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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.30 Córdoba dic. 2013

 

ARTICULOS ORIGINALES

Desde la vulnerabilidad a la movilidad social, con una mirada decolonial

 

Leandro M. González
Mariana Ortecho
Florencia Molinatti

 


Resumen
El objetivo principal de este artículo es reseñar la trayectoria tanto formativa como de investigación de campo del Programa de Vulnerabilidad Social del Centro de Estudios Avanzados en los últimos años. Este recorrido comienza con la reseña de la noción de vulnerabilidad social en América Latina, la cual actuó como disparador de un conjunto de planeamientos epistemológicos, teóricos y metodológicos que impulsaron al equipo de investigación a trabajar con otro concepto mucho más concreto para ilustrar las condiciones dinámicas de vida de la población en pequeñas áreas barriales, el de movilidad social. Asimismo, se incorpora el enfoque decolonial, el cual implica un desafío no sólo intelectual sino propiamente personal que requiere romper y refundar nuestras pre-concepciones (en relación a lo que consideramos bienestar económico, social y cultural), que frecuentemente resultan simplificadoras y tipificadoras. Esta reflexión motivó a los miembros del programa a indagar empíricamente en qué medida y modalidad las personas experimentan la movilidad social, prestando especial atención a sus propias percepciones.

Palabras clave: vulnerabilidad social - movilidad social - enfoque decolonial

Abstract
The principal aim of this paper is to review the path so much formative as of field investigation of the Program of Social Vulnerability of the Center for Advanced Studies in the last years. This tour begins with a review of the notion of social vulnerability in Latin America, which operated on trigger of a set of epistemological, theoretical and methodological approach that stimulated the research team to work with another much more concrete concept to illustrate the dynamic conditions of life of population in small neighborhood areas, the notion of social mobility. Likewise, we incorporated the decolonial approach, which implies a challenge not only intellectually but properly personally that require to break and to re-found our pre-conceptions (relative to what we consider economic, social and cultural well-being). This reflection motivated to program's members to investigating empirically to what extent and how persons experience the social mobility, paying special attention to their own perceptions.

Key words: social vulnerability - social mobility - decolonial approach


 

Introducción

El presente artículo narra el camino conceptual recorrido por los miembros del Programa de Vulnerabilidad Social del Centro de Estudios Avanzados, más como reseña de un aprendizaje compartido que un enfoque teórico asentado y completo. El concepto de vulnerabilidad social ha funcionado como disparador de un conjunto de planteamientos que englobaron diversas aristas de la estratificación social, especialmente traídos a la mesa de trabajo por los acontecimientos sociales de nuestro país al comienzo del siglo presente. Desde un primer momento formativo el equipo fue caminando hacia la investigación de campo, especialmente centrada en el devenir de las condiciones de vida concreta de comunidades barriales de la ciudad de Córdoba1. Así fue como apareció con fuerza la idea de indagar en qué medida y modalidad las personas experimentan la movilidad social, prestando especial atención a su propia percepción.

Las líneas siguientes dan cuenta de este recorrido, tal vez sinuoso e incompleto, pero propio de investigadores jóvenes que sienten un compromiso social con el tiempo que nos toca vivir. También asumimos el desafío de estar atentos a una renovación teórica que se propone en el ámbito de las ciencias sociales latinoamericanas, como lo representa el enfoque decolonial. Esta perspectiva llama la atención sobre las tradiciones culturales y políticas implícitas en la fundación misma del conocimiento científico, para ser conscientes de su matriz eurocéntrica y abordar la necesaria adaptación a las realidades periféricas. Desde esta perspectiva epistemológica entendemos que los académicos debemos realizar un esfuerzo de acercamiento a la gente que pretendemos estudiar, no como objetos de estudio sino como sujetos pares, con quienes podemos dialogar e intercambiar saberes.

Nuestra exposición seguirá un orden cronológico. Comenzamos con la reseña de las nociones de vulnerabilidad social trabajadas al inicio del trabajo colectivo, para especificar luego las implicancias teóricas de la movilidad social. Finalizamos nuestro escrito con la actual reflexión sobre la perspectiva decolonial, tanto como actualización teórica como opción epistemológica que sustenta nuestro trabajo de campo.

Vulnerabilidad social

En nuestra primera publicación grupal reseñamos de manera descriptiva el panorama conceptual de la noción «vulnerabilidad social», de acuerdo al abordaje realizado en América Latina desde mediados de la década de 1990 (González et al., 2009: 13-29). Este lineamiento surgió con fuerza a mediados de la década de 1990, a partir de los fenómenos sociales que provoca la inestabilidad económica de los países en vías de desarrollo. La mayor exposición de América Latina a las consecuencias no deseadas de la globalización, puso de manifiesto la persistencia de la desigualdad estructural del escenario internacional. Al interior de las sociedades, los fenómenos de volatilidad económica y reforma del Estado provocaron la crisis del empleo formal y el incremento de la pobreza.

Algunas instituciones universitarias, y especialmente la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) abordaron la temática, produjeron una serie de documentos en los que se abordaron diferentes formas de conceptualizar a la vulnerabilidad social como también plantear los inconvenientes de su medición. Si bien es un término proveniente de los estudios ambientales, la idea de poblaciones vulnerables se comenzó a utilizar para los países latinoamericanos que sufrían las consecuencias de la inestabilidad financiera internacional (los efectos «tequila», «caipirinha», etc.).

