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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.34 Córdoba dic. 2015

 

DOSSIER

Cómo ser lesbiana(s). El legado de Monique Wittig en disputa

Eduardo Mattio1

Resumen
En el presente trabajo me propongo confrontar dos perspectivas acerca del legado de Monique Wittig en el feminismo lesbiano. Mientras que Teresa de Lauretis plantea que las consideraciones wittigeanas en torno a la lesbiana suponen la apertura de un horizonte conceptual y político inédito que inaugura una práctica cognitiva y subjetiva ajena al contrato heterosexual, Judith Butler considera que dicha perspectiva reinstala una concepción identitaria restrictiva que conlleva la impugnación y la exclusión de ciertos modos concretos de vivir la identidad lésbica. En un contexto marcado por ciertas conquistas jurídicas que normalizan la vida cotidiana del colectivo LGTB, examinar este debate nos permite imaginar una rejilla de inteligibilidad para la disidencia sexo-genérica que habilite modos plurales de encarnar una vida generizada.
Palabras clave: género, identidad, articulación, lesbiana, Monique Wittig.

Abstract
In this paper I intend to confront two perspectives on the legacy of Monique Wittig in lesbian feminism. While Teresa de Lauretis supposes that the wittigeans considerations about lesbian involve the opening of an unprecedented conceptual and political horizon that opens a cognitive and subjective practice outside the heterosexual contract, Judith Butler consider that perspective reinstalls a restrictive conception of identity that carries the contestation and exclusion of certain specific lifestyles lesbian identity.In a context marked by some legal victories that normalize the daily lives of LGBT people, examining this debate it allows us to imagine a matrix of intelligibility for the sex-gender dissidence that enables plural and singular modes of incarnating a gendered life.
Keywords: gender, identity, articulation, lesbian, Monique Wittig


Las polémicas y las divergencias en el seno del feminismo, lejos de ser un índice de debilidad política o de confusión epistémica, son garantía de su vitalidad como movimiento social. La autoconciencia crítica de los diversos feminismos no solo ha permitido el progreso de sus desarrollos conceptuales y argumentativos, sino que ha fortalecido su capacidad de transformación social. Esta amplia capacidad de disenso interno, legado también al colectivo LGTB, ha redundado, no sin conflictos, en una autopercepción más esclarecida respecto de los motivos y las metas del trabajo emancipatorio del feminismo.

Teniendo en mente el beneficio teórico-político que deparan tales disensos, en las páginas que siguen me propongo revisar la polémica más o menos explícita que puede corroborarse en algunos textos de Teresa De Lauretis y Judith Butler respecto de la figura de la lesbiana en la obra de Monique Wittig. Una y otra autora disienten en la lectura que ofrecen del legado wittigeano: mientras que De Lauretis encuentra en Wittig la apertura de un espacio conceptual inédito para las lesbianas, Butler supone que la autora francesa reinstala una concepción restrictiva de la identidad lésbica que impugna ciertos modos concretos de ser lesbiana.

Independientemente del abordaje exegético que merezca el corpus teórico y ficcional de Wittig, entiendo que dicha polémica resulta relevante si se pretende reflexionar cómo es posible suscitar y fortalecer en el campo de la disidencia sexo-genérica —en el marco problemático que habilitan ciertas conquistas jurídicas tales como el matrimonio entre parejas del mismo sexo— , un horizonte de sentido, una rejilla de inteligibilidad que permita encarnar modos plurales y singulares de vivir el propio género. En la línea de trabajo abierta por Butler desde los ’90, me pregunto si una aproximación queer/cuir a ciertos debates del colectivo LGTB todavía permite desarticular aquellas pretensiones (hetero/homo)normativas que presuponen un único modo de ser gay, lesbiana o trans, una forma privilegiada de construir vínculos sexoafectivos o parentales, un visión excluyente de vivir la singularidad corporal. En concreto, presumo que una más amplia caracterización de nuestra corporalidad vulnerable e interdependiente nos invita a desestimar ciertas formas prescriptivistas de vivir-con-género y a poner el foco en articulaciones políticas entre diversos sectores precarizados que se orienten a la desarticulación de la gubernamentalidad neoliberal que gobierna nuestras vidas.

