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Sociohistórica

versión On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.25 La Plata jun. 2009

 

NOTAS Y COMENTARIOS

Debates y derivas en investigaciones sobre “los piqueteros ” . Una bitácora de lectura

María Victoria D´Amico, Jerónimo Pinedo

UNLP – CONICET

Introducción.

   Por ese curioso comportamiento de marea que conduce a algunos intelectuales a penetrar eufóricos en los conflictos sociales que prometen emancipación, para luego alejarse desengañados por sus propias expectativas cuando estos “muestran finalmente lo que eran”, escribir sobre “piqueteros”, aunque más no sea comentando trabajos de otros, puede parecer un lanzamiento de pescadores rezagados empecinados en robarle alguna pieza de porte a un mar que “ya se retiró”. Quizás los vaivenes de la marea sean confirmados por las estadísticas. Según la consultora Nueva Mayoría, las organizaciones piqueteras del Gran Buenos Aires participaron en más del cincuenta por ciento de los 1383 y 2336 cortes de ruta registrados durante los años 2001 y 2002 respectivamente, mientras que en 2008 lo hicieron en uno por ciento de los 5608 registrados a lo largo del año. Asimismo los cortes de ruta fueron descendiendo en cantidad desde 2003 pasando de 1278 a 608 en 2007 1.
   Estadísticas en mano, el sentido común llano y empinado podría esgrimir la suposición de que los piqueteros sólo fueron la expresión de una coyuntura crítica y que las investigaciones que los tuvieron como objeto perdieron relevancia. Si demodé y contra-intuitivo 2, una crítica y balance de los estudios sobre “piqueteros” nos exige redoblar nuestros esfuerzos para fundar su pertinencia. En los diferentes trabajos que han abordado este objeto se pueden recoger las huellas de discusiones teóricas sobre el modo de explorar la movilización social y política de las clases populares. La imagen que éstos nos devuelven no es únicamente la de los motivos, razones, intereses, condiciones de existencia o valores de quienes se vieron involucrados en un momento determinado en este particular desenvolvimiento histórico, sino la de las perspectivas, conceptos y métodos disponibles para reflexionar críticamente sobre la política y la acción colectiva de protesta en los sectores populares urbanos en la Argentina de los últimos años, y más específicamente, de algunas áreas de la región metropolitana de Buenos Aires.
   En el libro Entre la ruta y barrio de Pereyra y Svampa (2003), el estudio más abarcador del universo de las organizaciones piqueteras, se explica el origen del movimiento piquetero a partir de una doble vertiente: la primera, vinculada a las crisis que transitaron las clases trabajadoras de las economías de enclave en las ciudades petroleras del interior del país a partir de los años noventa; la segunda, relacionada con la multiplicidad de organizaciones inscriptas en los entramados socio-territoriales de los barrios populares del Gran Buenos Aires, enraizados a su vez en la acción colectiva de los asentamientos de tierras de los años ochenta. 3 Tomando esta clasificación como punto de referencia, la bibliografía que abordaremos a lo largo de este artículo es la que adopta como área de sus indagaciones la segunda vertiente. 4
   Circunscribiendo aun más las investigaciones, en la mayoría de los casos la postulación de hipótesis de trabajo se resume a dos subáreas del complejo mundo urbano del Gran Buenos Aires: el municipio de La Matanza, distrito obrero ubicado al oeste, y los municipios de Quilmes, Lanús y Florencio Varela, situados en la zona al sur del conglomerado. No obstante que el epicentro de los trabajos radique allí, las personas que participaron de la protesta no se limitaron a “cortar rutas” cercanas a sus espacios de residencia, sino que “marcharon” transitando por rutas y calles de la red urbana tratando de manifestarse en los centros políticos de la Ciudad de Buenos Aires y de la ciudad de La Plata. Al margen de estar localizadas geográficamente, las organizaciones piqueteras ocuparon por un tiempo una posición central en el espacio público y fueron percibidas (y construidas) en la esfera mediática a partir de esa posición.
   La presencia pública de las organizaciones populares del Gran Buenos Aires a partir de su adopción de la “forma piquete” 5 para realizar manifestaciones masivas en el espacio público y forzar situaciones de negociación con algunos funcionarios de gobierno, suscitó la atención de las ciencias sociales, multiplicando los estudios que las tuvieron por objeto. Si bien diversas miradas se han utilizado para su investigación, a los fines de explicitar una hipótesis de lectura, distinguimos la presencia de dos enfoques que tendieron a ubicarse en posiciones controvertidas. Por un lado, los que privilegian el análisis de las organizaciones como actor colectivo; por otro, los que dejan de contemplar al actor colectivo para dar cuenta de la trama de relaciones sociales que se imbrican en las organizaciones pero que las trascienden.
   A pesar de sus divergencias, estas perspectivas se pueden considerar atravesadas por un interrogante común: ¿cómo se vincula el momento de la movilización colectiva con las formas de vida cotidiana de los sectores populares en el contexto neoliberal? Teniendo en cuenta este interrogante, proponemos el siguiente recorrido para avanzar en la lectura de los diferentes trabajos que ubicamos a un lado u otro de esta hipotética línea divisoria. En primer lugar, mostraremos el modo en que las organizaciones piqueteras se constituyeron como objeto de estudio y cómo esos abordajes trajeron aparejada la cuestión de la identidad colectiva. En segundo lugar, nos situaremos en la crítica que algunas etnografías realizaron a aquellos estudios, desplazando la mirada de la unidad del actor colectivo a la multiplicidad de las tramas sociales. En tercer lugar, dentro de este último núcleo de trabajos, podremos observar el pasaje de la preocupación por comprender la participación de quienes se involucraron en a las organizaciones a la explicación de la construcción histórica de la demanda colectiva que motorizó la movilización. Por último, abriremos una reflexión sobre el papel jugado por lo territorial en los diferentes enfoques.
   Nuestro objetivo es mapear dichos enfoques reconstruyendo críticamente sus implicancias a fin de establecer algunas coordenadas en un océano amplio, a modo de bitácora para los viajeros que se decidan a zarpar hacia nuevas aguas.  

