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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.40 Córdoba jun. 2018

 

DOSSIER

El concepto de América Latina en el pensamiento de Manuel Ugarte y Deodoro Roca1

Javier Moyano2

Introducción

El proceso de construcción de identidades e imaginarios políticos y sociales, entendido como el modo en que los actores se perciben a sí mismos y al contexto que los rodea y, en consecuencia, la manera en que valoran su propio papel, se nutre de múltiples fuentes. Entre ellas tienen significativa incidencia tanto la elaboración intelectual de pensadores vinculados de diversas formas a tales actores, como la recuperación de la memoria de algunos hechos del pasado –reciente o lejano–, si bien tal memoria actúa de manera selectiva, jerarquizado algunos aspectos y descartando o modificando el significado de otros.

En ese sentido, en las décadas de 1920 y 1930, activos y vigorosos movimientos estudiantiles adquirieron destacado protagonismo en diferentes partes de América Latina. Aunque animados por motivaciones y circunstancias diversas, tales movimientos tenían como denominador común una especial apelación al concepto de América Latina y la percepción de que se estaba participando de un movimiento a escala continental; asimismo, otra percepción común era que, en gran medida, ese movimiento reconocía su origen en los sucesos de la reforma universitaria cordobesa de 1918.

Dado que la fuerza de los mencionados movimientos contribuyó a ubicar las discusiones en torno al concepto de América Latina en el centro de la escena, en este ensayo nos proponemos analizar, a partir de la consulta de escritos y discursos editados, el pensamiento que sobre la temática tuvieron dos pensadores fuertemente vinculados a tales movimientos: Manuel Ugarte, uno de los intelectuales de mayor prestigio entre la dirigencia estudiantil latinoamericana durante la década de 1910, y Deodoro Roca, abogado y escritor cordobés, redactor del “Manifiesto Liminar” de 1918 y de diversos documentos de la Federación Universitaria de Córdoba, cuya influencia estuvo más bien restringida al movimiento estudiantil de la ciudad de Córdoba, aunque los sucesos de 1918 contribuirían a dar trascendencia continental a parte de su elaboración intelectual.

Se trata, sin embargo, de dos pensadores con aportes desiguales en torno a la temática. En efecto, Ugarte elaboró un proyecto “latinoamericanista” y un pensamiento novedoso acerca del concepto de Latinoamérica, en torno a lo cual articuló un sistema de ideas inclusivo de diversas temáticas. En tanto, Roca, cuyo pensamiento sobre el tema cobró relevancia por haber sido el principal ideólogo de un hecho de obligada apelación para quienes luego postularon un ideario de solidaridad continental más que por sus escasos aportes originales, “tomaba prestados” muchos conceptos de otros autores en sus referencias a Latinoamérica y, aunque se ocupó del tema en diferentes momentos de su vida, no lo convirtió en el eje de su producción intelectual.

Los dos principales interrogantes de los que parte nuestro análisis se refieren al lugar ocupado por el concepto de América Latina en el pensamiento de ambos autores y a los conceptos a los que América Latina aparecía asociada. Dado que, por las diferencias señaladas acerca de ambos autores, se torna difícil intentar realizar una comparación minuciosa entre ellos, los aspectos seleccionados para responder a los interrogantes planteados no serán los mismos en uno y otro caso, si bien en las conclusiones procuraremos esbozar algunas líneas generales de comparación. Para analizar el pensamiento de Ugarte, que permite una mayor desagregación temática, se abordarán el problema del imperialismo y de las bases materiales para su proyecto de unificación latinoamericana; el concepto de oligarquía como aliada al imperialismo; el problema de la inmigración y la apertura hacia la cultura europea en relación al nacionalismo y al latinoamericanismo; el lugar asignado al socialismo; y los aspectos “ideales” en que fundaba su proyecto. En el caso de Roca, en cambio, la estructura de nuestro análisis se limitará a exponer el lugar ocupado por el concepto de América Latina y los conceptos asociados en la época de la reforma y durante los años inmediatamente posteriores, para luego abordar el tratamiento de los cambios que su pensamiento sobre estos temas comenzó a experimentar desde mediados de la década de 1920. Por otro lado, en ambos casos se prestará atención a las apelaciones al pasado y al futuro como fundamento de las posiciones asumidas.

Como advertencia metodológica es preciso indicar que el pensamiento de Ugarte está expuesto principalmente a través de ensayos, conferencias y artículos en la prensa periódica. En cambio, el de Roca se encuentra ?sobre todo? en manifiestos y discursos,3 muchas veces escritos para dar respuesta a exigencias inmediatas, y aunque en ellos se recurre a conceptos generales se torna más difícil distinguir un pensamiento sistemático en este tipo de “prosa de combate”. Se trata, pues, de diferentes géneros de escritura y, por consiguiente, de formas distintas de exponer y jerarquizar ideas y conceptos por parte de los autores. Otra advertencia es que, en el caso de Roca, éste muchas veces hablaba de América o, en ocasiones, de Sud América, para referirse a América Latina.

Finalmente, en cuanto a los escritos seleccionados de ambos pensadores, hemos escogido los textos de carácter político previos al movimiento reformista de 1918 o coetáneos de éste, recurriendo a textos posteriores sólo para ilustrar temáticas insuficientemente tratadas con anterioridad, o bien para marcar cambios en el pensamiento de los autores.

Ugarte: un “argentino maldito”. Roca: un “pensador de los bordes”

Manuel Ugarte (1875-1951), nacido en el seno de una familia acomodada de Buenos Aires, desde muy joven adoptó ideas “latinoamericanistas”. En 1897, tras su fracaso en la fundación de una revista literaria que había tenido el fin de fomentar una línea de trabajo alejada de la influencia cosmopolita de los escritores de la época, Ugarte se radicó en Francia donde se hizo socialista, pero sin abandonar su latinoamericanismo, mientras que luego de viajar a Estados Unidos, en 1899, comenzó a desarrollar sus ideas acerca del imperialismo. En su pensamiento se articuló, tempranamente, una peculiar combinación entre socialismo, latinoamericanismo, antiimperialismo y nacionalismo, en un momento en que aún Lenin no había desarrollado su tesis sobre el imperialismo como fase superior del capitalismo. En 1903, Ugarte regresó de Europa, a donde volvería a radicarse varias veces a lo largo de su vida. Al arribar a Argentina se incorporó al Partido Socialista, agrupación de la que sería expulsado en dos ocasiones por discrepancias en torno a su postura nacionalista, adhiriendo al peronismo hacia el final de su vida (Galasso, 1978; Ugarte, 1978).

La prolífica producción de Ugarte se divulgó por todo Latinoamérica, lo cual le permitió convertirse, rápidamente, en uno de los intelectuales que más seducían a las agrupaciones estudiantiles de diferentes países. Muchas de estas agrupaciones auspiciaron sus disertaciones en diversas capitales del continente, especialmente después de 1914 cuando, con motivo del conflicto originado entre México y Estados Unidos, el escritor encabezó la constitución de la Asociación Latinoamericana y lanzó la idea de construir un movimiento continental, pues entendía que era la oportunidad para sentar las bases de la futura solidaridad latinoamericana. Desde 1916 sus vínculos con los universitarios argentinos se fueron estrechando cada vez más, siendo orador central en varios actos estudiantiles, entre ellos en el de constitución de la Federación Universitaria Argentina en 1918 (Ugarte, 1978).

