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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.24 no.2 Bernal nov. 2020

 

Dossier

¿Vía del medio o callejón sin salida? Los demócratacristianos en la Argentina desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1960

Diego Mauro1 

1ISHIR-Universidad Nacional de Rosario / CONICET

Resumen

¿Vía del medio o callejón sin salida? Los demócratacristianos en la Argentina desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1960

La historia de la democracia cristiana suele dividirse en dos grandes campos de estudio. Por un lado, las experiencias partidarias de las primeras décadas del siglo XX y, por otro lado, las surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. Este ensayo, centrado en el caso argentino, va a contramano de dichas tendencias, trazando algunas hipótesis que permitan reconectar ambos escenarios a lo largo del siglo XX. La primera sección se refiere a las tempranas formaciones políticas demócratacristianas en la década de 1910 y la segunda se enfoca en los años sesenta, cuando el Partido Demócrata Cristiano logró sus mejores resultados electorales.

Palabras clave: Partidos católicos; Democracia Cristiana; Secularización; Catolicismo social; Humanismo

Abstract

Middle way or dead end? Christian Democrat followers in Argentina from the early XX Century to the 1960s

The history of Christian democracy is usually divided into two major fields of study. On the one hand, the study of the first decades of the 20th century and on the other, the analysis of the parties created after the World War II. This article, focused on the Argentine case, discusses these approaches by offering some hypotheses that would allow reconnecting both periods. The first section deals with the early Christian democrat political groups in the 1910s and the second one concentrates in the 1960s, when the Christian Democratic Party achieved its best electoral results.

Keywords: Catholic parties; Christian democracy; Secularization; Social Catholicism; Humanism

La historia de la democracia cristiana europea suele dividirse en dos grandes compartimentos estancos. Por un lado, las experiencias partidarias de las primeras décadas del siglo. Por otro lado, las surgidas en la segunda posguerra. Un modelo que se replicó al estudiar la democracia cristiana en América Latina.1 No obstante, aun cuando entre ambos momentos mediaron numerosos cambios y efectivamente se trata de procesos diferentes, existieron de todas maneras fuertes hilos conductores que requieren de estudios de largo plazo que reconecten ambos escenarios. En este ensayo proponemos avanzar en dicha dirección trazando algunas hipótesis integradoras para abordar el caso argentino a lo largo de aproximadamente medio siglo, en el lapso que transcurre entre la creación de las primeras formaciones políticas en la década de 1910, en el contexto del proceso de ampliación del número de votantes que sucede a la reforma electoral de 1912, y el golpe de Estado de 1966. Coyuntura en la cual, tras un breve período de expansión, el Partido Demócrata Cristiano, surgido en la década anterior, vuelve a sumergirse en ina-gotables conflictos internos que derivan finalmente en su fragmentación.2

Las organizaciones democristianas: entre la Iglesia y la construcción de un partido

En principio es posible reconocer dos debates medulares que vincularon las diferentes experiencias y a los grupos democristianos a lo largo de más de medio siglo. Por un lado, el relativo a las relaciones y los vínculos con la Iglesia y las instituciones católicas, que se reflejó, a su vez, en los diferentes tipos de agrupación ensayados. Por otro lado, el de la búsqueda de una tercera vía o posición intermedia en términos de identidad política. Un aspecto que tuvo honda significación tanto a escala nacional como internacional.

En cuanto al primer registro, a modo de hipótesis, argumentamos que tras las cambiantes formaciones propuestas se fueron perfilando dos modelos distintos de democracia cristiana. El primero tuvo una impronta más “confesional” y gravitó con fuerza hasta fines de la década de 1920, basado en la búsqueda de la convergencia con la Iglesia y sus asociaciones, y proclive a adoptar una visión prescindente sobre el régimen político y la forma de gobierno. El otro, más “secularizado”, se basó en un mayor grado de diferenciación entre Iglesia, organizaciones católicas y partidos democristianos y se caracterizó, además, por un compromiso más estrecho con las formas de representación de la democracia parlamentaria.

