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Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.48 no.1 Buenos Aires jun. 2023

http://dx.doi.org/10.24215/18521479e064 

Articulos

PAISAJES AGRARIOS DURANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN EL ESTE CATAMARQUEÑO. ABORDAJES DESDE LA ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA

AGRARIAN LANDSCAPES DURING THE I8TH AND I9TH CENTURIES IN EASTERN CATAMARCA. APPROACHES FROM HISTORICAL ARCHEOLOGY

Antonela Nagel 1  

Melisa Rodríguez Oviedo 1  

Marcos Nicolás Quesada 1  

1 Instituto Regional de Estudios Socioculturales y niversidad Nacional de la Rioja (UNLaR). E-mail: antosantafe@hotmail.com. Instituto de Antropología de Córdoba (CONICET) y Museo de Antropología (UNC). E-mail: melisa. roviedo@gmail.com Instituto Regional de Estudios Socioculturales (CONICET)-Universidad Nacional de Catamarca y Escuela de Arqueología. E-mail: mkesada@yahoo.com.ar

RESUMEN

En este trabajo abordamos diferentes procesos sociohistóricos que entre los siglos XVIII y XIX conformaron un paisaje campesino en la serranía de El Alto-Ancasti y cuyas materialida des aún prevalecen en el entorno. Nuestro objetivo es generar información que contribuya a la historización y el entendimiento de los diferentes paisajes culturales serranos. Para ello, meto dológicamente incorporamos diversas fuentes de información como los documentos históricos, el trabajo de campo arqueológico y entrevistas etnográficas.

Nos centraremos aquí en dos casos que permiten abordar el proceso de transformación del paisaje agrario en El Taco, en el pastizal del sector cumbral, y Oyola, en el bosque serrano a media altura de la ladera oeste de la serranía. Caracterizaremos sucesivos paisajes productivos agropecuarios y estableceremos una genealogía de sus cambios y continuidades, relacionando las transformaciones con el devenir de las condiciones socioeconómicas a escala regional y local.

Palabras clave: sierra El Alto Ancasti; siglos XVIII XIX; paisajes campesinos; explotaciones agrícolas ganaderas; molinos harineros

ABSTRACT

In this work we address different socio-historicalprocesses that between the eighteenth and nineteenth centuries shaped a peasant landscape in the El Alto-Ancasti mountains and whose materialities still prevail in the environment. Our objective is to generate information that contributes to the historicization and understanding of the different mountain cultural landscapes. To do this methodologically we incorporate diverse sources of information such as historical documents, archaeological fieldwork and ethnographic interviews.

We will focus here on two cases that allow us to address the process of transformation of the agrarian landscape in El Taco, in the grassland of the cumbral sector, and Oyola. In the mountain forest at mid-height on the western slope of the mountain range. We will characterize successive gricultural productive landscapes and we will establish a genealogy of their changes and continuities, relating the transformations with the evolution of socioeconomic conditions at a regional and local scale.

Keywords: El Alto Ancasti mountains; I8th and I9th centuries; peasant landscapes; agricultural livestock farms; flour mills

INTRODUCCIÓN

Una comprensión acabada de la espacialidad implica reconocer que hay más de una historia desarrollándose en el mundo (Massey, 2012:20).

Los primeros trabajos arqueológicos (Ardissone 1945; Difrieri 1945; Pérez Gollán 1991, 1994; Pérez Gollán y Gordillo 1993, Quesada et al. 2012) y narrativas históricas (Larrouy y Soria 1921; Guzmán 1985; Bazán 2006, Bazán de Blas 2006; Bazán et al. 2014) llevadas a cabo en la serranía El Alto-Ancasti concibieron sus procesos sociohistóricos como parte de un relato dis continuo e inconexo, producto de las delimitaciones de los campos objetuales, de acción e interés de cada una de estas disciplinas y de la temporalidad a la cual ajustaron sus estudios (periodo prehispánico, colonial, etc.).

Esta perspectiva comenzó a replantearse durante los últimos diez años de trabajos sistemáticos (Quesada et al. 2012, 2017; Ahumada y Moreno 2015-16; Nagel 2018; Gheco 2020; Zuccarelli 2020; Ahets Etcheberry y Gheco 2021). Se buscó correrse de las lógicas analíticas de centro-periferia y de las grandes generalizaciones para hacer foco en los procesos locales y su historización, para pensar desde allí, los macroprocesos sociales y sus expresiones materiales. Esta visión supone la incorporación de una perspectiva centrada en las praxis sociales cotidianas (Bourdieu 1994) que permitan dar cuenta de los diferentes procesos sociohistóricos situados en estos espacios y sus cambios (y continuidades) a través del tiempo. Por ello, los paisajes observados desde esta óptica no son solo aquellos que se presentan ante nuestra mirada, sino el resultado de diversos tejidos políticos, sociales, económicos, ideológicos y culturales que terminan modificando el territorio y dándole sentido en un devenir siempre inacabado.

