SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.41 número1VARIABILIDAD ALFARERA Y PROCESOS AMBIENTALES EN UN SITIO DE LÍMITE CULTURAL. ESTILOS TECNOLÓGICOS DE LA CERÁMICA DEL RÍO DESAGUADERO (PA68) (MENDOZA, CENTRO OESTE ARGENTINO)ESTUDIO DE LAS CADENAS OPERATIVAS EN OCUPACIONES EFÍMERAS DEL HOLOCENO MEDIO EN AMBIENTES SERRANOS. EL CASO DE ALERO EL MIRADOR Y ABRIGO LOS PINOS índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.41 no.1 Buenos Aires jun. 2016

 

ARTICULOS

MÁS SOBRE EL TÚMULO DE CAMPANA

MORE ABOUT THE TÚMULO DE CAMPANA

 

Gustavo G. Politis* y Mariano Bonomo**

*USTCUAPA. Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano -Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires / División Arqueología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata, Museo de La Plata. E-mail: gpolitis@ficnym.unlp.edu.ar
**Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-División Arqueología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata, Museo de La Plata.. E-mail: mbonomo@ficnym.unlp.edu.ar

Fecha de recepción: 15 de febrero de 2016 Fecha de aceptación: 30 de junio de 2016


RESUMEN

Se discuten los nuevos datos e interpretaciones sobre el Túmulo de Campana aportados en un artículo reciente de Loponte y Acosta (2015). Se aclaran errores que persisten en el citado trabajo y se esclarecen algunas nuevas confusiones e inconsistencias. Los nuevos problemas se centran en la ubicación del túmulo y su relación con el sitio arqueológico excavado por Lafon, en los cálculos acerca de su volumen y en la discusión acerca de su fliación con la entidad arqueológica Goya-Malabrigo.

Palabras clave: historia de la arqueología - Goya-Malabrigo-montículos antropogénicos -cuenca del Plata - Holoceno tardío

ABSTRACT

New data and interpretations of the Túmulo de Campana in a recent article by Loponte and Acosta (2015) are discussed. We clarify errors that persist in that work as well as some new misunderstandings and inconsistencies. The new problems focused on the location ofthe mound andits relation with the archaeological site excavatedby Lafon; the calculations about the volume; and discussion about their affliation with the archaeological identify Goya-Malabrigo.

Keywords: history of archaeology - Goya-Malabrigo - anthropogenic mounds - La Plata Basin - Late Holocene


 

En un artículo reciente (Politis y Bonomo 2015) se presentaron nuevos datos sobre el famoso sitio arqueológico denominado Túmulo de Campana (Zeballos y Pico 1878; Torres 1907). En ese trabajo se resumió la historia de las investigaciones, se analizaron los materiales remanentes que fueron redescubiertos en los depósitos de la División Arqueología del Museo de La Plata, se presentó una nueva datación radiocarbónica y se discutió el sitio dentro de los modelos contemporáneos referentes a la entidad arqueológica Goya-Malabrigo (Ceruti 2003; Ceruti y González 2007; Politis y Bonomo 2012). Complementariamente se aclararon algunos errores cometidos por Loponte, Acosta y colaboradores (eg. Loponte y Acosta 2003; Pérez y Cañardo 2004; Loponte 2008) en relación con la confusión entre el Túmulo de Campana excavado por Zeballos y Pico, al que ellos denominaron posteriormente Túmulo de Campana 1 (TCS1), y otro sitio arqueológico cercano sondeado por Lafon (1971) al que llamaron Túmulo de Campana 2 (TCS2).

Muy poco tiempo después (45 días) de subido el artículo en cuestión (Politis y Bonomo 2015) a la página web de la Sociedad Argentina de Antropología, Loponte y Acosta (2015) presentaron un nuevo trabajo sobre el Túmulo de Campana, reproduciendo y discutiendo reiteradamente en el texto la información vertida en nuestro trabajo. En este nuevo artículo, que funge como una réplica al nuestro, Loponte y Acosta repiten una y otra vez que los datos, ideas y argumentos que presentamos son falsos. La reiteración de este adjetivo, además del tono descalificador de varios párrafos y de acusaciones infundadas, lo convierte en un texto agraviante. Llama la atención que los supuestos tres evaluadores y los editores de la revista donde fue publicado tan rápidamente, Revista del Museo de Entre Ríos, no repararan en el tenor ofensivo del artículo. Pero como las revistas científicas no son el ámbito apropiado para dirimir tensiones no-académicas ni para agraviar a colegas, en esta nota nos centraremos exclusivamente en aclarar los errores y confusiones que Loponte y Acosta vuelven a introducir en el estudio del Túmulo de Campana. También creemos imperioso, una vez más, volver a puntualizar algunas de las muchas oportunidades en que nuestros argumentos e ideas son tergiversados en el trabajo de Loponte y Acosta (2015). Para esto trataremos de ser lo más precisos y breves posible, dejando al lector la posibilidad de recurrir a los trabajos originales si desea contrastar nuestras expresiones o necesita información complementaria.

Loponte y Acosta (2015) presentan resultados de nuevos trabajos de campo llevados a cabo por ellos desde 2010 en la zona donde en 1877 Zeballos y Pico excavaron el Túmulo de Campana. Estos primeros resultados de excavaciones que presentan veinte años después de su primera visita al lugar, se centran en los estudios estratigráficos y de procesos de formación y en una descripción de los materiales recuperados. Básicamente, afirman que estas nuevas excavaciones se realizaron en el mismo Túmulo de Campana que excavaron Zeballos y Pico, pero que en realidad no se trataba de un montículo de origen antrópico, sino de un sitio sobre un paleoalbardón del río Paraná. Sobre la base de un cálculo matemático del volumen del túmulo sostienen que aún queda más de la mitad sin excavar. Además cuestionan la asignación del sitio a la entidad arqueológica Goya-Malabrigo y proponen que los apéndices zoomorfos que hallaron Zeballos y Pico eran el producto de procesos de circulación de bienes.

Es importante mencionar que en este análisis nosotros usamos dos conceptos distintos que no deben confundirse. El de sitio, por un lado, y el de túmulo, por otro. Por túmulo (montículo o estructura monticular en términos contemporáneos) entendemos una elevación del terreno de origen antrópico, que en generalpuede ser observada a simple vista. El túmulo es un rasgo arqueológico que puede o no comprender la totalidad de un sitio (véase p. ej. Bonomo et al. 2011:307-308). Por otro lado, el concepto de sitio ha estado sujeto a una discusión ontológica, epistemológica y teórica (e.g. Dunnell 1992). Sus límites son difíciles de estimar y la gran mayoría de las definiciones de sitio remarcan esto, incluso las que los conceptualizan como unidades discretas ("its physical limits... are often imposible to fx": Willey y Phillips 1958:18). Este problema se potencia cuando los sitios son entendidos como nodos de concentración de artefactos (Foley 1981; Dunnell 1992). En el caso que nos ocupa, Zeballos y Pico declaran haber excavado la totalidad del túmulo, pero obviamente no sabemos si esto implicaba a todo el sitio donde, según dicen, por el "aluvión" se podían recoger materiales hasta a 50 m de la base del túmulo (Zeballos y Pico 1878:248).

El primer punto importante para discutir es la certeza de que Loponte y Acosta hayan efectivamente excavado el Túmulo de Campana original, o sea, el rasgo que Zeballos y Pico intervinieron a finales del siglo xrx. Esto implica no solo que estén excavando en el mismo lugar (sitio), sino también en la misma estructura (el túmulo). Loponte y Acosta (2015:12) expresan en su artículo que la posibilidad de error en la localización del Túmulo de Campana es "nula", a pesar de que los datos aportados por Zeballos y Pico en cuanto a la ubicación son poco precisos para los estándares actuales y que pasaron más de 130 años desde su excavación. Zeballos y Pico (1878:248) localizaron el Túmulo:

A poco más de treinta cuadras del pueblo de Campana. Las barrancas forman allí una ensenada que se interna al Sud comprendida entre dos puntos conocidos por de Cheves y Urien. La intersección de la base de las barrancas con el plano del bañado forma una línea circular cuya cuerda es la vía férrea que pasa por los dos puntos mencionados. Allí a seis metros de las cunetas del camino de hierro, se hallaba. la pequeña colina buscada.

En este sentido, treinta cuadras serían unos 3.757 m (cada cuadra de 150 varas), pero Zeballos (1878) el mismo año ubicó el túmulo a 5 km al sur de Campana. Zeballos y Pico no publicaron las coordenadas ni planos que ayuden a su localización. Para confirmar la ubicación del Túmulo de Campana, Loponte y Acosta recurren a material de archivo y citan el duplicado de la mensura Nº 17, Herederos de Ladislao Martinez, del Archivo de Geodesia de la Provincia de Buenos Aires y en la figura 2 ubican los campos de Cheves, de Urien y la "ensenada". Estos autores expresan que

Éste [el plano de mensura] copia perfectamente la línea de barrancas del área donde se encuentra TCS1 [Túmulo de Campana]. Tal como lo ubican Zeballos y Pico, el sitio efectivamente está localizado en este punto de unión entre las dos salientes señaladas, unidas por el tendido de las vías, a una distancia que varía entre 6 y 10 m de la base del terraplén ferroviario. La posibilidad de error en su localización es nula (Figuras 1 y 2) (Loponte y Acosta 2015:12; el subrayado es nuestro).

