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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.24 no.2 Bernal nov. 2020

 

Dossier

Izquierdas y derechas.Una introducción

Ana Clarisa Agüero1 

Ernesto Bohoslavsky2 

1 Universidad Nacional de Córdoba / CONICET

2 Universidad Nacional de General Sarmiento / CONICET

En tanto categorías de aprehensión y comprensión del mundo, y en particular de la política, izquierda y derecha comparten las complejidades de otras: tienen una cierta historia, datable y cartografiable, han sido y son objeto de cambiantes usos analíticos e identitarios. Más que otras, suelen ser materia de disputas periódicas en torno a qué podría caracterizarse estrictamente como de izquierda y de derecha y cuánto esa distinción describe y organiza el combate político. Pese a las objeciones, esta peculiaridad parece ser en sí misma un índice del suceso del par como tal, inseparable de su matriz espacial, de su capacidad de evocar una unidad (ambas ancladas en el cuerpo), de su potencia relativa y cardinal, de su propio sintetismo (muy relevante en momentos de polarización).1 La vasta incumbencia geográfica del asunto deriva a su vez de un hecho de circulación constatable, al que esos elementos no parecen ajenos: politizada por una clasificación que ató unas ubicaciones contingentes a unas posiciones, la díada cristalizada en Francia se proyectó al mundo bajo ritmos y formas diversos, enlazando apelaciones relativas y sustantivaciones, ampliando o restringiendo su área social, colocándose en el centro o sumergiéndose sin desaparecer del todo.

El proceso a las categorías suele partir de los temblores de la política misma, y son especialmente fértiles aquellas coyunturas que amenazan variar su equilibrio estructural o su relación con otras dimensiones de la vida social -la economía especialmente, respecto de cuya domesticación se organizaron y desintegraron las esperanzas de autonomía de la política-. Dominado por el presente, no extraña entonces que objeciones más o menos interesadas al uso y sentido del par izquierda/derecha convivan con invocaciones más o menos pragmáticas, denodadas búsquedas de orientación o genuinos intentos de recuperar algún programa dentro de la confusión contemporánea. En todo caso, esa arena que mezcla la voz de militantes, políticos y publicistas de diversa inspiración se prolonga en los intentos desigualmente exitosos de politólogos, sociólogos o historiadores que, merced a la señalada continuidad de lenguajes y problemas comunes y disciplinares, intentan arrojar alguna luz respecto de la génesis y la validez de la dupla.

Si la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética parecieron abrir un capítulo central en la reconsideración de izquierdas y derechas, retrospectivamente este se advierte mejor como el remate de un proceso mediano, ritmado por la avanzada del capital financiero sobre los estados, de cuyo impacto dan testimonio innumerables debates y publicaciones desde los tempranos ochenta.2 Entre laboriosas autocríticas y prematuros entierros de una distinción que había llegado a identificarse con la política, a esa coyuntura que los años noventa prolongan en abierta crisis debemos insumos centrales para pensar los términos y su vínculo histórico y contemporáneo: la alerta sobre su tenor espacial y su proyección temporal, sobre sus dimensiones relativa y sustantiva, analítica e identitaria, sobre los usos y los contenidos descriptivos, valorativos/emotivos y prescriptivos, entre otros.3

Entre aquellos textos que hicieron del par su tema, lo que más interesa aquí, la cuestión puede ilustrarse atendiendo apenas dos de cierta gravitación entre nosotros: por un lado, “La droite et la gauche”, uno de los capítulos con los que Marcel Gauchet (1993) participó de Les lieux de mémoire, la monumental obra animada por Pierre Nora; por otro lado, Destra e sinistra, el libro que Norberto Bobbio publicó en 1994 y figuró un buen tiempo entre los best sellers italianos.4 Siendo dos textos poco comunicados entre sí y muy marcados por las disciplinas de origen, ambos llevan de maneras más bien nacionales la impronta de ese cuadro internacional que estaba entre sus contextos. En lo que hace a Gauchet, este buscaba historizar la constitución de una díada que resaltaba, precisamente, por su vigencia; una arista de la memoria de la democracia en Francia, que invitaba a escrutar en su capacidad de devenir universal. Bobbio, por su parte, intervenía abiertamente en defensa de la vigencia de un par vulnerado, en primer término, en el intenso debate italiano, y esto atento a sus usos efectivos y confiado en una capacidad analítica que intentaba precisar merced a ciertos criterios sustantivos mínimos: la igualdad (social) frente a la desigualdad, la libertad frente a la autoridad.5

