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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.40 Córdoba jun. 2018

 

DOSSIER

De la monotonía de los claustros a la polifonía de las ideas: introducción a La Gaceta Universitaria1

César Tcach2

En la Universidad de Córdoba “se hermanaban las doctrinas sombrías de la Iglesia Católica con la hosquedad de una ciencia anquilosada, las fórmulas siniestras de la Inquisición con el casuitismo de la filosofía tomista; los procedimientos tenebrosos de los discípulos de Loyola con las glosas herméticas de la Instituta o de las Leyes de Indias. Enclavada en las entrañas de la República, albergaba (…) el espíritu perverso del despotismo, y sus muros medievales fueron siempre los contrafuertes opuestos a los vientos de libertad que soplaban del lado del mar” 3

A noventa años de la eclosión del movimiento de la Reforma Universitaria, la tradición reformista supone un conjunto de representaciones, prácticas, e instituciones que orientan la vida universitaria y nutren una concepción de mundo asociada a un calidoscopio de coordenadas ideológicas que guían las prácticas presentes, justificadas en una experiencia histórica que distintos grupos sociales y generaciones consideraron/an como terreno histórico común: la gran impugnación de 1918. Esta conexión con el pasado constituye un territorio de producción de lo político, que permite a los protagonistas del presente responder a situaciones nuevas tomando como referencia, reglas, símbolos y rituales que remiten a un acervo común.4

En tanto hecho fundacional y factor de legitimación de acciones y prácticas políticas que se extienden entrado el siglo XXI, cabe preguntarse por las condiciones culturales, nacionales e internacionales, que lo hicieron posible. Una primera aproximación permite constatar que el movimiento contestatario de 1918 surgió de las brumas de la “gran guerra”, nombre con que sus contemporáneos denominaron a la primera guerra mundial. El egoísmo rapaz de las rivalidades inter-imperialistas, el fracaso del pacifismo y la esterilidad de los parlamentos, y sobre todo, el uso de la técnica al servicio de la muerte masificada, reflejado en la inmolación de la juventud en kilómetros de fosos en la nueva táctica de las trincheras, la invención y el uso de la ametralladora, los tanques y los gases asfixiantes, parecían poner en cuestión las bases mismas de la civilización europea. Este estado de conmoción ideológica y honda crisis espiritual que marcó la posguerra, tuvo diversas manifestaciones. Se percibía en las cartas que Romain Rolland escribía a Gahndi insistiendo en la necesidad de un cambio profundo en la manera de vivir, en la “generación perdida” de la literatura norteamericana, en esa atmósfera en la que Steinbeck desarrollaba sus novelas de protesta, Hemingway sus relatos sobre la derrota del esfuerzo humano, o Dos Passos sus amargas críticas sociales (Fernández, 1978). En América Latina, esa crisis de valores fue resignificada al calor del influjo del antiimperialismo ético espiritualista de las nuevas vanguardias estéticas, desde el nicaragüense Rubén Darío (El triunfo de Caliban, 1898) hasta el uruguayo José Enrique Rodó (Ariel, 1910) y el cordobés Saúl Taborda. Éste, referente intelectual de los protagonistas de la Reforma Universitaria, escribía en sus Reflexiones sobre el ideal político de América (1918): “Estados Unidos (…) para satisfacer a una minoría de terratenientes e industriales, despojó a México, se anexionó al Hawai, se adueñó de Santo Domingo y dio el zarpazo en Panama”. Esta crítica del imperialismo –en una época en que los marines norteamericanos hacían sentir su influencia en Nicaragua, Haití y Santo Domingo– se asociaba a la exaltación de una espiritualidad genérica y genuinamente “americana”, opuesta y superadora de los valores mercantilistas y materialistas del mundo anglosajón: “Plutus, dios de la riqueza nos invade (…) Plutus llena, informa y domina la civilización”. Pero la decadencia de esa civilización era percibida como un proceso ineluctable: “El régimen social consagrado por Europa ha carecido de eficacia para hacer efectiva la paz, y con la paz, el bienestar del mundo. Desaparece, como desaparecieron los regímenes de la India, de Grecia y de Roma” (Taborda, 1918).5 Como contraposición, se proyectaba un futuro luminoso que hermanaba a las naciones de América Latina en un destino común. En una clave cultural distinta –marcada por el positivismo– esta aspiración era compartida por José Ingenieros, cuyas reflexiones parecían iluminar –a ojos de los jóvenes reformistas de Córdoba que publicaban sus artículos en La Gaceta Universitaria– la proa visionaria de los idealistas a los que aludía al comenzar El Hombre Mediocre (1911).

El clima intelectual que se acaba de describir, permite comprender la dimensión latinoamericana de la rebelión cordobesa. En 1919 estalló el movimiento de la Reforma Universitaria en Lima y Víctor Raúl Haya de la Torre, pronto convertido en su líder, lo condujo eficazmente a la victoria en octubre de ese mismo año. Como corolario, la celebración en 1920 del Primer Congreso Nacional de Estudiantes del Perú en las alturas del mítico y místico Cusco, dio lugar a la génesis de las Universidades Populares, que tuvieron como maestros a estudiantes avanzados y como discípulos a obreros de vanguardia (Sánchez, 2007). En 1921, el congreso internacional de estudiantes celebrado en México asumió como propias las principales reivindicaciones propugnadas por los estudiantes cordobeses tres años antes. Tras ese encuentro de estudiantes latinoamericanos, los movimientos universitarios de Chile, Colombia, Perú y Cuba, entre otros, asumieron con renovado énfasis la lucha por la autonomía y el cogobierno de las casas de estudios, así como la renovación en los métodos y contenidos de la enseñanza en función de un proyecto que, si bien difuso, era concebido como alternativo al orden político social vigente en América Latina. Siete años más tarde el pensador peruano Juan Carlos Mariátegui (2008), reconocía: “El movimiento estudiantil que se inició con la lucha de los estudiantes de Córdoba, por la reforma de la universidad, señala el nacimiento de la nueva generación latinoamericana”.