Teresa de Lauretis: cuando las lesbianas eran lesbianas

En un artículo recientemente traducido al español, a saber, «When lesbians were not women», Teresa de Lauretis ofrece un merecido homenaje a la obra de Monique Wittig.2 En esas páginas, la autora italoamericana no solo da cuenta del modo particular en que Wittig abrió para las lesbianas un espacio conceptual hasta entonces impensable, sino también del impacto específico que el corpus de Wittig tuvo en su propia obra. De textos tales como «El pensamiento heterosexual», «No se nace mujer» o El cuerpo lesbiano emergió, señala De Lauretis, una nueva figura conceptual que se condensa en la afirmación «las lesbianas no son mujeres».3

En ese espacio conceptual virtual abierto por Wittig surgió para De Lauretis una clase diferente de mujer: el sujeto excéntrico. Éste no solo se desviaba de la senda normativa convencional, sino que era ek-céntrico en tanto «no se centraba en la institución que sostiene y produce la mente hétero, es decir, la institución de la heterosexualidad».4 En otras palabras, esta excentricidad del sujeto supone un doble desplazamiento:

«primero, el desplazamiento psíquico de la energía erótica hacia una figura que excede las categorías de sexo y género, la figura que Wittig llamó ‘la lesbiana’; segundo, el auto-desplazamiento o la desidentificación del sujeto de los supuestos culturales y las prácticas sociales inherentes a la categorías de género y sexo».5

A estos dos desplazamientos se suma un tercero: se rechaza por entero el contrato heterosexual no solo en las prácticas vitales sino también en las prácticas cognitivas. Este desplazamiento epistemológico es el que permite una genuina transformación de la conciencia histórica: la «ciencia de la opresión » no solo reacciona contra esta última, sino que habilita una reevaluación conceptual del mundo social, una práctica subjetiva cognitiva inédita que trasciende los límites trazados por las feministas precedentes. Si Beauvoir señalaba que «no se nace mujer: se llega a serlo»,6 subrayando así el carácter procesual y artefactual que supone el devenir mujer, Wittig parece ir más lejos. Cuando señala que «no se nace mujer», enfatiza De Lauretis, «la cita que Wittig hace de la frase de de Beauvoir invoca o parodia la definición heterosexual de mujer como ‘el segundo sexo’, desestabilizando su significado y, al mismo tiempo, desplazando sus efectos».7

Tal como De Lauretis advertía en «Sujetos excéntricos», dichos desplazamientos conllevan renunciar a un lugar que resulta seguro, que se percibe como «casa» —en sentido afectivo, lingüístico, epistemológico, sociogeográfico— para optar por otro que resulta desconocido, en el que nos espera el riesgo de la incerteza tanto afectiva como epistémica.8 Este constante ir y venir, esta redefinición de fronteras entre cuerpos y discursos, entre identidades y comunidades, presente también en otras feministas negras, chicanas o poscoloniales, ha permitido una reconceptualización del sujeto de la emancipación y, con ello, la elaboración de una posición de resistencia que no es exterior, sino más bien excéntrica al aparato sociocultural de la institución heterosexual.9

Por otra parte, observa De Lauretis, Wittig presuponía como otras feministas que las mujeres no han de ser concebidas como un «grupo natural» cuya opresión sería resultado de su complexión física o de su configuraciónbiológica; «mujeres» es más bien «una categoría social y política, un constructor ideológico y el producto de una relación económica».10 En tal caso, Wittig entendía que si las mujeres eran una clase cuya opresión específica deriva de determinadas relaciones de género, el objetivo del feminismo no podía ser otro que la desaparición de las mujeres (como clase). El logro de dicho propósito, i.e., la localización de los sujetos femeninos en una sociedad sin géneros, no involucró en Wittig la formulación de una ficción mítica o utópica. Según De Lauretis, la autora francesa refería la existencia real de una «sociedad lesbiana» que funcionaba de manera autónoma respecto de las instituciones heterosexuales.

Tales afirmaciones no fueron recibidas sin escándalo. Tal como señala De Lauretis, algunas críticas feministas de Wittig no pudieron ver que la «lesbiana» «no era solamente un individuo con una ‘preferencia sexual’ personal, o un sujeto social con una prioridad simplemente ‘política’, sino que era el término o la figura conceptual que definía al sujeto de una práctica cognitiva…».11 Es decir, no alcanzaron a comprender que su crítica cruzada a un feminismo liberal que no percibía las relaciones socioeconómicas de género reales y a un materialismo histórico que no alojaba la singularidad personal y concreta del sujeto a emancipar, se orientaba a proponer un feminismo materialista en el que la unión del concepto marxista de conciencia de clase y el concepto feminista de subjetividad individual daba cuenta de una «práctica subjetiva, cognitiva» que «implica la reconceptualización del sujeto y de las relaciones de la subjetividad con lo social desde una posición que es excéntrica a la institución de la heterosexualidad».12

Otras críticas de Wittig no pudieron comprender lo que suponía su «sociedad lesbiana». Ésta no describía el mero colectivo de mujeres homosexuales; el término denotaba «un espacio conceptual y experiencial forjado en el campo social, un espacio de contradicciones, en el aquí y ahora, que requerían ser afirmadas y no resueltas».13 El «nosotras» del feminismo que proponía Wittig, no es el de las mujeres privilegiadas de Beauvoir, mejor situadas para esclarecer la opresión que sufren las mujeres.14 El «nosotras» de Wittig, sugiere De Lauretis, supone

