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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.44 Córdoba jun. 2020

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Narrar la violencia: detención y militancia en el relato de una ex-presa política1
Narrating the violence: detention and militancy in the story of a former political prisoner

Manuel Cardoso Sánchez2
Bianca Ramírez Rivera
3

Resumen
Las narraciones producidas en torno a acontecimientos violentos poseen características particulares, al mismo tiempo que están modeladas por la experiencia de quien relata. Al acudir a la historia oral como herramienta para entrevistar a sujetos protagonistas, se observa que la estructura cronológica, los eventos significativos y la funcionalidad que dan a la oralidad, son distintas entre sí. No obstante, su singularidad estará construida en función de la dimensión social y de los consensos y disensos que expresan hacia el discurso circulante colectivo. Este artículo tiene como objetivo analizar la narración de Sara Waitman, ex-detenida de la última dictadura cívico-militar argentina, cuya experiencia se encuentra inserta en contextos de violencia represiva, estructural y simbólica. Particularmente, se observará cómo su militancia política enlaza pasado y presente en un relato que, con la singularidad de la narración personal, posee comunalidades con otros relatos de este tipo.
Palabras clave: historia oral; narración; centros clandestinos de detención; ex-detenida; militancia; dictadura argentina

Abstract
The narratives produced around violent events have particular characteristics, at the same time that they are shaped by the experience of the person who is narrating. When using oral history as a tool to interview protagonists, it is observed that the chronological structure, the significant events and the functionality that they give to orality are different from each other. However, its uniqueness will be built based on the social dimension, as well as the consensus and dissent they express towards a collective discourse. This paper aims to analyze the narration of Sara Waitman, former detainee of the last Argentinean civil-military dictatorship, whose experience is inserted in contexts of repressive, structural and symbolic violence. Particularly, we will observe how his political militancy links past and present in a narration that, with the uniqueness of a personal story, has communalities with other stories of this type.
Keywords: oral history; narration; clandestine centers of detention; former detainee; militancy; Argentinean dictatorship

Introducción

Conocimos a Sara Waitman en 2017, durante la presentación de una serie documental en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Días más tarde nos reunimos con ella en el Archivo Provincial de la Memoria para una entrevista que tenía por objetivo hablar sobre su militancia en la Asociación de Ex Presos Políticos de Córdoba y su participación en las iniciativas por la memoria que se implementaron en la provincia.4 No obstante, lo que tenía por intención ser una conversación enfocada en el presente, se transformó en una visita al pasado desde el presente, particularmente a la última dictadura cívico-militar.

El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (Proceso en adelante) buscó implementar una nueva forma de gobernar en la Argentina durante el periodo de 1976 a 1983. Una de sus principales características fue la de implementar un régimen basado en la violencia como estrategia de control, cuyo fin era el reordenamiento institucional y el combate a los subversivos, es decir, aquellos grupos considerados como los enemigos internos de la nación (Ramírez, 2018).Todo esto ocurrió en el marco de la instauración de regímenes militares en América Latina, los cuales implementaron la Doctrina de Seguridad Nacional para eliminar al comunismo en territorio nacional (Leal Buitrago, 2003).

En este marco nacional y regional, Waitman fue detenida en distintos Centros Clandestinos de Detención (CCD) y en cárceles legalizadas durante el Proceso, transitando por condiciones de violencia represiva cuyas secuelas aún son palpables en el presente. No obstante, una vez liberada y con una dictadura derrotada, debió enfrentarse a contextos de violencia estructural y simbólica.

Si bien no se puede dudar que la experiencia de cada ex-detenido es única, es posible observar que su narración estará enmarcada en un mismo horizonte socio-histórico, por lo que existirán comunalidades con el testimonio de otros sujetos que atravesaron un trance similar. Al señalar esto, no se pretende borrar la impronta individual y personalísima de la experiencia, sino enfatizar cuán útiles son los testimonios para acercarse al horror que pareciese lejano en el tiempo.

Este artículo tiene como objetivo analizar la narrativa en contextos de violencia de Sara Waitman, ex-detenida de la última dictadura cívico-militar, quien nos relató su experiencia del pasado en el presente, teniendo a su militancia política como hilo conductor del testimonio de los episodios medulares de su vida. Con ello en mente, este texto tendrá tres partes: la primera caracterizará la oralidad producida a partir de tales contextos, posteriormente indagar acerca de la militancia política como hilo conductor de la narración, y concluiremos con algunas consideraciones finales.

Oralidad en contextos de violencia

Como fenómeno socio-histórico, la violencia puede comprenderse a través de la forma que adopta y los sujetos a los que afecta. Para efectos de este artículo, comprenderemos tres tipos de violencia: la represiva, o aquella donde se busca controlar o eliminar a grupos subalternos previamente identificados (González, 2012); la estructural, o aquella donde las necesidades de un grupo o estrato social no se realizan en detrimento de otro grupo (Tortosa y La Parra, 2003); y la simbólica, donde se legitiman a través de “la comunicación y el conocimiento” relaciones de dominación individuales o colectivas (Bourdieu, 2006).