Más orientado a la historia y a los sentidos epocales el primero, a la política contemporánea y a los usos analíticos el segundo, ambos tendían un vínculo diverso con el pasado, en el que buscaban respectivamente la configuración y la vida ideológico-política de unas categorías de porfiada vigencia o ciertas estaciones de su redefinición, a partir de las cuales decantar un umbral clasificatorio mínimo y perdurable. Y aunque era diverso el énfasis con que se remontaban al origen de la vida política de las nociones, dominadas por su tenor espacial en el Parlamento inglés o en la Asamblea francesa, es indiscutible que ambos autores prestaban especial atención a aquellos momentos en que, en un área social discreta o crecientemente ampliada, “izquierda” y “derecha” comenzaban a adherirse sucesivamente a posiciones en torno a problemas, variados programas o acusadas identidades.6 La inestabilidad del recorrido es clara en el espacio francés, donde las nociones periódicamente se colocan en el centro o se sumergen en beneficio de otras más específicas, no obstante perviviendo y renovando su sentido. Pero muchas cosas indican que esa inestabilidad no es patrimonio de ese país, y este punto es, junto al subrayado de los momentos de sustantivación (que vinculan los términos a algo en particular, excediendo la evocación espacial), uno que interesa en especial.7 Y esto, en parte, porque es en esos momentos signados por la discontinuidad cuando quizás pueda advertirse con mayor claridad el enlace entre categorías, ideas, formaciones e identidades políticas que marca una cierta época.

En la historia. Usos argentinos

Como en otros lugares, la díada izquierda/derecha tuvo en la Argentina sus derivas y sus apropiaciones particulares y, pese a su aparente intermitencia, ha sido central en la constitución del imaginario político del siglo XX, aun entre aquellos actores que han insistido en su inutilidad o vetustez. Con esto no postulamos su superioridad analítica ni discutimos su coexistencia, a veces compleja y subordinada, con otras clasificaciones periódicamente más capaces de organizar la escena política. Solo subrayamos que esa persistencia tensa el vínculo entre las categorías epocales y las del historiador, cuestión atendida por los trabajos reunidos en este dossier. A los fines de esta introducción, repasaremos sumariamente cuatro momentos en los que la díada, constatable, parece vincularse a unos sentidos mínimos o redefinir su alcance: los años finales de la década del diez, el período que va desde las vísperas de la reelección de Yrigoyen a mediados de los años treinta, el inicio de la experiencia peronista y los años setenta.

Según sugiere Altamirano en el artículo incluido en el dossier, del que tomamos algunos de nuestros ejemplos, en la Argentina la presencia de los términos izquierda-derecha remonta al menos a comienzos de la década de 1910, acaso alentada por la diversificación parlamentaria favorecida por la reforma electoral. Ya en 1918, José Ingenieros aplicaba las nociones a su lectura de las “soluciones políticas” planteadas en Buenos Aires frente a la vacancia regia, asociándolas a sectores rastreables desde 1806:8 separatismo español (“extrema derecha”, Álzaga); autonomismo español abierto a otras soluciones (“centro derecha”); autonomismo criollo (“centro izquierda”); revolución criolla (“extrema izquierda”, Moreno). Si la transposición de su visión estilizada de la Revolución Francesa es bastante directa -son el partido de la democracia frente al absolutista, con sus vías moderadas y jacobinas-, ofreciendo una tardía sincronización atlántica a la díada, la adjudicación democrática a la izquierda se mueve entre el pasado y el presente. En 1920, anota Altamirano, Juan B. Justo acepta la validez del par para entender al arco político argentino pero no así para discernir las líneas internas a su partido, que consideraba situado in toto a la izquierda. En estas apariciones, tardías respecto de su remoto modelo francés pero no de su reactivación más reciente en la Tercera República, el uso oscila entre la orientación relativa (a la derecha o izquierda de) y una adjudicación sustantiva mínima; la reacción de Justo subraya que no estamos apenas ante nociones espaciales vacías. Allí, entonces, en el juego entre diversificación del sistema político argentino, Revolución Rusa y surgimiento del socialismo internacional, parecen estar definiéndose unos significados para el par, atentos a las fuerzas políticas reales. Ese juego intensivo en ámbitos recoletos es seguido lentamente por la prensa, que en general ciñe sus menciones a las designaciones partidarias o abunda en alusiones al “maximalismo” y el “bolchevismo” para referir a unas fuerzas nuevas que no ceden fácilmente al modelo parlamentario. De manera especular, para el comunismo argentino de los años veinte y primeros treinta la división más certera y trascendental de la vida política era la que separaba a los revolucionarios de los contrarrevolucionarios, reaccionarios o moderados (entre los que pasaron a estar los hasta entonces “izquierdistas” del Partido Socialista). En su lectura, ambas eran fuerzas burguesas, ajenas al desarrollo de cualquier vía revolucionaria; y esta, por lo demás, se jugaba fuera de las clasificaciones legadas por el esquema parlamentario.