En el “modelo confesional” sobresale la influencia del catolicismo social emergente en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX, condensado en la encíclica Rerum Novarum, de 1891. Para estas formaciones, como ocurre con la Unión Democrática Cristiana (UDC) y la Unión Democrática Argentina (UDA), el programa de reformas sociales tenía como objetivo principal devolver consistencia “orgánica” al tejido social. Para ello, insistían en la necesidad de impulsar la conformación de asociaciones, cofradías e instancias de conciliación interclasistas, acordes con una idea de democracia católica diferente a la liberal. Para los demócratacristianos de estas décadas tempranas del siglo XX, lo que debía ser representado no eran fundamentalmente los ciudadanos -según su perspectiva una mera abstracción- sino más bien los diferentes cuerpos, asociaciones, organismos, grupos y clases sociales efectivamente existentes de manera de integrarlas y reconstruirlas como un todo.

En el caso del “modelo secularizado”, encarnado en un primer momento por el Partido Popular (1927-1945), si bien no se dejó de lado el proyecto de dar vida a estructuras corporativas de representación, se comenzó a reconocer como válidas algunas de las instituciones políticas del llamado “demoliberalismo”. En este cambio jugaron un papel clave las concepciones teológicas y políticas de Jacques Maritain y Luigi Sturzo en el plano internacional y los vínculos que ambos tejieron con diferentes tendencias de la constelación democristiana argentina en los años treinta.3 Estas vinculaciones transnacionales, no exentas de altibajos, se hicieron más firmes tras la segunda posguerra, alimentadas por el propio giro del Vaticano, el fortalecimiento de las redes católicas antifascistas desde los Estados Unidos y el auge de los partidos democristianos en Europa y América Latina.4 En el plano local, sin embargo, este fortalecimiento no alcanzó para lograr la unidad de los diferentes sectores democristianos consustanciados con la idea de conformar un partido, sumidos en fuertes divergencias sobre los alcances del programa, principalmente en materia económica. Un debate que, en ciertos aspectos, recordaba al que ya en el siglo XIX había dividido a los católicos sociales entre los que alentaban la intervención del Estado -los llamados “reformadores sociales”- y los que, por el contrario, defendían la “libre” relación entre el capital y el trabajo. La intensidad de estas tensiones, que diferencian a la democracia argentina de la chilena o la uruguaya, afloraron con mayor fuerza tras la reunión realizada en Montevideo en 1947, de la que surgiría la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).

Las identidades democristianas entre la vía del medio y la “superación” de las izquierdas y las derechas

El otro rasgo común entre los democristianos de la primera y la segunda posguerra fue, en términos de identidad política, el intento por conformar una tercera posición superadora de lo que calificaban como “extremismos de izquierda y derecha”. La búsqueda de una vía del medio constituyó uno de los rasgos identitarios más perennes, presente en las principales agrupaciones a lo largo del tiempo, más allá de los matices y las diferentes formas de concebirla. En el caso de las primeras formaciones, como la UDC y la UDA, influidas por la encíclica Rerum Novarum (1891), la vía del medio se pensó como una superación del liberalismo, por un lado, y del socialismo y el marxismo, por el otro. Considerados ambos polos subproductos de la Reforma protestante y la Revolución Francesa. En este sentido, los demócratacristianos no fueron ajenos al proyecto lanzado por León XIII a fines del siglo XIX y orientado a reconstruir la llamada “nueva cristiandad”, un horizonte utópico que alentó la militancia católica en todo el mundo.

