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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Reseñas

Mónica Szurmuk, La vocación desmesurada. Una biografía de Alberto Gerchunoff

Patricio Fontana* 

*Universidad de Buenos Aires / CONICET

Szurmuk, Mónica. La vocación desmesurada. Una biografía de Alberto Gerchunoff. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2018. 432p.

En 1914, Alberto Gerchunoff viajó con su mujer y sus dos hijas a Europa. Había sido elegido por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina como delegado en la Exposición Internacional de la Industria del Libro y de las Artes Gráficas que se realizaría en Leipzig (Alemania). Gerchunoff, que había nacido en una provincia del Imperio Ruso en 1884, tenía entonces tan solo 30 años y, entre muchas otras cosas, había publicado, en 1910, el que sería su libro más célebre, el que, de los dieciocho que escribió, le aseguraría la posteridad: Los gauchos judíos. Además de ejercer las labores a las que su cargo como delegado en esa exposición lo obligaba, Gerchunoff aprovechó y recorrió algunos países de Europa. En España, donde ya era alguien reconocido por la intelectualidad de ese país, estuvo en Salamanca con Miguel de Unamuno y en Toledo con Ramón del Valle Inclán. En Francia, por su parte, visitó varias veces a Marcel Proust en su casa de París, y este le regaló un ejemplar autografiado del primer volumen de À la recherche du temps perdu. Fue también en París donde, pese a su juventud -repito: tenía tan solo 30 años-, escribió un texto autobiográfico que se publicaría de manera póstuma. No resulta extraño que Gerchunoff se decidiera a contar su vida tan tempranamente. Como bien señala la autora de esta biografía, Mónica Szurmuk, este joven Gerchunoff genuinamente podía razonar que tenía la necesidad, y el derecho, de narrar su vida: de hacer balance y aun de concluir que su trayectoria vital era acaso un posible modelo a emular por otros: “En Europa, Gerchunoff sintió que ya había vivido varias vidas, que en su historia se cifraba una posible trayectoria para los judíos del este de Europa” (p. 160). Habría que decir, en este punto, que quien en 1914 ya había vivido “varias vidas” viviría también muchas otras hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de Buenos Aires treinta y seis años después, el 2 de marzo de 1950. Con el sintagma “varias vidas” lo que esta biógrafa de Gerchunoff propone es entonces que la vida de su biografiado, antes y después de escribir esa temprana autobiografía, fue una vida múltiple, proteica: en efecto, quien lea las más de 400 páginas de esta biografía seguramente no dejará de asombrarse de la cantidad de cosas que Gerchunoff realizó en sesenta y seis años y acordará, con la biógrafa, que más que una vida este hombre parece haber vivido varias. En este sentido, el título completo de este libro -La vocación desmesurada. Una biografía de Alberto Gerchunoff- anuncia la voracidad vital de Gerchunoff, de la que el texto da cuenta sin apabullar, pero también informa de la necesidad de, en el momento de escribir su biografía, contar inevitablemente una parte de ella: estamos ante una biografía de Gerchunoff (una entre varias posibles). Y esto porque todo biógrafo está obligado no solo a seleccionar cierta cantidad de los hechos vividos por su biografiado sino que también debe -y esta es la tarea acaso más ardua- ordenar y darles a esos hechos seleccionados algún sentido: es decir, realizar un trabajo de ficción, pero no de ficción entendida como invención o mentira sino como un trabajo de ordenamiento, de construcción, de forjamiento, de ensamblaje. Cuando, en los “Agradecimientos”, Szurmuk especifica que “este libro se escribió a lo largo de varios años en los que reconstruí la vida de Alberto Gerchunoff y encontré un modo de contarla” (p. 401) está ni más ni menos que informando que este libro fue escrito desde la plena conciencia de cuáles son las dos tareas principales que debe realizar todo biógrafo: investigar para recolectar la mayor cantidad de datos sobre su biografiado y, luego, encontrar un modo eficaz y convincente de seleccionar y darle un orden a -de hacer ficción con- esa información acumulada pacientemente. En este punto, también habría que agregar que este libro, además de contar una vida de Gerchunoff, narra también, siquiera episódicamente, la vida de la biógrafa: los avatares de una investigación que la obligó a rastrear información sobre su biografiado en variados sitios durante muchos años. Es decir, esta biografía narra también, aquí y allá, el generalmente grato pero otras veces frustrante proceso del que es resultado (ejemplo de lo primero es cuando Szurmuk refiere ese “té con masitas” que tomó en Rosario con una de sus informantes, Graciela Rosentgberg; de lo segundo, por su parte, serían aquellas líneas en las que esta biógrafa cuenta que, pese a sus desvelos, no halló registro alguno de la voz de su biografiado: cuando testimonia con desasosiego que algo de esa vida ya se ha perdido para siempre, es irrecuperable). Esta biografía es también, pues, sesgada y episódicamente, una autobiografía: la de una biógrafa que, en algún punto, siente además que algo de ella se cuenta al contar la vida de Gerchunoff, que hablar de Gerchunoff es también hablar indirectamente de sí misma: por ejemplo, de la mutua elección de Buenos Aires como lugar de residencia (p. 401).