Este trabajo tiene como objeto realizar una primera caracterización de los cambios y conti nuidades en los modos de construcción de los paisajes agrarios de las sierras de El Alto-Ancasti a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, cuando el espacio serrano muestra un acelerado proceso de elaboración y marcación material del entorno. Para ello retomaremos dos casos: por un lado, las casas ubicadas en cercanías de El Taco, en la cumbre de la sierra de El Alto-Ancasti y, por el otro, los molinos harineros ubicados en Oyola (figura 1). Cuando hablamos de procesos de transformación y continuidad de los paisajes culturales de la serranía, nos referimos al intento de trazar una suerte de genealogía de las lógicas agrarias que les dieron origen y forma, que aparecen expresadas, aunque con diferente enfoque y énfasis, tanto en la información documental como en la materialidad del paisaje. En ambos registros se observa la aparición de numerosas pequeñas unidades productivas compuestas, cada una, por una vivienda vinculada a corrales y extensos pircados1 que a lo largo de la serranía van generando espacios cerrados o potrerillos para el ma nejo del ganado y el cuidado de las pasturas, aunque, también, han sido utilizados como lindes entre las propiedades. En la actualidad, dichas viviendas continúan siendo funcionales, aunque en franco proceso de abandono, al igual que estos grandes espacios cerrados.

De acuerdo con el relato de los pobladores locales, estas viviendas se habrían originado a finales del siglo XIX. Sin embargo, la emergencia de estos paisajes pecuarios podría rastrearse algo más atrás en el tiempo ya que los nombres de los puestos/parajes empiezan a estar presentes en la documentación escrita desde mediados del siglo XIX. De todas formas, el origen y desarrollo de este “nuevo” paisaje agrario debe ser entendido a partir de la desintegración de las antiguas mercedes de tierras, luego estancias, y las lógicas para el manejo de los recursos y espacios productivos que éstas introdujeron en la región.

Figura 1: Detalle de la sierra El Alto-Ancasti y localidades mencionadas en este trabajo.

ALGUNOS APUNTES METODOLÓGICOS

Fuentes documentales

Partimos de la premisa de que un documento no puede ser considerado solo como una fuente de la cual extraer datos, sino que, ante todo, debe ser construido también como un campo de indagación en interacción con el registro material y etnográfico. El trabajo con los documentos consistió en una investigación de archivo en el AHC (Archivo Histórico de Catamarca), pero tam bién en los archivos que se encontraban en la iglesia de la localidad de Vilismán (departamento El Alto). Se abordaron protocolos notariales, sucesorios y diferentes causas civiles que pudieran aportar a la investigación. También censos históricos de población y fuentes bibliográficas de segunda mano. La diversidad de fuentes a las que se recurrió se consideró crucial para generar una imagen más compleja de los procesos sociohistóricos de la serranía, incorporando, a su vez, una mayor pluralidad de relatos, los cuales fueron puestos en discusión.

El empleo de fuentes históricas se consideró desde una perspectiva crítica y contextual. Al respecto, si bien somos conscientes de que éstas nos permiten acceder a diversos procesos sociohistóricos situados, reconocemos que su producción y origen está vinculada a mecanismos hegemónicos y discursivos de poder por parte de quienes detentan la palabra escrita. Por este motivo, su análisis crítico nos permite cuestionar la legitimidad de la palabra y del relato de los sucesos históricos. Asimismo, tenemos en cuenta que la producción de estas narrativas se da en un contexto en particular. Representan un discurso de la realidad en la cual se gestan, actuando activamente sobre ella (Bianchi Villelli y Senatore 2015). El análisis crítico y contextual de los documentos nos permite encontrarnos con aquellos sujetos que los produjeron, pero también con esbozos e indicios de sectores subalternos que quedaron al margen de su producción. Esto hace necesaria la confrontación y complementación de estos registros con otras materialidades como la arqueológica y la etnografía, para poder dar cuenta de variaciones y resistencias, generando un universo más plural respecto a los procesos sociohistóricos abordados (Buscaglia 2011).

Metodología arqueológica

Se llevaron a cabo prospecciones sistemáticas pedestres para reconocer el terreno y relevar las materialidades arqueológicas-históricas que pudiesen aportar a la investigación. El relevamiento de pircados, por ejemplo, se llevó a cabo mediante el registro de tracks con navegador GPS siguiendo su trayectoria en el terreno, conjuntamente a la realización de un completo registro fotográfico. Esto nos permitió observar sus particularidades constructivas a lo largo de sus diferentes tramos. Se midió tanto la altura como el espesor de los muros; se consideraron materias primas empleadas en su confección y las técnicas constructivas utilizadas, dando cuenta, si es que se observaban, de sus variaciones. Asimismo, se evaluaron las reparaciones y el material utilizado. También fue considerado el estado de conservación de los muros y otros rasgos que aportaran a su historización como, por ejemplo, el orden de adosamiento de las paredes. Durante el recorrido de los pircados constatamos la presencia de otros elementos materiales o estructuras que pudiesen vincularse con aquellos. Los puestos también fueron relevados dando cuenta de sus técnicas constructivas y materias primas utilizadas en su confección, observándose en todo momento características que pudieran ubicarlos temporalmente o historizar su proceso constructivo a través de la estratigrafía muraria.

