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Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.48  supl.2 Buenos Aires oct. 2023

 

Artículos

Chakra textil: una genealogía de las prácticas productivas y “maneras de hacer” en Cusi Cusi (Puna de Jujuy, Argentina)

WOVEN CHAKRA: A GENEALOGY OF PRODUCTIVE PRACTICES AND “WAYS OF DOING” IN CUSI CUSI (PUNA DE JUJUY, ARGENTINA)

Laura Pey

Micaela Sclafani

Eugenia Braun

1 Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Arqueología - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). E-mail: marialaurapey@gmail.com

2 Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Arqueología. E-mail: sclafani. micaela@gmail.com

3 Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Arqueología. E-mail: brauneugenia97@gmail.com

RESUMEN

En este trabajo nos proponemos abordar los modos de relación entre las prácticas productivas, su registro material y, en particular, la manera en la que éste se recupera a lo largo de la historia en un contexto andino. En esa línea, se presenta la propuesta teórico-metodológica desarrollada para las quebradas de Pajchela y Huayatayoc (Cusi Cusi, Puna de Jujuy), donde la evidencia agrícola corresponde desde, al menos, ocho siglos atrás hasta la actualidad. Tras un análisis de planimetrías, arquitectura y entrevistas a pobladores locales, se concluye que los muros de los campos de cultivo operan como indicadores identitarios y temporales, retomándose y manteniéndose conscientemente elementos del pasado para su construcción. Dichos muros son interpretados como producto de un gesto o actitud ontológica versada en el tejer, que es compartida y puesta en acción en diferentes ámbitos del mundo andino.

Palabras clave: taskscapes históricos; agricultura andina; arqueología del paisaje; Puna de Jujuy; Cusi Cusi

ABSTRACT

In this paper we propose to address the modes of relationship between productive practices, their material record and the way in which this is recovered throughout history in an Andean context. According to this, we present the theoretical-methodologicalproposal developedfor the Pajchela and Huayatayoc ravines (Cusi Cusi, Puna de Jujuy), where the agricultural evidence corresponds from at least eight centuries ago to the present. After an analysis of planimetries, architecture and interviews with local inhabitants, it is concluded that the walls of the agricultural fields operate as identity and temporal indicators, consciously retaking and maintaining elements of the past for their construction. These walls are interpreted as the product of a gesture or ontological attitude based on weaving, which is shared and put into action in different areas of the Andean world.

Keywords: historical taskscapes; andean agriculture; landscape archaeology; Puna de Jujuy; Cusi Cusi

INTRODUCCIÓN

Generalmente, y sobre todo en áreas donde la productividad se restringe a unos pocos sectores, los paisajes agrarios no corresponden a un solo momento temporal, sino que son el producto de todo un proceso (Quesada y Maloberti 2015). Representan el trabajo e intervención de múltiples generaciones (y agentes) e implican la ejecución sostenida de actividades concretas, como la construcción y mantenimiento de estructuras especializadas (Erickson 2006). Dichas prácticas implican técnicas; técnicas que se traducen en gestos; gestos que dejan huellas materiales a lo largo del tiempo (Mauss [1934] 1979; Lemonnier 1992). Por este motivo, los paisajes productivos suelen ser entendidos y estudiados como palimpsestos1 (Tello 1999). Sin embargo, la forma en la que producimos los alimentos se encuentra estrechamente relacionada con la manera en la que entendemos el mundo (Haudricourt [1954] 2019). Y esto no solo se refleja en cómo se construyen dichos paisajes, sino también en cómo los investigamos. Por eso no es extraño que, desde una lógica occidental, abordemos la materialización de este proceso a partir de una analogía que deriva de la escritura como lo es la del palimpsesto (Pey 2020b; Cruz et al. 2021).

Pero ¿desde qué otras figuras puede pensarse el paisaje si nos abrimos a otros modos de habitar? Más específicamente, desde una arqueología del paisaje hermenéutica situada, nos preguntamos qué forma adquieren los paisajes agrarios y cómo es que son construidos en un contexto como el andino. En esa línea, en este trabajo presentamos una propuesta teórico-metodológica que ha sido empleada para abordar, como primera aproximación, un caso de estudio de la mi-crorregión de Cusi Cusi (departamento Rinconada, Jujuy, Argentina). Comenzaremos con una breve caracterización del área para, luego, adentrarnos en la mirada teórica que orienta nuestra propuesta. Ésta deriva en la presentación y aplicación de una metodología acorde versada en dos ejes: por un lado, el relevamiento espacial y arquitectónico de cuatro sitios arqueológicos; por el otro, entrevistas a dos familias locales (una pastora y otra agricultora) que habitan dicho paisaje en la actualidad. Tras una síntesis y revisión de los resultados obtenidos, y reforzando una propuesta ya presentada para uno de los sitios del área (Pey 2020a), argumentamos que la figura que resulta más apropiada para comprender tanto los gestos que dan lugar a los paisajes productivos andinos como sus estructuras componentes es la del tejido. Tener esto en cuenta permite comprender otros modos de relación entre las prácticas productivas, su registro material y la manera en la que éste se recupera a lo largo de la historia.