Sin embargo, hay varios problemas respecto a la ubicación:

1.      La citada mensura fue realizada por Pedro Pico y es de 1859 (Dirección de Geodesia y Catastro de la provincia de Buenos Aires N° 17). Ni en las 21 páginas del expediente ni en el mapa que lo acompaña hay alguna mención al Túmulo de Campana porque aún no se había reparado en su existencia. Tampoco están las vías del ferrocarril, ya que no se había construido aún. Por lo tanto, de tal mensura no se desprende la localización del sitio.

2.      En la mensura están marcados los terrenos de Urien y de Cheves, que interceptan la barranca en tres puntos distintos. Como no están marcados el túmulo ni las vías, la ubicación de estos lotes con respecto al sitio es tentativa.

3.      En la mensura subsiguiente de 1879 (Dirección de Geodesia y Catastro de la provincia de Buenos Aires N° 34) en donde sí están marcadas las vías y algunos caminos más, tampoco hay ninguna referencia al túmulo, aun cuando ya había sido excavado.

4.      La figura 2 de Loponte y Acosta no es correcta. La referencia 1 dice Campo de Cheves, pero está señalada donde está la entrada de la planicie de inundación que forma una pequeña "ensenada". La referencia 2 dice "ensenada" pero está puesta sobre una protuberancia de la barranca (que figura como "paleoacantilado"), no en el terreno bajo que es donde debería estar. O sea, las referencias 1 y 2 están invertidas.

Hay otros puntos adicionales ya referidos en nuestro trabajo que fueron omitidos por Loponte y Acosta (2015). Para Orquera, quien acompañó a Lafon en los trabajos de campo de la década de 1960 durante los cuales se excavó el lugar, el Túmulo se encontraba en una ubicación distinta a la que ahora señalan Loponte y Acosta (figura 1). Orquera refuerza lo expresado en Politis y Bonomo (2015:158) y reitera, en los comentarios al final de este artículo, que la excavación de Lafon (figura 1) estaba localizada en donde ahora Loponte y Acosta ubican el Túmulo de Campana, o sea entre 250 y 300 m de distancia. Es decir, para Orquera, Loponte y Acosta (2015) invierten la ubicación entre los dos sitios, confundiendo el lugar sondeado por Lafon con aquel donde este autor ubicó al Túmulo de Campana de Zeballos y Pico (véanse los comentarios de Orquera al final de este artículo).


Figura 1. Distintas ubicaciones del Túmulo de Campana (modificado de Politis y Bonomo 2015: figura 2 sobre la base de la figura 4 de Lafon 1971). En el trabajo original Lafon señaló 1 y 2 en la foto con fechas y en el epígrafe solo indicó "Yacimiento arqueológico Túmulo de Campana" sin más especificaciones. Según Orquera, Lafon excavó el sitio 1 y ubicó al Túmulo de Campana excavado por Zeballos y Pico con el número 2. Según Loponte y Acosta (2015) el Túmulo de Campana (TCS1) es donde está el n° 1 y la excavación de Lafon donde está el n° 2 (TCS2).

 

Además, como ya lo hemos discutido también, los mismos autores (e.g. Loponte y Acosta 2003:184) publicaron previamente otras coordenadas para el Túmulo de Campana (S34°11'54" y O58°55'14") que lo ubican a más de 600 m de distancia de la supuesta ubicación actual. Las "fuentes de error" en los ajustes de los GPS en la década de 1990 fueron del orden de los 20 a 100 m como máximo y no pueden explicar una diferencia tan grande; tal como buscan justificar Loponte y Acosta (2015:30). Si este hubiera sido el caso, bastaba solo ubicar las coordenadas sobre la carta del IGN (Carta Campana Sur, 3560-6-3, escala 1:25.000) para notar que el túmulo quedaba arriba de la barranca y lejos de la propuesta como ubicación actual. En suma, la serie de discrepancias resumidas aquí muestra que las posibilidades de error en la ubicación del Túmulo de Campana no son "nulas". Todo lo contrario. Además, como explica Orquera, las excavaciones (de lo que denominan TCS1) las están haciendo en realidad en el mismo sitio que sondeó Lafon y no el el Túmulo de Campana.

Loponte y Acosta agregan "Salvo TCS1, no existen otros depósitos cercanos, de manera que no hay posibilidad de confusión respecto de su ubicación" (2015:31-32). Sin embargo, no se presentan sondeos ni excavaciones fuera de los dos sitios que ellos llaman TCS1 y TCS2 que justifquen tal aseveración. Loponte y Acosta (2015:12) expresan que:

El sitio [TCS1, o sea el de Zeballos y Pico] conserva actualmente el aspecto de un domo elevado sobre la planicie de inundación del río Paraná, claramente destacado sobre el terreno circundante. La altura máxima del sitio está en la cota IGN de 7,6 m s.n.m, siendo el máximo desnivel sobre la planicie adyacente de 1,2 m, desnivel que se desarrolla en menos de 5 m lineales. Esta situación genera una impresión de desnivel notable y lo hace rápidamente visible a más de 200 m desde la llanura de inundación (Figuras 3, 4 y 5). (2015:12 y 15).

Estas observaciones están en franca contradicción con lo que expresaban pocos años antes, cuando Loponte describió el lugar:

Las dimensiones del sitio excavado por Zeballos y Pico eran de 65 x26 m, con una altura de 2 m sobre el terreno circundante. El espesor fértil documentado por aquellos dos excavadores fue de aproximadamente 1,24 m llegando inclusive a los 1,8 m. Por el contrario nuestras observaciones de campo efectuadas en el único sitio que observamos en el lugar indican la presencia de un depósito de aproximadamente 44 x 38 m cuya potencia fértil es solo 60 cm en un sector intermedio del albardón, profundidad que se asemeja más con las obleas que acompañan a la colección Lafon (Loponte 2008:260, los subrayados son nuestros).

De esta cita se desprende que en el lugar donde supuestamente habrían excavado Zeballos y Pico no observaron ningún "domo claramente destacado sobre el terreno circundante". De la misma manera, se desprende de la cita que además realizaron varios sondeos y/o pruebas de pala (no publicados) que les permitieron definir las dimensiones del sitio (tarea que como ya dijimos es sumamente difícil aun presumiendo que el sitio es una unidad discreta) y su capa fértil.

Siguiendo una línea argumental que se basa en poner en duda las aseveraciones de Zeballos y Pico (quienes expresaron que removieron todo el túmulo hasta una profundidad de 2 m), Loponte y Acosta sostienen que la elevación ("domo") detectada por ellos es el Túmulo de Campana excavado por Zeballos y Pico, quienes, según su parecer, no lo habrían excavado en su totalidad. Loponte y Acosta sostienen su argumento con un cálculo de volumen del túmulo:

No hay datos, planos ni croquis que permitan asegurar la dimensión del sitio ni de las excavaciones de aquel entonces, como tampoco están claros los criterios por los cuales Zeballos y Pico determinaron el volumen excavado. Lo que sí sabemos es que esta intervención estuvo lejos de agotarlo. Inclusive, sin efectuar análisis de campo alguno, con los datos aportados por estos autores, se puede determinar el volumen del sitio promediando las dimensiones de sus radios (x= 23 m) y la altura máxima del "Túmulo" (2 m), utilizando (π.r2) + π (r2+h2). El volumen resultante es 3335 m3, es decir, más del doble de los 1600 m3 que dicen haber excavado Zeballos y Pico" (Loponte y Acosta 2015:12).

A este apartado se le pueden hacer varias observaciones. En primer lugar, Pico era ingeniero y topógrafo y se había perfeccionado en el Westminster College (Inglaterra), donde estudió matemáticas superiores aplicadas a la astronomía y a la geografía. Era un experto en mediciones y autor de libros sobre trigonometría, geometría y topografía; en el mismo año que escribe el informe del Túmulo de Campana (1878) fue nombrado jefe de la sección Geodesia de Ingenieros Civiles de la Nación (Podgorny 2009:144). El hecho de que no haya explicitado los criterios con los cuales calculó el volumen excavado no necesariamente le quita sustento a su estimación. En segundo lugar, Loponte y Acosta, usando las dimensiones que publicaron Zeballos y Pico, calculan que el volumen del Túmulo sería de 3.335 m3; como Zeballos y Pico declaran haber removido unos 1600 m3, concluyen que más de la mitad quedó sin excavar. Este argumento tiene dos problemas. Primero, es incorrecto el cálculo que hicieron Loponte y Acosta para estimar los m3 del montículo. La fórmula que usaron es incorrecta porque da un resultado en m2, no en m3 y por lo tanto no sirve para estimar volumen. Para la forma del túmulo, promediando los radios, la figura geométrica más adecuada es la de un casquete de esfera para cuyo volumen la fórmula es:


Figura 2. Fórmula del volumen del casquete de esfera -Si tomamos las medidas usadas por Loponte y Acosta (x radio=23 m y h=2 m) y aplicamos la formula correcta (la de un casquete de esfera) el volumen es de 1666 m3, o sea casi el mismo que Zeballos y Pico calcularon que habían excavado. Otra posibilidad sería usar la fórmula del volumen de casquete de elipsoide de 3 radios (⅔.π.a.b.c), la que con las mismas medidas da 1796 m3, lo cual es un resultado también cercano al que obtuvieron Zeballos y Pico.

