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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.21 Córdoba jun. 2009

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

La utopía de los sesenta: Una aproximación al quiebre del sistema democrático en Chile , 1973

Isabel Torres Dujisin
Universidad de Chile 

 


Resumen
El artículo propone una relectura de una secuencia de acontecimientos a fines de la década de cincuenta, que permita entender la ruptura democrática que representa el año 1973, en un tiempo de cierta extensión. Se plantea como punto de partida, los últimos años del segundo gobierno del general Carlos Ibáñez, y en particular el año 1957, cuando se suceden una serie de hechos significantes que se enlazan con cambios fundamentales desde la perspectiva de la construcción y del sentido del futuro. Estos cambios, que ocurren en distintos niveles, pueden ser sutiles y muchos de continuidad, pero en conjunto van a determinar los posteriores desarrollos políticos. La especificidad de una crisis social y política como la de 1973, no es suficiente con considerar las causas más inmediatas, ni menos, los hechos puntuales suponiéndolos como una respuesta exacerbada de la polarización que el país vivía. Se hace imprescindible abordar el tema desde una perspectiva más amplia. En definitiva, no se puede continuar con la vieja dialéctica de vencedores y vencidos, se debe "con el lenguaje de la razón propio de los historiadores" abordar los antecedentes de la crisis, su desarrollo como reacción y revolución, los conflictos políticos y revisar el rol que tuvo la intervención de las potencias extranjeras.

Palabras claves: Historia política-partidos; Quiebre democrático; Revolución; Proyectos políticos.

Abstract
This article by the end of proposes a new view of a sequence of events the decade of fifty, that allows to understand the democratic rupture that it represents year 1973, in a time of certain extension. One considers like departure point, the last years of the second government of the general Carlos Ibáñez, and in individual year 1957, when a series of significant facts that follows one another they connect with fundamental changes from the perspective of the construction and the sense of the future. These changes, that happen in different levels, can be subtle and many of continuity, but altogether they are going to determine the later political developments. The specificity of a social and political crisis like the one of 1973, is sufficient with considering the causes immediate, neither the less, the precise facts supposing them like a exacerbated answer of the polarization that the country lived. One becomes essential to approach the subject from one more a ampler perspective. Really, it is not possible to be continued with old the dialectic one of overcome winners and, is due "with the language of the own reason of the historians" to approach the antecedents of the crisis, their development like reaction and revolution, the conflicts political and to review the roll that had the intervention of the foreign powers.

Keywords: Political history; Democratic breakdown; Revolution; Political projects


 

Este ensayo apunta a reflexionar sobre los antecedentes del quiebre del sistema democrático chileno en 1973, para lo cual se hace necesario en primer lugar, dilucidar en qué momento de nuestra historia se pueden encontrar acontecimientos modales y elementos que nos permitan ir encadenando hechos fundantes ligados a la ruptura y crisis política que representa el golpe de Estado de 1973.

Distintos autores han abordado el tema con distinto énfasis; se señala que el golpe de Estado habría sido resultado de una conjunción de elementos, entre los cuales se menciona la ruptura total de los consensos básicos en el campo político, económico y social y la consiguiente perdida de legitimidad y, en consecuencia, de autoridad de las instituciones y poderes del Estado, incluidos los instrumentos democráticos de solución de conflictos (Boeninger, 1997); o bien, como se ha señalado, que la crisis del 73 puede ser considerada coyuntural, pese a su intensidad expresada en el desarrollo de condiciones de guerra y del consiguiente clima ideológico pasional e "irracional", y que desde 1964 se venían produciendo algunos desequilibrios, debido a la disminución de las tendencias coalicionales y por ello la capacidad de negociación (Aldunate, Flisfisch y Moulian, 1985). Una interpretación más global señala que el quiebre de la democracia se debe entender como el fracaso en la estructuración de un centro político viable en una sociedad altamente polarizada, con fuertes tendencias centrífugas (Valenzuela, 1978). Está también aquélla que destaca factores económicos y políticos; el aumento del nivel de la demanda social; la inflación que no se lograba controlar, produciendo insatisfacción política, sumado a una imposibilidad de completar el proceso de reformas —políticas en su mayoría— en parte por la difícil relación entre poder ejecutivo y poder legislativo (Angell, 1993). Finalmente, aquellas miradas casuísticas sobre el "incendiario" discurso del secretario general del PS, quien al reconocer la existencia de contactos con marinos y suboficiales rebeldes de la Armada, habría alentando la sublevación militar y, de este modo, cruzado el último umbral hacia el barranco (Allamand, 1999).

