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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.34 Córdoba dic. 2015

 

ARTICULOS ORIGINALES

El pecado pequeño burgués en las organizaciones de la nueva izquierda revolucionaria latinoamericana. MIR chileno y MLN-T uruguayo1

Tamara Vidaurrázaga2

Resumen
En el presente artículo nos referiremos a una característica común que tienen las organizaciones de la nueva izquierda revolucionaria de los sesenta-setenta, la moral militante revolucionaria, centrándonos en la dicotomía entre una moral burguesa y una proletaria que se caracterizaba por rechazar a la primera intentando reproducir los comportamientos y valores de la clase obrera como mandato militante. Para ello, revisamos los testimonios y documentos de dos organizaciones del cono sur: El Movimiento de Izquierda Revolucionario MIR chileno, y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros MLN-T uruguayo.
Palabras Clave: Nueva izquierda revolucionaria- Latinoamérica-moral burguesa-moral revolucionaria

Abstract
In this article we will refer to a common feature of the new revolutionary Left of the sixties and seventies in Latin America, the revolutionary militant morals. They are focus on the existing dichotomy between bourgeois and proletarian morals, in which the latter would reject the former by aiming at reproducing working class behaviors and values as a militant principle. This will be reviewed through testimony and documents belonging to two organizations in the Southern Cone: The Revolutionary Left Movement MIR in Chile and the Tupamaros National Liberation Movement MLN-T in Uruguay.
Keywords: Revolutionary New Left –Latin America-bourgeois morality- revolutionary morality

En el presente artículo nos referiremos a una característica común que tienen las organizaciones de la nueva izquierda revolucionaria de los sesenta-setenta, la moral militante revolucionaria, centrándonos en la dicotomía entre una moral burguesa y una proletaria que se caracterizaba por rechazar a la primera reproduciendo los comportamientos de la clase obrera como mandato militante. Para ello, revisaremos los casos de dos organizaciones del cono sur: El Movimiento de Izquierda Revolucionario MIR chileno y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros MLN-T uruguayo a través de testimonios, canciones y documentos partidarios, mostrando cómo –a pesar de tener diferencias históricas e ideológicas– en términos morales ambas se aproximan y hermanan.

Ambos países eran vistos como una excepcionalidad dentro de Latinoamérica, siendo llamados «los ingleses» y «los suizos» de la región, en alusión al orden que los caracterizaba y contraponía con los países vecinos, siendo sociedades sin tradición en el uso masificado de la violencia en la acción política.3 De hecho, ambas organizaciones se originaron y convocaron a la lucha armada en momentos democráticos, aunque no por ello carentes de conflictos sociales, con importantes políticas sociales, producto de una convergencia entre sectores medios y obreros y una elite oligárquica que se adaptaba a esas nuevas condiciones.

Si bien en ambos países la izquierda histórica era liderada por los partidos Comunista y Socialista, en Uruguay no tenían gran peso político y obtenían una representación mínima en el parlamento, mientras que en Chile desarrollaron experiencias de gobierno durante los frentes populares, llegando a ganar las elecciones presidenciales conjuntamente en 1970, con Salvador Allende a la cabeza.

Una diferencia ideológica es que en el MIR la teoría resultaba más importante, orientando prácticas que no siempre se concretaban más allá del discurso, mientras en el MLN el discurso sostenía que lo que los mantenía unidos era la práctica, mientras que las discusiones teóricas los alejaban.

Ambas organizaciones fueron formadas ideológicamente por militantes provenientes de tradiciones políticas diversas: marxistas, leninistas, trotskystas, anarquistas, maoístas, socialistas y sindicalistas, estuvieron en las fundaciones del MIR y del MLN-T y, sin duda, trajeron a estas organizaciones mandatos de moral revolucionaria históricos, que se mixturaron con los escritos contemporáneos de Guevara y con las realidades locales particulares de cada país, si bien –en la práctica– los mandatos morales son bastantes similares entre sí, según se concluye al analizar las fuentes.

Estado del arte

La gran producción teórica y analítica existente sobre la moral militante revolucionaria se concentra en analizar los textos de Guevara o en realizar análisis generales para toda la nueva izquierda revolucionaria. Donde se ha producido una creciente elaboración de textos que analizan la subjetividad militante y la moral de las organizaciones es en Argentina, cuyos trabajos –si bien pueden extrapolarse al resto de la izquierda, principalmente del cono sur – realizan una lectura a partir de documentos y testimonios particulares para el PRT y Montoneros.

Así, textos como el de Horacio Tarcus, que compara las organizaciones de esta nueva izquierda con una secta política, el de Otero y Weizz que refieren al puritanismo militante o el de Ana Longoni que analiza lo que llama el mandato sacrificial son de utilidad para referirse a organizaciones revolucionarias de América Latina, pero no analizan concretamente más que fuentes argentinas.

En el caso del MIR chileno, es mucha la proliferación de material respecto a la historia de la organización. Sin embargo, poco del mismo se encuentra centrado en los mandatos morales y la subjetividad de la militancia, cuestión que más bien puede hallarse –aunque sin análisis– en los testimonios militantes y en los documentos partidarios, compilados, pero escasamente analizados.

