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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.40 Córdoba jun. 2018

 

ARTICULOS ORIGINALES

Juvenilismo y revolución en América, debates entre Gregorio Bermann y Héctor Agosti1

Laura Prado Acosta2

Resumen

El itinerario de Gregorio Bermann permite indagar algunastensiones delarelación entre cultura comunista e intelectuales; en particular, aquellas referidas a las disputas que el comunismo sostuvo, por un lado, con el psicoanálisis freudiano y, por otro, con la tradición reformista universitaria latinoamericana. Las posiciones de Bermann en torno a estas querellas nos acercan a un conjunto de problemas y coyunturas que convocaron de manera general a los intelectuales y los colocaron ante el dilema de lo político. Este artículo se enfoca en los acercamientos y en las distancias que Bermann estableció con la cultura comunista, atendiendo especialmente a su relación con Héctor Agosti y a sus posturas en torno al rol del intelectual en los procesos revolucionarios, sobre todo el de los jóvenes universitarios.
Palabras clave: Bermann - Agosti - juventud - revolución - partido comunista

Abstract

Gregorio Bermann´s itinerary allows us to inquire in the relationship between communist culture and intellectual history. Specially regarding those disputes with freudian psychoanalysis and with latinoamerican´s university reform tradition, borned in 1918. Bermann´s position in these quarrels lead us to a group of problems and contexts in wich politics affairs called up the intellectuals. This article focus in the aproaches and distances that Bermann established with communist culture, particularly paying attention to his bond with Héctor Agosti, and to theirs disagreements about the intellectuals and young university students in a revolutionary process.
Keywords: Bermann - Agosti - youth- revolution - communist party

Bermann, compañero de ruta del comunismo

La relación de Bermann con el comunismo se remonta, al menos, al contexto de la Guerra del Chaco, cuando, como lo ha señalado Pablo Stefanoni (2014), en Córdoba se hicieron eco de las proclamas antiguerreras sudamericanas, que acercaron a intelectuales reformistas con las posiciones comunistas ante el conflicto bélico (estas últimas expresadas, por ejemplo, en el Congreso Antiguerrero Latino Americano, en Montevideo, 1933). Si bien Bermann había sido candidato para el Partido Socialista (Blanco, 2018; Celentano, 2006; Dujovne, 2004), luego de sus experiencias en el campo antifascista, entre las que se destacó su rol en la Guerra Civil española – como organizador de un servicio de psiquiatría para el ejército republicano– su cercanía al comunismo adoptó la forma del “compañero de ruta”.3 El Partido Comunista argentino (PCA) contó con él como una figura que avaló muchos de sus emprendimientos culturales, por ejemplo, al ejercer la presidencia de la Agrupación de intelectuales, artistas, periodistas y escritores (AIAPE), al firmar proclamas o al publicar artículos en diferentes medios de prensa ligados al entorno partidario.

Diferentes contextos estimularon las coincidencias entre Bermann y el PCA: la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría potenciaron ese vínculo, forjado en el campo de la lucha antifascista; aun así, Bermann persistió en sus distancias respecto de la cultura comunista. Su adhesión no fue automática ni exenta de rispideces. No solo no se afilió a la institución partidaria, sino que adoptó posturas críticas que marcaron profundamente su itinerario y fueron una constante a lo largo de su recorrido político e intelectual.

Si bien, como lo estudió Adrián Celentano (2006), en los años sesenta las diferencias con los sectores políticos del PCA se cristalizaron al tiempo que Bermann se acercó a los jóvenes de la llamada “nueva izquierda”, las posiciones discordantes cuentan con importantes antecedentes. En este artículo se los aborda, en particular, durante los años cuarenta y en dos zonas del pensamiento de Bermann: por un lado, aquella que otorga un rol político-revolucionario a la juventud universitaria de clase media y, por otro, la concepción de que tal revolución debía tener una dimensión regional americana. De este modo, y estableciendo un diálogo con las posturas del intelectual comunista Héctor Agosti, se vislumbran los persistentes dilemas de la izquierda americana, en especial, en torno a su relación con la intelectualidad.

El legado reformista universitario

En 1918 el joven Deodoro Roca (1890-1942) escribió en el Manifiesto Liminar de la reforma universitaria: “estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”(p. 5). Veintiocho años más tarde, su amigo y compañero de generación, Gregorio Bermann, le dedicó a la memoria de Roca el libro Juventud de América, en el que analizó a la Reforma Universitaria en su amplitud americana. Allí se centró en la cuestión de la joven generación universitaria como actor político revolucionario. De acuerdo con Bermann (1946), el signo de la Reforma seguía teniendo, más de un cuarto de siglo después, una “poderosa vitalidad y fuerza expansiva” que superaba cualquier deserción, traición, duda o disidencia interna que pudiera haber sufrido en el tiempo transcurrido. En el prólogo, Bermann afirmaba que esa América juvenil seguía activa, sin temor a los sacrificios, a la sangre o a los dolores; y pedía, en pos de conseguir un destino de libertad continental, “¡Un nuevo esfuerzo, muchachos, y así seréis inmortales!” (p. 12).

