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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

On-line version ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.46 Córdoba June 2021

 

ARTICULOS ORIGINALES

Elecciones y cambio político en México ¿nuevas vulnerabilidades?1
Elections and political change in Mexico: new vulnerabilities?

Juan Russo2

Resumen
La vulnerabilidad política es un indicador clave de la estabilidad y el riesgo potencial de una democracia. Gobiernos invulnerables tienen como contrapartida oposiciones débiles. En este trabajo se analiza la vulnerabilidad de los principales partidos políticos en México y su impacto sobre la competitividad, que se pondrá a prueba en las proximas elecciones legislativas de junio 2021. Para atender este objetivo se analizan las recientes elecciones de 2018, a la luz del proceso electoral democrático post-94 y a los rasgos esenciales de dicha evolución política. De modo colateral se presta atención a cambios actuales en el sistema de partidos, a la participación y a nuevos modelos de las organizaciones partidarias.
Palabras clave: elecciones; vulnerabilidad política; cambio electoral; democracia

Abstract
Political vulnerability is a key indicator of the stability and potential risk of a democracy. Invulnerable governments have weak oppositions as a counterpart. This paper analyzes the vulnerability of the main political parties in Mexico and their impact on competitiveness, which will be tested in the upcoming legislative elections in June 2021. To meet this objective, the recent elections of 2018 are analyzed, in light of the post-94 democratic electoral process and the essential features of said political evolution. Collaterally, attention is paid to current changes in the party system, to participation and to new models of party organizations.
Keywords: elections; political vulnerability; electoral change; democracy

Introducción

En esta época de creciente deterioro democrático en diversos países de América Latina y del mundo, incluída Europa (son alarmantes los casos de Hungría y Polonia), la relativa vulnerabilidad de los actores políticos en el gobierno es un elemento clave para asegurar la democracia política. En verdad, la vulnerabilidad distribuída con cierta simetría entre los actores, es un dato positivo de las democracias y que asegura la competencia política y la rotación en el poder. Por el contrario, la tendencia de ciertos gobiernos a blindarse de las criticas y “desgastes”, en caso de prosperar, pueden dar lugar a intentos de perpetuidad en el gobierno, de modo directo o indirecto, modificando las reglas o manipulandolas. El problema de la hegemonía es transversal a las ideologias de izquierda y de derecha. Los recientes casos de Evo Morales en Bolivia y de Trump en Estados Unidos muestran los riesgos y los costos para la democracia que tales intentos pueden tener.

En este trabajo se presta atención a la vulnerabilidad de los principales partidos políticos en México y a su impacto sobre la competitividad, que se pondrá a prueba en las proximas elecciones legislativas de junio 2021. Por vulnerabilidad se entiende “la posibilidad para un gobierno (coalición, partido) de ser sustituido o modificado en su composición como resultado del cambio de las decisiones de los electores” (Bartolini, 1996, p. 252).

Desde 1988 el sistema de partidos hegemónico en México dio lugar a un sistema de pluralismo moderado con tres partidos (Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido de Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática) que presentaron una situación de “vulnerabilidad simétrica”, como lo muestran las alternancias a nivel federal, en el 2000 con el triunfo del PAN, en 2012 con el regreso del PRI al gobierno y en 2018 con el triunfo de MORENA (Movimiento Regeneración Nacional). En verdad, la fecha inicial de aseguramiento de la competencia democrática fue 1994, cuando (a diferencia de lo ocurrido en 1988) el PRI triunfó en la elección presidencial en elecciones justas y libres, fiscalizadas por el Instituto Federal Electoral y que tuvieron escasos cuestionamientos.3 Desde las legislativas de 1997 (con la pérdida inédita del PRI de la mayoría en Diputados y el inicio del período gobierno dividido) nació un sistema de partidos con vulnerabilidad simétrica, que dio lugar a la regular alternancia hasta 2018. Este sistema de vulnerabilidad descansaba en gobiernos relativamente débiles, por cuanto ningun gobierno poseía la mayoría absoluta en el Congreso (Diputados).

Las elecciones del 2018 descongelaron el sistema de gobiernos divididos. ¿Ese descongelamiento de la dinámica de competencia implica un nuevo cuadro de vulnerabilidad (e invulnerabilidad) de los actores políticos? Precisemos antes de abordar esta cuestión, en qué consistió el cambio electoral de 2018.

Los cambios de bloque político en la elección de 2018

Con los comicios de 1988 nació un sistema de tres partidos, el Frente Democrático Nacional (después Partido de la Revolución Democrática), Partido de Acción Nacional y el Partido Revolucionario Institucional y durante tres décadas (1988-2018), el electorado permaneció en un espacio político con un polo mayoritario de centro derecha. Prueba de ello fue la continuidad de las políticas económica y social. En verdad, desde los años ‘80, el bloque político dominante en México fue inalterable a nivel nacional. La alternancia del 2000 fue importante y trascendente para la democratización del orden político, porque por primera vez el partido hegemónico perdió y cedió la presidencia a otro partido, pero en términos de sistema de partidos, se trató solo de una variación dentro del mismo espacio ideológico.

En las elecciones de 2018 los ciudadanos de centro izquierda concentraron su voto en un solo partido, pues la alianza PRD-PAN quitó identidad al primero, otorgando un protagonismo exluyente al candidato panista Ricardo Anaya. Los votantes de centro izquierda tuvieron la opción de votar por un partido de centro derecha, donde se había integrado el PRD, o por un candidato de centro izquierda al que habían ya votado en las elecciones de 2006 y 2012. Lo que pareció con la creación de MORENA, un riesgo de división, fragmentación y debilidad de la izquierda tuvo por el contrario un efecto de crecimiento: por primera vez el centro izquierda alcanzó mayoría electoral propia. Obtener casi el 53% de los sufragios en un sistema de cuatro partidos (con tres competidores) es un resultado de gran magnitud, con fuerte impacto para el ganador, y (por la distancia de apoyo con los otros candidatos) también para los partidos perdedores. La relevancia de esta elección no radicó sólo en la proporción del triunfo electoral de un partido, sino en el cambio electoral del espacio político dominante.

