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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.2 Bernal jun. 2019

 

Obituario

Juan Suriano (1948-2018)1

Luciana Anapios* 

Martín Albornoz* 

*CONICET-IDAES/UNSAM

Encontrar el tono para este escrito no fue una tarea sencilla. No solo por el cariño y la tristeza sino también por la cantidad de facetas que formaron parte de la trayectoria de Juan Suriano como historiador. Fue profesor en todos los niveles, investigador, editor de revistas y libros, organizador de espacios de trabajo, formador de investigadores y divulgador. Intervino en debates públicos y tuvo una enorme capacidad para tratar con las personas aun siendo considerado como un gruñón.

Lo conocimos siendo estudiantes de grado de la carrera de historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Más adelante en el tiempo fue nuestro director de becas, tesis de maestría y doctorado y de nuestros ingresos a la carrera de investigador en el CONICET. En ese tránsito retomamos y discutimos su investigación sobre el anarquismo en la Argentina. También lo vimos armar proyectos con mucha dedicación. Su transición de la Universidad de Buenos Aires al Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín fue una decisión que, como todas, no aseguraba un camino cómodo y certero. Estaba todo por construir y había que poner el cuerpo y nos tocó acompañarlo de distintas formas. Fuimos estudiantes en la maestría, docentes, colaboramos en la gestión y en la coordinación del posgrado, armamos grupos de trabajo, proyectos, escribimos, discutimos y nos cruzamos en un vínculo de confianza y cariño que hoy atesoramos.

De Juan Suriano nos atrajo siempre la forma en la que entrelazaba en un mismo relato su biografía intelectual con distintos momentos de su vida. La ironía, la desconfianza por los lugares comunes de los setenta y su disgusto por las evocaciones melancólicas del pasado se combinaban con una capacidad única para capturar la intensidad de distintos momentos históricos. Esa actitud poco condescendiente podía aparecer de otros modos. Como investigador demostraba indiferencia frente a las encarnaciones más solemnes del mundo académico. Lo ponían de un humor particularmente hosco los actos de presencia en algunos eventos académicos. Nunca tuvo una beca de doctorado y por esta razón, no pocas veces, le costaba entender nuestras ansiedades con los tiempos y las exigencias del CONICET. En ese mismo registro podía reírse de la obsesiva dedicación de algunos jóvenes por el mundo académico con comentarios del estilo “este sí que no va a bailar”. Sin embargo, con la misma intensidad, se involucraba hasta el más mínimo detalle con las actividades más vitales del mundo académico.

Para compartir sus vivencias de los años setenta, Juan nunca tuvo un estilo melodramático, ni heroico. Más bien lo contrario. Sabíamos que tenía una voz singular y por eso tuvimos la idea -que hoy lamentamos no haber concretado- de hacerle una entrevista para que quedara registro de su experiencia como militante maoísta, su paso por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, su acercamiento y distanciamiento de Vanguardia Comunista y su breve paso por la cárcel de Devoto, entre otras cosas. Era oxigenante escucharlo hablar sobre su presencia en algunos hitos de esos años: el velorio de los fusilados de Trelew, la liberación de los presos políticos de Devoto el 25 de mayo del ’73 o la forma en la que se enteró del asesinato de José Ignacio Rucci. Estas historias narradas una y mil veces en diversos testimonios encontraban en Juan un tono diferente, no dramático, ácido y hasta con cierto humor.

Su ánimo tampoco era sombrío cuando ponía en palabras la dura experiencia del exilio interior durante la dictadura. Esa experiencia se compensaba con el valor que le otorgaba a la creación de espacios autónomos de reflexión intelectual, esos espacios a los que el ensayista Carlos Brocato dio el nombre de “recintos moleculares del pensamiento en libertad”. Fue ahí y no en las universidades donde participó activamente en los debates y las reflexiones históricas que años más tarde decantarían en la renovación de la agenda de la historia social y cultural en la Argentina. En un ensayo dedicado a iluminar los avatares de las primeras lecturas de Eric Hobsbawm en Buenos Aires, colocaba en la intersección de su deriva personal el peso que tuvieron en su formación y en la de otros historiadores de su generación los grupos de lectura organizados por Leandro Gutiérrez “fuera de los ámbitos académicos y de forma casi clandestina”. Esa estación ineludible de la recepción del grupo de historiadores marxistas británicos en el país fue crucial en la definición de su perspectiva historiográfica y en la construcción de sus objetos de estudio.

