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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.46 Córdoba jun. 2021

 

BIBLIOGRAFICAS

Dubet, F. (2020). La época de las pasiones tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 123 pp.

Paula Zubillaga1

¿Cómo dar una solución política al régimen de desigualdades múltiples? ¿Cómo ofrecer perspectivas de justicia social y fortalecer la vida democrática? ¿Cómo pasar de la indignación individual a la fuerza política colectiva? Estas son algunas de las preguntas que articula el nuevo libro de François Dubet, en el que se interesa por los vínculos entre el nuevo régimen de desigualdades sociales, las experiencias de los actores y sus efectos sobre la vida política e ideológica. La época de las pasiones tristes forma parte de las últimas publicaciones del sociólogo francés, dedicadas a indagar las teorías y percepciones sobre el par justicia/injusticia y las desigualdades sociales y, aunque el análisis y las conclusiones se refieren fundamentalmente a Europa en general y a Francia en particular, se presentan ideas que permiten pensar la problemática en términos más generales.

A partir del trabajo con encuestas, entrevistas y bibliografía especializada, Dubet intenta comprender el papel que juegan las desigualdades sociales en el actual despliegue de lo que denomina “pasiones tristes”: la ira, el odio, el enojo, la frustración, la indignación y el resentimiento. Para tal fin, a lo largo del libro dialoga con diversos pensadores como K. Marx, M. Weber, P. Bourdieu, E. Durkheim, Tocqueville, P. Rosanvallon, R. Aron, E. Laclau y E. Traverso, entre otros.

La hipótesis que estructura la obra es que las pasiones que caracterizan a la época en que vivimos se explican por la transformación del régimen de desigualdades. Según el sociólogo francés, en el régimen anterior –el de las desigualdades de clase social constituido en las sociedades industriales nacionales– las desigualdades parecían inscriptas en la estructura social, en un sistema percibido como injusto pero relativamente estable y legible. En la actualidad, las desigualdades se han multiplicado e individualizado, transformando la vivencia que tenemos de ellas. En este contexto, cada uno se ve enfrentado a diversas desigualdades que se viven como una experiencia singular, una humillación, una sumatoria de pruebas individuales que ponen a los sujetos en entredicho a escala personal, fuera de las categorías colectivas que daban un sentido compartido. Es decir, sufrimientos íntimos que llevan a “pasiones tristes”, sin que exista una expresión política que las canalice y proponga otro horizonte de justicia social y vida democrática.

Según Dubet, las desigualdades se viven cada vez más dolorosamente y, al multiplicarse y singularizarse, han ampliado el espacio para compararse y evaluarse respecto a quienes están más cerca de uno. En este nuevo régimen, las grandes desigualdades resultan abstractas por su propia magnitud y no irritan tanto, resultando menos significativas que las “pequeñas” desigualdades que se experimentan cotidiana y directamente. Al diversificarse los criterios, los sujetos se perciben como más o menos desfavorecidos en función de distintas dimensiones (sexo, edad, generación, nacionalidad, ingresos, trabajo, título educativo, etc.). Al singularizarse los autoposicionamientos, las experiencias y las definiciones de sí, al ser iguales y desiguales “en calidad de”, los individuos se comparan –a veces fina y obsesivamente– con quienes están más cerca, con los próximos: compañeros de estudios, colegas de trabajo y/o profesión, etc. Para Dubet, esta situación explicaría por qué a veces cuesta tanto movilizarse y hacerse oír de forma comunitaria. La conciencia de una desigualdad común es frágil y pareciera que cada cual está interesado en defender su propia posición relativa. De esta forma, la frustración individual no se transforma con facilidad en experiencia y acción colectiva. La consecuencia es que, en el actual régimen, las desigualdades no logran inscribirse en “grandes relatos” que les den sentido, expliquen sus causas, elaboren proyectos para combatirlas y brinden alguna perspectiva. Así, la distancia que se genera entre estas “pruebas individuales” y las apuestas colectivas, da lugar a “pasiones tristes” que no se transforman en movimientos sociales o programas políticos. Según el sociólogo, solo alimentan a expresiones que caracteriza como “populistas” que no dan respuesta a las grandes desigualdades, puesto que en lugar de combatirlas sólo se indignan y las denuncian.