Además, actualmente hay otra manera precisa de estimar volumen, que es un SIG mediante la confección de un Modelo Digital del Terreno (MDT) hipotético, de base elíptica usando las medidas presentadas por Zeballos y Pico (66 m de largo por 26,7 m de ancho, por 2,09 o 2,50 m de alto). El resultado de dicha simulación es un modelo de túmulo (figura 3) que nos permite realizar un cálculo de su volumen que da entre aproximadamente 1450 m3 y 1730 m3 (según se tome una altura de 2,09 o 2,50 m respectivamente, pues ambas fueron reportadas, en varas, por Zeballos y Pico). Por lo tanto, si Zeballos y Pico calcularon que habían removido aproximadamente 1600 m3, efectivamente habían excavado todo el montículo.

 


Figura 3. Modelo Digital del Terreno hipotético del Túmulo de Campana (sección longitudinal siguiendo el eje mayor)

En segundo lugar, Loponte y Acosta (2015) omiten que luego de esa primera gran excavación (en la cual estimaron haber removido estos 1600 m3) Zeballos y Pico regresaron al lugar y terminaron por excavar todo el túmulo, como quedó expresado en una nota a la Sociedad Científica Argentina (que reprodujimos en nuestro artículo de 2015): "Posteriormente estuvimos varias veces en el cementerio, objeto de nuestras observaciones, y por último lo removimos todo por orden de la Sociedad con toda la prolijidad que requería el caso" (Candiotti 1891:153). Además, no se pueden descartar excavaciones clandestinas llevadas a cabo por gente del lugar (muchos vecinos participaron espontáneamente durante la excavación de Zeballos y Pico como ellos mismos lo relatan). En apoyo a esta posibilidad, en el Museo Etnográfico de Buenos Aires existe una pequeña colección comprada en el año 1914 que figura como procedente del Túmulo de Campana (Nº 18188-18204).

Por lo tanto, es poco probable que lo que Loponte y Acosta identifican como "el domo que se eleva sobre la llanura circundante" sea efectivamente un remanente del túmulo excavado por Zeballos y Pico, o por lo menos habría que presentar algunos otros elementos de prueba. En reiteradas oportunidades los excavadores originales expresaron que lo habían excavado en su totalidad y sus cálculos acerca de los volúmenes removidos son totalmente congruentes con esta situación.

Loponte y Acosta recurren a otro curioso argumento para apoyar la idea de que el túmulo no había sido excavado en su totalidad: "Cualquier investigador que trabaje en la región sabe que es extremadamente difícil destruir por completo un sitio de estas dimensiones con excavaciones manuales" (2015:12). Este enunciado no tiene entidad de prueba científica, con lo cual no tiene sentido discutirlo. Además confunden destrucción con excavación y las usan como sinónimos. Loponte y Acosta (2015:12) agregan intencionalidad a nuestros argumentos, expresando "Es probable que el interés por intentar instalar la idea de su destrucción [la del túmulo] haya buscado desestimar nuevos análisis del sitio. Politis y Bonomo vuelven sobre este punto a afirmar.". La frase expresa algo inexistente: no tenemos interés en instalar la idea de la "destrucción" del túmulo (de hecho siempre nos hemos referido a su excavación, no a su "destrucción"), sino que simplemente presentamos las evidencias tal cual están en los trabajos publicados. Las evidencias, como hemos resumido previamente, son bastante contundentes a este respecto.

A continuación Loponte y Acosta transcriben un párrafo de nuestro artículo: "Ya para principios del siglo xx, Torres mencionaba que había solo una pequeña elevación en el lugar, elevación que, por otra parte, habría estado formada por sedimento removido del sitio" (Politis y Bonomo 2015:158). Luego agregan: "La frase en negrita es un agregado de Politis y Bonomo. Una afirmación probablemente basada en el párrafo donde Torres señala que." (158). Evidentemente lo que está en negrita es un agregado nuestro, ya que la cita textual de Torres había sido transcripta previamente en la página 155. En el párrafo citado, como es habitual cuando se retoman datos en la discusión final, nos volvimos a referir a la observación de Torres y agregamos, cambiando el tiempo de verbo y usando el modo condicional, nuestra interpretación: que la citada elevación "habría estado formada por sedimentos removidos del sitio". Por lo tanto, es claro que:

a) es nuestra interpretación y no hay intención de asignársela a Torres y b) no hay tal afirmación. El uso del modo condicional implica precisamente que no se trata de una aseveración.

En el párrafo siguiente y para deslegitimar las observaciones de Torres, recurren a otro curioso argumento: que Torres no habría estado en el lugar. Si bien Torres expresó que se basó en los informes (inéditos) que Zeballos y Pico presentaron a la Sociedad Científica, y en el análisis de los materiales del Museo de La Plata, algunas frases indican que sí habría estado en el lugar, como se desprende del párrafo ya citado: "Actualmente se nota una pequeña eminencia en el lugar aquel en el que estuvo situado [el sitio] y sus alrededores conservan también la vegetación peculiar de los anegadizos" (Torres 1907:64). Evidentemente estas observaciones no pueden haberse tomado de los informes de Zeballos y Pico, que en ese momento habían sido escritas casi treinta años antes. Además, Torres describe la ubicación del sitio de manera vivencial:

Saliendo de la ciudad de Buenos Aires, con rumbo al norte se encuentran dos cuencas. Atravesando esta última, a la vista del río Paraná de las Palmas, vuelven a aparecer las barrancas de la serie pampeana, cuyas faldas se unen a los anegadizos que constituyen buena parte de esa costa. En el punto inmediato a la primera insinuación de las barrancas, 3000 metros antes de llegar a la población de Campana, en el borde mismo del bañado se encuentra la pequeña colina que los señores Estanislao Zeballos y Pedro Pico estudiaron. (Torres 1907:63).

En Politis y Bonomo (2015:158) se discute el trabajo de Lafon (1971), quien planteó de manera un poco confusa que "no se trataba de un túmulo sino de un albardón" (cf. Lafon 1971:figura 4, 146). Es difícil saber cómo Lafon llegó a tal conclusión ya que, como señalamos previamente, Zeballos y Pico (1878; Torres 1907) expresaron que habían excavado la totalidad del montículo (véanse también los comentarios de Orquera, presentando dudas similares). Tampoco está claro cómo Lafon ubicó tan precisamente el lugar del túmulo. La figura 4 de Lafon (1971:124), es una foto aérea, en la cual señaló dos sitios (1 y 2), pero no explicitó cual correspondía al Túmulo de Campana y cuál al que él sondeó (figura 1). Las referencias de la figura 4 indican solamente "Vista aérea del yacimiento arqueológico 'Túmulo de Campana'". Nuestras dudas son discutidas y criticadas por Loponte y Acosta en el siguiente párrafo:

El énfasis de Zeballos y Pico convence a Politis y Bonomo en detrimento de las aparentemente pocas enfáticas afirmaciones de Lafon, quien por otro lado, tenía preparación académica y una dilatada experiencia en la arqueología regional, por lo cual parece más razonable darle mayor crédito que a Zeballos y Pico (Loponte y Acosta 2015:14)

Al respecto, solo queremos mencionar que desde hace ya mucho tiempo en la arqueología en particular y en la ciencia en general no se usan ni el principio de autoridad ni, mucho menos, la "preparación académica y una dilatada experiencia" como criterios válidos para decidir entre interpretaciones o hipótesis alternativas. La interpretación de Zeballos y Pico de que se trataba de un túmulo es considerada como más probable por los fundamentos y datos que presenta (descripción del lugar y de los materiales, estratigrafía, relato de las excavaciones, etc.). Además, aunque no es relevante para esta discusión, hay que aclarar que ambos tenían preparación académica (Podgorny 2009; Podgorny y Lopes 2008:134).

En Loponte y Acosta (2015) se discute la datación del Túmulo de Campana y se presenta un fechado (1754 ± 49 años 14C AP) que obtuvieron sobre el único esqueleto humano que aún se conserva (en el Museo de La Plata). Esta datación es relativamente próxima a la que nosotros publicamos sobre un instrumento de hueso del túmulo proveniente de la colección de Zeballos y Pico, que dio una edad de 1600 ± 20 años 14C AP (Politis y Bonomo 2015:171-172). Sin embargo, en lugar de integrar a la discusión ambas dataciones y examinarles en relación con la cronología de la ocupación humana del sitio, Loponte y Acosta descalifican la que nosotros obtuvimos poniendo en duda su procedencia:

Más allá de que este dato sea relativamente coherente, debe ser tomado con cautela como señalan estos autores [Politis y Bonomo], ya que no existen otros elementos concurrentes que aseguren que el material datado proceda de TCS1 [Túmulo de Campana]. Torres (1907, 1911) señaló en varias oportunidades la mezcla de materiales que no permitían determinar con exactitud la procedencia de los artefactos de este sitio. Como hemos visto, este fechado no solo no es el más antiguo disponible para Túmulo de Campana sitio 1, sino que tampoco se conoce con precisión si corresponde al mismo (p:21).