Las organizaciones piqueteras como objeto de estudio

   Entre la ruta y el barrio 6 es el estudio que organizó en torno de sí una serie de debates acerca de las organizaciones de desocupados. Recordemos que esta investigación adopta como punto de partida de su análisis un “espacio piquetero” (2003: 152) constituido por el conjunto de las organizaciones así denominadas, a las que clasifica a partir cuatro ejes: las vertientes de origen, los rasgos comunes, los alineamientos ideológicos, y las potencialidades, debilidades y desafíos como actor colectivo. Las entrevistas a los líderes y los documentos producidos por las organizaciones son el material privilegiado mediante el cual se exploran el discurso político y las prácticas organizacionales de cada uno de los movimientos. Partiendo de ese análisis los autores señalan la presencia de una matriz común que permitiría definirlos como un actor colectivo, un “movimiento de movimientos”: la metodología de acción, la dinámica asamblearia, el horizonte insurreccional y el modelo de intervención territorial vinculado a la demanda de planes sociales y su gestión local. Aunque poniendo de relieve la carencia de un estudio más detallado de las relaciones entre los activistas y las bases sociales, establecen una distinción entre el primer círculo de militantes y su amplia periferia, refiriéndose con esto último al heterogéneo universo de personas movilizadas que cobran un plan a través de la organización y realizan su contraprestación 7 diaria en alguna de sus sedes. Partiendo de la organización como unidad mínima de agregación, pero fundamentalmente centrados en quienes ocupan posiciones dirigenciales, Pereyra y Svampa reconstruyen en el plano analítico un actor colectivo que brindaría una unidad sociológica a la variedad de adscripciones ideológicas, organizacionales y territoriales, aunque tensionado por la fragmentación que se deriva de las diferentes disputas y competencias entre dirigentes y grupos militantes.
   Por su parte, Gabriela Delamata (2004) también adopta la perspectiva del actor colectivo concentrándose en el proyecto político de los militantes. Muestra un cambio de escala de las relaciones sociales y la manera en que dirigentes y referentes territoriales introducen nuevos significados de la política sintetizada en la noción de “desborde de los barrios”. Para ese estudio, la autora recorre el espinel denominacional de las organizaciones tratando de ampliar el conocimiento sobre los diversos proyectos sociopolíticos de los grupos de activistas que las promovieron. De ese modo, analizando la variedad de objetivos de cada uno de los agregados militantes, Delamata postula la existencia de un actor socio-político que inscribió en el espacio público nacional la problemática de la desocupación y el hambre, identificando a sus responsables e induciendo una nueva politización de la cuestión social, antagónica a la hegemonía peronista en los sectores populares urbanos.
   Pablo Vommaro (2003) y Karina Bidaseca (2004) reconocen implícitamente este enfoque centrado en el actor colectivo pero orientan sus análisis específicamente a la construcción de la subjetividad y la identidad, delimitando como objeto de estudio una organización en particular, el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano. Bidaseca analiza la doble condición que experimentan los miembros del movimiento como participantes de la organización y beneficiarios de planes sociales, situación que implica establecer un vínculo con un actor externo: el Estado. En cambio, Vommaro reconstruye cómo se produce subjetividad en este movimiento. Ambos trabajos se caracterizan por poner de relieve las autodefiniciones identitarias del movimiento centrándose en sus criterios políticos de pertenencia. Así, estos estudios no asumen que el proyecto político podría estar invisibilizando, en su pretensión de homogeneización identitaria, las múltiples prácticas que, sin figurar en su ideario político, contribuyen a tornarlo posible.
   Si el enfoque centrado en las organizaciones fue fructífero a la hora de comprender el lugar de éstas (tomadas como actores sociales) en las disputas políticas, tuvo como defecto (derivado de su virtud) dar excesiva centralidad a las voces de los referentes y dirigentes por sobre las de los otros miembros que constituían en sus prácticas cotidianas la vida organizacional. Teniendo en cuenta esta limitación, Quirós señala que en una vasta literatura, que podría rotularse como estudios de las nuevas formas de protesta social o nuevos movimientos sociales, “a través de una operación metonímica llevada a cabo por los propios investigadores, la perspectiva de los líderes y militantes es tomada como la perspectiva del movimiento, una entidad que deviene sujeto que piensa, concibe, dice, plantea, considera, acepta, rechaza, y juzga” (2006c:2).