Sobre el caso de estudio

La microrregión de Cusi Cusi se ubica en la cuenca superior del Río Grande de San Juan (RGSJ) en la Puna de Jujuy. El ambiente es de Puna seca y la altitud media es 3800 m s.n.m. En la actualidad es habitado por una comunidad aborigen que se autoadscribe como quechua (Comunidad Aborigen Orqho Runas) y posee una fuerte identidad pastoril, aunque algunas familias se reconocen como exclusivamente agricultoras (Carreras y Pey 2019). La cuenca estuvo habitada desde, al menos, el Holoceno Temprano (10000-8000 años AP) y presenta evidencia arqueológica de cazadores-recolectores tempranos, y posteriores grupos pastoriles y agropastoriles hasta llegar a la actualidad (Vaquer y Cámera 2018). La evidencia de prácticas agrarias arqueológicas se concentra principalmente en dos quebradas aledañas (Pajchela y Huayatayoc) en cuatro sitios: Casas Quemadas, Pajchela Terrazas, Pajchela Núcleo y Huayatayoc Alto (figura 1). Éstos poseen pocos recintos habitacionales asociados y, hasta el momento, el piso ocupacional más temprano de estos sitios agropastoriles corresponde a un recinto de Pajchela Núcleo, fechado dentro del PDR II (1200-1450 d.C.) y vinculado a cerámica Casabindo (Vaquer et al. 2022).

Figura 1: Área de estudio y localización de sitios agrarios investigados 

En términos generales, el paisaje productivo se compone por diferentes tipos de estructuras, entre los que aquí destacaremos2:

a) linderos: divisiones, generalmente muros de piedra (pircas) o alambre, que se emplean para realizar divisiones territoriales o sectorizaciones en los campos;

b) terrazas: superficies niveladas a partir de la construcción de un muro de contención en terrenos con pendiente natural; en el área se identificaron los tipos sloping field y broad field bench (sensu Denevan 2001);

c) andenes: similares a las terrazas, pero se emplazan paralelos al drenaje principal sobre las laderas serranas en terrenos con mayor pendiente (Albeck 2011); a su vez, los muros de contención son más altos y la plataforma de cultivo es más estrecha (en Cusi, menor a los 5 m);

d) melgas: cuadrantes de cultivo definidos por muros bajos simples, consecutivos y que, a diferencia de las terrazas, se presentan en terrenos nivelados que son inundados; se han identificado en otros sectores de la Puna jujeña (e.g. cuenca media del RGSJ y Moreta, ver en Franco Salvi et al. 2019);

e) canchones de cultivo: amplias áreas cuadrangulares o irregulares empleadas para el cultivo; en el área pueden o no presentar muro perimetral; siempre se encuentran atravesados o asociados a canales de riego; y, los arqueológicos, presentan fragmentos de palas líticas en su superficie;

f) corrales: son espacios delimitados y cerrados por pircas para la contención de los animales de pastoreo;

g) despedres: también denominados “ronques” o “caminos de cascajo” (Suetta 1967), corresponden a acumulaciones de piedras de diversos tamaños sobre la superficie del campo producto de la limpieza y acondicionamiento de los terrenos para el cultivo; en el área, se presentan los subtipos: irregular, sobre bloque rocoso y longitudinal, siendo este último el más común registrado en otros sitios de la Puna de Jujuy (Albeck 2011; Franco Salvi 2014);

h) trampas para zorro: son estructuras de piedra de 1 m de alto, con base rectangular y que presentan una abertura o vano asociado a una laja que obstruye su entrada (Vaquer y Cámera 2018);

i) estructuras de almacenaje: en el área se han identificado dos tipos: estructuras chullparias/ tipo chullpas (Nielsen 2018) y estructuras montadas en bloques rocosos.

j) reservorio: siguiendo a Lane (2014), en el área estudiada se han identificado dos tipos, ambos construidos a partir de vertientes naturales (ojos de agua) mediante muros dobles de relleno compacto y arcilla. El primero corresponde a una estructura amurada y/o cavidad impermeabilizada de forma circular, cuya función es contener el agua para su posterior canalización. El segundo tipo corresponde a reservorios de limo empleados para crear bofedales y presentan forma semicircular o de herradura.

Se observa como tendencia el empleo de grandes bloques rocosos para la construcción de muros y levantamiento de despedres y estructuras de almacenaje. Este aspecto ha sido interpretado como producto de una optimización máxima del espacio productivo, junto a la consideración de grandes rocas en la superficie como un recurso más que una condición limitante (Pey 2022). Respecto de la irrigación, la agricultura se desarrolló principalmente a secano (mediante canales principales y secundarios y muros de control de escorrentía), con la excepción de los sistemas de riego de Huayatayoc Alto que se desprenden de, al menos, un reservorio emplazado sobre un ojo de agua (Pey 2020a). A su vez, en la quebrada de Pajchela se ha registrado el empleo de estrategias de control de erosión en cárcavas (a través del empleo de check dams arqueológicos, sensu Denevan 2001) y el río Pajchela (mediante el uso de represas modernas).

En cuanto al material superficial, se destaca la presencia de fragmentos cerámicos correspondientes a grupos tipológicos de diferentes momentos cronológicos y regiones como los tipos Yavi (los más representados), Casabindo, Yura (del sur del departamento Potosí, Bolivia) y Mallku-Hedionda (del complejo Toconce-Mallku del norte de Chile, Loa o del sur de Bo-livia). A su vez, destacamos la presencia de instrumentos de molienda, labranza (fragmentos de hojas de palas/azadas líticas de dacita) y bloques y lajas líticos tallados que han sido interpretados ya sea como marcadores de agua o como posibles huancas vinculadas a la fertilidad (Pey y Urteaga 2019; Pey 2021). También se han registrado torteros o phirarus de cerámica en diferentes grados de conservación y objetos asociados a ocupaciones más actuales como latas oxidadas, botellas de vidrio de bebidas alcohólicas, espantapájaros vestidos, palas de metal con su extremo pulido y redondeado, machetes, numerosas suelas de calzado deteriorado, juguetes, entre otros. Dichos objetos dan cuenta no solo de la multiplicidad de prácticas desarrolladas en los sitios a través del tiempo (el cultivo, la molienda, el tejido, entre otras), sino también de la presencia e intervención de diferentes agentes a través del tiempo (niños/as, ancestros/as, entre otros/as) (Pey 2020a).