Una vez más Loponte y Acosta se equivocan. Torres no cuestionó la procedencia de los instrumentos de hueso del Túmulo de Campana que él analizó, sino que solo mencionó la pérdida de parte de ellos: "De todos esos instrumentos [de hueso] de que hace memoria el doctor Zeballos muy pocos son los que se han conservado, los que hoy debo catalogar y describir suman 22" (1907:78). Nosotros tampoco cuestionamos la procedencia de la muestra datada que provenía de una caja con una etiqueta antigua en la cual se leía "Proceden del Túmulo de Campana. Exp. Zeballos y Pico (500-541) y que contenía dieciséis artefactos óseos con numeración discontinua que va del MLP-Nº 501 al 529. Luego de un detallado análisis de la procedencia de los instrumentos óseos que incluyó la revisión de los catálogos del Museo de La Plata concluimos que "La numeración de los objetos (MLP-Nº 501 al 529) coincide totalmente con la numeración y la descripción del inventario, por lo que no deja dudas de que proceden de la colección Zeballos y Pico del Túmulo de Campana" (Politis y Bonomo 2015:164). A esto se le agregan los dibujos de Torres (1907) que permiten identificar los instrumentos analizados en nuestro trabajo. En suma, las muestras datadas por Loponte y Acosta (2015) y nosotros tienen el mismo grado de certidumbre con respecto a su procedencia. La descalificación de la datación sobre el instrumento de hueso es por lo tanto injustificada. Nuestro llamado a la cautela con respecto a este resultado estaba en relación con que marcaría solo un momento de ocupación en un sitio que tendría varios niveles (o sea que el resultado no puede ser extrapolado a todo el sitio) y al hecho de que se trata de un material de colección (véase discusión acerca de los potenciales problemas de este tipo de materiales en la región pampeana en Politis y Bonomo 2011).

En relación con las colecciones, Loponte y Acosta (2015:33) agregan nuevamente intencionalidad a nuestros argumentos, que según ellos están destinados a desmerecer los trabajos de Lafon y colaboradores. Nada de esto es cierto. Solo mencionamos cierta confusión en la descripción del Túmulo de Campana y cuestionamos la reconstrucción que hacen Loponte, Acosta y colaboradores de los datos de su excavación basados solo sobre los datos de los rótulos de las bolsas (véanse los comentarios de Orquera al final con respecto a esto). La separación de los materiales de sus notas de campo, como ya mencionamos, fue el producto de la persecución política de la que fue objeto Lafon, lo que le impidió además continuar con sus investigaciones en la región.

Siguiendo con la misma línea argumental, Loponte y Acosta (2015:33) resaltan "los buenos métodos de embalaje y la claridad de la información asociada" de las investigaciones de Lafon, cuya "altísima calidad" contrasta con ". las descontroladas colecciones depositadas en el Museo de La Plata" y añaden: "aquí [en el Museo de La Plata] la falta de información, las mezclas y pérdidas de materiales, han sido una constante desde fines del siglo xk hasta gran parte del siglo xx, situación que afortunadamente ha cambiado, pero que ya no puede remediar los desmanejos del pasado" (Loponte y Acosta 2015:33). Esta frase no solo es ofensiva para la institución que ha conservado las piezas y la documentación asociada -como el manuscrito de la carta de Zeballos publicada en la Revue d'Anthropologie- por más de 130 años, sino que demuestra un profundo desconocimiento de la historia del Museo de La Plata. Por ejemplo, cuando Luis María Torres estaba a cargo de la Sección Arqueología y luego como director del Museo, no escatimó esfuerzos en la organización y catalogación de los materiales. Durante su gestión, a principios del siglo xx las colecciones estaban relativamente bien ordenadas y catalogadas.

Otro argumento al que Loponte y Acosta recurren para discutir nuestras interpretaciones es el que se refere a la cantidad de apéndices modelados recuperados en el sitio. Zeballos y Pico hallaron un apéndice zoomorfo ("una cabeza de papagayo, hecha en barro, cocida y pintada de colorado") en los primeros sondeos que hicieron y luego, cuando completaron la excavación del sitio, expresaron que "A todo esto hay que agregar cerca de cincuenta ejemplares de obras de arte indígena, en barro cocido, todas ellas pintadas, destinadas a adornos de los vasos, entre las que citaremos varias cabezas de aves comunes" (p:257). Zeballos, en su artículo de 1878, en el mismo sentido indicó que "II y a aussi plusieurs objets en poterie représentants des animaux sauvages avec une étonnante perfection artistique." (Zeballos 1878:581). Torres, por su parte, años después, cuando analizó la colección, mencionó la importante pérdida de piezas y expresó ". y de la hermosísima cerámica zoomorfa de que nos hablan los citados autores, muy pocos son también los ejemplares existentes." (en ese momento eran catorce ejemplares, Torres 1907:68).

Loponte y Acosta (2015) ponen en duda la cantidad de apéndices zoomorfos basándose en cierta ambigüedad de la descripción. Estos autores expresan "En suma, no sabemos cómo estaban constituidas esas cincuenta piezas de arte indígena. Sin embargo, para Politis y Bonomo (2015) esta expresión se traduce directamente en 50 modelados zoomorfos". Esta crítica les sirve para debilitar la fliación Goya-Malabrigo del Túmulo de Campana y deslegitimar nuestro argumento, así como el de otros autores que discutieron el tema (Outes 1918; Serrano 1922; Frenguelli y Aparicio 1923; Aparicio 1936). Sin embargo, el hecho de que Zeballos y Pico expresaran que estas "obras de arte" estaban "destinadas a adornos de los vasos" claramente elimina la posibilidad de que hayan sido vasos en sí mismas y sugiere que se trataba de algún tipo de apéndices. El hecho de que citen entre estos "varias cabezas de aves" y que Torres se haya referido a "hermosísima cerámica zoomorfa" apoya también que la interpretación más parsimoniosa es que se tratara efectivamente de apéndices zoomorfos. La cita de Torres corrobora esto, ya que él expresó que no describía la totalidad de la cerámica zoomorfa: había habido más y en ese momento quedaban solo muy pocos ejemplares existentes (los catorce apéndices zoomorfos que él analizó y publicó). En suma, la interpretación más parsimoniosa es que las 50 "obras de arte" fuesen básicamente apéndices zoomorfos. Esta interpretación es tan obvia que el mismo Loponte, en franca contradicción con lo que ahora critica, adhirió a ella pocos años atrás:

La colección Lafon de cerámica procedente de Túmulo de Campana sitio 2 no posee modelados zoomorfos. Esta es una notable diferencia con los resultados de las excavaciones publicados por Zeballos y Pico (1878) en el sitio 1. En efecto, estos últimos autores señalan que se extrajeron del sitio aproximadamente 50 apéndices modelados.." (Loponte 2008:268, los subrayados son nuestros).

Sobre la base de la supuesta escasez de apéndices zoomorfos, Loponte y Acosta arriban a la conclusión de que estos artefactos no serían locales, sino que "formaron parte del proceso de circulación de bienes" (2015:25). Esto está basado exclusivamente en que, dado el volumen excavado por Zeballos y Pico, los apéndices encontrados serían pocos. Siguiendo esta lógica, cualquier clase de objeto poco frecuente en un sitio debería ser considerado como producto del intercambio (por ej., las bolas de boleadoras pampeanas o los suplicantes de Alamito). Si Loponte y Acosta quieren proponer que los apéndices zoomorfos del Túmulo de Campana llegaron al sitio como producto de redes de intercambio, deberían presentar argumentos más elaborados para sostener esta idea y no subestimar su cantidad.

En nuestro trabajo (Politis y Bonomo 2015:172) expresamos que "La forma oval y las dimensiones de este montículo [el Túmulo de Campana] están dentro del rango de variación de los montículos de Goya-Malabrigo (eje menor=69,7 a 22,5 m; eje mayor=80,4 a 35,4, altura=0,5 a 2,2 m; n=20: Bonomo et al. 2011; Castiñeira et al. 2013)". Esta cita es retomada y criticada por Loponte y Acosta, quienes plantean:

Respecto de sus dimensiones [las de Túmulo de Campana], es tal vez la primera vez que en la arqueología del NEA se hace una adscripción a una unidad arqueológica por el tamaño de los sitios. Existen numerosos depósitos arqueológicos no solo en los Bajíos Ribereños, sino en todo el Paraná inferior y probablemente en toda la Cuenca del Plata que tienen magnitudes semejantes" (Loponte y Acosta 2015:35).

En esta cita hay dos errores. El primero, es que hay un problema conceptual ya que siguen confundiendo rasgo arqueológico (en este caso túmulo) con sitio. Sobre la base de los datos de Zeballos y Pico, nosotros nos referimos al tamaño del montículo, no al del sitio. El tamaño del sitio no lo sabemos y, por lo tanto, no está en la discusión. Nosotros no confundimos sitio con rasgo. El segundo error, que es muy obvio, es que no hacemos "una adscripción a una unidad arqueológica por el tamaño de los sitios". Está claro que solo expresamos que las dimensiones de un rasgo están dentro del rango de variación de rasgos similares de la entidad arqueológica Goya-Malabrigo (véase Bonomo et al. 2011). La adscripción se basa en otros elementos.