El autor señala que las disparidades ya no son tan nítidas o tajantes como en el régimen anterior y que el mundo se encuentra fraccionado en una multitud de nuevos y viejos criterios y dimensiones de diferenciación, en función de los diversos bienes económicos y culturales de que disponemos y las esferas a las cuales pertenecemos, generando grupos y subgrupos que no se definen como clase. En el régimen actual, los individuos se definen como más o menos iguales o desiguales “en calidad de” una lista que no es nueva y es infinita, pero lo interesante es que la representación y experiencia de las desigualdades, siguiendo al sociólogo francés, se alejan gradualmente de las que dominaban el régimen anterior, en que la posición de clase parecía asociada a una conciencia y un modo de vida determinado, algo que está bien analizado en el primer capítulo “El fin de la sociedad de clases”.

Siguiendo a Dubet, durante el régimen de desigualdades previo, el lugar en la división del trabajo era central: las posiciones sociales se definían por el trabajo. En ese marco, la representación política se construyó alrededor de conflictos de clase, estableciéndose izquierdas y derechas que supuestamente representaban a las clases y sus intereses. Ese régimen tuvo su expresión en movimientos sociales y sindicatos orientados hacia un modelo de justicia que apuntaba a reducir las desigualdades entre las posiciones sociales por medio de derechos, servicios públicos y transferencias sociales. A diferencia del actual régimen, las “pruebas individuales” estaban inscriptas en apuestas colectivas que proponían utopías. En esa línea, una característica clave para entender nuestra época es el trastorno en la representación política: las clases populares ya no votan mayoritariamente a los partidos que proclaman representarlas, por lo que el sufragio ya no puede interpretarse como la expresión de una conciencia de clase. Es necesario aclarar que el autor no discute la existencia o no de clases sociales, sino que se pregunta si el régimen de clases sigue estructurando las desigualdades y si enmarca las representaciones e identidades de los sujetos.

Dubet señala que el agotamiento y estallido del régimen de clases –producto de las mutaciones del capitalismo mundial– abrió el espacio de las desigualdades a la multiplicación de los grupos, entre los cuales existe actualmente una jerarquía fina de niveles de consumo que sustituye a las viejas barreras de clase. Hoy por hoy, sostiene el autor, la posición social se expone sin cesar a través de un consumo diferenciado por el tipo, el precio, la marca y la categoría, que exacerba los procesos de distinción. Los grupos afectados por las desigualdades, así como los criterios y bienes a partir de los cuales se perciben, se han multiplicado. Las posiciones en las diversas escalas de desigualdades ya no coinciden tan necesariamente como podía pensarse en el régimen de clases. Así, cada grupo, a priori homogéneo, está surcado por numerosas diferencias. Al incrementarse y ser el resultado de la sumatoria de pequeñas desigualdades, acentúan la singularidad de las trayectorias y los sentimientos de injusticia.

El capítulo 3 “Experiencias y críticas de las desigualdades”, da cuenta de cómo las desigualdades múltiples se asocian a la norma de la igualdad de oportunidades meritocrática, que se convierte poco a poco en el modelo de justicia social. Para Dubet, ese modelo de justicia es una visión de la vida social que apunta a producir “desigualdades justas”, por proceder de una competencia basada en el mérito. Dentro de ese marco, las desigualdades se definen y viven gradualmente como discriminaciones que exigen una sanción jurídica y dispositivos específicos, más que una política global centrada en su reducción. Así, la discriminación se convierte en una de las figuras esenciales de la injusticia, a la vez que el respeto se convierte en el valor central al que los individuos apelan en nombre de su singularidad e igualdad. En el régimen actual, cualquier sujeto puede interpretar las desigualdades sociales en términos de “discriminación” y “heridas personales” y hacer valer su estatus de víctima “en calidad de”, lo que según el autor lleva a la extensión del campo de la “victimología”. Para ser reconocidos como una víctima, los individuos denuncian a las “falsas víctimas” que sacan “ventajas indebidas”. Así, las víctimas del sistema –pobres, extranjeros, etc.– son percibidas como amenazas, constituyendo para Dubet el fenómeno más asombroso –y deprimente– de la crítica de las desigualdades. Según el autor, este resentimiento obedece al miedo a perder el propio rango en el orden de las desigualdades en un contexto en que la micromovilidad ha ganado importancia. Un temor al desclasamiento, a decaer, asociado a su vez a la creencia en la meritocracia y la igualdad de oportunidades.

