Un tema recurrente en la obra de Roger Chartier (de aquí en más, “Chartier”) es la historia de lo que otros estudiosos han denominado “cultura popular”. Al respecto, Chartier pertenece a un movimiento y a un momento de rebeldía. Hubo un tiempo -que, en algunos lugares, duró hasta mediados del siglo XX- en que los historiadores consideraban que la cultura popular estaba, según la frase tradicional, “por debajo de la dignidad de la historia”. Los estudiosos del “folklore” o “lo folklórico”, especialmente en la Europa del norte, no compartían este prejuicio. Por otra parte, en la década de 1950, cuando un historiador británico escribió una tesis sobre un movimiento popular durante la Revolución francesa, uno de sus examinadores, sir Lewis Namier, le preguntó: “¿Por qué se molesta en estudiar a estos bandidos?”.1 Por lo tanto, no debería sorprendernos saber que Primitive Rebels de Hobsbawm, con su famosa discusión sobre el bandido social, tuvo su origen en una serie de conferencias en la Universidad de Mánchester que no fueron dictadas para el Departamento de Historia (presidido por Namier), sino para el Departamento de Antropología.2 Tampoco sorprende que Hobsbawm, que en 1959 no era aún profesor titular, publicara su libro sobre jazz bajo el seudónimo de “Francis Newton”, probablemente para no arruinar sus posibilidades de ascenso en la carrera académica.3
La historia desde abajo y la cultura popular
Decir que a medida que cambia el presente el pasado es visto desde nuevos ángulos es una verdad de Perogrullo. Los problemas contemporáneos y los debates en torno de ellos inspiran a los historiadores a formular nuevas preguntas, como vemos hoy en día en el caso de la historia ambiental. Fue durante la agitación política de la década de 1960, simbolizada por París en 1968, cuando comenzó un movimiento de apoyo a lo que los ingleses llamaron “historia desde abajo” y los latinoamericanos, “la historia de los vencidos”, a menudo escrita por marxistas o, al menos, por académicos cuya posición política era de izquierda. Este fue también el momento en que la cultura dividida en clases de principios del siglo XX fue cuestionada y analizada por académicos como Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y Michel de Certeau en Francia y, en Gran Bretaña, por Raymond Williams (quien afirmó que “la cultura es algo común y corriente”), Richard Hoggart, Stuart Hall y el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, fundado en 1964.4
Tanto la antropología como la política inspiraron una historia cultural desde abajo que incluía a la gente común y a las élites. En el caso de Francia, piénsese en la anthropologie historique practicada por Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie (todavía en su fase de izquierda en ese momento) y, en el caso de los Estados Unidos, por Natalie Zemon Davis. En Gran Bretaña, cabe recordar a Edward P. Thompson, quien demostró en su libro The Making of the English Working Class un interés sin precedentes (para un historiador) en canciones, pancartas y rituales, pero también a Keith Thomas, a quien Edward Evans-Pritchard, antropólogo de Oxford, inspiró a estudiar lo que Thomas llamó “creencias populares”. Evans-Pritchard había publicado un estudio clásico sobre la brujería entre los azande del África central; Thomas publicó un estudio igualmente clásico sobre la decadencia de la magia en la Inglaterra de la modernidad temprana.5 Tanto Thompson como Thomas recomendaban obras de antropólogos a sus colegas (como es habitual en el caso de Thompson, añadiendo una serie de críticas).6
Las ambigüedades de la “cultura popular”
Más joven que el grupo de historiadores discutido previamente, Chartier, cuyas primeras publicaciones datan de la década de 1970, compartió con ellos el interés por la cultura popular, por los festivales urbanos, por ejemplo, o por el mundo trastornado, como se ve en sus estudios más conocidos de la Bibliothèque bleue. Desde 1981, se lo ha asociado con una crítica potente y aguda del concepto de cultura popular.7 Sin embargo, la cuestión de su relación con el tema es más compleja que eso. Es preciso reubicar la crítica de Chartier en sus contextos, incluyendo el momento de su trayectoria intelectual en que la produjo. En lo que viene a continuación, me centraré en la fase intermedia de Chartier, situada entre el interés por la historia urbana y la preocupación por la historia de la “cultura escrita”. En otras palabras, examinaré el cruce entre un concepto y una carrera. La idea de lo “popular” es tanto ambigua como ambivalente. Es ambigua porque, a veces, se considera que “el pueblo” incluye a todos, a toda la nación, pero, otras veces, solo a las clases subordinadas (la “gente común”). Es ambivalente porque algunos intelectuales, como los narodniks rusos, han admirado a la gente común, mientras que otros la han menospreciado, considerándola ignorante o incluso estúpida.