Si se presta atención a la evolución de las preferencias medidas por partido y bloque político se advierte que, en la elección de 1994, el bloque de centro derecha (PRI/PAN) sumó alrededor del 75% de las preferencias, mientras el bloque de centroizquierda (PRD) poco más del 16 %, cifras muy similares a las del 2000 (78% del bloque PRI/PAN y poco más del 16% del PRD). Las elecciones de 2006 fueron una clara disputa entre el centro derecha y el centro izquierda, y si se piensa en términos de partidos, el país quedó dividido en dos mitades entre los dos primeros partidos (PAN y PRD), pero si se piensa en términos de bloques políticos, el centro derecha (PAN/PRI) obtuvo cerca del 60%. Sin embargo, en esa elección del 2006 fue claro el crecimiento de la opción de centro izquierda (del 16 % alcanzado en las elecciones de 1994 y 2000, pasó a cerca del 40%), aunque en la siguiente elección presidencial (2012), el centro derecha encabezado por el PRI (mas el PAN), reunió a más del 60 % de apoyo electoral duplicando al centro izquierda (con poco más del 30%). La etapa de congelamiento de tres décadas ha tenido como beneficio la estabilidad socioeconómica y como costo el estancamiento en la solución de los problemas más sentidos de México.

El abrupto deterioro de la seguridad pública desde 2006, así como la percepción de cinismo y creciente impunidad de la clase política en el gobierno, depreciaron el valor de la estabilidad y acentuaron el hartazgo de los electores. La idea de cambio dominó en la campaña política en 2018, a tal punto que la totalidad de los contendientes (partidos de gobierno y oposición) propuso “el cambio político”. Ese mismo cambio que en las campañas presidenciales de 2006 y 2012 indujo temor cuando no espanto, en 2018 fue percibido como una oportunidad de mejora. En un segmento del empresariado (después de testeos de garantía) el cambio fue visto como una necesidad para reconsolidar el sistema de mercado; y en una parte mayoritaria de los ciudadanos, como una necesidad para mejorar y fortalecer la democracia.

El descongelamiento del sistema de partidos implicó además un desplazamiento de todos los partidos hacia una posición republicana, como lo evidencia la común promesa de priorizar el gasto social, y también una mayor rendición de cuentas. En tal sentido, el populismo (como antinomia del republicanismo) estuvo ausente en estas elecciones. El único contendiente que pudo acreditar tal calificativo fue el gobernador de Nuevo León, “el Bronco”, pero su papel fue marginal en términos de competencia política.

El descongelamiento electoral no solo involucró un cambio en la relación electores/ partidos, también erosionó las fronteras de los propios partidos. El PRD, protagonista desde 1988, se diluyó entre alianzas con el PAN, que poco aportaron, y una fuga de muchos dirigentes hacia Morena. El PAN, redefinió el programa incorporando aspectos del PRD que lo alejaron de sus tradicionales banderas conservadoras, con el costo del conflicto interno y la desmovilización de sus militantes. El PRI no defendió claramente los aciertos de su gestión y se enajenó en propuestas de empleo y transparencia que en su reciente sexenio siempre esquivó.

En el 2000 se produjo una alternancia acotada en México. El reino del centro derecha no se modificó con la alternancia de partidos. El electorado puso una prueba de fuego al orden político anterior, pero, en términos del carácter de los intereses, la prueba de fuego al orden político y social ocurrió en la elección de 2018 con la alternancia de bloque político, ¿es realmente así? A diferencia de lo que aconteció en otros paises de cambio continuo como España (con el triunfo de los socialistas) o Chile (con el triunfo de la oposición durante el plesbiscito y a posteriori con los triunfos socialistas) la alternancia ideológica derecha/izquierda ha supuesto y supone todavía, giros sin riesgo para la democracia. Esto implica la construcción de democracias sobre un contrato social a favor de reglas y de ciertas políticas de estado. En México sin embargo, el contrato democrático estaba incompleto, pues la izquierda como firmante estuvo hasta ahora ausente. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se presenta como un líder de izquierda que propone fortalecer la república y producir políticas igualitarias. Su principal bandera es el combate a la corrupción, que es en gran medida criticar las practicas institucionalizadas del pasado. Con esta bandera, López Obrador ha logrado un enorme apoyo. Al mismo tiempo es un candidato que polariza y que incentiva la polarización. Es posible que la etapa abierta en 2018, dejó atrás la etapa de gobierno dividido para iniciar una etapa de sociedad dividida por proyectos polarizantes.

Por otra parte, la transformación deriva de las consecuencias del descongelamiento afecta al propio sistema de partidos. Es probable que el PRD continue como un partido con creciente debilidad, pues las escasas posiciones políticas actuales no proveen el insuficiente oxigeno para sobrevivir, y la existencia de Morena le quita sentido a su misión originaria. El PAN, fragmentado, ha retornado a su cauce conservador, después del fallido reposicionamiento en el centro propuesto por el candidato presidencial Ricardo Anaya. Por último, el PRI intentará recuperar sus banderas de defensa de la soberanía nacional, así como de la representación social, aunque tambien hay cuadros de envergadura que se han acercado a AMLO, que les recuerda logros históricos compartidos.