En línea con lo anterior, el sociólogo sostiene que la sospecha general que suscitan los desempleados y beneficiarios de prestaciones se debe al agotamiento de la representación del contrato social que estaba en el fundamento del Estado de Bienestar, el cual se apoyaba en la idea de que el trabajo daba derechos en función del aporte de cada cual a la riqueza nacional. Ese contrato social se fraccionó en una multitud de políticas sociales focalizadas en programas sociales específicos, es decir que, sin abandonar el sistema general de protección, los Estados idean incontables políticas y dispositivos que apuntan a desigualdades particulares y problemas sociales singulares. Así, como el acceso a los derechos sociales se tornó complicado y el sistema de políticas y mecanismos es ilegible, cualquiera puede creer que paga en demasía, que lo estafan, que otros perciben demasiado y/o que no lo merecen.

Una consecuencia del régimen actual que el autor marca a lo largo de toda la obra es la distancia que se produce entre la crítica individual y la vida política. Es decir, la individualización de las desigualdades escapa a los procesos de representación política y social, y todo sucede como si las experiencias personales estuvieran desconectadas de la visión global de la sociedad. Así, esas experiencias no se transforman en críticas homogéneas y movimientos sociales organizados, sino que se manifiestan en iras y raptos de indignación en el espacio público, en especial en las redes sociales y programas televisivos. Siguiendo al autor, como ya no es necesario asociarse a otros y organizarse para exponer públicamente nuestras opiniones y emociones, cada uno se vuelve militante de su propia causa, sin que exista una convergencia de luchas. Esto lo desarrolla especialmente en el cuarto y último capítulo, “Iras e indignaciones”, en el que da cuenta de la invasión de las “pasiones tristes” en internet y sostiene la idea de la denuncia de las desigualdades como “desahogo”, es decir, algo puntual, inmediato, directo y singular que los mecanismos tradicionales de acción colectiva y toma de la palabra pública no canalizan ni enmarcan.

Ciertamente podría esperarse que la crítica de las desigualdades fortalezca a los sindicatos, los movimientos sociales y los partidos políticos favorables a la igualdad social. Sin embargo, ninguno parece estar en condiciones de canalizar las “pasiones tristes” y, de hecho, según Dubet, están perdiendo terreno. A su vez, este vacío político no hace más que fortalecer la ira y la desconfianza hacia la democracia representativa. El autor concluye que, al no encontrar una expresión política constructiva, las desigualdades múltiples sólo engendran desconfianza, demagogia y experiencias “populistas” que se indignan y denuncian las injusticias pero que no resuelven el problema de las desigualdades que atraviesan a la sociedad.

Dubet no estigmatiza la indignación, al contrario, sostiene que es positiva, dado que es el resorte político para la protesta y la movilización. El problema que ve es que se asiste a su rutinización y la única manera de transformarla en fuerza social es una oferta política racional. La solución que sugiere es que las izquierdas democráticas se apropien de las preguntas planteadas por los distintos populismos y las respondan proponiendo otro horizonte de justicia social y vida democrática.

La publicación de esta obra evidencia, una vez más, la necesidad y la importancia de continuar reflexionando en torno al capitalismo, sus mutaciones y sus efectos sobre las experiencias de los sujetos. La época de las pasiones tristes es más que una crítica a las desigualdades e injusticias, es una respuesta a qué hacer con esas emociones generadas por las mismas y que dominan el espacio público en la fase actual del capitalismo. De esta forma, contribuye a la comprensión del contexto en el que vivimos, sus efectos en la subjetividad y en la vida política, y la posibilidad de ponerle un límite al crecimiento de las desigualdades. La respuesta a cómo hacer para encauzar colectivamente la indignación que generan parece no ser otra que, al menos para determinados países, a partir del relanzamiento de una oferta política democrática y progresista. Leído desde este lado del mundo, permite reflexionar en torno a las debilidades y fortalezas de distintas experiencias políticas como el chavismo en Venezuela, el Partido de los Trabajadores en Brasil o el kirchnerismo en Argentina, y las razones por las cuales en distintos lugares de América han vencido en elecciones proyectos políticos que perjudicaron a las mayorías. En un contexto en que el discurso de la meritocracia tiene eco en determinados sectores, el libro ayuda a pensar en proyectos políticos democráticos y emancipatorios que propongan horizontes de justicia social y en cuáles son las posibilidades de llegar a las mayorías en una época en que las experiencias se individualizan.

Notas

1. Universidad Nacional de General Sarmiento. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Contacto: paulazubillaga@gmail.com

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