El problema de la “identidad piquetera”

   La perspectiva centrada en el actor introduce el problema de la identidad colectiva. Resulta ilustrativo que la existencia de una identidad piquetera sea referida por Svampa y Pereyra en el capítulo cuatro dedicado a “Las dimensiones del actor colectivo“, poniendo de manifiesto la estrecha relación que se estableció entre pensar a las organizaciones como actor político y describirlas a partir de ciertos rasgos simbólicos comunes. Los autores consideran que la heterogeneidad y la fragmentación están en el origen mismo del movimiento piquetero y que la diversidad de trayectorias sociales, de saberes y competencias culturales que transita la experiencia piquetera cumple un rol ambivalente en el proceso de formación del actor colectivo. Sin embargo, sostienen que en una dimensión más analítica “las luchas han permitido cristalizar un espacio común en el cual se inscriben determinados marcos prácticos y simbólicos de la acción que recorre a gran parte de las organizaciones piqueteras (…) configurado históricamente alrededor del surgimiento de una identidad -la piquetera- asociada a una cierta estabilización de las narraciones sobre la lucha” (2003: 152).
   Si la referencia a la heterogeneidad y ambivalencia matiza los riesgos de sustancialización, no obstante los autores postulan la presencia de un relato identitario común significado por la experiencia de “estar en la ruta”, el acceso a la participación política en el seno de las asambleas barriales, la referencia a la “pueblada” como horizonte insurreccional y la demanda de asistencia pública que visibilizaba la responsabilidad del Estado frente al sufrimiento social.
   Otros autores, en cambio, pretenden confirmar la existencia de una “identidad piquetera” de rasgos más homogéneos 8. Así, Paula Lenguita sostiene que dicha identidad conformó un “elemento integrador y constitutivo de una identidad popular reciente” (Lenguita 2002: 63). En Los desafíos teóricos de la identidad piquetera (2001) plantea que esas identidades colectivas están íntimamente ligadas a la falta de trabajo. Afirma la existencia de un sujeto de protesta y un proyecto piquetero “que implica una trayectoria consensuada y revitalizada del conjunto de sus miembros bajo la figura de la identidad de sí que han construido” (2001: 7) y reivindica la existencia de “identidades que demandan”. Así, se constituiría un “nosotros” que supera una lógica individualista en la que estarían inmersos los sujetos como desocupados.
   En continuidad con esta perspectiva centrada en el momento público de la acción, vinculada a la protesta y sus escenarios, se han realizado formulaciones más prudentes del mismo problema. Partiendo de la pregunta “¿quiénes son piqueteros?”, Astor Massetti (2004) se propone dar cuenta de la constitución colectiva y política de identidades sociales en el transcurso de la protesta. El autor menciona dos momentos fundacionales del movimiento piquetero que establecieron una relación de continuidad: el “momento mítico” de los cortes de ruta de 1996-97 9 y el “momento organizativo” dado por la concentración de la movilización en el conurbano bonaerense hacia 2001 (Massetti, 2004: 24).
   Este planteo pretende funcionar como argumento crítico frente a las perspectivas que asociaron linealmente la identidad piquetera con el método de protesta (el corte de ruta) -señalando el pasaje de “cortar la ruta” a “transitar la ciudad”. Massetti habla de un principio de identidad fundante, constituido por tres grandes componentes simbólicos: orientación a la lucha, noción heterogénea de “desocupado” e idea de “lo territorial” (2004: 81). Sin embargo, la “piqueterización” de la pobreza como una forma de politización tiene el problema de sustantivar estos rasgos como totalizadores del fenómeno y no escapa a una ontologización de la identidad. Masseti toma como centro del análisis “las enunciaciones de actores políticos” (2004:3), definiendo al “actor piquetero” y su proyecto identitario (construido en relación al gobierno, los medios y la opinión pública). Podríamos preguntarnos si la selección de esas voces no traduce metodológicamente la capacidad (diferenciada) de los dirigentes de hacerse oír en la esfera pública. Asimismo, el recorte de la investigación a una marcha 10 acota las dinámicas de subjetivación al momento público de “la protesta”, dejando a un lado otras instancias de participación política.