Metodología etnográfica

En lo que respecta al enfoque etnográfico, el trabajo sistemático consistió en entrevistas semiestructuradas y conversaciones informales con nuestros interlocutores (Quirós 2018). Es impor tante remarcar que estos vínculos que se fueron estableciendo están ligados a un proceso de estar ahí ya que como equipo hace más de 10 años que venimos trabajando en el área, participando en talleres y actos escolares, charlas sobre la labor arqueológica, jornadas de prospección con quienes arrean animales, pero también conversaciones que van tejiendo vínculos de confianza mutuos.

Las entrevistas se planificaron en tono de conversación con las personas que habían crecido en el poblado o en poblados aledaños, o cuyos padres lo habían hecho. Para estructurarlas se siguió un eje vinculado a las memorias de transitar por dichos territorios. Las preguntas guía tenían que ver con sus trayectorias biográficas y sus vínculos históricos y prácticos con los paisajes estudiados. En el caso de los puestos y pircados, planteamos instancias de encuentro durante nuestras salidas al campo con los pobladores locales que aún habitan estas viviendas y en la ciudad con aquellos que ya no residen allí o visitan esporádicamente estos parajes. Nos interesó indagar en aquellas memorias respecto a la vida en la sierra y a sus actividades produc tivas. De esta manera, se fueron estableciendo dos grupos, el primero compuesto por quienes cuentan sus experiencias en primera persona y el segundo, por aquellos que conocen a través de los relatos orales que les contaron parientes, amigos o vecinos. El paisaje, plantea Ingold (2013) es una historia y percibirlo conlleva un acto de rememoración; este se construye como registro y testimonio. Recordar, entonces, implica vincularse perceptualmente con un paisaje que está impregnado de un pasado.

LOS PAISAJES AGRARIOS SERRANOS

Caso 1. El paisaje agrario colonial

A través del análisis de un conjunto de pleitos por los linderos y la posesión de las tierras de Obca, cedidas en 1623 al Capitán Don Joan Gregorio Bazán de Pedraza, y de documentos concernientes a las mercedes de Anquincila y Tacana, propiedades contiguas a ésta (Nagel 2022), visibilizamos diferentes sujetos agrarios involucrados en estas explotaciones, sus mecanismos de acceso a la tierra y las estrategias económicas implementadas. Dichas unidades productivas, localizadas en la cumbre serrana, poseían enormes extensiones y constituyeron estancias mixtas para el manejo del ganado mayor (vacunos y equinos) y menor (ovinos), y la producción de algu nos cultivos, aunque no se menciona directamente en este último caso cuáles serían y su destino.

Estas estancias eran propiedad de algunas familias de élite, aunque en tales unidades productivas residían peones y capataces que eran los encargados del manejo de la producción. Esto se debía a que sus propietarios poseían otras casas pobladas y estancias en diferentes ambientes productivos de la región, por lo que alternaban su residencia entre el valle de Catamarca y demás cabeceras pobladas en la Gobernación del Tucumán.

Para los siglos XVII-XVIII, las descripciones de documentos históricos indican que las viviendas consistían en estructuras simples, rectangulares, confeccionadas con materiales pere cederos tales como cueros o adobes. Es de destacar la imagen de precariedad que promueven las descripciones de estas viviendas, por ejemplo:

una casa de siete bs y media de largo, y sincode ancho su pared de adobes viejos y remendada su techumbre de peynadillo, labarazón de madera bruta todo viejo sin puerta con en corbo (AHC 1749. Caja 5. Expte 205 2V. José Casuso. Estancia Obanta).

la casa quese compone de ocho varas de largo, y quatro y una de ancho, poco más o menos; pared de adove madera rolliza, techo de paja con puerta de una mano de tablas con armellas de freno enbrasada y marco labrados (AHC 1753. Caja 5- Expte 229. 1V. Nicolás Diaz. Estancia Taco Punto)

la casa de adobes buenos y su techumbre de madera bruta y encañado algo maltratado con su corredor de tres horcones y su techumbre de lo mesmo y su puerta de bastidor aforrado con cuero y su cerradura (AHC. 1745. Caja 5. Expte 192. 6V. Francisco de Varela. Estancia San Antonio).

Es posible que la expeditividad de estas estructuras se deba a que durante este periodo las familias de élite que las poseían residían solo temporalmente en estos espacios, ya que contaban con otras casas pobladas en diferentes localizaciones de la Gobernación del Tucumán. Hasta el momento no hemos podido localizar en el terreno estas viviendas coloniales, aun cuando grandes extensiones del espacio serrano fueron objeto de intensas prospecciones. Quizás ello se deba a una conjunción de razones entre las cuales podemos señalar el hecho de que buena parte de los materiales de construcción eran perecederos o bien que probablemente estas viviendas hayan sido destruidas para la construcción de nuevas casas y poblados2.

Al igual que en las viviendas, se nota una baja inversión de trabajo en la demarcación material de los límites de las propiedades. En la documentación histórica los lindes entre las estancias estaban definidos de manera difusa, en relación con rasgos naturales (en nuestro caso de estudio, por ejemplo, respecto a “el hoyo” de Obca) o caminos (el camino real o el camino carril). En todos estos casos, sin embargo, no se trata de límites continuos y bien señalados, sino a referencias poco precisas y permeables para las personas y el ganado.