A partir de autores como E. P. Thompson, Gareth Stedman Jones, George Rudé y Rodney Hilton, sobre los que volvió una y otra vez, elaboró su propia relectura crítica y vital de la historia de los trabajadores en la Argentina. La marca principal de esa relectura puede resumirse en la distinción entre la historia de los trabajadores y la historia de sus instituciones. La distinción no es nada menor porque implica dejar descansar las comodidades de la historia clásica del movimiento obrero para adentrarse en una zona de análisis más difusa pero más cercana a la experiencia histórica de los trabajadores y trabajadoras: sus prácticas cotidianas, sus ritos, sus formas de habitar la ciudad, sus expectativas, sus proyecciones simbólicas y su participación en asociaciones de diverso tipo, aspectos todos que difícilmente pudieran aprehenderse si las energías del historiador y de la historiadora estuvieran simplemente concentradas en la reconstrucción gremial.

Toda una serie de escritos anteriores y posteriores a su fundamental investigación sobre los anarquistas de Buenos Aires muestran esa preocupación amplia por las condiciones y las formas de vida de los trabajadores y de los sectores populares. El trabajo infantil, la huelga de los inquilinos de 1907, las formas de represión, pero también de integración, que ensayó el Estado argentino frente a la emergencia de la cuestión social en las primeras décadas del siglo XX. Leída en conjunto, su obra permite ver el interés por considerar la historia como un prisma complejo en el que tenían cabida múltiples puntos de vista. No es casual que, en un primerísimo trabajo suyo, hasta el momento inédito, sobre el rol de la prensa durante la Semana Trágica de 1919, eligiera enmarcar su lectura con tres citas completamente distintas sobre un mismo fenómeno.

Como historiador resaltamos su capacidad para generar un distanciamiento escéptico, para capturar la complejidad y las distintas facetas de un mismo fenómeno, elecciones que lo convertían en un duro polemista cuando detectaba distorsiones que entendía como excesos de empatía con el objeto estudiado. Era un investigador meticuloso que supo con imaginación y una notable profundidad conceptual sortear las dificultades de todo tipo que un historiador de la transición democrática en la Argentina debía afrontar: el estado de los archivos y las restricciones a su acceso, la falta de políticas científicas que permitieran dedicarse plenamente a la investigación. Disciplinado y detallista, Juan tomaba notas de fuentes y materiales que se conservan hasta hoy en día en cientos de fichas y en las que perduran las huellas de su paso por archivos a los que de forma muy excepcional un historiador argentino podía acceder. Por ejemplo: el Instituto de Historia Social de Ámsterdam o las bibliotecas de Barcelona o Madrid. En nuestro contexto actual, en el que muchas de esas fuentes antes inhallables se encuentran disponibles en acervos digitales o microfilmadas en archivos locales, y cuando el problema, por momentos, parece surgir del agobio de la superabundancia de fuentes, ese ascetismo resulta conmovedor.

La publicación en 2001 de Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910 -versión de su tesis doctoral dirigida por Luis Alberto Romero- sintetizó buena parte de su recorrido como historiador hasta el momento. Cuando el libro apareció estábamos cursando con él un seminario de grado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA cuyo título era justamente “Las miradas del anarquismo argentino: una aproximación historiográfica”. El estado en el que se encuentran nuestros ejemplares de Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires muestra hasta qué punto la lectura del libro fue determinante para nosotros. Leído y releído en diferentes momentos de nuestras vidas, subrayado y vuelto a subrayar en diversos colores, produjo un impacto duradero. En una reunión de los tantos proyectos UBACYT, dirigidos por él y por Mirta Lobato, de los que participamos, Patricio Geli, refiriéndose al libro, reflexionaba sobre las pocas veces en las que se podía asistir a la aparición de un clásico. Y eso es lo que sentimos: un antes y un después. Hasta el momento, el anarquismo argentino había sido muchas cosas. No era un tema necesariamente desconocido, pero aparecía desenfocado. Exacerbado por las miradas militantes, naturalizado por aquellos que lo vieron en relación directa con el movimiento obrero, despreciado por el marxismo, romantizado por el ensayismo y por cierta crítica literaria, pensado solamente en su dimensión contracultural o relegado a mero arcaísmo político de los tiempos anteriores al peronismo, el anarquismo no había merecido hasta el momento la atención serena y lúcida que solo la investigación académica puede darle.