Hernán Vidal es uno de los primeros que da cuenta de una mirada analítica sobre los comportamientos de la militancia en su libro MIR. 14 claves existenciales, donde analiza «en su sentido humano la experiencia militante del MIR».4 En su reciente publicación, el ex militante e historiadorCarlos Sandoval da cuenta de una mirada más integral de la organización, analizando no solo la historia de la misma, sino también las exigencias que hacía a su militancia en términos de comportamientos, principalmente a través de algunos testimonios recogidos.5

Sobre la disciplina militante escribe Julian Bastías,6 mientras que Olga Ruiz propone la importancia de analizar la subjetividad militante para comprender un compromiso que no pasaba solo por la racionalidad.7 El tema de los mandatos morales en la militancia puede encontrarse también en tesis recientes,8 trabajado especialmente a partir de algunos testimonios recogidos para estos textos.

En el caso del MLN-T, existe aún más abundancia de textos sobre la historia de la organización, compilaciones de documentos y testimonios de militantes de la época. Sin embargo, muy pocos se detienen especialmente a analizar el tema de la moral dentro de la organización.

Uno de los primeros autores que hace este trabajo es José Harari, quien en su libro se refiere al «estilo de vida tupa», describiendo someramente los comportamientos de los y las militantes del MLN-T. Años después, en el 2002, Clara Aldrighi publica La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN Tupamaros,9 en el que se detiene a analizar a la organización en términos ideológicos y morales, utilizando para ello sobre todo testimonios y fuentes secundarias, texto que ha sido muy útil para el presente trabajo. Recientemente, en el 2011, se publicó el libro Las tribus de la izquierda. Bolches, latas y tupas en los 60,10 en el que trabaja a las organizaciones de la izquierda uruguaya desde el punto de vista de la identidad política que las caracterizaba, basándose principalmente en testimonios y siendo un aporte para estos temas, si bien es escueta la información del MLN, por ser tres las organizaciones analizadas.

En el presente artículo trabajaremos específicamente una característica central de la moral militante de ambas organizaciones, precisamente por la similitud que presentan, a pesar de las diferencias históricas y contextuales de éstas: la propuesta de una moral revolucionaria en oposición a la moral burguesa que se erige como aquello que no debe ser un revolucionario o revolucionaria para merecer este título, lo que no solo significa luchar por el proyecto político, sino actuar cotidianamente de manera coherente con esta moral.

Si bien ninguna de estas dos organizaciones se concentró especialmente ni fue tan explícita en el tema de la moral militante –como sí lo hizo el PRT argentino– el deber ser en términos de moral militante puede desprenderse en menor medida de bibliografía especializada y mayormente de documentos partidarios, testimonios de ex militantes y letras de canciones vinculadas con las organizaciones estudiadas, fuentes que hemos utilizado para el presente análisis y que –salvo algunos testimonios– han sido escasamente analizados en los textos citados anteriormente.


La moral del Hombre Nuevo en la época de la Revolución

Si bien el influjo de la revolución cubana en la Nueva Izquierda Revolucionaria es un acuerdo común entre quienes investigan el periodo,11 existe una parte del pensamiento guevarista que fue incluso mucho más ampliamente aceptado y emulado que la propia revolución que lideró junto a Fidel Castro: su filosofía en torno a la ética, construida primero en relación con los comportamientos adecuados de un buen guerrillero y, posteriormente, en torno al ideal del Hombre Nuevo, personaje en construcción en el camino hacia el socialismo.

Entenderemos por Moral una forma de vivir,12 acepción más simple de la palabra y que nos remite a cómo nos comportamos en la vida diaria, en todos sus planos, lo que coincide con los dichos del historiador español Rey Tristán cuando describe cómo el Hombre Nuevo, encarnado en el Che, se transformó en el ideal para una generación completa que lo evidenciaría en múltiples aspectos y comportamientos de las vidas de estos jóvenes. Para Tristán esta búsqueda significaba «el paso del pequeño pequeño-burgués a revolucionario»,13 conversión necesaria y exigible a quien quisiera pertenecer a la vanguardia revolucionaria.

Guevara utilizó desde sus primeros textos –post revolución cubana– el término moral, o sea, siendo ya un comandante de la revolución y habiendo abandonado por elección propia su vocación por la medicina.14 Ya en «Pasajes de la guerra revolucionaria»15 se refiere a la falta de moral de uno de los guerrilleros. En esta narración se evidencian –por antonomasia– aquellas características requeridas para un buen combatiente: disciplinado, honrado y fiel a la revolución y a sus compañeros, o sea, incapaz de traicionarla y traicionarlos.

Luego, en «Consejos al combatiente», artículos publicados en 1960 en la revista Verde Olivo, Guevara se refiere a la disciplina y la moral como «las bases sobre las que se asienta la fuerza de un ejército, cualquiera que sea su composición»,16 refiriéndose a dos tipos de moral: una «en el sentido ético de la palabra» y otra «en su sentido heroico», señalando que una agrupación armada debe tener ambas para ser perfecta.17 Cuando se refiere al sentido ético, habla del comportamiento deseable para un guerrillero de la revolución, o sea, lo que acá entendemos como «moral guevarista militante»; mientras que al referirse a la moral heroica habla de la confianza en el triunfo, cuestión que podría traducirse como Voluntad.