Posiblemente, la mayoría de estas interpretaciones tienen algo de verdad; sin embargo, aún falta seguir pensando en el porqué se produce un golpe de Estado con tal grado de violencia. Con anterioridad hubo acciones de esta naturaleza; incluso una guerra civil. Los militares habían intervenido en la vida política, en tanto órgano represor como en un rol activista, pero la asonada del año 73 fue diferente.

En 2003, cuando se cumplieron treinta años de la tragedia, en una columna de opinión, Sergio Muñoz se preguntaba: "¿De qué vientre nació una criatura como el tirano que se instaló en el poder en 1973?", y él mismo respondía, "del vientre de una sociedad polarizada hasta la exasperación, llena de miedos y de rabia, angustiada frente al futuro, en la que los sectarismos habían llegado muy lejos, y donde la ceguera política pavimentó el camino a quienes esperaban ansiosamente la hora de sacar los cuchillos. ¿Por qué no pudimos salvar en 1973 el marco de la civilización que era la democracia? Pues, porque en los años previos hubo "prioridades superiores" a ella: hacer la revolución, para unos, e impedirla para otros. ¡Cualquier transacción hubiese sido preferible en 1973! No haberlo entendido así es la más grave responsabilidad de los líderes de entonces1"

Pareciera ser necesario volver a revisar, a reformular y establecer nuevas relaciones que permitan sacar algunas "lecciones de la historia", en el supuesto de que que se pueda aprender de la historia. Y si aquello es posible, ¿qué y cómo se puede aprender?

Un primer requisito para poder aprender de la historia es enfrentar –y no silenciar ni reprimir– las preguntas y problemas no resueltos, abrirse a la critica; porque tal y como lo señala Habermas, "cuando nos ponemos a aprender de tales desengaños, con lo que nos topamos siempre es con un trasfondo de expectativas defraudadas. Y tal trasfondo se compone siempre de tradiciones, de formas de vida y de prácticas que compartimos como miembros de una nación, de un Estado o de una cultura, de tradiciones a las que los problemas no resueltos han privado de su obviedad y han puesto en cuestión" (Habermas, 1998: 51).

Planteado así el problema, surgen preguntas acerca de nuestra historia reciente. Las décadas del sesenta y setenta en América Latina representan la época en que se pensó que era el momento de avanzar hacia la solución de los grandes cambios que la sociedad requería, una sociedad más justa, más igualitaria; y esto de acuerdo al imaginario de esa época, se alcanzaba a través de la revolución –y Chile no estuvo ajeno a esta ilusión–. Se vivió la ideología revolucionaria. No bastaba con reformas, había que hacer la revolución, era el camino hacia la tierra prometida llamada socialismo.

El horizonte en la región se caracterizó por una creciente movilización popular, lo cual era leído como un estado prerrevolucionario, y la revolución era un eje articulador de la sociedad.

En Chile, este eje fue arraigándose en la sociedad: incluso en un partido de centro, como la Democracia Cristiana, se planteaba la "revolución en libertad". Para la derecha, apareció el fantasma de la revolución. Y cabe la pregunta ¿cuál era el grado de correspondencia entre la situación histórica objetiva y las experiencias subjetivas expresadas en los conceptos usados? ¿No había en el lenguaje político, una cierta esquizofrenia en relación con la práctica política? ¿Se estaba realmente en un estado prerrevolucionario?

Las preguntas que surgen sobre el origen y naturaleza del proyecto revolucionario son muy diversas, como por ejemplo, ¿cuándo la izquierda deja de lado su propuesta reformista y decide "quebrarle el espinazo al capitalismo", distanciándose de una larga trayectoria de lucha por los derechos de los sectores populares, por leyes sociales justas y por poner freno a las desigualdades de una sociedad marcada por el poder oligárquico, para luchar por el socialismo? ¿Cuándo la lucha por la democratización de la sociedad deja de hacer referencia a la ampliación del poder y pasa a ser una expresión ideologizada? ¿Cuándo la derecha deja de lado su conducta retaguardista en lo político e individualista en lo económico, para transitar sin reparos al "fin que justifica los medios"? ¿Cómo y quiénes van construyendo los liderazgos al interior de los sectores políticos y que expectativas de futuro van generando? Todas estas preguntas resultan ineludibles, cuando se debe enfrentar "el hecho brutal de que la izquierda chilena encabezó un gobierno que fue la antesala el infierno" (Ottone y Muñoz, 2008: 24).