Figura 2: Ejemplos de estructuras presentes en el paisaje productivo de la microrregión de Cusi Cusi. A. andenes; B. reservorio; C. trampa para zorro; D. despedre sobre bloque rocoso; E. corral; F. estructura de almacenaje 

MARCO TEÓRICO

Habitar con el cuerpo y la palabra

Seamos o no hermeneutas profesionales -exégetas, filósofos/as o arqueólogos/as-, en las personas el ejercicio de la interpretación es diario y constante. El ser humano no existe como forma pura y aislada, nuestra forma de habitar es situada. A esto se refiere Heidegger ([1927] 2012) con el concepto de Ser-en-el-mundo -o, si deseamos posicionarnos desde una perspectiva crítica latinoamericana, podemos pensar en el Estar-ahi o Estar-en-América de Kusch (1976). Se trata de un modo diario de involucrarnos con las cosas, en el cual constantemente observamos y otorgamos significados a lo que observamos. Entonces, habitar no es otra cosa más que interpretar (Barrett 1999). Pero no interpretamos solo con las palabras, sino también con el cuerpo. Por este motivo, a nivel analítico podemos afirmar que existen dos planos interpretativos que se dan a la par: uno corporal o prediscursivo, el otro narrativo o discursivo (Vaquer 2019).

El primer plano involucra la materialidad del cuerpo y su capacidad prereflexiva de relación con el mundo a través de percepciones, sensaciones, gestos y movimientos (Merleau-Ponty [1945] 1993). La sucesión y regularidad de dichos gestos y movimientos conforma prácticas, y éstas no solo son compartidas y construidas en sociedad, sino que, a su vez, son socialmente constituyentes mediante el habitas y la hexis corporal (Bourdieu [1977] 2012). En definitiva, el paisaje nos brinda recursos para desarrollar nuestras prácticas y, a su vez, se encuentra estructurado por ellas. En esta línea, Ingold (1993) nos invita a pensar los paisajes (en inglés, landscapes) como verdaderos taskscapes y así reparar en la red de prácticas cotidianas llevadas a cabo por una sociedad durante el proceso de habitar, por ejemplo, un campo de cultivo o chakra.

Ahora bien, estos espacios no solo se transforman a partir de nuestras prácticas, sino que lo hacen a la vez que son sumados a nuestras estructuras de comprensión. Las narrativas que construimos derivan de la objetivación del plano corporal por lo que se narran situaciones y relaciones entre agentes de todo tipo, enmarcadas en lugares. Es decir, se narran lugares -cerros, lagunas y hasta sitios arqueológicos-, y los nombres locales que se les otorgan nos hablan de la estructura de comprensión de quienes los habitan y nombran. Al mismo tiempo, nombrar implica un acto de rememoración (Abercrombie [1998] 2006). De esta manera, los lugares nos otorgan identidad (Thomas 2001). Por todo esto, a la vez que decimos que el paisaje es construido mediante nuestras acciones y experiencias, nosotros/as mismos/as somos construidos/as por el paisaje que habitamos.

Gestos que reproducen mundos

Aquí emplearemos cuatro conceptos fundamentales para abordar la forma en la que cada sociedad entiende, a la vez que construye en la práctica, el mundo o paisaje que habita. El primero es el de ontología, es decir, cómo entendemos y clasificamos los elementos que nos rodean y que componen nuestro mundo (Descola 2012). El segundo es el de “lógica de habitar” o “lógica del paisaje” y se refiere a cómo construimos y habitamos el mundo. En otras palabras, es la instan-ciación material y narrativa concreta de los principios ontológicos que nos guían (Vaquer 2019; Pey 2020b). De esta última se desprenden otros dos conceptos: “maneras de hacer” y gestos.

Las “maneras de hacer” son las formas diferenciales que tiene cada sociedad o generación (en relación con aspectos ontológicos y la lógica productiva implementada) de llevar a cabo una misma práctica. Por ejemplo, los diferentes modos de construir un muro perimetral o pirca. No es lo mismo levantar un muro mediante el apilamiento seco de rocas inmediatamente disponibles -sin reparar en su tamaño, color o forma-, que levantarlo con rocas que cumplan con una característica -mismo tamaño, formas angulares- y fijarlas con mortero. El concepto tiene estrecha relación con la técnica y las técnicas están compuestas de gestos (Mauss [1934] 1979; Lemonnier 1992). Estos últimos pueden definirse como un cuerpo que ejerce un movimiento; muchas veces con relación a un objeto; con una determinada fuerza y en un determinado contexto (Haudricourt [1962] 2019). No es lo mismo roturar el terreno con una pala que con un arado, no solo la herramienta es distinta, sino también el gesto (la fuerza, el movimiento) involucrado.

Destacamos que los gestos carecen de sentido si no es en relación con el contexto que les da origen ya que todo gesto se remite -mientras produce y reproduce- a la ontología en la que se enmarca. Volviendo al ejemplo de los muros, y como afirma un poblador de Susques (Puna de Jujuy), “no son solo ‘pircas’ que responden a estilos arquitectónicos, para nosotros representan valores, saberes, filosofía de vida, espiritualidad, ciencia y tecnología” (Calpachay 2011:19). Entonces, en términos hermenéuticos, el todo (la ontología) posibilita la parte (el gesto), mientras que la parte remite al todo. Así se completa el círculo hermenéutico del taskscape, abarcando aspectos de una escala macro (ontológicos), pasando por una instanciación práctica y discursiva (la lógica) y una forma determinada de ésta (la manera de hacer), hasta alcanzar a la unidad mínima y más directa de la puesta en relación de los/as habitantes y los componentes de su mundo, el gesto (figura 3).

