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Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.41 no.1 Buenos Aires jun. 2016

 

ARTICULOS

SOLDADOS COMBATIENTES: LA CONSTRUCCIÓN DEL VALOR MORAL DEL SACRIFICIO EN EL OPERATIVO INDEPENDENCIA (TUCUMÁN, 1975-1977)

Citizen soldiers in combat : The construction of th e moral value of “sacrifice” in th e “Independencia ” Operation (tucumán, 1975-1977)

 

Santiago Garaño*

*Equipo de Antropología Política y Jurídica, Sección de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Universidad Nacional de Tres de Febrero. E-mail: sgarano@hotmail.com

Fecha de recepción: 28 de octubre de 2014 Fecha de aceptación: 30 de junio de 2016


RESUMEN

En este trabajo, analizaremos cómo las autoridades militares construyeron y buscaron imponer el valor moral del “sacrificio” en la tropa de soldados conscriptos enviados al sur tucumano en el marco del Operativo Independencia (1975-1977). Nos preguntamos cómo se construyó un código moral que buscaba orientar y condicionar la praxis de los soldados, dando cuenta especialmente de las principales metáforas, mandatos institucionales, sentidos y prácticas a partir de las cuales se alentó el valor moral del “sacrificio”. También, reconstruiremos las formas a partir de las cuales se intentó producir esa legitimidad emocional y moral para que los soldados estuvieran dispuestos a comprometerse con la represión política e incluso llegar a dar su vida. A los fines analíticos, retomaremos algunos autores clásicos de la teoría antropológica sobre el sacrificio, el don y las deudas, en especial, Marcel Mauss, Henri Hubert y la relectura que hizo de ellos Maurice Godelier (1998).

Palabras clave: Operativo Independencia – Tucumán – conscriptos – valor moral

Abstract

In this article, we analyze how the military authorities built and tried to impose the moral value of “sacrifice” among the conscripts sent to the Operation Independence. We wonder how was the moral code that sought to guide and condition the praxis of the soldiers built? Through which metaphors, institutional mandates, meanings and practices were the moral value of “sacrifice” encouraged? How was this emotional and moral legitimacy produced so that the soldiers were willing to give their lives in a context of political repression? To this end, we revisit some classics of anthropological theory on sacrifice, gift and debt, particularly Marcel Mauss, Henri Hubert as well as the rereading on them proposed by maurice Godelier (1998).

Keywords: Operativo Independencia – Tucumán – conscripts – moral value


 

INTRODUCCIÓN

Luego de avanzadas represivas previas, el 9 de febrero de 1975 las Fuerzas Armadas Argentinas desplegaron un vasto operativo represivo para destruir un frente rural creado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP): la llamada Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”, que operaba desde principios de 1974 en la zona boscosa del sur de Tucumán, una provincia del Noroeste de la República Argentina.1 Días antes, el 5 de febrero, la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón había ordenado a través de un decreto, que decía: el “Comando General del Ejército procederá a ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”.2

Todavía no se hablaba de Operativo Independencia, nombre que se hizo público recién en septiembre de 1975 cuando el por ese entonces famante Comandante en Jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, revistó tropas acantonadas en Tucumán. El 11 de febrero, el Comandante del III Cuerpo de Ejército, general Carlos Delia Larroca, en rueda de prensa, anunció el inicio del “Operativo Tucumán”, utilizando el mismo nombre que había tenido el Operativo concebido por el Gral. Onganía para cerrar once de los ingenios azucareros de Tucumán (Pucci 2007:341).

Sobre el Operativo Independencia, distintos investigadores han destacado la relevancia que esta iniciativa tuvo en la configuración de la modalidad represiva que se extendería a todo el país luego del golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Pilar Calveiro ha sostenido que este Operativo representó el inicio de una política institucional de desaparición forzada de personas y de los primeros centros clandestinos de detención (1998:26-27). A su vez, luego del 24 de marzo de 1976, esta modalidad de represión se convertiría en la tecnología por excelencia del poder. En esta misma línea, Marina Franco (2012) ha sostenido que la represión clandestina implementada en Tucumán fue el “laboratorio” de aquello que la dictadura sistematizó un año después a escala nacional.

En línea con estos argumentos, este artículo propone dar un paso más en el análisis de la experiencia de represión política desplegada en el marco del Operativo Independencia. Sin embargo, a diferencia de los trabajos anteriormente citados, que han realizado dichas afirmaciones sin abordar el caso de estudio en sí mismo, la presente investigación se enmarca en un estudio empírico de las formas de la violencia de estado en el sur tucumano.3 Como hemos sostenido, desde principios de 1975, en el imaginario represivo, el monte tucumano fue adquiriendo una progresiva centralidad: a partir del inicio de este operativo, las Fuerzas Armadas construyeron al monte tucumano como «centro» de la estrategia del poder militar, es decir, como aquel espacio donde se libraba una “batalla decisiva” contra la llamada “lucha contra la subversión” (Garaño 2011). Por un lado, al fundar un “teatro de operaciones”, se hizo una gran puesta en escena de una guerra no convencional, utilizando un conjunto de imágenes muy caras al imaginario bélico y nacionalista, entre otras cuestiones: la movilización de miles de soldados, convertidos en protagonistas de la lucha; la apelación a los valores morales del “sacrificio” de la vida, el “heroísmo”, la “lealtad” y el “valor”; y la representación de una continuidad entre la gesta de la “independencia” en el siglo xix y la “lucha contra la subversión” (Garaño 2015).

Específicamente, en este artículo analizaremos cómo a partir de febrero de 1975 las autoridades militares imaginaron un nuevo rol para los conscriptos y configuraron un modelo de soldado legítimo: aquel que no solo combatía activamente en la denominada “lucha contra la subversión”, sino que estaba también dispuesto a “dar su vida”.4 En esta línea, consideramos fértil pensar el “sacrificio” como un valor moral que ha ocupado un lugar central para orientar y condicionar la praxis de los soldados conscriptos en la llamada “lucha contra la subversión”.

En la primera sección, presentaremos una breve reseña histórica del servicio militar obligatorio en Argentina. Luego, retomaremos algunos autores de la teoría antropológica sobre los valores morales, así como sobre el sacrificio, el don y las deudas, en especial, Marcel Mauss, Henri Hubert y la relectura que hizo de ellos Maurice Godelier (1998). Además, postularemos las razones que nos llevan a proponer que este marco teórico es fértil para analizar el valor moral alentado por las Fuerzas Armadas. En tercer lugar, analizaremos un corpus de documentos militares y de testimonios, con el fin de profundizar el marco propuesto. Por último, presentamos una serie de conclusiones.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS: LA CONSCRIPCIÓN EN ARGENTINA

En un trabajo clásico, Benedict Anderson se pregunta por qué tantos millones de personas han estado dispuestas a matar y morir por sus naciones (1988: 200). Nuestra hipótesis es que, desde su instauración en Argentina en 1902, el servicio militar obligatorio operó activamente promoviendo esos sentidos de pertenencia a la Nación Argentina y en la producción de esa profunda legitimidad emocional que llevó a los ciudadanos soldados a estar dispuestos a “sacrificarse por la patria”. Como resultado del paso por la conscripción obligatoria, así como por la escuela pública, para amplios sectores de la sociedad argentina se volvió natural la oposición entre la grandeza moral de “morir por la patria” -una pertenencia que no se elige y que denota la idea de que se está naturalmente atado a ella- y otro tipo de muerte moralmente inferior -fundada en la pertenencia a grupos o instituciones a los que las personas se pueden afliar o renunciar a voluntad- (véase Anderson 1988:203).5

En la Argentina, el servicio militar obligatorio nació en 1902, en el marco de una serie de reformas que buscaban la profesionalización de las Fuerzas Armadas durante el segundo gobierno de Julio A. Roca, con una fuerte infuencia prusiana e impulsadas por su Ministro de Guerra, el coronel Pablo Ricchieri. La conscripción se convirtió especialmente en un antídoto contra el cosmopolitismo, fruto de una masiva inmigración europea que había arribado al país en los albores del siglo XX (Rodríguez Molas 1983). De hecho, esta institución castrense asumió varias funciones. Por un lado, tuvo una misión de formación cívica y moral (“civilizadora”), ya que pretendía dar cohesión a la nueva república, reforzar el papel del Estado e inculcar una serie de valores nacionales y sociales a los jóvenes (Lorenz 2006:24). Asimismo, cumplió un rol educativo, por ejemplo, de alfabetizar a jóvenes campesinos e indígenas. A su vez, buscaba no solo difundir los valores castrenses, sino también neutralizar los “virus de disociación social” que portarían los inmigrantes de tradiciones anarquistas y socialistas (Rouquié 1998), así como un modo de disciplinar la sociedad argentina (Calveiro 1998). Al conjugar estos aspectos, desde su creación, operó como el rito oficial de pasaje masculino a la adultez, a la ciudadanía y a la nacionalidad argentina (Guber 2004:67).

