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Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.48  supl.2 Buenos Aires oct. 2023

 

Artículos

La casa que camina y los horcones del abuelo. Prácticas de construcción, desarme y traslado de viviendas tradicionales rurales en la llanura de Santiago del Estero (Argentina). Registro etnográfico e implicancias arqueológicas

THE HOUSE THAT WALKS AND THE GRANDFATHER’S HORCONES. PRACTICES OFBUILDING, DISMANTLING AND MOVING RURAL TRADITIONAL HOUSES IN THE SANTIAGO DEL ESTERO PLAIN (ARGENTINA). ETHNOGRAPHIC RECORD AND ARCHAEOLOGICAL IMPLICATIONS

Constanza Taboada1 

1 Instituto de Arqueología y Museo, Universidad Nacional de Tucumán/Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) - Universidad Nacional de Tucumán. E-mail: constanzataboada@gmail.com

RESUMEN

Analizamos aquí prácticas constructivas, de desarme y de traslado (con reutilización de materiales) de viviendas tradicionales rurales en la llanura de Santiago del Estero. Dicho estudio se realiza en función de su potencial para abordar problemáticas vinculadas al registro arqueo-arquitectónico local y a la dinámica del espacio habitacional prehispánico, sobre lo que hay escasa información arqueológica. Las observaciones etnográficas se guiaron por preguntas surgidas de la lectura de datos arqueológicos de sitios de montículos habitados en la región entre ca. 1000 AP y momentos pericoloniales. El análisis se centra en las posibles consecuencias de prácticas semejantes a las actuales en la formación e interpretación (estratigráfica, cronológica, espacial, funcional) del registro arqueológico, y en su posible desarrollo en el pasado a partir de la confrontación con información arqueológica. Con base en ello, se propone un modelo hipotético de vivienda prehispánica y gestión del habitar vinculados a la dinámica social y ambiental.

Palabras clave: arquitectura tradicional; montículos arqueológicos; procesos de formación; movilidad residencial; etnoarqueología

ABSTRACT

We analyze the practices of building, dismantling and moving (with material reutilization) of rural traditional houses in the Santiago del Estero plain. This study is carried out due to its potential for approaching problems linked to the archaeological record of local architecture and the dynamics of pre-Columbian residential space, issues without much archaeological information. The ethnographical observations were guided by questions arisen by the reading of archaeological data of mound sites inhabited in the region between ca. 1000 BP and peri-colonial moments. The analysis is focused on the possible consequences of practices similar to the present ones in the formation and interpretation (stratigraphical, chronological, spatial, functional) of the archaeological record, and on how such kind of practices in the past can be traced and detected through the archaeological data. Based on that, we propose a model of pre-Columbian house and residence management related to the environmental and social dynamics.

Keywords: traditional architecture; archaeological mounds; for mation processes; residential mobility; Ethnoarchaeology

A mi Padre, que me mostró lo extraordinario en lo cotidiano A Don Luis Silva, por compartirme sus saberes

INTRODUCCIÓN Y PLANTEO

En este artículo analizamos prácticas constructivas y de desarme y traslado de viviendas tradicionales rurales de la llanura de Santiago del Estero (Argentina), procedimientos que reclaman su documentación1. Además de valorar su relevancia cultural, el trabajo analiza el potencial para abordar problemáticas vinculadas al registro arqueo-arquitectónico y a la dinámica del espacio habitacional en el pasado prehispánico local, sobre lo que existen muy pocos datos. Una de las cuestiones por resolver es el porqué del tan escaso registro arqueológico de rasgos constructivos y cómo salvar esta ausencia o invisibilidad de un indicador relevante para el abordaje de los modos de habitar. Otra es cómo interpretar las características que muestran los sitios arqueológicos en estudio y los montículos que los componen.

En función de ello, analizamos dos casos etnográficos desde una mirada arqueológica. El estudio se centra en el desarme y traslado de dos recintos elaborados, total o parcialmente, con muros de palo a pique y techo con torta de barro, un modo de construcción tradicional que se caracteriza por el uso de gran cantidad de horcones y postes. Cuando estas habitaciones empiezan a decaer, o ante un traslado de la familia que las ocupa, suelen ser desarmadas y rehechas, en igual o diferente lugar, reutilizando los mismos maderos.

Observar dicha práctica y los restos generados llevó a preguntarnos por las implicancias que podrían conllevar para el registro arqueológico si acciones semejantes se hubieran realizado en el pasado prehispánico. Datos arqueológicos, ambientales y etnohistóricos de la región, sumados al análisis de lógicas de uso y eficiencia permiten considerarlo. En articulación, buscamos explorar posibles motivaciones y potencialidades de esta práctica cultural y modo constructivo particular. El objetivo es generar hipótesis, modelos, metodologías y análisis específicos aplicables a situaciones arqueológicas regionales.

Nuestras observaciones etnográficas se guían por preguntas surgidas de la lectura de indicadores arqueológicos de poblaciones que habitaron la llanura santiagueña a partir de ca. 1000 AP hasta momentos coloniales. Estas eran comunidades alfareras de economía mixta, que habitaron desde pequeñas aldeas hasta poblados más tardíos de grandes dimensiones. Sus espacios habita-cionales muestran un registro arqueológico común configurado por montículos, morfología que adoptan también los lugares con otros usos (funerarios, de descarte, etc.). Hay entre diez y veinte montículos en aquellos sitios más tempranos del lapso considerado, y cientos o miles en los más tardíos o de ocupación prolongada. Los pioneros plantearon que conformaban un patrón asociado a represas para almacenar agua, como las de uso tradicional local vinculadas a la necesidad del manejo hídrico.

Los montículos no muestran arquitectura conservada que permita definir los espacios de vivienda, que deben ser propuestos a partir de la identificación de pisos arqueológicos y rastros indirectos o menos visibles. Por la ausencia de estructuras arquitectónicas, la poca diferenciación de estratos, y las reutilizaciones de los montículos, resulta complejo dar sentido a los depósitos que los conforman. Algunos montículos presentan más de un nivel de ocupación, con lapsos temporales variables, usos diferenciados entre ellos o fechados inconsistentes. También hay montículos casi colindantes con dataciones muy diferentes entre sí. Además, siempre ha estado latente la pregunta sobre cómo fue su crecimiento. La escasez de investigaciones modernas en la región nos sitúa en una etapa en la que todavía es necesario avanzar en la generación de datos y propuestas interpretativas básicas referidas a estas cuestiones. A la par, consideramos que más de 100 años de diversas prácticas arqueológicas regionales y una década de investigaciones sistemáticas en el marco de proyectos propios en el área, permiten contar con suficientes observaciones y datos como para plantear la problemática.

MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO

La mencionada ausencia, invisibilidad y/o falta de conservación del registro arqueo-arquitectónico regional nos ha llevado a generar nuevos datos y preguntas sobre el tema (Taboada 2016). Nuestro planteo se enmarca en las llamadas archaeology ofarchitecture (Steadman 1996), household archaeology (Wilk y Rathje 1982; Stanish 1989) y la perspectiva del habitar (Ingold 2000). En este marco se articulan cuestiones técnicas, de eficiencia y ambientales con tradiciones culturales.

A los fines mencionados, consideramos ciertos conceptos. Entendemos por arquitectura dinámica aquella que va transformando el espacio habitado según necesidades del grupo corresidente, donde las construcciones son intervenidas y resignificadas mediante nuevos usos, remodelaciones, refacciones, desarmes programados, retornos y reutilizaciones que van dejando restos, marcas y ausencias analizables desde la arqueología (Stevanovic 1997; Taboada 2005). Performances de construcción y uso (Nielsen 1995; Taboada 2010) refieren a las características de eficiencia relevantes para la conformación y utilización de un producto construido. A ellas se vinculan las tecnologías apropiadas, aquellas aptas o acordes al ambiente, recursos, capacidades operativas y pautas culturales. Contemplan las características ambientales y sociales, requerimientos y problemas, así como disponibilidad de materiales, capacidad de laboreo, modos de hacer, destrezas locales y tradiciones constructivas (Taboada Terzano 2002). Tal como señala Manuel Taboada Terzano:

La experiencia desarrollada en algunas intervenciones en Latinoamérica [entre ellas en Santiago del Estero] permite aseverar que existe una relación muy fuerte entre las tecnologías locales,

o formas de construir el hábitat, pautas culturales (...), con los componentes de diseño y producción, que materializan los modelos del hábitat popular en cada comunidad, y que son producto de un largo proceso de prueba y error (Taboada Terzano 2002).

Las observaciones actuales son tomadas como fuentes de hipótesis y desarrollo metodológico. En el marco de la etnoarqueología, buscamos explorar herramientas analíticas para abordar cuestiones arqueológicas a partir de la observación de los indicadores materiales que dejan las prácticas sociales (Nielsen 2001). Varios trabajos muestran su eficiencia para el análisis de montículos arqueológicos y espacios habitacionales de las tierras bajas sudamericanas (Zeidler 1983;Rostain 2006; Oliveira y Milheira 2020).