El resultado no pretendía alimentar lo que ya se conocía sino provocar una serie de reacomodamientos. El anarquismo analizado por Suriano emergía tensionado, atravesado por innumerables tendencias internas, caótico doctrinariamente y con un empuje cultural asombroso, pero también lleno de limitaciones para adaptarse a los cambios de una Argentina en plena y acelerada transformación. A su vez, el movimiento libertario era despegado de su tradicional asociación con el movimiento obrero y reinterpretado a la luz de sus potentes y rizomáticas prácticas culturales: la febril actividad editorial y periodística, la capacidad organizativa de espacios de sociabilidad, sus maneras de ocupar la calle, sus experimentos pedagógicos, sus diferentes perfiles militantes y sus formas rituales. Esa poderosa empresa de construcción mostró cierta capacidad de interpelar a los trabajadores y trabajadoras en la medida en que podía interpretar y vehiculizar sus anhelos y demandas. Sin embargo, esa relación entrañaba un sino trágico: no era una relación ni natural, ni perpetua y con el tiempo los anarquistas quedaron a la zaga de una sociedad inestable y aquello que explicaba su peso explicaba también los límites de su proyecto. Ese desencuentro, además, permitía pensar en clave histórica las enormes dificultades de las izquierdas de la Argentina para configurar alternativas duraderas y colectivas a lo largo del siglo XX.

En su trabajo, todo era presentado de forma tan compleja y paradójica que desde el propio título el libro invitaba a la discusión. La atribución a los anarquistas de “una política” era polémica y contraintuitiva porque en realidad los anarquistas habían cifrado todo su horizonte de expectativas en contra de la política, a la que entendían como forma de gestión estatal y mediada de los intereses de la burguesía. No hay en la prensa anarquista una sola reivindicación del término y si ocasionalmente se permitía el uso de la palabra era en un sentido diferente. Siguiendo a Bakunin, en todo caso hacían una “política negativa”, es decir una política destructiva de la política. Y sin embargo “los anarquistas de Juan Suriano” hacían política, lo que demuestra que tenía una concepción amplia de la participación política que se correspondía bien con el arsenal de prácticas libertarias y que iban más allá del aparato estatal. De este modo, al tomar distancia de lo que los propios actores decían sobre sí mismos, introducía una variante analítica que tenía la virtud de volver más relevante la existencia histórica de los anarquistas al ponernos en diálogo con otras zonas del pasado.

Se sabe, los anarquistas no hicieron la revolución que tanto anhelaron. Sin embargo, eso no los condenó a la larga lista de los sueños incumplidos de la modernidad. Gracias a la investigación de Suriano pueden ser situados en la conflictiva y sincopada serie del reformismo social en la Argentina. Los anarquistas fueron enunciadores clave del malestar social y cultural de los sectores populares y de esta forma contribuyeron a moldear la cuestión social impulsando desde abajo el reconocimiento de derechos políticos, económicos e individuales por parte de un Estado no siempre atento a esas necesidades. En este punto, siguiendo a E. P. Thompson y su propuesta de “una historia desde abajo”, Juan Suriano discutía la idea según la cual el reformismo social en la Argentina fue el resultado de élites intelectuales o gubernamentales particularmente clarividentes.

Quizá por el eventual pesimismo que subyace a esta relectura del anarquismo como movimiento social y cultural complejo y tensionado, el libro generó cierto disgusto en los circuitos de la historiografía tradicional y militante local valiéndole el calificativo peyorativo de culturalista. Mientras que, por su enfoque renovador, sus aportes fueron valorados por otras historiografías más interesadas en comprender la sociedad y la cultura argentina de fines del siglo XIX y principios del XX. En ese sentido la historia social y cultural que practicó Suriano nunca intentó pensarse únicamente como historia de la izquierda y de sus dinámicas interiores.

Más allá del interés que pueda despertar el tema del anarquismo en sí, la investigación de Juan Suriano es un modelo de investigación histórica para ver la forma en las que las categorías analíticas juegan un papel primordial. Nos referimos a la puesta en funcionamiento de términos clave para las ciencias sociales como sociabilidad, cuestión social, clase, ritualidades y culturas políticas, entre otros, que vuelven relevante su aproximación para otras disciplinas con las cuales estuvo siempre interesado en dialogar, como la sociología, las ciencias políticas y la antropología.

Nos parece importante destacar otra arista de su rol como intelectual e historiador: fue un dedicado editor de revistas y libros. Esta actividad no fue accesoria o paralela a su actividad como investigador y con ella mostró una enorme capacidad de lectura porque hay que ser un lector competente para traducir y editar la obra de otra persona. Es el editor el que a menudo descubre mejor que cualquier otro y que el mismo autor la esencia de su escritura y la lleva a la luz. Poner en circulación los textos de otros y de otras fue una parte fundamental de su trabajo.