Acontecimientos violentos como conflictos bélicos, genocidios, catástrofes naturales o crímenes, pueden producir narrativas de un amplio espectro, enfocadas directa o indirectamente en lo ocurrido. Ello puede reflejarse en reportajes periodísticos, biografías o incluso la novelización de los eventos, las cuales pueden ofrecer una visión personal o colectiva de eventos violentos, en una o más de las formas arriba explicadas.
Si bien éste no es un fenómeno de reciente data, con el término de la Segunda Guerra Mundial emergieron con particular fuerza diferentes soportes para las narrativas de la violencia, tan diversos como las memorias de los sobrevivientes de los campos de concentración y exterminio –como Si esto es un hombre de Levi (1947)–, reflexiones teórico-filosóficas –como Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal de Arendt (1963)–, reportajes sobre los juicios a los criminales de guerra –como los de West para el New York Times(1955)– e, inclusive, acercamientos teóricos más contemporáneos –como La organización del terror de Sofsky (1983).

Para el caso argentino, también existen diferentes acercamientos al relato de la última dictadura. Textos como 2922 días: memorias de un preso de la dictadura de Jozami (2014) entreveran el testimonio de los autores con el análisis sociológico de la detención como dispositivo represivo de las Fuerzas Armadas. Por otra parte, El tigre y la nieve de Butazzoni (1986) fue una de las primeras novelizaciones que aparecieron tras el fin del Proceso, donde la ficción acompaña al testimonio de una ex-detenida del CCD La Perla, en Córdoba.

En mayor o menor medida, los escritos antes mencionados se valen de material testimonial para construirse. Sin embargo, la historia oral es un enfoque teórico-metodológico que ofrece un acercamiento directo a la experiencia de los actores involucrados. Especialmente tratándose de las personas que en algún momento fueron detenidos-desaparecidos, la oralidad permite que el interlocutor y los subsecuentes receptores se acerquen a conocer el horror por el que transitaron al provocar el “desnudamiento traumático de la intimidad sometida a tormento, en el detalle ominoso del agravio a los cuerpos, esa ‘nuda vida’ que se presenta sin contornos biográficos, sin siquiera el cobijo de la privacidad” (Arfuch, 2012, p. 57).

Precisamente por su carácter personal, cada relato poseerá características únicas que estarán definidas por factores internos y externos al narrador. Internos como el propósito de la narración, los eventos que se desean relatar, o el impacto que la experiencia tiene en el narrador. Otros factores externos son el objetivo que el entrevistador persigue con el encuentro, cuán rígidos o flexibles puedan ser los cuestionamientos del interlocutor e inclusive el rapport que se logre construir entre ambas partes. Así, todos estos factores transforman al testimonio en narraciones “únicas y necesarias” (Portelli, 1991, p. 42).

A pesar de que el testimonio ha poseído una importancia crucial en procesos judiciales, después de la Segunda Guerra Mundial se estableció como la forma primordial para conocer los acontecimientos desde la perspectiva de quien vivió la historia. Según Wieviorka (2006), tras el juicio a Adolf Eichmann, los sobrevivientes y su relato se volvieron centrales para conocer el pasado, pues se convirtieron en los “portadores de la historia” (p. 88). ¿Quién más idóneo que quienes transitaron por el horror para contar lo que había acontecido?

Sin embargo, con grados de mayor o menor éxito, a los testimonios de sobrevivientes se agregaron los de los testigos tangenciales e inclusive los de los generadores de la violencia, todos los cuales pasaron a formar parte de los discursos que los Estados y colectivos sociales construyeron en torno al pasado. Sociedades como la argentina tras el término del Proceso, comenzaron a construir discursos del pasado en el presente con una clara función pedagógica: que lo que ocurrió nunca más volviese a pasar. A decir de Crenzel (2008), una gran porción de la sociedad postdictatorial comenzó a constituirse como un “régimen de la memoria”, donde era necesario recordar el pasado violento en aras de su no repetición.

Si bien el acto de testimoniar se presenta como la narración de una experiencia personal y, en este caso, marcada por la violencia que fue ejercida en contra de quien se encuentra narrando, Strejilevich (2006) y Jelin (2001) coinciden en que al ser transmitido el testimonio adquiere un carácter social. Cuando el testimonio se comparte “significa rescatar una empatía que se esfuma cuando la historia parece contarse sola” (Strejilevich, 2006, p. 201), dando voz y rostro a un discurso en ocasiones homogeneizante e impersonal.

Sara Waitman es una profesora de educación física, actualmente jubilada. El 20 de noviembre de 1976 fue detenida en la ciudad de Córdoba por miembros de las fuerzas de seguridad. Ella se encontraba con Carlos D’Ambra y ambos eran militantes de organizaciones opositoras al régimen golpista. Durante nuestra entrevista en 2017, Waitman no sólo nos ofreció la narración de su experiencia como detenida política de la dictadura, sino que inadvertidamente también nos relató cómo la violencia antes represiva en que se vio envuelta, se transformó cuando su cautiverio terminó. Revisitando el pasado con ella, logramos lo que Strejilevich (2006) reconoce como la traducción de lo desconocido en la familiaridad, al enmarcar el dolor de una sobreviviente en el contexto de la violencia estatal que lo provocó.