En cuanto a los registros de observación y comunicaciones personales, es necesario aclarar que no se buscó mantener el anonimato de los agentes participantes sino, por el contrario, visibilizar sus identidades como una manera de legitimar sus saberes y su colaboración con nuestro proyecto de investigación a lo largo de muchos años. La decisión de no anonimizar es entendida como una estrategia ética, pero también política, pues creemos que parte de hacer una arqueología dialógica radica también en poder visibilizar participaciones, vínculos y solidaridades duraderas que se tejen en el proceso investigativo (Medina Chueca 2022). Como señala la autora, el anonimato tampoco resuelve en sí mismo, ni por sí solo, los dilemas éticos derivados de la posición de él/la autor/a en el texto. Cabe puntualizar que se ha consensuado con las personas mencionadas, su nominación en este texto, así como el uso de fotografías de sus viviendas e información compartida por ellos.

MARCO SOCIOAMBIENTAL E IMPLICANCIAS EN EL HABITAR

Los casos de estudio se ubican en dos parajes de la zona de los Bañados de Añatuya (departamento Avellaneda, Santiago del Estero) (figura 1). Estos lugares cuentan con pocas familias que, en general, mantienen la organización del espacio residencial según modos de vida y de construir tradicionales. Puede observarse, también, el desarrollo de prácticas tradicionales de subsistencia y obtención de recursos. Es una zona bilingüe quichua-castellano (Andreani 2015). Leyendas del folclore local siguen vigentes en la zona. Tal es el caso de la Mayup Maman (Madre del rio y del agua), tan significativa en relación con la dinámica sociohídrica local, o el de Las Madres de los árboles, que castigan a quienes se exceden en la extracción de postes (Concha Merlo 2022). Varios relatos modernos abordan motivos simbólicos de traslado del lugar de habitación2.

Ambientalmente nos encontramos en plena llanura santiagueña, con un promedio altitudinal entre 95 y 120 m s.n.m. y marcadas diferencias estacionales en las lluvias y aportes hídricos que arriban a través del río Salado. Las precipitaciones pueden llegar hasta 860 mm anuales concentrados en verano, y en invierno ser escasas o nulas, con años de sequías intensas. Hay muy poca pendiente y diferencias de relieve, limitadas a bajos naturales, paleocauces y áreas levemente elevadas. Debido a ello, hay desbordes hídricos que forman y/o amplían brazos fluviales y bañados. Las masas de agua corrientes y estancadas presentan ubicación, movilidad y permanencia variable, y constituyen una fuente de vida o un problema.

La región pertenece al ecosistema de Chaco Semiárido (Torrela y Adámoli 2006), donde es relevante la importancia del bosque chaqueño como fuente de leña y de materias primas para objetos y construcciones (Concha Merlo 2022). La madera constituye un elemento omnipresente en el paisaje construido y en la cotidianeidad doméstica (Gardenal Crivisqui 2018). Destacan como recursos arquitectónicos los árboles de maderas duras, principalmente los quebrachos (Schinopsis sp. y Aspidosperma quebracho-blanco); también se utilizan arbustos y hierbas como suncho (Baccharis juncea), simbol (Pennisetum rígida), jarilla (Larrea sp.) y aibe (Elionurus muticus). Los suelos son loessicos. Una capa arcillosa permite su disponibilidad como recurso, mientras que las arenas son escasas. Cabe destacar la ausencia de un sustrato rocoso en la zona, así como de rocas transportadas fluvialmente. La salinidad del terreno es muy importante y se manifiesta por capilaridad en perfiles y superficie.

Figura 1: Mapa de ubicación del área de estudio, con lugares y sitios arqueológicos mencionados. Elaboración: Ernesto Rodríguez Lascano

La abundancia de agua que corre y se acumula estacionalmente, con periodos de permanencia prolongados, requiere que los asentamientos humanos se realicen en las zonas más altas y que los materiales y técnicas constructivas sean apropiados al ambiente. Deben ser resistentes a los efectos de la salinidad, a la erosión hídrica, a la permeabilidad y al anegamiento. La vida en la región parece haber estado signada por prácticas de movilidad residencial desde tiempos prehispánicos, en parte por la dinámica hídrica (Farberman y Taboada 2018; 2022). Actualmente, algunas familias cuentan con puestos de residencia alternativos, donde se trasladan hasta que baja el agua -lo cual puede demorar un año- (Taboada 2017). Estas situaciones se dan porque la escasez estacional de agua requiere que los lugares de habitación se ubiquen cerca de fuentes naturales (actualmente suplidas en parte artificialmente) por su riqueza en recursos y posibilidades (ciertas materias primas, pesca, caza, agricultura). Estos modos y lugares de asentamiento presentan elementos en común con el registro arqueológico local (Wagner y Wagner 1934; Reichlen 1940; Lorandi 2015).

Aunque no hay estudios paleoclimáticos locales, los análisis regionales, datos arqueológicos y fuentes coloniales permiten algunas aproximaciones ambientales. Es posible estimar que la zona haya tenido en el pasado un ecosistema más o menos semejante al actual, con variaciones climáticas en dos periodos que coinciden con nuestro rango temporal de estudio arqueológico. Estos son, el Cálido Medieval, comenzado hacia mediados del primer milenio de la era cristiana, y la Pequeña Edad de Hielo, acaecida a partir del siglo XV (Cioccale 1999; Iriondo 2006). El primero habría tornado la región más húmeda y con mayor abundancia de recursos naturales. Esto se ha planteado también a partir de datos arqueofaunísticos (Cione et al. 1979; Del Papa 2012). Con la Pequeña Edad de Hielo el clima se vuelve frío y árido, con períodos de aportes hídricos relevantes (Cioccale 1999). Las fuentes coloniales reflejan bien los problemas y estrategias para sortear tanto la falta de agua como su exceso (Herrera et al. 2011; Farberman y Taboada 2022).

ANTECEDENTES Y ESTADO DE LA CUESTIÓN

Si bien desde un inicio se interpretó que la mayoría de los montículos que conforman los sitios arqueológicos de la región constituían restos de viviendas y espacios domésticos (Wagner y Wagner 1934; Reichlen 1940; von Hauenschild 1949; Lorandi y Lovera 1972), nunca se informó la detección de muros, techos, postes, pozos de postes u otros restos arquitectónicos para contextos prehispánicos locales. En cambio, sí existen algunas referencias arqueológicas a muros de tierra3 en contextos postcontacto hispano de la zona. Una de ellas remite a un fortín colonial para el que se describieron muros de mampuestos de adobe (Castellanos 1936). El otro caso fue detectado por nosotros en el borde de un cementerio colonial adjudicable al Pueblo de Indios de Lasco, en Sequía Vieja (SV0092) (un sitio que presenta componentes prehispánicos e hispano-indígenas). Allí se identificaron dos masas longitudinales de sedimento más estructurado y consolidado que la matriz general asociadas a un piso arqueológico. Las evidencias fueron interpretadas como restos de muros de tierra (de tipo aún no definido) vinculados a la intervención colonial sobre el asentamiento prehispánico (Taboada y Farberman 2018). Es la única vez que registramos evidencias de posibles muros de tierra en más de 10 años de excavaciones propias en el área. Lo relevante de estos casos es que muestran que ciertas construcciones de tierra pueden perdurar desde al menos épocas coloniales y ser identificadas arqueológicamente en la región, algo que nunca se ha presentado para contextos prehispánicos.

El único rasgo que la arqueología reconoció y asoció a construcciones prehispánicas fueron consolidaciones horizontales de sedimentos de límites netos sobreelevados identificados en los montículos, que se interpretaron como pisos de viviendas (figura 2) (Taboada 2016). Tres ejemplos (de los montículos T57 y T59 de Vilmer Norte y otro de Cayo López) detallados por los pioneros muestran un patrón constituido por un piso-plataforma cuadrangular de tierra apisonada, de entre 4 y 6 m de lado, con uno de los casos conformado por tres secciones de 4 por 4 m (Wagner y Wagner 1934; Reichlen 1940; von Hauenschild 1949; cfr. Taboada 2016). Cabe notar que los diámetros de las bases de dichos montículos eran mucho mayores (entre 13 y 24 m) que las longitudes de los respectivos pisos. Como conclusión, Reichlen decía:

De las casas mismas no ha subsistido ningún vestigio y es muy difícil determinar su forma y sus dimensiones contando con el solo examen de los túmulos. Cuando el “núcleo” está bien conservado, su parte superior plana parece ser de forma cuadrada o rectangular, lo que podría corresponder a la forma de la base de la habitación (Reichlen 1940:22, traducción A. T. Martínez).

Unos cuarenta años más tarde, y tras el desarrollo de un proyecto de investigación moderno al que sumó el análisis de fuentes etnohistóricas, Lorandi (2015) seguía observando la dificultad para definir la vivienda prehispánica. A diferencia de los ejemplos previos, Lorandi registra en contextos más tempranos de El Veinte y Quimili Paso, lo que llama fondos de viviendas, con pisos arqueológicos de poca definición. Estos se asocian a capas de tierra quemada, fogones y hornos rotos y distribuidos por diversos sectores del montículo, y a contextos con gran variedad y cantidad de bienes, muchos vinculados a caza y pesca (Lorandi y Lovera 1972). En ninguno se identificaron evidencias de arquitectura. El tema no volvió a estudiarse hasta nuestros trabajos, a partir de los cuales buscamos detectar nuevos indicios arquitectónicos, así como explorar qué otras causas -que no fuera, solo o necesariamente, la supuesta perecibilidad de los materiales constructivos- podrían estar determinando la invisibilidad del registro arqueo-arquitectónico local.