Sin embargo, a partir de mediados de la década de 1970, hacer la conscripción implicó una serie de riesgos y peligros inéditos: los soldados podían morir y matar durante enfrentamientos entre la guerrilla y las Fuerzas Armadas en el monte tucumano o durante un ataque guerrillero a un cuartel militar o incluso ser víctimas de la represión ilegal (Garaño 2012). Particularmente, como veremos, el comienzo del Operativo Independencia representó un cambio sustancial en la experiencia de los soldados conscriptos: a partir de febrero de 1975, podían ser enviados a una “zona de operaciones” donde la posibilidad de morir y matar era real y concreta.

En ese marco de refexiones, nuestro análisis pretende contribuir a una nueva línea de trabajos: la historia sociocultural de la guerra.6 Recientemente el historiador argentino Federico Lorenz planteó la necesidad de estudiar la década de 1970 desde esta perspectiva, indicando la vacancia que existe en este sentido (Lorenz 2015:25). Por consiguiente, este trabajo se propone comenzar a aportar a esta área de vacancia en la historiografía. Es importante aclarar que, si bien no compartimos la caracterización presente en algunos trabajos académicos, del período como el de una guerra civil (Marín 1996; Izaguirre 2009), es notable la constatación de la extendida creencia presente en el ámbito castrense acerca de que el país se encontraba inmerso en una “guerra revolucionaria” (Vezzetti 2002:55-108). Dicha idea se constituyó en un poderoso elemento de un imaginario bélico en clave antisubversiva que operó sobre la realidad histórica y que es menester considerar y analizar en toda su magnitud debido a los efectos que ello tuvo en las prácticas represivas (Pontoriero 2016). Por lo tanto, consideramos que para comprender las condiciones que hicieron posible el ejercicio del terrorismo de estado, debemos abordar los valores morales, los mandatos institucionales y los sentimientos y emociones que sustentaron el accionar represivo.

VALORES MORALES, DEUDAS y SACRIFICIOS: UN MARCO ANTROPOLÓGICO

En un trabajo sobre el concepto de lealtad en la praxis política de aquellos que se consideran a sí mismos peronistas, el antropólogo Fernando Balbi (2007) propuso fundar el análisis de los valores morales en un enfoque etnográfico que permita dar cuenta tanto de sentidos canónicos como de su carácter polisémico, es decir, del proceso confictivo, dinámico de producción y transformación de su sentido.7 A los fines del presente artículo, la propuesta de Balbi se vuelve una valiosa herramienta para analizar los modos en que los valores morales –entendidos en determinados contextos sociales, históricos e institucionales– operan tanto como medio de sus acciones a la vez que como fundamento de estas.8

En particular, en este artículo mostraremos cómo las autoridades militares construyeron y buscaron imponer el valor moral del “sacrificio” en la tropa de soldados conscriptos enviados a combatir a la guerrilla al “teatro de operaciones” del sur tucumano. En este sentido, plantearemos que las autoridades militares pretendían que este valor moral fuera al mismo tiempo el parámetro normativo que rigiera no solo su comportamiento, sino que se convirtiera en el medio empleado para entender el mundo circundante y para concebir sus propias acciones.

Para pensar cómo se crearon relaciones entre el personal militar, este trabajo se inscribe en aquellas líneas de investigaciones que han estudiado cómo las deudas o los intercambios de dones fundan relaciones sociales entre personas morales y grupos sociales, retomado autores clásicos de la antropología (véase también Sarrabayrouse Oliveira 2008; Pita 2010). Pero, ¿por qué volver a la teoría clásica del intercambio, desarrollada por la antropología clásica, para pensar la violencia política en la década del setenta en Argentina? Entendemos que los conceptos desarrollados por la antropología para la explicación y el análisis de instituciones, relaciones y prácticas en las llamadas sociedades etnográficas se revelan fértiles a la hora de ser aplicados en sociedades occidentales y modernas (Sarrabayrouse Oliveira 2004:206).9 Clifford Geertz (1987) sostuvo que en antropología las contribuciones teóricas son difíciles de separar de los estudios específicos: “las ideas se adoptan de otros estudios afines y refinadas en el proceso, se las aplica a nuevos problemas de interpretación. (…) Si continúan siendo útiles y arrojando nueva luz, se las continúa elaborando y se continúa usándolas” (1987:37). En este sentido, el ejercicio de la interpretación etnográfica se enriquece gracias a los despliegues conceptuales más audaces de las cuestiones conceptuales ya planteadas por otros/as antropólogos/as. Al decir de este autor, se trata de apelar a conceptos anteriormente utilizados para explicar nuevos terrenos o problemas (en este caso, la historia reciente argentina), procurando lograr mayor precisión y amplitud.

En relación con los estudios sobre la militancia y la represión durante los años setenta, la deuda con los “compañeros de caídos” se ha abordado para comprender el comportamiento de los integrantes de las organizaciones armadas, pero no del personal y autoridades de las Fuerzas Armadas. Pilar Calveiro (1998) sostuvo que la fdelidad a los principios de los movimientos revolucionarios solo explica una parte de porqué un gran número de militantes continuaron comprometidos con las organizaciones armadas, incluso en plena dictadura, a pesar de lo evidente de la brutal represión política. Para esta autora, los militantes estaban atrapados por “una oscura sensación de deuda moral o culpa con sus propios compañeros muertos”, una construcción realizada por las propias organizaciones armadas (1998:14). Siguiendo estos planteos, Ana Longoni (2007) señaló que en las organizaciones armadas imperó un mandato de sacrificio de la propia vida en tanto prevalecía la concepción de que era mejor la muerte que la traición e incluso el riesgo de traicionar involuntariamente.

Como veremos, la idea de deuda con los “compañeros caídos”, tan citada en relación con los militantes de organizaciones revolucionarias, también nos puede ayudar a explorar la experiencia de quienes ejercieron la represión política desde el Estado. De hecho, de manera muy incipiente, algunas investigaciones han intentado explicar las condiciones de posibilidad de la represión política dando cuenta de los mecanismos a través de los cuales se construyó un consenso y una disposición colectiva al “sacrificio” al interior de las Fuerzas Armadas10 a partir de emociones, sentimientos y deudas con los “compañeros” de armas “caídos”. Por ejemplo, en su trabajo sobre continuidades y rupturas en las memorias castrenses sobre el pasado reciente dictatorial, Valentina Salvi (2012) ha mostrado cómo aquellos militares retirados “que fueron contemporáneos de la represión” construyen su legitimidad en ese mundo militar a partir de la figura de “compañeros de promoción” de aquellas “víctimas del terrorismo”. En calidad de afectados directos de la “subversión”, los militares “recrean y escenifican los lazos afectivos de la ‘familia militar’, pero toman la palabra en calidad de ‘víctimas no reconocidas ni recordadas’” por la sociedad argentina, ni debidamente homenajeadas por el Ejército Argentino (Salvi 2012:141).11

HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE SANGRE POR LA PATRIA

A mediados de 1976, en sus dos primeras páginas la revista Soldado Argentino publicaba dos mensajes dirigidos a los conscriptos: del lado izquierdo, uno titulado “Carta de una madre”; del derecho, el discurso del Comandante en Jefe del Ejército, Leandro Anaya, en la Sede del Comando del III Cuerpo de Ejército con motivo de la despedida de los conscriptos de la clase 1954 y la incorporación de los soldados de la clase 1955 -pronunciado en la ciudad de Córdoba-. En el primer caso, se trataba de una carta atribuida a la madre de un soldado que estaba cumpliendo con el servicio militar obligatorio:

Godoy Cruz, 24 de…

Querido hijo:

A pesar de que no hace mucho tiempo que te fuiste al servicio militar, a mí me parecen años, por lo mucho que te extraño. Por suerte, por la foto que me enviaste, veo que están muy bien y todo el aspecto de un aguerrido soldado.
No dudo que te sabrás comportar como siempre, como tampoco dudo que lo que has aprendido en tu casa, te servirá de apoyo en todo momento.
Hijo, aquí sabemos que no te encuentras libre de riesgos y que la trampa que atenta contra ti, puede sorprenderte en cualquier recodo del camino. Pero aun así, creemos que sin esa cuota de sacrificio, muy poco será lo que podamos esperar para el futuro de la Patria. Creemos que lo que tú haces, aunque parezca insignificante, tiene un inmenso valor y entonces aquí, en tu modesta casa, nos sentimos orgullosos de ti. Porque gracias a ti, hijo, gracias a ti, soldado, podemos seguir viviendo en paz, trabajando, respirando aire de libertad y eligiendo nuestro destino, según nuestras propias creencias.
Eso me llena de alegría y además, como creo en Dios, estoy tranquila pues sé que Él te dará protección, como la dará también, por qué no, a todos los argentinos, para que en paz y comprensión se construya el país que hoy te toca a ti defender.
Querido hijo, cuídate. Como sé que eres un buen hijo, no dudes que también serás buen soldado.
Te besa con amor,
Tu madre.12

Escrita en un registro afectivo y sentimental, nos muestra cómo la cualidad imperativa y obligatoria del valor moral del “sacrificio” de la vida no se sostenía solamente en la razón, sino también en elementos emocionales y morales. En este sentido, con la publicación de esta carta, las autoridades militares buscaban no solo estandarizar un mandato del sacrificio de la propia vida, como el valor moral que debía guiar la praxis de los soldados conscriptos, sino también dotarlos de fuerza moral y emocional. Según la misiva, debido a que todo el país estaba en peligro, su salvaguarda requería “esa cuota de sacrificio” de los “mejores hijos”.