Ese “nuevo esfuerzo” se inscribe en el texto en una larga serie de episodios que se remontan a las revoluciones de independencia americanistas del siglo XIX. En la primera parte de su argumentación, Bermann (1946) analizó las figuras de Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Bernardo de Monteagudo, señalando que fue en su condición de jóvenes universitarios que devinieron actores revolucionarios. Así, estableció una línea genealógica cuyo punto de partida era la Revolución de Mayo, en coincidencia con argumentaciones asentadas en analogías históricas como las que en ese mismo contexto de fin de guerra realizaba el intelectual comunista Héctor Agosti, aunque diferenciándose en el acento puesto en la condición universitaria de los jóvenes revolucionarios decimonónicos.

La apelación a un legado revolucionario que se remontaba a los hombres de Mayo formaba parte de las coincidencias del ámbito antifascista que se opuso a la candidatura de Juan Perón. No obstante, entre esas construcciones genealógicas había sutiles diferencias, en la elección de parentescos, que marcaron los énfasis en la posición política de cada intelectual. En ese contexto, Bermann (1946) destacó a la figura de Mariano Moreno, a quien consideró un “joven inmortal” creador de un “Club juvenil”, que, frente al poder militar de Saavedra y de los monopolistas españoles “tuvo en cambio la adhesión fervorosa de la juventud” (p. 19). Siguiendo su argumentación, la figura de Moreno se había tornado inspiradora de una larga saga de agrupaciones de “muchachos”; que continuaba con la Sociedad Literaria de 1837 –“asociación de jóvenes” entre los que se destacó Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez– y, más adelante, se inscribían también los “jóvenes” que, incitados por premisas de Sarmiento, iniciaron los movimientos que desencadenaron la crisis de 1890, entre los que se destacaba Leandro Alem.

También Héctor Agosti (1945), en su libro Ingenieros, ciudadano de la juventud, había trazado una línea similar, en la que las figuras de Domingo Sarmiento y Esteban Echeverría ocuparon una reflexión tan extendida como la otorgada a José Ingenieros. En su artículo “Otra vez Sarmiento” de la revista Expresión, Agosti (1947) volvió a destacar, por un lado, la oposición de Sarmiento a lo español, en tanto política y culturalmente “retardatario”, y, por otro, que el sanjuanino también había logrado percibir una “unidad de destinos” entre España e Iberoamérica en torno al ritmo de la revolución democrática (p. 195). De este modo, Agosti buscaba ofrecer una mirada “dialéctica” sobre el pensamiento de Sarmiento, que pudiera traducirse en su contexto de actualidad (inicios del gobierno peronista) que, para él, y también para el comunismo, se caracterizó por la dificultad en el posicionamiento político y por el esfuerzo puesto en no perder contacto con las masas obreras. Agosti (1947) se enfocó en la fecundidad posible de ciertos episodios que en principio parecían “antihistóricos” y, con relación a la crisis argentina, señaló que “la contraparte de la represión es aquella puesta en movimiento de las masas, vocación plebeya que en definitiva se emparenta con la condición igualmente plebeya del jacobinismo de 1810” (p. 202).

Por su parte, la genealogía de Bermann (1946) se detuvo en la figura de Alem, “hombre joven con largas barbas blancas” (p. 28), que continuaría siendo un joven debido a su rol político contestatario. En Juventud de América Bermann (1946) se proponía una definición laxa del término “juventud”, que no se relacionaba tanto a un rango etario como a una actitud de búsqueda de renovación político-cultural. En ese sentido, distinguía a la juventud del concepto de generación, del cual se distanció en tanto que éste podía ligarse a una interpretación “idealista” de la historia, que además podía llevar a concederle un rol preponderante a las elites (p. 194). Bermann se diferenció de las consideraciones sobre el rol de las generaciones expuestas por José Ortega y Gasset, al señalar que la juventud ilustrada o el intelectual de actitud “juvenil” (en tanto contestataria) eran portadores de una misión histórica. Esta misión se completaría en el momento en que se unieran al destino de la clase obrera, cuando “la clase ilustrada se incorporara al pueblo” (Bermann, 1946). Para resaltar la importancia de tal momento de confraternización, Bermann se basó en escritos de Agosti de 1933, en la revista Cursos y conferencias, en los que había propuesto que “la juventud intelectual debía tomar en sus manos la dirección del movimiento emancipador de las masas laboriosas” (p.194 ).

Bermann también apeló a Lenin, como cita de autoridad, en particular a sus señalamientos sobre la necesidad y la potencialidad del diálogo obrero-estudiantil. De acuerdo con Bermann (1946), Lenin afirmó lo siguiente:

Los mejores representantes de las clases ilustradas han probado y sellado, con la sangre de millares de revolucionarios martirizados por el gobierno, su capacidad de sacudir el polvo de la sociedad burguesa y tomar su lugar en las filas del socialismo. Y no es digno, subrayaba [Lenin], de llamarse socialista el obrero que pueda asistir con indiferencia al envío de tropas contra la juventud estudiosa. Así como el estudiante ha venido en ayuda del obrero, éste debe acudir en la del estudiante. (p. 58)