Moreno Crossley sostiene que hay una coincidencia general en considerar a la vulnerabilidad social como una condición de riesgo o indefensión, la susceptibilidad a sufrir algún tipo de daño o perjuicio, o de padecer la incertidumbre. A partir de allí, los autores tratados tienden a concentrarse en dos principales interpretaciones de la vulnerabilidad social: como fragilidad de los sujetos o como riesgos a los que están expuestos en el entorno social (Moreno Crossley, 2008: 2,4).

Uno de las primeras autoras que influyeron en esta perspectiva teórica fue Caroline Moser (1998), a partir de numerosos trabajos empíricos realizados para el Banco Mundial, influida a su vez por las posturas teóricas del Nobel de Economía Amartya Sen. Moser advierte que, del análisis de familias pobres en distintos países del mundo, las diversas situaciones de pobreza responden a las diferentes formas en que los hogares administran sus portafolios de activos. La vulnerabilidad social se identifica con el conjunto de limitaciones o desventajas que las personas encuentran para acceder y usar los activos que se distribuyen en la sociedad. Por lo tanto la autora aconseja prestar mayor atención a lo que los pobres poseen más que a lo que carecen. Desde este enfoque de «activos y vulnerabilidad», Moser propone la definición de políticas sociales centradas en la promoción de las oportunidades de las familias pobres para acceder a los activos, y al fortalecimiento de sus propias lógicas de administración.

El enfoque de Caroline Moser fue considerado y adaptado a la realidad latinoamericana por Rubén Kaztman y Carlos Filgueira (CEPAL-Universidad Católica de Montevideo). Los autores acuerdan con el énfasis puesto en la familia y sus recursos como eje explicativo de los fenómenos dinámicos de reproducción del bienestar de los hogares; pero advierten una fuerte influencia de paradigmas de orientación liberal. Este sesgo se percibe cuando se supone que sólo los recursos de las familias son relevantes. Por lo tanto proponen preguntarse no sólo cómo ayudar a los pobres a enfrentar por sí solos situaciones críticas, sino también cómo construir sociedades en donde estas situaciones sean poco frecuentes y afecten al menor número posible de personas (Kaztman et al., 1999a: 8-9).

Frente al planteo «activos-vulnerabilidad» de Moser, estos autores proponen un enfoque que denominan «activos-vulnerabilidad-estructura de oportunidades (AVEO):

«...en el cual se asume que el concepto de activos no alcanza una significación unívoca si no está referido a las estructuras de oportunidades que se generan desde el lado del mercado, la sociedad y el Estado. En otras palabras, se sostiene que el portafolio y la movilización de activos de los hogares vulnerables (...) sólo puede examinarse a la luz de las lógicas generales de producción y reproducción de activos, que no pueden ser reducidas a la lógica de las familias y sus estrategias» (Kaztman et al., 1999b: 33-34).

Con respecto a la vulnerabilidad social, Kaztman propone un primer concepto: «estado de los hogares que varía en relación inversa a su capacidad para controlar las fuerzas que modelan su propio destino, o para contrarrestar sus efectos sobre el bienestar» (Kaztman 2000:8). Luego formula la siguiente definición: «Por vulnerabilidad social entendemos la incapacidad de una persona o de un hogar para aprovechar las oportunidades, disponibles en distintos ámbitos socioeconómicos, para mejorar su situación de bienestar o impedir su deterioro» (Kaztman 2000: 13).

Filgueira sostiene que el concepto de vulnerabilidad social «hace su aporte en tanto escapa a la dicotomía pobre - no pobre, proponiendo la idea de configuraciones vulnerables (susceptibles de movilidad social descendente, o poco proclives a mejorar su condición), las cuales pueden encontrarse en sectores pobre y no pobres.» (Filgueira, 2001: 9).

Desde este enfoque los autores proponen una clasificación tentativa de segmentos sociales. Un primer estrato lo representan los «vulnerables a la marginalidad», en el extremo inferior de la escala social y que corresponde a la población en condiciones de pobreza estructural; los «vulnerables a la pobreza», estrato con ingresos alrededor de la línea de la pobreza y débiles lazos de integración social; y los «vulnerables a la exclusión de la modernidad», representado por los grupos integrados que son afectados por el deterioro de la unidad familiar, la segregación residencia y educativa (Kaztman et al., 1999b: 27-29).

En relación con la medición de vulnerabilidad, Kaztman afirma que todavía se está en una etapa exploratoria. Indaga sobre los alcances de las entrevistas en profundidad, que permiten indagar sobre las estrategias de vida que desarrollan las familias. La investigación empírica deberá recurrir a la construcción de medidas indirectas que aprovechen ambos tipos de fuentes de información (Kaztman 2000: 11-12).

Una segunda línea de desarrollo teórico-metodológico en torno a la vulnerabilidad social fue desarrollada por el Centro Latinoamericano y del Caribe de Demografía (CELADE), perteneciente a CEPAL. Especialistas del CELADE abordaron esta temática de manera individual e institucional, ofreciendo una visión que relaciona los fenómenos de desigualdad social con la dinámica demográfica en América Latina.