Figura 3: Círculo hermenéutico donde se observan las relaciones entre el todo (la ontología) y las partes, siendo el gesto la de menor escala conceptual: este se remite a (mientras que construye y reproduce) el plano ontológico 

Pero ¿cómo la comprensión de estos cuatro conceptos que, obviamente, implican diferentes escalas, puede ayudarnos en la interpretación arqueológica? ¿Son realmente distinguibles en el paisaje? Al respecto, Robb y Pauketat (2013) señalan las limitaciones que poseen los modelos basados en la práctica -que suelen pensarse en tiempos y escalas etnográficas- y sugieren que la clave radica en realizar investigaciones multiescalares que nos permitan estudiar las relaciones de las prácticas a lo largo del tiempo. En otras palabras, proponen trazar verdaderas “genealogías de las prácticas” (Robb y Pauketat 2013:26, traducción nuestra) que nos permitan abordar las relaciones que existen entre los actos individuales (los gestos, las maneras de hacer) y las tradiciones (ontologías y sus lógicas derivadas) a lo largo de la historia de un paisaje. En definitiva, se trata de rastrear historical taskscapes o taskscapes históricos (Robb y Pauketat 2013:23), y es en esa dirección hacia la que se dirige nuestra propuesta.

METODOLOGÍA

En sintonía con lo planteado hasta aquí, se siguieron dos ejes metodológicos. En primera instancia, se realizó un análisis planimétrico, arquitectónico y estratigráfico de los sitios Casas Quemadas, Pajchela Terrazas, Pajchela Núcleo y Huayatayoc Alto. Para ello se emplearon un GPS navegador, una Estación Total y fichas de relevamiento, siendo el muro la unidad analítica, a partir de la identificación de diferentes tramos constructivos3. Siguiendo a Schilman y Reisner (2011), se registraron las siguientes variables: medidas (altura, espesor y largo); tipo de hilada; aplomo (nivel de verticalidad o inclinación); tipo de aparejo (la forma en la que se disponen los elementos constructivos, puede ser rústico o irregular, celular, sedimentario, etc.); material constructivo (tipo de roca); presencia o ausencia de mortero; presencia o ausencia de trabajo en las rocas; estado de conservación (presencia de derrumbes y liquen4); y la presencia de rasgos particulares (e.g. vanos, hornacinas, bocas de canal). Cuando se observaron diferentes técnicas, se registró la relación espacial entre ellas en términos de superposiciones y continuidad horizontal.

Una vez en el laboratorio, la información arquitectónica y planimétrica fue convertida en una base de datos geoespacial mediante un Sistema de Información Geográfica (software QGIS

3.10) y luego analizada en búsqueda de patrones constructivos y sus relaciones espaciales. Operativamente, denominamos “modo constructivo” a la bajada concreta, práctica y material de las “maneras de hacer” locales. De esta manera se obtuvo un modelo o capa vectorial precisa y georreferenciada para cada sitio. En función de estas capas y la base de datos arquitectónica, se crearon capas vectoriales adicionales, una por “modo constructivo”, con los diferentes tramos de muro asociados a cada uno (figura 4).

Figura 4: Ejemplo de superposición espacial de capas temáticas correspondientes a los modos constructivos sobre la planimetría de uno de los sitios trabajados

En segunda instancia, se realizaron cuatro entrevistas etnográficas no dirigidas (Guber 2001) a miembros de las familias Quispe y Flores. Tres de ellas fueron en el campo, y una en el pueblo empleando fotografías de la chakra familiar. Se seleccionaron dichas familias ya que habitan las quebradas de Huayatayoc y Pajchela (respectivamente) en la actualidad, específicamente los sectores ocupados por los sitios productivos con evidencia arqueológica antes mencionados. A su vez, se destaca que la familia Flores es una de las dos familias de la localidad que se reconoce como agricultora; mientras que la familia Quispe, actualmente, en su campo (correspondiente al sitio Huayatayoc Alto) tan solo se dedica a la cría de llamas y al mantenimiento de una vega para su alimentación. Es decir, una familia habita el paisaje desde una lógica agrícola, la otra desde una pastoril, representando las dos lógicas de habitar actualmente vigentes dentro de la comunidad de Cusi Cusi. Finalmente, si bien un análisis exhaustivo de las entrevistas excede los objetivos de este trabajo, éstas fueron transcritas y analizadas en búsqueda de información referida a la historia de las chakras que habitan; las prácticas que desarrollan en ellas; y su vínculo con el paisaje local.

RESULTADOS

Arquitectura

En total se han relevado 575 estructuras productivas y se han estudiado las técnicas constructivas de 704 muros. En un trabajo previo (Pey 2020a) anticipamos los resultados para el sitio Huayatayoc Alto con mayor detalle, por lo que aquí nos concentraremos en algunos casos de estructuras pertenecientes a las dos quebradas. En términos generales, identificamos tres modos constructivos presentes en ambas quebradas (figura 5). A grandes rasgos, el modo 1 se caracteriza por presentar muros de aparejo rústico, mortero entre sus rocas y la selección de rocas de un tamaño estandarizado, donde predominan las pequeñas (de 0,05-0,15 m de ancho). Su vista en planta revela dos hileras de rocas. En cuanto al estado de conservación, es de regular a malo (presentando tanto derrumbes como liquen en ambas caras del muro). Esta técnica se presenta en muros de terrazas, represas de cárcava (check dams), andenes y en ciertos sectores de las pircas perimetrales y linderos. En algunos muros, se observa el empleo de rocas de mayor tamaño en los cimientos y la presencia de hornacinas en distintos estados de conservación.

