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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.45 Córdoba feb. 2021

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Haydée Gorostegui de Torres: una historiadora argentina en la nueva historiografía de los sesenta1
Haydée Gorostegui de Torres: an Argentine historian in the new historiography of the sixties

Fernando J. Devoto2

“Se puede, acaso, ver en este ejemplo la confirmación del principio
que sólo se comprende lo que se ama”
Friedrich Meinecke

Resumen:
El artículo explora la trayectoria historiográfica de Haydée Gorostegui de Torres y a través de ella las posibilidades y los obstáculos de una nueva historia en la Argentina de los años sesenta. En varios puntos emparentado con los programas de modernización de la cultura argentina de la época y con los vientos que provenían en especial de Annales y más en general de la historia económica, el proyecto personal y grupal sufriría el impacto de la debacle general de las instituciones y de la Argentina toda.
Palabras clave: historiografía argentina; años ’60; modernización, Annales

Abstract:
The article explores the historiographical trajectory of Haydée Gorostegui de Torres and through it the possibilities and obstacles of a new history in Argentina in the sixties. At various points related to the modernization programs of Argentine culture of the time and to the winds that came especially from Annales; and more generally from economic history, the personal and group project would suffer the impact of the general debacle of the institutions and of Argentina as a whole.
Keywords: argentine historiography; 1960s; modernization; Annales

Conocí a Haydée Gorostegui en 1973 momento en qué junto a otros alumnos de su curso, nos invitó a seguir un seminario con ella y con José Luis Moreno sobre la historia social y económica de Brasil, que iba a dictar en el primer cuatrimestre del año siguiente, para luego lanzarnos como ayudantes de su materia en el segundo. Así lo hicimos, solo que la experiencia docente terminó tras unas pocas clases. Llegó la misión de Ottalagano y “tutti a casa”.

En mi caso particular, entre esas casas también estaba la quinta de Jorge Torres y Haydée Gorostegui en Escobar, donde pasaba tantos fines de semana, ya que un poco me habían adoptado. Cuando los Torres se trasladaron a Santa Fe en busca de horizontes laborales, porque la misión Ottalagano no solo había privado a Haydée de su trabajo como profesora concursada con dedicación exclusiva en la UBA, sino a Jorge Torres de su lugar como gerente de producción de EUDEBA, los encuentros se espaciaron y volvimos a vernos con el retorno democrático, cuando Haydée me invitó a acompañarla como adjunto en Historia Contemporánea en la UBA y a integrarme al plantel docente de Luján y también me ayudó a abrirme espacio con sus relaciones académicas internacionales, entre las cuales, y en lugar destacado, Ruggiero Romano.

He contado esto para indicar que Haydée me ayudó de muchos modos y en varios momentos y para justificar esta afirmación: mejor o peor que haya sido mi carrera académica, no hubiera sido posible sin Haydée Gorostegui y con ella, mi maestra, tengo mi deuda principal. La tengo, en especial, con el estilo persuasivo con el cual me fue sugiriendo lecturas y perspectivas que me ayudasen a reorientarme lejos de la historiografía militante didascálica y de la fría erudición. Debo a su vocación pedagógica y a su amor por la historiografía francesa aociada con “Annales”, si un rescoldo ilustrado logró reavivar en mí en aquellos años complejos y exaltados. Hasta aquí el recuerdo personal.3

1

Haydée Gorostegui de Torres (1928-2019). A la hora de buscar algunas señas identificatorias, para quien no la hubiese conocido, podrían anotarse dos: chaqueña y de familias de sectores medios provincianos letrados (cualquier cosa signifique esto es ilustrativo), con vinculaciones con los ámbitos de las burocracias estatales provincianas por su rama -padre juez de Paz de un lugar tan improbable como Pampa del Infierno y madre maestra- y por la de su compañero y esposo, Jorge Torres -hijo a su vez de un rector del Colegio Nacional de Resistencia y de una profesora de la Escuela Nornal, en la que Haydée estudiaría.

A principios de los años cincuenta Gorostegui emigraría a Buenos Aires y al igual que Jorge Torres, emigrado paralelamente, ingresarían en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y se casarían en 1953. Es difícil que la Facultad peronista les hubiese generado alguna simpatía, ya que formaban parte de aquellas cohortes de alumnos activos opositores, aunque con algunos matices especiales que constituirían un itinerario específico.

Junto con Nicolás Sánchez Albornoz, el exiliado del régimen franquista de los años 50, y con otros formarían un grupo “anarquista”, muy lejos de nacionalistas y clericales pero diferentes también de aquellos que debían jurar por Juan B. Justo o creer en las potencialidades tal vez obturadas de Héctor Agosti. Y que fue algo perdurable lo muestra que veinte años después, en especial Jorge Torres, se embarcaba todavía en la tarea de publicar libros como “Checos 68” o “Fuera del juego”, de Heriberto Padilla (1969). Con todo, más allá de ese activismo opositor, como alumna muy bien aplicada que era, Gorostegui absorbió todo lo útil y lo menos útil que allí se ofrecía (pero aun lo menos útil puede ser instructivo si existe cierta buena voluntad por aprender cosas que a uno pueden no interesarle).

Desde luego que el estudio era paralelo al trabajo y Haydée Gorostegui realizó los oficios más variados, desde tomar apuntes de las clases, pasarlos a máquina y luego, junto con Torres, devenido imprentero, vender las copias a los alumnos, hasta ser redactora de la revista “Life” en su edición española, lo que quizás esté en la base del hecho de que, a diferencia de tantos de sus conmilitones -que si proponían una historiografía nueva carecían de las mínimas herramientas para expresarla en un lenguaje sino nuevo al menos atractivo- Haydée en sus trabajos “narrativos”, y en su correspondencia, mostrase una muy buena pluma.