   Podemos tomar las palabras de Ferraudi Curto para sostener este contrapunto, ya que si bien los estudios como el de Massetti y Lenguita tienden a la positividad de un punto de llegada al mostrar el potencial político y social del movimiento, “la descripción del punto de partida reduce a los participantes a una forma básicamente negativa en tanto desocupados, caracterizados por su limitada integración social y su debilidad política (…) [y] desdibuja la complejidad de las experiencias, fundiéndolas en los imperativos de la condición social, produciendo una homogeneidad de la que es necesario dudar” (2007: 66). Por otra parte, se observa cierta tendencia a trocar la dimensión disruptiva de los piquetes en la afirmación de la existencia de una subjetividad contra-hegemónica 11.
   Esto no implica, sin embargo, desestimar los esfuerzos teóricos y metodológicos de quienes se proponen abordar el problema de la identidad. Si una actitud teórica que sustancie rasgos y los etiquete como “identidad piquetera” puede resultar un obstáculo para la comprensión, otros trabajos dirigen su mirada a la relación entre el momento público de la identidad y los procesos sociales de la vida cotidiana que afrontaron los sectores subalternos bajo el signo del neoliberalismo.
   Martín Retamozo (2006) propone analizar al movimiento de trabajadores desocupados en Argentina (ya no “piquetero”) a partir de la relación entre la subjetividad colectiva y las formas de acción de disputa por el orden social. El autor realiza una doble crítica a los estudios que han abordado la movilización de los desocupados. Por un lado, cuestiona aquellos trabajos que olvidan la historicidad de la subjetividad y plantean una explicación lineal entre modificaciones de las condiciones estructurales del orden social y la emergencia de la protesta, “por no problematizar las formas históricas de construcción de la subjetividad, las continuidades y rupturas, la articulación de lo nuevo con lo viejo” (2006: 18). Por otro, plantea que la ausencia de una definición precisa del concepto de subjetividad lleva a describir al movimiento como un todo tomando como fuente las voces de los referentes de algunas organizaciones dejando de lado a las bases sociales que los componen, confirmando la crítica ya señalada por Quirós 12. Su enfoque sitúa la comprensión de la participación política de los sujetos sociales en la articulación entre las acciones disruptivas en el espacio público y las actividades de matriz comunitaria, inscripta en el quehacer del espacio organizacional (la toma de decisión vinculante, el trabajo gestionado por los desocupados). De esta manera, evita reducir los elementos que la identidad articula a un solo ámbito de participación. Partiendo de allí, Retamozo delimita la existencia de un sujeto social, el movimiento de trabajadores desocupados, que es condensador de historicidad y lo indaga a partir de un conjunto de elementos que se articulan para la emergencia de una configuración subjetiva. Configuración marcada por los sentidos que adoptan el trabajo y el Estado en las condiciones de sociabilidad modificadas por el neoliberalismo, que resignificaron la demanda de trabajo en los sectores populares. Demanda que se articuló en formas de acción colectiva: la lógica asamblearia, la acción disruptiva del piquete, un proyecto a futuro como parte de su dimensión utópica y una identidad que construyó su alteridad con el gobierno.
   En síntesis, si bien no todos los trabajos se proponen encontrar esa “unidad última” que permite hablar de un actor unificado, entendemos que las maneras de entrar a este problema pueden abrirse a nuevos hallazgos, en la medida en que el contenido que da cuenta de la categoría “identidad” sea un interrogante y no un supuesto.  

