Desde hace varias décadas asistimos a un rescate de la figura de Gabriel Tarde (Sarlat, 1843-París, 1904) que supone una valorización creciente de la importancia de quien fuera para la fecha de su fallecimiento el nombre más celebrado de la sociología francesa -por entonces en pleno proceso de consolidación profesional y académica- así como uno de sus principales penalistas y criminólogos.1 Tal “redescubrimiento” (para usar un término a esta altura ya un poco abusivo) ha incluido la reedición de sus obras más importantes, así como la publicación de algunos trabajos inéditos y la ampliación de los estudios que lo tienen como objeto.2 En este trabajo nos interesará mostrar un aspecto que entendemos hasta ahora ha estado ausente en la renovación del interés por la obra del autor de Las leyes de la imitación, como es el del modo en que en ella opera una forma particular de entender la temporalidad de la vida humana. Este interés por el lugar del tiempo en la sociología tardeana es solidario de una preo-cupación por su forma de concebir la historia y la relación que puede encontrarse entre ambas operaciones cognoscitivas -la sociológica y la histórica- en su producción.
En lo que sigue intentaremos, en primer lugar, mostrar la presencia de dicha problemática en sus textos, siguiendo el criterio cronológico de su redacción (que no siempre coincidirá con el de su publicación). Posteriormente, se intentará sistematizar el saldo de tal recorrido esbozando los aspectos más salientes de dicho tratamiento. Finalmente, en la última sección se buscará contraponer tales rasgos a algunos presentes en la sociología durkheimiana, ubicando a ambas en el contexto más amplio de las transformaciones que atravesaba hacia entonces el tratamiento de la dimensión temporal por parte de los estudios históricos.
1. Tarde y el tiempo: un interés duradero
Tratándose de un autor que no se caracteriza por la sistematicidad de su pensamiento (y menos aun por el ordenamiento en su exposición) toda reconstrucción que se intente postular del mismo debe tomarse siempre con recaudos. En lo que hace a los tópicos tratados en este trabajo (tiempo e historia) Tarde desarrolló sus puntos de vista en la materia de modo fragmentario y desordenado, en trabajos que tenían otros propósitos, tanto en sociología como en criminalística. Como veremos, en algunos casos se trata de textos que el autor decidió dejar sin publicar, lo que no deja de imponer una nota de caución sobre su lectura. Aun con estas prevenciones, sin embargo, consideramos que se puede esbozar una caracterización del modo en que nuestro autor despliega su concepción acerca de la naturaleza del tiempo y, correspondientemente, del conocimiento histórico.
Apuntes juveniles, notas personales, primeros artículos
Ya en los aportes más tempranos del joven Tarde puede advertirse la presencia de preocupaciones referidas a los dos problemas centrales aquí analizados: el tiempo y la historia. Nos referiremos a las anotaciones inéditas de Tarde redactadas desde los años 1860,3 así como a sus primeros artículos, escritos a comienzos de la década siguiente (aunque editados muy posteriormente).4 En sus primeras notas, el problema de la naturaleza del tiempo (y del espacio) se introduce como parte de una inquietud metafísica que está en el corazón de su proyecto filosófico-sociológico: la oposición entre continuidad y discontinuidad como aspecto esencial de la realidad de las cosas, disyuntiva en la cual abogará firmemente por la segunda alternativa. Jugando con la hipótesis de un mundo en el que no existiera sucesión temporal, donde la infinidad de las cosas se desplegaría “de un golpe”, para luego “suicidarse”,5 Tarde se pregunta acerca de la mejor forma de representar el presente (punto, línea o superficie), para pasar a intentar definir el “instante” como “una cantidad infinitesimal de una capacidad infinita”).6 Criticando la suposición de la continuidad de los movimientos, afirma la posibilidad de que este sea un desplazamiento gradual; tras la continuidad siempre se esconden “hiatos incomprensibles” que la fragmentan y discontinúan.7
Tarde sugiere que el papel de la memoria es precisamente mantener unido aquello que cambia en el tiempo (una noción que reencontraremos más adelante). Frente a las hipótesis evolutivas se pregunta si no es mejor considerar la “creación ex abrupto”: cada punto por el que pasa la evolución viene a ser una “creación” de la nada. Si la razón de ser de la evolución del germen es el estado adulto al que llega, ¿por qué no se da “de golpe”, sin tantos pasos previos? Discutiendo la existencia de “leyes” para todo hecho, sociales o naturales, planteando la posibilidad de una ley de lo “episódico”, concluirá que los acontecimientos históricos son “hechos que evolucionan”, en el sentido de ser capitales por su fecundidad. Del mismo modo rechaza “el hábito de localizar exclusivamente en el pasado las razones de ser del presente, a pesar de que la acción del futuro, que aún no es, sobre el presente, no sea menos concebible que la acción del pasado, que ya no está”. El “prejuicio del libre albedrío” es lo que nos impide explicar al niño por el adulto, al inferior por el superior, a la hoja por la flor.8 La marca de las lecturas de Leibniz y Maine Biran es evidente en su discusión del modelo categorial de Kant:9 es el “yo” del observador quien se representa a sí mismo en las concepciones de tiempo y espacio.10 Tiempo y Espacio son subordinados por la primacía del yo: “en mi teoría… el yo es todo, espacio y tiempo”.11
El tema de la “exagerada” primacía que se le otorga al pasado para explicar al presente en desmedro del futuro, que reaparecerá en varias publicaciones de Tarde, tiene una significativa presencia en sus apuntes de juventud. Ya en “L’action des faits futurs” -escrito en 1878, pero publicado en 1901-12 Tarde llamaba la atención acerca de la tendencia “casi invencible” por la que se busca siempre apoyar “al hecho posterior en el anterior y nunca viceversa” en una cadena de fenómenos, y plantea la hipótesis de una “acción a distancia” temporal equivalente a la gravedad newtoniana en el espacio, capaz de producir sus efectos más allá del sentido de la escala cronológica.13 Las dificultades que experimentamos a la hora de comprender teleológicamente el despliegue de lo existente partiendo del punto de llegada, defecto propio del determinismo, pueden ser corregidas por el “evolucionismo” en la medida en que este último pueda agregarle la fundamental “idea de finalidad”, aunque despojada de todo “barniz teológico”. Así entendida, la evolución no es mera sucesión “mecánica” sino una “armonía co-establecida”, por la que la “unilateralidad” del nexo causal simple de las “leyes” se complementa con la reciprocidad del lazo de causalidad entre los fenómenos sucesivos.