Figura 2: a) Croquis del montículo de Cayo López (Reichlen 1940); b) croquis del T57 de Vilmer Norte (Von Hauenschild 1949)

A partir de esta mirada, sumamos un caso muy significativo al excavar el montículo SV150 del sitio Sequía Vieja, donde identificamos rasgos constructivos nunca antes informados regionalmente (Taboada 2016) (figuras 3a, 3b y 3c). Sobre un piso-plataforma con limites laterales rebajados, similar a los pisos señalados para Cayo López y Vilmer Norte, registramos: un depósito orgánico de 15-20 cm de potencia con tierra arcillosa4 arriba, que interpretamos como torteado de un techo; algunos restos de cañas y materia orgánica descompuesta (quizás partes del techo, o de un paramento mixto que pudo insertarse en el desnivel lateral del piso); y un rasgo circular oscuro en el límite del piso, coincidente con el extremo conservado del torteado, que estimamos constituía restos de un poste para sostén del techo. El piso estaba bastante limpio de material cultural y en los taludes del montículo se halló basura doméstica y agregados térreos aislados (pequeños y con diversas morfologías), que pensamos (hay análisis en curso) podrían corresponder a revoques o rellenos constructivos de muros mixtos caídos hacia los lados. Otros casos excavados por nosotros, como los montículos 1 y 2 de Mancapa (Taboada y Rodríguez Curletto 2021), han mostrado pisos arqueológicos con perforaciones pseudocircualres de entre 10 y 20 cm de diámetro (también algunos más grandes). Cabe señalar, finalmente, el hallazgo de un poste en excelente estado de conservación clavado en el interior de un pozo (figura 3d). Se trataría de quebracho colorado (no hay determinaciones aún), una madera local casi imputrescible y de larga durabilidad. Un fechado por AMS (AA105886) arrojó una datación de 381±21 años AP (1462-1473 cal d.C. [p=.05], 1479117 cal d.C. [p=.25] y 1521-1628 cal d.C. [p=.70], calibrado a 2ct con el programa CALIB 8.1.0 (Hogg et al. 2020). El poste fue registrado en el sector de inhumación colonial del sitio Sequía Vieja (SV0092). Si bien en este caso el rasgo ya es de momentos de contacto hispano, ejemplifica la gran conservación y perdurabilidad que pueden tener estos postes y el manejo de técnicas para su obtención y laboreo en un contexto sociocultural que aún se regía por prácticas indígenas.

Figura 3: a) Excavación de SV150 (Taboada 2016); b) depósito interpretado como techo en SV150; c) rasgo atribuible a poste en SV150; d) poste in situ en cementerio colonial (Taboada y Farberman 2018)

CASOS DE ESTUDIO

Caso de estudio 1. Vivienda Silva

Nuestro estudio se centrará en un recinto independiente (que formaba parte de una vivienda rural tradicional) (figura 4) que tuvimos oportunidad de observar durante su proceso de desarme y reconstrucción reutilizando materiales. El nuevo recinto se ubicó en un espacio adjunto al previo y, básicamente, sustituía a aquel que se desarmara. Tres meses después pudimos ver la nueva conformación y usos dados al lugar. Posteriormente, también se derribó esta construcción, debido a su reemplazo -en otro espacio inmediato- por una vivienda convencional edificada por el Gobierno5. Esta área habitacional se ubica en un paraje cercano a Colonia Dora (figura 1), una zona con varios sitios arqueológicos que en su mayoría coinciden cronológica y culturalmente con aquellos de los montículos con pisos consolidados de Cayo López, Vilmer Norte y SV 150 (Taboada y Angiorama 2021).

Figura 4: Área habitacional de la Familia Silva (año 2012); la flecha indica el recinto desmantelado en mayo de 2014. Fotografía: Constanza Taboada

En una visita en mayo de 2014 encontramos que el recinto mencionado (que conocíamos desde 2005) estaba terminando de ser desarmado y al lado se estaba construyendo uno nuevo, reutilizando horcones y postes. Don Luis Silva, dueño de casa de unos 75 años por entonces, nos dijo que se debía a que la construcción ya estaba deteriorada. No significaba que se hubiera caído, apuntaba a problemas en el techo y revoques de muros. Durante su vida útil, esta construcción fue usada como espacio de habitación y luego como depósito. Don Silva nos informó que los horcones y postes habían pertenecido a la casa de su abuelo, ubicada “un poco más allá” de su ámbito doméstico. Según nos dijo, los horcones y postes de los muros eran de quebracho colorado, mientras que los maderos del techo podían ser de quebracho blanco (más liviano y con resistencia a la intemperie, pero no apto para enterrarse, Concha Merlo 2022).

La construcción desmantelada era un recinto de planta rectangular de aproximadamente 6 por 8 m, con algunas subdivisiones internas y piso de tierra; se emplazaba en un área levemente más elevada (figura 5). Contaba con una estructura vertical de horcones que se distribuían perimetral e internamente funcionando como columnas de apoyo de la estructura del techo, compuesta por vigas de maderos (de tipo solera sobre muros y otras atravesando el espacio interior) (ver en figura 13 similar solución para el nuevo recinto; cfr. Di Lullo y Garay 1969). Algunos postes del muro de palo a pique llegaban hasta las soleras, a modo de refuerzo, aunque en principio los muros de este tipo no son portantes. Sobre esta estructura horizontal apoyaba una gran cantidad de postes, muy cercanos unos de otros, a modo de tirantes. Arriba de ellos se disponía una capa de cañas colocadas trasversalmente. Sobre estas descansaba la torta de barro del techo, compuesta por una capa de “pasto” y, por encima, tierra “elegida” (arcillosa) según las referencias de Don Silva. En algunos laterales, el techo rebasaba unos 50 cm la línea del muro a modo de alero, apoyando en horcones esquineros adicionales. Cabe considerar el gran peso que supone este tipo de cubiertas, por la espesa torta de barro y la estructura de postes horizontales (Canal Feijóo 1934). Variaciones menores respondían a modificaciones operadas por refuerzos estructurales, refacciones, ampliaciones y soluciones específicas para vanos y divisiones internas (figura 5).

Los muros estaban realizados con palo a pique, técnica por la cual se completan los espacios verticales entre horcones profundamente implantados con postes dispuestos uno al lado de otro y dispuestos en un surco o enterrados más superficialmente (figura 6). En general, primero se colocan postes cada aproximadamente 1 m de distancia entes sí, y luego se agregan los demás. Los intersticios entre postes habían sido rellenados al modo tradicional, mediante barro con pasto, revocándose el muro con la misma mezcla. En 2012 algunas bases mostraban ladrillos partidos agregados para reparar el relleno entre postes perdido por acción del agua.

Los postes estaban desbastados y presentaban sección circular, con un diámetro de aproximadamente 10-15 cm. Los horcones podían tener sección cuadrangular y un diámetro/ancho mayor. Se caracterizan por presentar los extremos superiores labrados a modo de una horqueta de dos ramas, donde calzan las vigas del techo. Sus bases estaban aguzadas. Según Don Silva, los maderos habían sido trabajados con hacha y, mientras que los horcones se implantaron hasta 1 m de profundidad, los postes de los muros se insertaron solo unos 20-30 cm.

Según la narración de Nicolás Silva, cuando se van a reutilizar materiales para una nueva construcción, el desarme debe hacerse ordenadamente. Primero, se desprenden los revoques y relleno de los muros de palo a pique. Luego, se desarman las paredes quitando los postes (pero no los horcones, quedando así el techo en pie, lo cual es factible dado que los muros no son portantes) y eligiendo aquellos que aún sirven. Posteriormente, se desarma el techo. Se comienza quitando la capa superior de pasto y tierra de la torta de barro, después se retiran las varas, separando las que sirven para reusarlas. A continuación, se desarma la estructura horizontal de postes. Lo último en retirar son los horcones.

Relatamos ahora nuestras observaciones. Estas fueron realizadas sin previa explicación de cómo había sido el proceso de desarme. La descripción será seccionada en dos cortes instrumentales a fin de mostrar diferentes situaciones de potencial registro arqueológico. La Situación 1 corresponde a observaciones realizadas en mayo de 2014, cuando se estaba desmantelando el recinto y construyendo el nuevo. La Situación 2 corresponde a agosto de 2014, cuando la nueva construcción ya se estaba utilizando y el espacio que anteriormente ocupara el recinto desarmado se había incorporado a nuevos usos.

Caso Silva. Situación 1 (mayo de 2014)

A nuestra llegada ya se habían desmontado los muros de palo a pique, el techo y la mayor parte de la estructura vertical (figuras 7 y 8). Solo quedaban en pie algunos horcones profundamente clavados, con pozos a su alrededor que denotaban el intento abandonado de extraerlos (figura 9a). Otros hoyos sin maderos indicaban su sustracción exitosa (figura 9b y 9c). Las oquedades tenían distintos diámetros y formas debido a su ampliación para extraer los horcones. En algunos sectores del piso de tierra se podía distinguir una sucesión de huellas de pozos parcialmente rellenos que parecían corresponder a la posición de los horcones perimetrales (figura 8). Algunos pozos mostraban un nuevo relleno conformado por restos de torta del techo y tierra caídos en el proceso de su reexcavación (figura 9c). Una gran cantidad de maderos yacía desordenadamente (figura 10). Muchos habían sido trasladados al lugar de la nueva construcción y utilizados en el armado de dicha estructura o quedaban a su alrededor (figura 11). Así, los que quedaban en el lugar de anterior uso eran muchos menos de los que originalmente componían el recinto desmantelado. Un conteo en fotografías de todos los visibles permite una estimación de por lo menos 100 unidades en uso. Algunos postes mostraban alrededor de su base un residuo negro y un polvillo blanco (figura 6), y características similares se vieron en los hoyos correspondientes (parecía material orgánico descompuesto). También se observaban ladrillos partidos amontonados hacia un lado y restos de cañas del techo, terrones y sedimento suelto con pasto, así como tierra removida de los pozos al extraer los horcones y arrojada encima de un conjunto de postes (figura 10).