Los expertos de CELADE definen a la vulnerabilidad social como:

«...la combinación de: i) eventos, procesos o rasgos que entrañan adversidades potenciales para el ejercicio de los distintos tipos de derechos ciudadanos o el logro de los proyectos de las comunidades, los hogares y las personas; ii) la incapacidad de respuesta frente a la materialización de estos riesgos; y iii) la inhabilidad para adaptarse a las consecuencias de la materialización de estos riesgos» (CEPAL, 2002a: 17).

Los autores sostienen que las investigaciones realizadas en América Latina y el Caribe permiten: caracterizar condiciones objetivas y subjetivas de incertidumbre y desprotección; entender las oscilaciones de la movilidad social de comunidades, hogares y personas; ofrecer una mirada alternativa y complementaria a otros enfoques o conceptos que retratan situaciones de desventaja social, como pobreza y exclusión (CEPAL, 2002a: 16-17).

Proponen también la noción de «vulnerabilidad sociodemográfica», ya que los eventos demográficos no son riesgos en sí, salvo que sus efectos adversos comprometan el desempeño social o dificulten el ejercicio de derechos a las personas u hogares. Definen entonces a la vulnerabilidad sociodemográfica como:

«un síndrome en el que se conjugan eventos sociodemográficos potencialmente adversos (riesgos), incapacidad para responder a la materialización del riesgo e inhabilidad para adaptarse activamente al nuevo cuadro generado por esta materialización» (CELADE, 2002b: 7).

Moreno Crossley resume las principales críticas que han recibido los trabajos en torno a la vulnerabilidad social. Encuentra que suele observarse una tendencia hacia la individualización de las fuentes de desigualdad, la focalización de los fenómenos de exclusión y la omisión del rol de la acción colectiva para contrarrestarlos. También se señala la falta de consideración de los fenómenos de conflictividad social, lo que lleva al enfoque de vulnerabilidad social a ajustarse al paradigma liberal de interpretaciones sobre la desigualdad. Finalmente se señalan también la tendencia a la excesiva focalización de los programas de acción pública que se basan en este concepto (Moreno Crossley, 2008: 29-32).

Estas limitaciones también las hemos compartido en diferentes instancias de formación y debates grupales. Si bien reconocemos que los autores latinoamericanos han realizado un valioso esfuerzo para contextualizar el concepto de vulnerabilidad social a las realidades periféricas de nuestro continente, se carece todavía de una formulación teórica proveniente desde la perspectiva crítica. Los conceptos de estructura de clases, conflicto social, competencia o antagonismos de grupos están todavía ausentes como elementos constitutivos de las nociones de vulnerabilidad social.

En el breve racconto teórico que realizamos aquí vemos que la noción de «estructura de oportunidades» de Filgueira y Katzman abre un espacio para incorporar contenidos sobre la estructura macrosocial. Mercado, Estado y comunidad pueden ser repensados como fuentes de activos sociales que responden a las lógicas de la conflictividad política, y por lo tanto ofrecen oportunidades fuertemente sesgadas que refuerzan o agravan una estructura social polarizada. Diversos actores administran recursos a favor de intereses dominantes que pueden convertirse en verdaderas estructuras de «pasivos sociales» y «no oportunidades», especialmente para gran parte de la sociedad que no tiene llegada efectiva a los resortes del poder político y económico vigentes.

Asimismo desde el enfoque de CELADE, la vulnerabilidad sociodemográfica puede ser más profundamente relacionada con la llamada dinámica demográfica de la pobreza. Desde una perspectiva más crítica se puede leer a los eventos demográficos considerados adversos (fecundidad precoz y elevada, mortalidad temprana, condición de migrante indocumentado, asentamiento en condiciones ambientales desfavorables, entre otros) como manifestaciones del empobrecimiento y marginación de amplios grupos sociales.

Por otra parte reconocemos también que la noción de vulnerabilidad pueden conjugar las lógicas individuales y colectivas en el análisis de la estratificación social. Así como las nociones de activos se concentra en la capacidad de las personas de administrar sus recursos, las miradas críticas ponen el acento en las estructuras de desigualdad que imponen las condiciones de vida adversas a importantes estratos sociales. Conjugar la responsabilidad individual de las personas sobre su propio destino junto con la responsabilidad colectiva de los grupos de poder que imponen una desigual distribución de recursos sociales es un verdadero desafío conceptual, a la vez que un dilema metodológico para las investigaciones empíricas y la construcción de indicadores aceptables.

En parte por la dificultad de llevar al campo de estudio la noción de vulnerabilidad y la insatisfacción que provocaba su alcance teórico, nuestro equipo de investigación decidió trabajar con el concepto de movilidad social como una forma más concreta de ilustrar las condiciones dinámicas de vida de la población, especialmente en ámbitos microsociales. Mientras que la investigación social en torno a la movilidad fue abordada tradicionalmente para grandes colectivos humanos, nuestro grupo intenta en la actualidad abordar sus alcances y posibilidades en pequeñas áreas barriales, donde es posible combinar mejor la mirada académica descriptiva con el involucramiento cualitativo en la autopercepción de los sujetos investigados. De esta manera tratamos de hacer de la investigación empírica una ocasión de intercambio humano que favorezca un enriquecimiento recíproco.