Esta vinculación de actores revolucionarios (obrero-estudiante ilustrado) era la fórmula política que Bermann buscaba fundamentar y que parecía tornarse posible con la mediación del marxismo. Para Bermann los universitarios trascenderían las reivindicaciones meramente académicas para adoptar su rol político-revolucionario. Las universidades eran, entonces, centros de cultura privilegiados o exclusivos, que en Latinoamérica, sobre todo a partir de la experiencia de la lucha por la Reforma Universitaria, habían adquirido un enorme interés y potencialidad política. Desde la etapa inicial de la Reforma, “los estudiantes actúan estrechamente unidos a todos los sectores progresistas, y en especial al movimiento obrero, comienzan a precisar su contenido social, tanto en los programas como en la acción” (Bermann, 1946, p. 92). Así, “rebalsando” los marcos de sus casas de estudios, de acuerdo con Bermann, los reformistas habían apoyado huelgas obreras, se habían opuesto a la Ley de Residencia, habían luchado contra la carestía de la vida y se habían entusiasmado con la Revolución Rusa. Tal había sido el recorrido de su maestro, José Ingenieros; no obstante, Bermann (1946) aclaraba que esa “revolución” mencionada por Deodoro Roca, que era la que vislumbraron los jóvenes de los años veinte, “no era –desde luego– la revolución proletaria”, aunque el rumbo de la acción fuera, a sus ojos, correcto.

Según Bermann, en los años veinte, sobre todo luego del cambio de gobierno de Yrigoyen a Alvear, la Reforma habría sufrido “desviaciones” producto de sobornos y usos partidistas de la causa. Hacia el fin de la década, a muchos de sus protagonistas se les había hecho evidente un “triple fracaso moral, ideológico y científico de la Universidad” (Bermann, 1946, p. 107). Se sintieron defraudados y, debido a ese clima, muchos apoyaron, en un primer momento, el golpe de Estado liderado por el general José Félix Uriburu. La explicación radicaría en que “ingenuos –casi todos– cayeron en la trampa de la demagogia” (Bermann, 1946, p. 109), pero la pronta generalización de las medidas represivas hizo que hacia 1932, nuevamente, los estudiantes se convirtieran, de acuerdo con Bermann, en el sector más representativo de la oposición a la dictadura.

En este nuevo contexto, Bermann señaló que se acentuaron corrientes ideológicas que reforzaron la solidaridad entre estudiantes y obreros. Frente a la represión dictatorial se conformó un sector “más combativo y castigado”, que a su vez se volvió crítico del devenir del movimiento reformista; entre sus figuras, el autor destacó el caso de “Héctor Agosti [quien] –pronto arrojado a la cárcel por años– lo critica duramente”. En este punto Bermann (1946) señaló que para Agosti el pensamiento reformista era de una “indigencia desesperante” (p. 116), confuso e inseguro, y que no alcanzaba a dar respuesta a los nuevos problemas. Ésta era también la postura de la agrupación Insurrexit, de la que Agosti formó parte a inicios de los años treinta, y que, como veremos, para Bermann representaba la “extrema izquierda”.

Si bien Bermann (1946) entendía que el movimiento reformista era sustancialmente un fenómeno político, se distanció enfáticamente de determinadas concepciones de lo político: aclaró que, siendo político, “no por eso debe considerársela embanderada en un partido político, y mucho menos sometida a un dogmatismo sectario” (p. 134). Las tendencias partidistas y “de comité” habrían infringido, de acuerdo con Bermann, un grave daño, mellando la unidad de acción, cuyas metas debían estar fijadas por una inspiración política superior, más ligada a una militancia humanista. En esta oposición al partidismo en el interior del movimiento reformista, Bermann no explicitó si el problema había sido el radicalismo, el socialismo o el comunismo, sino el tipo de politización partidista.

Por otra parte, dedicó una crítica, esta vez sí explícita, a la agrupación Insurrexit, en un apartado al que tituló “El sectarismo de izquierda”. Bermann relacionó esta agrupación con otras ligadas a partidos de izquierda surgidas a inicios de los años treinta, como “Avance” en Chile, “Asociación estudiantil roja” en Uruguay, “Vanguardia” en Perú, o “Asociación roja de estudiantes” en Brasil. Sus críticas a esta corriente organizacional se centraron en dos cuestiones: la primera, su subvaloración de los hechos y los sujetos reformistas, pues para los “sectarios” no habría surgido del reformismo ninguna contribución a la lucha contra el imperialismo, la guerra, ni el fascismo; la segunda cuestión se relacionaba con una diferente concepción sobre el actor revolucionario. Respecto a esto último, Bermann (1946) se distanció del grupo Insurrexit en tanto que sus integrantes afirmaban que para ellos “sólo el proletariado es capaz de realizar [una universidad libre y verdaderamente popular] a través de la revolución nacional libertadora” (p. 200). En este apartado, Bermann no mencionó a Héctor Agosti, pero dado que fue un activo miembro de tal agrupación, puede deducirse una crítica a las posiciones del “hombre prisionero”. Insurrexit alcanzó a obtener, con Carlos Moglia, la presidencia de la Federación Universitaria Argentina (Schneider, 1994, p. 24); luego se disolvió en 1935, mientras Agosti estaba en la cárcel, como parte de una estrategia que buscaba profundizar alianzas dentro del contexto de los Frentes Populares antifascistas.