Una narración como la de Waitman tiene el poder de dar forma a un pasado cuyas herencias continúan en el presente, además de ser un ejemplo de una “trama sutil en que se entretejen lo personal y lo colectivo” (Arfuch, 2012, p. 48). Pese a su singularidad, en distintos momentos da cuenta de tópicos que aparecen con frecuencia en el testimonio de sujetos atravesados por la violencia y, más específicamente, por ex detenidos-desaparecidos. Caracterizándolos, dichos elementos son:

• Selección y descripción de los eventos significativos de la experiencia.
• Señalamiento de los momentos de agravio y los espacios de resistencia.
• Rememoración u homenaje a compañeros desaparecidos o asesinados.
• Explicitación de los usos –o abusos– de la memoria.

Esta caracterización se hace posible si consideramos un universo de testimonios que se encuentran presentes en fuentes tan diversas como informes gubernamentales, documentales, biografías y autobiografías, así como reportajes periodísticos o trabajos académicos. Para el caso argentino, además de las obras de Jozami (2014) y Butazzoni (1986) antes mencionadas, pueden contarse testimonios plasmados en textos como Ese Infierno: conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA (Lewin et. al, 2001), Poder y desaparición: los campos de concentración en Argentina (Calveiro, 1998) o La Perla. Historia y testimonios de un campo de concentración (Mariani y Gómez, 2012). Así, dentro de dicha diversidad, la experiencia de Waitman fue trascendental para explorar las características enlistadas y poder comparar su estructura con el relato de otros ex-detenidos y ex-detenidas.

Ahora bien, el primer elemento involucra una dimensión fundamental del relato: el tiempo. El narrador ordenará y presentará aquellos elementos que considera necesarios de mencionar, ya sea como respuesta a los cuestionamientos del entrevistador o a un discurso preestablecido. Sin embargo, la presentación de los eventos no siempre obedecerá una cronología lineal, ya que como apunta Portelli (1991), “el historiador tiende a procurar una secuencia cronológica lineal; el narrador puede tener más interés en seguir y reunir manojos de relaciones y temas a lo largo de la extensión lineal de su vida” (p. 200).

En este caso, Waitman no sólo deseaba involucrarnos con el relato de una experiencia anclada en el pasado, sino que continuamente enlazaba su tránsito como detenida-desaparecida con las acciones políticas que ocurrieron antes, durante y después de su cautiverio. De esa manera, los eventos no fueron contados con rigurosidad cronológica, sino que su militancia es el eje para explicar el resto de los episodios contados.

El aspecto del relato de Waitman que narró con mayor detalle fue su experiencia como detenida, del que dimanaron dos eventos fundamentales, los cuales también pueden encontrarse en el testimonio de otros ex-detenidos: la fecha y lugar exacto de su detención, así como la descripción de los espacios en los que fue retenida.

El momento de la detención es un evento nodal en los testimonios de este tipo, ya que se transforma en un marco a partir del cual los ex-detenidos se reconstruyen a sí mismos, pues dejan de ser únicamente militantes, sindicalistas o estudiantes, para ser forzados a ser detenidos-desaparecidos o “enemigos de la Nación”, desde el punto de vista de los represores. Waitman recordó el contexto espacio-temporal, ya que este hecho desencadenaría consecuencias palpables hasta el momento de la entrevista, como la desaparición de D’Ambra:

Yo fui detenida cuando tenía 21 años de edad, junto a mi novio, que era Carlos Alberto D’Ambra, que hoy está desaparecido. Es uno de los 30 mil compañeros desaparecidos. Nos detuvieron juntos en la terminal de ómnibus un 20 de noviembre del año ‘76, a pocos meses del golpe cívico-militar-eclesiástico que se da en Argentina de la última dictadura.

En lo que refiere a la descripción de los espacios de reclusión, éstos alcanzan notoriedad pues se convierten en los vestigios materiales y reales de una experiencia intangible. Al mencionar las características de estos lugares –ya sea porque fue posible verlos o reconstruirlos a partir del uso de otros sentidos-, permite que quienes no estuvieron ahí puedan “visualizar” la disposición y prácticas que se llevaron a cabo en su interior.

Al respecto, Waitman describió los tres espacios en que fue recluida: los CCD Campo de la Ribera y La Perla, así como una Unidad Penitenciaria No. 1 (UP1). Campo de la Ribera es especialmente significativo, pues fue el primero que pisó en su nueva calidad de detenida, y el cual la introdujo a las condiciones en que viviría durante los siguientes meses:

Estuvimos sábado y domingo allí en el campo de concentración de Campo de la Ribera que queda (…) cerca del cementerio San Vicente (…). Y allí había como un campo a la izquierda, lo que era el campo de concentración que había sido una prisión militar y la convirtieron en [CCD].
(…) Llegamos de noche (…). Y el domingo en la mañana a mí me sacan, me tiran en una colchoneta, aislada con una chica que estaba acostada en ese colchón, en una galería (…). El lunes es 12 y pasa por delante y era la sala de tortura, porque después me llevan a mi a la sala de tortura y allí me dicen: “así que vos sos del Partido Comunista”, y yo negando, porque a mí no me habían identificado.