Como se dijo, Gerchunoff nació a comienzos de la década de 1880 en un shtetl de la provincia de Polodia, en el Imperio Ruso. Hacia fines de la década, y luego de otras mudanzas, sus padres, como muchos otros judíos de Europa oriental, y en un clima de creciente agresividad hacia esa comunidad, decidieron emigrar a América: a la Argentina. Allí llegaron en 1890: habían tomado el barco en Bremen, y al cruzar la frontera del Imperio Ruso debieron renunciar a la ciudadanía: romper lazos. Al respecto, Szurmuk cuenta que, en su ya mencionada Autobiografía, Gerchunoff relata que su padre, al abandonar el Imperio, le habría dicho: “No verás cosacos en la Argentina. La Argentina, niño mío, es un país libre, es una república, es decir, donde todos los hombres son iguales”. En esa frase que la biógrafa decide transcribir, y también en quien la enuncia-el padre-, se cifra la clave que ordena y explica la vida de Gerchunoff que se cuenta en este libro: una vida en la que las cuestiones del padre y de la patria se anudan inextricablemente y, en gran medida, explican el porqué -el impulso o el acicate- de esa vocación desmesurada.

El primer destino de los Gerchunoff en la Argentina fue la colonia Moisés Ville, en la provincia de Entre Ríos. Allí, no mucho después de su arribo, el padre de Gerchunoff-Gershon- fue inopinadamente asesinado, con su familia como testigo, por un gaucho que se había “vuelto violento” luego de que lo obligaron a devolver a la colonia un caballo que había robado. En el arranque de la biografía, al narrar los pormenores de la muerte de su biografiado en 1950, Szurmuk propone que, justo antes de morir, Gerchunoff “probablemente haya recordado al chico que él había sido, el que presenció en un atardecer de Moisés Ville el asesinato de su padre”, a lo que agrega: “El último día que le tocó vivir completo, el 1 de marzo de 1950, Gerchunoff seguramente pensó a menudo en la muerte de su padre acaecida exactamente 58 años antes” (p. 14, énfasis mío). Sobre el final del libro, lo que en el comienzo era una conjetura o una sospecha se vuelve una sólida certidumbre de la biógrafa; escribe Szurmuk: “El día anterior [a su muerte], Gerchunoff había recordado a su padre, que más de medio siglo antes había sido asesinado en Moisés Ville” (p. 391, énfasis mío). Pero en esta biografía Gerchunoff no es una suerte de Hamlet judeocriollo que busca vengar al padre sino, antes bien, un hijo que, como se sugirió más arriba, pretende hacer y finalmente hace, no importa aquí si conscientemente o no, lo que su padre no pudo llegar a realizar en razón de su prematura muerte: conquistar un espacio -una patria- para él y los suyos (y al escribir “los suyos” me refiero tanto a sus familiares más cercanos como a los judíos en general): hacer propia, y ser reconocido por, esa “república” en la que su padre había depositado sus esperanzas de un futuro mejor -y especialmente pacífico- para él y su familia. “La escritura y la vida de Gerchunoff fueron un intento de entender esta muerte y la subsiguiente orfandad, y también la necesidad de hacer que el proyecto del padre fuera exitoso” (p. 41), afirma Szurmuk a poco de iniciado el libro y, más adelante, y en igual sentido: “Hay una búsqueda, en la literatura de Gerchunoff, de una patria que asuma el lugar del padre” (p. 235). La desmesura de Gerchunoff tiene que ver especialmente, por tanto, con la férrea voluntad de llevar a cabo, básicamente mediante el uso de la palabra, el proyecto del padre: conquistar un lugar y hacerlo suyo. Esa es, prioritariamente, la ficción de la vida de Gerchunoff que urde Szurmuk en estas páginas.