¿Cambiará México? Desde que inició la ola de democratización en la región, a mediados de los ochenta en el Cono sur, México fue uno de los países de mayor continuidad política. Cambiar siempre que sea muy gradual y cambiar muy poco, parece ser lo que mejor describe el proceso de transformación política mexicana. Es un lema parecido al gatopardismo de Lampedusa (cambiar todo para que nada cambie), pero con la excepcionalidad mexicana. México cumple y no cumple con el mundo de Lampedusa, como corresponde.

La oportunidad ahora está en manos ahora de la centro izquierda para reconstruir el Estado democrático, devolver la legitimidad y la confianza (en un país con el 97 % de cifra negra de delitos), sensibilizar a las élites respecto de una democracia para todos en un país que cuenta con una de las primeras quince economias del mundo y al mismo tiempo un 60 % de pobres, reconfigurar un vínculo de respeto mutuo con Estados Unidos (en un país donde la migración es la válvula de escape de la ineficacia de las políticas públicas), convertir en fin a México en una democracia mas social. Son desafíos de una envergadura ciclópea.

¿Se prolongará la etapa de gobierno con mayoría del partido de gobierno en el Congreso o es esta una pausa en un nuevo ciclo de gobierno dividido? ¿Va México hacia una democracia mayoritaria o, por el contrario, se reconstruirá una democracia consensual a la mexicana? ¿Cuánto se han fortalecido y cuánto ha crecido la vulnerabilidad de los partidos en los gobiernos de los estados? Despues de 2018, ¿la vulnerabilidad entre los actores es mas asimétrica? En parte estos interrogantes se responderán en las próximas elecciones de 2021.

El sistema de vulnerabilidad simétrica se modificó despues de más de dos décadas en 2018. La novedad de la presidencial del 2018 es, en términos políticos, el triunfo por mayoria absoluta de Morena y, como proceso político desde entonces, una creciente polarización que se expresa en la inédita alianza “Va por México” con los principales partidos (PRI, PAN y PRD) con la finalidad de quitar la mayoría a Morena en el Congreso de la Unión. De nuevo, ¿está México yendo hacia una situación de vulnerabilidad asimétrica? ¿Qué indicadores permiten medir la vulnerabilidad de un actor? Es el tema del proximo apartado.

La vulnerabilidad política de los partidos en México

La vulnerabilidad es una propiedad sistémica y por ello el predominio de un partido se refuerza con su baja vulnerabilidad o con la alta vulnerabilidad del actor competidor. La vulnerabilidad es una relación entre los actores que compiten. En principio pueden considerarse dos tipos: la primera, que podemos llamar vulnerabilidad retrospectiva, centrada en una evaluación del elector respecto de la posición de fortaleza en la capacidad de gobierno pasada de un actor (partido o candidato) y la segunda, vulnerabilidad prospectiva, centrada en un cálculo del elector sobre la probable fortaleza de un actor (partido, candidato) en el gobierno. Es decir, la vulnerabilidad retrospectiva crece cuando la trayectoria pasada del partido en el gobierno está asociada a evaluaciones negativas. La vulnerabilidad prospectiva tiene lugar por déficit de la “productividad” del gobierno o actor político. Así, una causa frecuente es la carencia en la oferta de líderes políticos que puedan competir en las nuevas circunstancias, las divisiones o conflictos internos y la implementación de estrategias inadecuadas. Una condición que facilita la vulnerabilidad del actor de gobierno es la apertura de la población a aceptar a la oposición, es decir, la disponibilidad electoral. Entendemos por tal la existencia de un electorado dispuesto a cambiar su orientación electoral. Así, para que el voto esté disponible, se requiere de la construcción de opciones políticas. Por el contrario, cuando las s opciones son dejadas de lado, entonces hay dos posibilidades para el elector: a) la defección, que se traduce en comportamientos de abstención, o voto protesta; y b) la resignación a la opción de gobierno, como la “menos peor” de las opciones y, en tal sentido, un fortalecimiento de esa opción. Es decir, la disponibilidad se alienta con la existencia de opciones de gobierno, y disminuye cuando los otros partidos no son percibidos como gobiernos potenciales.

Como rasgo sistémico, la vulnerabilidad de un actor político A es resultado de la relación de tres elementos: a) la situación del actor A como partido de gobierno (comportamientos, estrategias, recursos), b) la situación de B como partido de oposición (comportamientos, estrategias, recursos de los competidores de A), en especial la potencialidad de constituirse en alternativa de gobierno y c) la situación de los electores, esto es, incentivos para apoyar alternativas políticas, partidos o coaliciones como candidatos al gobierno.

Desde A, la vulnerabilidad disminuye si hay comportamientos y estrategias que apuntan a disminuir la visibilidad de la frontera entre gobierno y oposición. En primer lugar, ello ocurre cuando, a partir de situaciones de “emergencia nacional”, las políticas del gobierno se presentan como incontestables. Amenazas al régimen, a la seguridad, a la soberanía del Estado contribuyen a que el gobierno incorpore decisiones que debilitan la contestabilidad. En segundo lugar, acaparar issues de valencia puede ser resultado de una pura estrategia política. En particular, si el gobierno logra la atención de la comunidad política sobre estas cuestiones. En tercer lugar, contar con una trayectoria en la que haya mostrado tener responsividad, es un requisito indispensable de la confianza que el electorado tendrá en el gobierno, así como de los tiempos de espera que otorgue para la adopción de decisiones que satisfagan demandas políticas.