«un modo particular de conciencia feminista que… sólo podía existir como conciencia de algo más; era la figura de un sujeto que excede sus condiciones de sujeción, un sujeto que excede su construcción discursiva, un sujeto del cual sólo sabíamos lo que no era: no-mujer»15

Ahora bien, según De Lauretis, la crítica a Wittig convive con una paradoja en el feminismo que es difícil de saldar. Por una parte, las mujeres han desaparecido del léxico corriente de los estudios feministas, para diluirse en los estudios de género, junto a estudios sobre diversidad sexual, discapacidad, nuevas masculinidades, teorías sobre la corporalidad, etc. Por otra parte, observa De Lauretis, la desaparición de las mujeres como clase que propone Wittig es leído como un gesto anticuado, esencialista y humanista. Particularmente, en El género en disputa, Judith Butler objeta el radicalismo de Wittig en los términos de un «prescriptivismo separatista» —«como si Wittig hubiese argumentado que todas las mujeres debían convertirse en lesbianas, o que sólo las lesbianas son feministas»16— y desconoce el valor epistemológico y el carácter figurativo de la lesbiana de Wittig en los términos de un sujeto cognitivo de connotaciones cartesianas que colabora involuntariamente con el régimen de normatividad heterosexual.17 Veamos más detenidamente en qué términos Butler se distancia de Wittig, a fin de cotejar finalmente lo que ambas lecturas valoran en la autora francesa.

Judith Butler: lesbiana se dice de muchos modos

En el tercer capítulo de El género en disputa, referencia ineludible de la llamada Queer Theory, Butler formula una serie de críticas a la obra de Monique Wittig en las que impugna los términos en que esta última habría reformulado las tareas del feminismo. Entre otras cosas, Butler no solo censura la ontología discursiva presupuesta por Wittig, sino que subraya el carácter opresivo y excluyente de las estrategias de resignificación radical a que aquélla da lugar.

Persuadida de que el «sexo» en tanto «interpretación política y cultural del cuerpo» supone un sistema de significación que es opresivo para mujeres, gays y lesbianas, Wittig propone revertir dicho abuso derrocando la gramática misma que instituye al «género» como un atributo esencial de los seres humanos. En palabras de Butler, «Wittig considera que categorías discursivas como ‘sexo’ son abstracciones impuestas por la fuerza sobre el campo social, y que producen una ‘realidad’ de segundo orden o deificada». De este modo, prosigue,

«[el] ‘sexo’, es el efecto de realidad de un proceso violento ocultado por ese mismo efecto. …impone una unidad artificial a un conjunto de atributos que de otra manera sería discontinuo. Siendo discursivo a la vez que perceptual, el ‘sexo’ denota un régimen epistémico históricamente contingente, un lenguaje que forma la percepción al modelar a la fuerza las interrelaciones mediante las cuales se perciben los cuerpos físicos»18

En otras palabras, Wittig entiende que la dominación se produce en y a través del lenguaje en tanto es capaz de crear una ontología artificial que genera disparidad y asimetría entre los cuerpos sexuados. Esta creación lingüística de «lo socialmente real» presupone, a juicio de Butler, dos órdenes ontológicos bien diferenciados: una ontología socialmente constituida, de segundo orden, que se asienta sobre otra más fundamental, presocial y prediscursiva, capaz de explicar la constitución de lo discursivo en sí.19 En dicho orden, la primera no solo da cuenta de la asimetría entre hombres y mujeres, sino que «disfraza y viola una ontología presocial de personas unificadas e iguales».20 La segunda, en cambio, enmascarada por las reificaciones sociales del sexo, es «una realidad ontológica anterior, realidad que consiste en la oportunidad igual de todas las personas, anterior a las marcas de sexo, para ejercer el lenguaje en la afirmación de la subjetividad».21 Ahora bien, en el marco de una ontología semejante, ¿cómo se explica la dominación? Según Butler,

«debe entenderse como la negación de una unidad anterior y primaria de todas las personas en un ser prelingüístico, y se produce a través de un lenguaje que, en su acción social plástica, crea una ontología artificial, de segundo orden, una ilusión de diferencia, disparidad, y por consiguiente, jerarquía que se convierte en la realidad social»22

Pese a lo dicho, tal régimen ontológico no ha de considerarse invariable. En opinión de Wittig, el poder del lenguaje para trabajar sobre los cuerpos no solo es causa de la opresión sexual; también es un camino para subvertirla. 23 Puesto que el lenguaje actúa sobre lo real mediante locuciones que, al repetirse, dan lugar a prácticas arraigadas, Wittig propone, contra las instituciones patriarcales y heterosexistas, construir la propia subjetividad a través del habla, o lo que es lo mismo, huir del «contrato heterosexual» mediante el habla.24 Puesto que «en su sentido ideal, hablar es un acto potente, una afirmación de soberanía que simultáneamente implica una relación de igualdad con otros sujetos hablantes»,25 la «tarea de las mujeres» consiste en arrebatar a los hombres aquella prerrogativa masculina que ha sido negada a las mujeres, a saber, la posición de «sujeto hablante autorizado». Es decir, el desafío político, interpreta Butler, consiste en

