerra fría en el subcontinente, el avance del comunismo representaba para Washington una amenaza mucho más concreta en Asia, especialmente luego del triunfo de la Revolución China, en 1949, que en el propio continente. Sin embargo, se pusieron en marcha medidas anticomunistas y la “primavera democrática” experimentada en los años inmediatamente anteriores al comienzo del conflicto comenzó a diluirse, ante la relativa prescindencia de los Estados Unidos. El golpe de estado contra Jacobo Árbenz en Guatemala, en junio de 1954, no solo puso fin a esta primera fase sino también al principio de no intervención que Washington había adoptado en 1933.

La segunda fase se inicia con la Revolución Cubana, especialmente luego de que, en 1961, Fidel Castro sancionara su carácter socialista. Indudable punto de inflexión para todo el subcontinente, este acontecimiento obligó a Washington a revisar su estrategia hacia la región, dando lugar a la Alianza para el Progreso, cuyo dispar resultado está muy bien explicado por Pettinà. Además, la Revolución Cubana implantó en el continente americano un espejo al que la Unión Soviética, en el marco de la doctrina de la coexistencia pacífica, podía enviar al resto de las naciones latinoamericanas a mirar cómo funcionaría su modelo social y económico tan lejos de su ámbito directo de influencia. Finalmente, “Cuba socialista” implicó la proliferación de grupos insurgentes apoyados por La Habana que buscaban emular la guerrilla de tipo rural allí victoriosa, y, más ampliamente, favoreció la diseminación de un movimiento contracultural que cautivó a crecientes contingentes juveniles, fundamentalmente pertenecientes a las clases medias urbanas.

La tercera etapa de la periodización que propone Pettinà se extiende a lo largo de la década del setenta y tiene en los regímenes de terror su rasgo distintivo. Las diferencias entre Moscú y La Habana respecto de la viabilidad de exportar la revolución socialista a otros países de América Latina, bien explicadas por el autor, fueron resolviéndose a favor de una sovietización de Cuba, que desde fines de la década del sesenta volcó sus esfuerzos hacia África. Sin embargo, el efecto polarizador que había tenido la Revolución Cubana en las sociedades latinoamericanas cobró nuevo impulso con la aparición de insurgencias armadas de carácter urbano, en muchos casos contrarrestadas por grupos paraestatales que multiplicaron la violencia política. Los golpes militares de esta etapa intentaron montarse sobre la alarma que encendía en amplios sectores sociales su proliferación, junto al descalabro económico que el agotamiento del modelo por sustitución de importaciones provocaba en una economía internacional que comenzaba a girar hacia la centralidad del capital financiero.

Al revés de lo sucedido durante la primera fase, cuando la guerra fría mostraba su costado más agresivo en otras áreas del globo, durante esta tercera fase las potencias enfrentadas encontraron puntos de convergencia lejos de América Latina. Mientras la détente reinaba en regiones antes calientes, sostiene Pettinà, en Latinoamérica el conflicto de la guerra fría se extremaba. Las dictaduras militares de los años setenta, que llevaron la violencia estatal a inéditos niveles en la región, contaron con el apoyo inicial del gobierno de los Estados Unidos hasta la llegada de James Carter a la Casa Blanca, en 1977. En algunos casos, los Estados Unidos prestaron mucho más que una colaboración, como explica Pettinà en detalle para el caso de Chile. Los programas de entrenamiento de ejércitos para la contrainsurgencia impulsados por Washington y la Doctrina de Seguridad Nacional, su sustento ideológico, tuvieron un efecto devastador. Sin embargo, los actores locales cumplieron un papel determinante en un contexto político que el autor caracteriza, en términos generales, como de radicalización conservadora.

La cuarta y última fase de la guerra fría en América Latina ocupa la década del ochenta, desde la llegada de Reagan al gobierno de los Estados Unidos al desmembramiento de la Unión Soviética. Durante los años de Carter, los Estados Unidos habían cuestionado la violación a los derechos humanos perpetradas por los gobiernos militares latinoamericanos. Su salida significó el regreso al poder estadounidense de los guerreros más convencidos en el conflicto bipolar. Los países centroamericanos se contaban entre los que peor habían asimilado los cambios impulsados por la Alianza para el Progreso, que allí había favorecido la concentración de la tierra y generado graves consecuencias sociales pobremente paleadas por un sistema institucional deficiente. Pettinà demuestra en este capítulo que la interpretación cerradamente ideológica que la administración Reagan hizo del conflicto con Moscú llevó a niveles dramáticos la violencia en Centroamérica, afectando fundamentalmente a los actores más postergados de esas sociedades. Como en la etapa anterior, el papel de la Unión Soviética en lo que respecta a las aristas más álgidas del conflicto bipolar quedó desdibujado detrás del rol que desempeñó Cuba, que en este casó brindó ayuda material y asesoría política a los movimientos insurgentes.

En líneas generales, para las más de cuatro décadas que abarca esta historia, Pettinà postula dos grandes formas, él las llama “fracturas”, en las que la guerra fría interfirió en los procesos de América Latina. Por un lado, la externa, que implicó que los Estados Unidos abandonaran la política de buena vecindad de la época de Roosevelt y retomaran su vocación intervencionista, con particular intensidad luego de que la amenaza comunista hiciera su aparición en el continente a comienzos de la década del sesenta. Por otro lado, la interna, que favoreció la revitalización de los sectores políticos y económicos más conservadores de las naciones latinoamericanas, en las que paralelamente -y al calor del conflicto bipolar- fueron adquiriendo cada vez mayor protagonismo las Fuerzas Armadas. Además de estas tesis de tipo general, Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina repara en matices, analiza casos nacionales particulares para cada período y propone explicaciones plausibles para cada uno de los escollos a los que la propia argumentación sobre la región va arribando. Todo esto convierte a su autor en una referencia ineludible para quienes estudian la guerra fría en el continente latinoamericano.

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