Gozosamente heréticos e iconoclastas, revolucionarios en algunos planos y reformistas en otros, esos cordobeses pioneros a los que aludía Mariátegui, tuvieron en La Gaceta Universitaria, algo más que una mera herramienta de difusión. Esta fue parto y pacto al mismo tiempo. Fue parto porque su constitución marcó el nacimiento de la Federación Universitaria de Córdoba. Funcionó como un organizador colectivo de los centros de estudiantes y su primer número - el primero de mayo de 1918- antecedió en quince días a la propia conformación de la FUC. En gran medida, los primeros pasos de la Federación Universitaria de Córdoba se organizaron en torno a esta publicación. La Gaceta Universitaria, supuso asimismo una suerte de pacto constitutivo marcado por el respeto a la diversidad ideológica y política, bajo un fondo cultural común. Este pacto constitutivo del movimiento reformista, que obedecía inicialmente al imperativo de romper la hegemonía clerical conservadora en la universidad y la sociedad cordobesa, distó de ser coyuntural. En 1916, la Asociación Córdoba Libre –que reunía a Deodoro Roca, Saúl Taborda, Arturo Orgaz, entre otros– constituyó el primer ensayo de unidad de acción en torno a objetivos comunes (Ferrero, 1999).6 Ese mismo año, las conferencias de jóvenes intelectuales en la biblioteca Córdoba (de Deodoro Roca sobre la literatura modernista en América o de Arturo Orgaz sobre la obra cultural de Rivadavia), fueron reflejo y prefacio del movimiento político cultural en gestación (Navarro Trujillo, 2006). Estas primeras experiencias de unidad en el compromiso intelectual, fueron como una marca de origen que no se redujo al movimiento contestatario de 1918 sino que pervivió varias décadas. En 1925, Deodoro Roca intentó organizar el apoyo de los intelectuales cordobeses a la Unión Latinoamericana, organismo que se proponía enfrentar el imperialismo de los estados capitalistas y “coordinar la acción de los escritores, intelectuales y maestros de la América Latina” en la lucha por la reafirmación de la democracia, la abolición de los privilegios económicos, la nacionalización de las fuentes de riqueza, “la eliminación de la influencia de la Iglesia en la vida pública y educacional”, la “extensión de la educación gratuita, laica y obligatoria” y la “reforma universitaria integral”.7 Asimismo, se manifestó durante la década del ‘30 en el respaldo de la cultura cordobesa a la España Republicana –el propio Gregorio Berman se alistó en sus filas como voluntario– y en la lucha contra el fascismo: en 1940, fueron eminentes reformistas como Arturo Orgaz, Ceferino Garzón Maceda, y el propio Berman quienes fundaron –junto al socialista Miguel Ávila y al radical Mauricio Yadarola– la filial cordobesa de Acción Argentina. Sus esfuerzos no fueron vanos. El tercer congreso nacional de estudiantes, celebrado en Córdoba durante la primera semana de octubre de 1942, señaló que reforma y nazismo son concepciones de la vida y del hombre que “se excluyen mutuamente”, y exigió la ruptura de relaciones diplomáticas con todos los países del Eje.

A diferencia de los movimientos de protesta que se diluyen sin dejar huellas en el largo plazo, o que perviven al costo de encastillamientos sectarios y dogmáticos, la tradición generada a partir del `18 cordobés aspiró a pervivir engarzando pasado y presente, actualizando sus metas en consonancia con los cambios históricos por los que atravesaba la sociedad argentina. Esta plasticidad dio lugar a nuevas lecturas y sucesivas redefiniciones que sin romper el hilo conductor que las unía a la matriz originaria, facilitó su puesta en sintonía con las transformaciones de la realidad argentina y latinoamericana. En el Seminario Nacional sobre Reforma Universitaria, organizado por la Federación Universitaria Argentina (FUA) en agosto de 1962 en Tucumán, se sostuvo que en rigor, el objetivo central de la Reforma Universitaria había sido “la popularización de la cultura”, aunque su “liberalismo inicial” había sido una “grave limitación” para comprender que se iniciaba “la era de las masas”. En consonancia con esta reflexión, se formuló una primera revisión autocrítica acerca del papel de los reformistas durante los gobiernos de Perón. En este punto, se admitió que si bien en esa época la “reacción clerical y falangista” se adueñó de la conducción universitaria”, también era cierto y valorable el crecimiento del ingreso de las “clases populares” a la universidad y la multiplicación de las escuelas técnicas. Al año siguiente, en el VI Congreso Nacional de la FUA celebrado en Rosario, se sostuvo las resoluciones que el valor histórico de la reforma consistió en demostrar la íntima vinculación entre cultura, nación y sociedad. Punto de encuentro de todas las corrientes renovadoras, su comprensión de esos vínculos “(…) ha permitido que la Reforma en vez de transformarse en dogma, admitiera en sus 45 años de existencia sucesivos ensanchamientos y progresivas actualizaciones”. Y añadía: “En las condiciones argentina y latinoamericana de 1963, la Reforma no es una ideología y mucho menos un dogma. Es un programa de vastas corrientes universitarias que aspiran a la liberación nacional y social, la democracia y la paz mundial, entendidas como condiciones indispensables para el renacimiento argentino (…) Frente a este accionar, el imperialismo y sus aliados nativos buscan a través de una serie de manifestaciones concretas en el campo de la cultura –clericalismo, cientificismo, etc.– limitar y entorpecer el camino que el movimiento estudiantil va forjando para aliar a los estudiantes (…) al conjunto del pueblo (…) en la senda de la liberación”.8

En contraposición a esta memoria critica de la Reforma, parcialmente eclipsada en la primera mitad de los años ‘70 por las urgencias de una izquierda revolucionaria que la relegó al rincón de las limitaciones de las clases medias y del liberalismo político, los sectores católicos y conservadores construyeron otra que la convirtieron en anatema. Así, en el diario Los Principios, vinculado al Arzobispado de Córdoba, se evocaba “aquel año vergonzosamente bullanguero de 1918” en la que se vio a políticos ramplones, socialistas y comunistas “envenenando el ambiente y escandalizando las almas”. Y añadía: “Luzbel no lo habría hecho mejor (…) Voces juveniles emborrachadas de alcohol y de palabras insultantes e injuriosas entremezcladas con el tonto grito de Frailes No! La letrilla aquella de frases blasfematorias”.9 Al amparo del mito uniformizador de la Argentina como “nación católica”, un editorial del mismo diario llegó a sostener que sus adversarios, “los rojos cordobeses (…) no son cordobeses”.10 El núcleo conceptual de esta mirada artificialmente homogeneizadora, era expresada con meridiana claridad varias décadas más tarde por Enrique Nores Martínez: Córdoba es “profundamente cristiana, indivisible y única”. Como puede apreciarse, no había lugar para el pluralismo, las otras Córdobas, fuesen laica, liberal, progresista, de izquierda o simplemente irreverente, eran negadas en nombre de valores absolutos que hacían a la identidad provincial. Una identidad que le permitía ser no sólo “el corazón geográfico de la República” sino “el alma misma de esta Patria”.11