Segundo momento. La noción de derechas registra un uso identitario temprano, aunque fugaz, en la “Confederación de las derechas” surgida en Córdoba en 1927/1928, en parte prolongada luego en la Concordancia. Posterior a la Unión de las Derechas francesa, de 1885, dominada por el criterio espacial, precede a uno de los casos paradigmáticos de apropiación autorreferencial: la Confederación Española de las Derechas Autónomas, creada durante la Segunda República, en 1933. La “Confederación” argentina, cuyo antiyrigoyenismo combina antiplebeyismo y rechazo a lo que señala como distorsiones de la democracia, sobreentiende un rival de izquierdas que tampoco es monolítico y no siempre aceptaría de buen grado la caracterización. Con todo, Altamirano muestra que una parte del radicalismo sí lo hace e incluso disputará luego, merced a unos contenidos igualitarios mínimos, esa ubicación en el Parlamento. Un testimonio en la misma dirección viene del otro lado, ya luego del golpe de Estado: el llamado de un sector del reformismo universitario a crear una “Concordancia de izquierdas” para enfrentar la contienda electoral de 1931, llamado dirigido al yrigoyenismo, al Partido Demócrata Progresista y al Partido Socialista, e in extremis al socialismo independiente.9 Como se sabe, esta unión con comando universitario no logra concretarse, pero algo de ella pervive en la Alianza Civil. En todo caso, si el énfasis identitario de esa pieza dirigida a los “hombres de izquierda” pudo ser excesivo para parte de los convidados, tanto él como su sentido analítico se entienden mejor a la luz del antecedente derechista. Como se advierte que lo que tensa la autodefinición es el motivo democrático, sea en el orden social que los conjurados de 1928 veían amenazado, sea en el constitucional que estos reformistas de 1931 consideran violentamente interrumpido. Sin duda, ese motivo democrático tenía diversas declinaciones en el interior de esos bloques, secundarizadas por la polarización general. Solo por considerar el “de izquierdas”, podía acentuarse la ampliación de derechos políticos (o su interrupción, que empujaba a primer plano la razón antiautoritaria), sociales (punto de acuerdo amplio pero matizado) o el ideal civilizatorio (la democracia entendida como forma de vida socialmente “avanzada”). En todo caso, la inestabilidad de los términos izquierda/derecha convive en esos años con tentativas de definición mínima, relacionales, ligadas a concretas formaciones y coyunturas políticas. Merced a ello, el golpe de 1930 fue rápidamente absorbido en la díada.10

Hasta entonces ajeno a ese esquema, el Partido Comunista Argentino cederá poco después al par izquierda/derecha, tanto por la política de Frentes Populares lanzada a escala global por la Internacional Comunista en 1934 cuanto por necesidades propias. Este será así rehabilitado y adoptado, en un esfuerzo por superponerlo a la distinción entre unas fuerzas autodesignadas “democráticas” y otras a las que describían e impugnaban como “fascistas” -aunque no se llamaran así-, entre las que se contaban la novedosa prensa “nacionalista”, el gobernador bonaerense Manuel Fresco y muchos conservadores.11 En esos años, el PC procuró a la vez hegemonizar el término izquierdas, estabilizando un significado que asociaba “democracia”, como hasta entonces, a “antifascismo”. Una figura como Aníbal Ponce expresaba, precisamente, la convicción de que el PC debía actuar más como un relevo histórico que como un antagonista de la élite liberal y positivista de fines del siglo XIX,12 en tanto mejor -no único- representante de una tradición laica, republicana, progresista y democrática. Conviene recordar también que entre las frustraciones frentistas estuvieron las que contemplaban la integración del radicalismo.

