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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal Jan. 2019

 

Reseñas

Alejandrina Falcón, Traductores del exilio. Argentinos en editoriales españolas: traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico (1974-1983)

Ezequiel Saferstein* 

*CeDInCI - Universidad Nacional de San Martín / CONICET

Falcón, Alejandrina. Traductores del exilio. Argentinos en editoriales españolas: traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico (1974-1983). Madrid: Iberoamericana Editorial Vervuert, 2018. 268p.

Uno de los sesgos todavía frecuentes dentro de los estudios literarios es la orientación de la mirada hacia los grandes nombres, círculos y obras que quedaron plasmadas dentro de los cánones literarios e intelectuales nacionales. Y si, por añadidura, se pretende abordar el mundo de las ideas de intelectuales exiliados en un contexto de persecución política y represión, la historia de los grandes nombres se potencia, por la valorización que les cabe a los agentes del mundo cultural que obraron bajo condiciones de producción extraordinarias y adversas desde el ámbito político cultural. Con una mirada orientada a las dinámicas de la traducción -la práctica más relegada en relación con la centralidad de la autoría-, uno de los propósitos del libro de Alejandrina Falcón es superar estos enfoques para construir una historia cultural de la escena que conformaron los exiliados argentinos en Barcelona entre 1974 y 1983 y que se incorporaron a aquella industria editorial. El estudio del trabajo de los argentinos en la industria del libro español como traductores, escritores, correctores o ghost writers de literatura popular y los efectos que su desarrollo produjo en términos de debates literarios, políticos e intelectuales es un terreno propicio para el análisis de un sujeto colectivo que poco había sido tenido en cuenta por los estudios literarios o de traducción.

El libro se propone reconstruir la identidad del exilio argentino en la industria editorial española a partir del cruce analítico entre las trayectorias laborales, profesionales y literarias de los trabajadores argentinos del sector del libro y las problemáticas suscitadas en torno a la traducción en la lengua española, proceso que denota tensiones, resquemores y desigualdades en la circulación transnacional de la literatura. En este sentido, como parte de un ya consolidado ámbito de trabajo que rebasa lo textual para reconstruir circuitos de producción y circulación de las ideas, Traductores del exilio articula la dimensión literaria, simbólica, con la dimensión material de las prácticas de importación literaria durante el exilio argentino en Barcelona. El cruce teórico-metodológico que abreva de los estudios literarios y de traducción, de la historia cultural e intelectual, la sociología de la cultura y de la literatura habilita una combinación entre trabajo de archivo, análisis literario y estudio de trayectorias profesionales de un colectivo inserto en un espacio social y en circuitos transnacionales específicos.

En el primer capítulo se exploran las representaciones dominantes sobre el exilio argentino a partir de los antecedentes de la historia política y social y a partir de la literatura, teniendo en cuenta las formulaciones metafóricas de autores-traductores del exilio argentino en España como Juan Martini y Marcelo Cohen. Desde una perspectiva sociológica que discute con los estudios literarios, propone dar cuenta del horizonte material de la literatura: las representaciones de los escritores sobre el exilio son representaciones situadas en un colectivo, como efectos discursivos de prácticas concretas. La representación metafórica de Martini, quien afirma que “el escritor es siempre un exiliado”,(1) es situada en el debate sobre la autonomía del campo literario y el lugar de la obra, teniendo en cuenta los condicionamientos de una industria editorial con lógicas materiales y simbólicas que determinan la posición del escritor.