En un intento de asimilar la descripción de Zeballos y Pico con la estratigrafía del sitio excavado por ellos, expresan: "En este sentido debemos darle la razón a Zeballos y Pico (1878) cuando señalan que el 'túmulo' está constituido por 'tierra vegetal cuaternaria', ya que el gran desarrollo del Molisol y la presencia de tres lentes enterrados horizontales así lo confrman" (Loponte y Acosta 2015:20).

La supuesta confrmación no existe. Primero, el entrecomillado que le asignan a Zeballos y Pico está mal. Estos autores expresan que "Su material [el del túmulo] consiste en tierra vegetal y cuaternaria" (Zeballos y Pico 1878:248). El "y" indica que podría tratarse de dos "tierras": una vegetal y otra cuaternaria (no de una sola como pretenden Loponte y Acosta). Segundo, ¿cómo se puede conciliar la brevísima descripción de Zeballos y Pico con el desarrollo de un molisol y de tres lentes enterrados? La vinculación de ambas observaciones es altamente especulativa y no está sustentada.

Loponte y Acosta insisten en lo siguiente: "Finalmente, la alfarería representativa de los diferentes niveles de ocupación [del Túmulo de Campana] no tiene similitudes con los contextos Goya-Malabrigo. Por lo tanto, los argumentos utilizados por Politis y Bonomo (2015) son falsos" (2015:35). Esta afirmación es muy extraña, porque como ya se ha expresado previamente: a) Zeballos y Pico hallaron aproximadamente 50 apéndices modelados asignables a Goya-Malabrigo; b) el hecho de que en sus excavaciones no hayan recuperado apéndices modelados no invalida de ninguna manera el registro de esos objetos en las excavaciones previas, más aún cuando es probable que no hayan excavado el Túmulo de Campana. De la misma manera, insisten en que el Túmulo de Campana no era un montículo antropogénico porque ellos excavaron en un paleoal-bardón. No se puede simplemente ignorar los hallazgos realizados por otros autores, sean estos 14 o 50 modelados, solo porque no encajan en los modelos propuestos. Estos datos son relevantes y deben ser integrados a la discusión.

Loponte y Acosta (2015:35-36) afirman:

No es improbable que por razones vinculadas con la cartelización que sucede en la práctica científica, y particularmente en nuestro medio, algunos autores sigan sosteniendo que TCS1 es un cerrito antropogénico perteneciente a los contextos Goya-Malabrigo, y sigan llamando al sitio TCS2 "colección Lafon", y entonces, cualquier discurso sobre el registro arqueológico de la región será válido".

Este párrafo, que indudablemente se refiere a nosotros, es tan ofensivo como inconsistente. Basta con expresar, una vez más, que sostenemos que el Túmulo de Campana es un montículo antro-pogénico de fliación Goya-Malabrigo sobre la base de las descripciones e interpretaciones de Zeballos y Pico, del análisis de los materiales efectuado por Torres y del análisis de gran parte de estos materiales redescubiertos en el Museo de La Plata, que nosotros mismos llevamos a cabo. Todos estos datos fueron interpretados en el contexto de la nueva información generada en el Delta del Paraná y discutidos a la luz de los modelos que hemos propuesto nosotros y varios otros autores (véase discusión en Politis y Bonomo 2015). La "cartelización de la práctica científica" como forma de validación del discurso arqueológico en la región a la que hacen referencia Loponte y Acosta es simplemente una frase inconsistente que no tiene sustento empírico. Por último, los comentarios de Orquera al final de este artículo sirven para explicar por qué le llamamos Túmulo de Campana al Túmulo de Campana y por qué le llamamos colección Lafon a lo que Loponte y Acosta denominaron Túmulo de Campana sitio 2 (TCS2).

Loponte y Acosta expresan que no habían ignorado la presencia de Goya-Malabrigo en los "Bajíos Ribereños Meridionales", ya que antes el mismo Loponte (2008:71) había comentado que los modelados zoomorfos que se habían detectado en el Túmulo de Campana eran el punto más austral de su dispersión. Sin embargo, esta breve referencia al tema está en el capítulo de los antecedentes arqueológicos regionales dentro del cual resume el trabajo de Torres (1911), quien sí consideraba la existencia de tres unidades arqueológicas en el tramo inferior del Paraná. O sea, es un resumen de lo que expresó Torres en 1911 y no implica que Loponte considerara la dispersión meridional de Goya-Malabrigo hasta el Túmulo de Campana. Más allá de este detalle, esta omisión es muy clara a lo largo de todo su trabajo. Hay algunas referencias aisladas a modelados zoomorfos (por ej., Loponte 2008:243) y una confusión entre las "campanas" y los "dispositivos tubulares" (que ya hemos señalado, véase, por ej., Loponte 2015:196-203) pero en el apartado donde se integran y discuten los datos de la alfarería (Loponte 2015:382-392) y en las conclusiones del citado trabajo (Loponte 2008:425-428) no existe ninguna referencia o discusión sobre Goya-Malabrigo ni sobre los apéndices zoomorfos.

Loponte y Acosta (2015:36) expresan que nuestras críticas acerca de la omisión de Goya-Malabrigo en su modelo es injustificada porque Loponte definió los clusters basándose en los sitios de los Bajíos Ribereños Meridionales y que ya había alertado que se trataba de "un estudio de arqueología microrregional. de alcances limitados para analizar otros sectores del HPI (humedal del Paraná Inferior)" (Loponte 2008:428). Esto no es así por dos motivos: a) en los Bajíos Ribereños Meridionales se encuentra el Túmulo de Campana, uno de los sitios históricos a partir de los cuales se definió la entidad arqueológica que hoy conocemos como Goya-Malabrigo (Am-brosetti 1894:420; Serrano 1922:75; Frenguelli y Aparicio 1923:89) y esto fue ignorado; b) en los diferentes capítulos de integración de los datos y en la conclusiones hay continuas referencias al "humedal del Paraná Inferior". Los datos de este sector han sido incluidos en la discusión y en la proposición del modelo, a excepción de los contextos Goya-Malabrigo. Esta omisión se ha repetido en otros trabajos posteriores, en los cuales estos autores ignoran en la discusión de los "clusters" o "linajes arqueológicos" la presencia de contextos Goya-Malabrigo en el "humedal del Paraná Inferior" y su agencia en la dinámica cultural del área (p. ej.: Acosta et al. 20131).

Por último, y a pesar de que no es el objetivo de este trabajo discutir la colección Lafon (TCS2 según Loponte y Acosta), no podemos dejar de mencionar brevemente un caso ejempli-ficador de la lógica de discusión de Loponte y Acosta acerca de la estimación de fragmentos de cerámica por m3 que hicieron Pérez y Cañardo (2004) y que retoman Loponte (2008) y Loponte y Acosta (2015). Es evidente que, al no tener las notas de campo, es muy difícil identificar la ubicación espacial y estratigráfica de los hallazgos basándose solo en los rótulos de las bolsas, en los cuales además hay discontinuidades en la profundidad de los niveles y hay niveles de distintos espesores. Como expresamos en su momento: "Sin conocer la profundidad ni la superficie de la excavación, es imposible estimar la densidad cerámica" (Politis y Bonomo 2015:160) tal como lo hicieron Pérez y Cañardo (2004) quienes calcularon una densidad de 300 fragmentos por m3 para el sitio excavado por Lafon, basándose en algunos datos provistos por los rótulos. El comentario de Orquera al final de este artículo también aporta elementos para confrmar que no solo no conocían la profundidad, sino que el cálculo de superficie estaba errado.

Loponte y Acosta retoman la discusión en el nuevo trabajo y expresan: "Sin duda, estos autores [Politis y Bonomo] no solo ignoran que los volúmenes se toman según los intervalos excavados, sino también los enunciados precautorios antes señalados, prefriendo nuevamente seleccionar las citas empleadas" (p:35). Los cálculos de fragmentos por m3 encierran muchas variables (profundidad excavada en cada cuadrícula, espesor de los sedimentos estériles vs. espesor de los sedimentos con cerámica, etc.), que no son precisadas en la mayoría de las publicaciones, lo que hace muy especulativo su uso con fines comparativos. Sin mencionar la falta de un control cronológico ajustado, que es lo que haría útil esta estimación para calcular, por ejemplo, tasas de depositación. Una discusión más detallada del tema excede los objetivos de este trabajo. Pero, a pesar de que Loponte (2008:388) excluyó los valores de densidad de la colección Lafon (TCS2) en la Figura 7.4.13 por no poder determinar con seguridad el volumen removido, expresó que "Probablemente este depósito tiene la menor densidad de hallazgos cerámicos de los BRM (cf. Pérez y Cañardo 2002) lo cual es sumamente interesante por ser el conjunto más antiguo del sector" (Loponte 2008:388). Recientemente, Loponte y Acosta (2015:34) retomaron la discusión en el siguiente párrafo:

Más allá de estos comentarios precautorios [los de Loponte 2008: 270) el cálculo de Pérez y Cañardo era una buena aproximación a la densidad de hallazgos cerámicos, ya que tomaron una medida intermedia, para introducir la magnitud de superficie dentro del cálculo del volumen.