Figura 5: Casa Silva: recinto desmantelado en 2014 (foto de 2013). Fotografía: Bruno Salvatore

Figura 6: Casa Silva: muro de palo a pique con revoque de barro perteneciente al recinto desmantelado en mayo de 2014 (foto de 2005). Fotografía: Constanza Taboada

Figura 7: Casa Silva (mayo 2014): vista del proceso de desarme y construcción de un nuevo recinto. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 8: Casa Silva (mayo 2014): vista de los materiales desmontados in situ; se indican con línea y puntos rojos la ubicación de algunos de los hoyos de horcones en distribución ortogonal; con flecha se indica el residuo negro y blanco presente en la base de poste. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 9: Casa Silva (mayo 2014): a) horcón excavado alrededor para extraerlo, pero, finalmente, dejado in situ; b) pozo de horcón extraído; c) pozo de horcón extraído y parcialmente rellenado. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 10: Casa Silva (mayo 2014): amontonamiento de postes de la construcción desmantelada. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 11: Casa Silva (mayo 2014): nuevo recinto en proceso de construcción reutilizando los materiales del recinto desmantelado. Fotografía: Constanza Taboada

El piso de tierra del recinto desarmado se veía solo ocasionalmente entre los restos derribados. En los perfiles de los pozos reabiertos se observaba una capa de unos 10 cm compuesta por tierra y pasto, correspondiente al techo de torta y apoyada sobre el piso de tierra del recinto derribado (figura 9a). Toda la zona en donde yacían los restos del desarme conformaba un área monticular de superficie muy irregular (figura 8). Esta elevación disminuía lateralmente hasta llegar al nivel del patio (donde a pocos metros se alzaba otra habitación), excediendo el espacio que había ocupado la construcción desmantelada (figuras 7, 8 y 12).

Figura 12: Casa Silva (mayo 2014): vista del nuevo recinto a medio hacer y restos del desarmado con relación a otros ambientes construidos en uso. Fotografía: Constanza Taboada

Por su parte, la nueva construcción ya estaba comenzada cuando llegamos. Se había alzado una nueva estructura portante con los horcones extraídos y, si bien faltaba aún levantar los muros, ya se había confeccionado el techo de torta de barro (figura 11). La nueva habitación ocupaba un espacio casi colindante al del recinto desmantelado, zona que anteriormente constituía parte del patio de tierra (figuras 4 y 10). En unos días se implantaron los postes, cada aproximadamente 1 m, a lo largo de lo que serían los muros (figura 13). Luego se completaron estos rellenando los espacios entre postes, aunque en esta ocasión se reemplazó el palo a pique por mampostería de ladrillos (figura 14).

Figura 13: Casa Silva (mayo 2014): vista interior de la ubicación de postes para confección de los muros y techo del nuevo recinto. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 14: Casa Silva (mayo 2014): construcción de muro de ladrillos entre postes. Fotografía: Constanza Taboada

Caso Silva. Situación 2 (agosto de 2014)

Cuando volvimos tres meses después (agosto de 2014), la zona del recinto desmantelado había sido limpiada y acomodada. Se veían pocos restos: algunos horcones que seguían en pie y unos pocos postes y ladrillos acumulados hacia los costados (figuras 15 y 16). Los maderos inservibles habían sido destinados al fogón principal, ubicado a unos 15 m, en la zona extramuros de cocina (figura 6). Salvo por algunos hoyos abiertos o a medio tapar, la superficie estaba bastante pareja, levemente elevada en el área donde estuvo emplazado el recinto desmontado. Se identificaban las huellas de algunos de los pozos de horcones tapados (figura 15).

Figura 15: Casa Silva (agosto 2014): área donde se ubicaba el recinto desmantelado una vez acomodada; a la izquierda el nuevo recinto y a la derecha otra construcción del ámbito doméstico. Fotografía: Constanza Taboada 

Figura 16: Casa Silva (agosto 2014): horcón que quedó en pie tras tres meses de desarmado el recinto; atrás la nueva construcción. Fotografía: Constanza Taboada

El espacio que ocupara el recinto desarmado había sido organizado para nuevos usos como patio. Se dispusieron allí diversos enseres de uso cotidiano (figura 15). También podía observarse la circulación de animales domésticos. El sustrato mostraba cierta nivelación, compactación y la conformación de un nuevo piso de tierra y nivel de uso. En superficie empezaba a depositarse basura de las actividades de la familia.

Caso de estudio 2. Vivienda Carrizo

En este caso pudimos observar el resultado del desarme parcial de una vivienda tras aproximadamente un año de haberse realizado. También conocíamos el lugar y a la familia desde tiempo atrás. En 2005 se había dispuesto allí un tanque para agua y se estaba preparando el terreno para alzar una casa. Al volver en 2022, encontramos que esta había sido construida, habitada, y parcialmente desarmada para reusar los materiales en una nueva vivienda, debido al traslado de la familia al lugar donde residían los progenitores paternos. Los materiales para reusar habían sido transportados hasta allí, a unos 1000 m de distancia. El lugar de la antigua vivienda no siguió habitándose, pero se retorna para obtener agua del tanque.

El recinto desarmado era de planta rectangular (de unos 4 por 8 m) con estructura de horcones y techo de torta, pero con muros de ladrillo entre postes ubicados cada aproximadamente 1 m. Esta construcción se ubica cerca de Icaño, también en el área de los Bañados de Añatuya (figura 1). Al igual que en el caso Silva, en el área hay sitios arqueológicos con caracteres semejantes a los de los pisos consolidados descriptos para SV150, Cayo López y Vilmer Norte (Taboada y Angiorama 2021).

Al momento de nuestra visita en 2022, quedaba todavía en pie buena parte de la estructura de la vivienda (horcones implantados y vigas colocadas in situ) (figura 17). Estos materiales servían como reserva para cuando se necesitasen (Segundo Carrizo, comunicación personal). El área de distribución de los restos derribados de la vivienda se extendía hacia los laterales de lo que fuera el área de implantación de la construcción, formando una elevación de diámetro mayor a la que ocupara el recinto. Sobre la superficie del terreno se observaban partes del techo (cañas, pasto, tierra suelta y en terrones). Al igual que en el caso previo, el depósito constituido por los restos del techo había sido cortado y movilizado por pozos para extraer los horcones (figura 18). Los ladrillos de los muros desmantelados se distribuían mayormente por fuera del perímetro de la construcción, como si hubieran sido derribados desde adentro hacia afuera (figura 17). Además, había comenzado a crecer vegetación y a juntarse basura y tierra entre los restos derrumbados.

Figura 17: Casa Carrizo (agosto 2022): restos en pie y sobre el suelo correspondientes a los materiales que no se trasladaron para reutilizar. Fotografía: Constanza Taboada

Figura 18: Casa Carrizo (agosto 2022): hoyo de horcón reabierto para extraerlo y restos de construcción desarmada sobre el piso. Fotografía: Constanza Taboada

EL DESMANTELAMIENTO CONSTRUCTIVO Y LA REUTILIZACIÓN DE POSTES Y LUGARES: REGISTRO MATERIAL Y COMPARACIÓN ARQUEOLÓGICA

A continuación, analizamos las huellas y configuración dejadas por los procesos de desarme, recuperación y traslado, y las comparamos con el registro arqueológico local en relación con distintos aspectos:

Formación monticular por restos constructivos: en los dos casos analizados se conforman elevaciones que exceden el tamaño de los perímetros de los recintos desarmados y que descienden hasta el nivel general del terreno. Aunque de menor altura, esta morfología y relación de superficies son semejantes a la que asumen los montículos y pisos arqueológicos de Cayo López, Vilmer Norte y SV150. En los casos actuales, la acumulación de materiales desmantelados aumenta la altura, pero mayormente el diámetro de la formación monticular, debido a su distribución hacia afuera del recinto desarmado. Esto recuerda al talud del montículo SV150, donde se hallaron agregados térreos endurecidos dispersos y una estratificación en cuñas, que parecía indicar una caída rápida de materiales y que adjudicamos a posibles restos constructivos derrumbados hacia los lados (Taboada 2016).

Depósitos de diferente potencia, estructura y contenido: en la Situación 1 de la vivienda Silva y en el caso Carrizo tenemos una buena potencia de acumulación. La compactación e interfaces son irregulares y la distribución de materiales no es homogénea. En el caso Carrizo los factores naturales (degradación, acción eólica e hídrica, sedimentación, vegetación y animales) han tenido mayor tiempo para actuar. Se han acumulado basura y tierra (aparentemente movilizada por el viento), que quedaron atrapadas por los restos de la vivienda y la vegetación. Este depósito podría acrecentarse con derrumbes y/o movilizaciones destinadas a recuperar los materiales restantes, así como por nuevos aportes naturales. La acumulación sobre la superficie del terreno quedó constituida por elementos de diferente origen y aportados en distintos momentos. En el caso Silva Situación 2, el depósito sobre el piso es mucho más escaso, su estructura se encuentra más modificada respecto de la situación de caída o desarme y los restos constructivos son casi nulos.