Figura 5: Modos constructivos. Modo 1(izquierda); Modo 2 (centro); Modo 3 (derecha). Escala de 1 m

El modo 2 presenta un aparejo rústico y también cuenta con mortero entre sus rocas, pero su acabado es más prolijo destacándose la selección de caras planas para su exhibición. Si bien sus rocas no se encuentran trabajadas, al menos se evidencia una selección de tamaños estan-danzados que brindan cierta homogeneidad al conjunto. Predominan las rocas de 0,20-0,30 m de ancho, intercaladas por algunas más pequeñas y rocas planas (lajas) en la parte superior. Se destaca, además, la selección de caras planas para su exhibición en ambas caras del muro. En planta, se observan dos líneas de rocas. Este modo se presenta en puestos, linderos y algunos muros perimetrales de canchones y suele presentar un mejor estado de conservación respecto del modo 1 (presenta menor cantidad de derrumbes, no se han registrado casos de liquen). En cuanto al modo 3 posee un aspecto mucho más rústico y su manufactura es más simple, realizada con piedra seca. No se evidencia un criterio de selección de rocas claro, consiste en el apilamiento de rocas inmediatamente disponibles. En planta, se observa solo 1 línea de rocas. Es el modo constructivo más versátil de los tres (presente en diversos tipos de estructuras), es el que se encuentra en mejor estado de conservación y la presencia de liquen es baja.

Al analizar las relaciones espaciales y estratigráficas entre los modos, hemos identificado sucesiones horizontales, superposiciones verticales y relaciones de continuidad espacial. Así interpretamos, de manera tentativa y como primera aproximación, secuencias constructivas para cada sitio, siendo el más temprano el modo 1 y el más tardío (o de posterior agregado) el modo 3. El modo 1 suele combinarse con el modo 3, siendo este último empleado a modo de restauración, completando tramos derrumbados o cambiando la funcionalidad de la estructura originaria de acuerdo con la lógica productiva (pastoril o agrícola) activa en cada momento. Ejemplo de esto último es el muro de contención de una de las antiguas terrazas de uno de los canchones pircados del sitio Pajchela Terrazas (figura 6.A). Los muros perimetrales este y oeste se construyeron superponiendo el modo 3 al modo 1 de las terrazas (figuras 6.B y 6.C).

Las interacciones entre uno y otro modo no solo dan cuenta de lógicas productivas dife-renciables en el paisaje (terrazas de cultivo redefinidas para conformar muros de corrales, por ejemplo), sino también de prácticas de mantenimiento frente a eventos erosivos. El río Pajchela es un agente muy potente que, durante sus crecidas estacionales, aún hoy arrasa con los campos y sus estructuras. El canchón CPR es un buen ejemplo en el que se ha empleado el modo constructivo 3 para reparar y redefinir una estructura más temprana levantada bajo el modo 1 y que fuera afectada por la erosión fluvial. En la figura 7 se observan diferentes tramos del pircado perimetral y algunas reconstrucciones intentando mantener su forma original.

Figura 6: A. Relación espacial de los modos constructivos del sitio Pajchela Terrazas; B. detalle del canchón CPST1 y la superposición de modos 1 y 3; C. detalle del muro este del pircado del CPST1 correspondiente al modo 3, donde se observa superposición con la terraza previa construida bajo el modo 1

En términos de continuidad constructiva, se observan dos tipos de relación: una de continuidad horizontal (completamiento o modificación de trayecto de muro, como se mostró en el ejemplo anterior), otra de continuidad vertical (aumento de altura de muro). Este último tipo de relación se observa especialmente en los Sectores A y B Huayatayoc Alto, donde los cimientos y partes inferiores de los muros presentan rastros del modo 1 y su parte superior es complementada (a modo de reparación) por el modo 3 (figura 8). Finalmente, son muy pocos los casos de combinaciones con el modo 2. Solo se relaciona con modo el 3 y se interpretó como siempre anterior a éste.

Narrativas

Si bien son muchos los aspectos que pueden señalarse de las entrevistas realizadas (para una revisión más completa consultar Pey 2021), aquí repararemos en algunos detalles concernientes a las historias que se narran sobre los sitios productivos. Esto último se vincula directamente con la arquitectura ya que en las chakras de Cusi Cusi las historias se narran a la par de que se señalan muros. Así lo hicieron, por ejemplo, E. y R. Quispe (padre e hijo) al contar la historia de su chakra familiar, Huayatayoc. Huayatayoc, en la actualidad, es empleado exclusivamente para la crianza de llamas mediante el empleo de agricultura de vega, aunque, hasta hace 30 años, también se cultivaba (Pey 2020a). E. es cuarta generación Quispe en la zona y señaló (verbal y corporalmente) que gran parte de las patillas (terrazas) de Huayatayoc que hoy vemos fueron construidas por su bisabuelo para criar, entre otros cultivos, quinua (E. Quispe, entrevista, 1 de mayo de 2017). Constructivamente, tanto E. como R. identifican esos muros como “muro de los abuelos”, es decir, de sus antepasados. Sin embargo, algunos muros o sectores de “muros gruesos”, son identificados como “viejísimos” o “muros de antigal”5 y se asocian, más bien, a tiempos de los chullpas6 de los que, por ejemplo, se menciona haber hallado un cráneo durante la construcción de la acequia principal7 (R. Quispe, entrevista, 2 de mayo de 2018). Éstos corresponden al modo 1. De hecho, en el Sector A, reconoce que el pircado en su mayoría es moderno (es decir, en cuya construcción son identificados miembros directos de la familia Quispe), salvo en algunos tramos que se ha conservado “muro de antigal”. En cambio, sobre el muro del gran sector perimetral del Sector Vega (construido bajo el modo 2), R. comentó que era la delimitación de la chakra de la familia de su madre y que allí también se solía cultivar (R. Quispe, entrevista, 2 de mayo de 2018). Los linderos, en particular, son señalados (nuevamente, verbal y corporalmente) para narrar los cambios en la historia de la familia (uniones, asignación de porciones de terrenos a hijos/as, entre otros) y reestructuraciones espaciales en función de herencias y lógicas productivas, inclusive a futuro. E. Quispe es viudo y planea, con el tiempo, dejarle una parte del campo a cada uno/a de sus hijos/as. Para ello va a lotearlo tranzando nuevas pircas, como lo hizo en algún momento su suegro al construir el muro que corta la cima empinada de Huayatayoc -el lindero construido con el modo constructivo 2 (E. Quispe, entrevista, 1 de mayo de 2017)-.