Aquí hay un elemento que merece discusión, no porque aporte a la resolución del tema de la densidad de tiestos por m3 sino por que ilustra la lógica de la argumentación de Loponte y Acosta. Para esto nos centraremos en la cita de Loponte (2008: 270), que estos autores repiten en el artículo de 2015 con el fin de dar sustento a los argumentos sobre los cuales Pérez y Cañardo "tomaron una medida intermedia para introducir la magnitud de superficie dentro del cálculo del volumen". Pero, ¿cómo llegaron las autoras a esta "medida intermedia"? La respuesta estaría en la cita en cuestión repetida en el texto de Loponte y Acosta (2015):

Debido a que no contamos con fotografías de la excavación, ignoramos el tamaño de las cuadrículas, y por ende, es difícil precisar la densidad de alfarería. Pérez y Cañardo (2004) estimaron la densidad en menos de 300 fragmentos/m3 basándose en algunos datos provistos por las obleas y en los tamaños de las cuadrículas según fotografías de las excavaciones de otros sitios excavados por Lafón5. Sin embargo, es prudente por el momento no utilizar estos datos hasta tanto no haya sido corroborado en el terreno nuevamente" (Loponte 2008:270) [cita textual reproducida en Loponte y Acosta 2015:34, el subrayado es nuestro].

Como se nota en la cita luego de Lafon (escrito incorrectamente con acento) hay un 5 que es una llamada a pie de página que dice "Fotografías gentilmente cedidas por Luis Abel Orquera".

Ahora bien, la cita original, la de Loponte 2008:2702 (y la de su segunda edición Loponte 2008 [2010]:270), es diferente. Básicamente, en la cita original no existe la parte que nosotros subrayamos "y en los tamaños de las cuadrículas según fotografías de las excavaciones de otros sitios excavados por Lafón5". Esto fue insertado a posteriori con el fin de sumar un elemento sobre el cual estimar el tamaño de las cuadrículas. La nota a pie de página (que por supuesto no estaba en el texto de Loponte 2008) evidencia que no se trata de un error de transcripción involuntario, sino de una alteración intencional de la cita original con el fin de agregar datos que apoyaran sus cálculos. O sea, ¡se intervino la cita entrecomillada agregando una frase que no estaba! Llegados a este punto, en el cual Loponte y Acosta son capaces de manipular e intervenir las citas textuales de sus propios trabajos, la discusión de sus datos y de sus ideas se torna muy difícil y por momentos absolutamente improductiva.

CONCLUSIONES

En suma, Loponte y Acosta expresan que excavaron en el Túmulo de Campana, pero el depósito arqueológico que ellos intervinieron tiene notables diferencias con el que excavaron Zeballos y Pico hace más de 130 años atrás.

1.      Loponte y Acosta sostienen que la posibilidad de error en la ubicación del Túmulo de Campana es nula. Sin embargo, hay imprecisiones en la ubicación del sitio por parte de Zeballos y Pico y contradicciones al respecto por parte de Loponte y Acosta que requieren al menos un análisis crítico.

2.      Para Orquera (véase comentarios al final) Loponte y Acosta invierten la ubicación de los sitios. Donde identifican el Túmulo de Campana original es donde Lafon en realidad hizo sus sondeos (con la participación de Orquera) y donde ellos creen que Lafon hizo sus sondeos se encuentra la ubicación que este autor propuso para el Túmulo de Campana.

3.      Zeballos y Pico expresaron que se trataba de un montículo de origen antrópico, de más de dos metros de alto, y rodeado por un bañado. Loponte y Acosta excavaron una elevación natural de menos de un metro sobre un paleoalbardón a 1,2 m sobre la planicie adyacente.

4.      Zeballos y Pico expresaron en reiteradas oportunidades que excavaron completamente el túmulo y estimaron en 1600 m3 el sedimento removido (lo que concuerda con la estimación total del volumen del túmulo, que varía según nuestros cálculos entre 1450 m3 y 1730 m3). Loponte y Acosta insisten en que la elevación que excavaron es parte de esa estructura, ignorando las afirmaciones de Zeballos y Pico y basándose en un cálculo erróneo del volumen total del montículo (que les da 3.335 m3).

5.      Zeballos y Pico encontraron aproximadamente 50 apéndices modelados. Loponte y Acosta no encontraron ninguno.

6.      Zeballos y Pico recuperaron restos de unos 28 entierros humanos, Loponte y Acosta no recuperaron esqueletos humanos, solo un molar humano aislado.

Probablemente, algunas de estas diferencias puedan ser atribuidas al hecho de que Zeballos y Pico excavaron un área extensa, en tanto que Loponte y Acosta una mucho más pequeña. Sin embargo, estos autores se basan en su muestra para remarcar las diferencias observadas y para discutir varios aspectos del sitio, por lo cual entendemos que la consideran representativa.

Actualmente hay tres conjuntos arqueológicos denominados Túmulo de Campana. El primero, el que debería mantener el nombre original sin agregados, es el excavado por Zeballos y Pico en 1877; el segundo, el que sondearon Lafon y Orquera a fines de 1960 y el tercero, el excavado por Loponte y Acosta recientemente identificado como TCS1. Según Loponte y Acosta, los dos últimos tienen muchos rasgos comunes entre sí y en ellos "no hay nada semejante al estilo de los contextos Goya-Malabrigo" (Loponte y Acosta 2015:34). Esto es coherente con las afirmaciones de Orquera: Loponte y Acosta excavaron el mismo sitio que Lafon (lo que es coincidente con la similitud de los materiales). Esto apoya el hecho de que Loponte y Acosta no hayan encontrado "nada semejante al estilo de los contextos Goya-Malabrigo": excavaron otro sitio. La relación de estos dos conjuntos, que provienen del mismo sitio, con el que excavaron Zeballos y Pico es aún desconocida. Evidentemente hay que realizar más excavaciones en el lugar para entender como articulan estos tres conjuntos arqueológicos y, sobre todo, prestarle atención a las observaciones de Orquera en relación con sus trabajos con Lafon. También hay que reformular la estrategia de investigación, no negando la existencia de hallazgos previos ni discriminando las interpretaciones de otros investigadores, sino integrándola en una agenda de trabajo abierta e inclusiva.

Los artículos como el de Loponte y Acosta (2015) son distractivos, ya que la presentación de los datos y las interpretaciones están teñidas de una agenda de discusión ad hominem, además de un sostenido tono ofensivo. Esto desvía el foco del debate y genera confusión. Por un lado, es positivo que luego de veinte años de haber visitado el sitio por primera vez y de analizar y publicar la colección Lafon varias veces, estos autores hayan realizado finalmente excavaciones sistemáticas en el lugar y hayan publicado al menos una parte de los resultados. Por otro lado, persisten muchos problemas de diversa índole; aquí hemos presentado y discutido solo algunos. Como lo hemos demostrado en las páginas previas, hay errores en la ubicación de los sitios, contradicciones con trabajos anteriores, cálculos matemáticos equivocados e incluso manipulación intencional de citas textuales. Además hay una recurrente tergiversación de nuestros datos e ideas, lo que transforma en improductiva cualquier discusión científica. Esperamos en este texto haber aclarado los puntos principales y haber mitigado en parte estos problemas.

AGRADECIMIENTOS

A Luis Orquera y al segundo revisor anónimo por sus valiosos comentarios y aportes a la discusión. A Diego Gobbo por su constante colaboración y al doctor Daniel Del Cogliano (Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas, UNLP) por su asesoramiento. Este trabajo fue realizado en el marco de dos proyectos: "Las estructuras monticulares del Delta Superior del Paraná durante el Holoceno tardío" (PICT 0665) y "Arqueología de ambientes acuáticos del Centro-este argentino" (UNLP 11/N770).

NOTAS

1    A la suma de errores de Loponte y Acosta (2015) se debe agregar que este artículo está mal citado en la bibliografía. El trabajo fue publicado en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, pero figura como publicado en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.

2    En la referencia bibliográfica está además de 2008 entre corchetes 2010, lo que suponemos se refere a una segunda edición. En ambas ediciones esta cita está exactamente igual. La referencia bibliográfica del libro en cuestión, una versión modificada de la tesis doctoral de Loponte, aparece aquí de forma distinta a otras previas, lo que agrega más confusión a la discusión.

BIBLIOGRAFÍA

Acosta A., D. Loponte y P. Tchilinguirián 2013. Nuevos aportes para la arqueología del humedal del Paraná inferior. El sitio Médanos de Escobar. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología 38(1): 19-35.         [ Links ]

Ambrosetti, J. B. 1894. Los paraderos precolombianos de Goya. Boletín del Instituto Geográfico Argentino 14: 242-265.         [ Links ]

Aparicio, F. de 1936. El Paraná y sus tributarios. En Junta de Historia y Numismática Americana (ed.), Historia de la Nación Argentina: 419-442. Buenos Aires, Imprenta de la Universidad.         [ Links ]

Bonomo, M., G. Politis y C. García Gianotti 2011. Montículos, jerarquía social y horticultura en las sociedades indígenas del delta del Río Paraná (argentina). Latin American Antiquity 22(3): 297-333.         [ Links ]

Ceruti, C. 2003. Entidades culturales presentes en la Cuenca del Paraná Medio (margen entrerriana). Mundo de Antes 3: 111-135.         [ Links ]

Ceruti, C. y M. I. González 2007. Modos de vida vinculados con ambientes acuáticos del Nordeste y Pampa bonaerense de Argentina. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXXII: 101-140.         [ Links ]

Dirección de Geodesia y Catastro de la provincia de Buenos Aires N° 17.