Estratificación y movilidad residencial en América Latina: paradigmas, fuentes de información y temáticas

El desarrollo inicial de los estudios de estratificación y movilidad social en América Latina estuvo influenciado por las orientaciones dominantes de la época, tales como fueron los trabajos pioneros de D. Glass sobre Inglaterra o del paradigma estructural-funcionalista de la sociología estadounidense (Lipset, Bendix, Duncan, Kahl, Blau). Aunque también influyeron otras vertientes, en especial la marxista y la weberiana (Thompson, Lockwood, Goldthorpe, Touraine, Dahrendorf, Rex, Althousser, Poulantzas, Marschall, Tumin, Gertz, Mills) (Filgueira, 2007).

Los primeros estudios realizados en la región se focalizaron en el registro de los efectos positivos del desarrollo económico y productivo sobre la movilidad estructural2, asociados a la migración rural-urbana, la caída de la ocupación en el sector primario, el proceso de industrialización, la urbanización, la creciente «salarización» de la población económicamente activa y la expansión del sistema educativo. Entre estos trabajos se destacan: Germani (1971), Costa Pinto (1956, 1959), Hutchinson (1962), Solari (1956,) Solari y Labbens (1961), Gibbs y Browning (1966), Kahl (1965), Iutaka (1965), entre otros (Filgueira, 2001).

Sumado a las transformaciones productivas, los cambios en los patrones demográficos también incentivaron una movilidad social ascendente excepcional, inducida por los diferenciales de fecundidad entre estratos. La reducción temprana de la fecundidad de las clases medias y altas en comparación con los sectores bajos urbanos y rurales favoreció que los hijos de origen social bajo ocuparan posiciones ocupacionales que no podían ser cubiertas por aquellos pertenecientes a los estratos más altos. Este proceso ocurrió con mayor profundidad y anterioridad en países como Argentina, Uruguay y parcialmente en Chile (Filgueira, 2001, 2007).

Sin embargo, a partir de la segunda industrialización se visibilizaron las consecuencias de los cambios estructurales sobre la movilidad social: por un lado, la marginalidad urbana y, por otro lado, el comportamiento de la movilidad de circulación o de reemplazo3. Respecto al primer aspecto, no todos los inmigrantes de origen rural ni todos los hijos nacidos en hogares urbanos de bajo nivel social, encontraron fácilmente su lugar el mercado de trabajo urbano. Paralelamente al incremento de la urbanización, se registró el crecimiento de los cinturones periféricos de la pobreza urbana (denominados «villas miseria» en Argentina, «favelas» en Brasil, «callampas» o «campamentos » en Chile, «cantegriles» en Uruguay), los cuales evidenciaron la limitada integración social, el insuficiente dinamismo del mercado de trabajo y el acceso restringido al sistema educativo y a la salud (Filgueira, 2001, 2007).

El segundo aspecto se refiere a la rigidez del sistema estratificado y a su efecto sobre la posibilidad de que exista movilidad por reemplazo, controlando los movimientos inducidos por el cambio productivo o demográfico. Los estudios referidos a Brasil pusieron en evidencia las contradicciones de la modernización expresada por la tensión entre cambio y continuidad, ya que de no mediar las transformaciones estructurales, el cuadro de la estratificación social y de la movilidad ocupacional en Brasil en los inicios de la década de 1970 correspondería a una sociedad con muy bajo grado de permeabilidad y bajas probabilidades de movilidad ascendente (Pastore, 1979; citado en Filgueira, 2001). Sin embargo, en Argentina y Uruguay se observaba una mayor movilidad, principalmente asociada a una mayor permeabilidad de la estructura social.

A pesar de los importantes aportes de los estudios clásicos de estratificación y movilidad social en América Latina, uno de los principales problemas de este paradigma fue su anclaje en la dimensión del empleo. Estuvo sesgado hacia los mecanismos de mercado y hacia una visión liberal del orden social y de la distribución del poder y el prestigio, subordinando los mecanismos sociales y políticos que inciden en las probabilidades de movilidad social y en el desempeño de las personas en el sistema estratificado a sus efectos sobre el mercado de trabajo. Por ejemplo, en América Latina, a diferencia de los estudios estadounidenses y europeos, fue notoria la ausencia de la consideración de condición étnica o racial (Filgueira, 2007).

En contraste con la trayectoria de América Latina, los estudios de estratificación y movilidad social en Europa y los Estados Unidos han mantenido su vigencia y se han constituido en unas de las principales áreas de indagación social. Según Filgueira (2001; 2007), uno de los factores contribuyentes a la pérdida de relevancia en los países de la región estuvo dado por el vuelco de los estudios sociales hacia los problemas de pobreza y exclusión social -como consecuencia de los cambios macroeconómicos y de las reformas estructurales a partir de la denominada crisis de la deuda en la década de 1980-, significando un paso desde una consideración sistemática al interior de la totalidad de la estructura social a una indagación aislada sobre grupos sociales que se encuentran en los extremos de la estratificación social. Sin embargo, la evolución favorable en materia de análisis empírico y conceptual, como así también el desarrollo de categorías conceptuales novedosas, tales como la vulnerabilidad y la marginalidad, que permitan captar la heterogeneidad, transformación y dinámicas endógenas del fenómeno de la pobreza, posibilitaron el enriquecimiento del debate sobre la problemática social.