Al reflexionar acerca de la relación entre ambos tipos de relaciones, las causales y las evolutivas, aventurando la hipótesis de que “lo real no es más que la concentración” de distintos “órdenes de posibles”, el producto de su “lucha fecunda y su mutilación mutua”,14 Tarde introduce aquí un tema, el de los “posibles”, que revela otra de las grandes influencias en su pensamiento, la del matemático Cournot.15 Anudadas de esta forma la posibilidad contingente que preside sobre la aparición de los fenómenos con la dirección que rige su secuencia a lo largo del tiempo, Tarde se pregunta por qué es más sencillo para nuestro entendimiento admitir los “futuros contingentes” que los “pasados contingentes”, criticando la tendencia a inducir el futuro del pasado conocido en lugar del pasado del futuro, enigmático por definición: del hecho de que “el pasado nos hace conocer el futuro” derivamos la “ilusión” de que el primero engendra al segundo.16
Toda nuestra representación del flujo temporal como movimiento del pasado hacia el futuro nace de esta confusión; disolverla requiere reconocer la existencia de un “sentido” en la “marcha de las cosas” dado por el papel de la diferenciación, verdadero principio maestro que informa los textos producidos en esta época de su vida. No se trata de negar la influencia de los hechos del pasado ni de mezclarla con la que proviene del futuro en una “determinación mutua” indiferenciada, sino de reconocer la existencia de diversos “grados de intensidad” en este campo de hechos situados a lo largo de la escala temporal, una “jerarquía de influencias escalonadas” que incluye entre ellos los “hechos históricos”. Echando mano de la cournotiana “razón de las cosas”, Tarde reclama que tal razón sea buscada tanto en el pasado del cual provienen como en el futuro hacia el que “convergen”, término en el que se condensan sentidos físico-naturales como históricos, sociológicos y psicológicos. La historia se resuelve así en “ríos” convergentes cuya dirección, lejos de ser solo “rectilínea y uniforme” como querría el determinismo mecanicista, tiene curvas, meandros, aceleraciones y retardaciones, nacidas de sus respectivos “encuentros” [rencontres]. Este azaroso cruce entre ríos es equiparado por Tarde a lo que significativamente llamará la “duración”, cuya existencia prolongada en el tiempo ha llevado al error de considerarla como única realidad. La crítica al “monopolio explicativo” de lo duradero sobre lo acontecimental supone, así, toda una forma de entender la historia.17
Por su parte, el artículo “Les possibles”, originalmente finalizado hacia 1874,18 desarrolla la idea del carácter “condicional” de toda existencia (humana o natural), nacida del “exceso de la potencia sobre el acto”. Es la realización de algunos “posibles” lo que los saca del estado de virtualidad y los coloca en el mundo de lo existente, pero a condición del “sacrificio” de otras posibilidades, “abortadas” por su triunfo, debido al contraste entre la finitud del mundo y la infinitud de los posibles. Reaparece aquí la importancia de la idea de “finalidad” -y el reproche al darwinismo por desconocerla- entendida ahora como tendencia de todo “germen” a irradiar en una infinidad de sentidos. Este “deseo de totalidad”, esta voluntad de afirmación, “sed insaciable del Universo”, es el motor del movimiento de lo real, la “Diferencia Universal” que obliga a la eterna sustitución de lo existente por lo distinto, intentando siempre realizar alguna sección del “cortejo de posibles” que todo lo real arrastra consigo.