Egresada de la carrera de Historia con medalla de oro en 1958, recibió como recompensa una beca de investigación en el Museo de la Casa de Gobierno bajo la supervisión de Ricardo Caillet Bois, quién no solo dirigía el Instituto Ravignani de la Facultad y era un miembro conspicuo de la Academia Nacional de la Historia sino que tenía aceitadas relaciones con las elites políticas de entonces. Por el contrario podía encontrar otras opciones sea en la misma Facultad, como ayudante de una cátedra tan variopinta como “Introducción a la Historia” (que reunía a figuras tan disímiles como Luis Aznar, Tulio Halperín o Daisy Ripodaz Ardanaz) en 1959 y en una materia especial, “Historia Social Argentina” (con Tulio Halperín), que era la pica en Flandes que el grupo de Historia Social General liderado por José Luis Romero había logrado colocar en una carrera de Historia bien renuente a los influjos renovadores, en 1960. En ambas cátedras iba a llegar a Profesora adjunta en 1966, antes de la intervención y la renuncia. Asimismo, desde 1962, participaba de la expedición que todos los viernes iba en tren desde Buenos Aires a Rosario, en cuya Facultad de Humanidades Haydée Gorostegui iba a dictar Historia económica y social argentina.

Así, entre las posibilidades que hubieran podido emerger dentro de la historiografía erudita y aquellas que emergían en la “nueva” historia, Haydée Gorostegui siguió a esta última y fue consecuente hasta el final en sus afinidades historiográficas y en sus alianzas académicas, ya que se trataba de una opción que era a la vez intelectual y política, aunque esto último debía entenderse más como la pertenencia al ámbito del reformismo universitario que otra cosa.

Con todo, modernización social y desarrollo económico podían bien emblematizar un programa que iba más allá de una mera renovación historiográfica, en sus ambiciones, no en su influencia. Ninguna imposición o peaje hubo aquí para Haydée, ese ideario era también el de ella aún desde antes. Sin embargo, algunos rasgos de la historiografía erudita, quizás parte de su formación como estudiante, perduraron en ella, como la atención a la evidencia empírica y a desplegarla en una forma narrativa que seguía de cerca los acontecimientos y se negaba a adornar el relato con referencias teóricas, aunque las conociese y las emplease.

La coyuntura en que comenzaba su itinerario académico Haydée Gorostegui no podía ser más propicia, si se puede prescindir de cualquier consideración sobre las lógicas académicas y las dinámicas políticas que llevarían pronto a una doble catástrofe a la Universidad reformista y al orden político liberal de la Argentina post-peronista.
En un contexto de recursos siempre escasos en el ámbito de las humanidades, la docencia era la mejor si no la única opción –pero en ella los profesores estaban obligados a acumular tareas varias, tanto en el ámbito universitario como a veces incluso en el secundario para reunir un emolumento digno– ese momento de fines de los cincuenta y principios de los sesenta fue para algunos excepcionalmente fecundo. Sin embargo, dos proyectos -y en ambos participaría Haydée Gorostegui- iban a proveer inesperados recursos monetarios y académicos para una pequeña patrulla reformista que se había logrado reclutar aquí y allá en el seno de diferentes ciencias sociales y en ambas orillas del Plata. Y en este sentido la autopercepción (Halperin Donghi, 1986) de constituir un grupo marginal puede parecer plausible o bizarra, según sea la perspectiva adoptada.

El primero de los dos proyectos era el bien conocido dedicado al impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata, dirigido por Gino Germani y José Luis Romero y financiado por la Fundación Rockefeller, que proveyó 35.000 dólares de entonces (Germani, A., 2004, p. 209). El segundo, algo posterior, podía ser enmarcado en el impulso que provenía de las iniciativas y los esquemas intelectuales que reunían por entonces a distintos científicos sociales y de lo que había dado cuenta la creación de un ámbito como el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES). Sin embargo, lo decisivo era tanto su adscripción institucional en la Asociación Marc Bloch, creada en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires -y aquí fundamentales había sido de nuevo José Luis Romero, y ahora también Tulio Halperin, de un lado, y Fernand Braudel y Ruggiero Romano, del otro- como su financiación por parte de la Ecole Pratique des Hautes Études VI Sección.

La Asociación Marc Bloch sostuvo, con recursos no menores y en cualquier caso muy relevantes, distintas iniciativas de las cuales la largamente más ambiciosa fue el proyecto “Materiales para el estudio del progreso económico y social de la Argentina” (en los entonces últimos cien años), codirigido por Tulio Halperín, Roberto Cortés Conde y Haydée Gorostegui de Torres, y en el que el presupuesto presentado (no sabemos el acordado, ni el ejecutado) era de 55.800 dólares en tres años, es decir un poco menos de medio millón de hoy. Ello incluía los estipendios de cuatro investigadores y tres asistentes.4

En el primero podían verse además, claro está, de las prioridades de los financiadores norteamericanos, que por entonces tenían bastante interés en las llamadas ciencias de la conducta (Gemelli, 1990, p. 213-245), la impronta de las ideas de Germani y Romero, que compartían tanto la convicción acerca de la importancia de la inmigración para pensar la historia argentina como discrepaban sutilmente acerca de las consecuencias sociales y culturales que creían derivar de esos procesos. La Argentina aluvial de Romero no significaba lo mismo que la idea de la integración de los inmigrantes de Germani.5

En el segundo proyecto, en cambio, las ideas parecen vinculadas más a las reflexiones latinoamericanas que a las francesas, aunque hayan sido parte de una negociación. Ciertamente en el diseño general quizás intentaban proponer a escala argentina una experiencia de colaboración entre historiadores y economistas que los mismos Braudel y Romano y Ernest Labrousse habían intentado con los economistas Jan Marczewski y François Perroux, en torno al cálculo de la renta nacional francesa entre el siglo XVIII, intento que no estaría exento de numerosos problemas de “traducción” entre disciplinas y de largas negociaciones en torno a las fuentes (Mandrou, 1960).