Deodoro Roca (1890-1942) se graduó de abogado en 1915 con una tesis doctoral en que enjuiciaba al imperialismo norteamericano desde un punto de vista jurídico a través de la comparación entre la doctrina Monroe, la doctrina Drago y el tratado ABC (Argentina, Brasil y Chile). “Inteligencia incisiva” aunque de labor dispersa y sin voluntad de trabajo sistemático según palabras de Portantiero (1978), Roca provenía del seno de las elites cordobesas. No obstante, su actitud “iconoclasta”, preocupada permanentemente por burlarse de “la solemnidad”, lo llevó a convertirse en un “pensador de los bordes” (Kohan, 1999; Portantiero, 1978).

Amigo de diferentes personalidades de la cultura y la política, tanto latinoamericana como europea (Haya de la Torre, Ortega y Gasset, Rafael Alberti, etc.), Roca sorprendía por su vasta erudición, pues era un gran conocedor “de primera mano” tanto de la cultura clásica como de la filosofía y sociología decimonónicas. Ello lo llevó a ocuparse de los más variados temas –especialmente sobre filosofía, arte y literatura–4 en su trayectoria de ensayista, actividad que continuamente alternó con su militancia por diversas causas (cuestiones universitarias, apoyo a la república española, antiimperialismo, participación en organizaciones contra el antisemitismo, etc.). Sin embargo, durante la mayor parte de su vida no estuvo alineado partidariamente pues sólo tuvo un paso fugaz por el Partido Socialista durante la década de 1930, agrupación que abandonó formulando críticas desde una posición más izquierdista (Portantiero, 1978; Kohan, 1999).

El pensamiento de Roca es difícilmente susceptible de clasificaciones, y pretender encontrar una única o principal influencia intelectual sobre él sería estéril. En efecto, tanto por el ambiente intelectual de principios del siglo XX como por la amplia erudición y falta de sistematicidad de Roca, múltiples vertientes se cruzaron tanto en la formación de sus ideas como en el estilo de su prosa. Por un lado, además de su drástico anticlericalismo originado en el rechazo a la fortaleza que los grupos clericales tenían en la universidad de Córdoba, Roca fue un heredero tardío de la generación del novecientos, tanto de Rodó como de los intelectuales argentinos enrolados en el socialismo, especialmente de Ingenieros. De estos pensadores adoptó la condena del materialismo norteamericano (Rodó) y la crítica de la “mediocracia” (Rodó e Ingenieros), mientras que de Ortega y Gasset recogió su teoría sobre las generaciones. Además de Ortega, entre las influencias europeas se destacaban, en un complejo maridaje, la de Nietzsche, de quien buscó explotar cuanto había de “matriz libertaria” en su filosofía, y la de Marx, incorporada más tardíamente, de la cual rescató su crítica de la modernidad capitalista. También estaba influido por Bergson y Croce, con cuyos textos cerraba su programa de Filosofía General en la Facultad de Derecho –cátedra que había asumido tras la reforma–, poniendo de manifiesto que su anticlericalismo podía coexistir con una posición antipositivista. Asimismo, también incorporó ideas de Trotsky y, en la década de 1930, descubrió las teorías de Freud y la crítica del imperialismo formulada por Lenin. De este modo, el pensamiento de Roca combinaba liberalismo extremo –que lo llevaría al socialismo–, anticlericalismo, romanticismo de inspiración nietschiana, crítica del sistema capitalista y antipositivismo (Portantiero, 1978; Kohan, 1999).

Norberto Galasso ha calificado a Manuel Ugarte como “argentino maldito”, en referencia al modo en que, como consecuencia de sus ideas, durante mucho tiempo habría sido marginado de la historia del pensamiento en contraste con otros miembros de la generación del novecientos (Galasso, 1978). Independientemente de cierta motivación apologética de Ugarte en los escritos de Galasso, resulta claro que, a pesar de su ascendencia patricia, en gran medida se trataba de un “outsider” incluso entre los pensadores socialistas. Pero esta situación puede haber contribuido para que, en una época de marcadas tensiones intergeneracionales y de canales de expresión no siempre abiertos para las nuevas generaciones, Ugarte se convirtiera en uno de los intelectuales con más llegada al público estudiantil.

En el caso de Roca, su condición de “escritor de los bordes”, en una sociedad provinciana en que las elites intelectuales –tanto liberales como católicas– estaban excesivamente apegadas a formalidades y convencionalismos, fue lo que posiblemente lo convirtió, en la coyuntura de la reforma, en el principal referente intelectual local para un conjunto de jóvenes cuyas posiciones se hacían más radicales a medida que se frustraban sus expectativas de satisfacción de demandas por canales corrientes.

El concepto de América Latina en el pensamiento Manuel Ugarte

Los dos principales ejes sobre los que se articuló el pensamiento de Ugarte fueron la defensa del nacionalismo y el proyecto de unidad latinoamericana. Se trataba de dos conceptos complementarios pues América Latina era considerada la “patria grande” a construir, aunque el peso de uno y otro variaba según los objetivos de cada escrito. Sin embargo, aunque en algunos escritos Ugarte cargara más las tintas sobre el nacionalismo, dada su concepción de que América Latina era la “patria grande” y de que los nacionalismos locales eran insuficientes para enfrentar al imperialismo, la prioridad en su sistema de pensamiento correspondía a su propuesta continental.

Otros dos ejes de significativa importancia para su elaboración intelectual, aunque subordinados a la “cuestión nacional” y a la propuesta de solidaridad continental, eran la definición del adversario imperialista, y la adopción de los principios socialistas, que lo distinguía de otros pensadores también preocupados por el nacionalismo, el latinoamericanismo y el imperialismo (Galasso, 1978). Todos estos conceptos estaban presentes en la mayoría de los ensayos de Ugarte, incluso en aquellos destinados a temas literarios.

Las ideas que en el pensamiento de Ugarte estaban asociadas al concepto de América Latina y a su proyecto latinoamericanista eran las cuestiones materiales relativas al desarrollo del continente, la denuncia concreta contra el imperialismo, la condena –sobre todo después de la década de 1920– de la “oligarquía” aliada al imperialismo, y la cuestión del socialismo. Asimismo, aunque en un lugar de mucho menor importancia que en otros pensadores, Ugarte también apeló a “lo espiritual” para fundamentar sus posiciones.

A continuación realizaremos una síntesis sobre el pensamiento de Ugarte sobre estos temas. Antes de ello cabe advertir que mientras la posición de Ugarte sobre algunos conceptos (nacionalismo, latinoamericanismo, imperialismo norteamericano) no se modificó a lo largo de su trayectoria, su opinión acerca de otros (socialismo, imperialismo inglés)5 experimentó una o más rupturas. En tanto, otros conceptos, como el de oligarquía, con el tiempo fueron cobrando mayor importancia. Por ello, en el primer caso no haremos distinciones de etapas en el pensamiento de Ugarte, mientras que en el segundo señalaremos los momentos en que tales cambios se produjeron.

Una segunda advertencia es que, para el tratamiento de estos temas, Ugarte algunas veces recurría a ejemplos de todo el continente, mientras que otras veces limitaba su análisis al caso argentino.

El problema del imperialismo y las bases materiales para la unificación latinoamericana

Para Ugarte la necesidad de unificación latinoamericana descansaba, en gran medida –aunque no exclusivamente, sobre bases materiales, ya que era partidario de la industrialización y de la explotación de las riquezas naturales pero comprendía que ello no era posible dentro de los limitados marcos nacionales por lo que era partidario de la unificación en un mercado interno. En relación a ello, era consciente del aislamiento latinoamericano por deficiencias en las comunicaciones (ferrocarriles y telégrafos) (Galasso, 1978; Ugarte, 1910a y 1901b).