Hacia los años treinta, en el contexto de ascenso de los fascismos, con el surgimiento del Partido Popular en Buenos Aires y la creciente influencia de las ideas de Jacques Maritain y Luigi Sturzo, la noción de tercera posición se reconfiguró al tiempo que adquirió diferentes orientaciones en el interior de los distintos grupos que integraban la constelación democristiana. Por un lado, los sectores vinculados al Partido Popular ensayaron una tercera vía antiliberal, equidistante de las repuestas “totalitarias” de izquierda (comunismo) y derecha (fascismo). En esta clave, propusieron avanzar hacia un “corporativismo católico” diferente del de índole fascista, que recuperaba elementos del catolicismo social decimonónico -básicamente la reforma social- pero para compatibilizarlos con algunas de las instituciones de la democracia electoral. Un modo de representación que ya no buscaban reemplazar, como en la década de 1920, sino más bien perfeccionar. De igual manera, la reforma social católica, sin perder necesariamente radicalidad en sus alcances (reforma agraria, impuesto a la renta, sanción de leyes sociales y de previsión, promulgación de una ley de asociaciones profesionales), comenzó a pensarse en clave ciertamente más reformista, como el resultado de proyectos factibles de ser impulsados y desarrollados desde las mismas instituciones políticas que se esperaba transformar. Un giro que implicaba, a su vez, el intento por ubicarse también en el centro del campo católico. Una suerte de doble vía del medio que los distanciaba tanto de los sectores “católicos nacionalistas”, proclives a reivindicar aspectos del fascismo e inflexiblemente críticos con el llamado “demoliberalismo”, como de los grupos democristianos más liberales vinculados al humanismo y nucleados en torno a revistas como Orden Cristiano y Orientación Social. Si bien estos no eran grupos monolíticos, en líneas generales se mostraban cada vez más en desacuerdo con las nociones corporativistas de las encíclicas Rerum Novarum (1891) y Quadragesimo Anno (1931). Además, dichos grupos democristianos realizaban una lectura más moderada de la reforma social y atenuaban la impronta tercerista del Partido Popular, para recostarse, aunque con críticas, en la democracia liberal.5 Una postura que, en cierto modo, sintonizaba mejor con la orientación seguida por las democracias cristianas de la Europa de la segunda posguerra. La mayoría de las cuales, en el marco de la naciente Guerra fría, estaban relegando a un segundo plano la agenda tradicional del catolicismo social en pos del desarrollo de lo que terminaría definiéndose como “economía social de mercado”.6

El surgimiento del Partido Demócrata Cristiano: del centro a la centro-izquierda

A mediados de los años cincuenta, la creación del PDC generó innumerables intervenciones y, a veces, áridos debates entre diferentes sectores del campo católico.7 En ese marco, los demócratacristianos volvieron a reivindicarse como una vía del medio frente al capitalismo y el comunismo, aunque, a diferencia del pasado, concebida ahora más como un centro en términos de sistema político que como una superación de extremos irreconciliables. En este sentido, la idea de centro venía a atemperar las ambiciones terceristas previas del Partido Popular, permitiéndoles encolumnarse en términos globales con el llamado “mundo libre” liderado por los Estados Unidos.8 Dicho alineamiento, empero, no estuvo exento de tensiones internas que se combinaban, además, con el debate sobre el peronismo. Si en 1955 para el grueso de los demócratacristianos el peronismo era una manifestación más del fenómeno totalitario, a fines de la década al menos para una parte de ellos las cosas habían cambiado. El peronismo no era ya un fascismo a la criolla sino más bien un proceso de reforma fallido, superficial e incompleto, que había que superar a través de un proceso de cambio de mayor calado. Finalmente, a comienzos de los años sesenta, en un contexto de radicalización del mundo católico y tras la salida del partido de los sectores más liberales en materia económica, por primera vez desde su creación los demócratacristianos dejaron entrever una cierta incomodidad con la idea de “tercera posición”. Influidos por las propuestas de Louis-Joseph Lebret y atentos a los procesos de descolonización, en el marco además de la realización del Concilio Vaticano II, adoptaron un discurso de tonos más antiburgueses y antiimperialistas que tensionaba la idea de vía del medio. Al mismo tiempo, muchos de ellos retomaban la vieja aspiración de trazar un camino político propio que dejara atrás las cartografías ideológicas existentes. Por entonces, uno de los dirigentes partidarios, Floreal Forni, se preguntaba irónicamente cuál era la tan mentada vía intermedia propuesta por Salvador Busacca, buscada desde siempre por la democracia cristiana. Los seguidores del dirigente cordobés Horacio Sueldo, por su parte, consideraban que, tal vez, era el momento de dejar de lado dicho debate para avanzar hacia una “síntesis histórica” capaz de superar los modelos europeos y norteamericanos, iluministas y racionalistas, para expresar la “realidad” de América Latina y los desafíos concretos del “pueblo”.9 Una categoría que ganaría creciente preponderancia en detrimento de la de ciudadanía, tras el alejamiento de los sectores más neoliberales del partido en 1959, fervientes opositores del “humanismo económico” de Lebret.