El rechazo a la Reforma Universitaria también provino del peronismo histórico. En 1947, la ley 13.031 estableció que los rectores debían ser designados por el Poder Ejecutivo Nacional y que los consejos superiores de cada universidad debían ser integrados, exclusivamente, por el rector, los decanos y vicedecanos. En los consejos directivos de las facultades se admitió la participación estudiantil, pero esta debía estar limitada a un solo alumno elegido por sorteo entre los diez mejores promedios, con voz pero sin voto. Al año siguiente, al conmemorarse el 30 aniversario de la Reforma Universitaria, Alfredo Palacios graficó la situación: “La universidad renovada ha sido destruida, sólo quedan escombros”.12 En Córdoba la postura antirreformista del bloque de diputados peronistas de Córdoba se evidenció con claridad en los debates del año 1952, cuando Manuel Quero Matos señalaba en el recinto legislativo: “la Reforma Universitaria traduce un sentido irreligioso de la vida y trasunta una total irreverencia a los principios más puros de la jerarquía y de la nacionalidad”. En un tono similar, el diputado Roberto Saieg, añadió que los revoltosos estaban “al cuidado de Moscú”.13 En septiembre de 1953, cuando Perón visitó Córdoba, pronunció un discurso en la sede de la adicta Confederación General Universitaria (CGU), ensayo de sustitución peronista de la FUC.14 El enfrentamiento entre peronismo y reformismo no fue óbice, sin embargo, para que pocos años después los herederos de la tradición reformista juzgasen con duros términos a la universidad que emergía de la antiperonista revolución de septiembre de 1955.15

Una Córdoba antiacadémica y antijesuítica

La Gaceta Universitaria, verdadero alfa y omega de esos “recios y valerosos muchachos” que según idealizaba Deodoro Roca se levantaron “contra la universidad, contra la Iglesia, contra la familia, contra la propiedad y contra el Estado”, irrumpió en el contexto de una modernización que aunque modesta en términos comparativos (con Rosario, por ejemplo), no dejaba de tener su influencia sobre el paisaje urbano y la desacralización de la vida cotidiana.16 Ciertamente, el último cuarto del siglo XIX comenzó a desdibujar las certezas del imaginario tradicionalista. Para Waldo Ansadi, a partir de esos años se inició la ruptura de aquel “claustro encerrado entre barrancas”, refugio de españoles fugitivos, que había descrito Sarmiento. La derrota de las barrancas que limitaban la expansión urbana, la irrupción del ferrocarril –que desde 1870 permitió una comunicación fluida con Rosario– y de los tranvías eléctricos, así como la regulación del caudal del río Suquía a través del flamante Dique San Roque, eran indicadores fehacientes de la modernización provinciana (Ansaldi, 2004). A la ruptura de la imagen de un claustro parapetado entre terrosas barrancas, debe añadirse la apertura del cielo a la ciencia: en 1871 se concreto el viejo anhelo acariciado por Sarmiento, la fundación del Observatorio astronómico nacional.17 La desacralización del conocimiento de la naturaleza fue paralela a la extensión del poder estatal. Diez años más tarde, la creación del Registro Civil de las personas, marcaba con claridad la tendencia a la secularización de la sociedad cordobesa.

Asimismo, las primeras décadas del siglo asistieron a la diversificación de Córdoba en los planos cultural, religioso, étnico y político. Mientras la pampa húmeda cordobesa se poblaba de inmigrantes italianos –liberales y garibaldinos–18 que fundaban asociaciones de ayuda mutua, núcleos de libre pensamiento, y renovaban a la UCR dando lugar a la eclosión del “radicalismo rojo” primero, y del sabattinismo después; en la ciudad capital los inmigrantes árabes constituían la Sociedad Sirio Libanesa (1907); también se fundaban las primeras asociaciones judías: la Unión Israelita (1906), el Centro Israelita (1911) y el Centro Unión Israelita de Córdoba (fruto de la fusión de ambos, en 1915). La visita de Albert Einstein a esta institución en 1925, era un buen indicador de una Córdoba plural, difícilmente imaginable medio siglo antes.19 Entre 1895 y 1918, la ciudad casi triplicó su población (en términos redondos y aproximativos, de cincuenta mil a ciento cincuenta mil habitantes), mientras que el número de estudiantes universitarias ascendía a alrededor de dos mil.

Los cambios en la estructura social y demográfica se reflejaron, igualmente, en un desarrollo incipiente pero intenso del movimiento obrero. En 1917, al calor de las luchas de los obreros ferroviarios, se constituyó la Federación Obrera Local, primer intento de construir una central única de trabajadores. La FOL agrupo a quince sindicatos y pronto hizo sentir sus reclamos por la jornada de horas de trabajo, aumentos salariales y reconocimiento legal de todos los sindicatos. En 1918 la gran huelga de los obreros del calzado confluyó con la protesta estudiantil y tuvo en Deodoro Roca, uno de sus oradores en actos públicos (Pianetto, 1991). Por cierto estos aires de cambio tenían un escenario mayor que operaba como estímulo y al mismo tiempo como espejo: la derrota del conservadorismo en las elecciones presidenciales de 1916. Tulio Halperín Donghi ha señalado al respecto que el movimiento de la Reforma Universitaria puede interpretarse también como una protesta contra una universidad que se obstinaba en permanecer al margen de la sustitución de grupos dirigentes que había implicado el cambio político ocurrido dos años antes (Halperín Donghi, 1962).20 En rigor, la Reforma Universitaria de 1918, marcó el nacimiento de uno de los mitos constitutivos de la identidad cordobesa contemporánea: el de la Córdoba rebelde, ciudadana y democrática. Su construcción social y anclaje en el largo tiempo, derivó de las transformaciones experimentadas por la Córdoba de la modernización. Las mismas, implicaron, al menos, dos fenómenos cuya confluencia potenció la proyección del movimiento reformista: una fractura dentro de la elite que había controlado tradicionalmente el poder político en Córdoba –gran parte de los jóvenes dirigentes reformistas provenían de familias patricias (tesis de la historiadora Liliana Aguiar)– y la progresiva irrupción de una primera generación de argentinos, hijos de inmigrantes europeos (tesis del sociólogo Juan Carlos Agulla).21 Deodoro Roca simboliza el primer caso, Gregorio Berman (y en menor medida Natalio Saibene) el segundo. Durante las décadas del ’30, ’40 y ’50, el mito democrático derivado de la Reforma Universitaria se consolidó y convirtió en el mito de la clase media por excelencia (contrapuesto al mito patricio de la Córdoba de las campanas).