Si eran los preceptos delineados para ese Hombre Nuevo por venir aquello con que una parte importante de esa generación comulgaba, en el caso de los y las militantes –vanguardia concreta del sueño revolucionario– estos preceptos estaban ligados a aquellos que el Che estipuló para el caso de quienes liderarían la lucha armada pre revolución. Por tanto, si la moral guevarista caló profundo en muchas personas de maneras diferentes en la época de la revolución,18 las exigencias para la militancia de la Nueva Izquierda fueron mucho más específicas y rígidas, pues, además de compartir en términos éticos los pensamientos de Guevara, siguieron las instrucciones dadas por él para el caso de los combatientes de la guerrilla, cuestión compartida por los y las militantes de las organizaciones de esta izquierda Latinoamericana, como sindican Otero y Weizz cuando señalan que «...la presencia mítica del Che fue común a todas las organizaciones, no solamente en Argentina. Con su elección de vida, su práctica concreta y sus escritos, Guevara fue el representante impar de las virtudes heroicas del guerrillero, el exponente máximo de la ética del militante guerrillero».19

Por tanto, entenderemos por moral guevarista militante aquella más rígida que emularon quienes militaron en las organizaciones de la Nueva Izquierda y que significó no solo comportarse como ese Hombre Nuevo que devendría de la revolución, sino también como ese militante ejemplar que merecía entonces ser parte de la vanguardia revolucionaria Latinoamericana. La debilidad de uno de estos eslabones en la cadena revolucionaria era debilidad de la propia revolución, cuestión inaceptable en tiempos de guerra.

Las organizaciones

El MIR y el MLN-T nacieron en Chile y Uruguay, respectivamente, en 1965. Mientras el origen del MLN-T fue el Coordinador, organización surgida para apoyar el movimiento de los cañeros,20 quienes luchaban por mejorar sus precarias condiciones laborales; el MIR nació a partir de la vinculación de un grupo de estudiantes universitarios con militantes venidos del trotskysmo. Ambas organizaciones surgieron a partir de una variedad de militantes provenientes de la izquierda que se unieron en la idea de radicalizar la lucha, asumiendo que debía ser político-militar y utilizar la violencia para ser completamente revolucionaria. Tanto una como otra realizaron desde sus comienzos acciones violentas para apertrecharse y realizar propaganda política y, luego, para resistir ante las dictaduras que asolaron a Chile y Uruguay desde 1973.21

Para el caso del MLN-T, la gran derrota del movimiento se estipula para 1972, antes incluso de que el Golpe de Estado se realizara formalmente, si bien el país ya se encontraba en una escalada autoritaria bajo el gobierno de Pacheco Areco. Tras este periodo, la mayoría de la militancia cayó detenida y el MLN-T se desarticuló, haciendo aún más brutal la represión y la situación de quienes estaban en prisión desde el golpe en junio de 1973. Lo que sigue son intentos de unificación por distintas vías, sobre todo por parte de quienes están en el extranjero, y cuestionamientos a lo que había sido la política de la organización. En este momento se acentuaron las críticas a la moral burguesa como resultado de una búsqueda de explicaciones a la derrota. En ese periodo, son fundamentalmente los líderes que se encuentran en la cárcel de varones quienes participan en esa discusión, cuestión que se zanja con la liberación masiva de los prisioneros y prisioneras políticas en 1984, rearticulándose el MLN T como parte del Frente Amplio y con una posición que abandona la lucha armada y se une a la vía electoral, llevando a José Mujica, ex líder guerrillero, a la Presidencia de la República el 2010.22

Por su parte, el MIR tuvo una doble posición durante la Unidad Popular, protegiendo a Allende al formar parte de su guardia personal23 y siendo el motor de quienes buscaron agudizar las contradicciones, radicalizando la revolución pacífica con tomas de tierras en el campo y la propuesta de poder popular en las fábricas que eran abandonadas por sus dueños y terminaban siendo administradas colectivamente por los trabajadores. Es tras el golpe de Estado de septiembre de 1973 cuando la arremetida represiva se concentró en el MIR, cuya primera derrota se sindica en 1975, tras la muerte en un enfrentamiento de su máximo líder Miguel Enríquez. A fines de los ’70 el MIR decidió realizar la Operación Retorno, enviando a sus militantes a la clandestinidad en Chile para reactivar la resistencia, proyecto que tuvo punto de inflexión en las jornadas de protestas y en los movilizaciones masivas de los ochenta en adelante, pero que finalmente fue desplazado por el acuerdo entre los partidos políticos que negociaron con la dictadura el retorno a la democracia. Desde 1987 el MIR comenzó a desintegrarse dividiéndose más tarde en tres corrientes, que terminaron por acabar con este partido.

Respecto de la moral de ambas organizaciones, podemos señalar que – a pesar de la crítica que realizan al foco guerrillero del Ch – tanto el MLN-T como el MIR recogen el legado de Guevara en términos morales, estableciendo un deber ser militante que –pudiendo haber sido o no claramente explicitado– se desprende de los documentos, los testimonios y los comportamientos de quienes militaron en éstas.24 Para ambas, la concepción del Hombre Nuevo guevarista y las exigencias propias de la lucha armada de la clandestinidad fueron ejes que marcaron sus improntas morales y las hermanaron en el sentido de exigir comportamientos enmarcados en esta moral, por supuesto con las especificidades propias de cada organización, país e, incluso, cada historia personal, que siempre serán irrepetibles. Como señala Ana Longoni, «hay cuestiones similares, aires de familia que son comunes a aquellas organizaciones que optan por la lucha armada y definen su paso a la clandestinidad».25 Estas cuestiones familiares están enmarcadas en lo que antes conceptualizamos como «moral guevarista militante» y analizaremos para cada caso, evidenciándose justamente aquello que tienen en común.

