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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Reseñas

Martín Servelli, A través de la República. Corresponsales viajeros en la prensa porteña de entre siglos XIX-XX

Hernán Pas* 

*Universidad Nacional de La Plata

Servelli, Martín. A través de la República. Corresponsales viajeros en la prensa porteña de entre siglos XIX-XX. Buenos Aires: Prometeo, 2017. 320p.

Hacia el exacto fin de siglo, Fray Mocho publicó en el folletín del diario La Tribuna sus “Croquis fueguinos”, más conocidos por su título libresco: En el mar austral, una serie ficticia de estampas costumbristas hilvanadas con fuentes secundarias; contemporáneamente, Roberto J. Payró publicó La Australia argentina, que recogía su experiencia como corresponsal viajero del diario La Nación. Paradójica, pero también conscientemente, Payró citó las descripciones de Fray Mocho como antecedente narrativo de su excursión. En esa ambigüedad deliberada, que apela a la soterrada mezcla entre crónica y ficción, reside sin dudas uno de los núcleos productivos del objeto escrudiñado en este libro por Martín Servelli: la construcción de la crónica periodística en los diarios más importantes de Buenos Aires del entresiglos.

No obstante, enunciado así, lo dicho no resulta del todo exacto. Porque al objeto hay que sumarle el agente: los cronistas analizados por Servelli lo son de nuevo cuño: corresponsales viajeros, reporters, enviados especiales de los diarios, que comienzan a trazar un recorrido singular en una etapa también singular de la profesionalización letrada. Es decir, reporteros -el lexema derivado del inglés retiene su microhistoria periodística- que viajan al exterior, pero sobre todo al interior del país, y escriben relatos que pueden ser considerados crónicas, en tanto equilibran información y narratividad, noticia y entretenimiento, oralidad y cuidado formal de la prosa, técnica y poética. Y ofrecen, además, otra vía de interpretación sobre un género que, como sabemos, se constituye con el periodismo finisecular. Uno de los aportes fundamentales de este libro reside en haber tramado una historia más amplia, y a la vez más localizada, del entramado social, político y cultural en el que surgen las célebres firmas de los cronistas modernistas (Martí, Darío, Gutiérrez Nájera). En línea con algunos antecedentes destacados sobre el tema, como las propuestas de Eduardo Romano en Revolución de la lectura, Servelli observa, con rigurosidad crítica, cómo el prisma modernista, que tenía a la ciudad modernizada como objeto central, se monta en el dispositivo narrativo del cronista viajero, que va en busca de lo exótico en su condición más peculiar: el patrimonio desconocido.

Así, a los ya clásicos trabajos de Julio Ramos, Susana Rotker y Aníbal González sobre la crónica de fin de siglo, Servelli añade un microcosmos fundamental: el del reporterismo viajero -así lo define-, representado por una serie de escritores-periodistas que suelen ser considerados secundarios, es decir que no son firmas destacadas (no son Emilio Castelar, ni Arsène Houssaye, ni Rubén Darío), y que sin embargo se consolidarán como sujetos centrales en las salas de redacción de sus respectivos medios.

Julio Piquet, Manuel Bernárdez, José Manuel Eizaguirre, Roberto J. Payró, Fray Mocho (José S. Álvarez), Aníbal Latino (José Ceppi), Arturo Giménez Pastor son los más representativos de esta serie, dada la importancia relativa de su producción, producción que además pasó-en la mayoría de los casos- de la prensa al libro.

El fenómeno del traslado del periódico al volumen ocupa un capítulo del libro, en el que Servelli examina las estrategias de edición -que incluyen, en primer lugar, una anticipada condición de lo que va a escribirse: los corresponsales en muchos casos escribían crónicas cuyo destino final sería el libro- y reflexiona acerca de los cruces textuales y los procesos de retroalimentación entre ambos formatos, en los que lo icónico y lo verbal se entrelazan provechosamente (como puede observarse en el emblemático caso de Manuel Bernárdez, cuyo libro De Buenos Aires al Iguazú, que recoge las crónicas escritas para El Diario, se plaga de fotografías, al punto de promocionarse como un “libro para ser leído mirándolo”).

Estos “cinematógrafos vivientes”, para tomar en préstamo la expresión con que Manuel Ugarte habló de los croniquers franceses, reporters viajeros de los periódicos más importantes de Buenos Aires (La Nación, La Prensa, El Diario, Sud-América), eran conscientes de esa zafra discursiva ambivalente y Servelli expone con suficiencia los guiños que hacen esas escrituras en clave literaria. Cruzando la cordillera de los Andes, Payró aprovechará para recordar el paso de Tartarín por los Alpes -el famoso personaje de la saga novelística de A. Daudet-; Piquet reenviará a sus lecturas del Robinson Crusoe; Aníbal Latino no dejará de mentar al Sarmiento viajero a su paso por San Juan. Esas deudas, por un lado, y esa fresca conciencia del estilo, por el otro, es lo que determina un tipo de escritura que no se rinde a las prebendas del encargo -la mayoría de estos cronistas viajeros respondían a la dirección de los diarios, que además de solventar sus viajes recortaban el destino según intereses puntuales-, y que, por momentos, puede incluso volverse la contracara del discurso oficial del periódico (por ejemplo: el reformismo de Payró en sus crónicas sobre la Patagonia para La Nación).