1859. Duplicado de la diligencia de mensura de los terrenos pertenecientes a los herederos de Ladislao Martínez denominados Rincón de Campana.

Dirección de Geodesia y Catastro de la provincia de Buenos Aires N° 34.

1879. Duplicado de la diligencia de mensura de los terrenos de los Señores Eduardo y Luis Costa.

Dunnell, R.

1992. The Notion Site. En J. Rossignol y L. A. Wandsnider (eds.), Space, Time and Archaeological Landscapes: 21-41. New York, Plenum Press.

Foley, R.

1981. Off-site Archaeology and Human Adaptation in Eastern Africa. BAR International Series 97, Oxford.

Frenguelli, J. y F. de Aparicio

1923. Los paraderos de la margen derecha del río Malabrigo (departamento de Reconquista, Prov. de Santa Fé). Anales de la Facultad de Ciencias de la Educación 1: 7-112.

Lafon, C.R. 1971. Introducción a la arqueología del Nordeste argentino. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología 5(2): 119-152.

Loponte, D. 2008. Arqueología del humedal del Paraná Inferior (Bajíos ribereños meridionales). Buenos Aires, Asociación Amigos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.

Loponte, D. y A. Acosta 2003. Arqueología de cazadores-recolectores del sector Centro-Oriental de la Región Pampeana. RUNA,

Archivo para las Ciencias del Hombre 24: 173-212. 2015. Los sitios arqueológicos Túmulo de Campana 1 y 2 dentro del contexto regional del humedal del

Paraná Inferior. Revista de Antropología del Museo de Entre Ríos 1(2): 11-40.

Outes, F. 1918. Nuevo jalón septentrional en la dispersión de las representaciones plásticas de la cuenca paranaense y su valor indicador. Anales de la Sociedad Científica Argentina 85: 53-66.

Pérez, M. y L. Cañardo 2004. Producción y uso de la cerámica en el norte de la Provincia de Buenos Aires. En G. Martínez, M. A. Gutierrez, R. Curtoni, M. Berón y P. Madrid (eds), Aproximaciones Contemporáneas a la Arqueología Pampeana. Perspectivas Teóricas, Metodológicas, Analíticas y Casos de Estudio: 335-347. Facultad de Ciencias Sociales, UNCPBA, Olavarría.

Podgorny, I. 2009. El sendero del tiempo y de las causas accidentales. Los espacios de la prehistoria en la Argentina. Rosario, Prohistoria.

Podgorny, I. y M. M. Lopes 2008. El desierto en una vitrina. Museos e historia natural en la Argentina, 1810-1890. México, Limusa.

Politis, G. y M. Bonomo 2011. Nuevos datos sobre el "Hombre Fósil" de Ameghino. En J. Fernicola, A. Prieto y D. Lazo (eds.), Vida y Obra de Florentino Ameghino: 101 -119. Publicación especial 12 de la Asociación Paleontológica Argentina, Buenos Aires.

Politis, G. y M. Bonomo 2012. La entidad arqueológica Goya-Malabrigo (ríos Paraná y Uruguay) y su fliación Arawak. Boletín de la Sociedad de Arqueologia Brasileira (SAB) 25(1): 10-46.

2015. Una revisión del Túmulo de Campana. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XL (1): 149-181.

Serrano, A. 1922. Arqueología de Las Tejas. Revista Universitaria del Litoral 1(12): 15-64.

Torres, L. M. 1907. Arqueología de la cuenca del río Paraná. Revista del Museo de La Plata 14: 53-122. 1911. Los primitivos habitantes del Delta del Paraná. Biblioteca Centenaria 4, Universidad Nacional de La Plata, La Plata.

Willey, G. y P. Phillips 1958. Method and Theory in American Archaeology. University of Chicago Press, Chicago.

Zeballos, E. 1878. Note sur un tumulus préhistorique de Buenos-Ayres. Revue dAnthropologie 4(1): 577-583.

Zeballos, E. y P. Pico 1878. Informe sobre el túmulo prehistórico de Campana. Anales de la Sociedad Científica Argentina 6: 244-260.

COMENTARIO DE LOS EDITORES

El licenciado Luis Abel Orquera actuó como evaluador del artículo de Politis y Bonomo, "Más sobre el Túmulo de Campana", que se publica en este volumen. A continuación de su revisión hizo referencia a su intervención personal en los hechos del pasado que están siendo discutidos en dicho artículo. Los editores de Relaciones hemos considerado importante publicar ese testimonio como apéndice por considerar que contiene referencias de relevancia para la historia de la arqueología.

COMENTARIOS SOBRE EL ARTÍCULO "MÁS SOBRE EL TÚMULO DE CAMPANA" DE G. POLITIS Y M. BONOMO

"MORE ABOUT THE TÚMULO DE CAMPANA" BYG. POLITIS YM. BONOMO

Luis A. Orquera*

Considero útil agregar mi testimonio personal respecto de hechos vinculados con el tema en debate. En 1969 o 1970 yo era ayudante del Dr. Ciro René Lafon y en tal carácter participé de la salida de campo que resolvió hacer con sus alumnos del seminario que dirigía en ese cuatrimestre con el fin de explorar lo que quedase del Túmulo de Campana -excavado por Zeballos y Pico en 1877- y obtener así información que ampliara el muy escaso conocimiento disponible sobre su contenido arqueológico. Ante tal antecedente, fui recientemente consultado por investigadores interesados en la región donde estaba ubicado. El primero fue el Dr. Loponte, quien me invitó a visitar el lugar donde se suponía que había estado dicho túmulo: esto ocurrió a mediados de septiembre de 2014. Posteriormente, en febrero de 2015, fui consultado primero por el Dr. Bonomo y luego por el Dr. Politis. A todos ellos di la siguiente respuesta:

1) cuando efectuamos la salida de campo dispuesta por el Dr. Lafon, al entrar al establecimiento Tajiber (cercanías de Campana), dicho profesor indicó dónde detener los vehículos y pasó a inspeccionar el presunto emplazamiento. Yo no lo hice, pues quedé descargando de la camioneta los equipos de excavación. Sin embargo, no habían pasado un minuto o dos cuando el Dr. Lafon regresó diciendo algo así como "Esto está todo arrasado, aquí no se puede excavar". Seguimos entonces viaje alrededor de trescientos metros hacia el sur, donde se veía una nítida elevación en medio del terreno circundante, y allí planteamos seis cuadrículas;

Aclaración de Orquera: mi intervención en la evaluación del trabajo cubrió dos aspectos. El primero fue una evaluación al modo tradicional acerca del texto en examen y de la conveniencia (o no) de publicarlo o de introducirle modificaciones. El segundo hizo referencia a mi intervención personal en los hechos del pasado que están siendo discutidos en dicho artículo. Es este segundo aspecto el que se publica aquí a modo de comentario sobre el artículo precedente de Politis y Bonomo.

2) recuerdo bien que el primero de esos sitios estaba junto a una curva del camino interno del establecimiento, tras unos árboles. El segundo, en cambio, estaba separado del camino por unos treinta metros y no había árboles en las cercanías. En consecuencia, el primero era el que en la publicación de Lafon 1971 fue identificado con el número 2 y el segundo con el 1 (constatar esos datos en las fotografías publicadas en Lafon 1971: fig. 4, pag 124 y en Loponte y Acosta 2015: fig. 2, aunque en la ubicación del n° 2 hay entre ellas una ligera diferencia).

No sé cómo el Dr. Lafon conocía con cierta precisión la ubicación de lo que consideraba la excavación de Zeballos y Pico, y nunca se lo pregunté. Por lo tanto, queda abierta la posibilidad de que lo haya sido o no. Pero mi experiencia personal indica categóricamente que el lugar donde ese día el Dr. Lafon dispuso luego que se hicieran los sondeos es el que en su publicación de 1971 fue identificado con el n° 1 en la figura 4. Así lo indiqué con frmeza y sin ambigüedad al Dr. Loponte ese día de septiembre de 2014, que además fue la ocasión para que por primera vez yo penetrara a lo que él y Acosta denominan TCS2: pude comprobar entonces que, efectivamente y como había dicho Lafon, sólo había una superficie llana de la que aforaban unos pocos tiestos y huesos. Sin embargo, el artículo de Loponte y Acosta publicado en 2015 en la Revista de Antropología del Museo de Entre Ríos, si bien menciona y agradece mi visita a los dos sitios (pág. 37), los identifica inversamente a como yo lo había hecho: TCS1 (donde luego Loponte y Acosta trabajaron) como el excavado por Zeballos y Pico y TCS2 (el que estaba arrasado) como el sondeado por Lafon. Por supuesto, es posible que cuando visitamos el sitio en septiembre de 2014 el artículo de Loponte y Acosta ya estuviera entregado a la Revista del Museo de Antropología de Entre Ríos, pero la puesta en disponibilidad del número 2 en la web a los efectos de su visualización y descarga tuvo lugar recién un año después, el 22 de septiembre de 2015, y fuera del mencionado agradecimiento no se incorporó ninguna salvedad referida a mis afirmaciones.