La segunda característica de estas narraciones es el señalamiento de los momentos de agravio y los espacios de resistencia. Al señalar estos aspectos se denuncian las prácticas a las que fueron sometidos, al mismo tiempo que se evidencia que el control al que se los intentó subyugar no fue irrestricto. El relato de Waitman, además de señalar las vejaciones que ella y otros compañeros sufrieron siendo detenidos-desaparecidos, enlaza los agravios que vivió una vez que fue liberada. En plena era democrática y muchos años después de la dictadura, se vio inmersa en un contexto de violencia simbólica cuando la estigmatización desde las instituciones estatales por su militancia política y condición de ex-detenida, produjo que fuese señalada como “víctima perpetua” sin deseos de “avanzar” o buscar “reconciliación”:

Y nosotros en ese gobierno [de Néstor Kirchner y Cristina Fernández] tuvimos lo juicios por políticas de Verdad, Memoria y Justicia. Tuvimos una reparación que sale en el gobierno de Cristina (…). Y este gobierno nacional [de Mauricio Macri], cuando nosotros nos reunimos con el secretario de Derechos Humanos, el Dr. Avruj,5 para decirles que no veíamos que avanzaba la ley de reparación (…), ya nos retirábamos y nos dice: “no piensen que los juicios van a durar toda la vida” (…). No le dijimos nada, porque para nosotros era una provocación que nos quiso hacer, porque sabe que habíamos esperado tantos años los juicios para poder declarar.

No obstante, los espacios de resistencia también tienen un valor significativo en este tipo de narraciones. Si bien la estrategia represiva de los regímenes de seguridad tenía por objetivo ampliar el espectro del control que ejercían en la sociedad y, especialmente, hacia los identificados como “subversivos”, ello no fue un obstáculo para que al interior y exterior de los CCD existieran momentos donde evadieron un control que pareciese siempre presente. En el apartado siguiente se profundizará en este aspecto.

El tercer elemento presente en estas narrativas es la rememoración u homenaje a otros compañeros desaparecidos o muertos. Esto involucra una dimensión inentendible para quienes no lo transitaron, es decir, la desaparición. A decir de Gatti (2011), esta condición es tan singular que se convierte en un “estado inédito, un abismo nuevo”, pues no se puede caracterizar a los sujetos como “vivos” o “muertos” (p. 99). La desaparición en sí misma es una catástrofe social provocada por un régimen cuyo objetivo era la aniquilación, la cual, no obstante, trascendieron al condenar a los sujetos a una condición no resuelta, y a quienes los buscan los instaló en un “duelo perpetuo; trauma que no se resuelve; un acontecimiento que dura” (p. 92).

Waitman fue detenida con su compañero Carlos D’Ambra, quien hasta la última actualización de este escrito aún permanece desaparecido. Al igual que otras personas que continúan buscando a sus desaparecidos, nuestra entrevistada suele portar una fotografía de D’Ambra consigo, al tiempo que en su testimonio aparece a lo largo de varios episodios medulares, no siempre cruentos pero sí entrañables:

Yo fui detenida cuando tenía 21 años de edad, junto a mi novio, que era Carlos Alberto D’Ambra, que hoy está desaparecido (…). “El Nona D’Ambra”… [suspiro]. Le decíamos “Nona”6 porque los compañeros de educación física le pusieron Nona, porque [estaba] jovencito y tenía canitas (…). Todo el mundo lo conocía y lo conoce ahora también por el Nona D’Ambra. Su madre lo llamaba Carlos Alberto y el Carlos Alberto nada que ver con ese nombre, con el Nona.

Con la rememoración de D’Ambra, Waitman transmuta en palabras una condición cuya definición está suspendida entre lo intangible y lo indecible, donde “se cuenta que se desespera por contar mal (…). Pero cuenta, aunque sea la desesperación de no poder contar” (Gatti, 2011, pp. 101-102). La figura del compañero desaparecido no alcanza a describir quién fue y es D’Ambra para Waitman, pues aparece como el novio de juventud, el compañero de militancia, el motivo para continuar la lucha o la persistente ausencia.

Finalmente, el cuarto elemento es la explicitación de los usos o abusos de la memoria en torno al pasado. En los regímenes de memoria, la necesidad de definir y nombrar los crímenes del pasado y a sus responsables, así como honrar a quienes fueron sus víctimas, ha sido observado como “pasos necesarios para ayudar a que los horrores del pasado no vuelvan a repetirse” (Jelin, 2001, p. 87). Aunque una gran porción de los ex-detenidos ha narrado su experiencia en distintos espacios y con distintos fines, no todos los sobrevivientes ponderan su relato de la misma manera; lo que es más, depende de cada sujeto nombrarse a sí mismo como “ex-detenido”, “sobreviviente”, “testimoniante” o ninguno de los anteriores.