«apoderarse del lenguaje como el medio de representación y producción, tratarlo como un instrumento que invariablemente construye el campo de los cuerpos y que debería usarse para deconstruir y reconstruir los cuerpos fuera de las categorías opresoras del sexo»26

A la lesbiana, prófuga del contrato heterosexual, compete la tarea estratégica de asumir mediante el habla el punto de vista universal hegemonizado por los hombres, lesbianizar el mundo entero y así destruir el orden obligatorio de la heterosexualidad.27

Ahora bien, el problema que Butler encuentra en la subversión semántico- política de Wittig, es que, pese al estímulo retórico que conlleva, supone (i) una concepción acerca del lenguaje asentada sobre compromisos antropológicos y ontológicos problemáticos y (ii) una percepción equivocada respecto de la construcción de las identidades homosexuales que cierra dicha perspectiva a ciertas formas de desear efectivamente existentes. En relación a (i), Wittig vincula el uso del lenguaje al poder soberano de una voluntad (individual o colectiva) capaz de mantener o subvertir la economía androcéntrica y patriarcal que oprime a las mujeres. Tal perspectiva la compromete con la admisión de «un yo soberano, un centro de plenitud y poder absolutos »; con la idea de que «hablar establece ‘el supremo acto de subjetividad’»28. A la par, la posibilidad de subvertir la violencia de las ficciones de segundo orden que modelan la realidad, parece presuponer «una realidad más verdadera, un campo ontológico de unidad en relación con el cual se miden estas ficciones sociales»,29 con lo cual, Wittig situaría su propio proyecto político en el marco del discurso ontoteológico tradicional. Esto no solo devalúa su consideración antiesencialista del «sexo» como una institución político-discursiva opresiva, sino que compromete gravemente el efecto emancipador de su propuesta: al hacerla descansar en un fundamento inconmovible, éste se trasforma en el garante de su carácter necesario y, por ello, sospechoso de auspiciar posibles exclusiones.

Respecto de (ii), la idea de la lesbiana que no es mujer, de la «prófuga de su clase» que por medio de un separatismo discursivo rompe absolutamente con el orden heterosexista,30 reproduce, pace Wittig y De Lauretis, aquello que se quiere desarticular en la matriz heterosexual que se procura impugnar. En la medida que concibe a la lesbiana como completamente «afuera» de la matriz heterosexual, como radicalmente no condicionada por la economía heteronormativa, desconoce la presencia de estructuras de homosexualidad psíquica en las relaciones heterosexuales y la de estructuras de heterosexualidad psíquica en las relaciones homosexuales.31 Tal «purificación de la homosexualidad» no solo replica el binarismo disyuntivo del pensamiento straight, sino que, al ignorar que la heterosexualidad funciona como una «comedia inevitable» que puede parodiarse;32 deslegitima también la proliferación de identidades específicamente lésbicas que subvierten y desplazan el contrato heterosexual —por ejemplo, el binomio butch-femme33—. Extremando la separación entre homosexualidad y heterosexualidad, la estrategia identitaria de Wittig nos priva de la capacidad de dar nuevos significados a los mismos constructos heterosexuales mediante los cuales toda identidad lésbica o gay se construye parcial e inevitablemente.34 Desconoce, al fin de cuentas, la posibilidad de plantear una estrategia política más económica, próxima y viable, a saber, aquella que apuesta a la reformulación paródica y subversiva de la matriz de inteligibilidad heteronormativa más que a la quimérica pretensión de trascenderla.35

Menos prescriptivismo, más articulación

Como puede verse hasta aquí, la lectura de De Lauretis y de Butler acerca del legado wittigeano es prácticamente irreconciliable. Pese a que la primera reconoce que hoy existe para las lesbianas una diversa cantidad de opciones de autodenominación —«No quiero decir que ahora las lesbianas sean mujeres, aunque algunas de ellas se piensen así, mientras que otras se nombran butch o femme, muchas prefieran llamarse queer o transgénero, y otras se identifiquen con masculinidades femeninas»36—, insiste en volver a ese tiempo en que las lesbianas no eran mujeres. De este modo, reivindica (de una manera moderada)37 el énfasis normativo con que Wittig propone una práctica subjetiva y cognitiva genuinamente lesbiana, subrayando una y otra vez que tal propósito puede lograrse en la medida que la lesbiana se vuelve excéntrica respecto del régimen normativo heterosexual.