Hemos argumentado en otro lugar acerca de las excesivas ambiciones de ambos proyectos y sus dificultades y no volveremos acá sobre ello (Devoto, 1994, Devoto y Pagano, 2009). Anotemos solamente que, más allá de sus diferencias –y una no menor era la relación sobre todo con los sociólogos en un caso y las más conflictivas con los economistas, en el otro– en muchos sentidos ambos podían verse como complementarios para sus participantes, y lo serían en la obra de Haydée Gorostegui, que con pocas excepciones desplegaría sus trabajos mayores a partir de sus investigaciones iniciales en ellos.

En 1961 aparece el primer artículo firmado por Haydée Gorostegui, en co-autoría con Gustavo Beyhaut, Roberto Cortés Conde y Susana Torrado: “Los inmigrantes en el sistema ocupacional argentino” (Di Tella, Germani, y Graciarena, 1965). Un artículo, por lo demás, destinado a tener un largo eco en la historiografía posterior. Es difícil discernir en un artículo colectivo los aportes de unos y otros, aunque la figura de mayor auctoritas en ese momento, y que además ocupaba el lugar de coordinador del proyecto, era el uruguayo Gustavo Beyhaut, que quizás podía expresar mejor que otros lo que podrían ser vistas como perspectivas inherentes al grupo de historia social mucho más que al universo germaniano. Sin embargo, bien puede haberse tratado de una sumatoria de puntos de vista de los distintos autores, en tanto el texto asemeja narrativamente a un informe de investigación, en el que aparecen, desaparecen y reaparecen diferentes argumentos en forma algo caótica a lo largo del mismo, que le dan una apariencia acumulativa.

Lo dicho no sugiere que el texto no tenga algunos ejes conceptuales e historiográficos fuertes, que justifican esa voluntad de desplegar distintos planos de análisis simultáneamente. Ello podía resumirse, si debe resumirse, en la vocación de problematizar los resultados del proceso de expansión de la Argentina abierto luego de Caseros y sus límites, sin por ello negar sus logros. Para tratar de construir una mirada compleja el trabajo reposaba sobre tres tipos de argumentos conceptuales, que buscaban negar la validez tanto a los análisis que fragmentaban la “realidad” y aislaban el estudio de la dimensión económica de la dimensión social, como a aquellos modelos que postulaban la existencia de una única vía de progreso unilineal destinado a ser repetido en todos los casos en estudio. Ello implicaba, tercer argumento, el reconocimiento de un contexto conflictual en el proceso histórico, que llevaba al inevitable corolario que los avances de unos bien podían provocar el atraso o el estancamiento de otros, es decir lo que simbolizaba una palabra: dependencia.

La riqueza de esta propuesta, que matizaba el progreso argentino y el papel de los inmigrantes europeos en él, que si bien según los autores habían contribuido a la modernización de la Argentina no habían podido afectar las bases de una “sociedad tradicional” firmemente asentada en las clases tradicionales y el latifundio, estaba sobre todo en otro lugar. En especial, si comparada con las visiones “angélicas” que vendrían luego y que tratarían de hacerse dominantes en los años noventa, sin conflicto ni perdedores; o con las truculentas, ya presentes desde antes pero destinadas a un éxito creciente de público entre los sesenta y los setenta, lo que enriquecía aquella mirada de los sesenta era una vocación de complejidad.

Si el artículo tenía ambiciones tenía también límites en el muy acotado material empírico que utilizaba: los datos censales éditos, las estadísticas de inmigración éditas y los viajeros eran casi todo su bagaje. Los últimos eran particularmente importantes, en mi opinión, para incorporar tanto la perspectiva emic, si es que se quiere recuperar a los sujetos, como para poder percibir que aquel proceso no era algo sin claroscuros, que pudiera deducirse de datos agregados y de mercados perfectos por observadores que cien años después se empeñarán en desmentir las imágenes construidas por tantos contemporáneos que tenían la inapreciable ventaja de estar allí. Una pequeña nota sobre las palabras finales: los inmigrantes habían introducido “con premura elementos de la civilización europea que no se han asimilado adecuadamente” (Beyhaut et. al, 1965, p. 123). José Luis Romero, claro está, no Germani (y más allá de las precauciones retóricas de éste).

En cualquier caso, si nos hemos detenido en este artículo no es tanto por la contribución que pudo dar en él Haydée Gorostegui, que quizás se hubiera sentido más cómoda con un esquema menos abstracto, sino porque buenas partes de esas premisas seguirán acompañando sus trabajos posteriores.

Dos años después, en 1963, aparecen dos trabajos de Gorostegui. Uno es parte del proyecto dirigido por Germani y Romero, un largo documento de trabajo editado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA por el Departamento de Sociología y el Instituto (Centro) de Historia social: “La República Argentina antes de la inmigración masiva”, que abarcaba los veinte años posteriores a Caseros, es decir la fase qué coincidía con la primera parte del trabajo antes analizado (Gorostegui, 1963a). Este sería el período en que Gorostegui se especializaría, ya que una línea lo uniría con “Aspectos económicos de la Organización nacional” (1968) y el libro “La Organización Nacional”, en la Historia argentina de la editorial Paidos (1972) e incluso el bello y evocador artículo sobre “El puerto de la pampa húmeda” (1983). Secuencia que es una de las muestras de como los proyectos comenzados en aquellos años tendrían una concreción muy posterior.