En el escenario mundial se vivía una época agitada: movimientos estudiantiles en Paris, la guerra de Vietnam y las protestas contra esta guerra desde el hippismo a las movilizaciones de la izquierda internacional; la revolución cubana. Es decir, existía una coyuntura cruzada por los cambios, que como se ha señalado, no fue ajena para Chile.

Durante la década de los sesenta, no obstante haber un cierto consenso respecto de la necesidad del cambio, paradojalmente el país comenzó a polarizarse social y políticamente. Durante ese período se produjo un cambio en el imaginario colectivo, modificándose las representaciones que constituían las certezas que la sociedad tenia internalizadas; ésta fue una circunstancia decisiva, un momento de inflexión dentro de lo que habían sido las relaciones al interior de la sociedad (Torres, 2000: 127).

En una propuesta de análisis para entender la ruptura democrática que representa el año 1973, en un tiempo de cierta extensión, se pueden plantear como punto de partida los últimos años del segundo gobierno de Carlos Ibáñez, cuando una serie de sucesos van a cambiar en muchos sentidos la perspectiva de ese presente y el sentido del futuro.

El gobierno de Ibáñez representó una etapa de transición entre dos modos y dos concepciones diferentes del quehacer político: la época de los cuarenta y la de los sesenta. La primera se caracterizó por el rol político que representó el centro laico –el radical–, que facilitó las políticas coaliciónales junto a la bipartición al interior de las agrupaciones político partidistas, lo que flexibilizó el sistema partidario. El segundo ciclo se caracterizó por la imposibilidad de alcanzar alianzas amplias, y por la inclinación a establecer proyectos autosuficientes y excluyentes. En la intersección de ambas etapas se ubica el gobierno de Ibáñez.

A mediado de los cincuenta se inicia una metamorfosis en la sociedad donde el deseo apasionado por llevar adelante cambios profundos forma parte de las visiones de futuro por lo que cada hecho, cada acontecimiento, cada movilización adquiere una nueva significación.

Imperceptiblemente en un comienzo, y luego de manera más palpable, se fue instalando tanto dentro de los partidos políticos de izquierda, como en las organizaciones sindicales y estudiantiles una radicalización política, que se expresó en la convicción de que la única posibilidad para salir de la condición de pobreza, marginación y subdesarrollo en que vivían los sectores populares era la de impulsar cambios profundos y radicales. Para este sector, aquello suponía que se debían establecer alianzas exclusivamente entre los partidos de izquierda, dado que consideraban que sólo ellos eran capaces de llevar adelante un proyecto de tal naturaleza.

Por otra parte, la derecha, que se expresaba a través de los grupos económicos y del parlamento y mas débilmente a través de sus partidos, una y otra vez mostraba su incapacidad para levantar una propuesta política y una visión de sociedad con proyecciones de futuro, al encontrarse capturada esencialmente por sus intereses privados. Comenzaban a hablar de una "crisis orgánica", entendida como un desequilibrio que iba desde lo político, a lo económico, lo social y lo moral. A pesar de tener ese diagnóstico, no fueron capaces de levantar una respuesta que diera solución a su propio análisis

Entre los partidos de centro se ubicaba el Radical, que se hallaba muy debilitado y desacreditado políticamente;había perdido su rol de articulador de alianzas amplias y, por otra parte, enfrentaba los conflictos internos entre las diversas fracciones y tendencias que existían. Estaba también el naciente Partido Centro Católico, con características inéditas, que iniciaba el despliegue de su poder.

El año 1953, después de un largo periodo de conflictos y debilidades, se logra organizar la Central Única de Trabajadores (CUT), los que permitió en el mediano plazo tener una organización capaz de defender los intereses de la clase obrera. Al año siguiente de su creación, y a raíz de las continuas alzas de precios y una muy alta inflación anual, el gobierno debió enfrentar una serie de movimientos huelguísticos, dirigidos por la naciente organización sindical, cuya demostración fueron los exitosos paros generales de 1954 y 1955.