Finalmente, también es relevante en estos apuntes juveniles su crítica (de cuño leibniziano) a la antítesis kantiana “el universo no tiene comienzo ni fin”, que para Tarde supondría un tiempo extra-humano, y por lo tanto, imposible de concebir como “forma mental”, como afirmaba el autor de la Crítica de la razón pura. Por el contrario, para Tarde el tiempo es “virtualidad infinita”, lo que hace inaceptable la idea de un “tiempo vacío”; concluye afirmando la importancia central de la simultaneidad, noción tan relevante para la noción de tiempo como la de sucesión.19
Primera formulación del modelo
Los primeros artículos en materia filosófica publicados por Tarde muestran su negativa a reconocerle cientificidad a la historia: si en el primero de ellos se afirmaba que la historia no era más que “la narración de los conflictos” entre creencias y deseos contrapuestos,20 en el segundo dirá taxativamente que, en cuanto a la sucesión de “invenciones” que conforman la existencia humana, toda ciencia es imposible, y solo hay lugar para su historia.21 Esta tema es el punto de partida del artículo “Les traits communs de la nature et de l’histoire”, que luego será reeditado como primer capítulo de Las leyes de la imitación.22 La tesis de esta obra es conocida: la sociedad es una forma de relación entre las personas sostenida en la facultad imitativa de los integrantes del conjunto; lo social nace de una acción originariamente individual (el “creador” o “inventor”) luego reproducida y generalizada por la imitación de sus pares. Forma social del gran principio de repetición, la imitación cumple en este terreno el mismo papel que la herencia en el biológico y la vibración ondulatoria en el físico: reproducir y propagar los efectos de lo que siempre es originalmente “individual”, hasta alcanzar su mayor generalización posible.23
Se advertirán en esta apretada síntesis algunos rasgos ya comentados de la concepción de tiempo e historia tardeanas. La impronta secuencial que adquiere la relación individuo-sociedad: lo social es producto del devenir de las relaciones entre los sujetos que conforman la vida colectiva, que se va constituyendo desde un punto de partida individual hasta su desenlace. Dicha secuencia es claramente teleológica, ya que todo lo existente tiende a reproducirse y multiplicarse. Por último, el lugar central del “accidente” en la anatomía de lo social que postula nuestro autor: esa novedad individual surge de la imaginación afortunada de un innovador, de la inspiración genial de un inventor o descubridor. Como ocurre en Cournot con los accidentes históricos, la invención es en Tarde el fruto del cruce casual entre secuencias lógicas anteriores; “lo normal deriva de lo accidental”.24 Ahora bien, esta centralidad de lo “accidental” supone un obstáculo para la posibilidad de una ciencia de lo social, que como vimos requiere para Tarde partir de sus regularidades para no reducirse al nivel de una “filosofía” o una historia.25 La solución tardeana consiste en disolver los hechos históricos en “actos individuales”, alejándose del “falso racionalismo” idealista que supone verlos “impersonalmente”, capturando por el contrario su profunda esencia subjetiva. Esta perspectiva “accidentalista” equipara así al lugar del accidente en la historia -los verdaderos “hechos de la historia” con el de la invención individual en las “cosas sociales”-.26
En otro capítulo de Las leyes de la imitación, la pregunta acerca de “Qué es la historia”27 será respondida por Tarde analizando los métodos de trabajo de arqueólogos y estadísticos. El arqueólogo, afirma, al desconocer los rasgos específicamente individuales de sus actores, hace “sociología pura”, dado que se ve obligado a considerar solo lo esencial de la existencia humana, “el despliegue de ideas y necesidades”, es decir, los inventos. La cruel acción del tiempo, que destruye todo resto del componente “carnal y frágil” de los hechos humanos, permite observar directamente “lo propiamente social”.
A diferencia de los historiadores, que solo consideran en la historia a los individuos en concurso, en conflicto […] los arqueólogos […] forman la sociología pura […] oyen en cierto modo […] la música del pasado sin ver la orquesta […] Para ellos […] la historia […] consiste simplemente en apariciones y despliegues […] de ideas originales, de necesidades originales, de invenciones […] que se convierten […] en los grandes personajes históricos y los verdaderos agentes del progreso humano […].28
Esta misma abstracción de los actos humanos remotos más allá de sus protagonistas se encuentra en la estadística, “método sociológico por excelencia”, al ver los acontecimientos humanos en forma “abstracta e impersonal”. Al hacerlo, muestra la propagación alcanzada por una innovación, sus obstáculos y su evolución posterior, siendo así la “fisiología” de las sociedades (así como la arqueología era su “paleontología”). A través de este prisma el conjunto incoherente de los hechos históricos puede resolverse en los hechos sociales básicos de invención e imitación. Si bien las primeras surgen accidentalmente, su evolución se desarrolla bajo la forma de regularidades, ondas imitativas que se entrecruzan a lo largo del tiempo:
En medio de esta mezcla incoherente de hechos históricos […] en vano busca la razón un orden sin hallarlo [...] Pero miremos bajo los nombres y las fechas, las batallas y las revoluciones, ¿qué es lo que vemos? Deseos [...] provocados o excitados por las invenciones [...] y también creencias [...]originadas por los descubrimientos [...] El orden como se manifiestan y se suceden estas invenciones y estos descubrimientos es puramente caprichoso y accidental [...] pero a la larga, por la eliminación inevitable de los que se contradicen [...] el grupo simultáneo por ellos formado se vuelve armonioso y cohesionado.29
En su tratamiento de la estadística, Tarde se ocupa de rechazar la obsesión de quienes -como “Quételet y su escuela”- consideran las regularidades sociales como índices de la reproducción uniforme de determinados actos. El error de esta “física social”, afirma, radica en privilegiar solo un momento del despliegue de una innovación, las “mesetas”, relegando sus otras etapas: su ascenso, cuando su difusión crece y su descenso cuando pasa a estar en desuso. El amesetamiento de las corrientes es solo un equilibrio provisional, producto del cruce de innovaciones concurrentes, pero no puede reflejar una regularidad “objetiva”: resultado del choque de las invenciones, su equilibrio es siempre inestable y provisorio. La perspectiva diacrónica tardeana evita esta distorsión, mostrando que tales mesetas no revelan más que el agotamiento del recorrido de ideas antiguas, cosa que olvidan quienes pretenden utilizar estas regularidades para subordinar la vida social a las “leyes naturales”, en lugar de entenderla como producto de los actos de quienes la conforman. La historia es, entonces, una sucesión de innovaciones “exitosas”, propagadas por imitación hasta convertirse en “hechos sociales”. Lejos de la obsesión determinista por la continuidad, se trata de una historia “anecdótica”, atenta a las discontinuidades que producen las siempre imprevisibles invenciones y preocupada más por lo que tiene adelante que por lo que está a sus espaldas: el “destino” de las imitaciones que le dan cuerpo.30