Lo interesante del trabajo de 1963 es la capacidad de Haydée Gorostegui de reunir en modo sistemático una amplia información, a la medida de entonces no de hoy, que abarca un registro muy variado de datos provenientes de censos y registros estadísticos, de funcionarios y otros observadores locales pero también, una vez más, de viajeros con atención, aunque fuese fragmentaria, a la variedad de situaciones regionales. Nuevamente hay también una voluntad de expandir las reflexiones más allá del eje de las estadísticas económicas, e incluir desde consideraciones sobre el territorio y el clima hasta otras sobre la psicología de los pobladores rurales, lo que la llevaba a incluir incluso reflexiones de Ezequiel Martínez Estrada (“Muerte y transfiguración del Martín Fierro”), para brindar una caracterización tipológica del gaucho (Gorostegui, 1963, p. 33).

El otro artículo publicado por Gorostegui en 1963 era el tan frecuentemente citado “Los precios del trigo en Buenos Aires en la época de Rosas” (Gorostegui, 1963 b), aunque una vez más el trabajo es avaro en referencias metodológicas o “teóricas” y, a la hora de citar, Gorostegui elige centrarse en precedentes argentinos y no en la tradición francesa, que sin embargo está también (¿o sobretodo?) detrás del mismo. Una tradición francesa de historia de precios tan presente en el grupo de historia social sea a través del texto de Ernest Labrousse (1944) sobre la crisis de la economía francesa como por el seminario que en esa línea Ruggiero Romano había dictado en Filosofía y Letras en 1961 y que ella había cursado.

El trabajo de Haydée Gorostegui, que ya precedentemente había estudiado estadística en la carrera de sociología, se destaca por una remarcable capacidad de complejizar el problema de la historia de precios, sea desde el punto de vista de los instrumentos técnicos (precios reales o precios “teóricamente” construidos con la conversión de viejas monedas a otros valores, que no son claro valores en sí sino los del tiempo en que el historiador los construye) y más importante aún tratar de mantener la utilidad del estudio de precios sobre tres andariveles: en tanto que indicador de fenómenos monetarios; en tanto que indicador de niveles de producción -que había sido la orientación original dada por Gregory King en el siglo XVII, luego abandonada por sus sucesores en el siglo siguiente pero acerca de cuya superioridad analítica tanto insistiría Romano (1967)- y/o en tanto instrumento para estudiar los niveles de vida.

El estudio de Gorostegui se mantiene cerca de las observaciones de Romano acerca de la conveniencia de utilizar las unidades monetarias existentes en el momento estudiado y a su vez, en tanto existían dos unidades monetarias (pesos papel y onza de oro), presentar los números índice de las dos series en la convicción de que cada una iluminaba distintas dimensiones del proceso. Con relación a la otra cuestión, los factores que motivaban las oscilaciones de los precios, Gorostegui se mantiene en un punto medio: en ocasiones son las emisiones monetarias, en ocasiones son las crisis agrícolas, internas y externas. Desde luego que en el contexto en estudio, otros factores militares y políticos, bloqueos, guerras civiles, introducían tantas distorsiones, de las que Gorostegui es consciente en el artículo, que fragilizaban el ejercicio.

Finalmente, en las conclusiones, Gorostegui elige, muy acertadamente, no ser concluyente, lo que suscitó veladas críticas de historiadores más audaces y menos avisados (Gutiérrez, 1965). Sensatamente Gorostegui percibe que la serie de precios del grano, aún si se le agregaba la serie de los precios pecuarios precedente de Julio Brodie (1951), apenas permitía esbozar una conjetura: que el nivel de vida de la mayoría de la población podía haber empeorado durante la época de Rosas (así como la distancia con el grupo de terratenientes de los cuales ella consideraba a Rosas su representante). Y no podía irse más allá porque no se disponía de una canasta de consumo de la población y si Gorostegui hubiese querido seguir las posiciones aún más extremas de Romano hubiera agregado: porque tampoco se disponía no de una serie única de salario sino de la masa total de salarios pagados en una época dada. La sensatez del historiador, su tratar de mantenerse cerca de las posibilidades interpretativas que brindaban los datos fue entonces y luego una característica de Gorostegui.

Los estudios de precios quedarían ahí, aunque no el interés de Gorostegui por los estudios cuantitativos de historia económica argentina. Una explicación rápida pero no necesariamente exacta podría derivar del hecho de que en el proyecto “Materiales”, en el que había de todo, bajo denominaciones tan sonoras como “Condicionamientos estructurales del proceso de cambio” (lo que incluía claro el tema “concentración de la propiedad), “Factores del proceso de cambio”, desde “determinantes” (inmigración, comercio exterior e inversiones de capital) hasta “factores coadyuvantes” (monetarios, crediticios, impositivos, finanzas públicas), no hubiera nada de historia de precios.

2

Antes de ir a las nuevas líneas de trabajo de Gorostegui debemos hacer un impase y recordar que entre 1963 y 1964 viajaría a Francia a la entonces llamada École Pratique des Hautes Études, VI sección, como parte de la larga secuencia de argentinos que siguieron en esos años ese camino, resultado del acuerdo con Braudel y beneficiándose de lo que fuera llamado su “diplomacia” de las ideas. Una oportunidad formativa invalorable que le llegaba en pleno ascenso en su carrera académica, aunque también en un complicado momento de su vida familiar, con dos niños pequeños.