En cuanto a la idea de “cultura”, también es ambigua ya que el término alguna vez se refirió a lo que ahora se conoce como “alta” cultura (los “clásicos” o el “canon” en el arte, la literatura, la música, etc.), mientras que más recientemente, siguiendo el ejemplo de los antropólogos culturales, ha llegado a significar toda una forma de vida. La idea de cultura popular se sitúa en algún lugar entre las definiciones estrechas y amplias de cultura, a veces, refiriéndose a una forma de vida y otras veces definida en oposición a lo que los franceses llaman culture savante o culture bourgeoise.
En los años 1960 y 1970, el término “cultura popular” no atraía a la mayoría de los antropólogos, quienes preferían escribir sobre la cultura de “los nuer” o “los javaneses” como si estas fueran homogéneas. Para esta época, el antropólogo alemán Johannes Fabian se destacó entre sus colegas por su interés en lo que llamó la “cultura popular” de Zaire y otras partes de África.8 Tanto en Francia como en Gran Bretaña, los historiadores comenzaron a escribir sobre la cultura popular en la década de 1960, una era de liberación de ciertos prejuicios y tabúes tradicionales. La obra De la culture populaire en France aux XVII e et XVIII e siècles (1964) de Robert Mandrou fue severamente criticada por ver los textos populares como escapismo (littérature d’évasion) y como evidencia de la aceptación popular de los valores de las clases altas, pero marcó un punto de inflexión. Incluso el uso de la palabra “cultura” por parte de Mandrou marcó un giro ya que los historiadores franceses desde Guizot hasta Febvre y Braudel habían preferido el término “civilización”.9
Enfin Chartier Vint10
En sus primeros trabajos, Chartier escribió sobre varios temas de la historia de Francia en la temprana modernidad. Esos temas incluían la demografía (1973), los mendigos (1974), la muerte (1976), la educación (1976), la alfabetización (1978), los festivales (1980) y la historia urbana (1981). En sus últimos trabajos, se ha centrado en la historia del libro o, más exactamente, en la historia de los textos, convirtiéndose en uno de los líderes en este campo en expansión. Sin embargo, entre estas dos fases, Chartier publicó una serie de estudios breves sobre la cultura popular.11 Gracias a ellos, se lo ha asociado con la idea de histoire culturelle, término que ayudó a poner en circulación en Francia junto con histoire socio-culturelle.12 Entre estos estudios, aquel por el que más se recuerda a Chartier, es, sin duda, su crítica de la cultura popular, siguiendo el ejemplo de un ensayo de Michel de Certeau, Dominique Julia y Jacques Revel publicado una década antes.13 En este artículo, al igual que Pierre Bourdieu dos años después, Chartier rechazó la distinción entre cultura popular y de élite por considerarla simplista. En Gran Bretaña, Stuart Hall ofreció una crítica similar, al igual que los participantes del congreso Popular Culture in Question, llevado a cabo en la Universidad de Essex en 1991. En Italia, el historiador Francesco Benigno escribió sobre la “invención” de la cultura popular.14
Vale la pena señalar, sin embargo, que en otros artículos de este período Chartier empleó el término populaire y la frase culture populaire como si no fueran problemáticos. Lo hizo, por ejemplo, en una reseña del libro de Robert Muchembled que era crítica en otros aspectos, en su propio ensayo sobre la monarchie d’argot en el que también distinguía dos culturas, “culture savante” y “la subculture des exclus” y, sobre todo, en su contribución a la historia urbana de la Francia moderna temprana, publicada en 1981, el mismo año de su famosa crítica (aunque el ensayo sobre la cultura urbana, probablemente, haya sido escrito años antes).15