Estas situaciones recuerdan a diferentes depósitos sobre pisos arqueológicos locales, en los que detectamos variaciones en potencia, constitución y posibilidad de distinguir componentes arquitectónicos. Algunos eran de considerable espesor, con diferencias sedimentarias internas, aportes eólicos y materiales sin una estructura u ordenamiento arqueológico claramente discer-nible; otros formaban capas delgadas, con escasos restos culturales.

Nuevos usos, nuevos pisos: en el caso Silva Situación 2, el espacio y el depósito sobre el piso del recinto desarmado tomaron una nueva fisonomía por intervención antrópica directa (limpieza, nivelación y disposición de bienes domésticos) y por la dinámica de la nueva utilización, que fue consolidándolo y generando residuos y huellas de otras actividades. Se configuró un nuevo piso de tierra, separado del previo por un depósito delgado, con usos diferentes y menos formalizados que aquel, y sin nuevas construcciones. Diversos casos detallados en la bibliografía, como el de SV150, el Monticulo 1 de Mancapa, el Montículo 2 de Quimili Paso, el de Cayo López y el T57 de Vilmer Norte dan cuenta de situaciones parcialmente semejantes, con niveles arqueológicos superpuestos asociables a usos diferenciados entre sí.

Además, en el caso Silva, el nuevo recinto se construye casi colindante al derribado, sobre lo que era el piso de tierra del patio. Una lectura arqueológica de estos pisos bien podría interpretar que había una continuidad constructiva entre dos recintos asociados y contemporáneos en el uso del espacio habitacional, cuando en realidad fueron sucesivos y uno reemplazó al otro. La situación recuerda al T59 de Vilmer Norte, donde von Hauenschild (1949) interpreta -sobre la base de una segmentación del piso- que la construcción estaba compuesta por tres ambientes adyacentes (uno de los cuales presentaba además un cambio de nivel).

Restos arquitectónicos escasos y desagregados, muros invisibles: el registro constructivo presenta diferentes grados y causas de invisibilidad a corto y largo plazo según los casos analizados. Esto se debe a que los materiales son perecibles y disgregables, pero sobre todo a que la arquitectura ha sido intervenida por desarme, retiro de materiales y deformación de huellas constructivas. Solo se han mantenido los pocos horcones que quedaron en pie, los cuales serán retirados en algún momento o, eventualmente, caerán por causas naturales. El techo se ha desmantelado, se ha derribado la torta de barro sobre el piso de tierra y se han retirado los postes y las cañas que pudieran reutilizarse. También se han extraído todos los horcones que se pudo. Los hoyos originales se han reabierto, transformando sus medidas y formas, siendo rellenados con aportes varios no acordes a su función primaria. Lo más perdurable en términos de degradación serían los horcones, pero al ser los más valiosos de recuperar son retirados. Eventualmente restará alguno de ellos (como podría ser el caso arqueológico de SV0092) o una huella oscura resultante de su degradación (como en el caso Silva Situación 1) y que podría concordar con el origen de la marca oscura circular que describimos para SV150 (Taboada 2016).

Los muros de los casos actuales han sido totalmente desmantelados y se han reutilizado sus maderos. Esta parte de las construcciones es la que tiene mayor valor de reciclado, junto a los postes del techo. Al ser totalmente reutilizables, desarmables y transportables en sus componentes básicos, los muros de palo a pique casi desaparecen del registro, como se ve en el caso Silva Situación 2. Significativamente, no hay registro prehispánico de muros en la región, y de los techos solo contamos con el hallazgo de una parte del torteado (SV150), nunca de postes. En situaciones de desarme, lo que podría quedar de dichos muros son indicios de mucho menor escala, preservación y posibilidad de identificación arqueológica, como huellas de pozos de postes, pisos con bordes o surcos de implantación de los palos de los muros, terrones poco discernibles respecto de su origen, y restos de la torta de techo, características todas semejantes a los casos arqueológicos reseñados (en particular para SV150), a la vez que ausencias registradas en otros casos donde los pisos prehispánicos no presentan evidencias arquitectónicas discernibles.

La premisa de Pompeya y la búsqueda de la casa abandonada en orden y como bien inmueble: suele ser habitual la búsqueda o interpretación de los restos de una construcción arqueológica como si esta hubiese sido abandonada en pie. Algo así como un desecho de facto (sensu Schiffer 1991). Casos como los presentados muestran que, así como los objetos, las casas pueden constituirse en partes muebles y ser desarmadas, movilizadas, reutilizadas y desechadas en sus partes constituyentes, con iguales o distintos fines, en los mismos o diferentes lugares.

Las situaciones expuestas también muestran que no resulta lógico pensar que los restos de construcciones desplomadas o desocupadas se dispondrán en orden, ni siquiera cuando hay un desarme organizado. A su vez, las reclamaciones y limpiezas transforman huellas, realizan desplazamientos horizontales y verticales de materiales y sedimentos, incluyendo la movilización de elementos de debajo del piso de tierra al reexcavarse los pozos. El depósito sobre el piso queda constituido por la participación de aportes diferenciados y removidos, con modificaciones estratigráficas respecto del primer momento de derribe de la construcción debido a las acciones de recuperación, así como con faltantes debido a su extracción.

Los horcones del abuelo, fechados envejecidos, y aportes diversos: en el caso Silva sabemos que se trasladaron y usaron horcones y postes de la casa del abuelo que, al momento de la reutilización de 2014, podían tener entre 40 y 100 años. Algunos de ellos podrían tener incluso más antigüedad, dada la longevidad del quebracho y la práctica de reutilización. Horcones y postes han pasado, cuando menos, por tres generaciones/construcciones: la del abuelo (ubicada en otro lugar y quizás rehecha más de una vez), la del recinto desarmado y la del nuevo.

Si el rango de datación lo permitiera y pudiésemos fechar alguno de estos postes o los arrojados al fuego, no obtendríamos el momento de construcción y uso del recinto desmantelado, ni la del nuevo ni la de uso del fogón. Dataríamos el momento de su corte para levantar la casa del abuelo de Don Silva (o alguna otra de la que éste los reutilizara), no solo realizada tiempo atrás, sino en otro lugar y por otras personas. Los fechados tampoco coincidirían con los que pudiéramos obtener de la basura doméstica dispersa sobre el piso o caída en los pozos.

Además, en las construcciones que reutilizan elementos se agregan otros nuevos debido a que los materiales del desarme no suelen ser suficientes (algunos por encontrarse en mal estado y otros porque no son reutilizables). Para realizar el nuevo recinto, Don Silva incorporó pasto, tierra, cañas y ladrillos que no formaban parte del previo. Así, los materiales correspondientes a una misma construcción y momento de uso ofrecerían fechas de obtención y de utilización distintas entre sí.

De ocurrir procesos semejantes en el pasado, maderas de gran duración (de construcción o fogones) podrían arrojar dataciones no solo envejecidas, sino referidas a eventos de obtención y primer uso asociables a otra estructura, a otro lugar, a otra unidad social. Conjuntos de fechados de diferentes o aún iguales materiales de un mismo contexto, o dentro de un mismo montículo y diferentes niveles, o de un mismo sitio, podrían llegar a darnos ideas poco precisas sobre los eventos, momentos y continuidades de ocupación, abandono, traslado y reocupación, tanto a nivel de montículos como de sitio. Lo mismo podría ocurrir con relación a la extensión y población de un determinado asentamiento en cortes temporales. Esto es consistente con el registro arqueológico local, donde se dan situaciones como las señaladas (por ejemplo, en Mancapa o Quimili Paso) y que bajo esta mirada podrían ser analizadas más adecuadamente.

La casa que camina: traslado residencial, crecimiento del sitio y multiplicación de espacios habitacionales: con relación ahora a los aspectos espaciales y funcionales, los corrimientos en el lugar de instalación de la unidad doméstica en los casos analizados duplican sus referentes materiales en el espacio. Esto ocurre en tiempos no medibles por la arqueología, con lo cual estos registros quedarían aplanados como contemporáneos y podrían ser contabilizados como tales (o eventualmente dar fechas dispares según lo expuesto arriba). En una lectura arqueológica del sitio se computarían dos montículos y lugares de habitación para cada caso etnográfico analizado: el producto del desarme y el que se generará cuando se abandone o se vuelva a desmontar la nueva construcción. Dada la continuidad de ocupación por parte del mismo grupo social y para iguales fines, entre un evento y otro no habría quizás mayores cambios en las evidencias culturales materiales. Esta duplicación de los indicadores de una misma unidad doméstica en el interior del sitio podría incrementarse con nuevos traslados (como en la casa Silva, donde se ha derribado ya el segundo recinto y se ha construido una tercera vivienda en un sector colindante).