Esto llevó a que a lo largo del siglo XVIII surgieran una serie de pleitos por la posesión de las tierras y los lindes entre las propiedades que en algunos casos resultaron en solicitudes de intervención judicial y el deslinde y amojonamiento de las propiedades. Se incorporó, así, el mojón lindero como un nuevo elemento del paisaje (figura 2). Tales procedimientos, aunque dejaron un interesante cuerpo documental sobre las estancias coloniales serranas, no parecen en cambio haber resuelto el problema de la indefinición de los límites de las propiedades, pues los pleitos continuaron a través del tiempo.

Figura 2: Vista de mojones dispuestos como linderos entre las propiedades

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienzan a producirse transformaciones en estos espacios. Por un lado, las estancias coloniales empezaron a fragmentarse en unidades más pequeñas como consecuencia de transformaciones económicas, sociales y políticas que enfrentaba la región. A través de censos de población -como el de 1770-1771 transcrito por Acevedo (1965)- y el análisis de deslindes y causas civiles dimos cuenta de diferentes modos de acceso a la tierra y vínculos productivos con ésta. En general, para finales del siglo XVIII se observa la presencia de diferentes grupos familiares residiendo en las estancias, pero manteniendo diferentes lazos productivos con la tierra, puesto que además de algunos de sus propietarios, se encontraban peones, criados, agregados y esclavos. Esta situación cambia durante el siglo XIX, cuando las grandes estancias coloniales comienzan a fragmentarse. Al respecto, encontramos protocolizados diferentes eventos de compra/venta los cuales indican el acceso a las tierras de nuevos propietarios o bien de diferentes sujetos en calidad de derechosos3. Es clave mencionar que las estancias comienzan a mostrar una menor extensión respecto a momentos previos y que, además de estos nuevos propietarios, persistirán vinculados a este espacio actores en calidad de agregados o conchabados. Esto pudo determinarse a través del seguimiento meticuloso de los deslindes y los sujetos involucrados.

La emergencia de numerosos núcleos domésticos vinculados a entornos agropecuarios más pequeños indica una orientación de la producción a una escala más local para el consumo familiar. Aunque también, en ocasiones se generaron excedentes para comercializar en redes locales y regionales. Los nuevos procesos sociales y económicos comienzan a manifestarse materialmente a lo largo de la serranía a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, dando paso al paisaje agrario que caracterizaremos a continuación.

El “nuevo” paisaje del siglo XIX. Puestos y pircas

El proceso de fisión de las grandes propiedades coloniales iniciado a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, parece haber afectado a todo el espacio serrano. Sin embargo, nuestra carac terización será especialmente en referencia a la (ya para entonces antigua) merced de Obca. Para mediados del siglo XIX comienzan a aparecer, donde se extendía esa única propiedad, referencias a un mayor número de viviendas o parajes y, concomitantemente, de propietarios (figura 3). Tal es el caso de Oca, La Aguadita, La Chacra, Condorhuasi, Pantanillo, Flor Morada y Las Tranquitas. Estos parajes son actualmente llamados “puestos”, pero es probable que esa denominación, que no aparece como tal en la documentación de la época, tenga su origen en la lógica cartográfica y clasificatoria de la administración estatal más reciente. Tampoco debe pensarse que refiere a una ocupación transitoria, como podría denotar una acepción posible del término, pues se trata de viviendas de ocupación permanente.4 Articulados a estos puestos, largas series de extensas pircas encierran corrales, rastrojos y potrerillos, al tiempo que fungen frecuentemente como linderos entre propiedades. Puestos y pircas son, entonces, los principales elementos materiales constitutivos de pequeñas células productivas agropecuarias que caracterizan el paisaje serrano de este momento (figura 4) y, por ello, requieren ser descritos con mayor detalle.

Si bien cada uno de los puestos tiene características particulares, es posible notar ciertas regularidades estéticas y arquitectónicas dado el empleo de los mismos materiales de construcción locales y -sostenemos- a la existencia de modos compartidos en cuanto al habitar.5 Las habita ciones que los componen tienen formas simples y cuadrangulares (figura 5). Sus paredes son de mampuestos de adobes dispuestos sobre un alto zócalo de piedra que puede alcanzar el metro de altura. En ocasiones los muros fueron revocados con una capa de mortero de barro y de barro y cal, adquiriendo un color marrón rojizo o blanco, respectivamente. Su techumbre consiste en un armazón de vigas de madera dispuesto a dos aguas sobre el cual se colocó una capa de peinadillo de paja atada. En la actualidad es común observar cómo esta última cubierta ha sido sustituida o, más frecuentemente cubierta, con chapa acanalada.

Figura 3: Localización de los puestos mencionados en el texto

Figura 4: Vista de Pantanillo y su espacio productivo circundante

Pero no solo las techumbres fueron transformadas durante los últimos años. Conforme transcurrió el tiempo, se observa que estos puestos anexaron nuevas habitaciones a las estructu ras originales según las necesidades de sus ocupantes o bien incorporaron otras dependencias en las inmediaciones. Las nuevas estructuras utilizaron de modo ecléctico materiales constructivos modernos -madera, ladrillos cocidos, bloques de cemento, chapa, etc.- por lo que manifiestan una estética más diversa y heterogénea con respecto a los componentes originales. Aun así, se conser varon las viejas estructuras iniciales a las que, en ocasiones, se les realizaron algunas refacciones como la incorporación de ventanas o el recambio mencionado de los techos.