En el caso de la historia urbana, Chartier argumentó que las ciudades creaban su cultura particular (une culture propre) que incluía a los iletrados, pero, también, que la historia de los festivales mostraba que la tradicional “cohabitation culturelle” de la élite y el pueblo fue reemplazada por “la séparation culturelle operée entre dominants et dominés”, lo cual lo impulsó a escribir sobre “une mentalité populaire”. Tan tarde como en 1990, en su conocido estudio sobre los orígenes culturales de la Revolución francesa, Chartier escribió sobre la posible “politisation de la culture populaire”, mientras que en 1994, retomando el concepto, ofreció la crítica calificada de que “carece de sentido intentar identificar la cultura popular por medio de algunas, supuestamente específicas, distribuciones de objetos o modelos culturales”.16 Parece, entonces que Chartier se ha debatido entre el rechazo de la simplificación excesiva que se encuentra en muchas discusiones sobre la cultura popular y el rechazo del concepto tout court. Bourdieu enfrentó un dilema similar. En 1983 criticó el concepto, pero en su famoso estudio sobre la distinción, publicado cuatro años antes, había contrastado la cultura de clase media con la cultura popular, utilizando términos como “ethos populaire” y “langue populaire”.17
Es realmente difícil abstenerse de usar el adjetivo “popular” en ocasiones, a pesar de que se tenga la intención. Por ejemplo, Eamon Duffy, historiador de Cambridge, publicó un estudio de lo que él llama “religión tradicional” en Inglaterra entre 1400 y 1580. Adoptó el adjetivo “tradicional” porque cree que “no existía una brecha sustancial” entre las creencias religiosas de la élite y las de otras personas. Sin embargo, continuó usando frases como “conciencia popular”, “enfoque popular”, “cultura popular”, etc. Se lo expulsó por la puerta, pero el término “popular” volvió a entrar por la ventana.18 Si “popular” se ha vuelto un término controvertido en los círculos académicos, “cultura” lo supera en este aspecto. Se observa una reacción contra la idea de cultura en sentido amplio en la disciplina que la inventó, la antropología. Hubo quejas de que la idea era demasiado vaga e intentos para reemplazarla como concepto clave. Lila Abu-Lughod, por ejemplo, argumentó que emplear el término “cultura” alentaba a los antropólogos a ignorar el cambio, así como la diferenciación interna (entre mujeres y hombres, por ejemplo) y la interacción con el mundo exterior.19 Sin embargo, ningún término alternativo a “cultura” ha ganado todavía la aceptación general ni de los antropólogos ni de los historiadores.
¿Sociocultural o culturosocial?
En este punto, podemos volver a la idea de historia sociocultural, lanzada por los historiadores franceses en la década de 1970, comparándola y contrastándola con lo que podría llamarse historia “culturosocial”, siguiendo el famoso epigrama de Chartier sobre el cambio “de l’histoire sociale de la culture à une histoire culturelle du social”.20 Describo a Chartier como un historiador “culturosocial” porque, dondequiera que lo hayan llevado sus estudios, incluida la Revolución francesa, ha comenzado a partir de textos (dejando de lado el ensayo sobre las ciudades de la modernidad temprana que fue por encargo). Enfocarse en los lectores de la Bibliothèque bleue, por ejemplo, fue lo que llevó a Chartier a dudar del valor del concepto de cultura popular y a centrarse en lo que podríamos llamar las biografías de los textos, en particular, su “apropiación” por diferentes tipos de personas que los han empleado para distintos tipos de fines.