Lógica, tiempo e historia
El éxito de su primer libro sociológico llevó a Tarde a complementarlo con La logique sociale (1895), suerte de continuación de Las leyes de la imitación centrada ahora en el análisis de la “invención”. En el capítulo segundo del texto, “L’esprit social”,31 se propone una génesis “conjetural” de la formación de las categorías del pensamiento, tanto las del individuo (espacio, tiempo) como las sociales (lenguaje, Dios), por el cual las categorías lógicas resultan “de la repetición consolidada de actos voluntarios” y las instituciones sociales son un extracto de “experiencias antiguas” en las que se condensa “todo el pasado de la nación”.32 Como corolario de este recorrido -que evidencia la influencia del neocriticismo de Renouvier-33 el conjunto social se presenta como resultado de “esfuerzos seculares” en busca del equilibrio entre las “creencias y deseos” contenidos en su seno. La historia ocupa así un lugar central en la explicación del funcionamiento de la vida colectiva, pero entendida como extrapolación al plano social del análisis introspectivo de la psiquis individual. Así como el “yo individual” se mueve incesantemente sobre capas formadas por recuerdos y costumbres, del mismo modo el conjunto evoluciona a lo largo del tiempo por encima de una acumulación de tradiciones y hábitos, y es la estela que deja su movimiento lo que llamamos “historia”.34
En el capítulo “La serie histórica de los estados lógicos” Tarde ensaya una ambiciosa propuesta de comprensión de la “dialéctica social”, reducida esquemáticamente a las posibilidades de acuerdos lógicos o teleológicos entre los distintos “juicios” o “finalidades” (es decir, Creencias y Deseos) en relación dialógica. Se conforman así una serie de posibilidades lógicas que, desplegadas temporalmente, “expresan una sucesión histórica”.35 Influido aquí por Cournot y por el logicismo hegeliano, Tarde pasa revista a todas las combinaciones posibles para concluir que la serie desemboca en el acuerdo final, síntesis única y universal de todo que vendría a confirmar su punto de partida: la existencia de “fines en la naturaleza”. En estas diversas “formas de acuerdo” (lógicas y teleológicas) vuelve a aparecer su repetida confianza en la tendencia a la “unanimidad universal”, expresada políticamente en las grandes centralizaciones organizativas estatales, en las que se vislumbra la armonía final entre las lógicas y las teleologías individuales y sociales. Si este esquema lógico contrasta con el carácter intrínsecamente “desordenado” de la faz más superficial de la historia, encadenamiento de acontecimientos refractario al conocimiento científico, la respuesta es nuevamente que las regularidades no deben buscarse en el nivel de lo pasajero acontecimental, donde impera la mera sucesión cronológica, sino en las profundidades de sus repeticiones regulares: es allí donde se encuentra el “orden histórico”, no “en la historia misma”, sino en sus “productos acumulados”.36
No menos ambiciosa es la pretensión de Tarde en La oposición universal (1897), donde pretendía encontrar la ley general que preside sobre todas las contradicciones, partiendo de la tesis de la Oposición como principio intelectivo universal.37 Este objetivo eminentemente lógico-metafísico se traduce en sociológico en la medida en que se asume el carácter social de la contradicción de todas las oposiciones (ya sea mecánicas, físicas o biológicas). Aquí nuevamente nuestro autor ensaya una genealogía de la formación de las categorías, particularmente de las nociones de tiempo y espacio, partiendo de la mente del individuo. Intentando resolver la contradicción que ya está presente en sus textos juveniles entre la discontinuidad profunda de lo real y su apariencia mental como continuidad, Tarde encuentra una clave en la facultad humana de objetivar la percepción y las sensaciones. El Espacio sería entonces la percepción objetivada (la Creencia), y el Tiempo la objetivación de nuestra voluntad (el Deseo), sin término ni objeto. Espacio y Tiempo, siempre únicos e idénticos a sí mismos, nacen del yo, de la necesidad de conciliar la percepción con el intelecto. Si en el caso del Espacio la noción se origina en la necesidad de distanciar los objetos percibidos por el niño desde que empieza a conocer el mundo, en el caso del Tiempo su existencia es requisito para evitar las contradicciones entre sensaciones diferentes: así, somos nosotros quienes “creamos al tiempo”.38
La preocupación tardeana por develar las regularidades escondidas detrás del panorama enmarañado de los acontecimientos vuelve a aparecer en el breve texto Las leyes sociales (1898).39 Y una vez más, tal inquietud requiere una redefinición de los supuestos de base del conocimiento científico por la que la causalidad queda relegada por la regularidad repetitiva.40 Como en “Arqueología y estadística” y en La logique sociale, la cientificidad de la historia solo se capta haciendo abstracción de la sucesión cronológica de los acontecimientos, y enfocándose en la faz repetitiva de lo que subyace tras ellos, es decir, en las operaciones inter-mentales, de las que resultan. En una curiosa coincidencia con uno de los primeros trabajos de quien ya podía llamarse su rival Émile Durkheim,41 Tarde acordará con los “adversarios de la teoría de las causas individuales” el error de concentrarse en los “grandes hombres” como protagonistas de la historia, cuando de lo que se trata es de analizar las grandes (o pequeñas) ideas nacidas en cerebros grandes o comunes, fuente original de las “corrientes” que forman los ríos de la historia.42
El último Tarde: el Curso sobre Antoine Cournot
La impronta dejada por Cournot es reconocida en diversas ocasiones por Tarde, quien le dedicó varios textos, el más relevante de los cuales es el Curso sobre su Filosofía de la Historia impartido entre 1902 y 1903 en el Collège de France (es decir, muy poco antes de su falle-cimiento).43 Aquí, partiendo de la distinción cournotiana entre “causa” y “razón” -la primera como “fuerza” productiva del acontecimiento, la segunda principio explicativo general de su “encadenamiento”-,44 Tarde reitera sus críticas a sociólogos (e historiadores) que realizan una mirada “panorámica” del pasado, sin descender a su detalle de los hechos sociales, descuidando las reglas generales que rigen sobre su repetición. Tarde celebra el gran acierto de Cournot en su apuesta leibniziana por la infinitesimalidad: el “ateísmo larvado e inconsciente” de ese “politeísmo” que supone el cálculo infinitesimal le permite evitar los peligros de la mirada “en bloque” del pasado, reconociendo que los efectos de una causa siempre están acotados en el tiempo.45 El lugar central que le otorga el filósofo a la distinción entre “lo esencial y lo accidental” corresponde, en su traducción tardeana, al de la variación y la repetición; la variación es efecto del azar, y el azar, por lo tanto, es lo normal, lo esencial.