Sobre el imperialismo Ugarte consideraba tres aspectos: las relaciones económicas, el intervencionismo político-militar y las formas sutiles de penetración.

Acerca de lo primero, partía de la crítica a la división internacional del trabajo y al papel del capital extranjero. Sobre estas dos cuestiones postulaba que un país que explotaba materias primas y recibía manufacturas se encontraba en una etapa intermedia de su evolución que debía superar cuanto antes, y que Argentina debía convertirse en un país donde la riqueza se quedara, considerando que debían sustituirse las fuerzas económicas del extranjero, las cuales, según sus expresiones, se llevaban gran parte de la riqueza (Ugarte, 1916b; Ugarte 1915b).

El caso de los ferrocarriles es indicativo del papel que cumplía, según Ugarte, el capital extranjero, pero también permite sacar conclusiones sobre las diferencias que el autor encontraba entre el capital norteamericano y el europeo. Ugarte opinaba que la actitud de los ferrocarriles perjudicaba a los productores nacionales y por ello era contraproducente para el funcionamiento de la economía; asimismo, percibía que las empresas contrataban abogados emparentados con los dirigentes políticos, lo cual les permitía subir tarifas y obtener diferentes ventajas (Ugarte, 1916c; Ugarte, 1916d). Ugarte sostenía que las comunicaciones no debían depender del capital extranjero y mucho menos del norteamericano, y se declaraba partidario de que, en caso de requerirse capitales, éstos provinieran de Europa pues el contrapeso europeo era un recurso defensivo en contra de Estados Unidos, considerado por Ugarte como la verdadera amenaza, constituyendo las relaciones con el viejo mundo una condición necesaria para alcanzar la independencia (Ugarte, 1901b; 1910c). Llama la atención que un escritor nacido en un país donde la mayor parte de las inversiones ferroviarias eran inglesas tomara este ejemplo para fundamentar su distinción entre el capital europeo y el norteamericano.

Ugarte también abordaba el tema del petróleo, que daría origen a enconadas polémicas en la década de 1920, para ejemplificar sus posiciones. Al respecto, ya en 1916 denunciaba que por “influencias extrañas” no era posible una satisfactoria explotación de esta riqueza mineral en la Patagonia (Ugarte, 1916d).

Ugarte sostenía en años posteriores sostenía que los “aventurados” empréstitos, los cuales no se habían usado para valorizar el territorio sino para “llenar baches”, tenían consecuencias asfixiantes; que las concesiones eran abusivas; y que por modestas inversiones originales se había hipotecado el porvenir (Ugarte, 1931b; 1950; 1927a).

Además de criticar el papel del capital extranjero, Ugarte denunciaba un plan norteamericano, cuya población exigía una “expansión indefinida” según sus palabras, de establecer su hegemonía, primero en el golfo de México y luego en toda Latinoamérica (Ugarte, 1910c; 1950). En ese sentido, en diversos escritos enumeraba agravios de Estados Unidos en contra de diferentes países, señalando que México había perdido varias provincias, Cuba se encontraba bajo protectorado, Santo Domingo no tenía aduanas, Colombia había perdido Panamá y los países centroamericanos habían sufrido invasiones (Ugarte, 1910c). Ugarte decía en 1914 que el fuerte humillaba las banderas de los pueblos latinoamericanos sin que nadie se inquietara, pero veía en el conflicto con México, una de las naciones más importantes de Latinoamérica, la posibilidad de articular las protestas contra el accionar norteamericano (Ugarte, 1914).

El problema de la neutralidad ante la primera guerra mundial también era motivo para criticar a Estados Unidos. Al respecto, Ugarte sostenía que Argentina debía mantenerse firme en esa postura y hacía notar que cuando Estados Unidos era neutral nadie lo había cuestionado (Ugarte, 1916b; 1917).

Un artículo de 1901 sintetizaba las opiniones de Ugarte acerca del peligro norteamericano al afirmar que, a diferencia de las conquistas antiguas, toda usurpación material venía precedida por un largo período de hegemonía industrial capitalista o de costumbres, y ello aumentaba el prestigio del invasor futuro, el cual cuando quería hacer efectiva la ocupación sólo tenía que argumentar defensa de intereses económicos para invadir un país que ya estaba preparado, citando los ejemplos de Cuba y Texas para apoyar su argumentación (Ugarte, 1901a). Posteriormente, en 1910, afirmaba que cada vez que una comarca sucumbía el invasor se encontraba más cerca, mientras que en 1916 sostenía que la infiltración mental, económica y diplomática podía deslizarse sin ser advertida por que los factores de desnacionalización eran ahora más sutiles que el uso del soldado (Ugarte, 1910b; 1916b).

La crítica a la oligarquía como aliada del imperialismo

Para Ugarte no todo era culpa de Estados Unidos sino que había una actitud latinoamericana que debía modificarse. Aceptar la existencia de esta posibilidad de actuar por parte de los países del continente era fundamental, como se verá más adelante, para que en el pensamiento de Ugarte se elaborara una propuesta que superara la mera denuncia.

Pero ¿cuáles eran para Ugarte las responsabilidades y los responsables locales? Aquí el autor incorporaría, sobre todo desde la década de 1920, el concepto de oligarquías nativas como aliadas del imperialismo. Junto a una actitud que debía modificarse había también un enemigo interno a derrotar.

Ugarte (1914) afirmaba que la “senda de la abdicación nos ha llevado a girar como satélites alrededor de la bandera estrellada” (p. 31), poniendo en peligro los “sueños de independencia” de los países del continente. Asimismo, atacaba a los grupos de poder local al señalar que había “en nuestras tierras” hombres para los cuales las ideas de solidaridad resultaban peligrosas (Ugarte, 1912c, p. 27).

En 1927 Ugarte decía que los pueblos latinoamericanos debían levantarse contra el imperialismo norteamericano pero sobre todo contra la oligarquía, pues al “coloso del norte” lo habían engendrado nuestros gobiernos. Un año más tarde sostenía que los tres principales problemas del continente eran la ambición norteamericana, la presencia de la oligarquía y la actuación de políticos sólo preocupados por acceder al poder (Ugarte, 1928). En tanto, en 1930 afirmaba que las repúblicas latinoamericanas estaban dominadas por una oligarquía que nunca tuvo más visión de patria que sus conveniencias y que había abierto las puertas a la irrupción extranjera.

Inmigración, apertura a la cultura europea y nacionalismo

El problema de la inmigración y la apertura hacia la cultura europea muestra que el nacionalismo de Ugarte, preocupado fundamentalmente por la dominación imperialista, no lo llevó a adoptar una postura recalcitrante acerca de estos temas, si bien su posición sobre ellos no fue siempre la misma.

En 1910, año del centenario de las revoluciones de independencia latinoamericanas, Ugarte rescataba la inmigración como causa del progreso de los países del sur y sostenía que los inmigrantes eran quienes más se oponían a la infiltración norteamericana y los que creaban entre las repúblicas el lazo definitivo, afirmación no del todo consistente con su apelación al pasado (ver más adelante) para fundamentar la “comunidad de destino” de los países latinoamericanos.