Frente a la crisis, el gobierno contrató a un equipo de expertos norteamericano (la Misión Klein-Saks) para hacer un diagnóstico y una propuesta de cómo resolver la crisis económica. El diagnostico que hizo la Misión señaló que la crisis se debía al excesivo nivel de demandas, al alto nivel del gasto público y las restricciones estatales al funcionamiento de libre mercado; propuso a la par, una serie de medidas propias de una concepción de la ortodoxia económica liberal. Sin embargo, las medidas no lograron resolver ni a corto ni a mediano plazo la crisis económica, como tampoco detener significativamente la inflación; produjeron en cambio un aumento de la presión social.

La propuesta de la Misión constituyó el primer intento de llevar adelante un programa de orientación monetarista como estrategia para detener la inflación, junto a políticas de liberalización de los precios y del comercio exterior; produjo el deterioro de las condiciones económicas de las clases medias y populares, el aumento de la presión social y de demandas crecientes, con el avance de los métodos mas confrontacionales.

En marzo de 1956, y como expresión del fortalecimiento de los partidos de izquierda, se formó el Frente de Acción Popular (FRAP), organismo que selló la unidad entre socialistas y comunistas, nombrándose como su presidente a Salvador Allende. La formación del FRAP fue una expresión inequívoca respecto de la convicción ideológica y pragmática de la necesidad de superar las divergencias entre comunistas y socialistas2. Esta instancia política debe ser entendida como la antecesora directa de la Unidad Popular, coalición que llevó a Salvador Allende como candidato en 1970 y logró su elección como Presidente de la República.

No obstante la importancia que representó esta coalición para el fortalecimiento de la izquierda, aquello no zanjó la cohabitación de dos visiones diferentes. Por un lado, la política de alianza limitada de un Partido Único Revolucionario de los Trabajadores, propiciado por el Partido Socialista, y por otro, la posición de los comunistas, que sostenían la necesidad de formar un frente amplio, es decir una coalición que agrupara a sectores más allá de la izquierda (Arrate y Rojas, 2003: 343). Este sector concebía la constitución de una fuerza "por los cambios de contenido democrático antiimperialista", asociada a un proyecto de cambios revolucionarios pero al interior del sistema democrático legal (Furci, 1994: 128). Después de largas negociaciones, donde en definitiva se estaba definiendo la política de alianzas para enfrentar las elecciones presidenciales de 1958, se impuso la tesis de la coalición de partidos obreros propiciada por el PSCH, con una ambivalencia, ya que en su definición programática, se acogió la moción democrática y antiimperialista del Partido Comunista.

El Partido Comunista Chileno, que adhería plenamente a la línea del Partido Comunista de la Unión Soviética, en una declaración de la Comisión Política de diciembre de 1956, señalaba que "en el curso de este año, como resultado de la experiencia chilena y de las nuevas tesis marxistas y cambios emanados del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, se ha logrado un importante avance en el camino del entendimiento entre los partidos socialista y comunista, así como entre estos partidos y los demás integrantes del FRAP3"

Sin embargo, particularmente durante el año 1957, convergieron una serie de hechos que marcaron sustancialmente el quehacer político y que marcaron el posterior curso de los acontecimientos, que se irán desplegando y arraigando hasta el quiebre del sistema democrático. Hechos que van a operar como "punto de partida" o "punto de referencia" de los cambios y rupturas características del clima político de los sesenta, donde la actividad política se encontraba atravesada por la pasión y la ilusión, que tal como señala Lechner "la política se alimenta de la subjetividad social. La gente evalúa a los gobiernos en función de las emociones que vive, es decir los sentimientos de esperanza, los miedos y anhelos de las personas" (Lechner: 2002, 158).

Pero cuáles fueron los hechos que marcaron este cambio. Un primer elemento fueron las elecciones parlamentarias de 1957, que por estar a un año de las elecciones presidenciales fueron vistas como un test de medición de las fuerzas políticas4.

En un contexto eleccionario, la cuestión del alza del costo de la vida adquirió particular relevancia, gestándose un clima de inquietud política y agitación social, en el cual la deteriorada situación económica actuó como caldo de cultivo, con el incremento de las movilizaciones y el fortalecimiento de la alianza del movimiento de estudiantes con las organizaciones sindicales.

Las soluciones que el gobierno proponía no apaciguaban los ánimos, sino que agudizaban el clima confrontacional más aún cuando se limitaban a culpar a los comunistas de las movilizaciones, sin asumir los efectos de la crisis económica. Sintomáticamente, el diario El Mercurio comenzó a advertir que "está en marcha un plan subversivo comunista y de agitación nacional"5.