Muchas de estas características no son exclusivas de los y las militantes de la Nueva Izquierda, observándose también en quienes militaban en la llamada Vieja Izquierda, e inclusive siendo herencia precisamente de esa tradición de la que las nuevas organizaciones pretendían distinguirse, como bien apunta la argentina Florencia Greco cuando indica que la práctica discursiva de la izquierda revolucionaria setentista reproducía muchos de los lugares comunes y creencias de aquellos discursos, especialmente lo referido al tipo de militante necesario para la revolución, siempre sacrificado y entregado por completo a los mandatos partidarios.26 Longoni también plantea que la importancia de los mandatos militantes compartidos en esta Nueva Izquierda fueron necesarios para la conformación de colectivos que deseaban diferenciarse de otros planteando un «mundo específico que merece ser distinguido».27

Las transgresiones repetidas a los mandatos militantes, basados en parte en esta moral guevarista militante y antiburguesa, evidencian que estas exigencias no les resultaban naturales a quienes participaban en estas organizaciones, puesto que en tal caso no se hubiera requerido una constante insistencia en moldear los espíritus de las personas involucradas. La necesidad de este modelado moral, realizado a través de la represión –en caso de transgredirse– y en alicientes –en caso de que fuera acatados– evidencia que era artificial y trabajoso para quienes militaban en estas organizaciones asumir los nuevos mandatos, que la conversión del ser burgués al revolucionario, de la persona común a la militante, exigía un trabajo constante para quienes militaban y una vigilancia por parte de sus organizaciones, incluso en aspectos de la vida privada, espacio también intervenido por la militancia.

La conversión dentro del MIR

En el documento Notas para la formación de cuadros28 de 1974, se indican una serie de mandatos que quien milita debe acatar disciplinadamente para responder a la moral militante esperada: desarrollo de solidaridad y espíritu colectivo, compañerismo, respeto a la clase obrera, sacrificio, consecuencia, iniciativa, valor, decisión. Sin embargo, lo primero en el camino a la rectitud moral estaría en desprenderse de las taras burguesas que todos portaban, especialmente quienes –adscribiendo al MIR– provenían de familias de clase media y habían tenido acceso a ciertos lujos para la época, como estudiar en la universidad.

¿Cuáles son estas taras molestas? Principalmente la individualidad, que le resta preponderancia y energías al proyecto colectivo común –la revolución– para entregárselas a causas personales. El egoísmo individualista y la inconsecuencia se desprenden de la tara principal: el individualismo que remite a pensar en sí mismos y los seres queridos antes que en el resto, el mismo que nos hace predicar un comportamiento difícil de cumplir, en tanto hemos sido criados en valores burgueses.

Hernán Vidal indica que la posición de superioridad del núcleo mirista se debía precisamente a una reconocida estatura moral.29 Para quienes militaban, el ejemplo moral sin duda eran sus dirigentes. Un ex militante recuerda sobre los miristas y sus dirigentes:

«El respeto al compromiso político y a la consecuencia revolucionaria es enorme. Se practica una moral espartana y hasta las relaciones personales se subordinan a la vida política, cuestionando la doble moral burguesa. Admiramos a nuestros dirigentes, que son capaces de renunciar a sus orígenes pequeñoburgueses y a la vida formal de pareja o familia para abrazar la causa revolucionaria»30

Depurarse a sí mismo era una tarea que redundaría en mayor concentración hacia el proyecto revolucionario, según recuerda un ex militante «no había descanso, no había posibilidad de distracciones ni de placeres ‘pequeño burgueses’; todo había que darlo por la Revolución y expansión no solo del MIR, sino sobre todo de sus políticas».31 El objetivo de esta depuración era evitar distracciones del objetivo central, el Partido y el proyecto revolucionario, lo que requería una entrega total, para lo que debían evitarse las distracciones propiciadas por las llamadas «taras burguesas», esos «gustillos» que evidenciaban el paso por una vida mejor que la de las grandes mayorías del pueblo, resabios cuyo abandono también significaba un esfuerzo para los máximos dirigentes de la organización.

En el libro de Carmen Castillo, Un día de octubre en Santiago, se evidencian los gustos particulares de personajes tan admirados y puntales del MIR como Miguel Enríquez y Bautista Van Schouwen, ambos provenientes de familias burguesas. Miguel en plena clandestinidad fumaba cigarrillos Populares, que eran de venta masiva en Cuba pero que en su caso deben haber sido traídos especialmente para él por manos amigas, lo que significa un lujo que solo pocos podían darse en una época de restricciones como la de la Unidad Popular. Bautista se compra camisas nuevas aunque no lo requiere, ante la desaprobación de Miguel y en pleno inicio de la dictadura: «Bauchi y las camisas nuevas ¡Otra!, decía Miguel».32

Si no era fácil para ellos, líderes de la vanguardia, tampoco lo era para el resto, que debía combatir los deseos de bienestar cotidiano propios de una humanidad que no se condice con la militancia ejemplar requerida. Sin embargo, es algo posible para ese sujeto descrito por el documento anteriormente señalado que «aun cuando arrastre taras y defectos imposibles de superar en el seno de la sociedad de clases, sea ya un ser humano más plenamente desarrollado que el común, tienda a constituir el revolucionario integral y combatiente, y un anticipo del hombre total del socialismo y el comunismo».33

¿Cómo se comporta entonces un buen revolucionario? El documento también lo aclara: el compañerismo, el espíritu colectivo, la solidaridad, el sacrificio. Pero también la iniciativa y el valor para llevar a cabo las tareas encomendadas. Una tarea fundamental en este listado de virtudes revolucionarias: amar y respetar a la clase obrera, es de ahí que el verdadero revolucionario obtendrá el ejemplo de cómo vivir humildemente, prescindiendo de gustos burgueses superfluos, es ahí donde encontrará la mejor escuela de rectitud moral.