Ugarte oponía el carácter positivo de la inmigración al negativo de la presencia de capital extranjero cuando proponía, en 1915, rodear de “creciente afecto” al extranjero arraigado pero combatir el monopolio y los abusos de compañías foráneas que operaban en el país (Ugarte, 1915, p. 136). Pero aunque partidario de la inmigración, no dejaba de encontrar inconvenientes surgidos de ella; por ejemplo, en 1916 se preocupaba por que muchos niños nacidos en el país no conocían el idioma y afirmaba que “somos hijos de un país cosmopolita donde la nacionalidad recibe aportes disímiles que exigen un esfuerzo adicional de conglomeración” (Ugarte, 1916ª, p. 142). Tampoco su opinión favorable a la inmigración implicaba una renuncia a condenar el “cosmopolitismo”; por ejemplo, ante la captura, durante la primera guerra mundial, de un buque argentino por uno inglés sin que mediara una posterior satisfacción diplomática, Ugarte (1915a) reaccionaba afirmando que era “…como si de la soberanía argentina que tan brillantemente cimentaron nuestros antepasados, no quedara actualmente más que un recuerdo diluido por el cosmopolitismo reinante” (p. 191).

El problema del socialismo

Un problema en el que el pensamiento de Ugarte experimentó varias rupturas a lo largo de su vida fue el de la articulación entre nacionalismo y latinoamericanismo por un lado, y socialismo por otro.

Ugarte (1910a) establecía paralelos entre la explotación de clases y la dominación imperialista cuando explicaba que así como en la vida social había clases que poseían los medios de producción, en la vida internacional había naciones que esgrimían medios de dominación (fuerza económica y militar) que se sobreponían al derecho. No obstante, asignaba mayor importancia a la dominación imperialista, por lo cual la mencionada articulación no siempre fue armónica en su pensamiento y se fue modificando a lo largo de su trayectoria.

Así, en 1903 y 1904, Ugarte planteaba que en Latinoamérica, debido al antagonismo entre dos clases, una que producía y la otra que disfrutaba sin producir, el socialismo no sólo era posible sino también necesario, aunque proponía una campaña de reformas como vía. En tanto, en 1908 ponía énfasis en el concepto de patriotismo pero dejaba en claro que adhería a esta idea por juzgar que el patriotismo era la manera de defender la autonomía –declarándose enemigo de que el uso del concepto condujera a considerarse superior–, por lo cual patriotismo y socialismo no eran contradictorios.

Sin embargo, en 1912 comenzaban a apreciarse tensiones entre ambos conceptos cuando culpaba a la “política criolla”, profusa en literatura pero no en realizaciones según sus palabras, de empujar a los obreros al internacionalismo y al desinterés por “las cosas del suelo patrio”, aunque sentaba su posición sobre el problema al afirmar que la patria existía por que el hombre tenía una personalidad material y otra moral. En relación a ello cuestionaba que se tolerara que “se hunda la bandera” para permitir el progreso material, ya que no bastaba la prosperidad para asegurar la felicidad y la bandera era la “representación de nuestras esperanzas” (Ugarte, 1912b, pp. 199-200). Se aprecia, como se verá más adelante, que a pesar de que sus denuncias contra el imperialismo enumeraban agravios materiales, había también elementos “ideales” en su concepción del nacionalismo y el latinoamericanismo. Ello se tornaba más evidente cuando argumentaba que acentuar la tendencia nacional en un momento en que el imperialismo se desencadenaba no se debía a una posición localista sino a la necesidad de salvar la tradición latina.

La subordinación en el pensamiento de Ugarte de la “cuestión social” a la “cuestión nacional” comenzaba a hacerse más evidente cuando afirmaba, también en 1912, que era en la naciones prósperas donde más se acentuaba la igualdad social.

Pero la polémica, en 1913, con la dirección del Partido Socialista y con el periódico La Vanguardia, su órgano de prensa, que culminaría con la primera exclusión de Ugarte de esa agrupación, acentuó esta tensión e incluso lo llevaría, en 1916, a renegar por algunos años de sus ideas socialistas a las que ahora, al igual que en 1939 tras su segunda expulsión del partido, asumía como una cuestión secundaria dentro de su inquietud más vasta por el problema nacional (Ugarte, 1939).

En su polémica con La Vanguardia, poco antes de iniciar su más activa campaña latinoamericanista por el continente, manifestaba que por encima de sus preferencias partidarias se consideraba argentino. Ugarte denunciaba que el Partido Socialista combatía la industrialización “obsesionado por una concepción estrecha del bienestar obrero”; al mismo tiempo, el escritor se declaraba partidario de la colaboración de clases y contrario a hostilizar al “capital creador”, pues, en su opinión, el momento actual no sólo se explicaba por la relación entre capital y trabajo sino también por la producción de diferentes países, y sólo podía existir un proletariado feliz en una nación próspera. En una síntesis de su crítica al Partido Socialista acusaba a éste de ser enemigo del ejército, de la religión y de la propiedad, y, al no basarse en consideraciones nacionales, de ser también enemigo de la patria (Ugarte, 1913, pp. 208-210 y 213).

Pero durante la guerra iría mucho más allá al afirmar que la realidad había “barrido” las construcciones quiméricas pues ahora también en Europa se valoraba al ejército, la religión, la propiedad y la patria, y se optaba por la búsqueda de reformas, argumentando que el colectivismo era disolvente, el antimilitarismo anacrónico, y la religiosidad en un país sin clericalismo (se refería a Argentina) sólo conseguía herir “sentimientos respetables”. Era, según Ugarte, la “bancarrota” del internacionalismo (Ugarte, 1916b, p. 216-217). Asimismo, su rechazo al socialismo llegaba el extremo de afirmar que las banderas rojas simbolizaban la “negación de la patria”, aunque ello podría guardar relación con una antigua preocupación de los socialistas argentinos de adoptar los colores de los símbolos nacionales para contrarrestar la acusación que se les hacía de ser portadores de una ideología “de origen extranjero” (Ugarte, 1916a, p. 143).

Pero este viraje no sería definitivo pues en la década de 1920 Ugarte sería un decidido defensor de la experiencia soviética –a la que calificaba de ejemplo de cómo liberarse de la explotación–y adoptaría posiciones más izquierdistas6 aunque sin abandonar su nacionalismo ni su latinoamericanismo. En la década de 1930 se reincorporaría al Partido Socialista aunque poco después sería nuevamente expulsado, mientras que hacia el final de su vida adheriría al peronismo.

Aspectos “ideales” en el latinoamericanismo de Ugarte: la defensa de la civilización latina

Además de los aspectos materiales, Ugarte fundamentaba su latinoamericanismo en la necesidad de defender la civilización latina al manifestar que no era sólo la independencia de un pueblo lo que estaba en juego sino una civilización que empezaba a definirse pues el “alma de una raza” reverdecía en el continente y los latinos de América experimentaban el deber de salvaguardar lo que debía nacer en ella (Ugarte, 1910c). Sostenía, además, que había “incompatibilidad fundamental”, una “demarcación entre dos civilizaciones”, entre Estados Unidos y Latinoamérica, los dos grupos que convivían en el continente (Ugarte, 1912a , p. 23).

Pero esa afirmación de los valores civilizatorios latinoamericanos también llevaba a Ugarte a adoptar posiciones descalificadoras respecto a la población de otros continentes. Por ejemplo, en 1912 afirmaba que no podía tratarse a “colectividades cultas”, que habían producido “patriotas” como Bolivar y San Martín, del mismo modo como se trataría a las “hordas del Congo” (p. 75).

La apelación al pasado y a la historia compartida.