El surgimiento del peronismo modificó y condicionó de manera indiscutible la dinámica de las categorías y las clasificaciones políticas. El reclamo de una tercera vía, menos definida por un centro incluido que por una voluntad superadora -incluyente en el sentido de Bobbio- no solo caló en las categorías de la política contemporánea sino que también comprometió aquellas con las que se la pensaría en el futuro. Las primeras definiciones doctrinarias del peronismo -y este es un dato central, pero no exclusivo de él- rechazaron la división entre derechas e izquierdas, postulando que no era válida para la Argentina por cuanto el conflicto político fundamental era el que enfrentaba al “pueblo” -al que decía representar de manera excluyente- y las fuerzas antipopulares o imperialistas. Con todo, Altamirano rescata un atractivo episodio parlamentario que va en sentido inverso a esta detracción, cuando la llegada de los diputados peronistas al Congreso, en junio de 1946; una disputa en torno a quiénes les cabía ocupar los escaños de la izquierda, donde estos se habían ubicado y de donde los radicales no querían dejarse desalojar. Por fugaz que haya sido, la inquina sugiere la persistencia de la asociación positiva de “izquierda” y “democracia”, y también la exasperación de una declinación social que nunca había estado del todo ausente.13

La irrupción del peronismo en 1945 había reunido temporalmente en la Unión Democrática a sus detractores, provenientes tanto de la derecha como de la izquierda. La prenda de unión fue también allí la “democracia”, especialmente asociada al antiautoritarismo labrado en el momento anterior, pues no podía producirse mayor síntesis entre fuerzas que incluían al radicalismo, el socialismo, la democracia progresista, el Partido Comunista y sus sindicatos allegados, con el apoyo de corporaciones empresariales y de La Prensa. Desde luego, esa “democracia” debió flexibilizar su significado respecto de la alentada por la identidad antifascista en la década de 1930, para incorporar a veces de manera silenciosa a los conservadores anteriormente impugnados.

La experiencia de los gobiernos peronistas no eliminó los posteriores usos identitarios de la noción de izquierdas -rastreables en las denominaciones de fuerzas políticas y en la literatura política de cuño militante o periodístico-, ni las adjudicaciones que suelen ser la norma en la definición de las derechas. A la díada se le sobreimprimió por décadas la que separaba a los peronistas de los antiperonistas, motivo por el cual, más que adivinarse una polarización, pueden identificarse sus varias combinaciones. Hay autores que identifican en los años setenta una derecha peronista (autodenominada “ortodoxa” o “leal) y otra antiperonista: entre ambas no hubo relaciones de colaboración sino hasta 1974, momento en el que líderes de ambas fracciones entendían que la grieta que los separaba bien podía ser olvidada en aras de enfrentar a un enemigo compartido y potenciado.14 Su confluencia, no exenta de roces y siempre inestable, apuntaló el complejo represivo “antisubversivo” dirigido a una “izquierda” también dividida entre peronistas y marxistas de cuño no, o anti, peronista.

Las organizaciones de izquierda reconocían en su interior otras particiones, comenzando por la que distanciaba a las “tradicionales” o “viejas” (el PS, sus derivados y el PCA) de las autorrepresentadas como “nuevas”. En parte esa impugnación reeditaba aquella que en los años veinte y primeros treinta el PCA había hecho al PS, por renunciar al horizonte revolucionario. Para la “nueva izquierda”, el enemigo no era la bancada conservadora en el Parlamento. Una organización como el PRT-ERP (tan atenta al “oportunismo de derecha e izquierda” como a las astucias de la democracia) se afirmaba en su proyecto político y su enfrentamiento no contra las derechas sino contra la clase dominante, el imperialismo y las fuerzas de seguridad y defensa, entendidas como sus custodios.15 Si ese conjunto solía representarse como “fascista”, su asociación a una derecha extrema era más habitualmente sobreentendida, como lo era su propia pertenencia a la izquierda (producto de la señalada extensión extraparlamentaria del término que cabría rastrear puntualmente desde los años treinta, siempre en relación con el motivo revolucionario).