Butler, en cambio, propone para el feminismo un programa completamente diferente. Desde los ’90, al menos, entendía que «el feminismo debía tener cuidado de no idealizar ciertas expresiones de género que, a su vez, dan lugar a nuevas formas de jerarquía y exclusión»; debía oponerse «a los regímenes de verdad que estipulaban que ciertos tipos de expresiones relacionadas con el género resultaban falsos o carentes de originalidad, mientras que otros eran verdaderos y originales».38 En vista de que el feminismo es una construcción fantasmática que a menudo niega la complejidad interna que la constituye y así excluye alguna de las partes que pretende representar,39 se ha de imponer como objetivo —y este es el propósito fundamental de El género en disputa— «abrir el campo de posibilidades para el género sin dictar qué tipo de posibilidades debían ser realizadas».40 En ese contexto teórico-político, la identidad no debía presuponerse como un fundamento sólido e inconcuso sobre el que debe asentarse nuestra agencia política; tal presuposición ocultaba una operación que limitaba y constreñía una serie de posibilidades heterogéneas que resultan invisibilizadas o eliminadas bajo el velo de una categoría identitaria. En «Imitación e insubordinación de género», Butler advertía:

«Siempre es confuso lo que se quiere decir cuando se invoca el significante lesbiano, no sólo porque su significación está fuera del control de uno, sino también porque su especificidad sólo puede ser demarcada por exclusiones que regresan para desbaratar su declaración de coherencia. ¿Qué es lo que tienen en común las lesbianas, si algo tienen en común? ¿Quién decidirá esta cuestión? ¿y en nombre de quién?»41

En su lugar, Butler proponía reconceptualizar la identidad como un efecto, como algo producido y generado que no está ni fatalmente determinado, ni es plenamente artificial; que por fuera de la dicotomía voluntario/determinado, es el escenario necesario en que se articula y vuelve inteligible nuestra agencia emancipatoria.42

En la reciente filosofía butleriana siguen intactos sus compromisos feministas de los ’90, aun cuando algunos de sus temas y de sus referencias teóricas hayan cambiado sensiblemente. Desde los textos publicados en Vida precaria, encontramos una caracterización de la corporalidad humana que subraya la común vulnerabilidad y la interdependencia como características fundamentales de nuestra ontología corporal.43 En ese marco, la autora distingue dos formas distintas de desposesión que circunscriben sus consideraciones acerca de la corporalidad. Por una parte, Butler distingue una desposesión ontológica: estamos desposeídos por los otros —nos vemos movidos hacia ellos y por ellos, somos afectados por otros y somos capaces de afectarlos—; además, nos desposee el horizonte regulativo en el que tales vínculos son posibles (las normas y las prohibiciones, la culpa y la vergüenza, el deseo y el amor).44 A la par, Butler advierte otro tipo de desposesión claramente político, a saber, aquellas formas de precarización que resultan de ciertos mecanismos que gestionan diferencialmente el acceso igualitario a determinadas libertades: «el desplazamiento territorial, la evisceración de los medios de subsistencia, el racismo, la pobreza, la misoginia, la homofobia, la violencia militar».45

Como agrega Athena Athanasiou, entre todas estas formas de precarización cabe destacar aquellas que se originan en la sujeción a las normas sexo-genéricas que nos preceden y exceden: «Cuando articulo mi género o mi sexualidad, cuando pronuncio el género o la sexualidad que tengo, me inscribo a mí misma en una matriz de desposesión, expropiabilidad y afectabilidad relacional».46 Al igual que en el caso de las violencias estatales o económicas, las regulaciones sexo-genéricas habitualmente favorecen diferentes formas de violencia social: desposeen pautando escenarios de reconocimiento en los que ciertos cuerpos, identidades o deseos solo ocupan el lugar de ‘lo abyecto’. En tal caso, pese a ciertas conquistas jurídicas (o gracias a ellas), ciertos sectores de la población LGTB se hallan condenados/as a vivir formas menguadas de reconocimiento social. En tal sentido, la performatividad de género, es decir, el modo como actuamos las regulaciones sexo-genéricas hegemónicas, condiciona el modo en el que los sujetos resultan susceptibles de reconocimiento: «La performatividad de género tiene mucho que ver con quién cuenta como una vida, quién puede ser leído o entendido como un ser viviente, y quién vive, o trata de vivir, al otro extremo de los modos de inteligibilidad establecidos».47

En relación a estos dos modos de desposesión, Butler reitera dos líneas de trabajo de particular relevancia para el activismo feminista y LGTB a los que habría que prestar atención:

(a) La desposesión ontológica contribuye a evitar cualquier forma de prescriptivismo genérico. Butler advierte que nuestra corporalidad generizada depende de vínculos afectivos que no elegimos y de sujeciones normativas que nos exceden, i.e., de relaciones per se contingentes. En consecuencia, no hay justificación para establecer a priori una caracterización definitiva de las posiciones identitarias que un sujeto debería investir; si en el origen de nuestra subjetivación están la sujeción y la interdependencia, no hay necesidad alguna en dicho proceso. Con lo cual, contra cierta «policía feminista» que insiste en determinar cuál es el sujeto del feminismo, Butler se niega a decidir qué son las mujeres, quién forma parte o no del colectivo feminista. Tal como lo hacía en su obra de los ’90, la autora señala:

«A mí me preocupa lograr una acción política que no legisle sobre el género, que no decida qué son las mujeres y cuáles son los valores de las mujeres, sino que permita una comprensión crítica de las normas de género en oposición a las normas de género que son restrictivas y excluyentes»48

De modo semejante, la filósofa toma distancia de ciertas posiciones feministas que, colocadas en el lugar de juez, pretenden impugnar las decisiones de vida que toman las personas trans; contra esa especie de «tiranía feminista» —y contra el prescriptivismo que engendra—, Butler considera que uno debería ser libre de determinar el curso de su propia vida generizada.49

(b) La erradicación de cualquier forma de desposesión política solo se vuelve posible a través de estrategias de articulación entre diversas posiciones precarizadas (feministas, minorías sexuales, inmigrantes, etc.) a fin de radicalizar una política de izquierdas que extienda la justicia a diversos ámbitos de la vida. En relación al movimiento queer, Butler entiende que «ha tratado siempre de luchar en contra de la homofobia, la misoginia y el racismo, y ha funcionado como parte de una alianza que lucha contra la discriminación y los odios de todo tipo».50 Respecto del feminismo, la autora subraya algo parecido:

«tiene que aliarse con los gays, las lesbianas, los queer, las personas transgenéricas, y… todas estas alianzas deben formar parte de una lucha de izquierdas que incluiría también la política contra la guerra, la lucha a favor de una inmigración justa, y la denuncia de cómo la globalización y sus efectos ponen a muchas personas en el umbral de la precariedad»51

Es decir, contra los modelos pluralistas y multiculturales de la democracia liberal que presuponen una ontología corporal —discreta, individual y auto-suficiente— y circunscriben la agenda política al problema de la coexistencia entre diversas comunidades ya establecidas, Butler entiende que una política de izquierdas debería proponerse (i) replantear y ampliar la crítica de la violencia estatal y económica a través de las cuales ciertos sectores de la población se ven diferencialmente privados de recursos básicos para su subsistencia. A la par, requiere (ii) dejar de lado las políticas identitarias para luchar contra la distribución desigual de la precariedad a través de una articulación más amplia que sea capaz de superar los obstáculos de la biopolítica neoliberal.52

En pocas palabras, la concepción butleriana de la vulnerabilidad corporal nos sugiere todo un programa de trabajo en relación a las reivindicaciones del feminismo y de la disidencia sexual que desafía nuestra imaginación política. Combatiendo cualquier forma de prescriptivismo sexo-genérico, promoviendo articulaciones políticas creativas y solidarias entre diversos sectores subalternizados, la vulnerabilidad corporal alberga, contra toda estrategia «paternalista»,53 la potencia política de encarnar diversas formas de agencia resistente. La vulnerabilidad de nuestros cuerpos realiza, entonces, una revuelta prodigiosa: contra las mitologías del individualismo posesivo, articula acciones plurales resistentes; contra los/as gendarmes sexo-genéricos, instala traducciones críticas de lo que llamamos «cuerpo», «identidad», «parentesco», «deseo». Contra las opresiones que todavía nos lastiman, el cuerpo vulnerable, creativo y resistente, es capaz de una agencia que todavía nos debemos.