Ugarte apelaba al pasado y al futuro para fundar sus posiciones, pues consideraba que América Latina era historia y proyecto al mismo tiempo. Al respecto, en 1912 sostenía que de norte a sur había dos ideales: prosperidad e independencia nacional; dos enemigos: las ambiciones personales y las intervenciones extranjeras; y dos puntos de apoyo: el recuerdo del pasado y la esperanza del porvenir (Ugarte, 1912a).

También desde las dos primeras décadas del siglo XX, Ugarte postulaba una comunidad de origen de los países latinoamericanos, afirmaba que los hombres que habían hecho la independencia siempre tendieron a la unión, y rescataba la figura de Bolivar, condenado por la historiografía oficial argentina, a quien calificaba como el “gran padre común”. Pero consideraba inconclusa la tarea emprendida por el proceso de independencia y sostenía que la unidad era una aspiración a realizarse ya no por las armas sino por la voluntad colectiva. Sin embargo, la historia tornaba invulnerable el proyecto de continuar la tradición de un “pasado glorioso” y nada impediría, según Ugarte, que floreciera el “espíritu inmortal de nuestra raza”. Puede apreciarse cómo en el tratamiento del pasado era donde los aspectos “espirituales” tenían más presencia en el pensamiento de Ugarte (1901b; 1912a; 1912c).

Pero la mayor parte de las referencias al pasado se encuentran en los escritos posteriores a 1920. Al respecto, en 1922 Ugarte decía que las revoluciones de 1810 no habían sido eventos aislados sino un levantamiento general de las colonias de América y que los diferentes estallidos revolucionarios se habían entrelazado, contando con héroes comunes y comunicaciones entre regiones apartadas. Afirmaba, además, que el sueño de los primeros caudillos era que América tuviera una sola fisonomía, no solamente para defenderse de España sino también pensando en el porvenir, pero “grupos fascinados por el poder” habían dividido el continente; asimismo, consideraba que ya desde entonces estaba en germen la anarquía de raíz hispana e indígena que, desde su punto de vista, había hecho posible la conquista, si bien esa realidad comenzaba a revertirse con la función unificadora del proceso migratorio (Ugarte, 1922). Aquí no queda claro cómo, si Ugarte sostenía que los fundamentos de la unidad se encontraban en un pasado común, un agente extraño a ese pasado –la inmigración– era el encargado de garantizar que la unificación se hiciera efectiva.

Sin embargo, Ugarte también era crítico del proceso de independencia. En ese sentido decía, en 1922, que América había renunciado a la dominación de España pero no a la composición étnica de sus clases directoras y ello se había conjugado con poderosos intereses de expandir el comercio por encima de las vallas que imponía España. En 1923 observaba que en algunas comarcas se había cambiado la soberanía de la nación madre por la de una nación extraña; también criticaba a la doctrina Monroe y calificaba el origen hispánico como un “glorioso” punto de partida que no debía perderse de vista en una etapa de “cosmopolitismo inasimilado” (pp. 105-106). En 1927 afirmaba que luego de la independencia la organización había seguido siendo colonial y siempre orientada hacia el mar (p. 106), mientras que en 1940 sostenía que Inglaterra y Estados Unidos habían favorecido la independencia para obtener ventajas comerciales, por lo que una metrópoli económica había sustituido a la política y una clase dominante local, aliada al imperialismo, había ocupado el lugar de la clase dominante española, y por ello la independencia había sido ficticia y la emancipación incompleta (Ugarte, 1923; 1940).

La apelación al futuro y la misión de la juventud

América Latina era, en el sistema de pensamiento de Ugarte (1912c), la “patria grande” del porvenir, la cual se encontraba por encima de las fronteras actuales (p. 27). En el tratamiento de este punto se combinaban la apelación a postulados “espirituales” con la elaboración de propuestas, no todas ellas demasiado concretas.

Ugarte contraponía la unidad de América del Norte a la división de la América española y sostenía que la concepción de las autonomías nacionales ya no era útil por qué una demarcación geográfica y un gobierno no bastaban. Opinaba que el peligro norteamericano no era irremediable si América Latina se preparaba para afrontarlo, por lo cual abogaba para que los países del continente se pusieran acuerdo para defenderse en bloque ante el peligro para “la integridad nacional y la dignidad de nuestras banderas”, sosteniendo que no había obstáculos para la fraternidad, pues las divisiones eran sólo políticas y los antagonismos recientes y no entre pueblos sino entre gobiernos (Ugarte, 1901a, p. 25). Citando el ejemplo de Tacna y Arica, proponía no ahondar en conflictos entre países latinoamericanos pues afirmaba que mantener discordias era olvidar lo grande por lo pequeño.

En cuanto al papel de la juventud en su proyecto, en diferentes artículos y conferencias durante la década de 1910, Ugarte definía a ésta y a los estudiantes como los “depositarios del porvenir”, encargados de realizar el proyecto latinoamericanista (Ugarte, 1912c, p. 27). En las décadas de 1920 y 1930, Ugarte continuó apelando al papel de la juventud; por ejemplo, en 1930 afirmaba que los políticos, quienes sólo habían concebido la sujeción alternada al imperialismo norteamericano o al inglés (Ugarte descubría el imperialismo inglés), no contaron con la energía de la generación joven que había llegado a comprender “los destinos del continente” y “las exigencias de la hora”, sosteniendo también que la “salvación” sólo podía venir del “hombre nuevo”.

Deodoro Roca en los años de la reforma universitaria

Portantiero (1978) afirma que Roca, quien ya desde su tesis doctoral en 1915 había manifestado interés por los problemas continentales, ejerció influencia central en los primeros tramos de gestación de la ideología de la reforma universitaria y que una de las características fundamentales del texto del Manifiesto Liminar, redactado por Roca y marcado por su retórica “culterana”, era la ubicación latinoamericana del movimiento cordobés.

Cabe la pregunta, entonces, acerca del lugar que ocupaba el concepto de América Latina en el citado manifiesto, si bien es preciso advertir, una vez más, que Roca a menudo hablaba de América o Sudamérica para referirse a América Latina. Al respecto, aunque el título del manifiesto era “La juventud universitaria de Córdoba a los hombres libres de Sud América”, el eje del escrito era la crítica del régimen universitario al que calificaba de anacrónico y antidemocrático, haciendo responsables de tal situación a los grupos clericales. En todo el texto sólo en tres ocasiones se hacía referencia al continente americano, aunque en todas ellas mediante frases aisladas del conjunto. En el primer párrafo sostenía que “estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”, pero la apelación a América no guardaba relación con el resto de lo expuesto en el párrafo; más adelante se afirmaba que en la Universidad de Córdoba “se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente”, pero en la oración siguiente retomaba nuevamente la problemática universitaria al condenar la “cobardía y perfidia de los reaccionarios”; finalmente, el último párrafo era utilizado para declarar que la juventud universitaria de Córdoba “saluda a los compañeros de la América toda y les invita a colaborar con la obra de libertad que inicia” (Roca, 1968, pp. 17-18).