En ese contexto ocurren los llamados "sucesos del 2 y 3 de abril". A fines de marzo de 1957, la puesta en vigencia del aumento del valor del pasaje del transporte público constituyó una nueva alza, lo que agitó más aun el clima político. En Valparaíso se formó el "Comando Contra las Alzas", integrado por la CUT; las federaciones de estudiantes de las universidades Católica y de Chile; el Frente de Acción Popular; el Partido Radical; la Falange Nacional y la Federación de Estudiantes Secundarios. Se organizaron varias marchas masivas que recorrieron el puerto, para terminar con un amplio mitin. La policía actuó violentamente disparando contra los manifestantes, lo que provocó numerosos heridos y un muerto. La manifestación culminó con la ocupación de la ciudad por los marinos. La represión no impidió que las protestas continuaran.

El 1°de abril, el movimiento se extendió a Concepción y Santiago, y alcanzó en la capital su mayor magnitud y violencia. Los estudiantes universitarios y secundarios iniciaron la lucha contra las alzas en Santiago . Salieron a la calle el 1º de abril y al caer la noche la represión se agudizó y se produjo la primera victima, una joven universitaria. Al día siguiente, la noticia del asesinato aumentó la indignación y la ciudad se vio estremecida por uno de los movimientos populares más importantes que se tenga recuerdo en dicho periodo.

Aunque el comité contra las alzas, que había llamado a protestar, estaba integrado en su mayoría por miembros de los partidos de izquierda, la movilización del 2 de abril fue una rebeldía sin una manifiesta dirección política. Los estudiantes participaron bajo la conducción de sus federaciones, en cuyas direcciones había comunistas, socialistas, radicales y falangistas; pero tanto ellos como la CUT y el FRAP fueron sobrepasados por los acontecimientos.

En el informe al XXIV Pleno del Comité Central del Partido Comunista, de mayo de 1957, Luis Corvalán —que posteriormente asumiría como su secretario general— realizó una dura autocrítica respecto de la falta de iniciativa que había tenido el partido en los sucesos de abril, al señalar que "nos faltó mejor orientación y más audacia. La desvinculación de las masas es lo que, esencialmente, explica estas fallas"6, posición que será permanente en la línea de los comunistas durante las décadas siguientes.

A partir de dicha experiencia pasó a tener mayor importancia la discusión interna sobre el tema de las "vías" y en aquel debate se impuso la "vía pacífica", lo que produjo la expulsión de un importante número de jóvenes comunistas que sostenían la "vía insurreccional", y la confirmación de una política de masas en oposición al "aventurismo ultra izquierdista pequeño burgués". Por otro lado, los mecanismos de "control y cuadros" van a estar presentes permanentemente, para evitar nuevas "desviaciones ultra izquierdistas"; no es de extrañar por lo tanto la poca empatía e influencia que tuvo la revolución cubana y las vanguardias revolucionarias de la década de los sesenta en dicho partido.

Asimismo, los sucesos del 2 y 3 de abril de 1957 también contribuyeron a lograr la unidad del Partido Socialista. Después de casi diez años de división, se logró la reunificación de los dos sectores: el Socialista Popular, dirigido por Raúl Ampuero, y el Socialista de Chile, encabezado por Salvador Allende. Se ha señalado que ese hecho fue un factor decisivo para la unificación del Partido Socialista, como así lo señalaba el dirigente socialista Clodomiro Almeyda, quien sostenía que los sucesos de abril habrían favorecido la unificación del PS (Arrate y Rojas, 2003: 162).

Por su parte, Salvador Allende, líder de una de las corrientes, sostenía que el socialismo en Chile se debía definir como una revolución democrática y popular, donde se le reconoce a la clase trabajadora su papel de dirección y orientación. Las tareas inmediatas serían profundizar la democracia, lograr una mayor independencia nacional y alcanzar el máximo de bienestar social. Su punto de vista dentro de su partido no era mayoritario.

En suma, el Partido Socialista Unificado ratificó su línea del "socialismo revolucionario", y la idea del "Frente de Trabajadores". Se confirmó el rechazo a la colaboración con los partidos de centro y mantuvo la actitud crítica pero de colaboración con el Partido Comunista y su política de alianzas sólo entre la izquierda.