Es probable que Loponte y Acosta hayan dado preeminencia a la afirmación de Zeballos y Pico según la cual el túmulo excavado por ellos estaba "a seis metros del camino de hierro". En esta situación estaba y está la acumulación mixta de sedimentos (naturales + antropógenos) donde trabajó Lafon, o sea la que Loponte y Acosta identifican como TCS1 y que ellos creen que habría sido el lugar excavado por Zeballos y Pico. No es el caso de TCS2, que hoy dista de las vías del ferrocarril alrededor de cien metros. No puedo explicar esa afirmación de Zeballos y Pico, a lo que se agrega que en los dibujos publicados por Torres en 1907 (Politis y Bonomo 2015: 156): a) no indican cercanía de tales vías al lugar donde encontró los restos del túmulo; y b) a corta distancia de ese sitio se ve una alta barranca, que en el caso del sitio 1 está mucho más retirada.

No creo probable que entre 1877 y 1907, o entre 1877 y la década de 1960, se haya modi-ficado el trazado de las vías férreas. De todos modos, cualquiera que sea la respuesta que algún día se pueda dar a este interrogante, tengo plena seguridad de que el montículo excavado por el Dr. Lafon estaba donde su publicación de 1971 ubicó el sitio 1, no el 2. No se trata de solamente un recuerdo que pueda haber quedado alterado por el transcurso del tiempo:

1) como bien dicen Politis y Bonomo, Zeballos y Pico quienes excavaron el Túmulo de Campana, afirmaron que el Túmulo de Campana había sido excavado en su totalidad y el cálculo que los primeros hacen del volumen de un casquete de esfera con las dimensiones apropiadas parece darles la razón. En cambio, el montículo sondeado por Lafon (el n° 1 o TCS1) estaba bien conservado, intacto o muy poco alterado. No es solamente mi recuerdo: así se puede ver en las fotografías de perfles estratigráficos publicadas por Loponte y Acosta (2015: figs. 10 y 12, en las que no se perciben discordancias de alteración o redepositación) y así también surge de la afirmación de Loponte y Acosta (ibídem: pág. 19) de que salvo en la cuadrícula 11 -cuyo nivel A estaba perturbado- no había "evidencia alguna de modificación por excavaciones previas";

2) Zeballos y Pico afirmaron que el túmulo por ellos trabajado tenía dos o más metros de altura; cuando TCS1 fue sondeado por Lafon, tenía un metro de altura o menos.

En síntesis: no puedo afirmar categóricamente que TCS2 haya sido efectivamente el túmulo excavado por Zeballos y Pico, si bien la falta de conocimiento sobre sitios comparables en las proximidades lo torna probable. En cambio, el sitio sondeado por Lafon fue TCS1; no pudo ser TCS2 porque allí prácticamente ya no quedaban sedimentos en los cuales cumplir esa operación. A esto se puede agregar otro argumento que por sí solo no es definitorio, pero que debe ser tomado en cuenta: del túmulo excavado por Zeballos y Pico se extrajo gran cantidad de restos humanos (¿27 individuos? ¿45?), en tanto en TCS1 sólo apareció un único molar humano, a mayor abundamiento en la capa más superficial (Loponte y Acosta 2015: 28). No es imposible, pero no parece que haya motivo para considerarlos un único y mismo sitio.

Loponte y Acosta (2015: 34) afirman que "las cuadrículas implementadas por Lafon fueron de tamaños variables según los rótulos que acompañan a los materiales obtenidos por ese investigador». Esto no fue así: en época en que bajo la dirección de Lafon se efectuaron las excavaciones en esa localidad y en otras de la región, delimitábamos las cuadrículas uniformemente como cuadrados de 2 m por lado, si bien a lo largo de las paredes se dejaba sin excavar una franja de 20 cm para que sirviera como testigo y facilitara la circulación de los excavadores entre cuadrículas. Por consiguiente, la superficie realmente profundizada en cada cuadrícula era de 1,60 m x 1,60 m: esto fue explicado a Politis y Bonomo y así quedó consignado en su trabajo de 2015 (pág. 160). Sólo a partir de 1973 y en otros sitios se elevó en un metro por lado la dimensión de cada cuadrícula. Por lo tanto, la superficie excavada en el sitio de Campana no fue de aproximadamente 20 m2, como estimaron aproximativamente Pérez y Cañardo (2004, en Loponte y Acosta 2015: 34), sino de sólo 15,40 m2 (lo que infuye sobre el cálculo de la densidad de hallazgos).

Lo que Politis y Bonomo señalaron (y Loponte y Acosta confundieron con el tamaño de las cuadrículas) fue que los rótulos de las bolsas que contenían los materiales excavados indican

...niveles de extracción variables y confusos de 10 cm de espesor, pero que en algún lugar es de 8 cm y en otro de 30 cm. Hay dos secuencias de niveles de extracción difíciles de compatibilizar entre sí: una es de tres niveles discontinuos (25-55 cm, 46-56 cm y 66-76 cm) y la otra, de seis niveles de 10 cm cada uno, excepto el primero y el último, que va desde los 0-25 cm hasta los 88 cm y luego un nuevo nivel, aislado de los demás, entre 130 y 140 cm" (2015: 161; la enfatización está agregada por mí).

A primera vista, esto parece confuso, pero la razón es que en las excavaciones dirigidas por Lafon procurábamos separar los sedimentos ante todo por capas naturales, no primariamente por niveles horizontales de espesor parejo; solo de ser las capas naturales muy gruesas se las subdividía en niveles artificiales. Las profundidades, además, eran tomadas por relación a un plano horizontal virtual que pasaba por el punto más alto del yacimiento y que era común a todas las cuadrículas aunque su superficie quedara debajo de ese plano. Por lo tanto, si en algún lugar una capa natural tenía solamente 8 cm de espesor, así quedaba consignado en los protocolos de excavación y en los rótulos. Las indicaciones de mayor grosor (por ejemplo: 30 cm) se deben a que algunas cuadrículas abarcaron parte de las pendientes laterales de la elevación, por lo que allí las capas naturales adquirían características de derrames: la fuerte inclinación y su poco grosor no justificaban subdividirlas en niveles artificiales, que no hubieran proporcionado diferencias de significación, y por ello allí eran extraídas en una única operación. Si entre 88 y 130 cm hay un vacío en los rótulos, debió ser porque en esa cuadrícula los niveles intermedios eran estériles y a 130 cm de profundidad se encontró una nueva capa de materiales arqueológicos conservados.

Denominar los dos sitios en cuestión con las siglas TCS1 y TCS2, como lo hacen Loponte y Acosta, no me parece apropiado: las siglas sugieren que habría habido dos túmulos, cuando el primero -el sondeado por Lafon- claramente no lo era. Las identificaciones aplicadas por Lafon -simplemente, sitios 1 y 2- serían más adecuadas, aunque la cronología de los trabajos hubiera aconsejado un orden inverso. Pero más correcto aún sería nombrar al sitio 1, el trabajado por Lafon y por Loponte y Acosta, como "Campana 1", "Tajiber 1" o lo que mejor parezca, y reservar el nombre "Túmulo de Campana" (sin otro aditamento) únicamente para el sitio al que Lafon asignó el número 2, cuya identidad con el yacimiento excavado por Zeballos y Pico no es enteramente segura, pero parece muy probable.

Por último, deseo dejar constancia de mi desacuerdo con la afirmación de Lafon de que el presunto Túmulo de Campana no habría sido tal sino un albardón (1971:146). No se vea en esto una falta de respeto a mi antiguo profesor ni un desconocimiento de la importancia de sus contribuciones a la arqueología, pero el hecho que el sitio sondeado bajo su dirección (n° 1 o TSC1) haya sido efectivamente producto de la ocupación humana de un albardón y no una construcción destinada a albergar restos de muertos no autorizaba a decir que lo mismo debió suceder en otro sitio que no pudo ser excavado y ni siquiera sondeado, y cuyos materiales no fueron examinados. Solo puedo imaginar que se habría dado una confusión en el momento de la redacción en cuanto a la ubicación de los sitios, luego no subsanada.

Los restos de cerámica hallados en el sitio sondeado por Lafon (insisto, para no dejar dudas: el identificado en las fotografía de la figura 4 como n° 1 por el propio Lafon (1971:124) o como TSC1 por Loponte y Acosta 2015) muestran afinidad con los procedentes de otros lugares de los bajíos ribereños, excavados por el mismo equipo de trabajo o publicados por otros investigadores. Pero no me considero capacitado para examinar otro aspecto del manuscrito de Politis y Bonomo, también discutido por Loponte y Acosta: si deben ser considerados diferentes de los encontrados por Zeballos y Pico, o si estos últimos deben ser asimilados a la "Tradición Goya-Malabrigo" (como sostienen Politis y Bonomo) o no (como sería la opinión de Loponte y Acosta).

Lo dicho en esta evaluación no significa que mi propósito sea menoscabar el trabajo y las opiniones de Loponte y Acosta, que generalmente son respetables: por ejemplo, concuerdo con Politis y Bonomo en que es positivo que después de cuarenta años se hayan encarado por fin excavaciones sistemáticas en el sitio sondeado por Lafon y publicado al menos una parte de los resultados. Mi intención con los comentarios que preceden ha sido tan sólo consolidar la idea de que ese sitio sondeado por Lafon (y luego excavado por Loponte y Acosta e identificado como TCS1) no era un remanente del túmulo en el que trabajaron Zeballos y Pico.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons