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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.29 Córdoba jun. 2013

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Un relato con diversos horizontes de espera1

Ana María Mohaded2


Resumen
Hace tres años escribí gran parte del texto que sigue a continuación, presentado en el III Seminario Internacional Políticas de la Memoria: «Recordando a Walter Benjamin»3. En ese momento estaba terminando en Córdoba uno de los primeros juicios a genocidas por delitos de lesa humanidad luego de declararse inconstitucional las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Se condenaba a perpetua y cárcel común a Menéndez. Ciertamente creí que se cerraba la etapa de testimonios ante la justicia. Hoy, con el juicio denominado «megacausa de La Perla» una nueva citación tira hacia el pasado. El apoyo colectivo es mayor. Hay más psicólogos en el equipo de acompañamiento (que funcionan ligados a la Universidad Nacional de Córdoba y al Programa Nacional de Acompañamiento y Asistencia Integral a los Querellantes y Testigos Víctimas del Ter rorismo de Estado), más testigos (son casi 800), más abogados de querellantes (tres equipos: de Familiares e H.I.J.O.S., de Abuelas de Plaza de Mayo, y del Ser vicio de Paz y Justicia), pero esto no nos salva del enorme extrañamiento temporal y afectivo en la construcción del relato de los campos de concentración, mientras intentamos andar en el efímero presente, en el transito movedizo hacia tantos futuros deseados.
Palabras Claves: Memoria; Democracia; Dictadura; Justicia.

Abstract
Three years ago I wrote much of the following text presented at the Third International Seminar on the Politics of Memoria: «Remembering Walter Benjamin». At that time in Cordoba was finishing one of the first genocide trial for crimes against humanity after declared unconstitutional the laws of Full Stop and Due Obedience. Menendez was condemned to perpetual imprisonment in common jail. Certainly I thought the stage of Testimony in Court was closed. Today, with the trial called «La Perla Megacauses» new citations strip backwards. The support group is larger. More psychologist in the accompanying equipment (linked to the National University of Cordoba and the National Comprehensive Programme Care and Assistance to the Plaintiff and Witnesses Victim of State Terrorism). More witnesses (almost 800), more attorneys plaintiffs (three teams of families and H.I.J.O.S., the Grandmothers of Plaza de mayo and Peace and Justice Ser vice). This does not save the enormous temporal and emotional estrangement in building the story of the concentration camps. While tr ying to walk in the fleeting present we transit moving towards desired futures.
Keywords: Memory; Democracy; Dictatorship; Justice.


 

Desarrollo

Las líneas de tiempo son diversas. Puede haber rectas, y -a su vez- a término, inconclusas, o con largos intervalos de puntos suspensivos pero que avanzan como persiguiendo una utopia. O curvas, que se pierden en desvíos infinitos, o que producen hermosos arabescos, poniendo un estilo propio a cada trayecto. Y también puede haber paralelas, de las que se saben hermanas aunque nunca se encuentren, y de las que les cuesta reconocer a sus pares, terminando encapsuladas en su raya de soledad. Asimismo, existen líneas quebradas, que viran hacia horizontes no trazados, o bruscamente cortadas, hachadas, partidas en el esplendor de su trazo. Y finalmente las hay circulares, de esas que vuelven al punto de partida, pero en otro tiempo diferente.

Cuando pienso en los treinta años de democracia en Argentina, la línea me empuja a cada instante hacia adelante, obligándome a mirar en proyección, en una especie de «horizonte de espera», y al mismo tiempo me arrastra hacia atrás, y salta del 83 al 76, y al 73, y al 69, ampliando las claves sobre las que reconozco el «espacio de experiencia» que tensiona la dinámica histórica de este período. Según Paul Ricoeur, el presente vivo de una cultura no puede reducirse a un punto en la línea del tiempo, a un mero corte entre un antes y un después.

«Solo puede definirse de ese modo un instante cualquiera, no el presente vivo. Este último media en la dialéctica que existe entre el espacio de experiencia y el horizonte de espera, en la medida en que se dan en su seno el pasado reciente y el futuro inminente» 4

¿Qué línea elegir? Todas estas me atraviesan. Pero hoy me asombran sobre todo aquellas que, a treinta años de democracia, dibujan su presencia circular. Puedo recorrer algunas marcas en términos de memorias, y revisar el punto de convergencia entre las que transitan subjetiva e individualmente y las colectivas que la habilitan, comprimen, alimentan, estructuran, y -también- la reciben para integrarla. Reviso esa circularidad llagada que exige una revisión del «presente del pasado», una indagación del pasado -traído a empujones con la pretensión de menguarle su potencia ulcerosa-, y, al mismo tiempo, reconoce que una posible «terapéutica de la memoria herida (.) descansa en esa prioridad de la relación del presente con el futuro en lugar de con el pasado.» 5

Esta línea de tiempo de los «treinta años de democracia en Argentina », empieza por un recuerdo que cobija «fracturas y continuidades». En el año 2007, aproximadamente, una chica que había estado en un campo de concentración de Buenos Aires, vino a dar una charla en Córdoba, y, con algunos integrantes de HIJOS, compartimos una cena. En un momento, en referencia a nuestra común experiencia de los campos, ella dijo algo así como «vos sabes que hay cosas de las que no se puede hablar». Yo, que aun no había leído El Narrador (el de W. Benjamin), y que estaba muy preocupada con lo que no debía olvidarme, no entendí. Pronto empezaría uno de los juicios a delitos de lesa humanidad, al que había sido convocada como testigo, y eso me generaba una inquietud particular. Era un nuevo intento de desarticular la impunidad y a la vez otro remachado ejercicio de memoria, luego de treinta años.

«Hay cosas que no se pueden contar», o «hay cosas que no se pueden decir», masculle por varias noches, preocupada, porque eso fue dicho en un contexto en el que me sentí implicada. ¿Que es lo que no podemos decir? ¿Habría conjugado el verbo como una obligación (no podemos porque no debemos) o como una potencia (no podemos porque no logramos)? Pensé que tal vez se refería a estrategias de sobrevivencia en las que había sido obligada a convivir con los torturadores, en visiones horrorosas que de ser expuestas haría mal a los familiares, en miedos enquistados para siempre en el alma. Finalmente me desentendí del asunto, mi tema no era lo que no podía hablar sino lo que si debía recordar. Los testimonios judiciales dominaron mi atención por varios años. Demasiados. Y, ahora que pensaba haberme desligado, una nueva citación indica que hay que volver al estrado jurídico. Para unos 600 testigos (de asesinatos, secuestros, torturas, robos, violaciones, etc.) esta será la primera vez que estarán ante la justicia ¡Primera vez en treinta años de democracia! Para otros será segunda o tercera, y algunos hemos perdido la cuenta. Eso no significa que los resultados sean diversos según la cantidad de testimonios dados. Los juicios por delito de lesa humanidad manifiestan claramente en sus resultados que no son procesos de orden privado, ni personal, ni grupal. Sus consecuencias se conjugan desde su carácter sociocultural y político. Desde la perspectiva de los testimoniantes, participar en la megacausa la Perla significara, para una gran mayoría, una dimensión liberadora al develar la naturaleza social y pública de sus relatos en primera persona, y, para otros, esa dimensión estará en tensión por el peligro de que la repetición nos invada, que en tanto volver a pasar por el cuerpo el relato doloroso distanciemos hasta volverlo dato, y como siempre, el fantasma del olvido.

Rebobinar el relato en el horizonte de inicio de la democracia.

Si hago un racconto, por supuesto que no voy a contar como instancias de justicia a los tres Consejos de Guerra en los que me sentaban con las manos atadas atrás. Parodias de juicios impuestas en 1977, 78 y 79. Tampoco incluiré mi paso por al Juzgado Federal de Córdoba que en noviembre del 82 me condenó -por infracción al artículo 213 bis del código penal- a cinco años y seis meses de prisión (que ya había excedido en dos años) y a inhabilitación absoluta y perpetua.

Las testimoniales ante la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), en mayo de 1984, tampoco las enmarco en los términos de «declaraciones judiciales». Creo que formaron parte de un proceso más complejo y profundo, aunque luego fueron incorporadas como bases para el Juicio a la Junta y otros. Acepto que, cuando anunciaron su conformación, algunos ex presos políticos tuvimos desconfianzas y temores acerca de a dónde irían a parar nuestras declaraciones. A poco de andar, en Córdoba reconocimos que sus miembros eran personas comprometidas con la lucha por la vigencia de los derechos humanos, y eso fue una garantía de distensión.

En mi experiencia, ese era el tercer testimonio estructurado que daba. Antes había ido al Servicio de Paz y Justicia, que venía trabajando muy intensamente, y a la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas de Córdoba.

Tres interlocutores diferentes y parecidos a la vez. O mejor dicho, en un momento con un horizonte de espera común: empezábamos a balbucear relatos de los campos de concentración, de las cárceles, de los exilios e insilios, y de la represión generalizada en el país. Se producía un encuentro de fracasos y resistencias, era un tiempo de exhumaciones dolorosas y confusas. De angustias cruzadas: la expectación de los familiares por encontrar un testigo de su ser querido, la desazón de los ex presos de no encontrar al familiar de la persona sobre la que podían dar testimonio, la zozobra -de los que escuchaban- ante la aparición de la palabra «traslados», las confusiones entre nombres, apodos, nombres de guerra o números asignados, las dificultades de comprender y aceptar los procesos de sobrevivencia de algunos prisioneros en los campos, las intolerancias y enojos de quienes pudieron sortear con menos costos, la descarnada competencia de dolores. La fragilidad.

Y -ahora que hago este recuento-, creo que fue el momento en el que se manifestó más claramente todo aquello que es del orden de lo inenarrable, incomprensible, inescuchable. Pero entonces, forzábamos y peleábamos con la palabra, le dábamos vuelta, la poníamos patas arriba y abajo, buscábamos meta explicaciones hasta el cansancio, estirábamos los comentarios y llenábamos el relato de puntos suspensivos, ante unas escuchas tan azoradas como nosotros.

La instancia Conadep puso un punto de inflexión: había que declarar para la justicia. Una tarea irrenunciable, y, en ese sentido, marcaba un quehacer primordial. Lo primero era testimoniar para probar, no para comprender. También me parece importante reconocer que se manifestó una unidad política de hecho, que en términos generales alineaba a los testimoniantes atrás de las decisiones de los organismos que agrupaban a familiares, madres, abuelas y otros que aportaban en esa dirección.

Y empezó el Juicio a las Juntas.

En mayo de 1985 la Justicia Federal me envió una citación junto con un pasaje en tren, al que subí -ahora reconozco-, con demasiada ingenuidad. Sentía que iba convocada por la democracia, en carácter de ciudadana argentina atropellada por los ex apropiadores del Estado, que allí darían cuenta de sus delitos. A pesar de que Buenos Aires aparecía gigante ante mi desconocimiento provinciano, no me achicaba en ese emprendimiento. Iba empujada por un sentido que me excedía personalmente. Testimoniar por aquellos que no estaban, nombrarlos públicamente, sacarlos del anonimato de la desaparición, calmaba algo del terrible ausentamiento que les infligieron. Podía al fin declarar en la justicia, anunciar que yo había visto/oído/olido/palpado/vivido un fragmento, unos minutos, o un tiempo suficiente para aseverar que esas personas estuvieron secuestradas, que no se habían ido del país, o escapado con amantes, que no eran inventos, que cada testimonio tenía una fracción de 30.000. Ese hablar era necesario y éticamente inexcusable.

Era un tiempo extraño. Por un lado el fervor democrático se agitaba entre jóvenes que estrenaban la alegría de sentirse arte y parte. Por otro, la sombra militar acercaba su embotadura amenazante. Y, al medio, la sociedad se espantaba con el horror destapado a la vuelta de su casa, distanciándose para no quedar emparentada con alguno de los dos demonios.

En aquel momento, los testigos pasábamos alternativamente de ángeles a demonios y de víctimas a sospechados. Así que en ese juicio, -como en otros-, apenas me preguntaron «¿en qué lugar fue usted aprehendida?», hablé con la premura del temor a que me quiten la palabra y la pavura de olvidar un nombre. La ansiedad se fundaba en la sensación amenazante de que, sin solución de continuidad, el interrogatorio podía colocarme de un santiamén en el banquillo de los acusados.

Supongo que también tiene que ver la edad, los recursos simbólicos, las características personales y el contexto social.

«El individuo evoca sus recuerdos apoyándose en los marcos de la memoria social. En otras palabras, los diversos grupos integrantes de la sociedad son capaces en cada momento de reconstruir su pasado. Pero, como hemos visto, muchas veces, al mismo tiempo que ellos lo reconstruyen, lo deforman.» 6

Con esos marcos del presente social, general e inmediato en términos de pertenencias grupales, íbamos dando sentido al pasado. A la salida del juicio estaban los periodistas reclamando alimento para sus medios. Consternados con aquello que se empezaba a constituir en asunto noticiable, y -al mismo tiempo- apurados por la primicia y la espectacularidad, atosigaban con preguntas: en qué campo, qué golpe, qué picana, qué diente o pedazo de carne te faltaba.

El dato aparecía develando un mundo que hasta hace poco era socialmente desconocido. Para ellos la certificación de ese otro país ocultado estaba en nuestro testimonio. Pero, para mí, nada se entendería si no se aclaraba quienes éramos, si no se contextualizaba la historia, o se esparcían los dados que rodearan el asunto. No era posible -ni querible- hablar de la tortura como dato. Ya había visto el espanto en los rostros de los que escuchan devolviendo el grito y el horror como si uno lo provocara.

Asentí a ir a la sala de prensa, y ellos asintieron que no hablaríamos de la tortura, pero fue en vano. Apenas abrían los micrófonos, el formato reclamaba «lo nuevo», lo que había estado oculto, lo que aparecía potente como noticia (y, casi ineludiblemente, con cierta espectacularidad morbosa). Además, querían saberlo ya. Sin introducción. Sin preámbulo. La síntesis. La pirámide invertida. La información, lo informado, dice Benjamin, «solo vive en ese instante, tiene que entregarse a él sin perder tiempo.» 7

Las preguntas hincaban por algo novedoso, con el plafón de lo ya escuchado y haciendo gala del «testigo» que da vericidad al medio. Para mí abrían una dimensión de lo efímera, de lo que Benjamin denomina «el asunto puro en si». Me condenaban a quedarme, sin poder salir del acontecimiento, mientras que, y paradójicamente, me expulsaban del asunto en si, de la interpelación que juntos debíamos hacernos y hacer a la humanidad. ¿Qué es la tortura? No su método sino su entelequia ¿Porque un ser humano tortura a otro ser humano? No el porqué conductista, sino el porqué filosófico, humano, ontológico. ¿Qué haremos como personas sabiendo que eso existe? ¿Qué haremos para que nunca más suceda? ¿Para qué decir/oír/replicar ese dato si no sabemos que hacer con él? ¿Dónde lo ponemos cuando se ha develado? No. No podía hablar de la tortura y de los campos como quien cuenta el robo a mano armada de una billetera.

Hablar de ese acontecimiento, era de alguna manera ir, entrar al campo, mostrarme desnuda en la picana, y volverme portadora de un relato que desestabilizaba con solo vislumbrarlo. Yo, que elegí el cine para contar historias de revolución, de amor, de deseo, me transformaba en relatora del horror. «Están delante de mi, abriendo los ojos enormemente, y yo me veo de golpe en esa mirada de espanto, en su pavor.» 8

Algo de aquello que horrorizaba y se volvía como boomerang en la consternación del otro, paralizaba la narración antes de que esta se volviera presente. Porque el campo tenía entonces una nueva dimensión, que se conjugaba en esa distancia material expresada -contradictoriamente-, por la encarnadura vivencial de haber estado allí. El campo podía ser visto como desde afuera pero con nosotros adentro, sintiendo que lo que los otros veían era apenas la imagen reflejada en la pared de la cueva de Platón, pero para que esa imagen se refleje nosotros estábamos otra vez dentro de la cueva.

Luego vino la condena.
Era otro tiempo extraño. De un cambio profundo. Algo había terminado, y la sociedad manifestaba claramente que no quería volver atrás. Algo había iniciado, pero no se sabía hacía dónde avanzaba (tanto que los juecesde la Cámara Federal llevaron los videos del juicio para depositarlos en Noruega!). Y más atrás -o más adelante- había otro tiempo/espacio interrumpido, abortado. Huellas humeantes, algunos escombros y unas breves nubes, indicando retazos de una historia sin contar, expuesta de una manera espasmódica, aún encerrada en términos binarios en una época de contornos difusos.

Transitábamos ciudades de capas superpuestas.

«Una generación que todavía había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró súbitamente a la intemperie, en un paisaje en que nada había quedado incambiado a excepción de las nubes. Entre ellas, rodeado por un campo de fuerza de corrientes devastadoras y explosiones, se encontraba el minúsculo y quebradizo cuerpo humano».910

Creo que, además de las ausencias irreversibles, son las transformaciones en las dimensiones afectivas y colectivas, lo que hacía que ese horizonte nos arroje a la intemperie. En 1983, a poco de salir de la cárcel, caminé por la Avenida Colón, me senté en la fuente del Paseo Sobremonte, pisé el asfalto de la Vélez Sarsfield. Con la cercana conciencia de la finitud y de la sobrevida, cada peregrinación era una experiencia exuberante. El sol en la piel, un pájaro comiendo, una hoja que cae, un joven que grita «el pueblo unido.» como si fuera un canto nuevo. En el área peatonal un ruludo rascándose los ojos me hizo acordar de Juan, cuando corría en el entierro de Tosco, (alguien contó que lo vio en La Perla, malherido). Recorrí la Cañada hasta Caseros, la esquina de la cita con la Leti, recordé que ella llegó tarde por dormirse con Pedro, andaban enamorándose (los mataron, alguien contó que a su hijo lo salvó una vecina). Entré al bar El Nacional -ahora tiene otro nombre-, me senté frente a la puerta, el Pollo aconsejaba colocarse en un ángulo que permita ver la entrada, por si llegaba la cana (pero él no los pudo ver, o sí, cuando lo ametrallaron corriendo al lado de un tren). Pagué el café a un mozo flaco y alto, al tipo del León ¿vivirá? o será el rubio de abogacía que aparece en la lista de conadep como asesinado en julio del 76? Pasé a ver a la mamá de Elena, ella aseguraba que aun la tenían viva, porque un milico pasaba todos los meses a buscar dinero para garantizar su vida (una compañera que había estado en La Perla en 1977 contó que la «trasladaron», que estaba embarazada, que lloraba y pedía por su hijo). ¿Habrá sido varón o mujer? ¿Él o ella buscará su identidad? ¿Podré abrazarle alguna vez? Caminé hasta la fuente de la Escuela de Artes. Es preciosa, mirando las mayólicas me transporto a los debates políticos del Centro de Estudiantes (el primero de Artes) ¡Cómo nos peleábamos con el Flaco! Al frente, en la pared que daba a la biblioteca, había un mural pintado por estudiantes de plástica (creo que en el 74), con siluetas en blanco y negro y dieciséis manchas rojas recordando a los asesinados en Trelew, -los «héroes de Trelew», decíamos-. Ahora en su lugar un cartel de Franja Morada, y si.esta bueno que siga habiendo carteles. pero ¡la puta que lo parió! ¿Porque no esta el mural? ¿Dónde están las manchas rojas? ¿Por qué las borraron? ¡Quiero raspar! ¡Despintar y buscar! ¡Voy a tirar la pared! «Quiero escarbar la tierra con mis dientes a dentelladas secas y calientes». No puede ser.Me violenté de una manera desmedida. Algo del miedo -o de la fragilidad- me alertó. Hay que sonreír. Disimular. Ser políticamente correcta y socialmente adaptable. No incomodar con esos recuerdos que demasiado dolor hay en el planeta. No putear. Ser realista. .ya va a pasar. El tiempo todo lo cura. Hay que hacer el duelo.

Aunque el duelo -como «reacción ante la perdida de alguien querido o de una abstracción convertida en el sustituto de esa persona, como la patria, la libertad, un ideal, etc»11 - necesita para hacerse de un trabajo de memoria.

«El trabajo del duelo se revela costosamente como un ejercicio liberador en la medida en que consiste en un trabajo del recuerdo. Y también recíprocamente el trabajo del duelo es el precio a pagar por el trabajo del recuerdo, y el trabajo del recuerdo es el beneficio por el trabajo del duelo.» 12

Y ese era un tiempo en el que la «insuficiencia de memoria» planteaba una adhesión del pasado al presente, y una insistencia desintegradora de un pasado que no quería pasar sin ser relatado, narrado, significado. Las dificultades de espacios compartidos socialmente en los que trabajar la memoria agudizaba la presencia «de un pasado que habita todavía el presente o, mejor dicho, que lo asedia sin tomar distancia, como un fantasma» 13

Mientras, a la vuelta, la vida seguía viva. Era real, estaba ahí, palpable. Incluso la búsqueda de lo trascendente en cada momento terrenal estaba siendo. Sólo que, en alguna dimensión de esa vida, de nuestras vidas, estábamos atados a la muerte, aquella que nos había mirado en las calles y en los campos. Y de eso no era fácil hablar. Ni era cómodo escuchar.

Menos aún cuando promulgaron el Punto Final.

Suspender el relato en el horizonte del final de los ochenta

Otro tiempo extraño, transcurrido a pulsión de abrazos. Con algunos amigos y viejos compañeros, unidos tanto por el amor como por el espanto, nos juntábamos a exorcizar el duelo. Tertulias en las que andábamos con preguntas desparejas, respuestas descabelladas, dolores renuentes. Balbuceábamos narraciones repetidas hasta el cansancio, revisando el instante que, para cada uno, todo se mudaba en el hueco insondable, el punto fatal en el que se agotaban los diccionarios. Diálogos en los que no cabía el punto final.

Me parece que esas charlas no eran trascendentes en si, y que denotativamente no manifestaban cuestiones reveladoras. Creo sí que tenían fuerza por el modo en el que construían y la sensación de estar salidas del tiempo y del espacio. Intensas, con emociones encontradas y enormes contradicciones, remendábamos paradigmas vaciados, husmeábamos parámetros nuevos, hurgábamos en las experiencias del mundo, de los humanos hermanos buscando una vara que nos ayude a descifrar.Tampoco eran diálogos nuevos. Me parece -cada vez con más certezas- que allí se jugaba una dimensión de nuestras identidades, buscando versiones corales de la conciencia histórica fragmentada, remontándonos al tiempo pasado, sintiendo el abismo con el presente, la distancia con el «horizonte de esperanza» que en el pasado habíamos soñado y con la que el presente nos arrojaba, oscureciendo y borrando los caminos. «La memoria garantiza la continuidad temporal de la persona. (.) La recuperación narrativa de la articulación existente entre los recuerdos plurales y la memoria singular resuelve el problema de la diferenciación y de la continuidad» 14

Los contextos cambian y los sentidos se reubican. «Cien tristezas tengo ¿por cuál de ellas me lanzo? Por esos oscuros callejones de manos descarnadas que me quemaron los ojos y me estrujaron el alma. O por la avenida ancha,infinita, implacable en sus distancias, insensible a las miserias y fatigas de sus pobres transeúntes.», había escrito Eduardo en un papel clandestino, en la cárcel, cuando le pesaba más su vida que su muerte.

Desde entonces sospeché que no es solamente las condiciones de vida/muerte de los campos lo que cuesta deshilar, sino lo que atraviesa en vivencias afectivas, lo que se ensarta en nuestra condición humana. Y que cuando adolecemos de términos, sinónimos u antónimos claros, solo nos queda abrazarnos. Será a esto a lo que refería Benjamin cuando escribió

«¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos. Todo aquello que diez años más tarde se vertió en una marea de libros de guerra, nada tenía que ver con experiencias que se transmiten de boca en boca.» 15

Cuando leí este fragmento me conectó con esas vivencias, y con lo que dijo la chica que estuvo en la ESMA. Seguramente hay diferencias en los procesos a los que refería al autor, la chica, otros compañeros, y yo, pero lo desgarrador del horror provocado por unos seres humanos a otros seres humanos, propone una dimensión que nos emparenta. Este texto me permitió re pensar en esas/estas circunstancias históricas en las que el universo vocabular se agota, no porque el castellano sea pobre en palabras, sino porque no hay modo de encajarlo con categorías simbólicas significativas para el presente. No hay modelos, ni nombre para ellas. O no hay posibilidades de agotar sus sentidos, y el hueco contradictorio que no cesa.

No es casual que en los últimos años pude volver a reconocer este proceso y reflexionar sobre él. Lo interesante es que cada vez más podemos verlo en común, y ponerlo en una escena de lo social como algo que nos compete colectivamente, y no como asunto individual de los que testimoniamos. Y tal vez sea del orden de lo humano reconocer las contradicciones que el proceso implica, y hasta puede suceder que no haya acuerdos de lecturas, pero que es valioso que se exude.

Por aquel entonces los juicios seguían.

Y, sin importar si había encontrado el lenguaje adecuado, si tenía modos para referir a una experiencia, o herramientas para reflexionar, había que prepararse de nuevo -como quien va a un examen sin recuperatorio-, y seguir afrontando el rol de testigo que demandaban los juicios y procesos a los genocidas. «Cita a Ud. a comparecer (..) y si desobedeciere la presente orden, sin perjuicio de la responsabilidad penal que le corresponda, será CONDUCIDO POR LA FUERZA PUBLICA, Y PAGARA LOS PERJUICIOS A QUE HUBIERE LUGAR». Chan. Chan.

Con esa amable convocatoria, empezó la nueva ronda: por Tribunales Federales Cordobeses, el 18 de febrero del 1987, el 16 de marzo de 1987, el 31 de marzo de 1987. ¡Los delitos de militares serían atendidos por la Justicia Militar! ¡Al Tercer Cuerpo! No se bien los vericuetos de la estratagema que plantearon, por la cual las causas salían de la esfera civil y se corrían a la militar. Sólo se que sus consecuencias me obligaban a entrar al mismísimo territorio de los chupaderos, lleno de uniformados de verde, con armas largas, camiones roncando, botas marchando, milicos pavoneándose. Algo había cambiado. No iba a vivenciar/presenciar, sino a testimoniar sus delitos. Sin vendas. Con una mezcla de pavor y orgullo. Algo no había cambiado. Ellos seguían mostrando su fuerza amenazante.

Al salir de allí, con las pantorrillas tiritando, pero ancha del deber cumplido, busqué urgente un hermano para abrazar y certificar la vida. No era tema de una mesa de café. Ni comentario para compartir en el trabajo. Con los amigos, en los espacios/tiempos suspendidos, encontré la energía para sostener el no olvido repetido, y repetido, y repetido. La reincidencia en el relato, aun con diferentes interlocutores, me situaba en un lugar no grato. Posible subversiva, víctima que «algo habrá hecho» (no da para que los traten así, pero.), portadora de historias dolorosas.En ninguno de los casos era un espacio en el que quería quedar anclada. Es cierto que en la vida se transitan diversos roles y se pasa en el mismo día de una posición a otra, pero, en este caso, ese pasaje dejaba una especie de tiempo a la intemperie que costaba recomponer, en lo personal y en lo social.

Y aceptaron la obediencia. La debida. La obediencia de-vida. Las obediencias de los que matan.

Borrar el relato en el horizonte de los noventa

Por más de diez años la justicia se exiliaba del tema, se reprimía. Los famosos 90 lavaban la impunidad.

Al fin un descanso para los testigos. Pero no era en paz. «Quiero la paz. ¡Sí! / La paz quiero / la necesaria paz. / la que construye / y pone los cimientos./y sudor con sudor / hace el ladrillo.». Dice un poema escrito por una compañera en la cárcel de Devoto en 1982. Lo tengo a lapicera en un cuaderno de recuerdos.

No había sosiego. El relato estaba acallado, atragantado, ninguneado, bastardeado. El mandato exitista lo anulaba por decreto y la sociedad lo deslegitimaba. Había que ser propositivo. Mirar al futuro, dejarse de tanto pasado.

Pero la lucha continúa y desafía al tiempo. Porque el presente lo demanda. «Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo `tal y como verdaderamente ha sido`. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro»16. Al margen del punto final de los que decretaban el fin de la historia, se lograba que la institución denominada justicia -ya que no procuraría juzgar -, al menos haría un expediente descriptivo. La causa de La Verdad Histórica. Vuelta a Tribunales: 11 de mayo de 1999. Algo se mueve. La gente se muestra en las calles.

«A donde vayan los iremos a buscar». Los organismos de derechos humanos ponen lupas en el lado oscuro de la luna. Funcionarios de la justicia de Estados Unidos arriban a Córdoba, querían saber si un honesto comerciante radicado allá es el genocida que nosotros decimos que es.17 ¡A testimoniar con los yanquis! 2 de julio del 2004. Ellos preguntan diez veces lo mismo (eso sí, de modos muy formales). Que diga si lo vi, cómo lo vi, cuándo lo vi, y otra vez si lo vi, cómo lo vi, cuándo lo vi. ¿Y si después de treinta años dudaba? ¿Y si me equivocaba en una frase? No debía olvidar los detalles de los detalles. Examen sin recuperatorio. Expulsivo. Aferrada a lo que no debía olvidar, no entendí lo que dijo la chica de la ESMA. Hay cosas que no podemos hablar ¿Cómo?: de lo que se trata es de que hay cosas que no podemos olvidar.

Los paisajes mudan, y esos cambios nos ayudan a ver asuntos que antes no podíamos advertir.

Dos mil seis. Treinta años. Amenazas. «Hija de puta», «Subversiva» etc., etc...Volvemos a lo mismo como si no pudiéramos desovillar el asunto, pero tampoco desestimarlo. Los expedientes en tribunales siguen sorteando todo tipo de obstáculos, trampas, cajoneadas, pérdidas, retroceden cinco casilleros, avanzan dos. Ahora también los HIJOS empujan. Ya no son niños. Y los marcos sociales de la memoria se activan desde un reconocimiento de que el presente está lleno de pasado.

Editar el relato con el horizonte de compartirlo y reescribirlo en plural.