Respecto de la situación de B, en primer lugar contribuye a la vulnerabilidad de A la disposición de recursos electorales (cantidad de votos en las elecciones previas) como de recursos organizativos y de alianza con otros actores, a través del apoyo de organizaciones sindicales o actores empresariales, que movilicen a sectores de la población en rechazo de las políticas del gobierno. En segundo lugar, la capacidad política de B para someter a frecuentes test de apoyo al gobierno que pueden consistir en la evaluación sobre la satisfacción de ciertos actores internacionales, o nacionales, respecto de políticas de gobierno. En tercer lugar, resulta de envergadura considerar la capacidad de responsiveness que tuvo en el pasado o si el actor propone un cambio tal que permite al elector privilegiar la dimensión prospectiva, antes que la retroactiva, en la evaluación política o, por último, en casos en que existe responsabilidad de A (por acciones de boicot o de deslealtad) en la incapacidad de gobierno de B (caso extremo de partidos anti régimen), entonces la denuncia de colusión política puede convertir en fortaleza la debilidad de B.

Por último, respecto de los electores, se requiere, ante todo, independencia de recursos de estos respecto de A y de B. Es decir, en primer lugar, las fuentes de los recursos no deben ser poseídas por quienes participen en el gobierno ni tampoco en la oposición. En segundo lugar, la disponibilidad dependerá de las experiencias pasadas o de las promesas futuras que B o A puedan hacer. En tercer lugar, la vulnerabilidad depende de que los electores distingan entre gobierno y oposición. Pues la estrategia de borrar las diferencias entre ambas esferas sea por parte de A o de B descansa en el intento de congelar las diferencias que favorecen a uno o a otro.

¿Cuáles son las condiciones que acompañan y refuerzan el importante desequilibrio entre la vulnerabilidad de Morena y la vulnerabilidad de los competidores, es decir, que refuerzan la vulnerabilidad asimétrica?

La posibilidad de que los electores trasladen sus preferencias de un actor a otro depende, al menos, de cuatro condiciones: 1) se visualizan límites visibles entre oposición y gobierno, es decir, se detectan de modo claro si hay responsabilidad del gobierno en la formulación de las políticas; 2) predominio de issues de posición sobre issues de valencia;4 3) existencia de vulnerabilidad simétrica, es decir, los actores que compiten tienen vulnerabilidades similares una vez que llegan al gobierno; 4) receptividad de la población a la oposición, o sea que la población debe percibir a la oposición como alternativa, cuando rechaza o no comparte políticas del gobierno; es decir la vulnerabilidad supone en términos de la percepción del elector, un gobierno efectivo y la oposición como gobierno potencial.

A fin de avanzar en los escenarios de vulnerabilidad que se abren en la proxima elección es útil mostrar la evolución electoral post ‘94 diferenciando las elecciones presidenciales y las legislativas. Posteriormente nos acercaremos a un cuadro de situación de la vulnerabilidad política a partir de los resultados post 2018, es decir, las elecciones de 2019 y 2020.

Las elecciones 1994-2018

¿Por qué comenzar a contar desde 1994? Un parteaguas en la historia política, en términos de democratización fueron las elecciones de 1994. Se trata de las elecciones inaugurales de la democracia mexicana, es decir, de la instauración democrática, pues se trató de elecciones correctas, y en las que la oposición admitió la derrota. Esta elección fue de continuidad partidaria y de discontinuidad de régimen, porque a pesar de la continuidad del PRI en el gobierno, el partido no contaba con las herramientas ni con la voluntad unificada para mantener los rasgos coercitivos y de manipulación del orden hegemónico. La continuidad ha sido rasgo no sólo típico, sino rasgo sobresaliente, del cambio político mexicano. Como he afirmado en anteriores trabajos (Russo, 2010) la continuidad política mexicana es mayor que la continuidad española, brasileña o chilena, para mencionar otros casos de cambio político continuo. Por ello, no debe sorprender que el cambio de régimen ocurra con la continuidad del propio PRI.

Elecciones presidenciales

La elección presidencial del ‘94 implicó un muy alto nivel de participación electoral (77% del padrón), que no se repetiría en el futuro, y el candidato electo tuvo un alto nivel de apoyo (48,69%), que solo sería superado en las presidenciales de 2018. Por su parte el PAN se posicionó segundo con el 25,92 y el PRD con el 16,59%. Por lo que la oposición en conjunto obtuvo mas del 42 por ciento, cifra muy significativa a la luz de la historia política mexicana.

Por otra parte, los comicios del 2000 (las elecciones de la alternancia política) fueron la verificación del cambio de régimen político. El PAN obtuvo un apoyo inédito del electorado, que no volvería a repetirse (42,52%) y el PRI cayó doce puntos respecto de la presidencial anterior (36,11%). Por su parte, el PRD mantuvo estable los niveles de apoyo del ‘94 (16,64%). La participación electoral en esta eleccion fue de casi el 64%, participación alta si se toma la media en el periodo post instauración democrática en México. A este punto el orden político mexicano habrá dado evidencias que el pasado hegemónico había quedado atrás. No obstante, las inalterables continuidades en términos de administración del Estado y de políticas públicas relevantes, el control político ya no pertenecía a ningun partido.

La elección presidencial de 2006 mostrará estas novedades en términos del reposicionamiento de los actores contendientes. En las elecciones presidenciales de 1994 y 2000 el PRI fue uno de los polos políticos. Por el contrario, en esta elección el PRI quedó desplazado a un tercer lugar. Así como la elección del 2000 llevó a la presidencia a un candidato no priista, la elección del 2006 no tuvo como principal contendiente a un miembro del PRI. La polarización ocurrió entre López Obrador, candidato del PRD y Felipe Calderón, candidato del PAN, que reunieron en conjunto mas del 70% de los sufragios. Esta elección mostró que la vulnerabilidad en México había llegado efectivamente a todos los partidos. El sistema tripartidista alcanzó un “equilibrio de competencia” en el que todos podían ganar o perder una elección, y ser contendientes principales. Se trató de una elección muy cerrada entre AMLO y Felipe Calderón, con menos de un punto de diferencia (35,91 a 35,29%) que dio lugar a cuestionamientos por parte del candidato derrotado (AMLO) exigiendo el recuento de los votos, hecho que no aconteció.