Ambos partidos, socialista y comunista, tenían conciencia de las diferencias en las líneas políticas, no obstante, privilegiaron el consolidar la alianza a partir de lo que los unía, dejando de lado las diferencias. Posteriormente, durante el gobierno de la Unidad Popular estas volverán a hacerse explicitas.

Ese año se funda el Partido Demócrata Cristiano, que se propone ser una alternativa al capitalismo y al socialismo, para lo cual optaron en la búsqueda del poder, por la estrategia del "camino propio" para solucionar lo que ellos definían como una "crisis integral" de Chile. Este partido va a competir con los partidos de derecha, que habían mantenido una relación casi simbiótica con la Iglesia, por el electorado católico,. La presencia de este nuevo referente dentro del mundo católico va a tener una enorme importancia dentro de las prácticas sociales del organismo clerical, fundamentalmente durante la década del sesenta.

Y como si ese año no hubiese sido lo suficientemente convulsionado, a fines de octubre se agregó la primera ocupación de terrenos que dio origen a la toma de la emblemática población "La Victoria", realizada por un grupo de pobladores provenientes de un asentamiento levantado aproximadamente en 1947. En esa época, los partidos de izquierda no habían construido una política hacia el mundo poblacional, por lo que efectivamente no fueron los organizadores, sin embargo rápidamente respaldaron la acción.

Posteriormente, las tomas de terreno fueron propagándose, lo cual resulta comprensible si se atiende al nuevo escenario político en los sesenta, en que se advierte una mayor capacidad y decisión de movilización.

De este modo, la secuencia de hechos que ocurrieron a fines de los cincuenta, influyó en muchos sentidos en el accionar político en la década siguiente.

La izquierda sentía que tenía la capacidad y se planteó la posibilidad de llevar adelante un proyecto revolucionario, sin necesidad de formar alianzas fuera de su sector, más aun negándose o subvalorando la construcción de coaliciones más amplias. Las diferencias de visiones de futuro se hicieron evidentes durante el gobierno de la Unidad Popular, y una muestra puntual se ve a través del lenguaje utilizado y, en particular, con las consignas que enarbolaba cada sector, que iban desde el "avanzar sin transar" a "el pueblo unido jamás será vencido". Entre ambas había diferencias no sólo discursivas, sino que fundamentalmente eran distintas propuestas de acción.

La emergencia de la Democracia Cristiana, y los cambios ocurridos al interior del mundo católico, constituyron también un factor problemático. Se ha hablado reiteradamente del efecto centrifugador que hizo este partido al impulsar tanto a la izquierda como a la derecha a los extremos, justamente porque este nuevo centro no-aliancista le disputaba electorado a ambos sectores (Valenzuela: 1978, 44).

En este nuevo escenario, caracterizado por una atmósfera de cambios radicales y por la declinación del poder electoral de los partidos de derecha, este sector logra paradojalmente el triunfo en las elecciones presidenciales del año 1958. Su éxito electoral no fue el resultado del crecimiento electoral, sino de la dispersión electoral con cuatro candidaturas. Al término del gobierno, la derecha quedo debilitada, relativizando el valor de la democracia, lo que se reflejó tanto en los discursos, como en la emergencia de grupos de ultra derecha que llevaron a cabo acciones violentas.

La oportunidad del nuevo centro político, llegó en las siguientes elecciones presidenciales, en 1964, con el gobierno de Eduardo Frei, que logró el triunfo con los votos de la derecha, que apoyaron al candidato demócrata cristiano, a su pesar y como opción de "mal menor". El candidato de la Democracia Cristiana contó con un significativo respaldado económico de EEUU, que veía con horror cómo en América Latina se encendía el discurso revolucionario y antiimperialista.

No obstante aquello, el gobierno de la Democracia Cristiana, con su propuesta de "revolución en libertad", fue un gobierno reformista, que implementó por primera vez, de manera efectiva, la reforma agraria, que integró a los beneficios del Estado a sectores que habían permanecido marginales a través de la promoción popular; e incorporó a un importante grupo de tecnócratas desarrollistas, que elaboraron transformaciones en beneficio de las grandes mayorías nacionales. Prácticamente no contó con el respaldo de la izquierda y tuvo a la vez una fuerte resistencia de la derecha.

