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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Reseñas

Omar Acha, Cambiar de ideas. Cuatro tentativas sobre Oscar Terán

Diego Giller* 

*Universidad Nacional de General Sarmiento

Acha, Omar. Cambiar de ideas. Cuatro tentativas sobre Oscar Terán. Buenos Aires: Prometeo, 2017. 192p.

Arlt, Masotta, Terán, Acha. La serie parece imposible hasta que alguien la imagina. Y eso es lo que implícitamente hace Omar Acha en Cambiar de ideas. Cuatro tentativas sobre Oscar Terán. El epílogo, “Oscar Terán, yo mismo”, tanto como la idea de tentativas envían directamente al Masotta de “Roberto Arlt, yo mismo” (1965) y de “Seis intentos frustrados de escribir sobre Roberto Arlt” (1962). Pero el gesto mimético no se agota allí. Se extiende hacia algo todavía más trascendente: “algo” de Masotta fue hecho en Acha, y es ese “algo” lo que acaso le permite acercarse a Terán del modo en que lo hace. ¿Qué es ese “algo”? Una sobrevida masottiana: el ensayo como modulación del yo. Pero también, el ensayo elaborado como una mixtura compleja entre psicoanálisis, historia, política, filosofía y marxismo. Acha se viene mostrando particularmente interesado por esos cruces desde libros como Freud y el problema de la historia (2007), Inconsciente e historia después de Freud (2010) -compilado junto a Mauro Vallejo-, o el más reciente Encrucijadas de psicoanálisis y marxismo (2018).

¿Qué son los “intentos” y las “tentativas” sino ensayos o “textos-centauros”, como los llama Acha recurriendo a Alfonso Reyes? ¿Y un ensayo? ¿No es, como dice Eduardo Grüner,(1) un género que busca identificar un lugar fallido, localizar un error, advertir un detalle, sabiendo de antemano que no hay superación en sentido hegeliano? Quizá allí se aloje una de las dos condiciones de todo ensayo: asumirse fracasado -frustrado, diría Masotta- antes de comenzar. La otra condición tal vez sea la de saberse escrito antes de ese comienzo. Cesar Aira sugiere que, a diferencia de la novela, que posterga el tema hasta el final, el ensayo nace con la elección del tema.(2) Por eso, ensayar es hacer que ese tema escogido sea escrito, que esa trama aparezca. Eso también ya estaba en Masotta: “En fin, yo diría, mi libro sobre Arlt ya estaba escrito”.(3) ¿Y no estaba ya Terán en Acha antes de que Cambiar de ideas se escribiera? Seguramente. Pero no por unos orígenes bonaerenses similares o por el hecho de que Terán haya dirigido su tesis doctoral. Más bien por compartir un mismo enigma: el de qué hacer frente a unas izquierdas que están en crisis. Pero también, por imaginar un mismo quehacer intelectual, que elude las certezas inconmovibles, que se instala en la incertidumbre y que practica un pensamiento de la incomodidad.

El ensayo como modulación del yo es una variación del género autobiográfico. Evoca un mundo de lecturas “autorales” y de ideas tanto como de hechos históricos, políticos, sociales, culturales. Pero sobre todo, siempre parece invocar una gramática de las pasiones. Terán practicó esa faceta de la ensayística, pero de una manera vaporosa, sutil. Si es cierto que pocas veces escribió sobre sí mismo de manera explícita -en general, cuando habló de sí fue en el formato entrevista-, no menos cierto es que al abordar la obra de otros intelectuales dejó expuesto su propio nombre en las entrelíneas de unas biografías generacionalmente lejanas, sea en la de José Ingenieros, en la de José Carlos Mariátegui o en la de Aníbal Ponce. No sé si algo de Ingenieros, Mariátegui o Ponce fue hecho en él, o si, por el contrario, Terán construyó esas figuras a imagen y semejanza. Como sea, no puedo dejar de pensar en la hipótesis de una intercambiabilidad de nombres. ¿Quién es Terán y quién Ingenieros, Ponce o Mariátegui en esos escritos? Resulta difícil no leer en espejo el modo en que pensó los exilios de Ponce y de Mariátegui con su destierro en México, esto es, como una experiencia que ofrece un mirador privilegiado del hasta entonces esquivo terreno del problema de la nación. Matías Farías escribió que el Terán que emerge del suelo trágico del exilio es el historiador que busca la distancia pero que no puede dejar de ser, en ese mismo movimiento, profundamente autobiográfico.(4) Mediado por otros nombres y por el examen de las ideas de su generación y de las que lo precedieron, Terán anheló conocerse a sí mismo. Quizá por eso nunca dejó de hablar de sí.