La idea de la movilidad social de los textos, especialmente su movilidad descendente, no es nueva. Hace un siglo, los folkloristas alemanes desarrollaron lo que podría llamarse la “teoría del hundimiento” de la cultura, según la cual la cultura de las clases bajas, la Unterschicht, es una imitación anticuada de la cultura de sus superiores sociales, la Oberschicht.21 En el caso de la cultura popular francesa, Mandrou señaló algo similar cuando notó que los editores de la Bibliothèque bleue seleccionaban de “un répertoire constitué pour une large partie par la culture savante de l’aristocratie médiévale”.22 Sin embargo, el análisis de la apropiación que hace Chartier, como el de Paul Ricœur, es más sofisticado y más perceptivo que el de Mandrou. Se podría añadir que el sustantivo “popularización” es menos vulnerable a las críticas que el adjetivo “popular” ya que, a menudo, se han producido ediciones acortadas y simplificadas de “clásicos” para atraer a un público más amplio, como en los casos, por ejemplo, de Ariosto y Tasso en Italia.23
En este punto, me gustaría comparar y contrastar el abordaje de Chartier sobre la historia de la cultura con el mío. Como historiador cultural de la sociedad, Chartier, por lo general, ha comenzado con textos, como hemos visto, señalando que el mismo texto puede atraer a campesinos, artesanos y mujeres de la nobleza, pero pasando luego a discutir las diferencias sociales en su recepción. En lo que a mí concierne, por otro lado, suelo empezar por la sociedad, un poco como Daniel Roche. Por esta razón, me autodenomino un historiador “sociocultural”, así como pienso en Chartier como un historiador “culturo-social”. En mi propio libro sobre cultura popular abordé el tema comenzando no por los textos, sino por los diferentes grupos sociales. Argumenté que el “pueblo” (en el sentido de las classi subalterni) en la Europa moderna temprana compartía las experiencias de la pobreza, la dominación y la exclusión de la “alta” cultura. No obstante, no era culturalmente homogéneo. Por el contrario, sus integrantes se dividían por género, edad, región, religión, ocupación, etc. Por ejemplo, los granjeros, los pastores, los artesanos, los comerciantes, los mineros y los marineros tenían cada uno necesariamente su propia cultura, en el sentido de actitudes, artefactos, prácticas y lo que Chartier describe como “representaciones”.24
Si cada una de estas culturas era o no independiente o si era lo que los sociólogos solían llamar una “subcultura”, en otras palabras, “semindependiente” son cuestiones empíricas que no se deciden por definición. Por esta razón, no es más prudente describir ciertos textos como “baratos” o de “amplia circulación” que asumir que eran “populares”.25 Traté de encarar estos problemas argumentando que, en el 1500, lo que llamamos “cultura popular” era la cultura de todos. Las clases altas y medias participaban de esta cultura, aunque algunos, especialmente los que sabían latín, también tenían acceso a una cultura erudita. No obstante, entre 1650 y 1800, se produjo una “retirada” gradual de la cultura popular, en especial por parte de los miembros masculinos de la nobleza y la clase media.26 Curiosamente, aunque Chartier y yo comenzamos nuestros estudios sobre cultura popular desde diferentes puntos, terminamos planteando cuestiones similares al respecto: sobre la participación de las élites en la cultura popular, por ejemplo, sobre su posterior “retirada” o “separación” de esta, sobre el “hundimiento” de los artefactos culturales (y lo contrario, su “ascenso”) y sobre los diferentes grupos que se encuentran bajo el paraguas intelectual de “el pueblo”.
Viendo en retrospectiva mi propio libro, más de cuarenta años después, me siento tentado a decir, como Edith Piaf, que “Je ne regrette rien”, aunque si lo escribiera hoy, sin dudas, ofrecería una descripción y un análisis más completos de las culturas femeninas, desde las duquesas hasta las pescaderas. ¿Qué conceptos emplearía si estuviera escribiendo hoy? Todos los conceptos, especialmente cuando tratamos de aplicarlos, plantean problemas además de resolverlos. “Popular” y “cultura”, ciertamente, no son la excepción a la regla. ¿Deberíamos abandonar estos conceptos, modificarlos o, simplemente, intentar emplearlos de una manera sensible a situaciones o problemas particulares? Mi propia elección es la última de estas posibilidades. ¿Cuál es la de Chartier?