En definitiva, las situaciones etnográficas estudiadas nos alertan sobre posibles implicancias en el registro, análisis e interpretación arqueológicos de acciones semejantes a las analizadas. Esto abre la investigación a una serie de expectativas arqueológicas e hipótesis que pueden guiarla y, a partir de ellas, a un diseño de excavación y realización de análisis específicos que apunten a su afinamiento. En este sentido, las observaciones realizadas están generado respuestas metodológicas e interpretativas dentro de nuestro proyecto. Respecto de la primera, hemos planteado la eficiencia de realizar excavaciones en área que permitan contar con observaciones de amplitud para evaluar mejor límites, continuidades y roturas de pisos, detección y distribución relacional de rasgos y definición de espacios interiores y exteriores, así como configuración, sucesión y disrupciones verticales y horizontales de depósitos. A partir de hipótesis sobre su posible origen, se procederá a realizar análisis específicos sobre indicadores de potencial origen constructivo (agregados térreos, relleno de hoyos, pisos consolidados, restos e improntas vegetales, etc.) a fin de una mejor determinación. También estamos optando -en los casos posibles- por dataciones en hueso, además de evaluar posibles movilizaciones intra y extra montículo de los restos fechados (y no solo de ellos). Sintetizando, se plantea el potencial de considerar la vivienda como un bien que puede constituirse en partes muebles, la invisibilidad de indicadores arquitectónicos no solo por perecibilidad, sino también por reutilización, y la posibilidad de duplicación de indicadores de unidades domésticas en los sitios arqueológicos. Finalmente, no pueden dejarse de lado las cuestiones sociales y simbólicas. Estas atraviesan y estructuran, cuando menos, ciertas percepciones y prácticas modernas y, por lo tanto, también impactan en su registro material.

En cuanto a los aspectos interpretativos, con base en lo expuesto y a nuestro marco teórico, hemos repensado los datos disponibles (arqueológicos, de fuentes coloniales, etnográficos y ambientales) para plantear algunas hipótesis y un modelo preliminar sobre la gestión del hábitat prehispánico local, los cuales se buscarán confirmar o reelaborar mediante análisis específicos.

UN MODELO DE HABITAR PARA MOMENTOS PREHISPÁNICOS TARDÍOS

Según vimos, varias de las evidencias arqueo-arquitectónicas locales conocidas hasta ahora son consistentes con las descriptas para los ejemplos etnográficos. La más relevante para nuestra argumentación es el techo de torta de barro registrado en SV150, ya que nos permite proponer un modelo de arquitectura prehispánica tardía potencialmente semejante a dichos casos (no necesariamente igual). Una cubierta de torta como la de SV150, por su peso, requiere de una estructura de sostén resistente (mediante columnas y vigas, o por muros portantes). Estructuras portantes podrían haber existido a partir de maderos verticales, dado el hallazgo de pozos acordes a tal función y de, al menos, un poste clavado que permite atestiguar su uso en épocas inmediatamente posteriores en un asentamiento de identidad indígena como es el sitio Sequía Vieja. De muros (portantes o no) no hay evidencias arqueológicas conocidas para toda la arqueología prehispánica regional, por lo que habría que pensar que no han sido detectados, que desaparecieron por degradación o, a partir de este estudio, que pudieron haber sido desarmados. Al problema del sostén del techo se agrega el del cerramiento vertical.

La ausencia de piedra como recurso local inhabilita que hubiera muros de este material. Otra posibilidad es que se construyeran paredes de tierra, en alguna de las variantes que utilizan este material como elemento principal. Como dijimos, hay dos registros arqueológicos locales de muros de tierra coloniales, así como referencias del uso de adobe en las fuentes escritas de la época (Palomeque et al. 2005). Sin embargo hasta ahora nunca se han registrado muros de tierra de ningún tipo para contextos prehispánicos de la región de estudio, además de ser escasos o nulos en el uso tradicional rural local6. Aunque su falta de registro arqueológico podría deberse a varias causas, como las tipologías constructivas, los materiales, los usos, el ambiente o los métodos de excavación y factores postdepositacionales (Rainer 2008; Pastor Quiles 2017), muros de tierra de época colonial registrados en la misma zona y aún en los mismos sitios con componentes prehispánicos de casi igual cronología (como en Sequía Vieja) y excavados por los mismos y diferentes agentes han logrado una conservación suficiente para su identificación arqueológica. Esto permite plantear como expectativa arqueológica razonable que, de haberse usado en tiempos prehispánicos tardíos en los mismos lugares (con iguales condiciones ambientales y localización, en contextos funcionalmente semejantes y también diferentes, y por poblaciones con saberes y gestos técnicos tradicionales comunes, cfr. Rainer 2008) sería esperable haber hallado algún indicio arqueológico a lo largo de más de 100 años de arqueología local desplegada con diferentes perspectivas y metodologías. Más aún, tampoco en sitios, zonas y épocas con condiciones ambientales diferentes y para distintos tipos de contextos prehispánicos se han reportado evidencias arqueológicas de muros de tierra para la región. Si bien no podemos descartar su desintegración o su falta de identificación por dificultades metodológicas, es significativo que hasta ahora la búsqueda especifica de evidencias no ha dado resultados positivos. Tampoco se han detectado evidencias sedimentarias o estratigráficas de su posible disolución, y los agregados térreos pequeños dispersos entre los depósitos arqueológicos parecen más acordes a restos de rellenos o revoques (cfr. Pastor Quiles 2017).

A lo dicho se suma que las fuentes coloniales (Palomeque et al. 2005) señalan repetidamente los graves problemas que conllevaba la utilización del adobe en la región debido a la salinización, el ascenso freático, la humedad y las inundaciones (aspectos que podrían afectar también a otras construcciones de tierra, como los apisonados, Viñuales 2007) y que terminaban derrumbando las viviendas ante la impotencia de sus moradores. Las situaciones referidas indican que la elección del adobe no constituía una opción tecnológica eficiente para los españoles en el contexto ambiental y sociocultural del área y época de estudio. Por las mismas razones, parece poco lógico que fuera el material que eligieran las poblaciones indígenas que habitaban la misma zona y ambiente en épocas inmediatas previas7.

Eventualmente, también otro aspecto del mismo factor pudo haber sido relevante en la elección de los métodos constructivos prehispánicos. Para su confección, al menos el adobe requiere de una cantidad importante de agua (Viñuales 2007). Como vimos, esta es un bien preciado y cuidado en la región, y así parece haber sido para época prehispánica tardía (Farberman y Taboada 2022). Si la poca eficiencia señalada por las fuentes escritas debida a las condiciones ambientales no fuera suficiente, al menos en el caso del adobe cabe considerar que la necesidad de agua para su confección pudo ser también un factor relevante para usar otros materiales en el pasado prehispánico8. En tales circunstancias, parece poco apropiado confeccionar un material constructivo usando uno de los bienes más preciados de la historia y prehistoria local (más habiendo otros ampliamente disponibles, como los recursos vegetales usados en entramados tradicionales en la zona) y, como vimos, no pareciendo ser, tampoco, el más eficiente para dicho ambiente. En principio, el adobe no resiste la humedad ni el salitre y, aunque es transportable, es frágil para esta operación, además de requerir un espacio resguardado del sol y del agua hasta su secado y uso (Viñuales 2007). Si bien su duración puede cambiar con prácticas regulares de mantenimiento, esta se reduce drásticamente ante eventos catastróficos como las inundaciones, uno de los principales y periódicos problemas ambientales en la zona de estudio. Por su parte, la posibilidad de otorgarle más vida a través de acciones sistemáticas de mantenimiento confrontada en relación con otras técnicas, donde las reparaciones pueden ser más eventuales y distanciadas en el tiempo (como en el palo a pique), parece una cualidad quizás poco eficiente para una zona en que el deterioro hídrico (el que más afecta a estos materiales, Rainer 2008) es relevante. Si en momentos coloniales no se podía hacer frente a dicho problema, la situación podría haber sido más problemática en contextos prehispánicos, donde las prioridades pudieron apuntar a destinar los tiempos y esfuerzos a cuestiones de mayor urgencia, buscándose, por ende, elecciones constructivas de menor costo de mantenimiento. Como vimos en el caso Silva, la opción actual es darle a la construcción la mayor vida útil con mantenimiento eventual, para luego optar por su desarme y reconstrucción. Finalmente cabe pensar que, sean estas u otras, alguna cuestión técnica o sociocultural ha llevado a que en la zona no se elijan tradicionalmente los muros de tierra para las construcciones.

La siguiente referencia colonial ilustra la mayoría de las variables analizadas anteriormente: necesidad de agua cercana para confeccionar los adobes, de usarla antes de que se acabe, de protegerlos mediante una enramada, de la inminencia del desarme si llega la inundación, de la dificultad de recuperar y/o trasladar adobes, y del valor de los materiales recuperados:

paraje en que se ha de fabricar la catedral, proporcionando lo más cómodo del pueblo y su forma y lo más seguro de inundación, y que allí se haga una enramada y hecha con toda prisa antes que se acabe el agua de las lagunas se hagan cuantos adobes sea posible, que haya comenzado la dicha fábrica, y en caso que apriete el peligro y llegue el río a llevar la iglesia con toda prisa se vaya deshaciendo y trasportando teja, madera y los adobes que se pudieren a dicho sitio, y en él se ponga la guarda y custodia que convenga (Palomeque et al. 2005:224, cursivas nuestras).

Como vemos, el anegamiento, el traslado por su causa y el desarme para reutilizar materiales estaban previstos y formaban parte de la dinámica social al menos desde época colonial, donde la premura de la situación requería acciones inminentes. Y en este contexto, no se trataba de sostener prácticas de mantenimiento para hacer frente a la acción prolongada de factores ambientales (como la salinidad y el ascenso por capilaridad), sino de inundaciones y ríos crecidos que directamente devastaban y desarmaban muros, viviendas e incluso catedrales.