Diciembre del 2006, otra vez a declarar. Otra vez la apuesta a la justicia. Ese dicho de que «la tercera es la vencida» ha sido superado al cubo. Junio de 2008: al fin el juicio. EL JUICIO. Con mayúsculas. Protección al testigo. Equipo de acompañamiento. Investigaciones. Libros. Radios alternativas. Centros de estudiantes. Sindicatos. Archivos de la memoria. Museos de..Envuelta en ese clima, con la condena de cadena perpetua y cárcel común para el genocida Menendez, sentí un alivio importante en relación a las exigencias de los testimonios, como si ya pudiera desentenderme del asunto.

Puesta a repensar el tema, buscando un lugar mas reflexivo y menos demandada por la acción, recuerdo los debates de los 80, aquellos que quedaron inconclusos y que algunas investigaciones intentan retomar, desencadenando nuevas tensiones. Creo que la tensión entre lo narrable y lo inenarrable tiene muchos laberintos, y que tal vez pueda aflojar si encontramos la posibilidad de pasar de una narrativa en la que se (nos) revierta el vómito exorcista que perpetua el horror, y podamos construir relatos que encuentren sentido social para obturar el presente. No sin contradicciones, no unánimes, pero honestos y humanos.

Lo dicho hasta aquí es lo que mayoritariamente escribí en el 2010.

Pero el ciclo testimonial no se cerró. El 18 y 27 de febrero y el 8 de marzo de 2013 firme citaciones para comparecer en la megacausa de La Perla.

Las líneas de tiempo se trastocan. Once de marzo. Dos y media de la mañana. Suena el teléfono. Atiendo pensando en mis hijas, no están en casa y soy una madre tremendista. Del otro lado no responde nadie. A los cinco minutos vuelve a sonar, atiendo pensando en alguna emergencia. Nadie. Y suena por tercera vez. Ahora no atiendo. Pienso en los milicos. Por un segundo relampaguean las cuadras de los campos de concentración, las llamadas amenazantes del 2006, las del 2008, el mensaje insultante del 2010, la citación judicial a la «megacausa», los discursos impúdicos de los imputados, los gestos prepotentes de sus abogados. Al mismo tiempo me parece ridículo pensarlo, los personajes son anacrónicos, lejanos a la realidad social compartida en el presente. Son sensaciones fuera del tiempo lineal, a des- tiempo social. Pero en la noche -cuando la racionalidad se aquieta, y el cansancio y los sueños ponen todos los mundos internos en contacto-, ellos vuelven.

Tengo la hipótesis de que si cuento este episodio a mis alumnos, a los albañiles del edificio de la esquina, o a la joven de la verdulería de la vuelta, no van a entender de qué hablo. Hoy, en la democracia que supimos conseguir, la distribución y atribución diferenciada del «reconocimiento» y la «precariedad» de las personas -desigualdades que constituyen las fuentes mas vigorosas de los miedos, según Butler18-, son otras.

Esa es la distancia y el tiempo. Esos son los treinta años de democracia. Pero poner la medida en los treinta años es hacer una marca de tiempo. De continuidades y rupturas en esa línea. «La continuidad temporal también nos permite saber si la distancia que existe entre el presente y los acontecimientos evocados en el recuerdo es mayor o menor.» 19

Algo cambió. Algo sigue. No tuve amenazas, solo recuerdos de ellas. Hay equipo de protección (que acuden si uno llama) y de acompañamiento. (la luminosa Alicia Greco me hace el aguante, acompañada por la dulce Sandra). Van ha acontecer casi 800 testimonios. Ochocientas personas, una a una contaran su parte de la historia. Ochocientas voces, con sus características individuales, subjetivas, sus tonos, sus modos, proporcionaran una narración. Todas esas voces en un juicio, en una causa (que reúne 16 expedientes), en un Tribunal. Creo que algo acontecerá. En términos de relatos de memoria, de perspectivas del terrorismo de estado, de lecturas de sus mecanismos, incluso de experiencia jurídica, y en dimensiones humanas, creo que es un acontecimiento. Algo que producirá una relación temporal entre un antes y un después, y una relación espacial y cultural de sentidos.

En el Juicio a las Juntas declararon 833 personas de todo el país. El informe de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (que en varias provincias y en Capital Federal fueron entregados con multitudinarias marchas) y aquel juicio marcaron un acontecimiento en la vida política del país que fue «precarizado», amedrentado, ninguneado, ultrajado por años. «Los hechos son imborrables y no puede deshacerse lo que se ha hecho, ni hacer que lo que ha sucedido no suceda, el sentido de lo que pasó, por el contrario, no está fijado de una vez por todas»20.

Ahora con este enorme movimiento de energías que transita en los juicios de «megacausas» (ESMA, Campo de Mayo, Santiago del Estero, Tucuman, etc.), con un horizonte de espera marcado por otras contradicciones y otras demandas (las ultimas marchas del 24 de marzo, en feriados, masiva, cada vez con mas diversidad de consignas son un ejemplo de eso), quizás este produciéndose un nuevo sentido, pero no del tipo de cambio de interpretación, digo de sentido en torno a un modo de pensar/sentir/vivir/crear el futuro. En Deleuze21 el acontecimiento es señalado como el sentido, no como referente o como significación, sino como frontera que redefine entre las palabras y las cosas. El acontecimiento como algo que denomina «extra-ser». Algo que sucede entre cuerpos, pero no es cuerpo. Algo que produce un campo de efectos que desborda los márgenes de los hechos en sí.