La Gaceta Universitaria tuvo como directores a Enrique Barros y Horacio Valdés desde el 1º de mayo hasta el día 16 en que se constituye la FUC en el local del centro de estudiantes de ciencias médicas. Enrique Barros (Medicina) fue designado primer presidente de la FUC y Horacio Valdés quedó en la presidencia del centro de estudiantes de Derecho. Tras su fundación, se declaró a La Gaceta Universitaria como órgano oficial de la FUC y Emilio Biagosh fue elegido como el nuevo director de la publicación. Se desempeñó como director hasta julio de 1919 en que fue reemplazado por el presidente del centro de estudiantes de Ingeniería, Ismael Bordabehere. El 15 de septiembre, debido a su partida de Córdoba, fue sustituido por Américo Aguiar Vázquez. Estos cambios, obedecieron más a motivos circunstanciales que a diferencias político-ideológicas. A lo largo de su desarrollo, se constata un común hilo conductor que permite identificar la estabilidad de un clivaje central que distingue dos bloques: el reformista constituido por corrientes y referentes intelectuales diversos pero cuyo común denominador era la búsqueda de una reforma profunda de la universidad y la sociedad; y el bloque antirreformista cuyos principales articuladores institucionales eran las Academias y la Compañía de Jesús.

El número 1 de La Gaceta Universitaria, explicaba: “La elección de las autoridades en nuestra universidad está hoy por hoy, reservada a las Academias. Ya sea conjuntamente para la elección de rector, ya separadamente para elegir decanos o para la confección de ternas en el nombramiento del profesorado”.22 Por eso, el objetivo político central consistía en lograr que la asamblea universitaria no estuviese sólo formada por los académicos de las facultades sino por todos los profesores titulares y suplentes, fuesen o no miembros de las academias; además de la representación de estudiantes y egresados. La universidad era gobernada, denunciaba la publicación, por el estrecho círculo de las Academias a las que retrataba con crudeza: “Esas academias fósiles no discuten nada; la unanimidad es regla casi invariable y la docilidad, el servilismo y la carencia de ideales su sello habitual, inconfundible”.23 En este punto conviene aclarar que las academias funcionaban como verdaderas instancias corporativas cuyos criterios de admisión, permanencia y asenso, se regulaban en función de criterios relacionados con el status social y el linaje familiar. De este modo, se explica la aguda observación de Juan Carlos Agulla cuando señalaba que la Reforma fue un movimiento de protesta contra el monopolio del poder de una elite no sólo universitaria sino social (Agulla, 1968). La rebelión contra “los sabios” de las academias (en el irónico vocabulario estudiantil), tuvo un carácter transversal: afectó a profesores del partido demócrata, de la Unión Cívica Radical y académicos sin partido. Todos ellos representaban –empleando el lenguaje de la Revolución Francesa– el “Viejo Régimen” y la “Bastilla del dogmatismo”.24 Independientemente de su color político, eran percibidos como “una sarta de coloniales autoaristocratizados”.25 Esta matriz cultural en la que se inscribía el movimiento reformista permite explicar el tenor de las críticas al gobernador radical Eufrasio Loza.26

El 21 de junio de 1918, una edición extraordinaria de La Gaceta Universitaria, difundió el manifiesto que pronto hizo célebre a la Reforma en toda América Latina: “La Juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. En este documento –conocido como Manifiesto Liminar– aparece con nitidez el rol ejercido por los jesuitas. Al respecto se señalaba en relación a lo ocurrido el 15 de junio, cuando los sectores conservadores intentaron elegir a Antonio Nores como rector: “El espectáculo que ofrecía la asamblea universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector, exploraban los contornos del primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo (…) Otros -los más- en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno (…) En la sombra de los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad”.27 En la misma línea argumental que Deodoro Roca, redactor del manifiesto, José Ingenieros destacaba que “los jesuitas y el clero de Córdoba” presionaron a los electores “por medio de sus madres, esposas e hijas. Fue así, que llegado el día de la elección, algunos votantes que se consideraban liberales dieron su voto al candidato de la Corda Frates” (Ciria y Sanguinetti, 1987, p. 28). En rigor, la íntima relación entre los jesuitas y la logia católica Corda Frates, fue destacada en diversas oportunidades por los redactores de la publicación estudiantil. El mismo sábado 15 de junio, día de la elección del rector, alertaba que la Corda “opera con todas las armas prohibidas, con todos los recursos que desde Loyola hasta aquí, han “disculpado” los medios. Y, así, viviendo de la delación, el espionaje, y de la viveza, burlando a los prudentes y defraudando a los buenos, ha creado intereses y llegado a convertirse en potencia, cuando no debió ser jamás otra cosa que un hato de juramentados mafiosos”. Su reducto, añadía, era el diario Los Principios (Antonio Nores era el presidente de su directorio), al que caracterizaba como “expresión gráfica del tartufismo más consumado”.28 La expresión “tartufismo”, empleada en los debates políticos de la época, aludía a Tartufo, el célebre personaje de la obra de Moliere que ponía al descubierto la doblez moral de los jesuitas.