Los ejemplos ofrecidos en esta sección bastan para llamar la atención sobre la sinuosa persistencia del par y la inestabilidad de los usos epocales de los términos, siempre en conexión con unas coyunturas y fuerzas políticas efectivas. Las nociones pasan a primer plano o se sumergen sin desaparecer; conviven o compiten con otras (“conservadores”, “radicales”, “socialistas”, “peronistas”, “antiperonistas”, “marxistas”); afectan áreas sociales muy variadas (el sistema político, la prensa, organizaciones, tradiciones) y devuelven imágenes diferentes de la composición y el equilibrio del espacio político (unas que saturan el ámbito de la democracia liberal, otras que incluyen las fuerzas extraparlamentarias). Pero no todo es variación, si se consideran en el tiempo algunos de los alineamientos contingentes mencionados, sus etiquetas y puntos de acuerdo consistentes o forzados.

Conviven en esas designaciones epocales usos analíticos e identitarios, que a veces se enlazan mediante alguna asociación sustantiva. Aunque las identificaciones de izquierda sean más frecuentes que las de derecha (en general adjudicadas por el adversario o el estudioso), y estas -Gauchet dixit- mengüen en tanto ascienden los usos identitarios frente a los espaciales, hemos señalado algunos casos que parecen ir en sentido inverso y merecen ser seguidos.16 La ausencia de esas identificaciones, por lo demás, o su desplazamiento por el centro, no suele eliminar la identificación analítica del adversario con el otro campo, sujeto a una valoración negativa, algo que podría funcionar también para ciertas fuerzas extraparlamentarias.

A la vez, conforme sea el momento atendido, las categorías del historiador comienzan a solaparse con las de los actores (las que funcionan en la superficie del lenguaje o las que lo organizan de manera subyacente, a menudo indicando otra cosa). Y si el diálogo entre sus respectivos alcances no resulta sencillo, tampoco parece eludible.

Aperturas

Si comenzamos invocando los trabajos de Gauchet y Bobbio es, en parte, porque permiten recuperar algunos elementos centrales en la convocatoria a las jornadas Izquierdas y derechas en el siglo XX argentino: el interés por el par de categorías antes que por cada término; su historicidad, ligada a cambiantes horizontes; el grado variable en que la dupla dialoga con otras clasificaciones pero, también, con diversas dimensiones de la vida política y social: formaciones, ideas, identidades. El especial interés concedido a ciertos momentos que parecen de sustantivación, en que las categorías se anudan estrechamente a cuestiones y reconfiguraciones, prolonga así un convite que apenas pudimos ilustrar.

En nuestro país, fue especialmente en los últimos veinte años y al calor de momentos políticos de cierta densidad que izquierdas y derechas comenzaron a designar, además y en ese orden, verdaderas áreas de estudio, algo que parece haber impactado también en la generalización analítica de las nociones. Si en el Diccionario de ciencias sociales y políticas que Torcuato Di Tella y otros publicaron en 1989 no había entrada para derecha ni izquierda como tales,17 una creación como la del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), en 1998, obró en sentido inverso, conectando al significante izquierdas y estimulando indagaciones relativas al vasto universo de ideas, figuras y formaciones en que podía reconocerse el llamado igualitario o emancipador.18 Algo semejante, aunque en sentido inverso, puede decirse de los programas surgidos desde la década siguiente en torno al significante derechas.

En todo caso, solo una inquietud bastante compartida respecto del momento de los estudios consagrados a “izquierdas” y “derechas” pudo atraer al conjunto de centros que convocaron a las jornadas. Un sumario diagnóstico precipitó algunos de los puntos que parecían comprometer unas zonas de indagación que, por lo demás, separadamente se mostraban prolíficas y habían ganado marcada institucionalización. Uno de los primeros era precisamente la escasa conexión entre quienes estudiaban fenómenos políticos e intelectuales reputados de izquierdas o derechas, algo que parecía ir en detrimento tanto de la dimensión relativa de las nociones cuanto de la atención a la dinámica política de conjunto. Otro, la infrecuencia del escrutinio de las propias categorías, con su secuela de reificación y mengua de historicidad. Un tercero, ligado a los anteriores, la subestimación, o subexplotación, de los tránsitos sinuosos entre tradiciones diversas, las contaminaciones y las zonas confusas en lo ideológico o político (fenómenos que parecen poner en crisis la dimensión sintética de la díada o las atribuciones sustantivas a los términos, sin forzosamente abolirlos).