Nos queda analizar la potencialidad de que los muros prehispánicos estuvieran constituidos esencialmente por recursos vegetales (con la participación o no de tierra), que son precisamente los más usados en las construcciones tradicionales locales. La vegetación es abundante en la región y también parece haberla sido en tiempos prehispánicos. Las especies arbustivas son de relativa fácil obtención y pudieron haber servido para enramadas verticales y horizontales. Algunas desventajas son su relativa escasa duración, la poca resistencia a la humedad y al peso (no podrían conformar una estructura portante que soportara un techo de torta), y la poca protección contra inclemencias climáticas si se utilizan de modo exclusivo. En la región, tradicionalmente se destinan a ambientes no habitacionales, como techos livianos y cerramientos parciales de cocinas, corrales y pirguas (Di Lullo y Garay 1969). Para ambientes que requieren mayor protección contra el frio, viento y lluvia, se suelen usar muros mixtos como los de quincha o, para mejor cobertura, cerramiento y durabilidad, de palo a pique en maderas duras y techo de torta de barro. Además de permitir más protección, estos maderos resisten el agua, el paso del tiempo y el peso de una cubierta de torta, sirviendo a la confección de estructuras portantes y muros macizos. A su vez, si son postes de quebracho pueden ser almacenados sin necesidad de protegerlos del agua, a diferencia, por ejemplo, del adobe (Viñuales 2007). El palo a pique resulta ventajoso para el hábitat local por la disponibilidad de sus materias primas, perdurabilidad y resistencia estructural. Dada la hasta ahora ausencia de evidencias arqueológicas de muros de tierra y el registro positivo de huellas y hoyos de posibles postes, de pisos arqueológicos con límites rehundidos, de agregados térreos pequeños y de un techo de torta de barro arcilloso, podemos hipotetizar con estructuras portantes (incluso muros confeccionados con maderos) desintegradas o desarmadas para su reutilización. ¿Por qué no pensar que modos constructivos semejantes a los actuales pudieron ser opciones desarrolladas y elegidas en el pasado, dado que a la eficiencia tecnológica-ambiental suman su potencial de reutilización infinidad de veces, para finalmente ser aprovechables como combustible de alto rendimiento?

Por supuesto, hay que considerar que la obtención y laboreo de postes y horcones requiere de una tecnología apropiada y un gasto energético importante (Concha Merlo 2022), más aún sin la disponibilidad prehispánica de hachas de metal. Por algo el vocablo quebracho alude a quiebra hachas. En este sentido, quizás las hachas arqueológicas líticas realizadas en materiales alóctonos registradas en sitios de la región (Reichlen 1940; Lorandi 2015) pudieron obtenerse y/o destinarse para estos fines. A esta tecnología pudo sumarse el fuego. Tradicionalmente en la zona se manejan de este modo las maderas duras y se ahuecan así morteros y bateas. Una vez preparados, los postes ofrecen las ventajas señaladas, por lo que cobra sentido el desarrollo de estrategias para aprovecharlos al máximo a través de la reutilización. ¿Para qué repetir tala y preparación teniendo materiales aptos en construcciones que no se utilizan?

Llegamos así a la cuestión de la reutilización. En una lectura de las fuentes coloniales locales ubicamos varias referencias -una ya citada- que pueden ser interpretadas como desarme de construcciones y recuperación y resguardo de maderos para reutilización. Estos datos sirven para plantear que dicha práctica se remonta, al menos, a la Colonia. Además, vemos cómo los desarmes no se realizaban solo ante peligro de inundación, sino también por deterioro (como en el caso Silva): “y no hay capilla porque la que tenían la deshicieron por estar muy vieja agora dos meses para volverla a hacer de nuevo” (Palomeque et al. 2005:404, cursivas nuestras)9.

También una relación de fines del siglo XVIII sobre los mocovíes de la zona del Bermejo nos muestra que el desarme de viviendas y recuperación de materiales por mudanza constituía parte de la lógica cultural indígena de la gran región (eficiente ante los frecuentes traslados que, en particular, caracterizaban a dichas poblaciones).

Sus ranchos se componen de 2, 6 u 8 palos delgados de 6 a 8 palmos de largo, que por abajo fijan en la tierra y por arriba unos en otros atraviesan de palo a palo [f.199] unas varillas, cargan sobre ellos paja o pieles (...) Cuando mudan de sitio, que no es pocas veces, cargan con todo el pueblo (...). En una hora se deshace un pueblo y en otra se reedifica (Canelo, en Maeder et al. 2016:313, cursivas nuestras).

La utilización prehispánica de materiales, técnicas y prácticas semejantes a las descriptas en los casos actuales y coloniales permitiría explicar la recurrente ausencia arqueológica de evidencias arquitectónicas, en particular de postes de maderas duras que, por su perdurabilidad y la presencia de techos de torta que los requieren para su sostén (ante la aparente inexistencia de otra estructura portante), sería esperable encontrar al menos eventualmente. La hasta ahora ausencia de registros arqueológicos de muros de tierra, la detección arqueológica de pozos de diámetros acordes a hoyos para implantación o retiro de horcones, el hallazgo de al menos un techo de torta que no parece haber podido sostenerse sino con una estructura de postes ante la ausencia de evidencias de muros, los pisos de tierra apisonada con plantas en forma rectangular y rebajados en sus perímetros, las semejanzas que presentan la conformación de los depósitos arqueológicos y etnográficos, y las referencias coloniales sobre las limitaciones ambientales planteadas para otros materiales toman posible hipotetizar con la utilización prehispánica de elementos y modos de construir semejantes a los de los casos de estudio actuales.

Aun así, esta hipótesis no pretende postular que, necesariamente y en toda época prehispánica en la región, se utilizaran estructuras de postes y muros de palo a pique (menos aun con la grandiosidad usada en la casa de Don Silva) y se practicara el desarme de construcciones y la reutilización de materiales. Como dijimos al inicio, pisos arqueológicos poco definidos y sin registro de huellas de postes ni de restos de posibles techos bien podrían indicar refugios más simples y livianos (cobijos de ramas, tiendas de pieles, etc.) y asentamientos menos estables para momentos más tempranos de la secuencia prehispánica local (como los de El Veinte y Quimili Paso; cfr. Taboada 2016), con eventual perduración posterior en asociación a poblaciones más móviles como los Lule referidos en las fuentes (Farberman y Taboada 2018). Otra cuestión se da para varias situaciones tardías de pisos arqueológicos consolidados y la del techo de torta de barro de SV150. En este caso también pudieron darse muros más ligeros (como la quincha) y que han perecido, pero a condición de contar con una estructura resistente capaz de sostener el techo de torta. Por su parte, se podría discutir si casos como estos no pudieron ser superficies techadas sin cerramiento lateral, ya que no se han hallado evidencias arqueológicas fehacientes de muros. Sin embargo, un análisis de eficiencia permite proponer una opción que parece más adecuada. Una cubierta de torta de barro, además de necesitar una estructura de sostén, básicamente se realiza para otorgar aislamiento de las inclemencias ambientales. Si no hubiera muros, o si estos fueran precarios y permeables al viento, al frío y al agua, la situación resultaría funcionalmente incongruente con la alta protección que ofrece un techo de torta de barro. De hecho, cubiertas para otros fines, como las enramadas para ofrecer sombra, se realizan actualmente con ramas y sin torta de barro, para que dejen pasar el fresco. Podemos suponer así, que la inversión en la construcción de una estructura para sostener un techo de torta se articulara con un cerramiento lateral, y que éste fuera resistente, eficiente y coherente a los fines de protección que ofrece una cubierta de dicho tipo.

CONCLUSIONES

La observación arqueológica de las situaciones etnográficas ofrece múltiples entradas para hipotetizar y modelar problemáticas sobre la conformación e interpretación del registro prehispánico del espacio habitacional. Por un lado, permite pensar algunas de las complejidades y posibilidades de constitución de los depósitos postdesocupación de una vivienda prehispánica y sus consecuencias en la conformación de algunos registros monticulares locales. Así, es posible hipotetizar que parte del crecimiento en altura y superficie de ciertos montículos arqueológicos usados con fines habitacionales se deba a una combinación de materiales constructivos degradados y/o solo parcialmente conservados (entre los que prevalecería tierra, suelta y en terrones, de revoques, rellenos y torteados del techo), elementos culturales procedentes del uso en el entorno, sedimentos eólicos entrampados entre ellos y por la vegetación o incluso arrojados y acomodados antrópicamente para reutilizar el lugar. También pudimos ver cómo situaciones de retiro de materiales para reutilización y acomodamiento y conformación rápida de nuevos pisos y usos podría generar depósitos de poca potencia, bastante limpios de restos culturales y con poca o nula arquitectura conservada in situ, pero no exentos de huellas o restos constructivos disgregados, no reutilizables o no recuperados ni retirados, como en SV150. Allí, casi inmediatamente sobre el nivel de techo, se halló una capa acotada de arena que, sobre la base de distintos indicadores, interpretamos como un posible evento antrópico para cerrar la ocupación previa. Por sobre ella se identificó otro nivel de uso con caracteres diferenciados al previo, sin registro de nuevas huellas arquitectónicas, posiblemente debido a una nueva utilización dada a dicho espacio, como en el caso Silva (cfr. Taboada 2016). En este sentido, es interesante que, en la zona, a las construcciones abandonadas se les llame tapera. A éstas se les hecha tierra encima para que no junten basura y alimañas. Es decir, se las tapa, se las cubre, se las entierra.