Matizando la apreciación de Portantiero puede notarse que aunque el concepto de América -entendida como América Latina- ocupaba un lugar ponderado en el Manifiesto Liminar, siempre aparecía desconectado de los hilos conductores del discurso, de corte fundamentalmente estudiantil y anticlerical. En ese sentido, podría aventurarse la hipótesis de que, tras años de arielismo y teniendo en cuenta que Manuel Ugarte, quien ya había dado origen a su “movimiento” latinoamericanista, era uno de los intelectuales de mayor prestigio entre los universitarios, no era necesario fundamentar la inclusión de la alusión a América dentro del discurso reformista, sino que tal concepto, que no era el objetivo principal del Manifiesto Liminar, era útil para reforzar la identidad de los reformistas al apelar a valores ya legitimados.7

Pero a diferencia del Manifiesto Liminar, en el discurso de Roca, pronunciado en el acto de clausura del congreso de estudiantes realizado en Córdoba a fines de julio de 1918, América ocupaba el lugar central, aunque no se aprecia la presencia de nuevos conceptos respecto a los que utilizaban los intelectuales de la generación del novecientos. Roca oponía el ideal americano a la “turba cosmopolita”, guiada por “valores puramente bursátiles”, pero sostenía que ahora “volvemos hacia la contemplación de la propia tierra y hacia la de nuestros hermanos” pues “el sentido de lo que llega” era “adentrarnos en nosotros mismos y encontrar los hilos que nos atan a nuestro universo en las fuerzas que nos circundan y nos llevan a amar a nuestro hermano, a labrar nuestro campo, a cuidar nuestra huerta…”, recurriendo a la metáfora del árbol que “mientras más hunde sus raíces más alto se va a las estrellas”. Decía Roca que “andamos por las tierras de América sin vivir en ella” y, aunque se declaraba contrario a impedir la influencia cultural de otros continentes, afirmaba que “debemos abrirnos a la comprensión de la nuestra” y que “crear hombres americanos…es la más recia imposición de esta hora” (Roca, 1968, pp. 23-26).

En cuanto a los conceptos a los cuales aparecía asociada la palabra América, en el Manifiesto Liminar8 se afirmaba que “las almas de los jóvenes debían ser movidas por fuerzas espirituales” y que “las universidades han llegado a ser fiel reflejo de estas sociedades decadentes, que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de inmovilidad senil” (Roca, 1968, pp. 18-19). Aunque se pueden percibir influencias nietzschianas en su caracterización de los clericales, a quienes acusaba de defender una “religión para esclavos o para vencidos”, la apelación a fuerzas espirituales y el concepto de sociedades decadentes ponía de manifiesto, fundamentalmente, la presencia de Rodó en la terminología utilizada, aunque ello no implicaba necesariamente adherir a todo su pensamiento (Roca, 1968; Kohan, 1999).

En tanto, en el discurso del 30 de julio –más centrado en el concepto de América– pueden destacarse cinco aspectos significativos relacionados con lo que dicho concepto postulaba o impugnaba: la calificación de las celebraciones del centenario de 1810 como “tumulto babélico”, en una afirmación que podría interpretarse como de rechazo a la inmigración; la condena de la “plutocracia” y de los valores materialistas de la “turba cosmopolita”; la consideración de que era la generación anterior la que había permitido la pérdida de la “espiritualidad” y de la “conciencia de personalidad”; el uso del concepto de “mediocracia” cuando afirmaba que el mal había “calado tan hondo” que se encontraba hasta en las costumbres y en los “intereses creados en torno a lo mediocre”; y el rescate de la generación del novecientos en su afirmación de que sólo unos pocos escritores “eran como islotes de la raza” y con ellos había llegado “la fe en el destino de la nacionalidad” (Roca, 1968). América y espiritualidad contra cosmopolitismo y materialismo eran los dos pares de conceptos opuestos en el discurso de Roca.

En 1920, cuando ya la reforma había tenido repercusiones continentales, Roca citaba, en un discurso pronunciado en Rosario, ejemplos de universidades latinoamericanas donde “un puñado de hombres libres” había “conmovido al pueblo” con sus acciones. A partir de estos ejemplos Roca buscaba fundamentar que en el continente “una sed de totalidad abraza las almas”, que “por el aire cruzan cantos de revolución” y que “un fuerte soplo corre por el mundo aventando cosas muertas”. La realidad ahora permitía a Roca recurrir a datos concretos para sostener su latinoamericanismo, pero éste continuaba cercano a un enfoque espiritualista mediante el uso de conceptos como el de la “mutilación de los hombres” que impedía la “aparición del hombre”, los “falsos valores” que “deformaban las vidas”, etc. (Roca, 1968, pp. 29,31 y 35).

A los escritos que Roca elaboró en este período les cabe la definición elaborada por Cuneo al referirse a toda la prosa de la reforma universitaria. Cuneo afirma que los párrafos como proclamas sugerían una disposición al combate, la prosa repiqueteaba al ritmo del discurso, los adjetivos eran pronunciados con el énfasis de las primeras intransigencias y muchas arrogantes sentencias eran textos redactados para el pregón, el afiche o el muro.

Puede apreciarse que aunque la postura de Roca estaba lejos de posiciones “aristocratizantes” como la de Rodó, el estilo de su prosa estaba impregnado de arielismo y que hacía uso de numerosos conceptos tomados del escritor uruguayo. La idea eje de que las “fuerzas espirituales” del continente se oponían al “materialismo cosmopolita”, y la ausencia de cualquier referencia al antiimperialismo muestra que el discurso de Roca tenía –al menos en su fraseología– muchos más puntos de contacto con Rodó que con Ugarte a pesar del prestigio de que éste disponía debido a su proyecto latinoamericanista. Pero si bien Ugarte había influido para ubicar a América Latina en el centro de la discusión, ello no implicaba que otros escritores incorporaran todo su sistema de pensamiento, pues los conceptos asociados a la idea continental podían ser tomados de otros pensadores.

En relación a ello, llama la atención que los movimientos estudiantiles que en las décadas de 1920 y 1930 actuaron en diferentes países latinoamericanos asumiendo una fuerte posición antiimperialista rescataron la experiencia cordobesa como paradigma y “mito fundante” a pesar de que la difusa apelación al latinoamericanismo de sus documentos y discursos (especialmente los redactados o pronunciados por Roca) no hacía alusión al antiimperialismo. Tal vez la clave de interpretación de esto se encuentre en que, además de su carácter pionero, en el marco de una sociedad provinciana un “iconoclasta” grupo de estudiantes produjo un movimiento que, entre otros logros, llegó a impedir que un rector asumiera su cargo, a desalojar a las fuerzas policiales y controlar territorialmente la universidad, y a promover la intervención de las autoridades federales en favor de demandas impensadas en la primera etapa del conflicto. La magnitud del cuestionamiento a la autoridad, el éxito de los radicalizados métodos de lucha adoptados y los logros sin precedentes alcanzados por el movimiento, convirtieron la experiencia cordobesa en modelo para toda Latinoamérica, aunque para ello fuera necesario modificar parcialmente su significado inicial y otorgarle una coherencia ideológica que no tenía. La importancia de la reforma como hecho explica la transformación sufrida al convertirse en reforma como memoria y el rescate de los pensadores vinculados a ella, aunque éstos no hubieran elaborado un pensamiento original sobre la temática.

El pasado y el futuro en el pensamiento de Roca sobre Latinoamérica

A semejanza del caso de Ugarte, la propuesta de Roca de latinoamericanismo como reserva de la espiritualidad miraba hacia el pasado al buscar puntos de contacto con el proceso de independencia, y hacia el futuro al destacar, en una visión optimista, el papel de las generaciones jóvenes en la tarea de alcanzar el ideal deseado.