La diatriba contra la pura metaforización se sostiene a lo largo del libro. El segundo capítulo se focaliza sobre el campo editorial español y recorre los trabajos realmente existentes que los exiliados desarrollaron. Ser exiliado “era todo menos una metáfora”, dice Falcón, cuando repasa los primeros momentos de los argentinos en Barcelona, sus estrategias y sus dificultades para emplearse como traductores, escritores, en la enseñanza de idiomas o en los talleres literarios. El análisis de la situación del campo editorial español y de las redes intelectuales transnacionales que se tejieron entre España y América Latina revela un espacio y un momento propicio para la absorción de mano de obra. En su mayoría, los argentinos participaron como colaboradores free lance y oficiaron de correctores, traductores, diseñadores, editores, directores de colección y escritores por encargo de géneros que van desde la narrativa hasta libros de cocina y thriller erótico. Anagrama, Barral, Bruguera, Gedisa y Vergara fueron algunas de las empresas que contaron con los servicios de argentinos en Barcelona. El capítulo muestra la trastienda de una práctica poco visible que generó una red de colaboración transnacional a partir de recomendaciones, pedidos y favores.

Uno de los aportes principales del capítulo -y del libro- es la crítica al “ideologema de los exilios cruzados” a partir de la reconstrucción de su emergencia discursiva en publicaciones, intervenciones y eventos intelectuales. Frente a las analogías entre la inserción de los republicanos en la Argentina desde los años ’30 y la de los argentinos en España desde los ’70, Falcón subraya las desigualdades detrás de aquella imagen especular. El análisis de las experiencias históricas concretas permite determinar que, más allá de las metáforas del exilio, la relación que tuvieron ambos colectivos exiliados con los medios de producción fue muy distinta: en un sentido amplio, los argentinos fueron casi anónimos traductores y escritores por encargo y los españoles fueron accionistas, gerentes y dueños de las míticas Sudamericana, Emecé y Losada. En términos simbólicos, la posición que ocuparon unos y otros entre las élites culturales locales fue opuesta, además de que el problema de las representaciones sociolingüísticas relegó a los argentinos hacia una posición periférica.

Las desigualdades que revela el exilio argentino dentro de España en términos materiales y simbólicos son reconstruidas y visibilizadas a lo largo de los demás capítulos. Los capítulos 3 y 4 se ocupan de los exiliados como traductores o escritores por encargo de obras de corte popular para Bruguera y Martínez Roca: policiales, novelas eróticas, de terror o ciencia ficción, libros de no ficción o de autoayuda. Uno de los ejemplos estudiados en el capítulo 3 es la seudotraducción, escritura por encargo presentada como traducción y firmada por un seudónimo extranjero. Falcón identifica y reconstruye la “doble impostura” en la que incurrían autores argentinos, en cuanto a su escritura novel mostrada como traducción que, además, era realizada por argentinos en un español que imitaba las traducciones peninsulares. El capítulo aborda el caso de Rocco Sarto, seudónimo de Pablo Di Masso, artista, periodista y traductor de Raymond Williams. Como “mercenario de la tecla”, Di Masso entregaba una novela de Sarto por semana. Su En el país del horror puede leerse como una denuncia de los crímenes de la dictadura argentina, con escenas de tortura, desaparición y lanzamiento de cuerpos al río. Porque otro de los aportes del libro es que la crítica a la dictadura desde el exilio no provino solo de la figuración metafórica, sino que también se hizo explícita desde publicaciones relegadas a la literatura popular, comercial y de masas.

La tesis de la politicidad de las producciones del exilio se refuerza en el cuarto capítulo, con el estudio de la colección de novela negra de Bruguera dirigida por Juan Martini. El catálogo abre distintas aristas, tales como la participación de emigrados argentinos y latinoamericanos como traductores, la conformación de un boom de un género que en España no estaba extendido, la rotación de traducciones a nivel transnacional y, consecuentemente, los problemas que la “adaptación intralingüística” produjo para los custodios de la identidad española. Es que los localismos, “argentinismos”, ciertos modos de llamar a los bolígrafos, las bananas y las faldas eran un límite para las editoriales españolas con un público lector popular. Falcón rastrea las huellas de las “prácticas aclimatadoras” que borraban las marcas lingüísticas e identitarias y argumenta que las tensiones producidas por la traducción no se reducen a los factores comerciales, sino también a factores culturales, literarios y políticos. La autora destaca disputas por la legitimidad de un género históricamente considerado menor, denuncias y reflexiones sobre la política y la violencia, omisiones sobre las fuentes originales, sobre la condición de traducción y más aun sobre la identidad del traductor, que muestran su lugar subordinado.