En todos estos conceptos subyace la noción más general de activos sociales. Este concepto -aún difuso y de difícil precisión- evidencia que el bienestar de una familia no se determina solo por su nivel de ingresos o capital acumulado en términos materiales, tal como postulaba el paradigma clásico de movilidad social, sino también por el conjunto de recursos que dicha familia posee, tales como las redes sociales y familiares de apoyo, el acceso a bienes y servicios provistos por el mercado o por el Estado y los niveles de capital humano (Filgueira, 2007). De esta forma:

«...todo sistema de estratificación social puede ser visto como una estructura de oportunidades o, lo que es lo mismo, como una distribución de oportunidades para el acceso a posiciones sociales diferencialmente evaluadas. La estructura de oportunidades no es estática, cambia con el tiempo y varía entre diferentes países y sociedades. Tales cambios influyen sobre las posibilidades diferenciales de movilidad social de los individuos y sobre las divisiones de clase así como sobre el ámbito de las relaciones interpersonales, institucionales y políticas» (Filguiera, 2007: 84).

La estructura de oportunidades puede transformarse a partir de la incidencia de cinco procesos, siendo los tres primeros puramente de mercado -y privilegiados en los estudios clásicos sobre estratificación y movilidad social- y los dos últimos políticos y sociales (Filgueira, 2007). La expansión económica y social es considerada generalmente como el factor de mayor incidencia. Sin embargo, los cambios demográficos, aunque menos tangibles, contribuyen en gran medida en los cambios de la estructura de oportunidades. Asimismo, la movilidad geográfica también altera dicha estructura y sus efectos dependen de las características de los individuos que componen los flujos de inmigrantes y de las condiciones estructurales de los lugares de origen y destino. La implementación por parte del gobierno de políticas redistributivas, orientadas a modificar o perpetuar la distribución que se produce por el mercado, también influyen en la estructura de oportunidades. Otro proceso se refiere al capital social y otras formas de capital. La inclusión de otras dimensiones permite no solo explicar mejor los desempeños en el mercado, sino que pone en relevancia otros principios ordenadores de la diferenciación social en oposición o paralelo a la determinación del empleo (Filgueira, 2007).

Respecto a las fuentes de datos y similar a lo observado a comienzos de la década de 1960 por Gino Germani, no se poseen muchos datos sobre movilidad social en la Argentina y en gran parte de América Latina; aunque pueden hacerse algunas inferencias sobre la base de datos censales y relativos a encuestas, ya sean estas últimas oficiales o provenientes de estudios específicos llevados a cabo en los últimos años en algunas ciudades de la región (Germani, 2010 [1963]).

Cada una de estas fuentes de información permite responder a ciertos interrogantes y no a otros. Por ejemplo, los censos de población y vivienda constituyen una fuente clásica si se busca dar cuenta de los cambios de largo plazo en el sistema de estratificación e interpretar sus resultados a partir de la inserción de la población en la estructura económica; aunque se critica este tipo de fuente por la calidad de los datos recolectados especialmente los referidos a la características económicas de la población. Complementariamente, las encuestas de hogares posibilitan el análisis de algunos factores determinantes de las oportunidades de vida de la población y de los cambios en la estructura del empleo y la estratificación social. Sin embargo, presentan una serie de limitaciones y vacíos, tales como la dificultad para captar las nuevas formas de inserción en el mercado de trabajo y las características de los nuevos empleos generados (Franco et al., 2007).

Además, se encuentran una variedad de fuentes de información provenientes de estudios específicos sobre movilidad social, tales como la Encuesta de Movilidad Social en Chile de 2001 (Torche y Wormald, 2007), la Encuesta sobre Movilidad Social en México en 2006 y 2011 (CEEY, 2013; Serrano y Torche, 2010), la Encuesta de Movilidad Social en Montevideo en 1959, 1996 y 2010 y en Maldonado en 2000 y 2010 (Boado, 2012), y en Argentina se destacan cinco encuestas: (a) Estratificación y movilidad social en el Gran Buenos Aires dirigida por Germani en 1960-61; (b) Encuesta sobre movilidad social de 1969 como complemento de la «Encuesta de empleo y desempleo» llevada a cabo regularmente por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC); (c) la encuesta de 1995 dirigida por el Centro de Estudios de Opinión Pública de la Universidad de Buenos Aires (CEDOP-UBA); (d) encuesta de 2000 dirigida por Kessler, Espinoza y Rivoir y realizada en las ciudades de Buenos Aires, Santiago y Montevideo y (e) dos encuestas realizadas en 2004-5 también por el CEDOP-UBA (Dalle, 2010, Kessler y Espinoza, 2007). Mientras las encuestas llevadas a cabo en Chile y México tuvieron una representatividad nacional, las realizadas en Argentina se concentraron en el Área Metropolitana o en la Ciudad de Buenos Aires. Asimismo, todas estas encuestas, a excepción de la relevada en México en 2011 y en Buenos Aires en 2004-5, fueron realizadas a jefes de hogar hombres.