Ciertamente, también nuestro encuentro debió haber sido estimulado no solo por un estado de cosas disciplinar sino por algún impulso venido de la política misma, lo que sugiere en parte el interés y las dificultades de una convocatoria que buscó ser amplia en términos de generaciones, tradiciones y adscripciones. Probablemente el aguijón viniera del doble movimiento que en nuestro país había, primero, vivificado la enunciación impugnatoria de las derechas desde el ciclo kirchnerista, sobreentendiendo antes que explicitando una identificación de izquierdas alentada por otras experiencias latinoamericanas; y luego elevado al poder una fuerza -Cambiemos- que parecía encarnar aquella figura, aunque en general no atinara a identificarse como tal. En cierto modo, la polarización pareció reeditar entonces, en el terreno de la política misma y al menos en el plano discursivo, la capacidad de la díada para estilizar y ordenar el conflicto, en detrimento de distinciones más específicas (algo característico de los ciclos de reaparición del par en la superficie). Lo anotamos, ante todo, porque esa conciencia tiene implicaciones en la práctica, donde se tensan interpretaciones, tomas de partido e intentos de control. En todo caso, ese cuadro y el horizonte de la ronda electoral de 2019 debieron obrar también como estímulo a un encuentro cuyos problemas eran, no obstante, bastante más limitados.

El dossier reúne un conjunto de trabajos que problematizan la vida histórica e historiográfica de las categorías izquierda y derecha, a través de caminos diferentes y a veces encontrados. Aunque podrían sugerirse diversos recorridos de lectura, optamos por ordenarlos según dominara la inquietud por las categorías epocales o disciplinares. Así, un primer grupo lo componen los trabajos que rastrean la presencia de las nociones izquierda, centro o derecha en la historia, a veces anudadas a esos términos y a veces presumiéndolos o preparándolos (Altamirano, Mauro, Ribadero, Ehrlich). Un segundo, textos que problematizan o ejercitan el par izquierda/derecha en términos analíticos, con variada expectativa (Martinez, Moyano, Martínez Mazzola). El tercero, trabajos que despliegan problemas o exigencias historiográficos ligados al uso analítico de alguna de las categorías (Losada, Lvovich, Zanca, Pittaluga), entre ellos los derivados del encuentro de nociones epocales y disciplinares y el muy central de la escritura. Si algo une a estos trabajos es el estar advertidos respecto de la opacidad y la inestabilidad de las nociones, su carácter relativo y contencioso, su anudamiento con otras historias. Parte, ciertamente, del anhelo general de las jornadas cordobesas.

Agradecimientos

Agradecemos la lectura de Ricardo Martínez Mazzola y los materiales facilitados por Fernando Devoto y Horacio Tarcus.

Bibliografía

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1 Marcel Gauchet, “La droite et la gauche” [1993], en Pierre Nora (dir.), Les Lieux de mémoire, vol. II, París, Quarto Gallimard, 1997.

2Materiales exhaustivamente relevados por Marco Revelli en Sinistra Destra. L’identità smarrita, Roma/Bari, Laterza, 2009. Entre ellos, una encuesta impulsada por la fundación Jean Jaurès y Le Nouvel Observateur en 1981, reeditada varios años, cuyo balance de 2002 señalaba que, mientras un 60 % de personas desconfiaba de la validez de la distinción izquierda/derecha, más de dos tercios no dudaba en situarse gustosa en uno de esos campos.

3La vulgarización del motivo del “fin de la historia” tuvo conocido suceso. Desde la otra orilla, Mario Tronti leerá la crisis como el remate de un proceso mediano de caída de la política anunciado por 1968, alimentado por la incapacidad del socialismo de autorreformarse, marcado por el ascenso del motivo de la libertad sobre el de la igualdad y replicado en la confusión de las prácticas de izquierdas y derechas occidentales. Mario Tronti “Política, historia, siglo xx” [1998], en La política contra la historia. Política, luchas, poder, Jaén, Instituto de Altos Estudios Nacionales/Traficantes de sueños, 2016. Véase también Marcel Gauchet, “Droite et gauche en redéfinition”, Le Débat, nº 192, 2016, pp. 35-46.

4Gauchet, “La droite et la gauche”; Norberto Bobbio, Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política [1994], Madrid, Taurus, 1996 (traducción de Alessandra Picone).