Con la misma finalidad pero en otro registro, el discurso de Anaya, Comandante en Jefe del Ejército, también reforzaba este modelo de soldado legítimo alentado por las Fuerzas Armadas. Lejos del tono íntimo, afectivo y comprensivo de carta, asumía todas las características de una arenga militar:

La Nación vive momentos de trascendencia histórica. Las Fuerzas Armadas, ante el vacío de poder existente, han debido intervenir para salvar la seguridad de la Nación, ostensiblemente amenazada. Al igual que en las otras Fuerzas Armadas, el Ejército mantiene total vigencia de su potencial a través de su inexorable ciclo de renovación, que anualmente se produce con el licenciamiento de una clase y la incorporación de la otra que le sucede. Estos mecanismos de relevo es el aporte que el pueblo efectúa, con lo mejor de sus hijos, para el adecuado alistamiento de las instituciones armadas, como la savia imprescindible para que éstas sean fuertes y capaces de los más grandes esfuerzos y sacrificios.13

Si se destacaba el rol de los soldados es porque implicaba que todo el “pueblo” participaba metonímicamente de la misma lucha a través del “sacrificio” de sus “mejores hijos”. El discurso empezaba con el “reconocimiento profundo” de las autoridades militares a los soldados de la clase 1954 que habían asumido “en plenitud, desde su misma incorporación, aquel legado, enfrentando con valor y aun con heroísmo la lucha contra la delincuencia subversiva”. Luego, les explicaba que el desafío era que, una vez reintegrados a la “vida civil”, continuaran con “la frme determinación de mantener el puesto que bien supisteis ganar en esta lucha”. Luego, el Comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, les brindaba un “cordial saludo de bienvenida” a los soldados de la clase 1955, a quienes se convocaba a ser “protagonistas activos en la normalización de la Nación”:

Ella necesita de todos sus hijos para alcanzar el ambicioso anhelo de paz y libertad (…). Mirad, en fin, en quienes os preceden en las flas, el digno ejemplo que debéis seguir y que dignificará vuestra condición de ciudadanos soldados. Tened presente todos, que la Nación los mira y confía en vosotros, en los que hoy os reintegráis al quehacer cotidiano, porque en esta hora se requiere la suma de todas las energías positivas para consolidar definitivamente el destino argentino. y en los que os incorporáis a su Ejército porque seguiréis siendo como en todas las épocas los feles custodios de su soberanía y seguridad. Vuestro Comandante en Jefe está seguro y convencido de que, con la ayuda de Dios nuestro Señor, la misión será cumplida y de que habréis de hacer honor a la tradición del soldado argentino, entregando si fuera necesario, hasta la última gota de sangre por la felicidad y grandeza de la Patria.14

Los dos textos funcionaban creando un potente juego de oposiciones complementarias entre sí: la informalidad de una carta escrita a mano por una madre en contraste con el discurso institucional de un general del Ejército; el ámbito de producción doméstico y familiar (una casa en una localidad de la provincia de Mendoza) frente al espacio público e institucional (un cuartel militar); el tono maternal, afectivo y comprensivo en oposición con el tono castrense, rígido y severo; la referencia a un hijo concreto y el saludo/despedida a todos los soldados pertenecientes a una clase militar. Tomados en conjunto operaban como un mensaje moralizante destinado a los soldados, totalizante e individualizante al mismo tiempo.15 Como proyecto totalizante, se representaba a los conscriptos como miembros de una comunidad (la Nación), que trascendía todas las diferencias y suponía la identificación de sus miembros en una misma lucha. Al mismo tiempo, se individualizaba a los jóvenes varones como los “mejores hijos”, cuya pertenencia a la Nación exigía la “lealtad” primera y, sobre todo, disposición al “sacrificio”.

Al yuxtaponer la carta de una madre y el discurso del general, se iluminaba el modelo de la familia tradicional que caracterizó el discurso de las autoridades militares durante la última dictadura. Este discurso familiarista que describía -al mismo tiempo que prescribía- derechos, deberes y obligaciones y se volvía una ficción muy potente para exigir a los soldados (considerados como “hijos”) el máximo “sacrificio”: la ofrenda de la propia vida. En este sentido, la concepción de la nación como una “gran familia” ligaba la estructura social al origen biológico, dándole carácter natural a los roles y valores familiares (ver Filc 1997:42). Es decir, al concebir las relaciones políticas entre el Estado y los ciudadanos como vínculos familiares (y, por tanto, naturales e indisolubles), los derechos y deberes eran reemplazados por la obediencia flial (Filc 1997:46-47). De esta manera, se apelaba a una metáfora apta para exigir solidaridad, generosidad, abnegación y, sobre todo, “sacrificio”.

Evidentemente, tanto la carta como el discurso de Anaya también retomaban un tópico muy significativo para el discurso nacionalista: la idea de que la Nación se encarnaba metonímicamente en la persona finita, soberana y fraternal del ciudadano-soldado (ver Pratt 2000 [1987]:14). En un libro ya clásico, Benedict Anderson (1988) sostiene que algo de la naturaleza del amor político puede descifrarse en el tipo de vocabulario utilizado para referirse a las naciones y a la patria: el del parentesco y el del hogar. Para este autor, es muy raro que los productos nacionalistas expresen temor y aversión; antes bien, suelen inspirar usualmente un amor profundamente abnegado (Anderson 1988:200). Al emplear ese tipo de vocabulario, sostuvo Anderson, se denota algo a lo que se está naturalmente atado; justamente como Nación es el dominio del amor desinteresado, la entrega y la solidaridad, puede exigir los mayores sacrificios (1988:202-203). En esta línea de interpretación, apelar al lenguaje del parentesco era una vía para alentar una disposición al sacrificio por parte de los soldados, en el marco de la llamada “lucha contra la subversión” y, gracias a esa estrategia militar, dotar de fuerza emocional y moral al mandato institucional fomentado por las FFAA: dar la vida por la Patria.

“LO HACEMOS PORQUE ESTAMOS CONVENCIDOS”

En el caso que estamos analizando, podemos ver que las autoridades militares consideraban a los soldados como ofrendas que todo el pueblo argentino sacrificaba y cuyo destinatario era la Nación en peligro, amenazada. En el clásico trabajo titulado “De la naturaleza y de la función del sacrificio”, Henri Hubert y Marcel Mauss (1970) argumentan que el sacrificio, bajo la diversidad de formas locales, en el fondo siempre representa un mismo procedimiento que puede emplearse para los fines más diversos: “Este procedimiento consiste en establecer una comunicación entre el mundo sagrado y el profano por intermedio de una víctima, es decir, de una cosa destruida durante una ceremonia” (1970:244). Gracias a la consagración y ofrenda de una víctima, se modifica el estado de la persona moral que lo realiza o de determinados objetos ideales o reales por los que dicha persona se interesa (1970:155). Hubert y Mauss (1970) plantean que no existe sacrificio en los que no intervenga la idea de redención y si bien suele concebírselo como un acto de abnegación y renuncia desinteresado cuando, en realidad, es exigido por esa entidad sagrada a la que se le debe culto (tiene fuerza de obligación).

En esta línea de interpretación, los soldados (convertidos en víctimas sacrificiales) se volvían intermediarios entre el sacrificante (el “pueblo”) y esa entidad a la que estaba dirigido el sacrificio (la “Nación”). A su vez, eran las víctimas sacrificiales las que transmitían el carácter divino del mundo sagrado al profano y viceversa, al operar como puentes mediadores entre esos mundos (véase Hubert y Mauss 1970).16 Como sostienen Hubert y Mauss, donante y donatario no entraban en relación directa sino a través de las víctimas sacrificiales:

Si el sacrificante se comprometiera hasta el fondo con el rito, encontraría la muerte y no la vida. La víctima le reemplaza. Sólo ella penetra en la esfera peligrosa del sacrificio y sólo ella sucumbe en él y está ahí precisamente para sucumbir. El sacrificante permanece cubierto; los dioses toman a la víctima en vez de cogerle a él. la víctima le redime (Hubert y Mauss 1970:245; cursivas en el texto original).