En este marco, no pocos dirigentes comenzaron a revalorizar al peronismo y a considerarlo un aliado clave en la conformación de frentes electorales “nacionales y populares”. Si a comienzos del siglo XX, la obsesión de los democristianos había sido encontrar la fórmula apropiada para valerse electoralmente de las estructuras de la Iglesia, donde creían contar con una base firme de votantes, a comienzos de los sesenta la línea de Sueldo buscaba por todos los medios posibles acercarse a los votantes peronistas en disponibilidad. La reorientación coincidió con el crecimiento electoral de la agrupación, que, si bien estuvo lejos de disputar el poder, tras medio siglo en la total marginalidad consiguió un número inédito de representantes tanto a nivel nacional como en las diferentes provincias. En las elecciones de 1963, tras el fracaso de la alianza con parte del peronismo, el PDC lanzó una fórmula propia encabezada por Sueldo. El partido obtuvo alrededor de cuatrocientos mil sufragios, que se tradujeron en una cantidad de cargos inédita en la historia de la democracia cristiana en el país: siete diputados y dos senadores nacionales, treinta y siete diputados y doce senadores provinciales, más de doscientos concejales y doce intendencias. En la provincia de Tucumán, incluso, el candidato del PDC fue el más votado y estuvo muy cerca de lograr la gobernación (dando pie al acuerdo del resto de las fuerzas en el colegio electoral para impedirlo).10

Internamente las discusiones siguieron siendo bastante arduas, tanto en lo referido a la identidad partidaria, que para muchos militantes estaba agotada, como en lo relacionado con la estrategia electoral basada en la construcción de frentes. Una de las consecuencias de estos debates internos fue el cambio de dirección partidaria, que pasó de manos de Horacio Sueldo a José Allende. De todas maneras, no se modificó la política frentista. Tampoco se dejó de presentar a la democracia cristiana como un partido que buscaba construir una vía intermedia. En algunos aspectos alentando posturas de centro, equilibradas en términos de sistema político, como ocurría con el peronismo, y en otros, como era el caso del programa social y económico, impulsando una agenda propia que aspiraba a superar las dicotomías ideológicas de la Guerra fría a través de un salto adelante. Como argumentaba Sueldo, para arribar así a una “síntesis histórica” propiamente latinoamericana.

De todas maneras, la apuesta frentista y tercerista del PDC no logró desplegarse en el tiempo. En 1966, un nuevo golpe de Estado de las Fuerzas Armadas puso punto final al período más auspicioso y prometedor del partido como fuerza electoral. A partir de entonces, la difícil unidad alcanzada a mediados de los cincuenta y reforzada a comienzos de los sesenta se mostró menos firme de lo esperado. El partido se sumergió en una ola inagotable de conflictos internos que lo dividieron y fragmentaron, tanto a nivel nacional como en las diferentes circunscripciones provinciales.11

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1 Tal el caso de la influyente propuesta de Scott Mainwaring y Timothy Scully (eds.), La democracia cristiana en América Latina. Conflictos y competencia electoral, México, FCE, 2003. De igual manera, Kaiser ancla su perspectiva en la segunda posguerra aunque aporta valiosas hipótesis para pensar los procesos previos (Wolfram Kaiser, “Co-Operation of European Catholic Politicians in Exile in Britain and the USA during the Second World War”, Journal of Contemporary History, vol. 35, n° 3, 2000, pp. 439-465). En sentido contrario también resultan valiosos los trabajos de Martin Conway, Catholic Politics in Europe, 1918-1945, Londres, Routledge, 1997; Pierre Letamendia, La démocratie chrétienne, París, PUF, 1993, y Stathis Kalyvas, “From Pulpit to Party: Party Formation and the Christian Democratic Phenomenon”, Comparative Politics, vol. 30, n° 3, 1998, pp. 293-312; Stathis Kalyvas y Kees Van Kersbergen, “Christian Democracy”, Annual Review of Political Science, n° 13, 2010, pp. 183-209. En una perspectiva de mediana duración véase para el caso argentino Martín Castro, “Catolicismo y secularización en la Argentina de la primera mitad del siglo XX desde una perspectiva comparada”, Boletín de la Biblioteca del Congreso de la Nación, n° 129, 2015; José Zanca, Cristianos antifascistas. Conflictos en la cultura católica argentina, 1936-1959, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, y Martín Castro y Diego Mauro (coords.), Católicos y política en América Latina antes de la Democracia Cristiana (1900-1950), Buenos Aires, EDUNTREF, 2020.