El Documento señala que el militante debía formarse, así, metido en «el seno de la clase», pero también luchando en «el frente», «en las bases del partido que agitan y organizan a la clase y las masas a quienes educan y de las cuales también aprenden». Es la lucha junto al pueblo lo que forma a ese militante ejemplar buscado por el MIR, pero dentro del Partido, lugar donde se definiría si aquellas características que trae el militante a su ingreso son aprovechables o «corregibles».34 Y agrega:

«...un militante puede adquirir a título individual conocimientos, informaciones, habilidades en el terreno de la teoría o las técnicas, pero la posibilidad de aplicación colectiva de esos conocimientos, informaciones o habilidades a la solución de los problemas que plantea la lucha de clases, sólo se da en el partido revolucionario; y sin esa aplicación, la experiencia de la aplicación de ese conocimiento permanece en seco, estéril e inútil»35

Así se comprende que estudiantes avanzados de carreras profesionales abandonasen sus estudios para irse a otro frente de tareas militantes encargadas por el Partido, aun antes de la dictadura36 o que la profesión obtenida no sea aprovechada por la organización porque se estima que esa persona debe ocuparse en otros espacios políticos.

El aprendizaje real de un cuadro era siempre en el partido, porque es el lugar de la disciplina, necesaria para la formación de un militante con una actitud moral ejemplar. Era el partido revolucionario el que transformaría a sus militantes convirtiéndolos, tal como señala el mismo documento, en:

«...acero bien templado, sensible y flexible, pero no quebradizo, capaz de hacer frente a las más diversas situaciones y salir victorioso de ellas, capaz de hacer frente tanto a las incitaciones de la sociedad burguesa, a una vida cómoda, al individualismo y al provecho personal, como de hacer frente a la represión, la persecución y la tortura, capaz de continuar la lucha con más fe en el triunfo del proletariado que nunca, cuando hasta los que parecían fuertes y templados se quiebran y abandonan la lucha»37

La vergüenza por los privilegios en el MLN-T

Luego de la derrota del MLN-T, en 1972, se realizó por parte de un pequeño grupo de militantes que estaba refugiado en Chile38 el Simposio de Viña del Mar, concluyéndose que la moral esperable era la «moral de la parte revolucionaria de la clase obrera, o sea moral de vanguardia» y que «nuestra moral debe ser opuesta a la moral de los explotadores, debe ser una moral revolucionaria que se imponga a través de sus normas y principios en la lucha de clases interna, a las normas y principios de la burguesía».39 La moral revolucionaria era entendida como opuesta a la burguesa que imperaba en la sociedad, una moral que –indicaban– debía vincularse con el tipo de cuadro militante que debían tener, «hombres y mujeres íntegros, maduros, firmes, sin perder de vista jamás la ternura, la tolerancia y la comprensión en nuestras relaciones con todos los compañeros».40

Esta noción de tomar los valores del proletariado, o las clases populares, se repitió también en la Tendencia Proletaria, que –luego de la derrota de 1972– centró su autocrítica en la necesidad de contar con buenos militantes, lo que incluía adquirir los valores morales de «los peludos» y formarse políticamente. Esto llevó incluso a que el MLN decidiera en 1974 que la Dirección sería asumida completamente por militantes cañeros, realizando una crítica al «aburguesamiento» en el que habían caído los cuadros dirigenciales post caída de la Dirección en calle Almería.

Si bien la explicitación de anhelar un comportamiento coherente con los valores del pueblo son posteriores a la derrota del ’72, las nociones de austeridad y humildad, ese «puritanismo» al que refieren Otero y Weizz, así como el rechazo a la moral burguesa, son evidentes desde el comienzo de la militancia tupamara, influidos por los ideales guevaristas y en la idea de que al entregarse a la causa de las mayorías se debía vivir como ellas habían tenido que hacerlo por necesidad. Así, ya en los primeros documentos del MLNT, y previo a la idea formal de «proletarizarse», se hacía referencia a los y las militantes que llegaban al Movimiento, «provenientes de una sociedad que los ha formado para sus fines», por lo que traían «una serie de carencias, de déficits, con respecto a lo que debe ser un militante».41 Para vencer estas desventajas, este «pecado original» burgués al que refería Greco, se aconsejaba la «politización y la austeridad o proletarización en la forma de vida de los combatientes», única manera de poner fin a las «deformaciones propias del medio urbano».42

En el documento Nuestros muertos de 1970, se resaltan justamente estos rasgos de austeridad propios de la vida de las clases populares, como características emulables de los mártires de la causa tupamara, destacando rasgos de militantes como que «vivía en una choza de paja y cuidaba un criadero de aves» o «dejó las comodidades que le podía brindar su situación económica desahogada y puso a disposición de sus compañeros, todos los medios materiales a que tenía acceso»; y haciendo hincapié en cómo debía ser un buen militante al señalar que «murió humildemente como un buen soldado de la Revolución».43