Sin embargo, como ya hemos planteado, el desafío para las autoridades militares era crear entre los soldados una cierta adhesión moral y emocional, un compromiso con la llamada “lucha contra la subversión” que los llevara a estar dispuestos a realizar esos “sacrificios”. Ello es así debido a que, como sostuvieron Hubert y Mauss, el sacrificio exige un credo (1970:175). ya desde principios de 1975, en la revista Soldado Argentino se llamaba a que asumieran una “militancia integral” en defensa de la “patria”, en el marco de lo que denominaban una “agresión antinacional”. Los títulos de los artículos no hacían otra cosa que estandarizar el mandato institucional: “El soldado que no lucha por la Nación no es un soldado”, rezaba uno.

Al ser publicados en una revista publicada por las Fuerzas Armadas y de amplia difusión entre los soldados, como Soldado Argentino, estos textos pretendían funcionar como un mensaje moralizante y tener un efecto multiplicador entre los soldados. Según me explicó un oficial del Ejército, a mediados de la década de 1970 se publicaban dos números por año de la revista Soldado Argentino y, como “llegaba a todos los soldados”, su tirada era de “por lo menos 100 mil ejemplares, que era el efectivo de esa época”.17 Esa revista se repartía entre los soldados y “se usaba para dar instrucción” a los soldados conscriptos; incluso el maestro del cuartel podía utilizarla para alfabetizar a sus alumnos: “Era entregada y leída por los soldados. Antes se hacía un programa de instrucción semanal y los encargados de la instrucción les leían a los soldados el contenido de la revista. No se trataba de artículos de doctrina militar, sino ilustrativos de la vida del soldado o para instrucción cívica”, recordó. Como tenía un tamaño que permitía que los guardaran en un “bolsillón grande” del uniforme, los soldados tenían que tenerla “siempre a mano”, porque era un “elemento de instrucción y lectura”. Incluso, algunos exsoldados con los que conversé todavía conservan algún ejemplar de esta revista.

De distribución gratuita, como rezaba una leyenda en sus primeras páginas, tenía mucho contenido gráfico y excelentes fotografías, y se invitaba a los soldados a participar de concursos y enviar cartas y artículos. Los artículos de Soldado Argentino trataban sobre la vida cotidiana del soldado conscripto, la importancia de la conscripción y del Ejército Argentino; artículos sobre los “héroes”, símbolos, rituales y fechas “patrias” y los combates y batallas libradas por el Ejército Argentino; notas de actualidad, cultura general, educación, religión, “familia” y salud (enfermedades como el mal de chagas, las venéreas, la lepra); viñetas de humor e historietas sobre el mundo militar.18 A partir de 1973, la exaltación de comportamiento “heroico” de algunos soldados frente ataques guerrilleros fue constantemente opuesta a la de los acusados de “traidores” y la sombra de la “sospecha” y la “infltración” atravesó numerosas notas de la revista Soldado Argentino (Garaño 2011). y, especialmente luego de 1975, se engarzó con el relato constante de la “lucha contra la subversión”.

En otro artículo, llamado “Por qué es obligatorio luchar para defender a la Patria”, se retomaba la apelación a los soldados como “hijos” dispuestos a ofrendar su vida para evitar “que potencias extranjeras pretendan cambiar nuestra forma de vivir y de pensar”:

Son los hijos del suelo quienes deben velar para evitar que ello ocurra y son los hombres de armas quienes deben tutelar y acrecentar el Depósito, la realidad integral de la Patria, que nos entregaron los padres de la argentinidad y que se va legando de generación en generación. Subordinación y valor: Para defender a la Patria. Este requerimiento diario de vuestro superior no debe quedar sólo en una mera exclamación, porque hoy comprobamos palpablemente que nuestra Patria necesita ser defendida. (…) Todos sabemos que el Servicio Militar Obligatorio está impuesto por la obligación de una ley (…). Pero no debe entenderse que es la obligación de una ley la que nos obliga a armarnos en defensa de la Patria (…). Defendemos a la Patria, al igual que a la madre, la libertad o al trabajo, porque nos lo dice así nuestra conciencia y lo hacemos de la mejor manera para vencer el peligro que amenaza. Lo hacemos porque estamos CONVENCIDOS. (…) debemos concluir que la hora de la acción ha llegado, que debemos emplear toda nuestra energía y capacidad para vencer la amenaza y extirpar el mal que confundiendo mentes, quiere adueñarse de la voluntad de los argentinos. Para evitarlos, Soldados, es que Uds. aprenderán el uso de las armas, para ser el verdadero brazo armado de la Nación.19

Como el paso por la conscripción implicaba nuevos riesgos y peligros, se requería la producción activa de la legitimidad para que los soldados estuvieran dispuestos a matar y morir por la “Patria”. Se trataba no solo de dar forma a un código moral, que alentara ciertos valores y cohesionara al grupo, sino también, siguiendo la fórmula de Emile Durkheim (1982), volver deseable lo obligatorio (en Turner 1995:33). En un artículo titulado “Rompamos el miedo”, se reconocía que la experiencia de combatir a la guerrilla era inédita para los soldados conscriptos que cumplían con el servicio militar obligatorio:

Todos los soldados que por primera vez penetramos en el campo de combate, hemos experimentado cierto grado de ansiedad y miedo. Ello es natural y lógico, todo ser humano en presencia de un peligro real o imaginario, pone en marcha sus mecanismos de defensa. El campo de combate nos pone en contacto con una realidad donde el peligro campea en todas direcciones y a toda hora. De allí que el conocimiento y el control que tengamos sobre nuestro estado sicológico será de mucha importancia, para una mejor disciplina y moral de combate.20

Si bien no se ponía en duda “el valor y la voluntad de vencer” de los soldados argentinos, se reconocía que los “trastornos emocionales pueden ocasionar serios peligros, especialmente frente al enemigo”. Recomendaban mantener la “calma” y planteaban que el “miedo” no era la “ausencia de coraje”, sino “la falta de control sobre nuestra ansiedad”. En el “campo de combate”, se contaba con un “importante factor” que colaboraba para “recuperar o mantener la estabilidad emocional”, “nuestra actuación en grupo”. “No estamos solos, integramos una fracción de combate de sólida coherencia espiritual y la interacción grupal es un estímulo que impulsa a proceder con decisión aún frente a problemas muy serios. Cada hombre apoya al otro y entre todos compartimos el peligro y los riesgos”. Como “la finalidad es participar del combate en óptimas condiciones y ayudar a otros en este asunto”, se proponía una solución en caso de que un soldado atravesara un momento de “pánico”: “démosle oportunidad pero sin remarcarle su incapacidad transitoria ni empujándolo hacia tareas peligrosas para ‘quitarle el miedo’”. y, en caso de haber participado de un “trastorno emocional”, el desafío era “incorporar esa experiencia a la mochila de la empiria [sic] del combate”.21

“DAR HASTA LO MÁS PRECIADO POR UN CAMARADA”

A mediados de 1975, la Revista de educación militar publicó un artículo titulado “La vigencia actual de los valores tradicionales en la personalidad militar argentina en la lucha contra la subversión” elaborado por el Departamento de Educación del Estado Mayor General del Ejército. El texto era una representación de que todo el personal del Ejército conformaba un “bloque monolítico” que luchaba mancomunadamente contra la llamada “delincuencia subversiva”, sin distinción de jerarquías y del hecho de que los soldados se limitaban a cumplir con una obligación. Según el artículo, el “tremendo error de los dirigentes de la subversión” radicaba en “su equivocación al juzgar a los hombres que, sin distinción de jerarquías, conforman sus cuadros actuales”: “Error de apreciación, producto de una infantil e imaginaria concepción del Oficial y del Suboficial, que, en forma silenciosa y abnegada, guarda cada uno y en todos, el fuego sagrado del legado histórico recibido”.22

El Ejército Argentino, frente a la realidad de las operaciones que desarrolla, se presenta hoy como un verdadero bloque monolítico en el que oficiales, suboficiales y soldados se integran espiritual y físicamente, detrás de un objetivo común: aniquilar la subversión. (…) La lucha contra la subversión en que actualmente se encuentra empeñado el Ejército, ha permitido, una vez más, poner de manifesto la vigencia de los valores tradicionales que conforman un estilo de vida del hombre militar argentino. Este aforar a la superficie de algo que se mantenía latente, tiene una doble y profunda significación. Por un lado, constituye la materialización tangible de manifestar: el Ejército de 1975 es el mismo que el de las Campañas de la Independencia y la guerra contra el Imperio (…). Este Ejército que hoy se enfrenta y derrota a la subversión apátrida en los montes tucumanos, en síntesis, es el que, habiendo tenido su bautismo de fuego en las acciones contra el invasor inglés, nació con la patria en mayo de 1810.23

Como un sacrificio no puede verificarse en cualquier lugar –“de lo contrario, la inmolación no es más que un asesinato” (Hubert y Mauss 1970:170)–, vemos en este texto que el monte tucumano se volvía especialmente propicio para ese acto ritual porque unía la lucha del presente con la gesta de la “independencia” en el siglo xix, enlazaba pasado y presente. Podemos pensar que este acto “sacrificial” se volvía un espectáculo cuya escena principal se daba en el monte tucumano, mientras que se convertía a la sociedad argentina a la vez en audiencia y beneficiaria de ese acto sacrificial. Al concebirse a sí mismas como “reserva moral de la Nación”, encarnación de la “patria” y depositarias de su poder, las Fuerzas Armadas se erigían como intermediarios entre lo sagrado y lo profano. y los soldados, suboficiales y oficiales caídos eran las ofrendas que todo el pueblo sacrificaba en aras de “aniquilar la subversión”, en un acto desinteresado de abnegación y entrega (pero no menos obligatorio e imperativo).