Bermann señaló que estas organizaciones “sectarias” se disolvieron a poco de constituirse, en especial, a partir de la llegada de las noticias del ascenso de Hitler al poder en Alemania. Y destacó que, si el nazifascismo había encandilado con su demagogia a los sectores juveniles de la clase media, había sido, justamente, porque éstos habían sido “abandonados” por los partidos de izquierda. De ese modo, agregó Bermann, se había logrado la ruptura entre proletariado y clases medias, tan funcional al fascismo. Sobre esta situación, el psiquiatra afirmó que “acaso la principal perspicacia política del nazifascismo haya consistido en esta captación de las clases medias, despreciadas frecuentemente por los partidos proletarios y abandonadas a su suerte por los gobiernos democráticos” (Bermann, 1946, p. 219).

Debe señalarse que la lucha antifascista resultó un claro aglutinador de las posturas de Bermann con las de otros comunistas y, en particular, con Agosti. Sin embargo, Bermann(1946) sostuvo sus críticas, por ejemplo, al señalar que “Librar a los pueblos y a su juventud del fascismo no es tarea simple. Menos que con nada se logrará con fraseología revolucionaria, con maniobras sectarias y con una acción flácida” (p. 120). Como se ha mencionado, la coyuntura de represión gubernamental, las cárceles y torturas que sufrieron estudiantes como Agosti reforzaron los argumentos de unidad pero no alcanzaban a borrar desacuerdos profundos.

Bermann valoró el cambio en la postura de Agosti: señaló la diferencia de tono entre los escritos de 1933 y los de 1938. En El hombre prisionero (escrito en la cárcel de Devoto), Agosti (1938) destacó a la figura del cubano Julio Antonio Mella, proveniente de la lucha reformista universitaria, por su potencia como líder que había logrado “saltar los cercos de lo estrictamente universitario” (p. 124). De acuerdo con Agosti (1938), Mella se había tornado un dirigente antiimperialista, con proyección continental y afirmó que el heroísmo de Mella no podría detenerse con su asesinato en México, pues desde entonces se había transformado en bandera: “símbolo de la América Nueva, juvenil y despierta”. Puede agregarse que, aun cuando, tal como lo señaló Bermann, en 1938 Agosti había adoptado un tono conciliador con el reformismo, en el apartado “Diario del dolor juvenil” Agosti (1938) señaló que la juventud marcha con alegría hacia el heroísmo, “pero el heroísmo aislado no sirve” (p. 202). Y continuó: “Los héroes son magníficos. Mas los héroes necesitan de un eco vital para que su paso y su martirio sean proficuos” (p. 202). La discusión sobre el rol político-revolucionario de la juventud universitaria y, luego se agregará, de clase media, no cesó.

Para zanjar distancias, Bermann (1946) apeló a la figura de José Carlos Mariátegui, quien a sus ojos enseñó:

Únicamente a través de la colaboración cada día más estrecha con los sindicatos obreros, de la experiencia de combate contra las fuerzas conservadoras y de la crítica concreta de los intereses y principios en que se apoya el orden establecido,podían alcanzar las vanguardias universitarias una definida orientación ideológica.[Mariátegui citado en Bermann] (pp.206-207)

Así, la común admiración a la figura de Mariátegui y, sobre todo, el contexto de lucha antifascista, hicieron que las posiciones de Agosti y Bermann se unificaran al punto que Agosti colaboró en la redacción de uno de los capítulos del libro de Bermann publicado en México en 1946. A pie de página Bermann (1946) expresó su “sentido reconocimiento a Héctor P. Agosti, colaborador de este capítulo” (p. 212), en el que, entre otros temas, se contrasta la crisis en la situación social de vastos sectores, tanto obreros como de clase media (“expropiada por el desarrollo del capital financiero e industrial de tipo monopolista”, p. 217), que afectó agudamente a las profesiones liberales, con la situación de “la sexta parte de la tierra” [la URSS] y con la vida de los jóvenes soviéticos que exteriorizan “alegría” y “honda satisfacción” por una vida en condiciones de paz y libertad.

El clima antifascista y el “momento España” propiciaron también la convivencia en la AIAPE, agrupación de la que Bermann fue presidente y Agosti secretario (Pasolini, 2013). En ese espacio, fundado por Aníbal Ponce y definido por su condición frentistas, que no sería “capilla sectaria”, se concretó un acercamiento basado en la convicción de que el fascismo tenía como “enemigo natural” a la cultura, por lo que la clase ilustrada debía incorporarse al pueblo y su lucha, con el lema de la “defensa de la cultura”. Esta incorporación de sectores de clase media había tenido en España un momento de expresión, que para Bermann (1946) se reflejó en el rol de “esta juventud creadora –pensé entonces y lo sigo creyendo– dará aún mucho que hablar (…) hicieron cuestión de honor ocupar los puestos de más peligro, los más avanzados. Destacóse [la juventud] indiscutiblemente, por su disciplina, organización, responsabilidad, espíritu de sacrificio y dominio de la técnica” (p. 240).