La intensidad de la estadía parisina fue notable6 . Gorostegui hizo seminarios con Fernand Braudel (2), Witold Kula, Ernest Labrousse, Pierre Vilar, Jacques Le Goff y Ruggiero Romano. ¿Es necesario recordar que esos nombres representaban uno de los momentos más brillantes de esa institución (sea con ese nombre o con otro) y que por tanto iba a diferenciar esa experiencia de la de tantos otros argentinos que irían luego y que estaban destinados, a menudo aunque no siempre, a una interacción con “infanzones”?

Los seminarios fueron elegidos indudablemente a través de la sugerencia de Ruggiero Romano y abarcaban temas diferentes, sea en torno a aquellos que ponían el énfasis en problemas de fuentes y de métodos (Braudel, Labrousse, Vilar), sea en torno a aquellos centrados en discusiones teóricas o historiográficas, como aquellas sobre el modelo de la economía señorial (Kula) o sobre el problema de las aldeas despobladas (Le Goff y Romano).

Por otra parte, participó de un grupo de trabajo en el que parece haberse avanzado en nuevos proyectos, siempre con apoyo de la EPHE y del CNRS, y en los que iba a concentrarse luego de su regreso a la Argentina. Como eslabonamiento de esa estadía surgió su vinculación con la Asociación Internacional de Historia Económica (que como se recuerda había sido fundada por iniciativa de Braudel en 1950 y conservaba todavía la impronta de un tipo de historia económica y social todavía no colonizada, afortunadamente quizá, por los econometristas). Así Gorostegui presentaría ponencias en los Congresos Internacionales de Historia Económica de Munich, Bloomington y Leningrado (al primero y al tercero de los cuales además asistió), entre 1965 y 1970.

Y aún todavía, la estadía francesa dejó una secuela prestigiosa. Por mediación seguramente de Ruggiero Romano, en 1972 Gorostegui participaría del Festschrift en honor de Braudel –siendo la única latinoamericana incluida– con un trabajo sobre “Historia y dependencia en américa Latina”. Un texto sobre el que volveremos.

3

Gorostegui había estado alrededor de un año en París pero muchas cosas estaban cambiando aceleradamente en la Argentina, que se deslizaba por el “callejón” halperiniano hacia el abismo. En cuanto al tan amplio proyecto de investigación con los franceses, el mismo parecía avanzar prioritariamente en dos vías complementarias. Una era el cálculo del “producto bruto por sectores de actividad económica de origen”, en el período 1869-1914, en el que Haydée Gorostegui y Roberto Cortés Conde colaboraban con un economista de la CEPAL, Alberto Fracchia, con una vasta experiencia en el Banco Central, donde junto con Manuel Balboa fueron considerados el núcleo impulsor de los estudios de cuentas nacionales en Argentina (Heredia, 2013; De Pablo, 2013).

De esa parte del proyecto solo he podido identificar el paper “Método para la estimación del producto en el siglo XIX” (Fracchia, Gorostegui de Torres, Cortés Conde, 1964, pp. 79-139), presentado en la tercera reunión de las Jornadas de Historia Económica que se realizaron en Buenos Aires y Rosario en 1964, organizadas por el IDES y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad del Litoral como parte de una sección del mismo, y que constituían un programa de investigación anclado en consideraciones metodológicas y en un relevamiento de fuentes. En la sesión participaba también el historiador y economista del CNRS, enviado por la EHESS, José Gentil da Silva, con una ponencia sobre “Cálculo retrospectivo del producto”. Allí o en otras reuniones coincidentes surgieron serias desavenencias metodológicas entre Fracchia y Gentil da Silva (según referían Ezequiel Gallo y Haydée Gorostegui), cuyo significado último escapa a la limitada comprensión de quien esto escribe, ya que ni siquiera es claro que fuese una distinción entre economistas y sociólogos, visto el relativamente abundante uso referencial que de Marczewski y Perroux hacia el estudioso portugués.

Mejor cosecha parece haber obtenido la otra línea de investigación en torno al comercio exterior. Al menos una nueva serie de la evolución de las exportaciones argentinas (1864-1963) estaba lista en 1965. El subproyecto dirigido por Cortés Conde, Halperin y Gorostegui, realizado casi manualmente con la colaboración de siete asistentes (entre los que estaban Gerardo Andújar, Cristina Cacopardo y Jorge Torres) y con el asesoramiento también aquí de Fracchia, no tuvo, sin embargo, destino. Como fuera indicado, quedaron unas pocas copias mecanografiadas del trabajo, casi inhallables (Rayes, 2015), aunque el enigma aparente no era tal.

En una carta tempestiva a Tulio Halperin del 29 de noviembre de 1965, Braudel, impaciente, ante la imposibilidad de comunicarse con Romero y ante la renuncia de Romano al Centre de Recherches Historiques, solicita un informe del estado de avance del proyecto, una descripción de los objetivos iniciales y un detalle del empleo del dinero recibido. De la respuesta a lo último no hay constancia en el archivo pero sí de lo primero.