En Cambiar de ideas, Acha participa del juego de los nombres intercambiables. El libro se inaugura con un epígrafe en el que Terán señala que a fines de los años ’70 los escritos de Ingenieros constituyen “una especie de subsuelo intelectual desde el que aún hoy estamos condenados a pensarnos” -la idea de condena expone que los ecos sartreanos no fueron del todo acallados por el Terán del exilio-. Tomando esa formulación, Acha propone reemplazar “la sombra terrible” de Ingenieros por la de Terán (p. 175). La hipótesis es clara: antes que letra muerta o “exploraciones siempre inteligentes” sobre ciertos intelectuales (p. 10), la obra de Terán es una obra que todavía nos habita y que “merecemos elaborar en sentido freudiano” (p. 11). De ahí esa confesión en la que dice que buscó alienarse en su escritura “para arrebatar un legado de las garras del olvido” (p. 175). Yo creo que lo hizo por algo menos modesto. Lo digo con Masotta: lo que Acha intenta hacer es “apresar desde adentro el pensamiento del autor” para “aprender a pensar lo informulado por el pensamiento, ese lugar todavía vacío hacia el que toda formulación tiende y que es el verdadero ‘objeto’ del pensamiento”.(5)

Así ingresamos al fundamento del libro de Acha: la relación entre las ideas y el cambio. Terán había pensado en ese vínculo de manera recurrente. Tanto cuando reclamó una “defensa sin frivolidad del irrenunciable derecho de los hombres a modificar su sistema de ideas y valores”(6) como cuando pasó de pensar en cambiar al mundo a querer “cambiar a los que querían cambiar el mundo”.(7) O cuando señaló, con envidiable agudeza, “que un libro cambia por el solo hecho de que no cambia mientras el mundo cambia”.(8) Sin duda, la “ironía brutal del exilio” quiso que durante sus años en México Terán comenzase a vivir en su cuerpo los dilemas de ese vínculo. Con la escenografía de la derrota política de los movimientos populares y la crisis del “socialismo real”, allí conoce lo que significa cambiar el punto de observación: desprovincialización del pensamiento,(9) asunción de un punto de vista latinoamericanista hasta entonces vedado y posibilidad de emprender, ya sin argentinocentrismos(10)mediante, la búsqueda “de una ideología argentina”. ¿Quién era Terán en el destierro? ¿Qué de lo que él será en los años posteriores hubo de aparecer allí? ¿Qué estructuras ideológicas de sus años sesentas lo hicieron ser lo que fue? ¿Cómo cambian las ideas? El libro de Acha vuelve sobre esas cuestiones, intentando comprender las circunstancias, hechos, lecturas y situaciones condicionantes que disponen a las mutaciones ideológicas. Y lo hace recobrando los años del exilio como “parteaguas absoluto del quehacer intelectual”,(11) yendo incluso contra el último Terán, aquel que hacia 2007 había dado a entender que su camino intelectual recién comenzó en 1983.(12)

Como el buen historiador que es, no hay escrito del Terán de esos años que quede sin revisar, comentar y analizar. Acha indaga con precisión eso que en algún otro lugar llamó “interferencias”(13) teóricas, evitando quedarse solo con las más conocidas (Ponce, Mariátegui, Ingenieros y Foucault). Así, nos advierte de la hasta ahora nulamente indagada interferencia de Althusser en Terán para mostrarnos que nociones como problemática, práctica teórica y objetos teóricos no dejarán de acompañarlo nunca. Para hacerlo también vuelve sobre los escritos del joven Terán -otro de los hallazgos del libro está ahí: recuperar con detalle el menos conocido período juvenil de Terán- y del Terán maduro -según Acha, el que proyectó fundar una historiografía socialista de las ideas en la Argentina-. Sin esa compulsa, nos dice, es imposible entender los marxismos con los que discutió Terán a lo largo de su vida. Pero sobre todo, nos impediría comprender los sentimientos de “nostalgia” y “vergüenza” que, de acuerdo con Acha, se apoderaron de Terán cuando quiso saber qué había pasado en aquellos años ’60. Nostálgica por “sublime”; vergonzosa por haber producido esquemas de ideas “mentirosos”. De la conjunción de esas sensaciones nace la hipótesis de Cambiar de ideas: “mientras el Terán maduro se comprendió en ‘ajuste de cuentas’ con su biografía anterior al Gran Miedo de 1976, su obra posterior a 1980 estuvo hasta el final toda ella atenazada por el desacuerdo con el joven Terán, esto es, con el marxismo como verdad y con el fantasma de la revolución”.(14) En el encuentro de esos sentimientos se jugó una vida que quiso reflexionar sobre las pasiones del pasado, la fuerza de las ideas y la fuerza de los cambios de ideas.