En Echeverría, el libro más polémico y rupturista con la sociabilidad antifascista, Héctor Agosti (1951) volvió a arremeter contra la Reforma de 1918:

Bien podría decirse que la Reforma universitaria vino a testimoniar dramáticamente el desvanecimiento de la posible revolución política en cuyo seno aparecía: ilusoria revolución “desde arriba” que prescindía de las masas y desdeñaba su educación democrática. Porque la cultura permaneció como un privilegio (p. 95).

Entrados los años cincuenta, Agosti recordaba a la figura de Deodoro Roca por su capacidad vital de jugarse a favor de todas las causas generosas y por su “romanticismo pletórico”. El intelectual comunista consideraba que la acción de Roca sostenía el problema de no regirse por una “doctrina sistemática (…) él se prodigó en la acción, en la conversación y en la amistad” (Agosti, 1969 [1951]). Lamentaba que las nuevas generaciones argentinas no lo reconocieran, pero esto le servía para resaltar la necesidad de fomentar la sistematicidad y la necesidad de una doctrina para sostener el movimiento y la lucha, es decir, el apoyo y la estructura de un partido (Agosti, 1969 [1951], p. 199). . De acuerdo con Agosti, las figuras del reformismo resultaban románticas pero ineficaces políticamente y criticaba, haciendo referencia a la experiencia del APRA de Haya de la Torre, a aquellos movimientos que se sostenían en valores generacionales por sobre los de clase, a aquellos los consideraba “partidos de intelectuales”.

Sin ser antiintelectualista, Agosti otorgaba a los intelectuales un espacio sujeto al diálogo y la disciplina respecto de las directivas político-partidarias. Si bien valoraba a las juventudes y entre ellas consideraba que los muchachos universitarios eran un relevo valioso, tal como se desprende de su intenso vínculo con Juan Carlos Portantiero y con el grupo que luego fundó la revista Pasado y Presente en Córdoba, para Agosti era necesario el encauzamiento político partidario de tales figuras juveniles. Como ya ha sido estudiado por la historiografía reciente, cuando estas juventudes profundizaron sus críticas a las acciones y a la orientación del PCA, la ruptura fue inminente (Massholder, 2014; Petra, 2017; Prado Acosta, 2014 y 2015). Como se ha observado, en los momentos de unidad en el antifascismo ya se encontraban presentes, latentes, los conflictivos debates que estallaron en décadas posteriores.

La revolución en el espacio americano

En su estudio sobre las juventudes de América, Bermann estableció una línea de filiaciones amplia en lo temporal, remontándose a las revoluciones de independencia; del mismo modo también fue extendida su concepción del espacio geográfico. A pesar del título, su libro no se restringió a este continente sino que buscó en Europa las raíces de las movilizaciones juveniles. El repaso que el autor realizó sobre acontecimientos europeos parecía destinado a relacionar el movimiento de las juventudes con el nacimiento del movimiento obrero o “la marea proletaria”. Para ello, la primera figura a la que apeló fue Louis Auguste Blanqui:

¿Cuál es vuestro estado?, pregunta a Blanqui uno de los jueces, en el proceso de los quince, en 1832. –Proletario –Esto no es un estado”. A lo que Blanqui respondió: “Es el estado de 30 millones de franceses que viven de su trabajo y están privados de sus derechos políticos”. Muy pronto esta fuerza dio su clarinada en el Manifiesto Comunista. (Bermann, 1946, p. 30).

Las referencias a la historia europea establecían una conexión entre los movimientos juveniles y el movimiento obrero, pero además una correspondencia entre fuerzas juveniles y el nacimiento de “ideales sociales o nacionales” (Bermann, 1946, p. 31), que fueron más allá de los intereses específicamente juveniles y se conectaron con el marxismo. Bermann realizó un recorrido por los movimientos juveniles de Francia, Italia, Alemania, Austria y Rusia, poniendo el acento en vincularlos con el nacimiento del marxismo. En el caso alemán, recapituló en la participación de Marx y Engels en luchas universitarias, situando sus inicios en las aulas. Destacó el rol de los estudiantes universitarios en prácticamente todos los movimientos revolucionarios del siglo XIX –por ejemplo, la revolución en Viena en 1848, donde “los estudiantes organizados en la Legión Académica tuvieron parte principalísima en la contienda” (Bermann, 1946, p.43). También dedicó un capítulo aparte al caso ruso, para señalar lo que consideraba un punto velado en la historia de su revolución:

Se deja en la sombra cuánto preparó al triunfo de la Revolución Rusa la actividad de la juventud universitaria en la segunda mitad del siglo pasado (…) tocada por los sufrimientos del pueblo y el ansia de llevar la patria a grandes destinos, realiza la unión con su pueblo, uno de los hechos más significativos de su historia. (Bermann, 1946, p.51)

Aunque estos movimientos juveniles, en toda Europa y especialmente en la Rusia zarista, fueron ahogados por la represión y desactivados, Bermann señaló que fueron continuados por los movimientos proletarios.