Al margen de una copia del proyecto y del elenco de sus objetivos, Braudel marcaba con lápiz el item Exportaciones (2.1.2.1.) un solitario “hecho” y en un apartado del item 1.2. (“Evolución del volumen de las distintas clases sociales entre el total de la población económicamente activa por ramas de actividad y zonas geográficas”) un “tal vez en vías de hacerse”. Con los años hubiera podido agregarse otro “hecho” gracias a la ahora solitaria y encomiable labor continuada por Haydée Gorostegui, con otros colaboradores, para el rubro “Importaciones”. Pero por entonces Braudel, el comitente, decidió cortar todo lazo con Argentina y desinteresarse de la labor realizada. Entre tanto, otras tormentas internas asediaban a la Facultad de Filosofía y Letras y en ese mismo 1965 José Luís Romero renunciaba al Decanato y se jubilaba y Gino Germani se trasladaba a Harvard.

Todavía Gorostegui dejaba un testimonio de esa experiencia en la “Nota” (Gorostegui, 1966) que dedicaba a una discusión entre Marzczewski, Vilar y Chaunu en torno a la historia cuantitativa y la economía retrospectiva, por ponerlo en los términos en que los formulaba Pierre Vilar (1965). Un debate entonces reciente pero una cuestión más antigua, si se recuerda que ella aparece ya en un artículo de Braudel en el primer número de la “Revue Economique” (1950). En cualquier caso, una vez más las relaciones entre las perspectivas de los economistas y las de los historiadores en sus miradas sobre el pasado.

Aunque se trata sobre todo de un estado de la cuestión, pueden anotarse varias cosas. La primera es que el análisis de Gorostegui se mueve sobre dos planos paralelos pero distintos: el de las posibilidades de la cuantificación y el del método de las “cuentas nacionales”. Sobre el primero, Gorostegui indica con acierto y tempranamente que la cuantificación no es un instrumento solo de la historia económica y, a la vez, indica con claridad la tensión entre enfoques idiográficos y nomotéticos, o si se prefiere, en otro vocabulario, entre reglas y excepciones. Sobre lo segundo, Gorostegui parece más posibilista que Vilar hacia el enfoque de Marczewski. El gran historiador de la Cataluña, aun si simpatético hacia el enfoque de las cuentas nacionales, considera de muy dudosa validez su aplicación a épocas preestadísticas y con respecto a la época estadística no deja de anotar la imposibilidad de la reconstrucción de ciclos económicos que no tenga en cuenta los factores no económicos aparentemente externos al mismo pero en ningún caso “exógenos” -y su ejemplo del papel de las dos grandes guerras en el siglo XX es muy eficaz (Vilar, 1965: 312). Gorostegui es bien más disponible, al precio de considerar su aplicación histórica solo en tanto se lo considerase un “modelo” cuya validez era tal únicamente dentro del “sistema de referencias adoptado” (lo que parece recordar al Max Weber de “Roscher y Knies”, aun si no lo hubiese leído). Por supuesto, Gorostegui no deja de notar dos temas clásicos. Uno era el problema de las fuentes y el uso desenvuelto y acrítico que de ella hacían los economistas (ayer y bien se podría decir también hoy). El segundo era la cuestión de las dificultades y también, pero de modo distinto, los problemas que conllevaba aislar abstractamente a la manera de “compartimentos estancos” las dimensiones económicas de una totalidad social con la que está íntimamente relacionada. ¿Cómo recuperar las conexiones se preguntaba Gorostegui?

En realidad, ahí estaba bien planteado el núcleo del methodenstreit más que en la cuestión de las etapas, como parecía sugerir Halperin, en una intervención del año precedente en aquellas Jornadas de Historia Económica, apoyándose en la polémica de John Clapham contra la escuela de Schmoller (Halperin, 1964: 15) en AAVV (1964). Estas eran cierto un punto importante de la escuela histórica alemana pero no es innecesario recordar que el etapismo estaba en otros lugares: por ejemplo Adam Smith, que el mismo Walt Rostow, por otra parte, colocaba en el origen del linaje de su enfoque (Rostow, 1959, p. 711).

Sin embargo, la perspectiva de Gorostegui no es pesimista acerca de los beneficios de la economía histórica y del enfoque de la contabilidad nacional, al menos en la posibilidad de brindar valiosos puntos de apoyo o de reflexión para la “verificación de las teorías económicas”. Así, dadas ciertas condiciones, el cálculo de agregados económicos sería un valioso “instrumento conceptual” aún para épocas pre-estadísticas, sin renunciar a explorar luego las conexiones con la totalidad social.

Anótese aquí que Gorostegui, si abandonó la historia de precios, no abandonó el enfoque de la “contabilidad nacional” y la economía retrospectiva. He ahí, por ejemplo, el seminario que dictaría en 1966 la Universidad de Chile sobre “La contabilidad nacional retrospectiva y su metodología”. Como tantos otros saberes este, que fatigosamente había construido Gorostegui, se dispersaría en las torrentosas insensateces argentinas…

4

Si 1965 había mostrado, institucionalmente y académicamente, la crisis de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA -y la crisis de los proyectos que el grupo que integraba Gorostegui llevaba adelante, la intervención de las Universidades públicas por la dictadura de Onganía, al año siguiente, conllevó el colapso de aquella experiencia.
Como casi todos los miembros de su grupo de pertenencia Gorostegui renuncia, y no porque estuviese convencida de las bondades de esa decisión, según diría años después, sino por solidaridad con aquellos. Debe anotarse como primer efecto que los otros estudiosos con los que Haydée trabajaba más en contacto siguieron su carrera en el exterior: Halperin inicialmente en Harvard para culminar en Berkeley tras pasar por Oxford; Cortes Conde en la Universidad de Yale por dos años (para luego retornar al Instituto Di Tella); y Nicolás Sánchez Albornoz en la New York University.