La siguiente elección presidencial (2012) mostró nuevamente a AMLO como principal contendiente, esta vez con el candidato del PRI. Los dos períodos panistas generaron un desgaste en los gobiernos panistas y la “guerra al narcotráfico” planteada por Calderón sumió a México en una ola de violencia del narcotráfico inédita que en el periodo 2006-2018, implicó la muerte por asesinato de alrededor e un cuarto de millón de personas (https://www.animalpolitico.com/el-foco/el-saldo-de-dos-sexenios-de-guerra/). Esta estrategia de guerra desde el Estado de Felipe Calderón ha sido interpretada como un mecanismo de legitimación que usó el presidente para contrarestar los cuestionamientos a su ajustado triunfo electoral por parte de la oposición de izquierda. El resultado a su estrategia, sin embargo, no le fue favorable. Como se vió en las siguientes elecciones presidenciales, el PAN terminó rezagado a un tercer lugar en 2012 y a una magrísima cosecha de votos en 2018. En 2012, el PRI venció en la contienda con el ex gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, por 5 puntos de difrencia (PRI: 38,2 % vs PRD: 32.6%). La participación electoral se mantuvo en niveles similares a la presidencial anterior, girando en torno al 63%.

Por último y en breve, la presidencial de 2018 presentó novedades importantes por su probable impacto futuro. En primer lugar, desde la instauración democrática del ‘94, ningún partido había obtenido la mayoría de los votos (Morena 53,19%), con lo cual se terminó el ciclo de gobiernos divididos iniciado en 1997. En segundo lugar, la distancia entre el primer partido y el resto fue de más de treinta puntos sobre el segundo –el PAN–, que obtuvo el 22.2%, y de más de treinta y seis puntos sobre el tercero –el PRI–, que alcanzó el 16,4%, el peor resultado de su historia en una presidencial. La fuerte derrota del PAN se potencia negativamente, pues concurrió en alianza con el PRD. La elección de 2018 mostró así un apoyo inédito a un candidato presidencial en elecciones libres y el peor desempeño de los contendientes. La otra novedad de esta elección atañe a la personalización de la política.

Elecciones legislativas federales

Las elecciones legislativas reflejan en gran medida la evaluación de los ciudadanos sobre el desempeño del gobierno, constituyen una elección donde el peso de lo territorial (estatal, municipal) es mayor que en las elecciones presidenciales. Al mismo tiempo, estas elecciones pueden implicar una tendencia y aviso de lo que ocurrirá en la siguiente eleccion presidencial. A diferencia de lo que acontece en otros paises, en México una constante post ‘94 ha sido la disminución del apoyo al partido de gobierno y un crecimiento del voto opositor. Así, en las elecciones de 1997, el PRI perdió mas de diez puntos respecto de la presidencial con lo que dejó de tener (por primera vez) la mayoría absoluta en Diputados, dando inicio al ciclo de gobiernos divididos. En los partidos de oposición, el PAN se mantuvo estable, con un crecimiento de casi un punto, y el PRD creció en más de nueve puntos.

Si analizamos la elección legislativa de 2009, con relación a la presidencial de 2006, vemos que el partido de gobierno (PAN) es derrotado, perdiendo casi ocho puntos, y el PRI crece casi quince puntos, canalizando votos del descontento hacia el gobierno y hacia el PRD, inmerso en un proceso de crisis, consumido por el faccionalismo interno y la débil capacidad de las estructuras partidarias y sus candidatos para movilizar las preferencias electorales. La elección de 2009, como la de 2015 hablan claramente del peso del factor AMLO, en las preferencias ciudadanas, por el costo sobre el PRD cuando no tiene un candidato que agregue preferencias.

Por último, en la elección legislativa de 2015, el partido de gobierno perdió casi ocho puntos, mientras que el PRD más de veinte. Los tres principales partidos perdieron, incluído el PAN (3,2% menos). Es la elección en la que emergió Morena, el partido personal de AMLO, creado en octubre de 2011. Como puede verse en la Tabla 2, no solo Morena hace su aparición en la escena electoral, sino también el Partido Verde, tradicional aliado del PRI, con un desempeño individual del 7,2 %, Movimiento Ciudadano (6,4 %), Nueva Alianza (3,9%), Partido Encuentro social (3,5%) y el PT (2,9%).

Por primera vez desde el ‘94, el espacio partidario se fragmentó en cinco partidos pequeños pero relevantes por su ocupación de bancas en Diputados y por la consiguiente capacidad de alianzas. La suma de los “pequeños partidos” alcanza a mas de un tercio de los votos, cifra superior al partido que más votos obtuvo. También significa el doble de lo obtenido por las pequeñas formaciones en la anterior legislativa de 2009. El crecimiento de los pequeños partidos fue constante desde 1997 con una primera etapa de crecimiento en 2003 (pasaron de representar el 6,5 al 16%), una siguiente etapa de estabilización que se mantuvo en alrededor del 16% (elecciones de 2003 y 2009) y un punto de nueva inestabilidad en 2015, duplicando la representación electoral (se pasó del 16,2 a 32,9%) e indicará una creciente inestabilidad en el sistema de partidos. La fragmentación del 2015 anunció un menor peso de las estructuras partidarias tradicionales y el ascenso del partido personal Morena.