En Alemania se desarrolló un movimiento juvenil motivado en reivindicaciones específicamente juvenilistas, que luego de la Gran Guerra, tras haber transitado por la desorientación y el apoliticismo “se arremolina y desemboca principalmente en los dos grandes partidos, el nacionalsocialista, que agrupa a los jóvenes de origen burgués, y el comunista, que ha sucedido a la socialdemocracia de vena conservadora” (Bermann, 1946, p. 72). El intelectual cordobés señaló que en el siglo XX, con sus guerras y frente al acecho del enemigo, las opciones se dividían con nitidez entre fascismo y antifascismo; pero que en sus inicios, en cambio, las ideas socialistas marxistas aparecieron confrontando y superando concepciones del romanticismo. Bermann (1946) recurrió a Aníbal Ponce como cita de autoridad para explicar las diferencias entre ambos sistemas ideológicos: “el sueño romántico encubre ignorancia, nostalgia, pesimismo, el socialismo representa, en cambio, fortaleza, confianza en la vida, seguridad en la victoria” (p. 34).

La figura de Bermann se asocia al legado ponceano, que se caracterizó por su valoración positiva de la tarea intelectual y que encontraba en el marxismo un sistema ideológico que, frente a la coyuntura del avance fascista, adoptaba en su forma comunista la mejor expresión de esa lucha (Halperin Donghi, 2003). En su análisis del caso alemán, Bermann estableció, como se ha mencionado, una dicotomía nazismo/comunismo. El comunismo venía a combatir, en términos filosóficos, a una forma específica de romanticismo que implicaba una actitud de “fuga de la realidad, narcisismo, egocentrismo, individualismo, apoliticismo, desviaciones patológicas” (Bermann, 1946, pp.75-76), características que hacían que los individuos no tardaran en ser copados “como el inocente cordero por el lobo del cuento, por el nazismo” (p.76). La adhesión de Bermann al comunismo no se basaba, como era el caso de muchos socialistas antifascistas en la coyuntura de la guerra, en la fuerza militar de la URSS; se fundamentaba principalmente en aspectos ideológicos o filosóficos, “sus armas intelectuales” (p. 207).4

Probablemente la mayor discrepancia con los comunistas se vinculó a ese desinterés, que Bermann condenó, por parte de los partidos proletarios respecto de las clases medias y el desprecio que expresaban por la “pequeño-burguesa” juventud universitaria. Por el contrario, Bermann consideró que, especialmente en el ámbito regional americano, la lucha político-revolucionaria debía estar vinculada con la experiencia de la Reforma Universitaria:

Como durante la Revolución de la Independencia, desde el estallido de Córdoba, un estremecimiento recorrió el Continente Latino-Americano de un extremo al otro. Oprimidos por la misma angustia, tocados por la misma esperanza, los jóvenes se sintieron aunados desde el primer momento por una causa americana y por propósitos universales. (Bermann, 1946, p. 149)

Reformismo y marxismo se unirían para formar un movimiento específicamente americano. La tradición marxista que, a sus ojos, podía dar cuenta de las especificidades regionales se vinculaba a figuras que habían participado del reformismo, en especial Julio Antonio Mella, Oscar Creydt, José Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce. Bermann rememoraba la impresión que José Ingenieros había tenido de Mella cuando lo conoció en La Habana: fue la sensación del viaje. No cesó de hablarme de aquel gran muchacho, tan bien plantado, osado, con visión de águila, una de las esperanzas del Continente” (Bermann, 1946, p. 161). También el paraguayo Creydt era destacado como una figura que unificaba ambos espacios: habiendo iniciado su interés político en el marco de la lucha universitaria, fue presidente de la federación de estudiantes del Paraguay, presentó ante el Senado los motivos de la necesidad de una reforma universitaria, pero su campaña no se limitó a la renovación educacional sino que se extendió a todos los aspectos de la vida colectiva y cultural y luego fue dirigente del Partido Comunista.

El recorrido de Bermann sigue las luchas estudiantiles por Perú, Cuba, Chile, Colombia, Uruguay, Bolivia, Paraguay, recogiendo ejemplos de figuras interpeladas por la causa reformista que luego sobrepasaron los límites de los claustros universitarios. Solo dos países no respondieron a este devenir: Brasil y México. En ambos la fuerza de acontecimientos políticos externos y las propias condiciones institucionales habrían alterado los cauces de la recepción del reformismo universitario.

Respecto al caso de Brasil, Bermann (1946) comentó: “siempre fueron móviles político nacionales y casi nunca problemas específicos juveniles o estudiantiles lo que los movía” (pp. 175-176); a su vez resaltó que existían dinámicos movimientos juveniles provenientes de otro espacio institucional: el ejército. El “Tenentismo” era así “un movimiento juvenil que, a diferencia de los otros de América, no partió de las Universidades” (Bermann, 1946, p. 176). Aparecía así otro actor juvenil politizado del cual destacó a la figura de Prestes, quien en los años treinta terminaría forjando la Alianza Nacional Libertadora, que expresó el antifascismo comunista.5