El libro no busca juzgar a un intelectual que ha reclamado “el derecho al posmarxismo”,(15) a pesar de que la tentación de acusar de traición a quien cambia de ideas es siempre una posibilidad. Y todavía más cuando lo que está involucrado es el marxismo. Por el contrario, Acha indaga las razones por las cuales alguien que se siente “un marxista en crisis” deviene en un posmarxista por pluralización, esto es, alguien que “cuestiona al marxismo como saber total, pero no necesariamente como pensamiento particularizado”.(16) No hay traición sino valentía. He ahí otro de los aciertos narrativos de la obra.

Cambiar de ideas es mucho más que una interrogación personal. El yo deviene nosotros cuando lo que interesa es un “diálogo entre horizontes generacionales”.(17) No otra cosa constituye la serie Arlt, Masotta, Terán, Acha. Cambiar de ideas es una invitación a continuar la conversación con la “generación Controversia” que en años recientes se inició con los libros de Martín Cortés y Guillermo Ricca sobre José Aricó y el de Ricardo Forster sobre Nicolás Casullo. Es una tarea necesaria, urgente. Todavía más si concebimos a una generación como lo hace Diego Tatián, esto es, no solo como una contemporaneidad de personas, sino también como un conjunto de subjetividades que genera y transmite un saber, “una inspiración y una memoria que será compartida por los que lleguen después”.(18) ¿Qué pasó con ese género de ideas que generó esa generación? Cambiar de ideas es una inteligente e informada incitación a pensar en esos problemas.

Cerrar la serie por el comienzo. Roberto Arlt muere un 26 de julio. Acaso la relación entre la muerte y todos los símbolos que se condensan en esa fecha haya sido lo que intentó procesar Oscar Terán en los días y los años de su exilio en México. Y en los posteriores, también.

1 Eduardo Grüner, Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones, Buenos Aires, Homo Sapiens, 1996.

2Cesar Aira, Evasión y otros ensayos, Buenos Aires, Random House, 2018.

3Oscar Masotta, “Roberto Arlt, yo mismo” [1965], en Oscar Masotta, Conciencia y estructura, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2010, p. 225.

4Matías Farías, “Oscar Terán: un pensamiento en huida”, El Río Sin Orillas, nº 2, 2008.

5Oscar Masotta, p. 229.

6Oscar Terán, En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986, p. 9.

7Ibid., p. 12.

8Oscar Terán, “Mariátegui, el destino sudamericano de un moderno extremista”, Punto de Vista, Año VII, nº 51, 1995, p. 25.

9Oscar Terán, Discutir Mariátegui, Puebla, Editorial Universidad Autónoma de Puebla, 1985.

10Oscar Terán, En busca de la ideología argentina.

11Omar Acha, Cambiar de ideas, p. 181.

12Ibid., p. 12. Véase también Oscar Terán, De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.

13Omar Acha, “Clase y multitud en la obra tardía de René Zavaleta Mercado: interferencias thompsonianas”, en Diego Giller y Hernán Ouviña (comps.), René Zavaleta Mercado. Pensamiento crítico y marxismo abigarrado, Santiago de Chile, Quimantú, 2016, pp. 157-170.

14Omar Acha, Cambiar de ideas, p. 10.

15Oscar Terán, “¿Adios a la última instancia?”, Punto de Vista, Año VI, nº 17, 1983, pp. 46-47.

16Omar Acha, Cambiar de ideas, p. 54.

17Ibid., p. 10.

18Diego Tatián, “Prólogo. Modos del don”, en María Pía López, Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad, Buenos Aires, Cuarenta Ríos, 2016, p. 10.

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