Algunos cambios post 2018

Cambios en la dinámica del sistema de partidos

En términos relativos, la elección de 2018 cambió la dinamica del sistema de partidos. El sistema de partidos post 1988-2012 es un sistema tripolar (PRI/PAN/PRD) y con competencia centrípeta. Esta dinámica se nutrió, por una parte, en políticas socioeconómicas y fundamentalmente en un discurso político, de continuidad. Por el contrario, el cambio en 2018 ha tenido fundamentalmente carácter simbólico: se trata de legitimar la idea de igualdad, por sobre la naturalización de la desigualdad social, la de respeto a la ley y la autolimitación de los representantes por sobre el patrimonialismo institucionalizado.

Desde la elección de 2015, el crecimiento de la fragmentación partidista dio lugar a que los competidores tradicionales (PRI, PAN y PRD) disminuyeran ostensiblemente sus apoyos, dando espacio a nuevas formaciones o el fortalecimiento de las existentes, así como a una dinámica de competición de creciente bipolarización, a partir del liderazgo de López Obrador y su partido personal, Morena. López Obrador subraya día a día, en sus conferencias de prensa (las mañaneras) un antes y un despues en el México contemporáneo, tomando distancia “del sistema de corrupción y de la impunidad y neoliberalismo” que habría imperado desde las últimas décadas a la actualidad. La rentabilidad en su popularidad, según las principales encuestadoras, constituye una amenaza clara para los principales competidores políticos (PRI, PAN y PRD) que han conformado un frente unico “va por México”.

La dinámica de la participación electoral

Como ocurre en la generalidad de los paises de sistema presidencial, las elecciones legislativas son menos movilizadoras de la participación política que las presidenciales. Así, las elecciones presidenciales se han estabilizado post instauración democrática en poco más del 60%, con la excepción del 2006, en que hubo una caída de más de cinco puntos (58,5%). También resulta excepcional la cifra del 77 % en las presidenciales del ‘94. Aún elecciones de fuerte bipolarización como la del 2018 mantendrán la participación en poco más del 60%. Por otra parte, las elecciones legislativas del 97 son excepcionalmente altas en participación (71%) y la contrapartida de las legislativas 2003 (41%), es decir, 30 puntos de descenso de participación en solo seis años. Semejante alejamiento de los ciudadanos ha sido explicado a la luz de dos factores: la post transición, que significaba “sacar al PRI de los Pinos”: cumplida esta expectativa, muchos ciudadanos se recluyeron en temas no políticos; y el desencanto con la orientación seguida por Vicente Fox, que después de una campaña con grandes promesas de cambio, apostó por la continuidad de políticas socioeconómicas y por acordar con el PRI en el Congreso a fin de asegurar la gobernabilidad. Así, los ciudadanos mexicanos que participan evalúan con crudeza a su gobierno en las legislativas y el número de los que no participan crece de modo significativo, con cifras que giraron en el último tiempo en alrededor de un 15%.

El factor carisma y la política personal

La elección del 2000 mostró el carisma de Vicente Fox, que implicó un crecimiento al PAN de 16 puntos percentuales, respecto de la elección de 1994. Cuando el factor carisma fue débil, el PAN disminuyó su apoyo en la presidencial del 2006 en 6%. El factor carisma fue muy importante en la elección del candidado del PRI, en el 2012, con un crecimiento similar con respecto a la elección del 2000 con el PAN. Enrique Peña Nieto obtuvo 16 puntos más que el candidato del PRI en 2006. Lopez Obrador aumentó en la elección de 2018 más de 20 puntos respecto de la presidencial del 2012. Pero debe diferenciarse este caso de los anteriores en dos aspectos. El propio AMLO fue el candidato en ambas elecciones y, en tal sentido, se trata de un proceso de crecimiento político; en segundo lugar, Lopez Obrador creó un partido personal (Calise, 2010) en 2014 y en cuatro años llegó al gobierno. Los cambios tecnológicos están implicando transformaciones sociales y culturales profundas, que impactan sobre los electores, la dinámica de competición y los modelos organizativos partidarios.

El factor carisma refuerza la personalización actual de la política. Liderazgos personalistas como el de López Obrador así como la capacidad de organizar en un corto tiempo un partido a su imagen y semejanza, con alta eficacia electoral descansa en nuevos recursos tecnológicos como internet y las redes. En cierto modo la nueva política digitalizada constituye, con nuevas formas, “un retorno” a las viejas épocas de la política de masas y un alejamiento con los modos del catch all party. Esto no es tan sorprendente, cuando se constata que, de modo similar, el catch all party asemejaba en varios aspectos de su mecánica a los partidos de élite. Esto en el sentido de un acercamiento directo entre líder político y ciudadanos. Los líderes a traces de sus cuentas personales pueden comunicarse e interactuar, como se hacía en las plazas de la primera mitad del siglo pasado. Estas nuevas “plazas” hoy agregan la posibilidad de la interacción suprando la unidireccionalidad que imponía la televisión. También dan lugar a una nueva personalización de la política por cuanto el líder puede comunicarse sin intermediación, ni de militantes como en epocas del partido de masas ni via un espacio mediado como la televisión, con una multitud de ciudadanos. Otro rasgo que recuerda la “vieja política” de masas es la intensidad afectiva de la política manifestada en los propios líderes que pueden transmitir sus impresiones personales, como en la masa de los nuevos militantes. La polarización y radicalización inducida por los líderes en las redes se refuerza por su propia dinámica de creación de las llamadas “cámaras de eco” (Jamieson y Capella, 2010), por la generación de comunidades homogéneas y tribalizadas en la defensa de posiciones ideológicas. En particular redes como Facebook y Twitter muestran efectos de polarización y los líderes mas radicales cuentan con mayor número de seguidores y de likes que los moderados (Hughes y Lam, 2017). La base de seguidores y militantes se integra por una masa de trolls y otras figuras que reemplazan en gran medida la prédica de los militantes de los partidos de masas, desplazados por la televisión en epocas del catch all party. Respecto de la financiación también hay similitudes, pues –como lo mostró de modo pionero Barak Obama–, una campaña puede financiarse en gran medida con el pequeño aporte de cada simpatizante, al estilo de cuando los obreros en los años 50 financiaban, en razón del gran número de miembros, con una módica cantidad a su partido. Interesa en lo que sigue atender al mapa electoral post 2018, a fin de enfocarnos en la vulnerabilidad de los partidos. Los estados constituyen las arenas fundamentales de las elecciones legislativas.