Waitman, no obstante, se considera a sí misma como una ex-presa o ex-detenida, pues su experiencia de detención define su pasado y liga a su presente. Ello explica porqué al hablar de la agrupación a laque representó, la Asociación de Ex Presos Políticos de Córdoba, hace énfasis en la identidad política de quienes militan en ella. Al conformarse como un grupo, se resalta el carácter colectivo de la memoria:

[N]osotros formamos la primera asociación en Córdoba, la Asociación Nacional en Córdoba, la primera asociación de ex-presos políticos (…). A partir de allí la experiencia nuestra (…), formamos la asociación [entre] distintas provincias y decidimos conformar la Asociación Nacional de Ex Presos Políticos (…) para poder hacer la unidad de todos los ex-presos políticos. Habíamos creado un correo muy importante -lo tenemos todavía-, donde podemos (…) saber de un compañero, datos de un compañero desparecido porque quieren hacer una historia de vida de ese compañero o porque queremos que haya juicios por ese compañero y nosotros nos encargamos.

A decir de Pouligny (2004), construir la memoria colectiva a partir de la personal, implica “no creer nunca que ya se ha hablado demasiado” (p. 280), pues considerar que podría existir una saturación de testimonios significaría que no hay más espacio para discutirlo o que ya se ha dicho todo lo que podría decirse. Waitman coincide con ello: pese a lo complejo que pueda ser revisitar ciertos episodios, ella está dispuesta a hacerlo, pues representa un acto pedagógico para aleccionar sobre el pasado, mantenerlo en el centro de la discusión pública y evitar su repetición:

Yo cuando digo para la memoria y la vida porque no queremos que nos vuelva a pasar nunca más todo lo que vivió nuestro pueblo. Porque no sólo nos tocó a nosotros, ¿no? A los que fuimos ex-presos políticos… sino a todo un pueblo y lo vivió América Latina también.

Como se observó, estos cuatro elementos se encuentran en el testimonio de Sara Waitman, y los cuales también son característicos de las narrativas en contextos de violencia, particularmente aquellas elaboradas por ex-detenidos. Estos elementos se encuentran atravesados por una dimensión fundamental: la militancia política. A continuación, analizaremos cómo es que dicha dimensión funciona como hilo conductor para que Waitman elabore su relato del pasado y lo enlace con su presente.

Relato y militancia en Sara Waitman

En el marco de la controversia por el Fallo Muiña –y la posibilidad de ser aplicado en el caso contra otros represores– y la narrativa de la memoria en tiempos de Mauricio Macri, decidimos reunirnos con Waitman para conocer su postura y la del colectivo al que representa sobre este caso y sobre las políticas de memoria discutidas a raíz del acontecimiento. Originalmente, el objetivo de la entrevista era periodístico y atendía a la necesidad de conocer su punto de vista sobre una situación presente. No obstante, su relato no fue lineal y existió un vaivén entre pasado y presente, donde la militancia persistía como hilo conductor, manifestándose no sólo en la actualidad, sino en varios momentos de su vida como uno de los elementos que marcaron su experiencia política, especialmente en su condición de ex-presa política.

Así, la militancia se constituyó en el principal referente que condensó y organizó la experiencia de la entrevistada. Lo anterior considerando que la experiencia requiere una cierta cristalización de significados socialmente construidos y que son configurados de una forma en la que puedan ser comunicados (Bruner, 1986; Díaz, 1997). Las expresiones de la experiencia son de diversa índole, pero uno de los más importantes es el relato que aglutina sentidos que las personas atribuyen a los acontecimientos. Si bien la narración de Waitman no tuvo un orden cronológico, sí puso sobre la mesa una serie de actores, escenarios y acciones (Mendoza, 2005) para manifestar la continuidad de la militancia en su vida.

Si entendemos que estas expresiones de la experiencia son generadas por eventos externos a una persona, pero altamente significativos como para generar respuestas internas –como procesos de reflexión sobre algunos acontecimientos de su vida (Turner, 1986)–, podemos comprender porque Waitman rememora su participación en organizaciones sociales y políticas. Si bien su vida fue trastocada por su confinamiento –momento que sirvió como punto de partida en la entrevista–, esto no ha limitado la construcción de sus narrativas a este momento preciso, sino que en el relato se relacionan experiencias de antes, durante y después de su detención.

Es también notable que su experiencia muestra a Waitman como un agente político que remite a una serie de “acciones y resistencias” (Grasselli, 2015), enmarcadas en un esquema más amplio que pone de manifiesto su participación en diversas organizaciones, dando al testimonio un profundo carácter político. Antes de su detención, ella militaba en el Partido Comunista, hecho que permitió la interpretación de sus experiencias consecuentes, incluyendo prácticas de resistencia al interior de los centros de reclusión.