Notas

1 Doctor en Filosofía (Universidad Nacional de Córdoba); docente e investigador de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba). Miembro del Comité de Admisión y Seguimiento del Doctorado en Estudios de Género del Centro de Estudios Avanzados y de la Maestría en Teoría Psicoanalítica Lacaniana de la Facultad de Psicología, ambos de la Universidad Nacional de Córdoba. Director del proyecto de investigación: «Vulnerabilidad, desposesión y violencia normativa: el ‘giro ético’ de Judith Butler» del Centro de Investigaciones Facultad de Filosofía y Humanidades/ Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba, 2014-2015. Contacto: eduardomattio@gmail.com
2 El texto fue escrito y presentado con ocasión del Coloquio «Autour de L’oeuvre Politique, Théorique et Littéraire de Monique Wittig» organizado por Marie-Hélène Bourcier y Suzette Robichon, Paris, 16-17 de junio de 2001.
3 Wittig, (2006): 57; De Lauretis, (2015): 2.
4 De Lauretis, (2015): 4.
5 De Lauretis, (2015): 4.
6 Beauvoir, (2007): 207.
7 De Lauretis, (2015): 6-7; De Lauretis, (2000): 139.
8 De Lauretis, (2000): 138-139; De Lauretis, (2015): 6-7.
9 De Lauretis, (2015): 7; De Lauretis, (2000): 143.
10 De Lauretis, (2015): 9; De Lauretis, (2000): 139.
11 De Lauretis, (2015): 14; De Lauretis, (2000): 145.
12 De Lauretis, (2015): 13.
13 De Lauretis, (2015): 15; De Lauretis, (2000): 145.
14 Beauvoir, (2007): 29.
15 De Lauretis, (2015): 16; De Lauretis, (2000): 146.
16 De Lauretis, (2015): 20.
17 De Lauretis, (2015): 20-21.
18 Butler, (2001): 145.
19 Véase el ensayo «El lugar de la acción» en Wittig, (2006): 117-127.
20 Butler, (2001): 146.
21 Butler, (2001): 148-149.
22 Butler, (2001): 149.
23 Butler, (2001): 147.
24 Butler, (2001): 148.
25 Butler, (2001): 152.
26 Butler, (2001): 157.
27 Butler, (2001): 151.
28 Butler, (2001): 148.
29 Butler, (2001): 150.
30 Wittig, (2006): 57, 43.
31 En «Wittig´s Material Practice», Butler señala: «Los términos de la heterosexualidad no están fuera, no son absolutamente otros, y no estoy segura de que puedan ser completamente rechazados sin que tal rechazo ‘actúe’ de algún modo sobre el sujeto que emerge a su paso. Diría lo mismo acerca del género. Dudo, por ejemplo, de que podríamos encontrar heterosexuales que no estén negociando la homosexualidad dentro de sus relaciones, o lesbianas y hombres gay que de algún modo no estén funcionando dentro y en contra de estructuras heterosexuales consolidadas. No hay pureza en esos terrenos, ni debería haberlos, no importa cuán fijados o estables pudieran estar en lo que llamamos nuestra orientación sexual. En mi opinión, la idea entera de que ‘tenemos una sexualidad’ es una locución salvaje e improbable, no porque seamos (alguien) sin sexo o sexualidad, sino porque el sexo es algo que hace lo que quiere con nosotros [sex is something that has its way with us], aun cuando pensamos que hacemos lo que queremos con él [we are having our way with it], aun cuando (¿precisamente cuándo?) estemos en nuestro (estado) más lúcido y agencial [agentic]». Butler, (2007): 531.
32 Butler, (2001): 153.
33 En la comunidad lesbiana se denomina butch a la lesbiana de apariencia masculina y femme a la lesbiana de apariencia femenina. En alguna medida, Butler considera que el «purismo» lésbico que subyace al discurso separatista de Wittig sustituye la ceguera homofóbica del feminismo tradicional —ajeno a las demandas de la mujeres no heterosexuales— por pretensiones homonormativas extremistas, inviables e igualmente excluyentes. Véanse en «No se nace mujer» los comentarios desafortunados de Wittig respecto de las lesbianas que insisten con ser «femeninas» y las que se hallan igualmente enajenadas por querer parecerse a los hombres. Wittig, (2007): 35.
34 Butler, (2001): 159.
35 Butler, (2001): 155.
36 De Lauretis, (2015): 1.
37 De Lauretis no parece reconocer aquellos pasajes en que Wittig resulta gravemente lesbonormativa; contra aquellas identidades lesbianas que insisten en ser femeninas o masculinas, la autora francesa declara que «una lesbiana debe ser cualquier otra cosa, una no-mujer, un nohombre, un producto de la sociedad y no de la ‘naturaleza’, porque no hay ‘naturaleza’ en la sociedad». Wittig, (2006): 35.
38 Butler, (2001): 9-10.
39 Butler, (2001): 173. Butler era consciente de que las teorías feministas de la identidad habían sido ineficaces al dar cuenta de las diversas marcas que adjetivan a los sujetos: raza, clase, género, sexualidad, etnicidad eran invariablemente cerrados con un tímido «etcétera» que hacía explícito el fracasado intento de abarcar un sujeto situado: «este fracaso es instructivo: ¿qué ímpetu político puede derivarse del ‘etcétera’ exasperado que aparece con tanta frecuencia al final de esas descripciones? Esto es una señal de agotamiento, así como del proceso ilimitado de la significación en sí. Es el supplément, el exceso que necesariamente acompaña todo esfuerzo por postular la identidad de una vez por todas. Sin embargo, este ‘etcétera’ ilimitado se ofrece como un nuevo punto de partida para las teorías políticas feministas». Butler, (2001): 174. Por aquellos años, Teresa de Lauretis inauguraba los estudios queer señalando: «la mayoría de nosotros, lesbianas y hombres gay, no sabemos mucho de nuestras