Una de nuestras hipótesis es que, prácticas locales semejantes a las registradas en la actualidad y época colonial, con mayores o menores diferencias y sin desechar otras alternativas, bien podrían haber sido desplegadas en el pasado prehispánico y ser parte de las causas del casi nulo registro arqueo-arquitectónico regional. Los caracteres propios de materiales y técnicas, sumados a circunstancias y contextos socioculturales y ambientales, pudieron hacer que la práctica de recuperación y reutilización de maderos, así como quizás estructuras portantes y técnicas mixtas como el palo a pique (o alguna semejante, en principio, menos compleja), se fueran desarrollando y eligiendo de entre las posibles soluciones constructivas.

Por su parte, como señalamos al inicio, algunos sitios locales ocupan grandes extensiones, con gran cantidad de montículos y amplio rango temporal (Represas de Los Indios, Sequía Vieja, Mancapa, etc.). Conocemos ya varios montículos con más de un piso arqueológico o nivel de ocupación, con diferencias cronológicas relevantes entre ellos, mediados por depósitos poco claros y potencias variables (por ejemplo, los montículos 1 de Mancapa y 2 de Quimili Paso; cfr. Lorandi 2015; Taboada y Rodríguez Curletto 2022). También hemos comprobado diferencias cronológicas significativas entre fechados de tres montículos casi colindantes entre sí en Mancapa (Taboada 2017). Mirados desde los contextos socioambientales de la época y los datos coloniales sobre movilidad residencial (Farberman y Taboada 2018), estas evidencias bien podrían dar cuenta de una dinámica intra y/o extrapoblados que, por un lado, implicara traslados y reocupaciones de lugares con iguales o distintos usos y, por otro, generara gran cantidad de montículos, de semejante y diferente cronología. Esta dinámica sería acorde con las prácticas tradicionales locales de traslado debidas a situaciones ambientales y deterioro de las viviendas, así como también a otros factores socioculturales e ideacionales que hoy encuentran su expresión en costumbres y creencias locales. Bajo esta hipótesis, deberíamos considerar la posibilidad de que parte de los cientos o miles de montículos que conforman los grandes sitios arqueológicos de la región pudieran corresponder a instalaciones de una misma unidad doméstica que va mudando hacia lugares más apropiados, multiplicando, así, su registro material. En dicho marco, resulta lógico pensar también que una eventual reutilización de materiales constructivos iría dejando montículos más o menos despojados de restos arquitectónicos y conformando otros con mezcla de viejos y nuevos materiales, incluso sobre espacios previamente ocupados.

En un trabajo anterior propusimos dos modelos básicos de habitar y de vivienda para contextos prehispánicos locales (Taboada 2016). Uno menos formalizado, quizás más temporal, asociados a pisos pocos definidos y sin registro de evidencias arquitectónicas, vigente a partir de al menos fines del primer milenio; y otro más permanente, asociable al registro de techos de torta de barro, pisos arqueológicos consolidados, hoyos de posibles postes y contextos prehispánicos tardíos (el que buscamos afinar en este trabajo). Uno y otro momento coinciden, aproximadamente, con las dos situaciones climáticas referidas al inicio del trabajo. El primero, concuerda con el Cálido Medieval, que tornó más húmeda la región y que pudo haber sido un desencadenante para la ocupación de la llanura santiagueña o para una mayor densidad de poblamiento respecto a momentos anteriores para los que casi no hay indicios arqueológicos (Taboada 2019). Esta época se asocia, además, con los primeros registros de montículos, tal vez como una estrategia para evitar los anegamientos en un período marcado por las precipitaciones. Las mismas circunstancias pudieron hacer que, por entonces, fuera eficiente la conformación de grupos humanos pequeños y traslados frecuentes, para sortear las inundaciones y seguir la caza (abundante en el registro arqueológico de la época), conformando asentamientos de pocos montículos. Estos son de corto rango de ocupación, con reajustes en la ubicación de rasgos de pisos (por ejemplo, sitio El Veinte, Lorandi 2015) que podrían indicar una movilidad residencial con eventual recurrencia o reocupación. Como decíamos antes, podemos especular con cobijos de ramas y, tal vez, de pieles para mayor protección contra la lluvia, constituyendo un tipo de resguardo de realización sencilla, fácilmente desmontable y eventualmente trasladable en lo que hace a materiales potencialmente valiosos de conservar.

En cambio, para momentos prehispánicos finales, coincidiendo con la época de los contextos de montículos con pisos arqueológicos consolidados y bien definidos y con restos de arquitectura analizados en este trabajo (Cayo López, Vilmer Norte y SV150) se da otra situación. Ocurre un nuevo cambio climático, la pequeña Edad de Hielo, fría y árida y con eventos ocasionales de mayor régimen hídrico (Cioccale 1999). Estas podrían haber sido condiciones suficientes para pensar en casas más abrigadas, con muros y techos más aislantes. Ya con una mayor estabilidad residencial, por desarrollo agrícola, manejo de animales domésticos, menor necesidad de traslados por disminución de los anegamientos, crecimiento poblacional y una situación sociopolítica de interacción con poblaciones locales y externas, los poblados se hacen más grandes y estables (Taboada 2019). En este contexto socio-ambiental, de asentamientos más estables, pero de clima más hostil, parecería eficiente la inversión en construcciones que ofrecieran mejor resguardo. De hecho, los pocos registros arquitectónicos conservados conocidos a través de la arqueología prehispánica local se asocian a estos contextos y época. Las alternancias con periodos de mayor aporte hídrico durante esta época también pudieron generar o mantener cierta movilidad residencial, como de hecho ocurría bajo el mismo clima durante la Colonia (y aún hoy) a pesar de las previsiones, en las que el traslado y reutilización de materiales resultaban (y resultan todavía) eficientes. Cuestiones básicas de eficiencia energética bien pudieron promover (o sostener, según modos previos) prácticas de desarme y recuperación de materiales para el rearmado y traslado de viviendas al interior de los poblados, incrementado el tamaño de los sitios. Podemos pensar así en una arquitectura que camina con la familia, para reconstruirse ante el deterioro, para escapar del agua que arrasa o para acercarse a los recursos. Y tal vez, también, porque otras necesidades y creencias así lo requerían, justificaban y regulaban, como las que se expresan a través de mitos y relatos del monte santiagueño vinculados al uso de la madera y el agua y a diversos motivos sociales que motivan el traslado del lugar de habitación.

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer muy especialmente a la familia Silva, por tantos años de cariño y por autorizarme a publicar fotografías de su casa; y a Don Segundo Carrizo por permitirme utilizar las de su vivienda. Agradezco a todo el equipo el acompañamiento de estos años, y en esta ocasión en especial a Jimena Medina Chueca, Silvina Rodríguez Curletto y Judith Farberman por sus aportes para este artículo. Agradezco a lxs evluadorxs por sus sugerencias. La investigación contó con subsidios PICT 2235 y 1021, PIP 156 y 265, PUE 0093 y PIUNT G604 y G502 obtenidos entre 2011 y 2018.

NOTAS

1 Este procedimiento está desapareciendo debido a la estigmatización y reemplazo de las viviendas, técnicas y usos tradicionales según nuevos modos constructivos y desarrollo de planes sanitarios.

2 Una causa de mudanza es la aparición de un ruiseñor (en quichua significa que hace cambiar de casa) (Abalos 1975:72). Otro signo lo dan “Los perros (que) andaban aullando seguido y, para peor, comenzaron a “reventar” las maderas del rancho. Ya no podían quedarse” (1975:72), donde es significativa la referencia adicional al deterioro de los postes como factor relevante del cambio de casa. Los rituales de abandono van de la mano de la mudanza. Abalos nos relata el por qué emiten gritos quienes dejan la casa: “Están llamando a su alma, señor. Si no lo hicieran, las almas de ellos se quedarían allí, en el rancho viejo al cual estaban acostumbradas” (1975:73). Las fuentes coloniales señalan el abandono de la vivienda por muerte de algún morador (Farberman y Taboada 2018).

3 Con fines instrumentales, usamos el término muros de tierra para referirnos de modo general a aquellos que usan este material como componente mayoritario, diferenciándolo así de otras técnicas (como las mixtas) donde este no es el elemento básico.

4 Clase Arcillosa según triangulo textural (Guillermo Ortiz, comunicación personal).

5 La sustitución de viviendas se da en el marco del Plan de erradicación de viviendas rancho en la lucha contra el mal de Chagas (Olivarez y Rolón 2021), y obliga al derribe de las casas tradicionales.

6 En el centro oeste de Santiago del Estero podrían ser más usados (Delfín et al. 1979).

7 Esto no discute que, en otros contextos temporales, sociales y ambientales locales, el adobe constituya una tecnología apropiada y actualmente sostenible, como lo demuestran algunos proyectos de autocons-tracción en medios rurales de la región (Taboada Terzano 2002; Instituto de Estudios para el Desarrollo Social 2022).

8 Aunque otras técnicas en tierra requieren poca agua (como el tapial o las champas), dados la nula detección de indicios arqueológicos de estas, la ausencia de uso en referencias coloniales y etnográficas locales, el semejante problema con el ascenso de humedad (Viñuales 2007) y el hecho de que la tierra es de los materiales constructivos más vulnerables a la acción del agua (Rainer 2008) consideramos su menor probabilidad de desarrollo, habiendo otras opciones más acordes al ambiente y a las tradiciones tecnológicas locales. Igualmente se mantienen en vista para su potencial detección con análisis ad hoc.

9 Otros ejemplos en Palomeque et al. (2005:221) y en Castro Olañeta (2017:460).

Fecha de recepción: 10 de octubre de 2022

Fecha de aceptación: 22 de febrero de 2023

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