Respecto a lo primero, el Manifiesto Liminar presentaba al movimiento estudiantil como continuador de la “gesta” de independencia interrumpida por el materialismo de la generación anterior. Sostenía también el manifiesto que ahora se rompía la última cadena de dominación monárquica y monástica. En el discurso del 30 de julio, por su parte, Roca afirmaba que en la generación anterior “hasta el viejo espíritu de los criollos –gala de fuerza nativa, resplandor de los campamentos lejanos en donde se afianza nuestra nacionalidad– iba diluyéndose”. Sin embargo, no todo eran alabanzas respecto al proceso independentista pues Roca también decía que así como en la colonia “fuimos materia de explotación para dar mayor rendimiento a la riqueza ajena”, esta situación no se había modificado posteriormente (Roca, 1968).

En cuanto al papel de las generaciones jóvenes, Roca (1968) afirmaba en el discurso de julio de 1918 que “las nuevas generaciones empiezan a vivir en América, a preocuparse por nuestros problemas, a preocuparse por el conocimiento menudo de todas las fuerzas que nos agitan y nos limitan, a renegar de literaturas exóticas, a medir su propio dolor, a suprimir los obstáculos que se oponen a la expansión de la vida en esta tierra” (p. 25). En tanto, en el citado discurso de 1920 decía que los jóvenes iban comprendiendo que el mal de las universidades era un mero episodio del mal colectivo.

La radicalización del pensamiento de Roca

Desde mediados de la década de 1920 tanto el estilo de la prosa como las ideas de Roca experimentaron significativas transformaciones. En efecto, Roca dejó de lado, al analizar problemas políticos y sociales, su prosa lírica de influencia arielista, al tiempo que asumía posturas más claramente antiimperialistas, manifestando preocupación en sus escritos tanto por las consecuencias de la acción imperialista en América Latina como por las realidades de otros países –situación colonial de la India, guerra civil española, expulsión de Trotski y encumbramiento de Stalin en la Unión Soviética, ejecuciones de Sacco y Vanzetti en Estados Unidos– en un cuestionamiento general al funcionamiento del orden internacional. Aunque Roca, que había constituido la filial cordobesa de la “Liga Antiimperialista” y se definía como integrante de “la gran izquierda del mundo” (Roca, 1999c, p. 207), no abandonó totalmente sus apelaciones al latinoamericanismo, estas ahora se enmarcaban en una crítica más amplia al sistema internacional, caracterizado por la competencia entre el imperialismo norteamericano y el inglés.

De tales escritos puede destacarse el discurso pronunciado en un acto organizado por la Liga Antimperialista con motivo de la presencia en Córdoba de un líder marroquí, y publicado con anticipación por la prensa. Roca decía que el imperialismo de la época, a diferencia del antiguo, era invisible y, como no necesitaba de la expansión territorial, casi nunca utilizaba ejércitos ni armadas pero hundía “su garra en la entraña de los pueblos”. Roca explicaba la “lógica del imperialismo” caracterizada por la necesidad de expansión comercial y afirmaba que la competencia por el petróleo, uno de cuyos principales teatros de disputa era América Latina, era una de sus expresiones más características. Sostenía que por su rivalidad con Inglaterra en torno al control petrolero, rivalidad que explicaba la mayor parte de los acontecimientos políticos en América Latina, Estados Unidos había perfeccionado la doctrina Monroe y, con su proclamado panamericanismo, progresivamente los capitales norteamericanos iban absorbiendo ferrocarriles, minas, empresas de transporte, industrias y servicios públicos en Latinoamérica. En ese marco, la concesión de empréstitos eran “tentáculos” que limitaban la autonomía de los países latinoamericanos con la finalidad de reducir al continente a la condición de “feudo remunerador” (Roca, 1999b).

Como alternativa proponía que los latinoamericanos pensaran en la unidad ideal y se olvidaran de atizar las querellas internas para que nuestra civilización no se asentara sobre la explotación del hombre por el hombre. También planteaba que para reaccionar contra todas las formas de imperialismo era preciso perseguir otra estructura nacional que acabara con el parasitismo de las clases (Roca, 1999b).

A pesar del cambio de discurso, algunos calificativos, como el de “plutocracia omnipotente”, permanecían en el vocabulario empleado por Roca, mientras que conceptos como el de ambas Américas como la “juventud del mundo”, o bien la afirmación de que la “avasalladora” corriente imperialista enturbiaría el sentido de la civilización de los pueblos latinoamericanos, también recuerdan la retórica reformista de 1918 aunque ahora sólo se trataba de algunas expresiones dentro de un discurso más amplio (Roca, 1999b, pp. 189-191).

Por otro lado, en dos artículos sobre Sandino, publicados en 1930 y 1931, al tiempo que denunciaba hechos concretos como los bombardeos aéreos sobre aldeas nicaragüenses, Roca sostenía que el capitalismo de posguerra se había lanzado sobre las riquezas de los pueblos débiles y que toda América Latina –y en especial la central y la antillana– era “pasto joven” para el imperialismo norteamericano. Pero la novedad, argumentaba Roca, era que ahora los pueblos vencidos aparentemente prosperaban aunque a la sombra de esa prosperidad crecían las deudas, las hipotecas de las riquezas y el vasallaje financiero (Roca, 1999e; 1999f).

En 1936 Roca metaforizaba que Monroe no estaba dispuesto a renunciar a ser el albacea de España y escribía que la unidad del continente, que los explotados no habían conseguido, la estaban realizando los explotadores. Asimismo, expresaba que las dictaduras mantenían la ficción de la independencia nacional, abolida por las potencias mundiales, pero que ya ni siquiera se disimulaba la lucha entre países capitalistas rivales en el continente, los cuales dominaban las economías nacionales favorecidos por esa ficción de independencia. Roca caracterizaba a los gobernantes latinoamericanos como rapaces y sanguinarios pero dóciles ante los “amos del continente”, con “mano dura” con los trabajadores pero “blanda” con el gran capital, pues las crisis que los países fuertes descargaban sobre los débiles eran transferidas por los gobernantes de éstos a los trabajadores. Según Roca, la situación resultante ubicaba a los países latinoamericanos en una condición inferior a la de las colonias pues sólo se reproducían las desventajas de éstas.

En cuanto a su visión sobre los sucesos de 1918, en 1936, en varias entrevistas periodísticas –una de ellas de la revista “Flecha”, fundada y dirigida por él–, Roca, aunque no renunciaba a destacar la importancia de los sucesos de 1918, pues sostenía que la reforma había sido el “movimiento espiritual más rico y trascendente que haya agitado a la Juventud de América Latina desde la Emancipación” con la cual se entroncaba, marcaba los límites de los mismos asumiendo una actitud crítica sobre una experiencia que lo había tenido como principal ideólogo. Roca afirmaba que el protagonista de la reforma había sido la pequeña burguesía liberal, encendida de anticlericalismo, entusiasmos, “americanismo confuso”, “mucha fiebre”, y con una guerra y una revolución en el horizonte, pero ahora los jóvenes se daban cuenta que sólo era posible la reforma educativa con una revolución pues habían comprendido que la realidad de la universidad era parte de un problema social; también expresaba que el anticlericalismo de 1918, que entonces daba una fácil apariencia de revolucionario e incluso “vestía bien”, se había convertido en antiimperialismo, pues “tras la lucha contra los invasores de adentro se inicia la lucha contra los de afuera, que se sabe apoyan a los patriotas”, mientras que el clerical de antes, al igual que muchos liberales, ahora era fascista. Pero a pesar de sus límites iniciales, Roca consideraba que la reforma había sido un “camino provinciano que buscaba un maestro y se dio con un mundo”, y por ello era el “enlace vital de lo universitario con lo político” y el camino de la “juventud continental” (Roca, 1968, pp. 81-88).