5Con ello contrastaba con la caracterización ofrecida por Isaiah Berlin en 1958, al asumir su cátedra en Oxford, para quien derechas e izquierdas buscan dos formas de libertad: las primeras se interesan por el cuidado de la libertad negativa (“libertad de”), mientras que las segundas romperían lanzas por la libertad positiva (“libertad para”). Isaiah Berlin, Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1993. Entre los antecedentes italianos, Bobbio subrayaba el trabajo de Marco Revelli, entonces inédito.

6Según Gauchet, si la revolución empujó a la política la divisoria izquierda/derecha también buscó abolirla en beneficio de la unidad, por lo que su cristalización solo se daría con la polarización estimulada por la restauración desde 1815. Los otros momentos centrales para el par serían la coyuntura 1869-1900 (de la reactivación al uso identitario extendido) y la coyuntura antifascista (experimentada como de opciones fundamentales y clave de su sentido moderno). Gauchet, “La droite et la gauche”.

7La inestabilidad tiene un sugestivo correlato en el Dizionario di política [1976], cuyas voces izquierda y derecha, a cargo de Alfio Mastropaolo, fueron suprimidas, al parecer en la segunda (y aumentada) edición italiana de 1983. Poco después, la segunda edición en español (1988), en cuyo comité intervinieron José Aricó, Jorge Tula y Martí Soler y que sumó las voces “latinoamericanas”, incorporaría los añadidos y las modificaciones de su homóloga italiana, pero sin seguir esa supresión. El ajuste definitivo a esa versión parece haberse dado en la edición mexicana de 1991, cuando desaparecieron los vocablos izquierda y derecha y persistió centrismo, también a cargo de Mastropaolo. Norberto Bobbio, Nicola Mateucci y Gianfranco Pasquino (eds.), Diccionario de política, México, Siglo XXI, 2000, p. VII.

8José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Libro 1: La Revolución, Buenos Aires, Talleres gráficos argentinos de L. J. Rosso y Cía., 1918, pp. 156-158. Las bi o triparticiones de los campos alientan usos tempranos del plural izquierdas/derechas, hoy enfatizado como alerta ante la variedad de formaciones, linajes e identidades que los términos pueden abrazar.

9Julio V. González y otros, “Los universitarios argentinos y el problema político nacional”, reproducido en A. Ciria y H. Sanguinetti, Los reformistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968.

10Registraba Cantimori en los treinta italianos: “Por extensión, se usa el término ‘derecha’ (contrapuesto al de ‘izquierda’) también para las tendencias que se manifiestan en los estados y en las organizaciones políticas por fuera del sistema parlamentario, y por analogía también para las tendencias filosóficas, etc.” [cursivas nuestras]. Concluía señalando que “en un pensamiento totalitario como el fascista, los términos ‘derecha’, ‘centro’ o ‘izquierda’ no tienen más valor actual, sino solo significado histórico”. Delio Cantimori, “Destra”, en pnf (a cura de), Dizionario di Politica, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1940.

11Andrés Bisso ha subrayado que, a la vez, para algunas sensibilidades antifascistas el peligro comunista no parecía menor que el de los camisas negras. Andrés Bisso, Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005, pp. 204-210.

12Ricardo Pasolini, Los marxistas liberales, Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.

13Invalidar doctrinariamente el par izquierdas/derechas no significaba que su uso desapareciera. Ya en los años cuarenta los peronistas identificaban figuras y corrientes internas ubicadas a la derecha o a la izquierda del gobierno. Juan Luis Besoky, “La derecha peronista. Prácticas políticas y representaciones (1943-1976)”, tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de La Plata, 2016.

14Leonardo Senkman, El antisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989.

15Vera Carnovale, Los combatientes: historia del PRT-ERP, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011. La cita de los Estatutos en p. 123.

16Organizaciones como la Alt-Right estadounidense o la nouvelle droite de Alain de Benoist parecen excepciones a la regla. Solo en los últimos años han empezado a hacerse explícitas las identificaciones sustantivas (y sin culpa) de derecha, en particular en México y España, algo recurrentemente señalado por la prensa como “la salida del armario de la derecha”.

17Para la primera se recomendaba buscar la definición de “conservadurismo” (p. 170) y para la segunda se remitía a los lectores a “Socialismo. Marxismo. Revolución” (p. 406). Torcuato Di Tella (supervisor) et al. [1989], Diccionario de ciencias sociales y políticas, Buenos Aires, Emecé, 2001.

18Como ejemplo de su proyección a gran escala, véase Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976), Buenos Aires, Emecé, 2007.

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