No mucho después del asesinato del padre, los Gerchunoff se mudaron a Colonia Clara (donde Alberto recibió alguna educación sistemática en especial del profesor Joseph Sabah, con el que aprendió los rudimentos de la lengua francesa con la que conversaría con Proust) y, en 1895, se instalaron en Buenos Aires. La pobreza y los duros trabajos marcaron los primeros años de Alberto Gerchunoff en Buenos Aires. Pero, también, esos años estuvieron marcados por un fuerte anhelo de formarse intelectualmente que se fue concretando, salvo por un solitario año que cursó en las aulas del Colegio Nacional de Buenos Aires, de manera autodidacta (sarmientinamente, podríamos decir). Los avatares de ese autodidactismo hicieron que, a los 13 años, en el Centro Socialista de la calle México 2076, conociera a Roberto Payró, quien se transformó enseguida en una suerte de guía -de hermano mayor o de padre espiritual- que, entre otras cosas, lo hizo ingresar por primera vez a la redacción del diario La Nación: un lugar que, con la excepción de algunos paréntesis no demasiado prolongados (por ejemplo, cuando estuvo fugazmente, en 1928, al frente del diario El Mundo), se transformaría en su segundo hogar (de hecho, su muerte ocurrió al salir de las oficinas de ese diario porteño).

Con esos años de formación como punto de partida, la trayectoria intelectual de Gerchunoff que se nos cuenta en esta biografía es una que, desde la inicial y nunca negada identidad como inmigrante judío, se empeña en articular varias lenguas y culturas para constituir una posición enunciativa que le irá permitiendo, en diversas alternativas, ocupar un lugar destacado en el campo cultural argentino de la primera mitad del siglo XX. El consorcio entre dos culturas o tradiciones que anuncia el título de su primer y más conocido libro -Los gauchos judíos- es, ya, un ejemplo primero de la habilidad que Gerchunoff demostró durante toda su vida y en contextos diversos para mediar, para traducir, para combinar, para moverse fluidamente entre fronteras: geográficas, idiomáticas, culturales, políticas, etc. En “El escritor argentino y la tradición”, texto que Szurmuk cita en una nota al pie del capítulo 12, Borges comparó la irreverencia con la que el escritor argentino puede manejarse con la cultura occidental con una similar situación que ocuparían los judíos. En este sentido, podría decirse que Gerchunoff -como escritor judío por nacimiento y argentino por opción- estaba habilitado doblemente, y así lo hizo, a practicar esa irreverencia de la que habla Borges, esa licencia para apropiarse y articular esto y aquello, lo propio y lo ajeno. Por lo demás, es desde esa posición intelectual conquistada con una inclaudicable prepotencia de trabajo y una alegría vital que, aun en los momentos más aciagos, nunca lo abandonó, que Gerchunoff, por ejemplo, intentó persuadirse y persuadir de que, como se lo había anunciado su padre, la Argentina podía ser una Tierra prometida para la comunidad judía que en otras zonas del mundo era perseguida y vituperada o, más adelante, cuando aquella certeza acaso vacilaba, desde la que intervino muy activamente, como un auténtico intelectual engagé y forzando un cuerpo que ya no respondía como él quería, en pos de la constitución del Estado de Israel, que se hizo realidad dos años antes de su muerte, en 1948.

En el “Prólogo” a Victorianos eminentes, Lytton Strachey escribió: “Deseo, sin embargo, que las siguientes páginas puedan ser de interés tanto desde un punto de vista estrictamente biográfico como también histórico. Los seres humanos son demasiado interesantes como para ser tomados como meros síntomas del pasado”. Esta biografía cumple generosamente con esa exigente demanda para el género biográfico que propuso Strachey cien años atrás. Habrá quienes prioricen este libro como un acercamiento erudito y original a ciertas zonas de la historia argentina y mundial desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX; pero, también, habrá quienes con absoluta razón prefieran leerlo como la atrapante y por momentos casi increíble historia de un destino individual, único, singular. Una vida que, como asegura Szurmuk en el arranque de este libro, es una historia “netamente argentina”: un destino sudamericano.

En las páginas liminares de Recuerdos de provincia, Sarmiento consignó: “La biografía es el libro más original que puede dar la América del Sur en nuestra época, y el mejor material que haya de suministrarse a la historia”. La vocación desmesurada. Una biografía de Alberto Gerchunoff demuestra que esa convicción sarmientina tiene, ciento setenta años después de haber sido formulada, una innegable validez, una indiscutible actualidad.

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