Es frecuente que las viviendas presenten, adosado en su muro frontal exterior, un corredor o galería techada que las comunica a un patio exterior. Este se dispone sobre horcones de madera empotrados en el suelo, aunque también encontramos galerías realizadas mediante columnas de mampostería sobre una base de piedras unidas con argamasa de barro. Los techos de estos corre-

Figura 5: a) Estructura habitacional original del puesto Pantanillo; b) cocina del puesto Oca; c) vista de galería techada del puesto Las Tranquitas

dores se asemejan a la cubierta de la estructura principal de la vivienda, lo cual genera un aspecto de continuidad con aquel. Durante las últimas décadas, en algunos de estos puestos -Condorhuasi, Flor Morada- dichos corredores constituyen espacios completamente cerrados, más íntimos, con ventanales y una (o dos, como en el caso de Flor Morada) puertas de acceso.

En cuanto a su propósito, estas galerías se construyeron como reparo del viento y la lluvia, y se utilizaron como espacios donde las familias llevaban a cabo diferentes actividades productivas artesanales y domésticas como la confección de cinchas de cuero, el hilado de la lana, entre otras. Como se indicó, estas viviendas no son mencionadas en los documentos históricos del periodo colonial, sino recién a mediados del siglo XIX. También se observan en fotografías de principio del siglo XX recopiladas por Manuel Soria y Jacinto Baldi en 1904, en sus informes sobre la provincia de Catamarca.

Los pircados, por su parte (figura 6 y 7), consisten en muros de piedra que recorren la irre gular topografía serrana. Fueron construidos enteramente con piedras, en ocasiones canteadas, con traba simple sin argamasa. Estos muros tienen un espesor promedio de 0,40 m y alcanzan una altura de entre 1,30 a 1,50 m en los sectores mejor conservados. En estas pircas, la robustez es una característica del diseño no solo por el material duradero elegido -habiendo alternativas igualmente eficaces, pero menos perdurables como el cerco de palo o el corral de ramas-, sino también porque la misma técnica de construcción está orientada a asegurar la estabilidad estruc tural. Es muy frecuente que la base de estos largos muros esté conformada por bloques rocosos de gran tamaño bien apoyados en el suelo y, además, que cuando sea posible, estos estén “anclados” en afloramientos rocosos que le brindan mayor firmeza. No es nada aventurado indicar que las pircas fueron hechas para perdurar y, de hecho, así lo reconocen los pobladores serranos para quienes tal característica, la durabilidad, aparece en sus relatos como un valor y una virtud del trabajo de sus ancestros.

Las primeras menciones a los pircados en las fuentes documentales corresponden a finales del siglo XIX, aunque su vinculación funcional con los puestos, en relación con las actividades agropecuarias, sugiere un desarrollo contemporáneo entre ambos elementos. Ahora bien, al igual que en los puestos, las pircas muestran secuencias de adosamiento que señalan que su construc ción, antes que un único evento, se trata más bien de un crecimiento progresivo en función de las necesidades de las lógicas de la producción agropecuaria a la que estaban destinados, que incluían el encierro de la hacienda y el resguardo de pasturas estacionales, además de evitar la intrusión de los animales en los rastrojos y cultivos.

Sin embargo, es probable que no fuera el manejo del ganado y pasturas la única finalidad de las pircas. En el proceso de agregación de numerosas unidades productivas familiares de pequeñas dimensiones, como las que acabamos de caracterizar, no disminuyeron los conflictos por los límites reales de las propiedades. Esto se debe en parte al acceso irregular a los terrenos, los cuales se adquirieron en calidad de indivisos. La posesión legal de las tierras muchas veces no coincidía con la de hecho. Tanto es así que muy pocas personas contaban con las escrituras y menos aún con saneamiento de sus lindes. Para evitar conflictos los pircados fueron oportunos para separar propiedades y evitar que el ganado se disperse hacia otros campos.

Figura 6: Vista de pircados cerca del puesto de La Chacra

Figura 7: Pircados delimitando potrerillos cerca del puesto Pantanillo

No todo el manejo productivo de estos espacios estuvo ligado a la propiedad privada de las tierras. Algunos campos y estancias localizados en ambientes productivos más favorables durante la época invernal, que es cuando escasean los pastos en el sector cumbral, fueron mantenidos de modo comunal. Esto generó diversos modos de acceso y uso de los espacios, los cuales eran compartidos entre diferentes familias, quienes detentaban estos derechos. Es posible que, ante las limitadas dimensiones de estos campos y su homogeneidad ambiental, las familias que usu fructuaban estos espacios hayan recurrido a otros derechos y acciones en diferentes ambientes productivos serranos, para manejar al ganado de acuerdo con los ciclos de los pastos. Las fuentes documentales indican al respecto la persistencia conjunta en algunas de estas familias de tierras de dominio privado junto con derechos y acciones en otros campos comuneros en diversos am bientes productivos cercanos.