La narración de Waitman funge como enlace entre pasado y presente para mostrar cómo la militancia ha sido constante porque las condiciones de violencia estructural han tenido la misma característica: su participación política de hoy da continuidad a valores, ideas y prácticas que formaban parte de su lucha cotidiana desde antes de su detención.

La militancia será concebida como un proceso de participación política que integra a una persona en una organización social, partidaria de otro tipo, y la inserta en una red de relaciones, prácticas y significados, configurando un proyecto que proporciona ciertas líneas para la acción. Esta definición se hace eco de los trabajos donde el compromiso político está asociado a la participación política de una persona para obtener alguna causa, ya sea de forma individual o en alguna organización (Rocca, 2017; Rocca y Bonazzi, 2017); o textos que incorporan una perspectiva procesual para analizar las diferentes etapas por las cuales pasa un militante (Fillieule, 2015; Agrikoliansky, 2017), donde el compromiso militante es algo que se reelabora de acuerdo con las experiencias de los sujetos.

Por lo anterior, la militancia permite a la entrevistada posicionarse en un proceso histórico de lucha en contra de una serie de condiciones propicias para la represión. Para explicar lo anterior, será preciso apelar a tres elementos de la militancia: las relaciones sociales establecidas con otros compañeros, las prácticas y acciones que mantienen activo el compromiso en el tiempo y los imaginarios que sustentan las prácticas y formulan un proyecto futuro.

Respecto al primer elemento, en la narración de Waitman hay una presencia constante de nombres y situaciones en las que esas personas se manifiestan. Esto habla de la red en la que está inmersa la militante y que se tejió en diversos momentos. La intervención de otros actores en el relato, obliga a pensar en experiencias colectivas que fueron significativas y forman parte de una narrativa destinada a señalar la represión de la dictadura como un mecanismo sistemático y extendido, alcanzando a un gran conjunto de personas, incluyéndola a ella y a su compañero:

Yo pude denunciar mi secuestro, mi tortura, fui querellante y ser testigo de la desaparición del Nona, de la detención junto con él. Y nombrar a otros compañeros que estuvieron conmigo y que ellos también fueron testigos míos para demostrar que fuimos detenidos y demostrar nuestra detención (...). Eso para nosotros es muy importante.

Aunque el aparato represivo del Proceso se hizo efectivo en otros sectores sociales, la participación política fue el principal justificante para la acción represiva. Sin embargo, la propia experiencia de cautiverio también tejió relaciones sociales importantes para el futuro. Un ejemplo es cuando nos narró una de sus experiencias en la UP1 cuando ayudaba a otra prisionera a rehabilitarse:

Yo no tenía idea de lo que era una rehabilitación para una persona inválida de la cintura para abajo. Sabía pie plano, columna, respiración asmática, todo, pero eso [no]. Yo dije: “bueno voy a darle” (…). Entonces necesitaba otra compañera que me ayudara para hacer eso, entonces nos abrían la puerta una hora por día, para que yo le pudiera hacer rehabilitación a Martha.7 Después Martha necesitaba más atención y nos dejaban, nos abrían la puerta todo el día.

Ejemplos como éste son muestra de la importancia de las relaciones sociales que se construyeron durante el cautiverio, sobre todo porque son experiencias que serán fundamentales para dar a conocer lo vivido por las y los ex-presos políticos, además de ayudar en la lucha por conseguir una reparación histórica o mejores condiciones de vida. Y aunque este hecho lo refiere Waitman como parte de su testimonio individual, como señala Sombra (2009), “el hecho de haber notado una persistencia del colectivo en los itinerarios individuales hace manifiesto que el pasado militante articula los relatos actuales” (p. 12).

No obstante, la militancia de nuestra entrevistada continúa hoy en día, por lo que las relaciones con otros activistas, ex-detenidos, organizaciones sociales o partidos políticos forma parte de su cotidianeidad. Además de abrir nuevos espacios políticos de intervención que no están disociados del pasado militante, estas “nuevas” formas de accionar son una continuidad de las causas y las ideas que ella ha defendido:

Entonces nosotros como ex-presos políticos dijimos: “Nosotros tenemos que definirnos en un proyecto de país que queremos”, y creemos que fue el mejor que hemos tenido hasta ahora y por eso seguimos militando, ¿no? Vamos a participar de las elecciones. Militar activamente para que gane Pablo Carro, que es un docente universitario, que anoche estuvo en la Universidad, ¿no? Y hemos elegido compañeros, compañeras de todos lados para que nos representen.

Los vínculos forjados con otras personas adquieren especial relevancia, ya provengan de los años de confinamiento o hayan sido construidos recientemente, pues forman parte de un mismo proyecto de colaboración, ya sea para dar a conocer lo ocurrido durante su detención, o para ser partícipes de luchas actuales. Es así como la militancia no sólo aparece en las acciones programáticas de las organizaciones, sino también en elementos simbólicos como las narrativas (Ruíz, 2015).