Antonio Nores, quizá el integrante más poderoso de la logia, era descrito por La Gaceta Universitaria, como “un hombre que se sienta en la asamblea de los jesuitas de la Compañía de Jesús a pesar de no vestir sotana”29 La denuncia de los reformistas era explícita: en la universidad de Córdoba “estaba obrando y mandando y esclavizando el siniestro escuadrón de Loyola”.30 Su influencia era subrayada, asimismo, por Arturo Orgaz –quien ya en 1916 había presidido la Asociación Córdoba Libre- cuando al retratar la características de la vida universitaria y particularmente de la facultad de derecho, explicaba: “se enseñaba bajo el nombre de Derecho Público Eclesiástico buena suma del Derecho Canónico que imponía profesiones de fe inconciliables con el espíritu universitario, se enseñaba con el nombre de Filosofía del Derecho el ridículo, metafísico, absurdo y laberíntico Derecho Natural, superándose apenas a Grocio y a Thomasio (…) se sonreía despectivamente ante la Sociología (…) se hacía de las funciones de tesis verdaderas simulaciones y ridiculeces (…) se caía año tras año en la cuenta de que para continuar en tan dulce vida de irresponsabilidad y abulia, había que dar gracias a la Purísima Concepción, visitándola en la casa de al lado, entre estertores de órgano, fumadas de sahumerio y centelleo de luces, todo lo cual era costeado, como anexo de la enseñanza, por el tesoro universitario, que no olvidaba pagar cirios, flores de papel y sermones truculentos, pero olvidaba la adquisición de obras científicas”.31

Las coincidencias entre José Ingenieros, Deodoro Roca y Arturo Orgaz en torno a la influencia y el papel de los jesuitas en la universidad, permite comprender la valoración que, un año después de la Reforma, hacia de ella el escritor y director de la revista Las Letras, Juan Cruz Ghio, cuando señalaba que los reformistas habían confrontado con “lo más bruto” de la nación, “lo caudillesco y lo religioso”, y destacaba “a esa generación que hizo tambalear el tono de los jesuitas en Córdoba”.32 Porque en rigor, y pese a las dos pastorales del obispo Zenón Bustos y Ferreyra en contra del movimiento reformista, el principal blanco de La Gaceta Universitaria no fue el obispado sino la Compañía de Jesús, cuya vinculación con la logia Corda Frates, no dejaba de destacarse.33

El arco iris de la gran impugnación

La gran impugnación de 1918, se forjó en un arco iris de filones de pensamiento cuyas vetas heterogéneas iluminaban un liberalismo abierto a una transformación radical de la sociedad y de la cultura. La exaltación de Sarmiento, Mariano Moreno y la revolución francesa, acompañada de la entonación de la Marsellesa en las manifestaciones que recorrían el centro de la ciudad, ponían al descubierto la matriz liberal sobre la que se constituyó inicialmente el movimiento reformista. Si en el primer número de La Gaceta Universitaria se ponderaba al “gran Sarmiento, el poderoso pensador” que tuvo en claro la necesidad de una facultad de ciencias en Córdoba, porque se necesitaban químicos, geólogos, zoólogos, paleontólogos y antropólogos; en el número siguiente se explicitaba que la huelga estudiantil tenía por finalidad la “modernización” de la universidad mediterránea. El término modernización empleado por los estudiantes, significaba el cambio del régimen político de la universidad, la renovación del profesorado y la modificación de los planes de estudio. Porque “nombres como los de Spencer, Darwin, Comte, Alberdi, Sarmiento y Ameghino (…) suenan a herejía a los oídos de los académicos cordobeses”.34 Se trataba de modernizar la universidad –considerada retardataria en comparación con UBA y la de La Plata- en el marco de un conflicto que presentaba, según la publicación reformista, “todos los caracteres de una lucha entre la razón y la superstición, entre la ciencia y la teología, entre el principio de libertad y el principio de autoridad”.35 En el bienio 1918-1919, Sarmiento fue reivindicación y arma arrojadiza del conjunto de la generación reformista cordobesa. Así, Gregorio Berman, por entonces presidente de la Federación de Asociaciones Culturales, al protestar por la prohibición de un acto público en contra de la ley de residencia y de la ley de defensa social, le escribía al jefe de policía: “No creía esta Federación que debiera repetirse hoy, hace mucho más de media centuria, el gesto de Sarmiento cuando se cuadraba frente a los caudillos y les lanzaba el reto civilizador. Todavía debemos los argentinos estudiar largamente el “Facundo” (…)”.36 Como puede apreciarse, la apelación a Sarmiento permitía legitimar el derecho a expresar libremente las ideas. No obstante, como buen pensador de frontera entre distintas tradiciones, no se privaba tampoco de citar positivamente al filósofo vitalista Jean Marie Guayau (el llamado Nietszche francés, muerto prematuramente a los 34 años).

Reiteradamente, –y ello se refleja en los diversos números de la publicación de la FUC– los protagonistas del movimiento reformista se identifican a sí mismos como la “juventud liberal”. El liberalismo era percibido como la antítesis de la “inquisición intelectual y moral” que torturaba la libertad de pensamiento en la universidad de Córdoba. Por consiguiente, era una especie de amplio paraguas que permitía cobijar en su seno filones de ideas, a veces entrecruzadas de modo heterodoxo, con vetas positivistas, antipositivistas (se admiraba al “viejo” Korn), vitalistas, georgistas, marxistas, anarquistas, masonas, e inclusive feministas. Remitía a la filosofía de la Ilustración pero no era reductible a ella. Constituía una identidad macro o pan-identidad que afirmaba un sentido de pertenencia cuya eficacia se asociaba estrechamente a la configuración de un enemigo común. En parte, era un capítulo más del viejo combate entre liberalismo y clericalismo, pero tampoco era reducible a él. Latía un horizonte nuevo. El universo cultural de la Reforma, tendió también un puente de plata entre liberalismo, democracia, y socialismo. Prueba de ello, es el tipo de recepción que tuvo la revolución rusa. Esta, fue interpretada en clave de una revolución democrática llevada hasta sus últimas consecuencias. Un artículo alusivo de La Gaceta Universitaria destacaba, por ejemplo, el papel del escritor Máximo Gorki como ministro de Instrucción Pública, y se preguntaba: “¿Pero ,cuando llegaremos a tener nosotros un ministro de educación como el novelista ruso?, y explicaba el nuevo rol de los higienistas-pedagogos en la “educación sexual” de las nuevas generaciones en la Rusia socialista. Destacaba, asimismo, que las mujeres tenían los mismos derechos civiles y políticos que los hombres, y añadía: “La vieja institución del matrimonio no es obligatoria. Existe una amplia libertad de cultos y se registran diariamente un gran número de casamientos por las iglesias Ortodoxa Rusa, Protestante, Católica-Judía, no teniendo el Estado socialista ninguna clase de intromisión en estos asuntos privados. Las uniones de cualquier género quedan fácilmente rotas cuando uno de los contrayentes así lo desea, vale decir, existe el divorcio absoluto.37