El surgimiento de nuevos marcos interpretativos para el estudio de la estratificación y movilidad social a partir de la incorporación de nuevos principios ordenadores de la diferenciación social, como así también la escasa y limitada disponibilidad de fuentes de información sobre movilidad social, impulsan el desarrollo de investigaciones orientadas a analizar nuevas temáticas. Por ejemplo, los efectos de los procesos de crecimiento económico alto y sostenido, como el observado en Argentina entre 2003 y 2008, sobre la estratificación social; la capacidad de transmisibilidad y de reproducción intergeneracional que caracteriza a las clases o estratos sociales que dificulta una movilidad social ascendente, más allá de los esfuerzos individuales; la informalidad laboral y la movilidad entre ocupaciones informales a formales; la expansión del sector servicios y su creciente diversificación; el efecto género, en especial en lo relacionado a la relación entre pobreza y hogares monoparentales femeninos y en los logros y desempeños diferenciales entre mujeres y hombres en similares contextos; el factor étnico como elemento diferenciador, la movilidad subjetiva, referida a la percepción que las personas tienen sobre sus condiciones de vida actuales, en comparación con las condiciones de su hogar de origen, el papel del hábitat y del territorio, entre otros.

La inclusión de una perspectiva teórica particular y la apuesta por decolonizar nuestros propios hábitos interpretativos

El estudio de caso, como una alternativa específica de abordaje dentro de la perspectiva científica social cualitativa, propone -tal como lo señala Robert Stake (1994)- un camino de indagación profunda en relación al modo en que un determinado grupo significa la experiencia social respecto de un específico fenómeno o temática.

El camino sugerido por esta estrategia permite no sólo reconocer sentidos asociados a un determinado asunto -que ha sido previamente nominado y caracterizado al iniciar un proceso de investigación, como puede ser por ejemplo el tema de la movilidad social- sino que, de modo más importante, busca resignificar la manera en que ese tema se comprende a los ojos de los propios investigadores. Así, los grupos o personas con los que se establece un diálogo (sostenido a lo largo del tiempo, a veces, o fugaz y contingente, en otras oportunidades) se erigen como sujetos epistémicos capaces de aportar elementos de sentido centrales para la comprensión (y, como se dijo «resignificación» de ciertas problemáticas).

De esta manera, y en relación específica a una experiencia efectuada en el marco del proyecto de investigación desarrollado en el barrio Villa La Tela de la ciudad de Córdoba, se comparten aquí algunas reflexiones en torno a las transformaciones y redefiniciones que el recorrido investigativo realizado hasta el momento ha permitido efectuar en relación a la temática en cuestión.

Cualquier dinámica metodológica cualitativa que privilegie la instancia de encuentro (presencial, directo, personal) entre el investigador o grupo de investigadores y los integrantes de una comunidad determinada -definida como referente empírico- excede por mucho el empleo de determinadas «técnicas» (ya sea éstas observación participante, entrevistas o los denominados grupos focales). La elección de una estrategia de abordaje que se define a partir del acompañamiento a iniciativas endógenas obliga a renunciar a este tipo de instrumento en pos de apostar por un tipo de encuentro sujeto a las voluntades locales, aunque desde luego siempre en diálogo y acuerdo con las elecciones de «el» o «los» visitantes. El acompañamiento pautado -que se constituye entonces como un espacio de encuentro en el que los sentidos emergen de manera libre, aunque como se sabe, nunca aleatoria, funciona de esta manera como la instancia dinamizadora de un determinado proceso empírico, aportando elementos que sensibilizan al investigador orientándolo en la revisión de ciertas elaboraciones teóricas. Asimismo, el trabajo -de interpretación y creación conceptual- implica poder comprender y captar las especificidades de las experiencias y situaciones que se acompañan, articulándolas a estructuras más amplias que puedan inscribirlas en un marco de regularidades macroestructurales.

Como se sabe, la tradición latinoamericana en investigación-acción se presenta como una fuerte opción teórico-metodológica desde la cual abordar cualquier trabajo que, desde el espacio de la academia, intente producir un acercamiento -nuevamente, personal y directo- con comunidades o grupos de base social. Sin embargo, y como advertimos en nuestra experiencia concreta, la modalidad de aproximación (o incluso «intervención», como siguen llamándole muchos grupos universitarios o militantes) suele presentarse como deficiente e incluso problemática en relación a varias cuestiones.

En primer lugar, sucede que este tipo de acercamiento se plantea en la práctica desde un espacio disciplinar (un área de conocimiento o experticia que se genera desde, por ejemplo, un grupo de profesionales o una cátedra universitaria) interpelando aspectual y fragmentariamente a los sujetos abordados y las situaciones que éstos atraviesan. Es decir, sucede con frecuencia que una misma comunidad se encuentra «intervenida» o «sobreintervenida» por diferentes grupos externos que convocan a diferentes espacios y actividades para poder abordar cuestiones ligadas a «género», «educación», «salud», «hábitat», «alimentación», etc. En otras palabras, la pertinencia disciplinaria a la que los profesionales deben responder en sus propios espacios (de trabajo o desempeño académico) los obliga a proponer una dinámica deficiente y fragmentaria que no acompaña la integralidad que encuentran todos estos aspectos en el continuum experiencial de los grupos abordados.