El avance territorial de Morena y las elecciones 2020-2021

Las elecciones de 2018 expresaron el masivo rechazo a la presidencia de Enrique Peña Nieto, y el PRI no venció en ninguna de las gobernaciones que estaban en juego. El PAN, que venció en Guanajuato, Yucatán y Puebla tuvo que resignar este ultimo estado en una nueva elección a raíz de la muerte de la gobernadora, y en la que triunfó el candidato de Morena. De modo tal que Morena, además de la mayoría electoral federal, triunfó en cuatro de las nueve gobernaciones que se disputaron: la Ciudad de México, Tabasco, Veracruz y Chiapas. Un dato significativo, por el potencial de los recursos políticos, fue el amplio triunfo de Morena en las elecciones legislativas locales. Morena logró mayoría en 19 estados de 26 que renovaron sus camaras legislativas. Un triunfo que abarca el norte y el sur de México.5 En algunos estados logró una mayoría abrumadora, como Tlaxcala, Tabasco, Ciudad de México y Estado de México. Así, en Hidalgo donde el PRI ha gobernado de modo inalterable, obtuvo las 18 diputaciones de mayoría relativa, en Tlaxcala, de fuerte raiz priista, obtuvo la totalidad de las bancas y un resultado similar obtuvo en Tabasco. En la Ciudad de México, Morena obtuvo 29 (31 si se suman las bancas de sus aliados Partido de Trabajo y Partido Verde) de las 33 diputaciones por el principio de mayoría relativa6 y 8 por representación proporcional (12 si se suma a sus aliados); es decir logró 37 (43 con los aliados electorales) de las 66 bancas. Los resultados fueron similares en los estados del norte y del sur y fueron más renuentes en el centro. En particular en la región del Bajío. Así, en Jalisco de 20 distritos en competición venció en 3, en Querétaro logró 3 de 15, en Aguascalientes 4 de 18 y en Guanajuato (único estado donde fue derrotado Lopez Obrador en la elección presidencial) venció en 1 de los 22 en disputa. Los resultados fueron similares en los estados del norte y del sur y fueron más renuentes en el centro. En particular en la región del Bajío. Así, en Jalisco de 20 distritos en competición venció en 3, en Querétaro logró 3 de 15, en Aguascalientes 4 de 18 y en Guanajuato (único estado donde fue derrotado Lopez Obrador en la elección presidencial) venció en 1 de los 22 en disputa.

En las elecciones de 2019 se reforzó la tendencia a favor de Morena, sumando las gobernaciones de Puebla y de Baja California. En las elecciones locales venció en Puebla, Baja California, Aguascalientes, Durango, Quintana Roo y Tamapulipas. Teniendo en cuenta su reciente fundación (2011) y reconocimiento del INE en 2014, Morena ha logrado un sólido avance de apoyo electoral. Actualmente es el partido que cuenta con la mayoría de los Congresos locales, con el gobierno de 346 municipios (14%) (en tercer lugar, por detrás del PRI con 544 y del PAN con 450) y 56 de estos se localizan en el poderoso Estado de México. La población de municipios gobernados por Morena alcanza a más de 36 millones de habitantes, solo por detrás del PRI, que cuenta con 42 millones de mexicanos.

Así como las elecciones de 2018 se tradujeron en un castigo electoral para el PRI, las del 2019 lo representaron para el PAN, que además de perder las gobernaciones de Baja california y Puebla obtuvo menos votos que los escasos del 2018. Para el PRI, el resultado también fue muy negativo en 2018 y 2019 y actualmente sus gobiernos estatales tienen mayoría de la oposición en el Congreso local, con escasas excepciones (Campeche y Coahuila). El proceso electoral en 2020-2021 inició en octubre pasado en dos estados con fuerte tradición priista: Hidalgo y Coahuila. En Hidalgo hubo elecciones municipales que expresaron una amplia fragmentación de las preferencias. Ningún partido logró una porción mayoritaria de los votos. El PRI logró el 25% de los sufragios y 31 de los 84 ayuntamientos. Morena participó en algunos municipios con alianza y en otros de forma solitaria y, en conjunto, venció en 16 municipios obteniendo aproximadamente el 17% de los votos estatales. El PAN obtuvo en solitario 5 ayuntamientos y en alianza con el PRD 6, es decir, un total de 11 municipios, con un porcentaje de votos del 11%. Resultaron competitivas las opciones locales que vencieron en 9 municipios logrando el 14% de los votos.7

Por su parte, en el estado de Coahuila hubo elecciones legislativas en el Congreso estatal, y el PRI obtuvo más del 50% de los votos (51.4%) frente a Morena que obtuvo el 20 y al PAN que logró el 10%. Si bien fue clara la vicoria del PRI y una reivindicación después de la dura derrota en el 2018, el análisis de los resultados debe prestar atención al retroceso electoral del PRI en 2 puntos respecto de la anterior legislativa y de 9 puntos para el PAN. Morena no logró el triunfo, es decir, la mayoria electora, en Hidalgo ni en Coahuila, pero se convirtió en el principal contendiente del PRI en estados que no conocen la alternancia y son gobernados desde hace más de 90 años por la misma raíz política (PNR/PRM/PRI) (Russo, 2010).