El capítulo 5 trae al centro de la escena la práctica traductora a través de las representaciones que desde la crítica literaria intervinieron en la conformación de un discurso público sobre la práctica y sobre los agentes. La ambivalencia destacada en el discurso de la crítica que oscila entre el valor de la traducción como posibilidad de apertura cultural en la transición y su desvalorización como “degradación” del original da cuenta de las tensiones que refleja esta práctica. El capítulo muestra cómo la valorización se le asignaba a la práctica traductora en general y al autor original en particular, sin mencionar a los agentes traductores. Estos solo eran objeto de la crítica cuando aparecía una “mala traducción”. “Traidores, proxenetas y sudamericanos” son algunos de los calificativos para los traductores argentinos, no solo como culpables por una obra puntual, sino como “representantes” del avance de la lógica mercantil sobre la industria editorial española.

La responsabilidad del traductor como blanco de críticas se retoma en los dos capítulos finales, esta vez poniendo en escena la voz propia de los traductores y su posición subordinada en el debate sobre la lengua. En el capítulo 6, las acusaciones cruzadas entre editores y traductores a partir de discusiones sobre las normas legítimas del español no se explicitan como disputas por la identidad migrante, sino que reflotan el debate entre las lógicas “comerciales” de la edición y las lógicas “autónomas” de traductores, que disputan reconocimiento como “creadores” y como garantes de la calidad literaria. El capítulo registra a partir de los congresos de la lengua cómo el contexto español cambia hacia los ochenta, cuando los reclamos puristas del hispanismo son despuntados por un “ideal panhispánico para los libros traducidos”, que obedece a cuestiones políticas, culturales pero también comerciales por la búsqueda de mercados. La reconstrucción de perfiles y trayectorias vitales y profesionales de traductores representativos por medio de entrevistas que se realiza en el último capítulo plantea una discusión metodológica. Por un lado, una disputa contra las “listas de traductores”, recurso cuantitativo que resalta tendencias pero homogeiniza la condición de exiliados, esconde matices, tensiones y afinidades entre trayectorias disímiles. Si bien todos compartían un capital cultural que los situaba en posiciones sociales similares, algunos exiliados habían comenzado su carrera profesional como traductores en la Argentina, otros lo habían hecho de manera ocasional y otros tantos lo hicieron solo durante su exilio. La reconstrucción de cinco trayectorias muestra recorridos, estrategias, posicionamientos más o menos públicos y con distintos grados de profesionalización que caracterizaron a los exiliados que se insertaron en la industria en un contexto propicio.

Traductores del exilio reconstruye una escena colectiva que hasta el momento aparecía fragmentada y reducida a los “asuntos de notabilidades”, a las producciones de unos pocos individuos célebres. Reponer los aspectos materiales del mundo de la literatura, del libro y de la edición le permite a Falcón discutir con los análisis que abordan la literatura como pura metáfora, sin llevarla al extremo opuesto de negar su relevancia y sus efectos concretos sobre la escena pública. El estudio de las condiciones que habilitan determinadas producciones, de los modos de circulación nacional y transnacional de tales producciones y de los agentes que intervienen en todo el proceso permite que el libro nutra el conocimiento sobre el exilio argentino en España a partir de la escena colectiva de la traducción, una práctica que, por sus dinámicas, refleja las desigualdades y los conflictos políticos, económicos y culturales de y entre las lenguas y entre “los grupos que las hablan”.

1 Juan Carlos Martini, “Naturaleza del exilio”, Cuadernos Hispanoamericanos, nº 517-519, Madrid, julio-septiembre de 1993, pp. 552-554.

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