Gorostegui, en cambio, permanecería en Argentina y seguiría inicialmente vinculada con el IDES y con el Instituto Di Tella en los que radicaría sus proyectos -el del Producto Bruto Interno en el segundo y otro titulado “Condicionamientos estructurales de los procesos de cambio social” en el primero, con lo que los lazos que habían posibilitado aquella experiencia se debilitaron ulteriormente, aunque no se cortaran inicialmente del todo. Luego, con los años, las distancias no serían solo de localización académica sino interpretativas, ya que cada uno de ellos iba a seguir caminos alternativos en la interpretación de la llamada Argentina moderna (y en la que Gorostegui iba a ser la más consecuente con aquella lectura sesentista de pensar desde los límites del proceso).

En todo caso, todavía en 1968 aparecía una recopilación de trabajos que a su modo buscaba dar continuidad y cierre a los proyectos de la primera mitad de los sesenta bajo el título de “Los fragmentos del poder” (Di Tella y Halperin, 1968). Allí aparece un artículo de Haydée que utilizó los insumos provistos por sus investigaciones precedentes en una interpretación fuerte en los “Aspectos económicos de la organización nacional” (Gorostegui, 1968, pp. 151-170). El eje vertebrador del análisis es la situación de dependencia de la economía argentina, que hace que todo el proceso esté regido por los ritmos y las transformaciones del capitalismo mundial. Una interpretación que, dicho sea al pasar, no hubiera disgustado a Juan Bautista Alberdi. Si así estaban las cosas, el papel de las elites locales o los inmigrantes europeos solo podía modular algunos aspectos sectoriales y/o regionales del proceso, pero no modificarlo. No es que Gorostegui negara las transformaciones en el campo argentino, ni que las elites tradicionales hubiesen cooperado con iniciativas de modernización tecnológica, en un contexto de inversiones bastante especulativas orientadas al sector privado y no al público, ni que los inmigrantes hubieran sido un factor demográfico no irrelevante, o que hubiesen logrado producir una transformación decisiva del paisaje económico-social en un lugar, santa Fe (pero solo en ese lugar). El problema es que esos aportes eran, en la mirada de Gorostegui, escasos y en cualquier caso subalternos.

Con todo, la propuesta de Gorostegui no caía en la tentación de sugerir que otro modelo hubiese sido posible. Como se preguntaba “¿Cuál sería el “hándicap” de un país de economía rural, alejado de los centros de consumo, sin posibilidades internas de crear su propio mercado y sin capitales nacionales frente a un sistema capitalista agresivo y en pleno desarrollo?” (Gorostegui, 1968, p. 169) Que no hubiese alternativas consistentes no quería decir, según la autora, y ese es su punto, que el camino recorrido no tuviese rasgos negativos que se evidenciarían en el largo plazo. Más allá de ello, quizás los aportes más originales del artículo estuviesen en el fino análisis de la circulación económica y de los rediseños regionales combinados a su vez con una atención a vincular los procesos argentinos con los cambios que se producían a nivel de la economía europea y norteamericana. ¿Estaban aquí las lecciones de Braudel sobre el espacio o las de Juan Álvarez? ¿O las de ambos?

Gorostegui volvería sobre la cuestión de la dependencia y sobre el período en dos trabajos publicados en 1972. La breve contribución en el homenaje a Braudel y el libro en la Historia Argentina dirigida por Halperín para la editorial Paidos sobre “La organización nacional”, textos que en su diversidad muestran quizás la pervivencia en ella de dos formas paralelas de entender la profesión. El ensayo sobre “Historia y dependencia” no solo redobla la centralidad del problema de la dependencia, ya desde su título, en toda la historia de América latina, en un proceso de sucesivas articulaciones de los sectores altos locales con las sucesivas metrópolis, sino que reivindica tanto la posibilidad de desarrollar instrumentos conceptuales autónomos para pensar las realidades latinoamericanas, sin los anteojos provistos por la conceptualización europea, como la necesidad de que el investigador contribuya con su producción de conocimiento a superar “atraso e injusticia”.

El segundo trabajo contiene una lectura no disímil en sus grandes rasgos a la lectura que habrá provisto el texto del 68, solo que ahora está colocado en un cuadro más amplio, en el cual, al introducir en la narración al proceso político, se ve compelida a recuperar el lugar de los actores en el proceso histórico. Más interesante para nuestro propósito es que el libro, aunque tributario de fuentes secundarias, contiene una narración ágil, inteligible e inteligente de las dimensiones, políticas, estaduales y económicas del proceso abierto luego de Caseros. Una narración balanceada que quita y da (véase el retrato en claroscuro de Sarmiento entre Gálvez y Martínez Estrada), no adjetivada sino ponderada. Quizás aquí Gorostegui presenta una imagen más clásica de la escritura de la historia. A su modo esa dualidad se plantea entre un compromiso con los tiempos y una noción subyacente de que el historiador aspira a escribir para más allá de él, entre una toma de posición fuerte y una admisión de que la historia es pensable desde muchas perspectivas.

En 1970 Haydée Gorostegui decide aceptar la mano tendida por Angel Castellan, nombrado interventor de la Facultad de Filosofía y Letras por el gobierno militar y empeñado en lograr que los renunciantes en 1966 volviesen, en especial los grupos que trabajaban con Romero y Germani y así lo hacía porque creía que aquella de los sesenta era el modelo de universidad deseable y no la que le tocaba dirigir. Gorostegui ganará al año siguiente el concurso de Historia social Latinoamericana y Argentina. Paralelamente, y tras la maravillosa experiencia de la dirección en el Centro Editor de América Latina de la versión argentina de la colección de la editorial Feltrinelli, “Los hombres de la historia”, se encargará de una nueva colección de enorme impacto: “Polémica. Historia argentina integral” (1970-1972). Un análisis de los contenidos en general y de las partes redactadas por Gorostegui sería necesario, aunque no lo haremos aquí. Baste señalar que pocas obras colectivas, si acaso alguna, incluyeron una variedad tan grande de colaboradores procedentes de la academia, el revisionismo tradicional, el reformismo renovador, la izquierda nacional, el marxismo. Por proponer una pequeña enumeración: Enrique Barba, Enrique De Gandía, Julio Irazusta, Juan Pablo Oliver, Ezequiel Gallo, Darío Cantón, Norberto Galasso, Rodolfo Puiggrós, Héctor Agosti, Horacio Ciafardini.