Según el artículo, los “valores trascendentes de la personalidad militar argentina” que conformaban la “moral de los cuadros de la Institución” eran cinco: “abnegación”, “valor”, “lealtad”, “iniciativa” y “entusiasmo”. El “valor” (entendido como “la superación serena y frme del miedo al peligro físico”) debía guiar la praxis del personal militar y era “el rasgo tal vez más distintivo de ese patrimonio indestructible que es la historia de nuestro ejército”:

Los jóvenes Oficiales, Suboficiales y Soldados del ‘Operativo Independencia’, los que cayeron para siempre en el frente de sus fracciones, los que sintieron en sus cuerpos el efecto de la metralla, los que día a día se internan en el monte y lenta pero inexorablemente están materializando la destrucción de la subversión, personifican el ejemplo del valor moral y físico, que impulsa al ciudadano incorporado a enfrentar con frmeza y decisión al extremismo. (…) Si Tucumán, cuna de la Independencia Argentina, constituye el escenario propio para mostrar al pueblo entero cuál es el coraje de sus hombres en armas, también lo ha sido y probablemente lo seguirán siendo, las calles de las ciudades argentinas (…) dando claro testimonio del índice más alto del valor: el valor para morir.24

Opuesto a la “traición”, la “lealtad” se unía al mandato institucional del “sacrificio” de la propia vida. Apelando al mismo efecto multiplicador, se ejemplificaba con la experiencia de miembros de las FFAA concretos que habían defendido los cuarteles frente a ataques por parte de la guerrilla:

Son los ejemplos de un pasado, que hoy tiene nuevas exteriorizaciones en la actividad del Soldado DANIEL OSVALDO GONZALEZ, del RC BI ‘Húsares de Pueyrredón’, muerto por la subversión por haber demostrado su lealtad a la unidad mientras se desempeñaba como centinela. (…) En los Suboficiales y Soldados que velaron por la vida de sus jefes en momentos de peligro y en la abnegada y silenciosa misión de salvaguarda de los cuarteles todos los días y a lo largo de todo el país, cumplen los hombres del Ejército.23

La “abnegación” (como “acto deliberado por el cual se renuncia a beneficios materiales o inmateriales a favor de un fin superior”), la “iniciativa” (“en la aplicación del propio ingenio para el mejor cumplimiento de la orden) y el “entusiasmo” (“manifestación externa del optimismo”) completaban el conjunto de valores morales que debían ser los “pilares fundamentales de una situación espiritual colectiva que, tradicionalmente, se ha denominado ‘espíritu de cuerpo’”.26 Sin embargo, este conjunto de valores no era visto como una experiencia de sufrimiento. En cambio, se conceptualizaba como una actitud de “abnegación”, de “renuncia” “desinteresada”, cuyo destinatario era la “Patria” (como entidad impersonal) y representaba asumir un comportamiento “leal” a “la Nación, el Ejército, a la Unidad, a los superiores, a los camaradas, y a los subordinados”.

En el artículo citado más arriba, notamos un desplazamiento desde una concepción donde el beneficiario del sacrificio era una entidad abstracta e impersonal (la Nación amenazada, la “Patria”) a una donde los receptores eran los “compañeros caídos”, un conjunto de seres concretos, de carne y hueso (en algunos casos conocidos cara a cara). Según la construcción discursiva propuesta, se trataba de un donante (un soldado, oficial o suboficial) que había realizado el máximo sacrificio (ofrendar su vida) y cuyo donatario habían sido no solo la “Patria” o “Nación” sino también sus “compañeros” de armas.

La teoría antropológica clásica sobre el intercambio arroja luz sobre el análisis de este discurso institucional sobre el mandato del sacrificio. En “Ensayo sobre los dones, motivo y forma del cambio en las sociedades primitivas”, Marcel Mauss estudia cuáles son los mecanismos, las normas de derecho y de interés que obligan al donatario a devolver los dones recibidos.27 Mauss plantea que no son los individuos sino las colectividades las que hacen regalos, ofrendas, sacrificios y, por lo tanto, se obligan mutuamente. En este sentido, se trata de prestaciones y contraprestaciones que se realizan entre personas morales y cuya finalidad es moral (1971:159-160). Más aún, Mauss muestra cómo los dones se presentan bajo la forma de regalos aparentemente voluntarios, libres y gratuitos cuando, en realidad, son rigurosamente obligatorios (1971:157). En este sentido, en el seno de las formas más diversas de intercambio, Mauss destaca la existencia de una misma fuerza que encarna en tres obligaciones, distintas aunque encadenadas entre sí: la obligación de dar, la de recibir y la devolver (véase también Godelier 1998:24). Mauss postula que “El dar es signo de superioridad, de ser más, de estar más alto, de magister; aceptar sin devolver más, es subordinarse, transformarse en cliente y servidor, hacerse pequeño, elegir lo más abajo (minister)” (1971:255). Por tanto, no se tiene derecho a rechazar un don; incluso, cuando se los acepta, ya se sabe que se queda uno obligado con aquel donante, en deuda: “Más que beneficiarse de una cosa o una festa, se acepta un desafío y se acepta porque se está con la certeza de poder devolverlo y de demostrar que no se es desigual” (1971:209).

Como hemos visto en el artículo de la revista de educación del ejército analizado, cada uno de los valores morales alentados tenía una definición institucional legítima, relativamente abstracta y general. Sin embargo, su fuerza emocional y moral se acrecentaba con la ilustración de la acción concreta de distintos oficiales, suboficiales y soldados de carne y hueso que habían realizador el máximo “sacrificio”: “dar su vida”. Su efecto multiplicador como mensaje moralizante se basaba, entonces, en la ejemplaridad de estos actos sacrificiales. Estas acciones heroicas –estas máximas ofrendas o dones– funcionaban creando obligaciones y deudas entre los “compañeros” de armas. Al haber dado su vida, las víctimas sacrificiales no solo obligaban a sus compañeros a convertirse en los receptores de ese don, sino también a estar dispuestos a realizar los máximos actos de “entrega”. De esta manera, se creaba una cadena interrumpida de asociados, que estaban obligados a dar otro don equivalente a que habían recibido, bajo pena de perder su prestigio, su reputación, su honor, su autoridad, su mana (véase Mauss 1971:164). Es decir, se formaba una comunión y una alianza indisoluble entre el donante y el donatario que quedaban continuamente implicados, sintiendo que se debían todo.28 A partir de la activa difusión de esos actos sacrificiales –ilustrados en la revista de educación del ejército–, se mostraba cómo esta serie de prestaciones y contraprestaciones entre “compañeros” no eran ni libres ni desinteresadas; tenían la fuerza imperativa de la obligación y no solo creaban, sino que también cimentaban, fuertes vínculos de “compañerismo”.

DE COMPAÑERISMOS y DEUDAS: EDUARDO29

Cuando inicié el trabajo de campo en San Miguel de Tucumán, uno de mis primeros entrevistados fue Alberto, un exsoldado de la clase 58, que me contactó con otros exsoldados a quienes había conocido gracias a su activismo por dicho “reconocimiento” por las “violaciones a los derechos humanos” que habían sufrido durante la conscripción.30 Entre ellos, me presentó a Eduardo, un soldado de la clase 55 a quien entrevisté en una estación de servicio de la ciudad de San Miguel de Tucumán, cerca de una clínica donde tenía un familiar internado. Eduardo había nacido –y aún vive– en Guruyaco, 70 kilómetros al norte de la capital de Tucumán, y había realizado el servicio militar obligatorio en Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes. Una de las primeras cosas que me contó fueron las razones que invocaba para “luchar” por lograr una “pensión”: “En la actualidad, muchos nos hemos quedado sin ser [trabajadores] efectivos y la necesitamos para sobrevivir. Por algo hemos luchado para defender a esta patria, nosotros también queremos que la patria nos responda con algo para poder seguir viviendo. y para seguir luchando”.