Caso 2. Los molinos harineros de El Alto-Ancasti

Aunque hay referencias a la existencia de molinos en la sierra durante el periodo colonial, este proceso de cambio hacia una producción a escala doméstica que rastreamos hasta mediados del siglo XIX coincide con un aumento en la construcción de molinos harineros hidráulicos o de rodezno en los sectores medios y bajos de la serranía, allí donde los ríos principales han alcanzado a reunir un caudal capaz de mover las pesadas muelas de piedra. También en estos sectores se desarrolló simultáneamente un paisaje de puestos y pircas comparable al registrado con mayor detalle en el área ocupada por la antigua merced de Obca, en el sector cumbral. Es precisamente sobre los márgenes del Río Grande que relevamos uno de los cuatro molinos harineros detectados en la localidad de Oyola. De acuerdo con el relato de Doña Mercedes, mujer mayor del pueblo de Vilismán, su abuelo, que residía y cultivaba trigo en Río de Ávila llevaba, al igual que otros campesinos de la zona, su grano a moler allí. Según el cálculo de Doña Mercedes, este molino funcionó al menos hasta la década de 1940. Aún se mantienen en pie los fuertes muros de adobe y piedra del galpón que albergaba la maquinaria y fue posible registrar el canal de alimentación que transportaba el agua desde su captura en el río a unos 200 m de distancia. Volveremos luego con una caracterización más pormenorizada de este molino.

Tal incremento hidráulico se completaba con la construcción de estanques o represas de riego y abrevadero a corta distancia de los manantiales o “vertientes”, arroyos estacionales y algunos ríos con caudal permanente. Están construidos con bordos de tierra y piedra que cierran vasos naturales. El tamaño de estos reservorios es variable y podría relacionarse al volumen de provisión de agua de la fuente, hemos encontrado estanques relativamente pequeños alimentados por exiguos manantiales. Otros de mayor cubicaje podían capturar agua de ríos permanentes y, también de forma oportunista de cauces estacionales, según nos explicaba Don Tapia, campesino de Oyola. En un caso, hemos podido registrar el canal de salida, construido con piedras lajas y tramos de bordo que conducía el agua por el pie de la ladera para irrigar una vasta terraza aluvial. Aún resta realizar un registro más pormenorizado del uso de los estanques.

Hemos realizado un relevamiento detallado de uno de los molinos de Oyola (figura 8), el cual se ubica sobre la margen sur de la quebrada del Río Grande. Para caracterizar este ingenio hidráulico conviene seguir el circuito seguido por el agua que accionaba su maquinaria. El canal de alimentación inicia a unos 200 m aguas arriba del molino propiamente dicho, en una bocatoma que no se ha conservado. A partir de allí es conducida sobre la costa rocosa mediante un ducto con una robusta pared lateral de piedra y argamasa caliza (figura 9D) el cual, al alcanzar el pedemonte de la ladera de la quebrada, continua en un canal cavado en tierra (figura 9C). A unos 15 m antes de alcanzar el molino, el canal ingresa a una cámara construida con piedra y argamasa caliza cuyas dos compuertas, una que devuelve el agua al río y la otra que la conduce al molino, permitieron manejar el caudal de agua que ingresaba y hacía mover el rodezno (figura 9B). A partir de allí, el canal de ingreso está revestido íntegramente con piedra y argamasa (figura 9A) y posee un ancho de 0,50 m y una profundidad de 0,45 m. En este punto, el desnivel entre el canal y el río es de 2 m.

Figura 8: Croquis de la distribución del Molino Harinero de Oyola 1

Figura 9: a) Canal de ingreso de agua al molino, al fondo se puede observar el galpón que alberga la maquinaria. b) Compuertas de derivación. c) Canal de ingreso cavado en tierra. d) Tramo inicial de canal de piedra y argamasa caliza a pocos metros de la toma de agua.

El edificio que albergaba la maquinaria de molienda es un galpón de unos 5,40 m de ancho y 8,10 m de largo. El cuerpo inferior estaba construido con pesados muros de piedra y el superior, de adobe (figura 10). En estos últimos se empleó el aparejo de soga y tizón alcanzando espesores de 0,75 m. En la actualidad parte de los muros se han derrumbado y el suelo interior se ha colmatado en parte con esos mismos materiales. Sin embargo, los desniveles conservados dejan ver que al menos el sector sur del galpón estaba construido en dos plantas. La inferior, destinada a la acción del rodezno, aprovechando el desnivel con respecto a la altura del final del canal de ingreso que alcanzaba ese sector, y la superior, que sostenía las muelas solera y volandera dejando, además, hacia el lado sur una superficie relativamente amplia para el acopio de grano y harina.

Figura 10: Galpón que alojaba la maquinaria hidráulica del molino

El incremento en la construcción de molinos hidráulicos y represas de riego en las sierras de El Alto-Ancasti durante este periodo señala una intensificación en el cultivo de cereales y, más específicamente, la producción de harinas. Centralizar el proceso de molienda de la producción de las distintas familias también podría expresar un modo de articulación social y económico a escala supradoméstica. En la actualidad, a diferencia de muchas de las viviendas contemporáneas, los molinos no se encuentran en funcionamiento.