El bienestar de una vida más holgada era vivido, entonces, como una culpa que se debía expiar si realmente se anhelaba ser ese militante ejemplar que el Che personificó, como se evidencia en el libro realizado a partir de los testimonios de David Cámpora cuando se señala que «diez añitos de hambres soportables y podría considerarme otra vez un ser humano no ladrón; sin esta vergüenza fiera que todavía tengo de haber privilegiado mis consumos y mis comodidades tantos años».44 Para quienes provenían de una clase media sin tanta escasez, la consigna entonces era negarse lujos que antes eran cotidianos, para así vivir como el pueblo, si bien era un esfuerzo laborioso dado el lugar más cómodo del que provenían, como recuerda Celeste Zerpa, ex tupamara, quien señala: «No comprábamos Coca Cola, por ejemplo, por considerarla superflua. Es cierto que estas cosas no era un problema para un cañero pero sí para quienes veníamos de la clase media. Y en realidad queríamos vivir como los más pobres, que eran nuestro ejemplo».45

La humildad de las clases populares era relevada como algo deseable, «humilde más bien era como sinónimo de callado, estaba muy bien visto ser como los peludos, mucho oído poca lengua», según recuerda un ex tupamaro. 46 Por ello, se criticaba lo vinculado con una mala herencia burguesa, pecados tales como «tomar helado, salir a emborracharte, salir a bailar, gastar en lo superfluo, darle más importancia a la ropa».47 No atenerse a estas conductas austeras, comprobantes de que la atención estaba puesta en el proyecto político y no en «cuestiones sin importancia», al decir de Casullo; significaban amonestaciones que podían ser implícitas o formales, como recuerda una ex tupamara recodando que «vino el responsable político, casi una corte marcial y cuál era el tema, habían descubierto que íbamos a la playa e íbamos al tablado me acuerdo».48

La influencia de los cañeros o peludos desde los inicios de la organización, fue relevante en esta noción de acercarse valóricamente al pueblo, en tanto la composición de la organización estuvo desde el comienzo marcada por la presencia de estos trabajadores precarizados, por lo que Zabalza recuerda la influencia de estos peludos señalando que de «ellos aprendimos la constancia para trabajar, el trato humilde, modesto, el intentar conversar todo...».49 La militancia compartida en la práctica con estos trabajadores hacía que quienes no estaban acostumbrados a una vida de sacrificios se pusieran a tono, como relató la ex combatiente Jessie Machi respecto de la vida clandestina en una chacra:

«Eran duros los peludos, a veces me enojaba con ellos por cómo trataban a estos gurises. Había que levantarse a las cinco de la mañana. Yo madrugaba, a las tres o a las cuatro ya estaba levantada, casi siempre era la que ordeñaba, porque me gustaba. Junto con un peludo iba preparando los mates y una olla grande con leche. Recién entonces despertábamos a los compañeros y se hacía una hora de gimnasia. Dormíamos quince en un cuarto chico, como canelones en una bandeja. Para darse vuelta, todos al mismo tiempo».50

El propio Sendic era una representación de este ideal de austeridad y despojo de los lujos burgueses, una de las razones por las que ganó autoridad entre sus compañeros y compañeras, puesto que era «una de las personas más austeras que he conocido. Por ejemplo, en vez de tomar un tren para llegar a un lugar a 100 kilómetros de distancia, los hacía caminando».51

Esta asimilación a los «peludos» y despojo de las deformaciones pequeño burguesas se explicitó claramente luego de la derrota de 1972, cuando –por una parte– se buscan explicaciones ante lo sucedido y –por otra– recibieron la influencia del MIR chileno, el PC cubano y sobre todo del PRT argentino, partido que representa el más evidente y estricto caso de mandato de proletarización dentro de la militancia, entre la nueva izquierda revolucionaria del cono sur.52

Ya en el Simposio de Viña, de 1972, el documento final refiere a la falta de modestia como un acto que quebranta las normas ideológicas de la organización, puesto que el «‘inmodesto’ es un compañero cuya característica esencial, es su gran individualismo, su falta de capacidad autocrítica para ver sus limitaciones y sus errores».53 Es en este documento donde se hablaba de la «peludización», término que explicaban como «un acto de justicia revolucionaria, es el reconocimiento que debemos hacer en la Orga a aquellos que le dieron origen y forjaron la verdadera escuela del estilo de vida ‘tupamaro’, formando en ella sus mejores cuadros».54 Así, lo que antes llamábamos «el estilo de vida tupamaro», habría sido dado fundamentalmente – según este documento– por los integrantes de clases populares, si bien el origen de la organización no estuvo solamente compuesto por este extracto social. En este caso, los orígenes burgueses eran invisibilizados y/o negados, toda vez que no representaban aquello a lo que se deseaba llegar como formación moral militante.

Esta idea se refuerza en Actas Tupamaras, textos elaborados desde el interior del penal de varones, en el que a fines de los setenta se indicaba de manera retrospectiva que el MLN contaba con clase obrera y asalariados de quienes podían aprenderse cualidades como el trabajo y la austeridad, puesto que se aspiraba «a la proletarización de todos los militantes a través de una alta cuota de trabajo manual, el trabajo ideológico, la prédica y la práctica de la austeridad, para evitar las deformaciones de la lucha armada urbana, anular los efectos nocivos del individualismo propio de la pequeña burguesía y de la clase media, de donde se reclutan muchos militantes, formar al hombre nuevo...»55.