Introduciéndose en el tratamiento cournotiano del problema de la cientificidad de la historia, Tarde discutirá su distinción entre los hechos que requieren de explicación histórica y aquellos que no la precisan por estar dadas sus condiciones “por la naturaleza permanente de las cosas”,46 suerte de “curvas” cuya inclinación constriñe a todo accidente a desembocar en ciertas confluencias. Aquí el gran acierto de Cournot de definir la historia como mezcla de elementos tanto racionales como accidentales no lo exime, a ojos de Tarde, de dos grandes errores: no reconocer que el “accidente” corresponde a la dimensión psicológico-subjetiva de la finalidad (porque solo en relación con los deseos o esperanzas de un sujeto puede juzgarse lo accidental o no de un hecho) y, principalmente, su opción por la continuidad sobre la discontinuidad. Para Tarde la ciencia requiere disolver toda representación “ontológica”, partiendo de una perspectiva subjetiva que dé cuenta de la discontinuidad de lo real. Al revés del proverbio leibniziano, para Tarde, la naturaleza sí da saltos,47 y es solo debido a la “inclinación ontológica del lenguaje” que tendemos a agrupar lo diverso diferenciado en “nociones homogéneas”, y así “sustituir a la discontinuidad real por una continuidad ficticia”.48
La noción de cambio y la idea de continuidad temporal son entonces el resultado del proceso del que surge toda nuestra vida mental. Esta resolución introspectiva biraniana del esquema cournotiano se resolverá en la equivalencia que postula entre las dimensiones espacial y temporal con su par predilecto, el conformado por Creencia y Deseo. Al igual que en La oposición… el tiempo es definido como “deseo universal sin término ni objeto preciso”, “voluntad pura, sin objeto pero susceptible de todos los objetos, el optativo categórico”.49 La Historia se entiende, nuevamente, como la serie entrelazada de problemas suscitados por la contradicción entre creencias y deseos inter-individuales, resueltos por adaptaciones unilaterales o recíprocas de ideas y deseos gracias a la acción imitativa. En esta secuencia lógica accidente y razón están ligados, pero si en el modelo cournotiano el primero era simple medio para la segunda, en Tarde el azar ocupa un papel central, porque el estado social (resultado objetivo del desarrollo histórico) difiere de acuerdo al accidente histórico.
Por eso el triunfo de la Razón sobre el Azar solo puede concebirse en el sentido “subjetivo” descuidado por Cournot: la historia es, efectivamente, un trabajo de “lógica social”, pero esta no es más que “la lógica individual vista desde cierto aspecto”. Su cientificidad no está en su carácter “objetivo”, sino precisamente en el subjetivo. Solo allí se encuentran sus regularidades, subyacentes al funcionamiento social de cualquier acontecimiento histórico, porque en todos ellos las leyes inter-psicológicas que rigen la dinámica del choque entre creencias y deseos son las mismas:
[…] la historia se ofrece a la mirada del observador como una serie de partidas de ajedrez que se repiten siempre, y que nunca se asemejan […] en realidad […] a pesar de esta inagotable variedad de combinaciones […] las reglas del juego de ajedrez, presentes en el espíritu de cada jugador, siguen siendo las mismas y se aplican de manera idéntica a cada partida […] ocurre lo mismo en la historia. A pesar de la infinita diversidad de acontecimientos históricos, el funcionamiento en todos los casos está sometido a las mismas leyes inter-psicológicas que son al libre devenir de las fases históricas lo que las reglas del juego son a las partidas de ajedrez.50
2. Rasgos principales del tiempo tardeano
El camino recorrido permite apreciar la importancia otorgada por Tarde a lo largo de su obra al tema de la naturaleza del tiempo, inseparable de su propia forma de comprender la reflexión sociológica. Podríamos postular, a partir del mismo, una serie de elementos que condensan sus rasgos más característicos.
Una realidad micro-acontecimental
El lugar central del “accidente” en el esquema interpretativo de Tarde debe haber quedado suficientemente demostrado en las páginas precedentes. Desde su negativa a reconocer una mayor relevancia a las “duraciones” por sobre los “encuentros” (tanto en el plano de su carácter de “realidad” como en su capacidad explicativa) hasta la importancia otorgada al “azar” en el encadenamiento de los hechos históricos, pasando por el lugar del “descubrimiento” o “invención” en el despliegue de los fenómenos colectivos, el modelo tardeano es resueltamente “accidentalista”. Pero detrás de cada accidente, de cada irrupción imprevista del azar, se encuentran operando los principios explicativos que habilitan su cognoscibilidad, los cuales también son acontecimentales. Los grandes hitos que pautan el despliegue de la historia a lo largo del tiempo, ese tapiz irregular y enrevesado sin orden ni razón aparente, se resuelven en Tarde en verdaderos micro-acontecimientos a nivel intrapsicológico, resultantes de la aparición del germen de una idea en el interior del cerebro de un individuo que deberá “luchar” para poder imponerse y así desplegarse.51
Un presente en perpetua dilatación
El carácter siempre móvil y pulsante de lo real se corresponde en Tarde con su modo de concebir lo existente desde su faz reproductiva e irradiante; es también solidario con su crítica a la predilección estadística por los “amesetamientos” circunstanciales de las corrientes de propagación de invenciones, así como con su propuesta de comprender el desarrollo histórico haciendo abstracción de la sucesión cronológica y concentrándose en la mera repetición amplificada de operaciones elementales. No es de extrañar que al rechazo a la primacía explicativa del pasado lo acompañe, además de una jerarquización del papel del futuro, el señalamiento de la simultaneidad como aspecto tan “esencial” de la idea de tiempo como la de sucesión. Lo social resulta de la acción continua y simultánea de su institución como tal por parte de sus miembros, no de la coerción de sus formas pretéritas sobre los actos de los hombres del presente: es en este sentido más acto instituyente que “totalidad instituida”.52 Por todo ello, el factor explicativo de lo real aparece colocado en la amplificación del presente por su autogeneración, antes que en la preexistencia de un pasado que lo determinaría causalmente.