Por otro lado, aunque ya no ocupaban un lugar preponderante, aún se encontraban en Roca algunas ideas provenientes del modernismo de la generación del novecientos; por ejemplo, en un artículo periodístico de 1936, al comparar la universidad europea con la americana fundaba su análisis en que la primera era “lo más alto que dio Europa al haber sido sostenida por una burguesía educada en una “limpia tradición”, opuesta a la “turbia y falsa” de la burguesía americana. Del mismo modo, en 1931 sostenía que era reformista quien estaba animado por un “impulso de totalidad” que “irrumpía en las conciencias”, en la economía, en la política, en el arte (Roca, 1968, pp.57- 69).

Aunque en la década de 1920 –cuando, tras el tratado de Versalles, la acción de las grandes potencias generó cuestionamientos en gran parte del mundo periférico– el pensamiento de Roca ya se estaba modificando, el endurecimiento del sistema político argentino, luego de 1930, también contribuye a comprender la evolución ideológica de Roca. El mismo Roca (1968), en un agudo juicio, encontraba una de las claves para entender la relación entre evolución del pensamiento y sistema político al indicar que la función de la excomunión ahora era cumplida por la cárcel como amenaza concreta.

Consideraciones finales: Ugarte y Roca en la historia intelectual latinoamericana

La reforma universitaria y los movimientos estudiantiles latinoamericanos de la década de 1920 no generaron un pensamiento original respecto al concepto de América Latina y al proyecto latinoamericanista, pero contribuyeron a fortalecer tanto las antiguas como las nuevas propuestas en torno a la temática.

En relación a ello, si se compara el pensamiento de Ugarte con el de Roca respecto a esta problemática, la primera observación que surge es que mientras el primero elaboró un pensamiento novedoso acerca de América Latina y el latinoamericanismo, en torno al cual articuló un sistema de ideas inclusivo de diversas temáticas, el segundo “tomaba prestados” muchos conceptos de otros autores en sus referencias a Latinoamérica y, aunque este concepto también ocupaba un lugar ponderado en su pensamiento, no constituyó el eje de su producción intelectual, la cual se caracterizó por una gran dispersión; asimismo, aunque algunos de los escritos de Roca estuvieron centrados en el concepto de Latinoamérica, en otros tal concepto sólo actuaba como una apelación general que contribuía a legitimar otras cuestiones.

Por otro lado, aunque para Ugarte había elementos morales y “espirituales” comunes a Latinoamérica, el énfasis de sus reflexiones estaba puesto en oponer su proyecto latinoamericanista al imperialismo y a las oligarquías nativas aliadas a éste, efectuando denuncias concretas y vinculando la dominación de las naciones con la explotación de las clases sociales. Además, destacaba la importancia de la unidad como requisito para el desarrollo de las “fuerzas productivas” en el continente.

Para Roca en la época de la reforma universitaria, en cambio, la idea de América -entendida como Latinoamérica- no iba acompañada de referencias al imperialismo sino que se encontraba asociada –sobre todo– al concepto de “fuerzas espirituales” que se oponían al “materialismo cosmopolita” de la “generación anterior”, la cual todavía conducía los destinos del continente. Aunque desde mediados de la década de 1920 -y sobre todo en la década siguiente- Roca asumió una posición declaradamente antiimperialista, ahora sus preocupaciones por la problemática continental se enmarcaban en un enjuiciamiento más amplio al funcionamiento del sistema internacional en su conjunto. En esta evolución del pensamiento de Roca posiblemente influyeron, además de la incorporación de nuevas lecturas, tanto la agudización del rechazo a la acción de las grandes potencias en diversas partes del mundo durante la década de 1920 como el endurecimiento y polarización del sistema político argentino en la década de 1930.

En cuanto a las apelaciones al pasado y al futuro como fundamentos de las posiciones asumidas, tanto Roca como Ugarte recurrieron al pasado con la intención de presentar sus propuestas como continuadoras de la “incompleta gesta” de independencia, en la cual ya se habían sentado, según Ugarte, los fundamentos para la unidad continental. Sin embargo, si bien ambos formularon críticas respecto a los límites de que había adolecido el proceso emancipador, en el caso de Ugarte tales críticas fueron más continuas y sistemáticas.

Por último, la posición acerca del futuro estaba ligada, en ambos pensadores, con el rescate del papel de las generaciones juveniles como portadoras del cambio necesario. Ello se explica por la influencia de diferentes escritores –Rodó, Ingenieros, Ortega y Gasset, etc.– que ponderaban la importancia de la juventud; por las relaciones que tanto Ugarte como Roca habían cultivado con las agrupaciones universitarias; y, obviamente, por la reflexión derivada del creciente protagonismo estudiantil en diversas partes de Latinoamérica.

A título de cierre podría afirmarse que Ugarte se convirtió en un referente intelectual de los movimientos estudiantiles en todo el continente debido a sus escritos sobre Latinoamérica pero tales escritos tenían una entidad independiente de las adhesiones que recogían, mientras que el pensamiento latinoamericanista de Roca, aunque constituyó una temprana preocupación de este autor, cobró significación porque era el referente intelectual local de los universitarios cordobeses, cuyas acciones –aunque guiadas principalmente por el anticlericalismo y las demandas de reforma de la enseñanza– terminaron incorporándose a la memoria de los movimientos estudiantiles que en diversos países del continente se presentaron como portadores de un proyecto de unidad latinoamericana durante dos décadas.

Notas

1.El presente texto fue publicado originalmente en Granados García, A. y C. Marichal (Comp.). Construcción de las identidades latinoamericanas. Ensayo de historia intelectual (siglos XIX y XX). México, México: El Colegio de México.
2.Facultad de Filosofía y Humanidades. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Córdoba. Contacto: javiermoyano1965@gmail.com
3.Aunque Roca cultivó el género del ensayo, lo hizo fundamentalmente para ocuparse de temas de filosofía, arte y literatura, encontrándose pocos ensayos sobre temas políticos.
4.Roca escribió breves ensayos sobre Nietzsche, Freud, Marx, Max Scheler, Rafael Alberti, Lope de Vega, Chaplin, la novela rusa, pintura, escultura, etc. (Kohan, 1999; Roca, 1945).
5.Recién en la década de 1930 Ugarte asumiría una posición crítica acerca del imperialismo inglés.
6.Por ejemplo, en 1931 decía que sería inevitable la salida hacia la extrema izquierda, asignando un valor positivo a su sentencia.
7.Para formular estas apreciaciones resultó útil tomar el texto en tanto discurso político, lo cual supone varias cuestiones. En primer lugar, deben considerarse tres tipos de destinatarios: los partidarios para los cuales el discurso actúa reforzando identidades; los adversarios a quienes el discurso pretende definir; y aquellos de quienes se busca obtener adhesión. En segundo lugar, el discurso político hace referencia a valores generales de diverso nivel de abstracción (en el caso analizado tales valores eran América, democracia universitaria, etc.) de los cuales los enunciadores buscan presentarse como portadores; en tercer lugar, la forma de exposición apunta a argumentar algunas cuestiones, mientras que a otras simplemente se apela dando por supuesta la existencia de valores previamente compartidos.
8.En este caso, más que asociados a la palabra América, los otros conceptos aparecían coexistiendo con ella sin demasiada relación.

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