En este texto, el hombre nuevo es justamente comprendido como la antítesis del burgués, espacio social de donde se habría reclutado una parte relevante de la militancia, y la palabra utilizada es proletarización –al modo perretista– y no «peludización». Este término original del Uruguay se retoma en Cuba en 1973, cuando se edita la publicación «El Peludo», cuya leyenda señala «órgano oficial de las colonias tupamaras en Cuba»,56 y con páginas en las que se explicitaba a la peludización como una «actitud, un estilo de vida, una forma de comportarse, no es otra cosa que asumir por parte de la organización y de todos sus integrantes, la misma actitud que asumen los trabajadores ante el trabajo y ante la vida», lo que sería posible cuando la conciencia revolucionaria se encontrara inserta en todas las actitudes del trabajador. Estas prácticas y conciencia de las clases populares alejarían los valores impuestos por las clases dominantes, por tanto permitirían «sacudirnos el burgués que llevamos a cuestas y nos acercan al hombre nuevo».

La idea de la peludización, entendida como eje central de la militancia, mandato explicitado y central –y no ya como un deseo colectivo implícito– da lugar a la fracción Tendencia Proletaria, que edita un documento llamado «La peludización», en el que señala que el sacrificio, el esfuerzo, el control, la austeridad, el estudio y el trabajo son los objetivos más altos a los que «un hombre» puede aspirar, objetivos revolucionarios «totalmente opuestos a la filosofía y moral del imperialismo y capitalismo».57

Desde una mirada revisionista a la historia de la organización, y ya en el exilio, en 1975 apareció la Circular 1, en la que se indica como nudo de la derrota organizativa el que no había un enfoque de clase en el reclutamiento y la falta de teoría que iluminara el quehacer revolucionario, puesto que el marxismo leninismo no había podido asumirse «a consecuencia de la composición de clase reinante».58 En pocas palabras: si la dirigencia hubiese tenido un extracto más claramente popular, la teoría marxista leninista ya se habría asumido formalmente en el MLN-T. En esta crítica se evidencia justamente lo planteado por Greco: el error es el extracto social de la dirigencia, que habría cargado con el pecado original burgués incapaz de moldearse lo suficientemente para acercarse a la moral proletaria, acorde con las exigencias del militante revolucionario. Así, no bastaría el esfuerzo para aprender esa moral propia de los peludos y, por tanto, solo se aseguraría una adscripción al marxismo leninismo cuando quienes compongan la dirigencia tupamara pertenezcan realmente al pueblo, no cuando hagan el intento de asemejarse a una clase en la que no nacieron.

En este documento, nuevamente se refiere al extracto proletario del MLN, cuestión con la que se insiste, tal vez a modo de acreditar la verdadera pertenencia al pueblo, haciendo referencia a las marchas cañeras como raíz del Movimiento. Según el texto, este perfil se habría transformado desde 1968, cuando las bases «habían crecido alimentadas por la pequeña burguesía» e incluso la Dirección –a diferencia de la anterior– tuvo un carácter «pequeño-burgués, sin los méritos de proletarización y desgarramiento de clase», haciendo directa referencia a Sendic como un ejemplo de comportamiento proletarizado, dando ejemplo de austeridad e «impregnando a la organización de una gran fuerza moral y de genuinos hábitos de clase».

Esta idea de «desgarramiento» resulta central para comprender cómo se entendía el acto de despojarse de los malos hábitos impuestos por las clases dominantes, despojo que debía ser violento, significando la transformación radical de la cotidianidad militante que incluso podía causar dolor, pero eliminaría de raíz esas «taras» vergonzosas que se portaban, cuestión que David Cámpora explicitaba muy bien al referirse a la culpa de haber tenido un buen pasar, culpa que aminoraría con unos «diez años de hambre».

Sin duda, uno de los males más relevantes a extirpar era el individualismo, contrario a la moral naturalmente proletaria, y contrario también a los requerimientos de la revolución, puesto que la concentración en las propias necesidades podía implicar que primara la propia vida por sobre la lucha, cuestión ineficiente para la consumación de una contienda que perfectamente podía finalizar con la muerte. Para ello, El Peludo insistió en la importancia de la colectividad reafirmando el «logro de la mentalidad de grupo y la cohesión del mismo a través del mutuo respeto entre los compañeros, anteponiendo al grupo en particular y de la organización en general, a los propios, conciliando las individualidades, en función del interés común».59 O sea, la organización, como un proyecto que debía priorizarse antes que lo personal, cuestión que se repite en los documentos de la reorganización emitidos desde el exilio europeo, en los que se refiere que ante el individualismo se debe desarrollar una «mentalidad colectiva: trabajo colectivo, discusión colectiva, resolución colectiva, supeditación del interés individual al colectivo».60 En este mismo sentido, el ocio es sindicado en un documento del exilio en Cuba, como un generador de problemas de convivencia, que «nos lleva a colocar en el lugar principal de nuestra relación la cosa menuda y secundaria».61 Así, el ocio –tan relevante en los inicios de la cultura occidental como espacio de creatividad– es entendido como una pérdida de tiempo, descanso que restaba horas a la causa y que podía acarrear la derrota inclusive.

Conclusiones

Las organizaciones de la nueva izquierda revolucionaria Latinoamericana tuvieron diferencias ideológicas y estratégicas. Sin embargo, se hermanaron por una moral guevarista militante, que se convirtió en un mandato para sus militantes, esos «aires de familia» a los que refiere Longoni y de los que quisimos dar cuenta en el presente texto.

Esta moral tuvo como principio fundamental el oponerse a la moral burguesa, planteando una forma de vivir basada en los comportamientos proletarios, como manera de comenzar la construcción de ese Hombre Nuevo propuesto por el Che, pero también para representar un ejemplo en tanto pretendían ser la vanguardia no solo en términos políticos y armados, sino también morales.