Un tiempo plano, homogéneo, “sustantivo”
La unicidad del tiempo remite tanto al hecho de ser resultado de la propagación y ampliación dilatada en la esfera colectiva de un tiempo que tiene su origen en el individuo como a que el presente es en Tarde mera continuación amplificada del pasado, resultado de la reverberación de las ondas que se produjeron y se siguen produciendo desde distintos focos. Los tiempos pretéritos carecen de toda realidad en la medida en que no sean recreados en el presente; así, el tiempo no parece presentar “pliegue” o espesor alguno que permita distinguir en él secciones especiales con rasgos propios. Carente de multiplicidad o segmentación que le otorgue algún grado de complejidad interna, es “unitariamente” idéntico a sí mismo, la dilatación de un único y mismo devenir; el tiempo tardeano es en este sentido antes “sustantivo” que “estructural”.53
Discontinuidad y fragmentación
Tal fertilidad de lo real para engendrarse constante y reiteradamente a sí mismo remite a otro elemento crucial de la metafísica tardeana: la Diferenciación como principio motor universal, aspecto “sustancial” de lo real, sinónimo mismo de la existencia (“existir es diferir”),54 reverso de la impugnada “filosofía de la identidad”. Invirtiendo el axioma leibniziano, para Tarde “la naturaleza da saltos”, pequeños e infinitesimales; por eso antes que el natura non facit saltus de Leibniz opta por el mundum regunt numeri que muestra la preponderancia de la discontinuidad.55 Esta “variación universal” es tan inagotable como caótica: la aparición de la novedad que irrumpe a partir del cruce de corrientes imitativas que se oponen o se adaptan recíprocamente es por definición imprevisible, ya que el choque del que surge cada invención es siempre accidental. Tal inestabilidad profunda equivale, desde el punto de vista temporal, a la radical discontinuidad del tiempo detrás de su engañosa apariencia de continuidad; un tiempo entonces discontinuo, sucesión de micro-acontecimientos que pautan su despliegue cronológico de salto en salto, de novedad en novedad.
Del tiempo individual a una formalidad atemporal
En Tarde la existencia del tiempo -producto, como toda categoría, del esfuerzo del sujeto- se apoya en la repetitividad del principio de acción individual, el de su propagación. Tal constancia del movimiento supone su atemporalidad: la serie de partidas de ajedrez cuyas reglas “se aplican de manera idéntica” o las caprichosas corrientes de los ríos, sometidas todas a las “leyes de la hidrostática”,56 así lo evidencian. Para Tarde es el aspecto lógico-formal del funcionamiento colectivo (su “lógica”) el que permite atravesar el aspecto “confuso” y “caótico” de los hechos históricos. Descender de la perspectiva “a vuelo de pájaro” con la que se ha querido entender evolutivamente la historia para adoptar el punto de vista de sus actores equivale así a optar por la intemporalidad abstracta de los mecanismos subyacentes a su accionar, la “lógica” que preside sobre su despliegue histórico-temporal.57 La dilatación del actuar individual que resulta en los fenómenos sociales implica así un deslizamiento explicativo desde la temporalidad del sujeto hacia una atemporalidad formal inter-subjetiva.
3. La sociología tardeana y los historiadores
Si tales son los rasgos propios de la temporalidad que informan el esquema sociológico de Tarde, corresponde la pregunta acerca de su relación con la historia, no ya entendida como el encadenamiento de los actos humanos en el tiempo sino en el más específico de la actividad realizada por los historiadores de su tiempo. La relevancia de esta pregunta para el tema desarrollado en este trabajo se entenderá mejor en función de la profunda redefinición atravesada por la actividad historiadora en Francia, a partir de razones institucionales, académicas, políticas y epistemológicas, y el lugar que le cupo en ella al objeto “tiempo”. Como veremos, en tal proceso de transformaciones un lugar central le corresponde a una serie de disciplinas ajenas -y competidoras- con la histórica, que no tardarán en entablar con ella un diálogo no exento de tensiones y conflictos, y entre las cuales la más importante será la sociología.
La profunda renovación sufrida por la actividad de los historiadores en el período en el que se inscribe la producción de Tarde supuso una “profesionalización” de la disciplina que implicó un movimiento doble: si por un lado le permitió inscribirse en el terreno crecientemente robusto de las instituciones oficiales del conocimiento, particularmente en espacios académicos como los conformados por universidades, academias e institutos -frutos muchos de ellos de las iniciativas reformistas en materia educativa iniciadas en el II Imperio y continuadas por la III República-58 por otro lado tal reconocimiento supuso un reemplazo de su anterior función “política” por el de la propiamente cognoscitiva. Lejos de utilizar al pasado como fundamentación de las intervenciones sobre su presente, el historiador se verá a sí mismo como sabio, conocedor o experto, con la pretensión de poder construir un conocimiento fundado, objetivo, verdadero, en una palabra: “científico”.