En otras palabras, distinción entre lo público y lo privado, derechos de la mujer, educación racional (se citaba a Darwin y Freud), libertad religiosa y un socialismo que no socavaba los derechos del liberalismo sino que los profundizaba en beneficio de la sociedad. Cantar La Internacional no era contradictorio con entonar La Marsellesa. Este núcleo liberal y socialista –no en vano años después, muchos dirigentes de la Reforma como Deodoro Roca, Arturo Orgaz, Saúl Taborda o Gregorio Berman hicieron su experiencia de afiliación y militancia en el Partido Socialista– distó de ser, por cierto, un fenómeno exclusivamente cordobés. Eric Hobsbawm (2007) ha recordado al respecto que la medalla conmemorativa del primero de mayo, que acuñó el Partido Socialdemócrata Alemán, tenía en una cara la efigie de Carlos Marx y en la otra la estatua de la libertad: “Lo que rechazaban era el sistema económico, no el gobierno constitucional y los principios de convivencia” (p. 117). Sin embargo, en contraste con las formulaciones clásicas de la socialdemocracia, el universo reformista incluyó la posibilidad de repensar las instituciones típicas de la democracia representativa. De allí, las criticas de Saúl Taborda al sistema parlamentario y su búsqueda de fórmulas de democracia directa o semidirecta, o la inclusión en las páginas de La Gaceta Universitaria de una de las más sarcásticas y lúcidas criticas de José Ingenieros a los partidos políticos: “Un domingo electoral es tan ameno como los tres días de carnaval juntos (…) Un programa se escribe en pocas horas. Es preferible que este cuajado de vulgaridades y escrito en pésimo estilo. Un programa que no diga nada es el más perfecto, pues no lastima las ideas que cree tener cada elector. De cada cien, noventa y cinco mienten lo mismo: la grandeza del país, los sagrados principios republicanos, los derechos del hombre, los intereses del pueblo trabajador, la moralidad política y administrativa. Todo ello es de una desvergüenza patibularia o de una tontería enternecedora; simula decir mucho y no significa absolutamente nada. El miedo a las ideas concretas se disfraza con el antifaz de las vaguedades verbales”.38 De este modo, José Ingenieros se anticipaba en casi medio siglo a los planteamientos del sociólogo alemán Otto Kircheimer sobre los “partidos atrapa todo” o de la sociología italiana sobre el “partito pilla tutto”. El comentarista estudiantil que hizo la introducción a la nota de Ingenieros no era menos duro con los políticos, a los que calificaba de “legión de vivos que comparte con los patronos la innoble tarea de domar rebeldías”.39 La influencia de la revolución rusa, en una época en que la dictadura stalinista aún no era siquiera una posibilidad, concitó la simpatía de muchos de los protagonistas de la Reforma. Se comparaba, así, a Wilson con Lenin, y se admitía que si bien el primero había sido un idealista, tras él estaban los intereses comerciales del capitalismo norteamericano; en cambio, el segundo, era amado por los trabajadores, los desheredados, los utopistas y los miserables del mundo. En esta tónica, se evocaban las palabras laudatorias de la revolución del premio nobel de literatura en 1915, Romaní Rolland.40 La primera guerra mundial y la revolución rusa parecían confirmar que “la civilización capitalista” había ya jugado sus últimas cartas. En 1919, al calor del ascenso de las luchas revolucionarias en Hungría, Alemania, Italia y otros países europeos – la “hora revolucionaria” en la que todo se revisa, de la que hablaba Arturo Capdevila -41 el calidoscopio estudiantil cordobés era permeabilizado por influencias tan dispares como disruptivas; desde el democratismo radicalizado y en alguna medida ácrata del español Pi y Margall, hasta el sindicalismo revolucionario del francés Georges Sorel; desde el libertario Proudhon hasta el férreo Lenin. Empero, la principal figura de la izquierda de talla nacional que fue admirada por el conjunto del movimiento reformista fue, en términos comparativos, bastante más moderada: el socialista Alfredo Palacios, proclamado “Ciudadano de Córdoba” por La Gaceta Universitaria. Y su principal aliado político mediático, el diario liberal pro excelencia, La Voz del Interior.42

A tenor de lo expuesto, es posible comprender la confluencia de obreros y estudiantes, que se refleja en las páginas del órgano de la FUC. Los unía, por otra parte, la política represiva del gobierno provincial. En la segunda mitad de 1919, el nuevo gobernador, Rafael Nuñez, perteneciente al conservador Partido Demócrata, negó sistemáticamente a la FUC, a la Federación Obrera Local y al Partido Socialista, la realización de actos públicos. Como respuesta, se produjo la primera coalición orgánica del conjunto de sectores obreros, estudiantiles y populares en el Comité Pro Libertad de Reunión, que con el respaldo de la Federación Obrera Local integraron la FUC, la Asociación Córdoba Libre (representada por Saúl Taborda), el Partido Socialista Internacionalista (comunista), el Partido Socialista y el Comité de Libre Pensamiento (influido por la masonería). Y un dato que distaba de ser menor por su carácter anticipatorio: este frente común incluía al Comité Femenino de Córdoba Libre, representada por María Ofelia Grandoli y Ana Mori. El primer feminismo cordobés nació con el movimiento de la Reforma Universitaria. El término “feminismo” ya era empleado por las promotoras locales de los derechos de la mujer. En 1919, La Gaceta Universitaria publicó la nota de la Asociación Feminista Nacional presentada en el Senado solicitando el despacho del proyecto de ley sobre la emancipación civil de la mujer. En su documento, las feministas expresaban que en Uruguay ya gozaban de todos los derechos civiles, y en Suecia, Noruega e Inglaterra gozan también de todos los derechos políticos. Sostenían que los filósofos que sostenían la inferioridad física y moral de la mujer habían sido derrotados por la realidad de la gran guerra y por un mundo que parecía haber progresado siglos en pocos años. Las feministas argumentaban, asimismo, que la humanidad debía ser integral: “No hay dos humanidades, una femenina y otra masculina”.