Si bien el PRT argentino fue el partido en donde la idea de proletarización de sus militantes se impuso de manera más evidente y explícita, esta noción de emular a las clases populares fue común a orgánicas como el MIR de Chile y el MLN T uruguayo, quienes aun sin explicitarlo lo evidencian en sus testimonios, comportamientos y documentos.

La idea de proletarizarse o comportarse según la moral de las clases populares requería una transformación que sucedería al interior del Partido y en el seno de las clases trabajadoras, pero la austeridad propia de estas clases era difícil de llevar para quienes habían nacido en espacios acomodados. Así, las fuentes utilizadas de miristas y tupamaros develan la dificultad de adoptar una postura impuesta por los mandatos de la militancia y los resabios de los gustos burgueses que avergonzaban a quienes pretendían comportarse como la vanguardia que encarnaban. La austeridad era una exigencia dolorosa, que significaba privarse de aquello que componía la vida cotidiana, especialmente en estas organizaciones donde una parte relevante de quienes las integraban pertenecían a la pequeña burguesía más que a las clases populares.

Sin embargo, asumir esta moral nueva no era una opción sino un mandato que debía cumplirse disciplinadamente si se quería pertenecer al círculo de los elegidos para transformar el mundo. La conversión desde el pequeño burgués al revolucionario no era una opción sino una condición irrevocable y exigente, que demostraba no solo en los momentos de las acciones sino en la vida cotidiana que el y la militante eran sujetos que luchaban por cambiar la sociedad cambiándose a sí mismos en ese proceso.

Así, el trabajo revolucionario no solo se concentraba en los espacios públicos –la lucha político-armada contra la oligarquía– sino también en los privados, en la propia soledad de la militancia al luchar contra el pequeño burgués que todo militante tenía potencialmente y que debía ser derrotado como primer paso para lograr la ansiada revolución.

Notas

1 Trabajo recibido el 28/09/2015. Aceptado el 25/11/2015.
2 Periodista y Magíster en Genero y Cultura. Doctoranda en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile.
3 Torres (2012):19.
4 Vidal, (2009):29.
5 Sandoval, (2014).
6 Bastías, (2009).
7 Ruiz, (2015).
8 Ver Ortiz, (2011) y Martínez, (2006).
9 Aldrighi, (2001).
10 De Giorgi, (2011).
11 Labrousse, (2010): 65-66.
12 Corominas y Pascal, (1983): 136.
13 Rey Tristán, (2005): 59.
14 En «Pasajes de la Guerra Revolucionaria» Guevara describe muy bien ese momento en que decide entre la guerrilla y la medicina, optando por la primera: «Quizás esa fue la primera vez que tuve plantado prácticamente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o a mi deber de soldado revolucionario. Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja llena de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas». En: Guevara, (1977): 11.
15 Estos textos son publicados originalmente en forma de artículos de prensa entre 1959 y 1961 en los medios de prensa O’Cruceiro de Brasil y Verde Olivo y Revolución de Cuba y en 1963 se reunieron para formar un libro. Guevara, (1977): 109.
16 Guevara, (2004): 106.
17 Guevara, (2004): 107.
18 Gilman, (2003).
19 Otero y Weisz, (s/a): 9.
20 Cañeros era el apelativo dado a quienes trabajaban en la extracción de la caña de azúcar y que –en la época– vivían en las peores condiciones laborales y de subsistencia del país, representando así el subdesarrollo uruguayo y una inequidad social evidente. Ver: Merenson, (2008).
21 Para el MIR ver: Palieraki, (2014) y Goicovic, (2012). Para el MLN T ver Aldrighi, (2001).
22 Para un análisis de como se reconvierte esta organización ver Torres, (2012).
23 GAP Grupo de Amigos del Presidente. Ver sobre el periodo Leiva y Neghme, (2000).
24 Para ver la influencia que tuvieron los pensamientos guevaristas en el MIR y el MLN-T, refiérase a Leiva y Neghme, (2000), para el caso del MIR; y Aldrighi, (2001), para el caso del MLN-T.
25 Longoni, (2007): 1.
26 Greco, (2009): 13.
27 Longoni, (2007): 1.
28 MIR, (1974).
29 Vidal, (1999): 3.
30 Pérez. Citado en Vidal, (1999): 62.
31 Sandoval, (2004).
32 Castillo, (2013).
33 MIR, (1974):12
34 MIR, (1974):8.
35 MIR, (1974):8.
36 Entrevista personal con Ángeles Álvarez, 2013, Santiago.
37 MIR, (1974):8.
38 Para conocer sobre este periodo de un grupo de militantes del MLN T en Chile ver Aldrighi y Waksman, (2014).
39 MLN-T, (1973):25.
40 MLN-T, (1973):25.
41 MLN-T, (1968a):25.
42 MLN-T, (1968b).
43 MLN-T, (1970).
44 Gonzalez, (1985):72. El subrayado es nuestro.
45 Aldrighi, (2009):313.
46 Di Giorgi, (2010):108.
47 Di Giorgi. (2010):225.
48 Di Giorgi, (2010):226.
49 Aldrighi, (2010):132.
50 Aldrighi, (2010):213.
51 Aldrighi, (2010):212.
52 Carnovale, (2011).
53 MLN T, (1973):22.
54 MLN T, (1973):23.
55 MLN T, (1986):132.
56 MLN T, (1974).
57 MLN T. Tendencia proletaria, (1974).
58 MLN T, (1986):1.
59 MLN T. Tendencia Proletaria, (1973).
60 MLN T, (1978).
61 MLN T, (1973).

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