Entre las operaciones de redefinición de su actividad que supuso este tipo de desplazamiento -un método propio, una nueva serie de temas, un estilo de escritura- un lugar de relevancia le corresponde a la forma de entender aquello que para muchos consistía el obstáculo principal que impedía a la historia sostener una operación cognoscitiva sobre bases estables: la naturaleza temporal de sus materiales, esto es, su fugacidad, irrepetibilidad e imprevisibilidad, que los hacían más objeto de la narración literaria que de un posible estudio científico.59 Tal operación supuso destacar los rasgos propios que corresponden a la temporalidad propia de los objetos sobre los que debe fijar su atención el historiador: fijeza, perdurabilidad, regularidad, generalidad, pasaban a ser atributos de una temporalidad que quedaba al mismo tiempo expurgada de aquellos elementos que más conspiraban contra tal objetivo, siendo el acontecimiento, cuya singularidad y excepcionalidad solo lo hacía apto para la crónica y no para el conocimiento, el que condensaba aquello que debía eliminarse.60
La distinción entre el tiempo fugaz, inestable y accidental del acontecimiento y el más denso, sólido y estabilizado de los “procesos”, la posibilidad de reconocer una dimensión de la temporalidad que abarcase las transformaciones que contenía en su seno y que se desplegaba con un ritmo propio que se daba a sí misma, el reconocimiento de la existencia de una multiplicidad de capas o estratos temporales de densidad desigual -que permiten que el pasado sobreviva en el presente-,61 cuyo eventual descalce es fruto de sus velocidades disímiles, son algunas de las principales características de este recorrido. Que tal decantación no era homogéneamente compartida por los miembros de la comunidad de historiadores lo prueba la diversidad e intensidad de los debates que la cruzaron hacia los años de cambio de siglo,62 en los que la discusión acerca de la naturaleza del conocimiento histórico iba de la mano de una revalorización de la historia événementielle.63
En ellos, un papel central le corresponderá a la irrupción de la sociología, disciplina que muy tempranamente impugnará las limitaciones de la historia en sus posibilidades de “cientificidad”;64 no es el azar lo que ha permitido que en el ejemplo más conocido de esas polémicas, la postura de la impugnación de François Simiand a los tres “ídolos” que debían derrumbar la “tribu de los historiadores” (representada en el debate por Charles Seignobos) se hiciera bajo el signo de la sociología durkheimiana;65 como tampoco es casual que los desarrollos del grupo nucleado en su Année sociologique hayan sido percibidos rápidamente como “amenaza” por parte de ciertos historiadores.66 Pero así como el espacio de los historiadores se encontraba cruzado por debates que oponían concepciones metodológicas y epistemológicas tan contrapuestas como las mencionadas, del mismo modo tampoco el universo de la sociología se encontraba desprovisto de tensiones similares (o aun mayores, dado el estado aun más incipiente de cristalización de su “campo”),67 las que se traducirán asimismo en sonados enfrentamientos públicos entre algunos de sus representantes, de los que Tarde fue uno de sus protagonistas más conspicuos.
Es en esta intersección de ambos tipos de discusiones -las que oponen a los historiadores y las que tienen lugar en el seno de la sociología- donde debemos inscribir la cuestión de las relaciones entre la sociología tardeana y la “cuestión del tiempo”. Para Tarde la regularidad en las acciones humanas se encuentra en la reiteración de las operaciones elementales que estructuran las relaciones que vinculan a los individuos, de cuya repetición y ampliación propagativa depende la existencia misma del conjunto. Su análisis se detiene en los elementos básicos de tales operaciones: la imitación y la invención, la oposición y la adaptación, verdaderas “leyes” sociales que en cuanto tales tienen una validez atemporal. De ahí que el énfasis tardeano en la temporalidad constitutiva del lazo social no supone una atención equivalente a su historicidad, sino más bien a su perpetua fluidez y movilidad. Su noción de tiempo se nos presenta como sustantiva, carente de divisiones internas, más abierta a la imprevisibilidad de una colección de acontecimientos que a la continuidad ordenada de los procesos, desprovista de toda trascendencia que subsuma los hechos de sus protagonistas, en suma, carente de poder explicativo para dar cuenta de ellos.
Es por esto que creemos poder afirmar que la sociología tardeana se asienta en una idea de temporalidad más alejada de las renovaciones producidas en el seno de la comunidad de historiadores; para ilustrar esta distancia, nada mejor que contrastarla con la obra de su principal adversario, Émile Durkheim.68 Aunque cierta “recuperación” de Tarde ha afirmado mayor sensibilidad hacia la historia (frente a la “ahistoricidad” que caracterizaría a la de su archirrival),69 nuestra opinión es que los rasgos más salientes de la temporalidad de su modelo sociológico la alejan de la propia del conocimiento histórico, al menos de acuerdo a las torsiones que se estaban produciendo hacia esos años en el seno de esta disciplina. Mientras la sociología durkheimiana se apoyaba en una forma de entender la temporalidad que la hacía afín a las operaciones que tenían lugar en la referida redefinición de los estudios históricos, la tardeana supone por el contrario una concepción más afín al modo tradicional de entender al conocimiento histórico.70
Tal contraposición no dejó de ser reconocida por los propios protagonistas del célebre entredicho: si bien de un modo menos evidente que otros componentes de la polémica -el modo de comprender las relaciones entre los polos “sociedad” e “individuo”, la relación entre el conocimiento sociológico y el psicológico, la cientificidad de la sociología- el del tiempo y la historia forma uno de los ejes que articula el enfrentamiento entre Durkheim y Tarde, y alimenta la mayor parte de las intervenciones, los ataques y las defensas recíprocas de ambos contendientes.71 Dos ejemplos nos permitirán apreciar el alcance de este centralidad.