Figura 7: Modos constructivos presentes en el canchón CPR con pirca penmetral en el sitio Pajchela terrazas: A. tramo de muro correspondiente al modo 1, presenta toma de agua para la irrigación interna del canchón y corresponde a su trazado original; B. tramo de pircado correspondiente al modo 3; C. tramo de muro con modos 1 (en la base, a la izquierda) y 3 combinados. Se observa el empleo del segundo para la restauración de la altura y el trazado del canchón en un sector afectado por el cauce

Figura 8: A. Plano del Sector A de Huayatayoc Alto y sus canchones CPH1 y CPH2 con los modos constructivos de los muros diferenciados; B. fotografía del Sector A desde el este; C. fotografía de los muros del CPH2 desde el oeste donde se destacan los tramos construidos con el modo 1 y su combinación con el modo 3

La familia Flores, en cambio, cuenta con un par de hectáreas distribuidas en forma discontinua entre la quebrada de Pajchela y la quebrada del río Cusi, que son empleadas para el cultivo de vegetales y la crianza de truchas. E. Flores, en particular, posee una chakra de aproximadamente 1 ha donde produce para el autoconsumo mediante la rotación de cultivos. Allí siembra zanahoria, cebolla, lechuga, papas (aunque destacó que “son delicadas”), “un poquito de quinua”; habas y, cerca del muro SO (para protegerlo del viento y el frío) cría maíz (E. Flores, entrevista, 16 de diciembre de 2016).

A su vez, E. Flores ha mencionado que su abuelo paterno construyó algunos sectores, estimamos que posiblemente se trate del puesto pastoril que se encuentra en medio de su chakra (construido bajo el modo 2) y algunos andenes. Sin embargo, los muros que definen su canchón fueron construidos por él mismo, al igual que lo ha hecho su hermano (C. Flores) en su chakra río arriba sobre una de las laderas del sitio Pajchela Terrazas. En ambos casos, los muros podrían ser asignables al modo 3, con una variante: se colocan ramas secas en el sector superior para ahuyentar al ganado8 (figura 9). Al consultarle por la forma irregular de la estructura (algunos sectores del pircado NE son zigzagueantes), E. Flores explicó que antes era recta, pero que la corriente del río Cusi la derribó, por lo que decidió reconstruirla así, “para que resista”9. Lo hizo con la misma técnica constructiva, por lo que el evento reconstructivo, más allá de la forma, es difícil de diferenciar a ojo desnudo.

Si bien E. Flores afirma que en donde se emplaza su chakra no había terrazas antiguas, señaló que cuando era niño vio en las inmediaciones “una bola brillante, blanca, del tamaño de una pelota”, que su padre le confirmó que era “la cabeza de una chullpa” y, por precaución, no le permitía pasar la noche allí (E. Flores, entrevista, 16 de diciembre de 2016). En cuanto a la chakra de su hermano (C. Flores):

Ahí arriba tiene mi hermano un criadero de truchas y ahí, este... hay terrazas que, no sé, supuestamente eran de las chullpas. No sé de cuándo pero. o gente muy antigua (...) Y mi hermano uno que otro usa. Uno que otro terracitas usa, pero los resto no los usa tanto ahí.

(E. Flores, entrevista, 15 de diciembre de 2016)

Figura 9: Vista satelital de la chakra de E. Flores (izquierda); vista general de la chakra en diciembre de 2016, con cultivos sectorizados (centro); detalle de las ramas colocadas en la parte superior del muro para ahuyentar ganado (derecha)

En concordancia con el relato, en la figura 10 pueden observarse los andenes arqueológicos de Pajchela Terrazas, cuyos muros de contención (construidos bajo el modo 1) apenas se conservan pero que aún mantienen la marcación de desniveles. A su lado se emplaza la chakra de C. Flores. Para su construcción se ha aprovechado el nivel de un andén arqueológico (figura 10.2.). A su vez, el único andén que presenta evidencias de haber sido mantenido es el andén 4, cuyo muro opera en la actualidad como muro de contención frente al río Pajchela y que ha sido intervenido mediante el modo constructivo 3.