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

Articulando la información provista por las fuentes documentales, el registro material y la historia oral, hemos brindado una primera interpretación de las principales características de los sucesivos paisajes agrarios de las sierras de El Alto-Ancasti luego de su incorporación al sistema mundo colonial español. Una vez marcadas las características que operaron en los diferentes casos y temporalidades analizadas, nuestro interés radicó en la determinación de los procesos de cambio y en las continuidades que podrían estar sucediendo entre estos paisajes en un continuum histórico.

El paisaje colonial muestra un modo de habitar con una difusa elaboración material. Las viviendas, apenas poco más que precarios ranchos,6 son, no obstante, el elemento más destacado de estos entornos rurales y, claramente, el que recibió mayor atención en los registros documentales. Resulta contradictorio el carácter expeditivo y el frecuente mal estado de conservación de estas construcciones con el hecho de que eran propiedad de las familias más prominentes en términos económicos y sociales de la población colonial.

Esto encuentra sentido si se considera que las mercedes y estancias serranas eran, a la sazón, solo eslabones complementarios (destinados principalmente a la ganadería extensiva) de territorios productivos más extensos y discontinuos en un esquema de diversificación ecológica que podía incluir otras propiedades en el valle de Catamarca y la llanura santiagueña, destinados a la producción de mercancías para el comercio regional (Castro Olañeta y Carmignani 2017; Nagel 2022). Teniendo en cuenta esto, quizá aparezca como más comprensible que la construc ción de estas viviendas haya involucrado solo el grado de inversión necesario para cumplir con el requisito de constituir población y mostrar ocupación efectiva de la merced. Sin embargo, aún con tan escueta dedicación en su construcción y mantenimiento, las viviendas coloniales en El Alto-Ancasti, aparecen como articuladoras medulares de la explotación de las, paradójicamente, extensas propiedades, mercedes y estancias, cuyos límites estaban escasamente definidos y demar cados. Tomando una definición de Ingold (1987), estas mercedes y estancias parecen configurar un modo de territorialidad adimensional, definidas por una localización, la casa, y rodeada de un espacio difuso con límites permeables.

Uno de estos procesos de cambio parece gestarse durante el mismo periodo colonial, cuando a través de los deslindes y amojonamientos de las propiedades comienzan a ser materialmente marcados sus límites con mojones de piedra visibles. Concomitantemente, estas grandes estancias comienzan a fragmentarse en unidades productivas de menor tamaño, lo que posibilitó, a través de diversos procesos de compraventa, el acceso a las tierras a nuevos actores sociales, muchos de los cuales no habían sido beneficiados (ni sus familias) con tierras. Pero también, aprovechando las circunstancias, parte de estas fueron adquiridas por viejos terratenientes quienes buscaron, entonces, incrementar sus dominios. Ejemplo de ello son las familias Robin o Bustamante y Zevallos quienes adquirieron grandes porciones de Obca, cuando ya poseían otras propiedades colindantes a ésta.

Ahora bien, en cuanto a quiénes eran estos nuevos propietarios, sabemos de acuerdo con los censos de finales del siglo XVIII (Acevedo 1965) y por los registros de deslindes en la docu mentación histórica analizada, que el panorama social de la serranía era más complejo de lo que se mencionaba en la Historia, generalmente enfocada en las trayectorias de las familias promi nentes. En las estancias, además de sus propietarios, moraban otros actores sociales como parte de la fuerza laboral de estas grandes unidades productivas. Estos mantenían diversos vínculos con relación al acceso y la producción de la tierra -conchabados, arrendatarios, esclavos, agregados, etc.-, lo que indica una imagen más compleja de la estructura agraria serrana.

A mediados y finales del siglo XIX, cuando comienza a destacarse en los documentos his tóricos la presencia material de estos puestos y pircados, comenzamos a evidenciar la presencia de nuevos propietarios, para quienes los censos de población (como el de 1812) indican una procedencia de estamentos sociales más bajos e incluso de un origen en la misma serranía. Tal es el caso de Lorenzo Tapia o de su hermano Fructuoso, quienes adquirieron tierras en Obca. De igual modo, persistirán sujetos en calidad de arrendatarios, conchabados o agregados; pero que solo se distinguen a través de los procesos de deslindes. Es interesante mencionar que conforme avanza el tiempo, la proliferación de estas células productivas de menor tamaño corresponde a la fragmentación de las propiedades entre las heredades y los nuevos vínculos parentales forjados. Se observan de este modo lazos endogámicos y matrimonios entre familias locales.