Respecto al segundo elemento, las acciones y prácticas de la militancia, la puesta en marcha de algunas estrategias de resistencia en la vida cotidiana fue fundamental. La creación de espacios marginales y la configuración de un discurso de resistencia a pequeña escala podrían no alterar el balance de poder significativamente, pero “son las formas que adopta la lucha política cuando la realidad del poder hace imposible cualquier ataque frontal” (Scott, 2000, p. 226).

Si bien la estrategia represiva de los regímenes de seguridad tenía por objetivo ampliar el espectro del control que ejercían en la sociedad y, especialmente, hacia los identificados como subversivos, ello no fue un obstáculo para que al interior y exterior de los CCD existieran momentos que evadieron un control que pareciese siempre presente. La fabricación de artesanías o el ejercicio físico fueron los espacios que Waitman y sus compañeras eligieron para resistir:

Porque no teníamos nada y teníamos todo (…). Teníamos luz prendida todo el día. Corríamos el vidrio, los rompíamos y sacábamos clavitos, entonces perforábamos las agujitas con eso, y hacíamos aguja y bordábamos las sabanas con los hilos de los mallones. O con migas de pan hacíamos artesanías. O caminábamos dentro del suelo y contábamos cuantas vueltas dábamos y era una forma de resistencia (…) para estar cada día mejor.
Para nosotros organizarnos y resistir fue la consigna. Y así si luchábamos por el socialismo afuera, allí dentro de la cárcel lo mismo (…).

Estas acciones individuales o colectivas fueron significativas para plantear la resistencia por parte de los militantes, pero también forman parte de un conjunto de elementos que dan continuidad a las ideas políticas de Waitman: la lucha por el socialismo. Además, acciones que implicaron una mayor organización también fueron referidas, por ejemplo, cuando las prisioneras se organizaron en 1978 ante la visita de organismos internacionales de Derechos Humanos (DDHH). No sólo habló de la necesidad de hablar con estas instancias, sino de toda una planeación que puso en contacto a las presas del “pabellón político” con presas comunes:

Entonces era lo único que nos quedaba a nosotros era denunciar. Eran organismos internacionales, como cuando vino la Cruz Roja en el ‘78, que nosotros en el pabellón nuestro nos habíamos organizado todas. Porque los presos comunes fueron los que más nos ayudaron (…) o sea, sociales que estaban detenidos por robo (…). [A] mí me toca denunciar la parte de la alimentación y la desaparición del Nona y las torturas, mi detención y todo lo que me había tocado a mí. Otra le tocaba la salud.

Tanto las prácticas como las acciones organizadas fueron relevantes en el periodo de confinamiento, pero para Waiman se mantienen vigentes en la actualidad, principalmente porque algunos asuntos como la reparación histórica para los ex-presos políticos no avanzan, o porque surgen nuevos debates en torno a los DDHH y su trasgresión: desde la búsqueda de los desaparecidos, hasta la denuncia por los feminicidios, “la quita de tierras” y la denuncia de la criminalización ciertos sectores sociales.

Por último, los imaginarios juegan un papel importante para la militancia en tanto que los militantes construyen marcos para interpretar la realidad y sus experiencias. No sólo se hace uso de ciertas ideas para interpretar los acontecimientos, sino que los militantes construyen marcos significativos para hacerlo y otorgar un sentido a su actividad (Snow y Benford, 2006).

La lectura de Waitman sobre sus acciones en confinamiento va en ese sentido, ya que para ella la resistencia era continua y la lucha que libraba en prisión tenía bases en ideas sustentadas en su pasado. La lucha por el socialismo se constituyó en el marco para interpretar tanto los agravios como las acciones de resistencia, incorporándose como un imaginario para comprender las prácticas cotidianas que permiten visibilizar “dimensiones menos evidentes de la experiencia militante” (Ruíz, 2015, p. 168).

Para Waitman, la militancia forma parte de un proyecto a largo plazo y que ha tenido presencia en buena parte de su vida, por esa razón este elemento se vuelve una bisagra entre el pasado y presente, porque, aunque las problemáticas y las situaciones cambien, el marco de interpretación ha permanecido todo el tiempo y se proyecta a futuro al sostener la unidad de los pueblos y de las clases populares.

Además, el proyecto no sólo se formula en líneas generales, sino a partir de objetivos y experiencias concretas. Como Tarrow (2012) señala, los impulsores de los movimientos orientan sus interpretaciones para actuar en determinados contextos y trabajar sobre sus propios fines y valores. Por esa razón, el imaginario político se pone en movimiento y se concreta cuando Waitman habla de la lucha argentina contra aquellos que quieren entregar el país y enriquecerse:

Y nos pasa acá en Argentina hoy con todos los fondos buitres que le tuvo que pagar este gobierno, y que Cristina no les pagó y pudo negociar. [E]llos entregan el país, no les importa, porque viven para ello. Es el proyecto que tienen: enriquecerse los ricos. Y los pobres no les importan absolutamente nada. Por eso nosotros nos definimos en un proyecto político –como nos definíamos en otra época–, de luchar por un país para todos y todas, con inclusión.