Tras la apertura al movimiento obrero, al feminismo, al georgismo (las noticias de las sociedades georgistas son frecuentemente reproducidas por La Gaceta Universitaria43) al marxismo, al anarquismo, y aún a la masonería, (muy presente en la reivindicación del libre pensamiento44), subyacía el deseo de inventar un mundo alternativo que bien podría ser metaforizado con aquel grafitti del Mayo francés que decía: “Cuando el dedo señala la luna, los estúpidos miran el dedo”. En las antípodas se podría situar, en cambio, la imagen capturada por los redactores de la publicación estudiantil al recordar al gobernador de la provincia, Eufrasio Loza, cuando siendo miembro del tribunal de un examen de tesis en la facultad de derecho “se peleaba tercamente con su colega por el manejo de la campanilla”.45

En la co-existencia en la diversidad que supuso el mundo cultural de la Reforma, en su tesón por constituir un universo contra-hegemónico es posible advertir, asimismo, la importancia decisiva asignada a la cultura como motor de esa transformación. En una nota de Gregorio Berman, cuyos ecos evocan al pensador italiano Antonio Gramsci, señalaba al comentar la destrucción de seis bibliotecas durante la semana trágica de 1919: es en los “centros culturales donde se incuba el poder que ha de renovar a la sociedad”.46 Las cinco universidades nacionales que 90 años después de la Reforma ponen a disposición del lector, por primera vez, la edición original de La Gaceta Universitaria, no son ajenas a ese legado.