Las elecciones del próximo 6 de junio movilizarán a la totalidad de los estados y municipios, dando espacio a más de veinte mil cargos locales y a 15 nuevos gobernadores. Es difícil pronosticar resultados, pues no se conoce el impacto político que la pandemia y efectos colaterales, como el desempleo y la caída de la actividad económica, tendrán sobre las orientaciones electorales, aunque es claro que se tratará de la elección más polarizada desde el ‘94. La polarización ya es un hecho cristalizado en la Unión de los tres principales partidos de oposicion, a través de la alianza Va por México en once de las quince gobernaciones en disputa,8 de los cuales el PRI ha logrado el respaldo de la alianza a seis candidatos a gobernador, el PAN a cuatro y el PRD a uno.

Sobre la vulnerabilidad del gobierno AMLO, a modo de conclusión

Para finalizar, volvamos a la cuestión de la vulnerabilidad política ¿Cuánto se está construyendo con el gobierno AMLO un poder que incrementa la invulnerabilidad del gobierno y disminuye la vulnerabilidad de la oposición?

El gobierno de López Obrador ejerce política de adversarios (Finer, 1975), donde existe una clara y remarcada diferenciación con la oposición. Las políticas públicas encabezadas por el gobierno federal se hacen en el marco de diferenciación con la oposición. Si bien ello le permite capitalizar la decisión cuando hay apoyo, al mismo tiempo el gobierno queda expuesto al desgaste político ante eventuales fracasos y errores. El gobierno de AMLO es un gobierno de diferenciación y de identidad explícita, que se resume en una posición ideológica liberal de izquierda y nacionalista y no propone la cooptación de otros actores con identidades diferentes. Las declaraciones diarias a la prensa no intentan evidenciar puntos en común con las otras fuerzas políticas ni buscan un gobierno de consensos, sino una competencia política de suma cero.

Si bien hay issues de valencia, como es la honestidad en el ejercicio de la función pública (“la lucha contra la corrupción”), la defensa de los intereses de la nación o la estabilidad de la economía, también hay un posicionamiento sobre los issues de posición, vinculados con sus proyectos de políticas públicas como la construcción del Tren Maya y Tren Transístmico, la edificación del nuevo Aeropuerto en Santa Lucía, la apertura de nuevas refinerías de petróleo, así como el incremento sostenido del salario base. Es decir, hay una defensa específica de políticas públicas y la disposición a debatir y dividir a partir de ellas.

Deberá evaluarse la próxima elección para determinar la simetría de vulnerabilidad entre los actores de gobierno y la oposición. La estrategia de generar una gran coalición de oposición es una apuesta extrema que, en caso de tener éxito, puede incrementar la vulnerabilidad del gobierno a nivel federal, como ocurrió con la legislativa del 2009, con la derrota del PAN. Pero también constituye un riesgo por cuanto, en caso de ser derrotados, consagrará dos polos en la política mexicana y fortalecerá significativamente al gobierno. Se cumpliría, respecto del gobierno, con la famosa frase: “lo que no te mata te fortalece”. En resumen, una derrota de AMLO incrementará la vulnerabilidad simétrica y un triunfo reforzará el resultado de 2018, agravando las dificultades y quizás poniendo en crisis a los competidores.

Por último, las elecciones legislativas ponen en evidencia la capacidad de los partidos en cada estado y la receptividad de los ciudadanos a la oposición a Morena dependerá de la calidad y desempeño de los candidatos, así como de las estructuras partidarias en cada estado. Morena cuenta con los recursos del Estado Federal y un liderazgo indiscutido, pero es un nuevo actor político y en cada estado deberá competir con partidos que cuentan con tradiciones, organización y una penetración territorial amplia. Al mismo tiempo, los gobiernos de cada estado harán uso de sus multiples recursos para competir de modo eficaz. Para Morena, competir en muchos estados supone revertir la situación dominante desde hace décadas.

Notas

1. Trabajo recibido 29/03/2021. Aceptado el 26/05/2021.
2. Universidad de Guanajuato, Investigador Nacional nivel 3, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (México). Contacto: juan_russo@hotmail.com
3. Las elecciones en 1994 se repitieron en algunos estados como Puebla, después de impugnaciones.
4. Los issues de posición “implican demandas de acción de gobierno sobre un conjunto de alternativas sobre las cuales se define una distribución de preferencias de los electores”. Issues de valencia implican la asociación de los partidos con alguna condición evaluada positiva o negativamente por el electorado en su conjunto” (Stokes, 1966, p. 372).
5. Morena logró mayoría en los estratégicos Ciudad de México y estado de México, Baja California, Colima, Chiapas, Durango, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas.
6. El Congreso de la Ciudad de México está integrado por 66 diputado, de los cuales 33 se eligen por el mayoría relativa, es decir, por mayoría simple en distritos electorales uninominales, y la otra mitad por representación proporcional.
7. Nueva Alianza Hidalgo obtuvo el 9,5% de los votos y cinco municipios, y Encuentro Social de Hidalgo el 4.6% y 4 presidencias municipales.
8. Va por México presenta candidatos de unidad en Baja California, Baja California Sur, Campeche, Colima, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí, Sonora, Sinaloa, Zacatecas y Tlaxcala. Por otra parte siguen estrategias diferentes en los otros estados donde se celebran elecciones: en Querétaro, el PAN presenta su propio candidato; en Guerrero y Nuevo León, el PRI y el PRD presentan un candidato común y en Chihuahua la alianza incluye solo al PAN y al PRD.

Referencias bibliográficas

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