El proyecto político sirve para hacer frente a una violencia constante, estructural por parte de los grupos en el poder. Dicho proyecto pertenece al pasado, pero de igual forma al presente y al futuro, porque se vale de un conjunto de ideas mucho más amplias que permiten interpretar la realidad y darle una orientación hacia un mundo mejor a partir de experiencias pasadas. Los imaginarios construidos por Waitman no sólo dan continuidad a un proyecto, sino a la militancia que ha forjado a lo largo de su vida. Como menciona Ruíz (2015), “la experiencia militante no se explica únicamente en la mera adscripción a una ideología particular, sino que constituye una forma de leer y vivir la realidad” (p. 167). Una lectura que vincula pasado y presente para formar una narrativa de lucha constante.

Consideraciones finales

El objetivo de este trabajo fue analizar las narrativas en un contexto de violencia e indagar cómo es que la militancia política se transforma en un elemento narrativo que permite expresar el continuum entre pasado y presente. Para ese efecto, decidimos acudir al testimonio de Sara Waitman, ex-detenida en la última dictadura cívico-militar, pues su narración arrojó ciertas interrogaciones acerca de las acciones y los imaginarios que permiten al entrevistado explicar su experiencia y su pertenencia a un horizonte socio-histórico colectivo.

Si caracterizamos los testimonios, encontramos que existen aspectos comunes a las narraciones en contextos de violencia, especialmente las elaboradas por ex-detenidos, y las cuales aparecen en el relato de Waitman: la importancia del momento y el escenario de la detención, la descripción de los espacios de confinamiento, los momentos de agravio, las prácticas de resistencia, la rememoración de compañeros desaparecidos y la explicitación de los usos de la memoria. Ello denota el carácter social de este tipo de testimonio, lo que no obsta el carácter personal de cada uno de ellos.

Si bien la experiencia de las personas se presenta como un fluir de acontecimientos, la reflexión y la oralidad permiten la organización de ese fluir en formas significativas que pueden ser comunicadas. Para Waitman –al igual que otros que experimentaron la violencia represiva– el relato se ha convertido en una forma de expresión que busca condensar esas experiencias, tanto en una dimensión traumática que vulneró su vida en múltiples sentidos, como en aquellas formas de resistencia y participación política que, a pesar de las condiciones de confinamiento, fueron importantes para configurar prácticas e imaginarios que dieran cauce a un proyecto político.

De allí que la centralidad de los relatos de sobrevivientes adquiera relevancia en el presente, pues se da cuenta de lo experimentado en un contexto de violencia y cómo esto se vuelve significativo para la construcción de narrativas que hilvanen pasado y presente en aras de comprender el desarrollo de un conflicto y de luchas sociales (Grasselli, 2015, p. 191).

La experiencia política de Waitman obligó a poner atención en esa dimensión de su vida, no porque otras no fueran relevantes, sino por el carácter político impreso en la narración, donde gran parte de lo vivido es enmarcado en una serie de interpretaciones correspondientes con la participación política de la entrevistada, algo que además fue el detonante para la entrevista.

Sin embargo, aunque los relatos son una forma de expresión de la experiencia que ordena los acontecimientos (Turner, 1986), también es importante señalar la necesidad de referentes para el relato que permitan darle coherencia, incluso si este apela a otras formas de narrar que no sean cronológicamente ordenadas. Recordemos a Portelli (1991) cuando habla de cómo el narrador puede tener más interés en crear relaciones de eventos que en el imperativo cronológico.

Es así como aparecen dos puntos que caracterizan la narración de Waitman: la experiencia de detención y la militancia. Ambas serán referentes que darán sentido al testimonio y a la narrativa: la detención para señalar una experiencia colectiva en un contexto específico donde la dominación y la represión fueron fundamentales para hilar la historia; y la militancia para servir como hilo conductor entre pasado y presente a pesar de los saltos constantes en la narración, dando la impresión de que no existen rupturas en la experiencia más allá del hecho represivo mismo.

Este trabajo busca abonar a una perspectiva que considere las experiencias individuales expresadas en narrativas como parte de una colectividad, pues, aunque el testimonio surja de una entrevista con un solo individuo, se construirán tramas que hagan referencia a otros protagonistas, situaciones, acciones o escenarios significativos para un grupo, máxime cuando la violencia se vuelve sistemática y alcanza a toda una nación como ocurrió en Argentina.

Notas

1. Trabajo recibido el 19/05/2020. Aceptado el 22/07/2020.
2. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México). Contacto: manurealoz@gmail.com
3. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México). Contacto: bpramirezr@gmail.com
4. Todas las referencias a la palabra de Sara Waitman corresponden a la entrevista realizada por Manuel Cardoso y Bianca Ramírez, el 05 de julio de 2017, en la ciudad de Córdoba, Argentina.
5. Claudio Avruj fue el secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación durante la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019).
6. Proviene de la palabra “nonna”, que en italiano significa “abuela”.
7. Martha Estela Zandrino, paralizada a causa de un disparo cuando integrantes del III Cuerpo del Ejército ingresaron la quinta de sus padres y la secuestraron.

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