Cuando Salvador Allende triunfa en las elecciones presidenciales de 1970, respaldado por la coalición de izquierda, la Unidad Popular, las miradas se dirigen a este nuevo modelo, la "vía legal al socialismo" , que se observa con atención e interés, por las probabilidades de replicarse y genera grandes expectativas tanto en América Latina como en Europa.
Sin embargo, este nuevo modelo tenía "pies de barro": se había alcanzado el triunfo con una mayoría relativa, con sólo dos puntos más que el candidato de derecha, a lo que se sumaban las originarias diferencias políticas estratégicas existentes entre los dos principales partidos de la coalición y que a la hora de definir políticas concretas adquirieron mayor relevancia.

Desde la perspectiva del presente, cabe preguntarse cómo se pretendía llevar a cabo un programa de reformas tan profundas al interior del régimen democrático, sin contar con apoyos políticos mayoritarios. La miopía política de aquel momento hizo que aquello no fuera visto como una limitación; primaron las visiones extremadamente ideologizadas. La izquierda se planteaba, por lo menos en el discurso, avanzar más allá de lo que la institucionalidad le permitía, y en la Democracia Cristiana, los criterios estaban divididos: había sectores que veían con buenos ojos avanzar hacia cambios más revolucionarios, pero no representaban las posiciones oficiales dentro del partido, ni tampoco eran mayoritarias; junto a sectores mayoritarios que se habían alineado con los golpistas.

Cuando la izquierda incorpora el discurso revolucionario, que significaba impulsar cambios radicales para los amplios sectores, aquello no estaba unido a la necesidad de alcanzar apoyos también mayoritarios en las urnas.

Para lograr el éxito de la vía chilena al socialismo, se debería haber trabajado por conseguir el respaldo de una mayoría política y social, lo que implicaba necesariamente establecer alianzas; pero aquello no se percibió como algo imperioso: se abandonaron paradojalmente, los mecanismos que históricamente habían sido utilizados y que formaban parte de su larga trayectoria política de lucha democratizadora.

En el centro demócrata cristiano, se instaló la desconfianza hacia la izquierda, lo que hizo que fueran incapaces de flexibilizar su propuesta hegemónica.

Para la derecha, cada vez con menos capacidad de levantar propuestas que concitaran apoyo popular, el sistema democrático y las elecciones no constituían un incentivo político; por lo tanto, el cruzar la vereda a los cuarteles y al autoritarismo, no implicaba mayores pérdidas de las que ya enfrentaba.

Pensar en la historia del tiempo presente es pensar en la historia de un pasado que no está muerto, un pasado que aún es llevado por la palabra y las experiencias de individuos vivos, que están singularmente impregnadas de lo que pasó.

La izquierda debió ser capaz de llevar adelante en programa reformista que contara con apoyos de mayorías sólidas y aquello pasaba por llegar a acuerdos con la Democracia Cristiana y romper con la estructura que tenia el sistema de partidos de tres tercios irreducibles, que le daba al régimen político una complicada inestabilidad.

Sin embargo, la ilusión de que se avanzaba hacia la tierra prometida, una sociedad con justicia plena, obnubiló la perspectiva, minimizando el accionar de una derecha aterrorizada, dispuesta a todo y por supuesto entre aquello estaba dejar de lado el sistema democrático. En la izquierda primaron, tanto los nobles deseos de una sociedad más justa como un voluntarismo radical, que dejaba atrás una tradición de avances reformistas que había contado con respaldo también en las urnas. La democracia, por imperfecta que pudiera ser, era, sin lugar a dudas, sustantivamente mejor que lo que ocurrió durante los largos años de la dictadura autoritaria.

Notas

1. Entrevista en el diario La Nación, domingo 17 de agosto, 2003.

2. Esta combinación política estaba integrada por los partidos Socialista Popular, Socialista de Chile, Comunista y Democrático.

3. El Siglo, Santiago 3 de junio, 1956.

4. En dicha elecciones los partidos tradicionales recuperaron en parte su votación y se produjo el debilitamiento del independentismo, reduciendo el número de partidos a 17, de 29 que había existido durante el ibañismo. El Partido Conservador alcanza el 13,8 % de la votación; el Liberal logra el 15,34 %; el Radical se recupera con un 221, 46%; el Partido Socialista logra el 10, 7% y el Partido Comunista aún está ilegal.

5. El Mercurio, Santiago, 12 de enero de1957.

6. Revista Principios, 1957-Mayo- junio N° 63

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