En la entrevista, Eduardo recordó que había integrado los “grupos de seguridad” –el “grupo más riesgoso”–, donde tenían que estar siempre dispuestos “para el enfrentamiento” y dormir “armado hasta los dientes”. A lo largo de la entrevista, destacó que su relación con los oficiales y suboficiales había sido “muy buena” porque “siempre he sido muy atento, muy colaborador”. “yo estaba a cualquier hora listo”, enfatizó. Si bien había sido un “momento confictivo” por el “tema de la guerrilla, de los extremistas”, consideró que había tenido “suerte” porque durante su paso por la conscripción no habían pasado “cosas graves”. Sí le había tocado estar en “momentos críticos” donde “tenés que jugarte la vida” en la zona de la Triple Frontera, por ejemplo, “gente que va a entrar droga y tenés que detenerlos”, “gente extremista que se ha querido colar por las tres fronteras” o “enfrentamientos pequeños que no han causado muchas bajas”.

Santiago: y usted, ¿tenía miedo en esa época?

Eduardo: No, para nada. Por ahí uno se pone, se mentaliza y piensa en el padre, en la madre, en la familia, pero mientras estás en..., no se da nada, porque uno está decidido a cualquier cosa. A luchar por lo que venga, porque la única opción que teníamos en ese momento era defender a la patria, el bienestar de la gente, porque nosotros estábamos para eso. (…) S: ¿Cómo fue la instrucción militar? ¿Qué les enseñaron?

E: Primero empiezan haciendo el alistamiento físico, haciendo ejercicios, te empiezan a enseñar cuando se encuentra cuerpo a cuerpo con el enemigo. Nos enseñan algo así de artes marciales, para lucha, nos enseñaban a pelear con bayoneta, en caso de que se terminen las balas, tiro al blanco, y nos tenían preparados para todo. A veces nos tenían toda la noche preparando. y ya más que todo nos tenían mentalizados, para que cualquier cosa, uno tenía que hacer frente, aunque pierdas la vida en un minuto, tenés que enfrentarse, ahí ya no hay miedo, no hay nada, parece que hasta en la comida le echaban pólvora para que uno fuese bien decidido, capaz de enfrentar lo que venga.

En cambio, sí recordó los miedos de su madre mientras duró su paso por la conscripción:

Santiago: Usted me contó que su mamá no quería que usted hiciera el Servicio Militar, ¿por qué?

Eduardo: y porque había mucha gente, vecinos de ella, que han ido y han caído en combate, [que] los han traído muertos. Ella no quería porque yo he sido siempre muy pegado a ella. y bueno gracias a Dios que no... porque el Barba ha hecho las diligencias para que yo no las haga, pero no. y bueno, dejálo, por algo debe ser. Gracias a Dios no he tenido que pasar lo que le ocurrió a muchos compañeros, es muy doloroso ver a un compañero hecho pedazos a tiros, a una madre, a un padre, es jodido.

Como vemos, hacer la conscripción después del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 -en pleno gobierno dictatorial- implicaba nuevos riesgos y peligros para quienes integraban las flas del Ejército Argentino:

Eduardo: No sé qué objetivo tenían. Pero parece que, aparentemente, era liquidar a los oficiales y suboficiales de los regimientos. (…) Les tiraban a ellos y no le tiraban tanto a los soldados, pero lo mismo caían soldados también, también combatían. Parece que ellos no les tenían tanta bronca a los soldados, sino a los oficiales. Ellos trataban de voltear primero a los oficiales y suboficiales. y los soldados que se cruzaban también la ligaban. O cuando no agarraban a los oficiales, los agarraban a los soldados. Hay mucha gente muerta, sí.

También recordó que, dos años antes de su paso por la conscripción, su Regimiento había sido “atacado por la guerrilla”. En esa oportunidad, trayéndolo al presente a través del uso del pretérito perfecto, rememoró que “han tomado por sorpresa y lo cual ha causado mucha indignación a los militares de Corrientes”. “Por lo cual han mandado muchas tropas de Corrientes a combatir acá, en Tucumán. Entre ellos hay muchos soldados que han vuelto sin piernas, sin brazos; otros han vuelto con heridas graves; y otros han caído en los enfrentamientos”.

Santiago: y, usted, ¿tenía ganas de hacer el Servicio Militar?
Eduardo: Bueno, yo muchas ganas no tenía porque mi mamá ya no quería, pero mi papá
él quería que yo lo haga. yo digo: ‘que salga lo que Dios quiera’. Porque ya ahí no podés
pensar dos veces, porque hay mucha gente que moría en los enfrentamientos. Cosas que
gracias a Dios no me han ocurrido, porque no me han dejado venir [a Tucumán]. Porque yo
estaba anotado para venir a combatir a la guerrilla y un jefe, un oficial, que es mano derecha
del teniente coronel, yo le hacía la parte de salir a buscarle bebida para el casino, él no ha
querido que yo venga a combatir porque él me necesitaba ahí. Pero yo tenía muchas ganas de venir.

S: ¿Por qué tenías ganas?

E: Porque, no sé, es una cosa como que uno con el mismo preparamiento uno tiene ganas de luchar en contra la injusticia. Uno quiere hacer [algo]. Como que a uno le duele tanto que un compañero tenga que morir en combate, hay compañeros que han quedado sin piernas, sin brazos y uno se siente herido ahí. Como que uno también quiere venir a jugarse la vida por la patria.

Como se puede observar en el relato de Eduardo, la idea de que existía una deuda con los compañeros caídos en la llamada “lucha contra la subversión” dotaba al mandato del sacrificio de una fuerza emocional y moral que lo alejaba de un mero postulado institucional, abstracto y fuera de contexto. De hecho, el receptor del sacrificio ya no era solo una entidad impersonal (la Patria), sino también aquellos compañeros “caídos” o “heridos”. Siguiendo la fórmula de Mauss: “Abstenerse de dar, como abstenerse de recibir y abstenerse de devolver es rebajarse, cometer una falta” (1971:209). En ese contexto de fuertes mandatos institucionales, de entrega y sacrificios, nadie parecía no tener derecho a rechazar un don así como tampoco negarse a devolverlo.

“DONDE NACE LA AMISTAD”

En marzo de 1977, seis meses después de finalizado el Operativo Independencia, en las publicaciones del Ejército Argentino el “monte” tucumano seguía operando como aquel espacio donde se habían realizado los máximos “sacrificios”, basados en la “amistad” y el “compañerismo”. En la revista Soldado Argentino se publicó un artículo titulado “Donde nace la amistad”, en el cual se reconocía la potencialidad del paso por la experiencia de combate en el “monte” como un espacio de producción de fuertes lealtades personales. En principio, se destacaba que en “todas las empresas de aliento, los grandes resultados son obra de una tarea conjunta, de equipo” y de ahí se desprendía la profunda relación entre un código moral bélico basado en la disposición al “sacrificio”, el “espíritu de cuerpo” y la “camaradería”:

cuando el equipo es un cuerpo cuyo objetivo es combatir, jugarse la vida para imponer la voluntad a un enemigo, que a su vez busca nuestra eliminación física con el mayor daño posible, esos valores (…) cobran una importancia particular. El espíritu de cuerpo lleva más rápido a sobreponerse a los esfuerzos, a los sacrificios, a superar tropiezos y dificultades. El espíritu de cuerpo imprime valor en momentos difíciles, imprime orgullo de luchar por una divisa lo que da fuerzas para defenderlas y lograr el objetivo que representa, porque es el mismo objetivo de todos. La camaradería es el sentimiento más noble que nade entre los integrantes de una fracción, cuerpo o unidad. Ello equivale al desprendimiento, a dar hasta lo más preciado de sí, por un camarada.31

Como vemos, este artículo retoma la idea de cómo esa experiencia afectiva de combatir juntos creaba deudas, obligaciones. A continuación, en el artículo se ejemplificaba ese código moral retomando la experiencia de una “pequeña fracción” que estaba en el monte tucumano en pleno Operativo Independencia. De acuerdo con el texto, se trataba de un grupo destinado a la “zona de operaciones”, “no hace mucho, [cuando] todavía la delincuencia subversiva mantenía, sino el dominio, la presencia en el monte”. En ese contexto, consideraban que la guerrilla representaba un peligro real para los soldados: “Su zarpa agazapada podía, entonces, asentar algunos golpes a nuestros soldados, ocasionar bajas y tratar de sustraer armas, vestuarios o equipo”. Según el relato, ya era de noche, la marcha se había vuelto lenta y la patrulla “completo silencio, encolumnada de a uno”. Un dragoneante de la clase 54 cerraba la fracción. Se describía su carácter: “Había ganado su ascenso no solo por sus aptitudes sino por su temperamento y disciplina. Callado y laborioso, cumplía las órdenes sin necesidad de que se la repitieran. Pero aun con su experiencia montaraz, la reacción espontánea ante una contingencia, puede traicionar”.