Respectivas historias sexuales, experiencias, fantasías, deseos o modos de teorizar. Y no sabemos suficiente sobre nosotras/nosotros mismas/os cuando se habla de las diferencias entre y dentro de las lesbianas, y entre y dentro de los hombres gay, en relación con la raza y las diferencias de clase o cultura étnica, generacionales, geográficas, sociopolíticas. Nosotros no sabemos suficiente para teorizar estas o tales diferencias. Entonces una pregunta igualmente problemática en el floreciente campo de los ‘estudios gay y lesbianos’ se relaciona con las construcciones discursivas y los silencios resultantes alrededor de las relaciones de raza, identidad y subjetividad en las prácticas de homosexualidades y las representaciones del deseo por el mismo sexo». De Lauretis, (2010): 30-31.
40 Butler, (2001): 10.
41 Butler, (2000): 90.
42 Butler, (2001): 177-178; Butler, (2000): 92-93.
43 Butler, (2006).
44 Butler y Athanasiou, (2013): 55. Según Butler, el cuerpo está expuesto a fuerzas que están articuladas social y políticamente; a ciertas exigencias de sociabilidad —el lenguaje, el trabajo, el deseo— que hacen posible la persistencia del cuerpo como tal. Butler, (2010): 15-16. Subrayar la dañabilidad del cuerpo o su ineludible interdependencia, no sólo apunta a destacar la finitud de la vida; apunta más bien a enfatizar la precariedad [precariousness], es decir, el conjunto de condiciones sociales y económicas que aseguran la viabilidad de una vida. Implica que desde el nacimiento nuestras vidas están en manos de otros/as, que nos vemos afectados/ as por una ineludible exposición a otros/as que podemos conocer o no. Butler, (2010): 30-31. De este modo, se propone una visión alternativa del cuerpo que confronta las limitaciones del sujeto de derecho corporalmente individual. Tal visión destaca la dependencia que todo cuerpo tiene de otros cuerpos y redes de apoyo: «Lo que estoy sugiriendo —señala Butler— no es solo que este o ese cuerpo está ligado a una red de relaciones, sino que ese cuerpo, pese a sus claros límites, o tal vez precisamente en virtud de esos límites, se define por las relaciones que hacen su vida y su acción posibles». Butler, (2014b).
45 Butler y Athanasiou, (2013): 55. En Marcos de guerra, esta segunda forma de desposesión, la precaridad [precarity], «designa esa condición políticamente inducida en la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo sociales y económicas y están diferencialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte». Butler, (2010): 46. Tal precaridad se suele maximizar en aquellos casos es que tales poblaciones se haya expuestas a la violencia estatal arbitraria; frente ella se ven en el dilema de apelar al Estado mismo contra el cual se necesita protección: en tal caso, se ven obligados a recurrir a la protección del Estado-nación para protegerse de la violencia que él mismo ocasiona; se cambia una violencia potencial por otra. Butler, (2010): 46-47. En la reciente conversación con Athanasiou, el mercado aparece como un agente productor de desposesión en el horizonte biopolítico neoliberal: «En la actual economía global de mercado del capitalismo neoliberal y de la ‘deudocracia’, desposesión significa la violenta apropiación del trabajo y el desgaste de los cuerpos que trabajan y no trabajan. Esto se manifiesta en las políticas actuales de precaridad económica en la forma de empleos temporarios, subremunerados e inseguros, en combinación con los recortes a la provisión bienestarista y la expropiación de la educación pública y de las instituciones sanitarias». Butler y Athanasiou, (2013): 11.
46 Butler y Athanasiou, (2013): 56.
47 Butler, (2009): iv.
48 Butler, (2011): 78.
49 Butler se opone al prescriptivismo de autoras feministas como Janice Raymond o Sheyla Jeffreys. Para ellas, «una persona trans es ‘construida’ por un discurso médico y por lo tanto es la víctima de una construcción social. Pero esta idea de construcciones sociales no reconoce que todos nosotros, como cuerpos, estamos en la posición activa de resolver cómo vivir con y en contra de las construcciones —o normas— que ayudan a formarnos. Nos formamos a nosotros mismos dentro de vocabularios que no elegimos, y a veces tenemos que rechazar esos vocabularios, o desarrollar activamente otros nuevos. Por ejemplo, la asignación de género es una ‘construcción’ y sin embargo muchas personas trans y genderqueer se niegan a tales asignaciones en parte o en su totalidad. Ese rechazo abre el camino para una forma más radical de autodeterminación, que sucede en solidaridad con otros que están pasando por una lucha similar. Un problema con este punto de vista de la construcción social es que sugiere que lo que las personas trans sienten acerca de lo que es, y debería ser, su género es en sí mismo ‘construido’ y, por lo tanto, no es real. Y luego la policía feminista viene a exponer la construcción y a disputar el sentido de una persona trans de su realidad vivida. Me opongo a este uso de la construcción social absolutamente, y considero que es un uso falso, engañoso y opresivo de la teoría». Butler, (2014a).
50 Butler, (2011): 42-43.
51 Butler, (2011): 78-79.
52 Butler, (2010): 55.
53 Butler, (2014b).

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