En el caso de México, la diferencia radicaba en el hecho de haber atestiguado el triunfo del “primer movimiento de liberación nacional consumado en el Continente, una lucha extraordinaria” (Bermann, 1946, p. 178) de la que participaron campesinos, proletarios y clase media, estudiantes y maestros. Fue una lucha que necesitó desembarazarse de una “burocracia intelectual” que había negado a su pueblo porque por sus venas circulaba sangre indígena. Bermann destacaba la tarea de la revolución y del gobierno salido de sus filas (en especial mencionaba a Obregón) y la tarea magnífica con relación al arte y otras manifestaciones culturales, que expandieron las capacidades políticas. Bermann explicaba así que el estudiantado y la juventud mexicana, absorbida por la tarea de la Revolución y organización nacionales, no hubieran concurrido al movimiento de la Reforma con las mismas características que en los países en que se desarrolló, influido por el movimiento argentino. Se solidarizaron con el reformismo y en su tierra se realizaron congresos y convenciones importantes sobre la reforma universitaria, pero no hubo un movimiento estudiantil propiamente dicho; esto se explicaba, para Bermann (1946), porque “la Universidad Nacional de México, por una hábil maniobra demagógica –a la que no fueron ajenos parte de sus alumnos– so pretexto de la autonomía, se convirtió al cabo en centro de resistencia al movimiento progresista” (p. 181).

Más que el juvenilismo en sí mismo, era un juvenilismo politizado, consustanciado con el pueblo y que adhería al marxismo lo que motivó este texto sobre juventudes publicado en México, centro de las concepciones políticas de Bermann. Ahora bien, el marxismo al que suscribía debía “americanizarse”, volviendo a las figura de Mella, Mariátegui y Ponce, a las que Bermann usaba para sostener un debate con otras figuras del marxismo, más ligadas a la estructura política del PC argentino, como las de Paulino González Alberdi y Héctor Agosti. En este punto cabe señalar que el debate y los desacuerdos que se manifiestan a lo largo del texto de Bermann, y que hemos ido reconstruyendo en este trabajo, no implicaron una enemistad ni un silenciamiento de la prestigiosa figura de Bermann por parte del PCA. Buena parte de la historiografía suele asumir que la “ortodoxia” comunista impidió el desarrollo de debates; sin embargo, en las publicaciones comunistas se encuentran una profusión de discusiones, cruces y querellas, lo cual indica que ésta fue una práctica habitual en ese espacio cultural.6

En este caso Bermann (1946) mantuvo su valoración de la clase media como actor revolucionario:

Aunque no de forma sistemática, Julio Antonio Mella, Juan [sic] Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce, suministran elementos para una interpretación dialéctica de la Reforma. Si no quedaran tronchadas sus vidas, mejor que nadie lo hubieran hecho acabadamente estas figuras señeras del Continente (…) sabiendo que es sobre todo el resultado de la evolución de la clase media, lejos de subvalorarla, reconocieron su valor revolucionario (p. 203)

Afirmó que “si explícitamente reclaman Mella y Ponce la hegemonía del proletariado en la lucha libertadora, lo sostiene Mariátegui de modo implícito, con la valiosa participación de las capas medias” (Bermann, 1946, p. 203); de este modo, las fuentes de autoridad marxistas latinoamericanas fueron el sostén de sus argumentos. En contraposición, la interpretación marxista de Paulino González Alberdi, de acuerdo con Bermann, “se complacía” en afirmar la defunción del movimiento reformista: “Revolucionarismo en las palabras, le reprocha, conservadorismo o indecisión en los hechos es la característica más notable que el espíritu pequeño burgués ha impuesto a nuestra juventud reformista” (González Alberdi, citado en Bermann, 1946, p. 205). Bermann también se diferenció, como se ha visto, del joven Agosti, quien había definido al reformismo como un “movimiento pequeño burgués, teoría mesiánica”. Este tipo de intercambios no impidieron que todos compartieran espacios en la coyuntura antifascista y luego de la Guerra Fría, solo los acontecimientos de la Revolución Cubana y su recepción en la Argentina en los años sesenta, interrumpieron el estado de latencia del conflicto.

Consideraciones finales: el juvenilismo en el candelero

Cuando en 1946 Bermann recuperó su experiencia en la Reforma Universitaria para poner en el concierto de los actores revolucionarios latinoamericanos a las juventudes estudiantiles, provenientes de las clases medias, analizó su “heroísmo” y su propensión al sacrificio en el apartado “Psico-sociología de los movimientos juveniles”. Allí, caracterizó a la “mocedad” como un período de inmadurez, inestabilidad, impulsividad, propenso a la acción desbordante. Se distanció de los análisis de Aníbal Ponce sobre adolescencia, debido a que en su parecer éstos no se habían centrado en sus aspectos sociológicos y políticos (García, 2009). Bermann retomaba, en cambio, al Héctor Agosti de El hombre prisionero, al afirmar que “el tiempo juvenil no es de aguardar, es tiempo de acción, de creación, de corrección sobre la marcha, de errores y caídas, de sucesivas pruebas, triunfos y búsquedas, hasta el encuentro definitivo” (Agosti citado en Bermann, 1946, p.285). Así, en su análisis, la nueva juventud debía renunciar al placer en cuanto valor burgués y abrazar el riesgo, que en definitiva sería una fuente de placer y sentido de la acción. “La adolescencia no está hecha para el placer. Está hecha para el heroísmo” es el epígrafe de este análisis psico-sociológico. Estudiantes y jóvenes eran valorados en tanto que actuaban como fermento: “son los primeros que saltan a la calle, se mezclan a las muchedumbres (…) inspiran a las masas” (Bermann, 1946, p. 265). En su ímpetu, residía el valor político revolucionario de la juventud universitaria.