5

¿Eclecticismo? No: irenismo. Gorostegui perteneció a una tradición y pensó desde esa tradición, y si queremos con los prejuicios correspondientes, en especial los intelectuales de esa tradición, que los tenía como cualquier otra, aunque podamos admitir que los prejuicios no son algo necesariamente negativo y son en cualquier caso inevitables. En todo caso le daban a Haydée un lugar, una perspectiva desde la cual pensar la Argentina y el proceso histórico, un ubi consistam que en los tiempos de la historiografía actual se echa tanto de menos.

Podemos llamar a eso el reformismo. Un espacio que imponía además solidaridades, deberes, amigos y enemigos. Sin embargo, desde ese espacio Gorostegui se esforzó por tender puentes, complicidades entre distintas tradiciones, ya que a su modo ella era una gran mediadora.

Todavía el caso de Haydée Gorostegui nos dice algo más que podría llamarse la Argentina como imposibilidad. Mucho es lo que logró Haydée, ahí están sus trabajos publicados, las personas que formó, las instituciones que apuntaló pero mucho más es lo que pudo haber logrado en otro contexto menos inhóspito que la Argentina de sus años medianos.

Ella y su familia lograron capear bastante bien el proceso abierto en 1966, como vimos. No lograron en cambio sortear con igual fortuna la catástrofe que académica y políticamente comenzó en septiembre de 1974 y que civilizatoriamente se convirtió luego en el crudo invierno de la dictadura militar. Sin opciones, los Torres replegaron sobre Santo Tomé donde Jorge Torres gerenciaba una empresa que producía partes para la FIAT, empresa que luego también cerraría y dejaría el país. Aunque Haydée siguió viajando una vez por semana a la Universidad de Luján, donde había recalado en 1975, hasta su cierre.7 Sin embargo, su actividad principal sería otra: Haydée, amante de la plantas desde siempre, puso un vivero para ayudar a la economía familiar. Nunca dudó en arremangarse. Siete años académicamente perdidos y cuando empezó la expulsión de las instituciones, Gorostegui tenía 47 años…

Cuando se alzó el telón, a fines de 1983, la Facultad de Filosofía y Letras no la repuso en su materia o en una afín sino que le encomendaron la conflictiva cátedra de Historia Contemporánea. Una vez más, solidaria, aceptó, pero ya no quiso hacer más que lo necesario en la UBA y decidió invertir en Luján.

Por lo demás, el paisaje historiográfico era ya otro y las invocaciones a los sesenta eran rituales. Desde luego, cualquier grupo construye genealogías y los historiadores de los ochenta no eran una excepción y si aquellas invocaciones podían ser vistas como parte del pietas erga patres eran mucho más un modo de auto legitimación de los consagrantes que otra cosa. En los hechos, ahora había otras personas, otros temas, otros enfoques y otras lógicas académicas. Pese a ello, recuerdo un día de 1992 cuando en el restaurante L´eau vive de Luján ella presidía satisfecha una larga mesa luego del doctorado honoris causa que la Universidad le había concedido a Halperin (como luego se lo concedería a ella). Quizás en el perceptible gesto complacido de Haydée volvían por un momento, pero era por un momento, esos años sesenta y ese mundo de la calle Viamonte, en el que ella había ocupado un lugar central con su inteligencia, su generosidad y su trabajo.

Notas

1. Trabajo recibido el 03/09/2020. Aceptado el 27/10/2020.
2. Universidad Nacional de San Martín. Universidad de Buenos Aires. Academia Nacional de Historia. Contacto : fernandodevoto@gmail.com
3. Agradezco a Marcela y Gustavo Torres, Mariela Ceva y Agustina Rayes por los materiales que me facilitaron para la realización de este trabajo, a Bibiana Andreucci que me incitó a pensar de nuevo sobre la obra de Haydée Gorostegui y a César Tcach que me invitó a mandarlo a esta revista.
4. Fernand Braudel a Tulio Halperin, 29/11/1965 y Anexo Proyecto “Materiales para el estudio del progreso económico social en la República Argentina”, en Archivo Braudel, Legajo Halperin, entonces (1994) en la Maison des Sciences de l´Homme de Paris.
5. Así lo expresaba con más perplejidad que convicción el mismo Gino Germani (1965), “La inmigración masiva y su papel en la modernización del país” (p. 210).
6. Los datos consignados pertenecen a un actualizado CV de Haydée Gorostegui que me fuera facilitado por su hija Marcela Torres
7. Las relaciones entre Haydée Gorostegui y Angel Castellán fueron un modelo de convivencia y colaboración, inusual en esos años. Se recordó ya que Castellán la había invitado a Gorostegui a volver a la UBA en 1970. Expulsado Castellán de Filosofía y Letras en 1973, Gorostegui colaboró en que fuese contratado inmediatamente por la Universidad Nacional de Luján. Expulsada Gorostegui de la UBA, en 1974, Castellán influyó en que fuese contratada por Luján, al año siguiente

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