«Ser digno de lo que nos ocurre, esto es, quererlo y desprender de ahí el acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos y, con ello, renacer, volverse a dar un nacimiento, romper con su nacimiento de carne. Hijo de sus acontecimientos y no de sus obras, porque la misma obra no es producida sino por el hilo del acontecimiento.» 22

Es atractivo pensar en esta posibilidad que nos permite saltar la terrible sensación de repetición, exposición, re victimización que implica para los testigos volver a declarar (porque hace falta trabajar en justicia) luego de tantos años de democracia. Trabajar, crear, construir afectivamente para que en estos acontecimientos en los que se traen al presente las desgracias, también se produzca «un esplendor y un estallido que seque la desgracia».

Apuesto mi fragmento, entre 800, en ese horizonte político amoroso. Mientras, en mi pequeña humanidad, en la tensión entre este horizonte y el recorrido de mi espacio de experiencia pienso en el poema Dialéctica (dedicado a la vida) de Vinicius de Moraes: «Por supuesto que es lindo vivir/ Y la alegría, la única emoción indecible/ Por supuesto que te encuentro preciosa/Y en ti bendigo el amor de las cosas simples/ Por supuesto que te amo/Y que tengo todo para ser feliz/ Pero ocurre que estoy triste.»

En transición. Con fragilidad

Notas

1 Trabajo recibido el 30/03/2013. Aprobado el 20/05/2013
2 Lic. en Comunicación Social y Lic. en Dirección de Cinematografía, UNC. Magister en Ciencias Sociales, UNCa. Prof. Titular. Dto. de Cine y TV. Facultad de Artes. UNC.Contacto: anamohaded@yahoo.com.ar
3 III Seminario Inter nacional Políticas de la Memoria. Recordando a Walter Benjamin: Justicia, Historia y Verdad. Escrituras de la Memoria. Buenos Aires. Octubre de 2010. El artículo se titulaba: «Hay que seguir amasando el barro y afilar el cincel»
4 RICOEUR, (1999): 22
5 RICOEUR, (1999): 40.
6 (HALBWACHS, (1994): 336.
7 BENJAMIN, (2008): 69.
8 SEMPRUN, (1995) : 15.
9 BENJAMIN (1991) :12
10 La traducción de Pablo Oyarzun. Metales pesados, Sgo de Chile, 2008. dice «una generación que había ido a la escuela en carros de sangre»..
11 RICOEUR (1999) : 35.
12 RICOEUR (1999) : 36.
13 RICOEUR (1999) : 41.
14 RICOEUR (1999) : 16.
15 BENJAMIN (2008): 60.
16 BENJAMIN, (1973): 12.
17 Barreiro, jefe de La Perla y líder del levantamiento de Semana Santa del 87, fue deportado de Estados Unidos en el 2007 y la megacausa es el primer juicio que lo tiene sentado en el banquilo de los acusados.
18 BUTLER, Judit, (2010) Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Edit Paidós. Buenos Aires
19 RICOEUR (1999): 16.
20 RICOEUR (1999): 49.
21 RORTY y BADIOU, en ABRAHAM, (1995 ) Batallas éticas. Buenos Aires, Edit. Nueva Visión.
22 DELEUZE, (1989) Del acontecimiento. de Gilles Deleuze, extraido de: Lógica del sentido. Gilles Deleuze. Ed. Paidos. Barcelona. Disponible en: http://www.vivilibros.com/excesos/03-a-04.htm., http://www.philosophia.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=93:del-acontecimiento-gilles-deleuze&catid=34:ontologia&Itemid=54; http:// deleuzefilosofia.blogspot.com.ar/2010/07/deleuze-clase-sobre-el-acontecimiento-2.html
Consultado marzo 2013.

Bibliografía:

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2. BADIOU, Alain, (1990) ¿Se puede pensar la política? Buenos Aires, Edit. Nueva Visión.         [ Links ]
3. BENJAMIN Walter, (1936), El narrador trad. Pablo Oyarzun, Metales pesados, Sgo de Chile,         [ Links ] 2008.
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7. DELEUZE, Gilles, (1989) Del acontecimiento, extraído de: Lógica del sentido. Ed. Paidos. Barcelona. Disponible en: http://
8. www.vivilibros.com/excesos/03-a-04.htm.;http://www.philosophia.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=93:delacontecimiento-gilles-deleuze&catid=34:ontologia&Itemid=54; http://deleuzefilosofia.blogspot.com.ar/2010/07/deleuze-clase-sobre-elacontecimiento-2.html Consultado marzo 2013
9. HALBWACHS Maurice, (1925) Los marcos sociales de la memoria trad. M. A. Benza y M. Mujica, Anthropos, España, 1994.
10. MOHADED Ana, (2008) Relatos de no ficción. En: Adrian Barrionuevo y otros (comp.): Identidad y representaciones del horror y derechos humanos, Las Brujas, Córdoba.
11. RICHARD, Nelly. (2000) Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Sgo de Chile. Edit. Cuarto propio
12. SEMPRUN Jorge, (1995) La escritura o la vida, trad. T. Kauf, Tusquets Barcelona.

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