En segundo lugar, resulta frecuente que este tipo de abordaje esté planteado bajo una concepción pedagógica del encuentro, asumiendo que desde el espacio de la academia deben compartirse una serie de saberes y conocimientos en torno a múltiples temáticas. Y si bien esto merece una consideración y discusión específica en relación a cada caso -área de conocimiento-, es posible advertir que resulta peligroso y en extremo soberbio considerar que esos grupos sociales necesitan instrucción externa respecto de la forma en la que deben alimentarse, plantear sus espacios habitacionales o entablar relaciones interpersonales a nivel familiar o barrial, etc. Es decir, que en este nivel, también es necesario revisar una fuerte tradición investigativa que, aunque valiosa, quizás responda a una concepción en algunos aspectos que hoy se pueden entender como equivocados.

En tercer y último lugar, es necesario revisar cuáles son aquellas ideas que -alineadas al deseo por alcanzar un horizonte emancipador- han entendido siempre que las organizaciones -de un determinado tipo, por cierto serían el camino estratégico más certero y seguro hacia ese espacio de conquista de las libertades sociales. Dicho de otro modo, sería necesario revisar en este punto no el potencial transformador de los espacios sociales organizados, desde una perspectiva teórica, sino la inclinación -casi febril- con que se suele fomentar este tipo de articulación cuando se inicia un trabajo de encuentro con grupos sociales de base, desde una perspectiva metodológica.

Ahora bien, y como señalábamos más arriba, estas características -de un particular modo de investigar, alineado fundamentalmente a la tradición de investigación-acción- se perciben aun hoy vigentes y, desde nuestra experiencia concreta, necesarias de trascender. Efectivamente, fue a partir de estas identificaciones y reflexiones conceptuales, provenientes del trabajo «en campo», que adquirió relevancia y particular interés adentrarnos en una línea de indagación diferente, que permitiera anclar e inscribir estos rasgos a teorizaciones macroestructurales y de orden general civilizatorio, desde una perspectiva que ponga en evidencia toda una tradición gnoseológica (que incluye pero excede la cuestión epistemológica) moderno-colonial.

Esta corriente de investigación, que se propone a sí misma como una línea proveniente y disidente de los denominados Estudios Postcoloniales, según uno de sus autores referenciales, Walter Mignolo (2007), intentaría generar un espacio de diálogo (que no está estipulado ni protocolizado metodológicamente) entre la academia y actores sociales de base. Ahora bien, la especificidad y potencialidad de esta línea de trabajo radica en que permite la articulación de los niveles micro, medio y macro mediante ciertos rasgos (en principio, sociales y culturales) para explicar, desde una perspectiva histórica, la compleja configuración actual latinoamericana en el marco de una situación global, planteada hace más de cinco siglos entre Europa y «el resto del mundo».

La propuesta teórica, resumida aquí de forma injusta por breve y simplificada, consiste en advertir y denunciar que las múltiples relaciones coloniales excedieron por mucho las dimensiones políticas (en términos de administración de gobierno, que se extendieron hasta el siglo XIX en el caso de las independencias en Latinoamérica) o económicas (que, como se sabe, siguen siendo uno de los condicionantes más importantes, en términos de relaciones internacionales norte-sur, planteados en la actualidad).

Por una parte, la iniciativa decolonial adscribe a la denuncia, hoy generalizada, sobre la compartimentación disciplinar del conocimiento -resultado de la configuración científica moderna- pero adicionando una advertencia particular. El señalamiento que se hace desde esta perspectiva teórica, mediante la propuesta de, por ejemplo, Santiago Castro-Gómez (2007), postula que el conocimiento moderno se apoya fundamentalmente en una escisión ontológica entre hombre y naturaleza, reservando la función del conocimiento a la descomposición, fragmentación y control de esos ámbitos y renunciando a la comprensión de sus «conexiones ocultas». Desde allí se comprende la búsqueda y construcción de una perspectiva «disciplinar», organizada sobre grandes áreas (ciencias sociales y ciencias naturales) que compartimenta en fragmentos a la realidad, desarrollando un conocimiento experto sobre cada una de sus partes. En otras palabras, esta línea teórica permite comprender en profundidad las ideas y concepciones matrices que desde un orden civilizatorio particular (a pesar de su pretensión universal) se han establecido y naturalizado en el mundo de la academia.

Por otra parte, es la orientación teórica decolonial la que promueve comprender a los espacios sociales contemporáneos como ámbitos constituidos por una trama compleja de relaciones que reproducen múltiples formas de subalternación pero que, a diferencia de lo que postularía una mirada marxista tradicional, no se circunscribe ni reduce a la dimensión material de las condiciones de existencia. Es decir, la perspectiva decolonial invita a comprender a las relaciones de dominación que sostienen -y han sostenido desde sus inicios al sistema mundial capitalista- en una clave de lectura que incluye pero exceda a los aspectos económicos, prestando atención al modo en que se conjugan las diferencias y jerarquizaciones planteadas en términos de género, orientación sexual, etnia y fundamentalmente subalternización epistémica. Es decir, lo que este conjunto de autores plantea es que, desde el establecimiento del denominado sistema-mundo (Wallerstein, 1974) no sólo se han planteado una serie de patrones relacionales que disponen asimétricamente a hombres y mujeres, «blancos» y «no blancos», heterosexuales y homosexuales, etc. sino fundamentalmente a diferentes maneras de entender y producir conocimiento.