Figura 10: Ladera Norte de Pajchela Terrazas y chakra de C. Flores. Se destacan: 1. huellas de camélidos sobre la parte superior de la ladera y un camino pastoril (flecha amarilla); 2-4. andenes arqueológicos con diferente nivel de deterioro y construidos bajo el modo 1; 5. canchón de cultivo de C. Flores construido con modo 3 con ramas en la parte superior; 6. muro de un canchón de la misma familia que da cuenta de la continuidad del espacio de cultivo actual río arriba 

DISCUSIÓN: EL TEJER COMO GESTO ONTOLÓGICO

En la introducción nos preguntamos por la forma que adquieren los paisajes agrarios y cómo son construidos en un contexto andino. Para responder esa pregunta, y de la mano de la hermenéutica aplicada a la arqueología del paisaje, los y las hemos invitado a explorar el paisaje agrario de Cusi Cusi. Un paisaje que ha estado construyéndose y habitándose desde, al menos, ocho siglos atrás. Y, como dan cuenta tanto el registro material como narrativo, ya sea para pastorear o para cultivar, se sigue produciendo en los mismos lugares. En otra ocasión, al igual que lo han hecho Cruz et al. (2021), discutimos la aplicabilidad de la figura del palimpsesto para comprender este fenómeno en la región andina (Pey 2020b). Como contrapropuesta, planteamos que los paisajes agrarios andinos conforman un tejido de lógicas (pastoril, agrícola e inclusive la de la investigación arqueológica), implicando un entramado de narrativas, por un lado, y de prácticas y sus huellas materiales, por el otro. Siguiendo nuestro modelo, aquí abordaremos lo que entendemos como principal motor en la construcción de estos paisajes, el gesto constructivo.

En sintonía con nuestra propuesta teórica inicial, Arnold (2017) repara en que, aunque muchos estudios andinos recuperan la propuesta de Mauss y sus discípulos sobre la técnica, la mayoría se limita a describir la cadena operativa y/o a analizar los discursos locales sobre el proceso productivo como parte de una red simbólica de metáforas. Olvidan que, según el propio Mauss ([1934] 1979), las personas transforman los objetos en el mundo a la vez que se crean y transforman a sí mismas. Retomando esta idea, y tras su larga trayectoria de trabajo etnográfico, la autora realiza otra lectura. Propone que, en los Andes, quienes definen las relaciones ontológicas son los procesos técnicos, y no a la inversa. En la tecnología andina, entonces, predominan las relaciones sociales (y ontológicas) de la producción y no las herramientas tecnológicas en sí. En sus propias palabras, “en vez de desarrollar (...) el hardware tecnológico como en Occidente, se ha desarrollado más bien el software” (Arnold 2017:20-21). En definitiva, se trata de procesos técnicos análogos que posibilitan la continuidad de vida en el mundo andino. Y encuentra en el tejido este gesto creador, transmisor del camac o flujo vital, que se da en diferentes planos de la vida cotidiana. Es un gesto que implica retomar elementos previos y construir en base a ellos, y responde a toda una forma de entender y operar en el mundo. El tejer es “una actitud mental, un aspecto de la ética andina hacia la vida en general y el trabajo en particular [ ...] es la ética de cómo vivir en el mundo” (Arnold et al. 1996:411).

Entonces, pensar los cerros y las chakras como un tejido trasciende el plano de la analogía. Remite al producto de la puesta en acción, a través de muchas generaciones, de toda una “actitud” ontológica que implica tejer con el cuerpo retomando elementos previos. Ésta se pone en acción ya sea para cultivar, pastorear, elaborar una prenda o cocinar (sobre esto último, también aplicado al área de estudio, ver Pey y Carreras 2021). De hecho, consideramos que la intertextualidad entre las esferas textil y agrícola que se ha registrado etnográficamente en la región refuerza esta asociación (p.e. Franquemont 1986; Silverman 1994:141; Arnold et al. 1996; Cereceda 2010; García Noboa 2010). En definitiva, como nos lo demuestran las chakras de Cusi Cusi, habitar en Los Andes es tejer y los paisajes productivos constituyen verdaderos tejidos.

Finalmente, a través de las entrevistas observamos que los muros cuentan historias o, mejor dicho, las historias son narradas con los muros. La historia de las chakras cuseñas son la historia de familias y no solo se narran con la palabra. En el campo (y en las fotografías), se señalan linderos y sectores de pircas. Los linderos marcan divisiones, a la vez que cuentan de hijos, uniones y herencias. También las diferentes maneras de hacer son identificadas a la vez que remiten a sucesos, agentes y momentos determinados de la vida de cada sitio. Esto da cuenta de que la práctica de tejer paisajes multitemporales por parte de los/as pobladores/as locales (y, por qué no, de sus antecesores/as) es consciente. En definitiva, se retoman elementos del pasado reconociéndolos como tales. Al retomarlos arquitectónicamente, no se intenta imitar u homogeneizar el modo constructivo, sino que se busca conservar las diferencias. Así, el “tejer” muros es parte de un lenguaje corporal que posibilita o contribuye a la memoria social (sensu Connerton 1989).

REFLEXIONES FINALES

“...los mantos andinos protegen más allá de los humores del clima.

Ellos cubren los cuerpos de conocimiento y protegen del peligro más temido por cualquier pueblo consciente, que es el peligro al olvido”

(Tshudi 2017)

La cita con la que elegimos dar cierre a este trabajo habla de mantos, pero desde una mirada y una práctica andina, podemos afirmar que son perfectamente intercambiables por otros textiles, los muros. Estos “cubren [los paisajes] de conocimiento” y saberes técnicos, a la vez que protegen los cultivos “de los humores del clima” como, por ejemplo, lo hacen las pircas de la chakra de E. Flores cuidando al maíz del viento y el frío. Por ello, si observamos el trazado y características de los muros con detenimiento, podemos identificar sus diferentes funcionalidades (muro de contención, demarcación territorial, sectorización de ganado o cultivos, entre otras). A partir de allí podemos rastrear genealogías de las prácticas productivas e interpretar las diferentes lógicas que han operado en la configuración de estos lugares a través del tiempo. Pero la construcción de estos taskscapes históricos está guiada por un gesto que no solo procura la reproducción de la vida animal y vegetal, sino también de la memoria de un pueblo. Una memoria que se mantiene a lo largo del tiempo visibilizando, reconfiguración tras reconfiguración, a los diferentes agentes que fueron parte de esa historia ya sean ancestros directos, indirectos o, incluso, agentes no humanos (como los chullpas).