De pronto -continuaba el relato-, desde muy próximo a él, a retaguardia, escondido sabe detrás de qué maleza, un subversivo abre fuego sobre la patrulla. El Dragoneante de referencia es alcanzado y herido. Pero no cae. Al contrario. Pareciera que junto con el proyectil que le penetró, también lo hiciera una extraña fuerza que en lugar de abatirlo lo sacude y le inyecta furia. Que lo convierte en un tigre herido dispuesto a vender cara su integridad y la de sus camaradas. ya no es aquel soldadito norteño, tímido, callado. No se ven sus gestos pero se oyen sus gritos y maldiciones al atacante. Ha comenzado a disparar su arma. Nada se ve en la noche. Dispara hacia todas las direcciones. Piensa que haciéndolo así, algún proyectil dará en el blanco.

-¡Metan bala muchachos! ¡vamos! Tiren contra esos hijos de P…, que alguno va a caer! No deja de gritar ni de disparar.

No tarda en ser imitado. El silencio del monte se ha convertido pronto en un ensordecedor ruido a combate.

La forma de los árboles y ramajes y sus negras sombras, aparecen intermitentemente entre los fogonazos de las armas ofreciendo un raro espectáculo. Disparos, órdenes, imprecaciones.

Todo el grupo es uno solo que dispara y dispara sin cesar en todas las direcciones. y así, el reducido grupo toma fuerza, cada vez más.

Cada uno siente sus espaldas protegidas por el camarada y todos saben que hay una sola forma de salir de esa. Disparando su arma.

Se disparó hasta casi agotar la munición. El atacante, hacía rato que hacía cesado el fuego. Por eso, el Jefe de Sección ordenó el alto el fuego y permanecer en el lugar, a cubierto y sin hablar.

El monte recobró su silencio habitual.

Cuando amaneció, se inició el rastrillaje. Allí nomás, a pocos metros, tres extremistas ya no harían otra emboscada. Estaban muertos.

Aquella noche, ese grupo de valientes muchachos argentinos lograron una experiencia de incalculable valor. ya sabrán todos ellos, cómo reaccionan ante el peligro, sostenidos e impulsados por un espíritu de cuerpo y una camaradería iniciadas en el cuartel y consolidadas en el combate.

Al describir su personalidad, las autoridades militares no solo describían un soldado concreto, sino que se prescribía cómo se debía ser y actuar para convertirse en un buen soldado. Es decir, al mismo tiempo que estandarizaban un modelo de soldado considerado legítimo por las autoridades militares, también construían un exemplum a seguir. Como debían representar el papel de víctimas sacrificiales (aptas para vincularse directamente con el mundo sagrado), debían ser despojados progresivamente de todo lo profano. El relato mostraba cómo una potencial víctima iba adquiriendo la pureza necesaria para el sacrificio, por encarnar ciertos valores morales considerados legítimos por el Ejército Argentino.32 Sin embargo, como plantean Hubert y Mauss (1970), el mismo acto de sacrificio (ofrendar su vida) era el que le confería a las víctimas su naturaleza sagrada.

Consideramos que el conjunto de documentos producidos por las Fuerzas Armadas no solo revelan versiones oficiales del Operativo Independencia, sino también mandatos institucionales.33 Como ya hemos visto, lejos de considerar los concretos actos de sacrificios como hechos únicos e irrepetibles (una «memoria literal»), las autoridades militares buscaban construir una «memoria ejemplar» del Operativo Independencia. Es decir, proponían que ese pasado (muy reciente) se convirtiera en un principio de acción para el presente y no en un mero hecho cristalizado e intransferible: su potencia radicaba en cómo aquellos “sacrificios” no solo cimentaban lazos de “compañerismo”, sino que creaban deudas y obligaciones.

En este mismo movimiento, las Fuerzas Armadas construían un modelo de soldado legítimo, que llevaba el sello de la aprobación oficial: aquel dispuesto a dar su vida. Con este fin, se valieron de rituales, rutinas y prácticas institucionales así como de discursos institucionales, arengas y relatos oficiales, difundidos en la prensa militar y en los medios masivos de comunicación. y, de esta manera, el poder militar definió y reguló las formas aceptables de ser soldado conscripto, alentado algunos comportamientos mientras de manera coercitiva suprimía, marginaba y socavaba otras (la de los soldados considerados “sospechosos” o “traidores”).34 En este proyecto de regulación moral y emocional, se buscaba normalizar y volver natural el mandato de sacrificio de la vida.

A MODO DE CIERRE

En trabajos anteriores sostuve que en el monte tucumano las Fuerzas Armadas fundaron un “teatro de operaciones”, donde desplegaron una serie de puestas en escenas de una guerra no convencional y de un conjunto de imágenes muy caras al imaginario bélico y nacionalista (Garaño 2011). Su potencia radicaba en la “fundación” de un “teatro” apto para las acciones militares, gracias a un triple mecanismo: una repetición de actos originarios; una apelación a genealogías susceptibles de legitimar la nueva empresa; y una promesa de éxito al inicio de la acción militar. En este sentido, la provincia de Tucumán adquiría un fuerte contenido simbólico: el Ejército Argentino reconocía que era un espacio paradigmático destinado a dramatizar el “sepulcro” de la “subversión”.

En este artículo, hemos propuesto pensar que el monte tucumano se construyó como un lugar apto para “jugarse la vida”, como una vía para cumplir con la obligación de devolver ese máximo “sacrificio” realizado por los “compañeros” de armas “caídos” o “heridos” en la lucha. Para postular esta hipótesis, no solo consideramos al “sacrificio” como un valor moral, sino que apelamos a un conjunto de conceptos desarrollados por la antropología clásica para pensar el sa-crificio y la lógica del intercambio. En esta línea, planteamos que los actos sacrificiales realizados en el monte tucumano –inscriptos, a su vez, en una cadena de prestaciones y contraprestaciones entre “compañeros”– no eran ni libres ni desinteresadas; tenían la fuerza imperativa de la obligación. y, a su vez, reforzaron la creación de fuertes vínculos de “compañerismo”, potenciando el tipo de lazos que ya se habían propiciado a partir de compartir la experiencia bélica en dicho “teatro de operaciones”.

En síntesis, para las Fuerzas Armadas el monte tucumano se convirtió en el “teatro” donde se habían realizado sacrificios que se volvieron fundacionales en la llamada “lucha contra la sub-versión”. Luego del golpe de estado de 1976, estos sacrificios obligaban, a su vez, a otros oficiales, suboficiales y soldados a estar dispuestos no solo a comprometerse activamente con esta lucha, sino a matar y morir en los nuevos teatros de operaciones a lo largo de todo el país.

NOTAS

1    La creación de la Compañía de Monte era un hito en la historia de esta organización revolucionaria creada en 1965. Luego del Cordobazo, revuelta popular de mayo de 1969, el PRT había adoptado la lucha armada como estrategia para tomar el poder; en julio de 1970 había fundado el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); y, casi cuatro años después, fundaba un frente de guerrilla rural. Según explicaba la prensa partidaria, con la creación de la Compañía de Monte se iniciaba “un nuevo período en la guerra revolucionaria en nuestra patria” que, hasta ese momento, se había desarrollado en las ciudades argentinas. En Versión facsímil de estrella Roja, publicada como suplemento del diario Infobae, nro. 25. La creación de la Compañía de Monte se vinculaba con la caracterización del proceso revolucionario por parte del PRT-ERP como antiimperialista, socialista e ininterrumpido (e incluía objetivos agrarios), combinando la tradición maoísta, el legado guevariano y la experiencia vietnamita (véase Carnovale 2011).

2    Decreto del Poder Ejecutivo Nacional nro. 261, fechado el 5/2/1975 [en www.nuncamas.org].

3    Una versión preliminar de este artículo forma parte de mi tesis doctoral (Garaño 2012).

4    En especial, debido a que la mayoría de los soldados no presentaba una marcada vocación por integrar las Fuerzas Armadas, sino que se limitaba a cumplir con una obligación (un deber) y, una vez completado su paso por la conscripción no se integraban como miembros profesionales del Ejército.