2Las ideas de este ensayo se desarrollan más ampliamente en Diego Mauro, “La democracia cristiana en Argentina. Formaciones políticas, partidos y vínculos trasnacionales (1912-1967)”, Ayer, Asociación de Historia Contemporánea, n° 118, 2020.

3Zanca, Cristianos antifascistas. Me he ocupado de la influencia de Sturzo en Diego Mauro, “I popolari en la Argentina. Luigi Sturzo y el antifascismo católico de entreguerras”, Anuario IEHS, n° 29 y 30, 2015, pp. 267-288, y “Católicos antifascistas en Argentina (1936-1943). Luigi Sturzo y las tramas locales de People & Freedom Group”, Itinerantes, n° 7, 2017, pp. 9-31. Utilizo la idea de “constelación” tal como la emplea Claudia Touris en Catolicismo y cultura política en la Argentina: la constelación tercermundista (1955-1976), tesis de doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2012.

4Al respecto, véase John Pollard, The Papacy in the Age of Totalitarianism, 1914-1958, Oxford, Oxford University Press, 2014, y José Ramón Rodríguez Lago, “En Español y desde Washington D.C. para Latinoamérica y España. El origen de la agencia Noticias Católicas (1941-1946)”, en C. Aguasaco (ed.), Transatlantic Gazes: Studies on the Historical Links between Spain and North America, Instituto Benjamin Franklin, UAH, 2018.

5Jorge Nállim, “Debates hacia adentro: las ideas económicas del frente antifascista liberal en Argentina, 1939-1943”, Sociohistórica, n° 30, 2012, pp. 35-65; Martín Vicente, “Orden Cristiano, entre las consecuencias de la segunda guerra mundial y los inicios del peronismo: lecturas ante el mapa político de la posguerra”, Anuario IEHS, n° 29 y 30, 2015, pp. 207-228.

6Michael Gehler y Wolfram Kaiser, “Transnationalism and Early European Integration: The Nouvelles Equipes Internationales and the Geneva Circle 1947-1957”, The Historical Journal, vol. 44, n° 3, 2001, pp. 773-798. Más allá de la aceptación general de las lógicas de mercado, los debates sobre el nivel de intervención estatal y las características de la “economía social de mercado” continuaron en las décadas siguientes. Al respecto véase Wolfram Kaiser, Christian Democracy and the Origins of the European Union, Cambridge University Press, 2007, pp. 176-178.

7Sobre la coyuntura de surgimiento del PDC y los conflictos suscitados véase Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina: 1943-1955, Buenos Aires, Prometeo/IEHS, 2001, pp. 269-291, y Lila Caimari, Perón y la Iglesia católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955), Buenos Aires, Emecé, 2010, pp. 304-309.

8Dicha reorientación explica, entre otras cosas, la escasa presencia del Partido Popular, a pesar de su larga existencia, en las memorias de los dirigentes vinculados al PDC en los años cincuenta. Por ejemplo, en su libro ¿Qué es la democracia cristiana? (1956), Romero Carranza, entre otros, hace apenas una mención al Partido Popular para concluir rápidamente que “no tuvo arrastre en la opinión” y que “pronto” dejó de presentarse a elecciones.

9Floreal Forni, “La democracia cristiana en busca del país”, Comunidad, agosto de 1958, pp. 33-34.

10Germán Azcoaga, “La Democracia Cristiana frente al Régimen de Onganía. Un abordaje desde el caso tucumano”, Estudios Sociales, n° 42, p. 127.

11A partir de entonces, la alternativa de formar o no un frente con el peronismo -que ya había causado tensiones en los años sesenta- motivó la escisión de 1972 entre el Partido Popular Cristiano y el Partido Revolucionario Cristiano. Pese a que se logró una reunificación en 1981, fue clara la escisión en tres líneas internas. Sobre la participación en diferentes frentes y coaliciones, véase Marcela Ferrari, “La democracia cristiana argentina durante la dictadura cívico-militar y la transición temprana”, Historia, n° 50, 2017, pp. 49-77 y “Democracia Cristiana, Partido Justicialista y política de frentes. El FREJUDEPA en perspectiva histórica”, Boletín de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”, n° 48, 2018, pp. 121-153. Véase también Mariano Fabris, “La democracia cristiana y la iglesia durante la última dictadura. Catolicismo, política y derechos humanos”, Estudios Sociales, n° 53, 2018, pp. 143-168.

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