Notas

1.El presente texto fue publicado originalmente en La Gaceta Universitaria 1918-1919. Una mirada sobre el movimiento reformista en las universidades nacionales. (2008). Buenos Aires, Argentina: EUDEBA.
2.Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Córdoba. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Contacto: cesartcach@gmail.com
3.La Gaceta Universitaria, (10), 27/06/1918. Agradezco al Museo de la Reforma Universitaria, y a su director, Gonzalo Sarria, las facilidades para la consulta de La Gaceta Universitaria. Hago constar, asimismo, mi especial reconocimiento a Diego Tatian, por la confianza otorgada al encomendarme este estudio.
4.Sobre el tema de la tradición reformista como invención, son sugestivas las reflexiones planteadas por el historiador Rubén Correa, en La invención de la tradición reformista en Salta, UNSA, octubre de 2005.
5.En relación a esta cuestión, véase Roitenburd (2007) y Tcach (1993).
6.Cabe añadir un recuerdo de Alfredo Palacios: “El grito de Córdoba libre resonó por primera vez en 1916. Yo vine entonces, llamado por los líderes del movimiento (…) Capdevila, Orgaz, Roca, Barros, Bordabehere”. Discurso de Alfredo palacios con motivo de un aniversario de la Reforma (1948). Mecanografiado. Córdoba: Archivo del Museo de la Reforma Universitaria.
7.Acta de fundación de la Unión Latinoamericana. Reproducida en Ciria y Sanguinetti (1987).
8.La reproducción de estos documentos de la FUA, en Ceballos (1985).
9.Artículo del presbítero Juan Carole, titulado “Un episodio del año 1918”. Los Principios 19-10-1935.
10.Los Principios, (04/08/1935).
11.Discurso de Enrique Nores Martínez en el acto de bienvenida al rector mayor de la congregación salesiana, el italiano Renato Ziggioti. Los Principios, (02/07/1956).
12.Discurso de Alfredo Palacios con motivo de una aniversario de la Reforma (1948), mecanografiado. Córdoba: Archivo del Museo de la Reforma Universitaria.
13.Diario de Sesiones, Cámara de Diputados de la Provincia de Córdoba, (1952), tomo 1, pp. 213 y 216.
14.Córdoba, (08/09/1953).
15.En 1956, Gustavo Roca –hijo de Deodoro– escribía: “el Poder Ejecutivo, los interventores de la universidad y los delegados interventores de las facultades poseen omnímodo poder y ejercen facultades extraordinarias. Se ha consagrado por el decreto-ley una especie original de monarquía universitaria, constituida en la cúspide por un monarca supremo que se reputa bondadoso y paternal: el interventor de la universidad, auxiliado por varios monarcas menores igualmente buenos y paternales, suerte universitaria de virreyes coloniales: los delegados interventores de cada facultad. No es una monarquía de derecho divino; es terrenal y legal. Pero, monarquía la fin”. Córdoba, (25/02/1956).
16.Deodoro Roca, (1918), La Revolución de las Conciencias. Córdoba. Este texto fue reproducido por Kohan (1999).
17.Gustavo Carranza – Santiago Paolantonio, “Córdoba Durchmusterung”, en Estudios Nº 3, CEA, 1994, pp.93-104.
18.El historiador Roberto Ferrero (1984) ha sostenido con acierto que los inmigrantes italianos “eran liberales y garibaldinos, la efemérides que ellos celebraban era el 20 de septiembre, día de 1870 en que las tropas italianas del general Cadorna, después de abrir una brecha en la puerta Pía, y derrotar a las fuerzas pontificias del general Kanzler, recuperaron Roma para la nación” (p.41).
19.Sobre la inmigración árabe y sefaradita, véase el excelente trabajo del investigador de la Universidad de Westminster Ignacio Klich (1995).
20.En relación con este tema véase el sólido trabajo de Victoria Kandel, “Los estudiantes y su inclusión en el gobierno universitario. Una historia con vaivenes en la argentina del siglo XX”, en Junta Provincial de Historia de Córdoba, Movimientos estudiantiles en América y Europa, tomo 1, Córdoba.
21.Véase, Aguiar de Zapiola (1994) y Agulla (1968). Cabe destacar que el sólido trabajo de Liliana Aguiar permite constatar documentalmente el clivaje generacional, es decir, el papel protagónico de sectores juveniles provenientes del patriciado cordobés. En referencia a Natalio Saibene, hijo de inmigrantes italianos, cabe aclarar que fue firmante del Manifiesto Liminar y uno de los ocupantes de la toma de la universidad. Vinculado al radicalismo, se convirtió luego en cuñado de Amadeo Sabattini. Fue, asimismo, presidente del club Universitario.
22.La Gaceta Universitaria, (01/05/1918), p. 5.
23.La Gaceta Universitaria, (06/05/1918).
24.La Gaceta Universitaria, (28/05/1918); La Gaceta Universitaria, (21/06/1918).
25.La Gaceta Universitaria, (18/07/1919).
26.El gobernador Eufrasio Loza era retratado en estos términos: “Plácida y apostólica figura de abate adinerado (…) comenzó por dictar decretos, ora de orden inquisitorial, como el auto de fe que mando practicar con los cepos, barras y grillos; ora, filarmónicos, como cuando suprimió el estudio del violoncelo y lo sustituyó por el de la guitarra; ora pictóricos, cuando proscribió en patéticos considerandos la enseñanza del desnudo en la Academia provincial; en el odio a los Apolos, que sin duda, nunca fueron sus rivales, y a las Venus, por las que no ha manifestado, según es notorio, maracadas predilecciones”. Añadía la sarcástica descripción que propuso cubrir las Venus a esculpir para el Parque Sarmiento, no con una hoja de parra sino con un batón. La Gaceta Universitaria, (18/05/1918), p. 5.
27.La Gaceta Universitaria, (21/06/1918), pp. 1-2.
28.La Gaceta Universitaria, (15/06/1918), pp. 1-2.
29.La Gaceta Universitaria, (20/07/1918), p. 3.
30.La Gaceta Universitaria, (12/08/1918). En referencia a la oscuridad de sus manipulaciones políticas, se aludía también a los jesuitas como “los siniestros capitanes de Loyola” (p. 9). En nexo con ellos, se caracterizaba a la Corda Frates como “una asociación secreta, una maña de clerigalla, una parodia grotesca de la masonería, una corporación cerrada de ambiciosos vulgares y de empleados natos, organizados estrechamente para la pesca del puesto público: catedra, banca, sillón y … hasta sillita” (p. 7).
31.Este texto pertenece al artículo de Arturo Orgaz, La Reforma Universitaria y la facultad de Derecho, véase Ciria y Sanguinetti (1987, pp. 24 y 46). La referencia a “la casa de al lado” alude a la Iglesia de la Compañía de Jesús ubicada precisamente al lado de la facultad de derecho.
32.La Gaceta Universitaria, (18/07/1919). Pese al entusiasmo del escritor, aún en vísperas de la primavera de1919, la influencia de los jesuitas hacía sentir su peso en detalles que distaban de pasar inadvertidos, por ejemplo, en la posesión de una fábrica de velas en el interior de la universidad. En septiembre, un recuadro destacado de la publicación estudiantil se preguntaba: “Que hace el Consejo Superior que no exige la devolución de las 2 aulas hoy en poder de la mafia jesuítica y sirven de cucarachera y fábrica de velas? Pretende acaso que los estudiantes la reconquistemos a nuestra usanza? El aniversario de la toma de la Bastilla se aproxima y quizá sea festejada completando la obra”. La Gaceta Universitaria, (01/09/1919), p. 6. Más de dos meses antes, había denunciado con ironía, arma predilecta de los reformistas: “en nuestra universidad, aunque parezca irrisorio, tenemos una fábrica de velas. Y lo peor es que son malolientes. Esta fábrica, que está en poder de los jesuitas, no paga materia prima (…) la obtienen de las cocinas de sus “humildes ovejas”. Tampoco paga la patente que el erario provincial exige al más pobre anónimo velero. Y para que nada falte, no paga alquiler (…). Ese terreno que uds. están usufructuando, señores jesuitas, es la universidad, con que vayanse, eh?”. Se trataba de aulas situadas debajo de la biblioteca. La Gaceta Universitaria, (25/07/1919), p. 7.
33.La Gaceta Universitaria llegó inclusive a tener una sección especial denominada “Loyola”, en la que podían leerse expresiones como la siguiente: “Son tan conocidos sus procedimientos que jamás podrán ocultarse ni aún en el anónimo cobarde que usan como arma predilecta. Incapaces de luchar de frente, buscan siempre la oscuridad que los proteja .Irresponsables y mezquinos, desconocen las más elementales nociones de dignidad y hombría (…) Es el Club Católico, es la Corda, son los jóvenes caducos del Pro – defensa, son todos los qu8e viven del privilegio, los que medran a la sombra de la Compañía de Jesús (…) Allí están los Nores, allí están los Bas, y están todos los que fueron”. La Gaceta Universitaria, (25/07/1919), p. 1.
34.La Gaceta Universitaria, (06/05/1918), p.1.
35.La Gaceta Universitaria, (06/05/1918), p.1.
36.La Gaceta Universitaria, (11/09/1919), p. 1.
37.La Gaceta Universitaria, (18/08/1918), p. 6.
38.La Gaceta Universitaria, (25/08/1919), p. 2.
39.La Gaceta Universitaria, (25/08/1919), p. 2.
40.Decía Romain Rolland: “El reloj del mundo está atrasado y hay que ponerlo en hora con el de Petrogrado”. La Gaceta Universitaria, (04/08/1919), p. 6. Con referencia a la temática de América Latina y EE.UU., véase Moyano (2004).
41.La Gaceta Universitaria, (18/07/1919), p. 2.
42.Al pie de la foto de Eduardo S. Martín, director de La Voz del Interior, la publicación de la FUC, lo elogiaba por su “entusiasta, decidida e inteligente campaña” a la que deben los estudiantes “gran parte del éxito del movimiento reformista“.La Gaceta Universitaria, (06/05/1918). Cabe recordar que el primer número de La Gaceta Universitaria se presentaba un saludo especial a La Voz del Interior, porque ha sido “paladín de nuestras reivindicaciones y ha entrado con nosotros por la primera brecha abierta en el muro de la vieja Bastilla”. La Gaceta Universitaria, (01/05/1918), p.2.
43.El georgismo alude a la doctrina del economista norteamericano Henry George, partidario del impuesto único a la renta de la tierra. George ejerció influencia sobre el socialismo fabiano y los orígenes del laborismo británico. En Córdoba, tuvo gran predicamento en el llamado sector “rojo” de la UCR.
44.La presencia masona se reflejaba en la multiplicación de asociaciones de libre pensamiento. En consonancia con su tono anticlerical la publicación reproducía la nota de respaldo al “comité central de los festejos del 20 de septiembre”, fecha que marca “la caída del papado y por consiguiente, el principio de una era de liberalismo y de progreso para el mundo civilizado”. La Gaceta Universitaria, (20/07/1918), p.2. Cabe añadir, que Eugenio Parajón Ortiz, médico masón que llegó a ser director del Hospital Pasteur de Villa María, participó activamente de la promoción del movimiento reformista, brindando conferencias sobre “Medicina Social”. La Gaceta Universitaria, (01/09/1919), p. 1.
45.“Los de la Corda Frates no se entendían”, ironizaban los estudiantes. La Gaceta Universitaria, 20/07/1918), p.3.
46.Artículo de Gregorio Berman, titulado “Cultura Popular” en La Gaceta Universitaria, (18/07/1919), p. 6.

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