Otras transformaciones, pero de orden regional pudieron haber impactado en los paisajes agrarios serranos a finales del siglo XVIII. Entre estas, el cambio en los circuitos económicos regionales y la pérdida de competitividad que afrontaron los lienzos de algodón y el aguardiente (De la Orden de Peracca 2002), a lo que pronto se le sumó, en las primeras décadas del siglo XIX, las guerras por la independencia, que llevaron también a la pérdida de los circuitos económicos en torno al Alto Perú, Paraguay y norte de Chile. En tal situación la producción regional y, por supuesto también, la de El Alto-Ancasti debió rearticularse dentro de circuitos de menor escala e incluso promover economías de complementariedad a nivel local. Ello se expresa materialmente en la proliferación, ya bien visible a mediados del siglo XIX, de pequeñas células productivas de escala doméstica que, como se vio, articulaban los puestos con un entorno agropecuario organi zado espacial y temporalmente por los vastos pircados. Sin dejar de lado, por supuesto, aquellos vínculos económicos con otros espacios extrarregionales, conectados a través de la arriería.

No fue solo el tamaño de las propiedades el cambio que movilizó este proceso de campesi- nización del espacio serrano. Pese a la simplicidad de las construcciones iniciales y la modestia de detalles de diseño, la arquitectura de las viviendas muestra una robustez que señala una pretensión de permanencia, realizada a tal punto que casi 200 años después muchas, especialmente las que permanecieron habitadas, continúan siendo funcionales. Las casas, con sus corrales próximos, huertas y grandes arboledas, podrían, en el contexto serrano, ser vistas como verdaderos monu mentos, en el sentido de que se destacan en el entorno, perduran en el tiempo e imponen un orden cultural sobre el paisaje (Criado Boado 1999). Las sucesivas modificaciones fueron ampliando, más no reemplazando, las construcciones originales. Lo mismo puede decirse de las pircas, el rasgo más destacado en cuanto a la marcación material del paisaje, que son en gran medida mantenidas mientras que el alambrado viene a completar los cerramientos y, ocasionalmente, reemplazar las partes derrumbadas.

La imagen que nos devuelven estas características arquitectónicas contrasta sobremanera con aquella que nos proporcionaba la arquitectura del periodo colonial y pone en evidencia el afán de las nuevas familias propietarias de establecer un vínculo a largo plazo con el entorno productivo y una marcación clara y rigurosa de los límites de las propiedades que establecía nuevas reglas de acceso a las tierras y pasturas. Las pircas, a diferencia de los mojones, son cerramientos continuos que imponen restricciones de paso mediante la fuerza bruta de su materialidad, limitando, por ejemplo, la práctica del pastoreo en campo abierto. Al mismo tiempo, la pequeña extensión de las nuevas propiedades y la desarticulación de los esquemas de complementación ecológica de los “archipiélagos” productivos coloniales obligó a nuevas formas de acceso a pasturas estacionales mediante la negociación con otros propietarios y/o la obtención de derechos y acciones en campos comuneros en distintos ambientes dentro de la diversa geografía serrana.

El incrementado hidraulismo visible en la proliferación de estanques puede verse también como una expresión de, por un lado, mayor inversión de fuerza de trabajo en la elaboración del paisaje y, por otro lado, el interés por incrementar o asegurar la producción agrícola-doméstica, especialmente granos farinosos (trigo y maíz), que eran también localmente transformados en productos de consumo en los molinos harineros. Desconocemos por el momento cuál era el estatus de propiedad de estos molinos, si privados o comunales, y los mecanismos contractuales mediante los cuales se saldaba el servicio de molienda, pero está claro que eran empleados por diversas familias para la obtención de productos de subsistencia (lo cual no impide que parte de las harinas panificables pudieron haber sido comercializadas). Lo cierto es que estos molinos y los campos comuneros expresan articulaciones supradomésticas de las nuevas economías familiares.

NOTAS

Nos referimos con pircados a muros de piedra seca.

Dos sitios, Puesto La Mesada 6 (departamento El Alto) y Corrales Viejos (departamento Ancasti), podrían ser exponentes de viviendas de este periodo ya que tienen características afines a las caracterizaciones de las fuentes documentales. Esta proposición, que por el momento solo es una conjetura, se encuentra en estudio.

Nos referimos con “derechosos” a un conjunto de sujetos cuyos documentos presentan diversa calidad jurídica sobre la propiedad y acción común de tierras indivisas o mancomunadas.

Hasta hace tan solo 15 años la mayoría de estas viviendas estaban habitadas de manera permanente. Actualmente solo Oca lo está. Recientemente, una misma persona ha adquirido varias de estas propiedades lo que ha significado, curiosamente, la reconstitución aproximada de la extensión original de la merced de Obca. Lo dicho es síntoma de dos procesos convergentes de escala mayor, incluso al ámbito serrano, de migración de las familias a centros urbanos y de generación de latifundios, temas que escapan a las posibilidades y objetivos de este artículo.

Sostenemos esta idea dada la regularidad constructiva mantenida entre los puestos relevados en El Taco respecto a otras estructuras localizadas en Tacana -puesto La Mesada-, a unos 15 km lineales al norte de El Taco. Estas estructuras se encuentran en un ambiente diferente, en un pastizal de altura en transición con un bosque pedemontano con presencia de elementos del chaco seco (ver Nagel 2022).

Igual imagen de pobreza material reflejan las descripciones de los ajuares que las equipaban, aunque ese aspecto no fue tratado en este artículo.

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Recibido: 20 de Diciembre de 2022; Aprobado: 02 de Mayo de 2023

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