Una encarnación de este interés fue la aparición de la revista Entrepasados en 1991, de la cual fue director durante los veinte años de existencia. Si bien fue un proyecto colectivo que incluyó a una nueva generación de historiadores e historiadoras como Fernando Rocchi, Leticia Prislei, Gustavo Paz, Patricio Geli, Ema Cibotti, Silvia Finocchio, Mirta Zaida Lobato y Lucas Luchilo, es imposible no asociar la revista con el horizonte de preocupaciones de Suriano como historiador. En una publicación que no tuvo una inscripción académica, su compromiso con ese proyecto fue tal que incluso aparece en el rol de traductor. Leer hoy el índice de Entrepasados permite hacer una cartografía de los principales debates disciplinarios de las últimas dos décadas.

La edición de la colección Nueva Historia Argentina por Sudamericana retomó a muchos autores, temas e intervenciones que tenían lugar en Entrepasados. En esa colección, que al igual que la revista es una foto del campo historiográfico en un momento determinado, se ven los temas, los enfoques y los procesos que le interesaba destacar para pensar la historia argentina como de forma procesual y compleja. La selección y armado de la composición es el dato clave de esa colección. No solo fue renovadora en cuanto al contenido, la materialidad y los autores, sino que intentó renovar las formas de transmitir y narrar. Por la dimensión, el alcance y el efecto que tuvo fue una colección a la que podríamos pensar dentro de la voluntad de divulgación y formación histórica.

Ese trabajo continuó como editor de la colección “Temas de Historia Argentina”, de Edhasa, que publicó títulos diversos en un formato que pretendía alcanzar a públicos más amplios por fuera del mundo académico. En esta colección se ve otro recorrido y una propuesta de temas y problemas en la que hay un predominio de la historia reciente. Una historia del folclore en la Argentina, la historia del ejército, historias de los setenta en clave de género, cultural, social y político, pero también la vuelta a un tema tan clásico en la historia y la sociología argentinas como la inmigración o el rol de la escuela pública. En esta colección no es tan clara su marca personal. Es difícil encontrar la mano de Juan en los catorce libros publicados en “Temas de Historia Argentina” y esa es otra habilidad que desplegó como editor: la de escabullirse y volverse invisible.

La edición de esta colección supuso una combinación flexible de elementos, desde identificar temas, debates, libros interesantes, convencer a la editorial del valor intrínseco de ese trabajo y de sus potencialidades de público. Elementos que iban desde el valor de un trabajo hasta contemplar cierta lógica comercial. El pasaje de textos a libros fue una tarea que lo vimos hacer y comentar con dedicación y sensibilidad. Ahí también se desplegaba su habilidad para mirar desde diferentes puntos de vista y la humildad y autoironía para ponerse en el lugar de otro, de lo que quiere decir el otro, que no necesariamente coincidía con sus opiniones ni sus preferencias.

La colección “Biografías Argentinas”, de Edhasa, también puso en circulación el trabajo de historiadoras e historiadores en torno a un género tan complejo y delicado. Esta colección, concebida junto con Gustavo Paz y, como la anterior, en diálogo con el editor de Edhasa, Fernando Fagnani, proponía trascender el recorrido intelectual y político de las figuras seleccionadas para centrarse en lo que en inglés se llama life and times. La particular insistencia en que escribieran historiadores profesionales con un estilo de divulgación que pudiera llegar a un público más amplio que el académico le dio a la colección un atractivo particular. “Biografías Argentinas” incluye desde recorridos de vida del período revolucionario, como José de San Martín o Mariquita Sánchez de Thompson hasta monseñor de Andrea o Marcelo T. de Alvear. En esta colección, que es uno de los legados de Juan Suriano como editor consumado de libros de historia y de la que estaba orgulloso, iba a aparecer su biografía sobre Alfredo Palacios.

Hemos intentado transmitir algunas de las experiencias de lo que a nosotros nos gustaba de Juan como historiador y que incluía su sensibilidad literaria, su sentido del humor y su gusto por la vida. En estos años nos encontramos muchas veces y de diversas maneras. Leyéndolo, charlando con él, acompañándolo de distintos modos en momentos malos y buenos, riéndonos y comiendo cosas ricas -era un eximio cocinero- recordando anécdotas repetidas muchas veces, discutiendo y a veces soportando su tenacidad y parquedad para situarnos. En muchos sentidos ese vínculo se pareció al que se puede construir con un director de tesis, pero en muchos otros aspectos fue excepcional e irrepetible. Una experiencia profunda que nos transformó a nosotros y a él. En esta dimensión, lo que nos queda es una enorme sensación de serenidad construida con afectos, lealtades y complicidades compartidas

1 Una primera versión de este texto fue leída en el homenaje a Juan Suriano organizado por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín en el Centro Cultural de la Cooperación, que tuvo lugar el 1° de abril de 2019 y del cual participaron, además de nosotros, Diego Armus, Laura Malosetti Costa y Valeria Manzano.

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