No obstante, Bermann (1946) advirtió que la fuerza y la acción debían obedecer a un propósito claro, a un plan consciente y responsable y en ese sentido la Reforma era para él una “inspiración política superior” (p. 135). También advirtió sobre la forma en que el paso del tiempo o la inserción en el sistema universitario podían desactivar o domar esta efervescencia. Bermann contraponía al arribista, al egoísta, individualista, burócrata, con el honesto que estaba dispuesto al esfuerzo y al dolor por la liberación de la patria. La potencialidad política del estudiante también se vinculaba a su calidad o pureza moral y al desapego respecto de los “privilegios” ligados a la vida cultural.

Estos aspectos relativos al debate de ideas han sido analizados restringiéndonos a la temática del rol de la juventud como actor revolucionario y su proyección territorial americana. Esas formulaciones se completan a la luz de otros factores que, sin ser “ideas”, afectaron su sentido; o, como lo ha señalado Oscar Terán, atendiendo a la historia de la relación entre las ideas y aquello que no son las ideas. La Guerra del Chaco, la Guerra Civil Española, el antifascismo, la Guerra Fría fomentaron la unidad de acción y así lo entendieron Bermann, Agosti y muchos otros intelectuales y artistas, mientras que otro acontecimiento revolucionario y movilizador como fue la Revolución Cubana despertó la puja intergeneracional. En la mística del grupo de jóvenes guerrilleros latinoamericanos aguardaba una suerte de “cola del diablo”, para tomar la expresión de De Ípola en el prólogo al texto de José María Aricó (2014). La recepción en la Argentina de los acontecimientos cubanos generó una serie de desafíos al “avejentado” Partido Comunista (Prado Acosta, 2013).

En 1963, cuando apareció la revista cordobesa Pasado y Presente, Bermann participó con un artículo breve, “Peculiaridades del [pueblo] argentino”. Allí señaló que, si bien el pueblo estaba defraudado, engañado y carecía de unidad, aunque “tarde y el parto sea difícil, y aún quirúrgico (…) nuestra edad de oro está en el futuro” (Bermann, 1963, p. 108). Este emprendimiento editorial de jóvenes comunistas de Córdoba derivó, como ha sido largamente atendido por la historiografía, en la ruptura de los años sesenta. En el contexto de enunciación de los años cuarenta, resultaba “natural” la apelación por parte de Bermann a la figura de L. A. Blanqui y a los movimientos de agitación juvenil revolucionaria universitaria de París como mito de origen y conectados al movimiento comunista. En este otro contexto, frente a la irrupción y los desafíos de la “nueva izquierda”, Agosti condenó a esa referencia, junto con los muchachos díscolos, como “discípulos de Blanqui”.

Cruzado por el debate en torno a la lucha armada y su conducción política, el debate sobre el rol de la juventud adquirió nuevas aristas. Frente a los desafíos y las urgencias revolucionarias de las juventudes, Agosti (1961) aconsejaba respetar el “camino largo” y reconocer en la Unión Soviética un espacio de “utopías territorializadas” que sería la fuente de una revolución posible. La disputa sobre la concepción o la imagen de la revolución se unió al debate acerca de los usos de la violencia o la fuerza. Mientras Agosti y buena parte de la dirigencia política del PCA proponían que la URSS ofrecía la estructura de fortaleza en un contexto de confrontaciones de la era atómica y que el camino democrático era, aun con sus dificultades, el único a seguir, las juventudes partidarias y otros intelectuales veían en el proceso revolucionario cubano un camino alternativo que, por estar ligado a la historia latinoamericana, resultaba imperioso imitar.

Notas

1.Trabajo recibido el 05/05/2018. Aceptado el 28/06/2018.
2.Universidad Nacional Arturo Jauretche. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Contacto:lauriprado@hotmail.com.
3.Luego de la Revolución Rusa se ha denominado compagnon de route, fellow traveller o compañeros de ruta a simpatizantes del comunismo, no afiliados, que participaron en las publicaciones periódicas y adhirieron con su firma a las proclamas patrocinadas por el comunismo, pero que por distintos motivos, en especial en países donde los PPCC se encontraban en la ilegalidad, se mantuvieron por fuera de la estructura partidaria. Estas figuras fueron claves en la composición de la cultura comunista en los países en los que el PC no eran gobierno. Véase, por ejemplo, Rolland (1957) y Caute (1975).
4.Ver también Bisso (2005).
5.Cuando Bermann se refiere a su líder como “Luis Alberto Prestes”, es una errata que alude a Luís Carlos Prestes, militar y secretario general del Partido Comunista brasileño.
6.Esto no implica que en diferentes oportunidades figuras de peso en la estructura política partidaria no hayan intervenido en esos debates para finalizarlos, estableciendo “la línea” del partido.

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