5    Sobre este tópico se destaca el trabajo del historiador George Mosse (1991) que se centra en el período de entreguerras en Alemania. El autor analiza la eficacia del mito de la experiencia de la guerra que enmascaba su horror, apelando al sacrificio, al heroísmo y, en particular, al culto de los soldados caídos. En otras latitudes, se han explorado aspectos sobre el funcionamiento del servicio militar. Al partir de un estudio sobre los exmiembros de las fuerzas armadas de Alemania del Este (disuelta luego de la unificación alemana), Andrew Bickford sostiene que el estado reclama no solo el monopolio de la violencia legítima, sino también pretende mantener el monopolio de las representaciones e imágenes de los hombres (y crecientemente mujeres) que son considerados apropiados y legítimos soldados (Bickford 2009:262). Lesley Gill (1997) demuestra que en Bolivia el servicio militar es uno de los más importantes prerrequisitos para el desarrollo de una exitosa masculinidad subalterna, porque permitiría adquirir derechos de ciudadanía e inculcar el “coraje” que el hombre necesita para confrontar los retos de la vida cotidiana. El autor sostiene que, a través de esa experiencia, el varón adquiere un dignificante sentido de masculinidad que sirve como contrapunto de la degradación experimentada frente no solo a otros varones de sectores sociales dominantes que en general evitan la conscripción, sino también al sistema económico que le asigna las ocupaciones menos deseables. En este sentido, les permite afrontar su exclusión de la participación plena en la sociedad boliviana (Gill 1997:527-528).

6    Autores como Peter Paret (1997), Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker (2002) y Thomas Kühne y Benjamin Ziemann (2007) plantearon la necesidad de realizar una historia cultural de las guerras y de las instituciones castrenses. En este sentido, el planteo de estos historiadores se orienta a estudiar la guerra no solo como fenómeno histórico-político, sino sobre todo como experiencia vivida (ver Pontoriero 2016). Esto implica analizar las representaciones sobre el conflicto, sobre el bando propio y sobre el enemigo, expresadas por los actores en pugna. Asimismo, se le otorga una importancia capital al estudio de las emociones y sentimientos que se exaltan durante los conflictos armados.

7    Además, como parte de una serie de recaudos metodológicos, Fernando Balbi considera que, siempre que un investigador pretenda atribuir a determinados conceptos el carácter de valor moral, se debe imponer la tarea de dar cuenta etnográficamente de tal condición: “Ello significa que podemos hablar de ‘valores morales’ cuando observamos: (a) modalidades sistemáticas de presentación de las relaciones entre comportamientos y valores por parte de los actores, (b) la capacidad de estos para imponerse mutuamente determinando cursos de acción en base a la invocación de valores, y (c) la existencia de sanciones sociales efectivas fundadas en los mismo valores” (Balbi 2007:38).

8    A su vez, se convierten en medios desplegados a los fines de posicionarse y disputar entre sí en determinados contextos. Ello es así porque su sentido está sujeto a interpretación, discusión y consecuentemente a transformaciones en determinados contextos sociales históricamente dados, “puesto que es parte de procesos sociales situados, encontrándose inevitablemente vinculada a determinados entramados de relaciones sociales e instituciones” (Balbi 2007:79).

Véase también, entre muchos otros trabajos, los valiosos aportes de Balbi (2007), Tiscornia (2008) y Pita (2010).

Un caso afín a este trabajo es el análisis antropológico de un asado que compartieron los perpetradores de la Masacre de Margarita Belén, un evento represivo donde se ultimó a detenidos políticos en esa localidad chaqueña en diciembre de 1976 (Álvarez y Guglielmucci 2002). A partir de ese ritual de comensalidad del que participaron policías, militares y los encargados de investigarlos, miembros del Poder Judicial, se plantea que operó como un ritual de impunidad, en la que el don y la comensalidad tendiendo a crear lazos de camaradería, complicidad y solidaridad, que implicaron el secreto sobre lo acontecido. Tomando el período que va desde la llegada de la democracia hasta el inicio de los juicios por crímenes de lesa humanidad en 2004, esta autora analizó las memorias de la institución, de sus cuadros en situación de retiro y en actividad y de aquellas agrupaciones que se nuclean bajo la consigna “Memoria Completa”. En este sentido, Salvi plantea que ese pasado representa una fuente de legitimidad e identidad, al mismo tiempo que se ven cuestionados por una sociedad que les exige respuestas por los crímenes cometidos.

Revista Soldado Argentino nro. 700, agosto-diciembre de 1976: 2.

“Discurso del Comandante en Jefe del Ejército en el Comando del III Cuerpo de Ejército (Córdoba) el 22 de abril de 1976 con motivo del licenciamiento de la clase 1954 y la incorporación de la clase 55”. Revista Soldado Argentino nro. 700, agosto-diciembre de 1976: 3-5. Revista Soldado Argentino nro. 700, agosto-diciembre de 1976: 3-5.

Sobre el estado como un mensaje moralizante, totalizante e individualizante, véase Corrigan y Sayer (2007:46-47).

Previamente purificada y consagrarla, luego del sacrificio, después las energías que esta consagración ha suscitado y concentrado sobre ella, escapan, unas hacia los seres del mundo sagrado, las otras hacia los seres del mundo profano (Hubert y Mauss 1970:196). Reconstruido sobre la base de mis notas de campo, 30 de mayo de 2012.

Según explicaba una leyenda publicada en sus páginas, Soldado Argentino “constituye, desde su origen, en guía moral para el joven conscripto, brindándoles una mano amiga y el consejo oportuno. El soldado simboliza la unidad nacional. Su sacrificio en aras de la Patria nunca ha sido estéril. Esa semilla de libertad y grandeza fructifica en el Soldado de hoy. Nuestra revista ofrece en sus páginas amor y abnegación hacia la Argentina, respeto hacia las Naciones hermanas y deseos de bienestar y comprensión para todos los hombres”.

Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975: 16-17. Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975: 18-19. Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975: 18-19. Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975: 61. revista de educación del ejército, nro. 574, julio-diciembre 75: 60-61. revista de educación del ejército, nro. 574, julio-diciembre 75: 60-61. revista de educación del ejército, nro. 574, julio-diciembre 75: 60-61.

En el texto entendía el “espíritu de cuerpo” como “el estado mental y emocional de la organización que se logra cuando la totalidad o mayoría de los individuos que la integran están identificados con sus valores, intereses y objetivos, y los adoptan como si fueran propios, de tal manera que siente orgullo y satisfacción por sus éxitos y abatimiento por sus fracasos”. revista de educación del ejército, nro. 574, julio-diciembre 75: 64.

Si bien se centra en observaciones de sociedades ágrafas, Mauss cierra su trabajo planteando que es posible extender sus conclusiones a nuestra propia sociedad, occidental y moderna: “Una parte importante de nuestra moral y de nuestra vida se ha estacionado en esa misma atmósfera, mezcla de dones, de obligaciones y de libertad. Felizmente no está todo clasificado en términos de compra y venta. (…) Tenemos otras morales además de la del mercader” (1971:246).

“Tanto la vida material y moral, como el cambio, actúan bajo una forma desinteresada y obligatoria al mismo tiempo. Esta obligación se expresa además de forma mítica e imaginaria, o si se quiere en forma simbólica y colectiva, adoptando la forma del interés que se otorga a las cosas que se cambian, que no se desprenden nunca completamente de las personas que las cambian. La comunión y la alianza que crean son indisolubles. En realidad este símbolo de la vida social, la permanencia de la infuencia de las cosas objeto de cambio, no hace sino traducir bastante directamente, la forma en que los subgrupos (…) quedan continuamente implicadas las unas con las otras, sintiendo que se deben todo” (Mauss 1971:195).

29   Todas las citas de este apartado que referen al testimonio de Eduardo corresponden a la entrevista realizada el 26 de enero de 2009 en la ciudad de San Miguel de Tucumán. El nombre del entrevistado ha sido modificado para preservar el anonimato del testimonio.

30  Desde el año 2003, desde distintas organizaciones de exsoldados, se reclama un “reconocimiento histórico” destinado a aquellos soldados secuestrados, desaparecidos o asesinados en enfrentamientos entre las FFAA y organizaciones armadas y, en general, a todos los exsoldados de las clases 53 a 59 que “sobrevivieron” a su paso por la conscripción durante un período de fuerte represión política. Cabe destacar que, lejos de tratarse de un colectivo homogéneo, las memorias de distintos grupos de exsoldados oscilan entre esos dos polos: desde quienes consideran que “combatieron” en una “guerra” hasta los que denuncian la constante “violación de los derechos humanos” contra los soldados perpetrados por el personal militar, incluyendo complejas combinaciones de ambas. Sobre este tema, ver Garaño 2012.

31   Soldado Argentino, nro. 701, marzo 77: 33-34.

32  Esta cadena de purificaciones y consagraciones preparaban al profano para el acto sagrado, al apartarle de la vida común (profana) e introducirle, paso a paso, en el mundo sagrado (véase Hubert y Mauss 1970:166).

33   Sobre el doble propósito del servicio militar obligatorio, véase Bickford (2009:262).

34  Para estas refexiones, tomo la propuesta de Corrigan y Sayer (2007), donde muestran que las rutinas, rituales y actividades estatales regulan las identidades sociales y las subjetividades.

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