Desde el punto de vista arqueológico, entendemos que aún restan profundizar algunas cuestiones que aportarán más información en el estudio de los paisajes agrarios de Cusi Cusi. En esa línea, hemos comenzado a realizar sondeos en estructuras productivas y, próximamente, avanzaremos en el análisis de la microestratigrafía muraria de éstas. También, consideramos necesario obtener una mayor cantidad de dataciones absolutas para poder afinar nuestras interpretaciones cronológicas, por lo que continúan las excavaciones de los recintos habitacionales asociados a los sitios aquí mencionados (en particular, Casas Quemadas y Pajchela Núcleo).

Finalmente, a futuro nos proponemos seguir contrastando (o tensando, cual urdimbre en un telar) el modelo interpretativo aquí propuesto, ampliando nuestra escala de investigación en localidades vecinas pertenecientes a la cuenca superior del Río Grande de San Juan. Tras todo lo aquí expuesto, consideramos importante para la interpretación de los paisajes agrarios que encaremos seguir atentas, a la par, tanto a las narrativas discursivas como a las murarias.

AGRADECIMIENTOS

Agradecemos a las familias Quispe y Flores de Cusi Cusi por brindarnos el acceso a sus chakras y, con ello, a su historia familiar. También agradecemos a las y los integrantes del equipo del Proyecto Arqueológico y Antropológico Pallqa, sin quienes el relevamiento de campo no hubiese sido posible. Además, a los/as organizadores de las Jornadas de Arqueología del NOA I, por la convocatoria a participar de este dossier; y a los/as coordinadores/as del simposio donde hemos presentado una versión inicial de este trabajo, por su interés y comentarios. Finalmente, a los/as evaluadores/as del artículo que, a través de sus observaciones y recomendaciones, han enriquecido significativamente el resultado final.

NOTAS

1 Palimpsesto (del griego antiguo, “grabado nuevamente”) se refiere a aquellos manuscritos realizados sobre hojas cuya primera escritura se raspó o lavó para poder escribir un segundo texto en la misma superficie. Se trata de una práctica antigua que en Europa se popularizó a partir del siglo VII como estrategia para economizar pergaminos, que eran muy costosos (Escobar 2006). La idea de que el palimpsesto en sí es un fenómeno inherente a la cultura material -y, por lo tanto, a la arqueología- fue propuesta y problematizada por varios autores (Bailey 2007; Lucas 2005; Murray 1999). En nuestra disciplina, el concepto implica una serie de categorías superpuestas que pueden variar de acuerdo con la escala geográfica y temporal en la que se trabaje y el estado de conservación de los restos materiales. Se ha empleado recurrentemente para explicar la sedimentación o superposición de ocupaciones sucesivas en un mismo paisaje.

2 Para mayor detalle sobre estos y otros tipos, y sus características locales consultar Pey (2021).

3 Al tratarse de una primera aproximación a la arquitectura productiva, se priorizó el relevamiento de las características exhibidas (superficiales) sin la intervención de sondeos. A futuro, afinaremos los resultados mediante la excavación y análisis microestratigráfico murario, sobre todo en aquellos tipos de estructuras que implican una mayor complejidad técnica asociada a funcionalidades específicas (como los muros de terrazas y andenes de cultivo).

4 Si bien se conoce el método de liquenometría desarrollado por Albeck (1998) para el análisis de una antigüedad relativa de las estructuras productivas, en esta investigación tan sólo registramos la presencia o ausencia de líquenes como primera aproximación. No descartamos, a futuro, su implementación.

5 En otros sitios del Noroeste argentino se han registrado las mismas denominaciones como, por ejemplo, han registrado Rivolta et al. (2022) en La Poma, Salta.

6 En las narrativas andinas, los chullpas (también conocidos como gentiles o antiguos, según la región) son seres no humanos de baja estatura y que se asocian a otro espacio-tiempo o Pacha en el que aún no existía el sol (Villanueva Criales et al. 2018).

7 R. Quispe: -Había unos restos humanos ahí, en el estanque ese de arriba, donde se encuentra la piedra. Ahí había (...) donde está el estanque (...) ahí sale una acequia. Bueno, ahí hay una piedra, ahí. Apenitas grande. No era que estaba enterrado ya, con la misma tierra ya. Era tipo cueva, estaba tapado con piedra(...) Ahí al rincón estaba. L. Pey: -Pero ahí nomás hay una toma.

R. Quispe: -Claro, de ahí sale un agua (...) porque nosotros sacamos después la acequia. Porque tampoco era un chullperio, era un fósil de cabeza” (fragmento de entrevista, 2 de mayo de 2018).

8 Si bien uno de los principales objetivos de los muros es prevenir la intrusión de ganado en las chakras, entendemos que el empleo y mantenimiento anual de ramas secas en la parte superior refuerza esta función.

9 El empleo de muros zigzagueantes o sinusoidales ha sido registrado en otros momentos y lugares en el mundo, siendo construidos de esta manera por la estabilidad y resistencia que presentan ante fuerzas laterales (Curl 2006). Han sido empleados en fortificaciones, como en el Antiguo Egipto (e.g. Tebas) o vinculados al cultivo, como en el caso de las crinkle crankle walls del este de Inglaterra a mediados del siglo XVIII (Curl 2006; Siegel 2017).

Fecha de recepción: 2 de noviembre de 2022

Fecha de aceptación: 19 de abril de 2023

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