El primero corresponde al que podría considerarse con justicia como el episodio inaugural de la larga polémica que enfrentará a ambos autores: la publicación de la tesis doctoral de Durkheim, La división del trabajo social, texto que merecería una recensión elogiosa pero aun así severa del criminalista devenido recientemente sociólogo de renombre. En su obra Durkheim había señalado lateralmente una crítica al “método de comparación” seguido por Tarde en Las leyes de la imitación, por desconocer las especificidades inherentes al desarrollo de las sociedades, que conformarían “tipos” irreductibles según una secuencia evolutiva; esto habría llevado al magistrado de Sarlat a confundir “el fin de una sociedad” con “el comienzo de la que la sucede”, llegando así a la conclusión errada de considerar el debilitamiento del tradicionalismo como “una fase transitoria”, desconociendo que tal debilitamiento “depende de las condiciones mismas que dominan el desarrollo histórico”.72 Recíprocamente, la crítica de Tarde no dejará de señalar su objeción al modo en que el autor de La división… concibe la historia:
Al leerlo parecería que el río del progreso corriera sobre un lecho de musgo […] que la humanidad […] pasara tranquilamente en el curso de las épocas de un estado de paz uniforme […] a un estado de paz multiforme y aún más profundo […]. [Durkheim] juzga la historia como neptuniano y no como vulcaniano, ve en ella siempre las formaciones sedimentarias, y no los levantamientos ígneos. No le otorga su lugar a lo accidental y a lo irracional […] ni tampoco a los accidentes de genio […].73
El segundo ejemplo se encuentra en la obra donde más metódicamente Durkheim busca desacreditar el principio básico en el que se asienta la sociología tardeana: el papel de la imitación en el funcionamiento de la vida colectiva. Luego de haber marcado las limitaciones explicativas de la imitación para dar cuenta del fenómeno del suicidio, señalando su imposibilidad de dar cuenta de las “regularidades” que revelan las estadísticas, Durkheim vuelve a la carga hacia el final de la obra con un argumento convergente:
Los individuos que componen una sociedad cambian de un año a otro. Sin embargo, el número de suicidas es el mismo, en tanto que la sociedad misma no cambia […] La población de hoy no ha aprendido de la de ayer cuál es el monto del impuesto que debe pagar al suicidio; sin embargo, lo satisfará exactamente si las circunstancias no cambian.74
Si el modelo de Tarde no puede explicar las regularidades en las cifras de suicidios es por su negativa a aceptar la existencia de estas “condiciones” de funcionamiento de la vida colectiva, las cuales trascienden a los sujetos individuales que la conforman, transitoriamente, y tienden a perdurar en la medida en que no cambien sus “circunstancias”, término aquí equivalente a lo que en otras obras llamará sus “condiciones de existencia”. Esta objeción durkheimiana equivale a sustituir un modelo de copresencia como el imitativo por uno en el cual la acción del pasado se ejerce dentro del presente, de modo coherente al que utiliza el autor en obras como Las reglas del método sociológico, donde el carácter coercitivo de los “hechos sociales” correspondía en buena medida a su anterioridad sobre la existencia de los individuos, quienes al nacer se los encuentran “ya hechos”.75
A diferencia de lo que podría encontrase en la sociología de Durkheim, en Tarde la historia no posee el estatuto privilegiado que le otorgarán tantos de sus contemporáneos por el cual la remisión a su dinámica propia explicaba las transformaciones en las que ella misma se manifestaba.76 La insistencia tardeana en contrapesar el peso otorgado al conocimiento del pasado a la hora de comprender el presente es evidencia de la ahistoricidad que tiñe su forma de aprehender la temporalidad. El teleologismo del que hace gala, la importancia que otorga a la tendencia hacia el “acuerdo universal”, el intento de equilibrio entre finalismo y causalismo que busca a través de la noción de “simultaneidad”, así como su empleo para debilitar la primacía de la sucesión cronológica, son convergentes con tal depreciación de las capacidades heurísticas de la historia. Si Tarde acepta la existencia de un “orden histórico”, no encuentra su clave en la sucesión de lo anterior a lo siguiente, donde impera la concatenación imprevista y azarosa, sino en la acumulación de sus resultados.77 Su rechazo a una explicación basada en la dinámica propia de los fenómenos sociales responde a ver en ella una lógica que imprime una dirección inescapable a los actos de los individuos, sus verdaderos creadores. Las metáforas que emplea para referirse al curso de la historia (red tortuosa de caminos, ramas de un río con innumerables afluentes) ilustran su opción radicalmente antideterminista. A diferencia de Durkheim, su negativa a aceptar un tiempo propio de “lo social”, solidaria con su impugnación a la independencia de la sociedad de sus partes componentes, no le permite otorgarle entidad de tiempo propiamente histórico, al menos en el sentido en que los historiadores pasaron a concebir dicha categoría a partir de comienzos del siglo XX.
Resulta significativo que hacia 1897 Tarde ubicara su modelo sociológico mucho más cerca de los historiadores que el de su rival, apelando veladamente al recelo de aquellos por su “imperialismo sociológico”.78 Cuando hacia los años ’20 una nueva generación de historiadores franceses busque filiar la empresa de Annales en sus predecesores, la referencia escogida será el Simiand que debatió con Seignobos, colocándose así implícitamente en la estela de Durkheim antes que en la de Tarde.79 No parece casual que la actual recuperación del magistrado de Sarlat arriba mencionada no haya incluido, además de sociólogos, filósofos, psicólogos y economistas, a los historiadores.80 Quizá las características de la temporalidad tardeana aquí reseñadas expliquen esta omisión.