En cierta medida, estos cronistas viajeros duplican con sus escrituras la caravana de extranjeros que durante las décadas de 1820 y 1830 recorrieron el país por encargo de las potencias europeas (Inglaterra y Francia, principalmente), esa vanguardia capitalista analizada por Mary Louise Pratt y por Adolfo Prieto, pues comparten (como muchos de aquellos viajeros, entre los cuales tal vez Francis Bond Head sea el más elocuente) el afán por superar lo meramente objetivo y ofrecer otro tipo de relatos, capaz de capturar en las columnas de los diarios a lectores curiosos y expectantes.

Tierra del Fuego, Misiones, Patagonia, Mendoza, Chaco, Córdoba son los destinos de este viaje al interior, de este recapitular del paisaje nacional -paisaje que empieza a ser nacional, en formato postal, justamente con estas crónicas pintoresquistas-. Este “redescubrimiento del paisaje”, analizado por Servelli detalladamente en el quinto capítulo, combina entonces un interés específico de los diarios porteños por tramar postales nacionales, y, de ese modo, definir identidades regionales, provinciales, nacionales (aspecto que Servelli observa también mediante la conjunción del lenguaje verbal e icónico, pues a estas crónicas se sumarán las estampas paisajísticas de los suplementos ilustrados de los diarios), combina, decíamos, el interés por el paisaje nacional con el afán novelesco más o menos evidente en estas crónicas y, también, con las modulaciones ideológicas que nociones como lo criollo introducen en ellas.

El libro de Martín Servelli, resultado de una reescritura de su tesis doctoral, está organizado en cinco capítulos, a los que se suman una antología de crónicas recuperadas de sus fuentes, e inéditas en libro hasta ahora. Los primeros tres capítulos podrían organizar un primer gran bloque: “1. Reporterismo viajero”; “2. La crónica periodística de viaje”; “3. Excursiones periodísticas: ediciones, reescrituras, adaptaciones y préstamos” son los títulos que, como el lector podrá inducir, merodean el objeto formal de este libro: allí se despliegan las características del llamado reporterismo viajero, una microhistoria del reporter (en la que se deslindan derivados: reportaje, reportero, entrevista, noticiero) y una panorámica de la prensa finisecular en Buenos Aires, los avances tecnológicos, los edificios, los nuevos oficios; allí se abordan los aspectos formales de esa amalgama entre discurso periodístico y discurso ficcional, los elementos costumbristas, palpables incluso a nivel del registro de la lengua, y los narrativos, que orientan a estas crónicas a su formato libresco; sus reescrituras y recolocaciones promovidas por el cambio de soporte. El capítulo cuarto, en cambio, introduce un motivo pedestre: el vínculo de este reporterismo viajero con el funcionariado estatal; muestra cómo muchos de estos reporteros (Payró, Bernárdez, Giménez Pastor, Eizaguirre, entre otros) son enviados especiales y, a la vez, oficiales, es decir escritores-voceros autorizados para acompañar a figuras políticas destacadas en sus recorridas diplomáticas del país y del extranjero. El último capítulo, del que ya hemos hablado, se concentra en la serie icónico-verbal destinada a la construcción estatal del paisaje (y hasta empresarial: los vínculos entre diarios y poder político por momentos resultan transparentes). En definitiva, estas crónicas, que oscilan entre lo ficticio y lo real y que construyen, así, paisajes que llevan el recorte de una fotografía estilizada, son productos híbridos que conjugan subjetividad letrada, interés oficial y perspectiva empresarial o mediática.

Un libro sobre cronistas y escritores requiere, por cierto, de una lectura adiestrada en el detalle y, también, la panorámica. El método de Servelli, en este sentido, resulta fructífero: su mirada va de las arqueológicas páginas de los diarios a la literatura -podemos imaginarlo en esa fabulosa reconstrucción frente al hallazgo de una serie que no había sido atendida, sencillamente porque pervivía fuera del libro-, del archivo tipográfico a la historia cultural, de esta a la intrahistoria de la prensa. A través de la República -que toma el título de las crónicas de estos corresponsales viajeros-, se suma así a una renovada mirada de la historia cultural y de la prensa periódica en la Argentina, que comienza a establecer un campo bibliográfico indispensable. En ese campo, el libro de Servelli, por materia, por método, por alcance historiográfico y crítico, ganará indudablemente un lugar definitivo.

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