¿No es acaso innegable que el afán por la acumulación del capital económico es un síntoma -o desde otro punto de vista, una consecuencia- de una configuración de sentidos construidos culturalmente que constituyen un patrón gnoseológico? Y para pensar en esta dirección ¿no sería necesario considerar a las formas de producir conocimiento como modalidades que exceden los ámbitos formales y académicos?

En relación a esta cuestión resulta claro que, en la actualidad, se ha vuelto extremadamente frecuente -en distintos fragmentos de la trama discursiva general- la crítica al sistema político, cultural y económico actual. Asimismo, estas posiciones críticas suelen venir acompañadas de una reivindicación (aunque quizás formal y hasta superficial) de otros marcos de cultura, como lo son por ejemplo, para el caso de América Latina, las culturas indígenas. En el ámbito de la indagación científica, se percibe por ejemplo una tendencia sostenida a indagar e intentar «recuperar» elementos gnoseológicos de estos espacios sociales en investigaciones de «ciencia básica» o en desarrollos tecnológicos que abarcan desde el área de la medicina hasta las técnicas constructivas, intentando extraer conocimientos en relación a sustancias herbales y efectos terapéuticos o técnicas que proponen la utilización de materiales naturales como el adobe. De esta manera y, más allá de las resistencias y críticas que esta nueva modalidad pueda generar, se produce así una relación relativamente clara entre saberes que intentan posicionarse de una forma nueva, frente al modelo moderno dominante de sojuzgamiento de saberes y conocimientos no occidentales. ¿Pero qué sucede con todos aquellos espacios, con todos aquellos fragmentos de la trama social, que hoy no se reconocen (al menos nominalmente) depositarios de elementos culturales indígenas pero que en sus propias prácticas exhiben un tenor gnoseológico alterno? ¿Sería posible rastrear estos elementos en los espacios, comúnmente denominados como «urbano-marginales»? ¿Sería posible hacerlo, sin forzar o sobreimponer identidades desde una perspectiva exógena?

La perspectiva decolonial no tiene respuestas monolíticas a esta serie de cuestionamientos; sin embargo, a través de sus diferentes conceptualizaciones sugiere y permite «afinar» la escucha en relación a otras formas -efectivamente alternas- de producir sentido respecto de ciertos valores que entendemos referenciales en el marco de nuestras culturas contemporáneas.

Precisamente, en relación a esta cuestión, se comprende por qué es necesario -desde nuestro ámbito académico- recuperar otras formas de entender (significar y experienciar) aquellos sentidos asociados a la noción de «bienestar» (desde una perspectiva social, integrada a la noción injustamente escindida de «lo natural») y a partir de allí, redireccionar nuestras lecturas en relación a desplazamientos, recorridos y «movilidades».

La experiencia de trabajo de campo nos ha indicado, una y otra vez, que nuestras pre-concepciones (en relación a lo que consideramos bienestar económico, social y cultural) resultan frecuentemente simplificadoras y tipificadoras. Pero ¿estamos realmente preparados para romper y refundar nuestras concepciones en relación a estas nociones y categorías teóricas? ¿Es posible aceptar que estos sentidos se construyen de manera singular en cada espacio cultural particular?

Resulta claro que si aceptamos que las concepciones que empleamos desde el ámbito académico pueden ser cuestionadas desde estos espacios sociales (subalternizados en múltiples aspectos) se revierte aquella idea, mencionada anteriormente, que nos ubica como poseedores de conocimientos que «comunicar» o «convidar» en esos escenarios, para aproximarnos a un rol mucho más complejo que -efectivamente- incluya nuestros propios procesos de aprendizaje. Pero ya no se trataría sólo de «enseñar» o «aprender» sino también ser capaces de silenciarnos y revisar qué y cuánto necesitamos deconstruir de nuestras matrices gnoseológicas e interpretativas para no continuar reproduciendo este peligroso modo (relacional) de subalternización de saberes y jerarquizaciones, tanto sociales como gnoseológicas.

Palabras finales

Cerramos aquí esta reseña de enfoques teóricos que han alimentado nuestro trayecto de formación y nos han llevado al campo de la investigación empírica. Sólo queremos recordar que este camino ha sido fruto de la composición multidisciplinaria del equipo y desde allí pretendemos seguir trabajando en la práctica de la investigación. Ello representa un desafío no sólo intelectual sino propiamente personal, en la cual las diferencias de perspectivas nos provocan un replanteo permanente del lugar desde donde miramos la realidad y especialmente a las personas que componen el «campo de investigación ». Ya no se trata sólo de observar y entender, sino de reconocer el establecimiento de un vínculo humano en el cual el intercambio recíproco horizontal no sólo es posible sino deseable.

Notas

1 Los miembros del Programa de Vulnerabilidad se encuentran desarrollando el proyecto «Movilidad social en barrios de Córdoba: Villa La Tela y áreas colindantes», financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba.

2 La movilidad estructural se refiere a la movilidad originada en modificaciones en el tamaño relativo de las categorías o posiciones ocupacionales disponibles (Germani, 2010 [1963]).

3 La movilidad de circulación o de reemplazo es aquella que depende del intercambio de personas o familias (Germani, 2010 [1963]).

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