De la unidad del actor colectivo a la pluralidad de las tramas sociales

   Denis Merklen (2005) siguió otro camino para abordar el desafío teórico que representaban los piquetes. Eludiendo la problemática cuestión de la identidad, eligió inscribir el piquete en el marco de lógicas de acción de las clases populares condicionadas por su modo de inscripción social en el contexto de la crisis de la sociedad asalariada. Si bien toma en cuenta el nivel de los actores colectivos, lo hace luego de haber explorado un momento más abstracto de agregación, relacionado con las dificultades de integración social de las clases populares en la estructura actual de la sociedad argentina. Según el autor, la nota más destacable de la condición social de las clases populares es -retomando a Castel 13- su creciente desafiliación del mundo laboral formal. Este proceso estructural, que comienza a perfilarse a medidos de la década del 70, supuso para una parte importante de las familias e individuos de clases populares un distanciamiento cada vez mayor del entramado institucional (fundamentalmente la miríada de bienes y servicios sociales gestionados por medio del canal estatal-sindical) que aseguraba a los trabajadores el acceso a los derechos sociales. Como contrapartida, Merklen sostiene que numerosos contingentes sociales encuentran refugio en el barrio, inscribiendo sus relaciones en el nivel territorial. Es esa base territorial -que supone una nueva relación con lo político y con lo estatal- la que establece los límites y las posibilidades de los actores colectivos que se movilizan para obtener los medios que permiten afrontar la urgencia de la subsistencia y, en todo caso, reclamar mayores niveles de integración social para los grupos afectados por la crisis social. Las clases populares urbanas encuentran en el “piquete” una herramienta de presión dentro de un repertorio de lucha compuesto de acciones directas como los asentamientos, los saqueos y los estallidos sociales. Este tipo de argumentación le permite al autor no quedarse encerrado en el nivel puramente organizacional, y reconstruir la existencia de un actor colectivo partiendo de una perspectiva estructural. De esta manera, la propuesta de Merklen traza un puente que permite ver a las organizaciones populares y a los piquetes como formando parte de entramados políticos socio-territoriales más complejos.
   Desde la antropología social, Grimson y otros (2003 y 2004) han manifestado sus críticas a los enfoques centrados en las organizaciones como exclusivo nivel de agregación, argumentando que ese tipo de análisis pierde de vista que las organizaciones piqueteras y sus acciones se definen en el marco de una trama organizacional local que las trasciende y engloba, y que pone límites y posibilidades a su viabilidad. Los autores encararon estudios transversales abarcando el conjunto de fenómenos organizativos que confluían en una misma área de residencia. A partir de ello, compararon diversos contextos organizacionales locales en un mismo período de tiempo para entender por qué si bien la desocupación y la precariedad se generaliza en los sectores populares a partir de la crisis del “Tequila” en 1995, y la presencia de las políticas de subsidios transitorios se extiende de modo creciente a partir del año 2000, la creación de organizaciones de desocupados fue un episodio puntual en algunos barrios y distritos del Gran Buenos Aires. Concluyen, finalmente, que las tramas organizacionales locales afectan las posibilidades de emergencia de las organizaciones piqueteras.
   Otros estudios etnográficos (Quirós 2006a, Ferraudi Curto 2006a, Manzano 2007a, Grimberg 2009) han puesto en cuestión los enfoques centrados en las organizaciones y los líderes, considerando que este tipo de abordaje induce a postular de manera puramente especulativa la existencia de actores e identidades colectivas unitarias. Estas etnografías sugieren desplazar la mirada desde el actor colectivo a las tramas sociales, de la identidad colectiva a las diversas lógicas de sentido que se articulan en el andar cotidiano de las personas que hicieron y hacen posible la existencia de las organizaciones populares y sus acciones de lucha. Suponen, también, un desplazamiento sobre lo que se indaga en el marco de dichas organizaciones, prestando atención tanto al discurso “oficial” encarnado por sus dirigentes y referentes, como a lo que hacen y conversan diariamente las personas que, sin serlo, participan de ellas, contribuyendo con su hacer y decir a darle vida, y que generalmente coinciden con los contra-prestadores de planes sociales en los diferentes proyectos comunitarios.
   Esta modificación de perspectiva se complementa con un cambio de metodología basado en la investigación etnográfica. El desplazamiento procede a un cambio en los agregados, ya que la unidad de observación y análisis que se adopta son los entramados y los procesos micro-sociales, estableciendo niveles de análisis más concretos y pormenorizados. Las modificaciones metodológicas implican a su vez un cambio en el enfoque epistemológico de abordaje, en cuanto al nivel de “lo social” donde se sitúan. Se trata de investigaciones intensivas en una única zona territorial contenedora de una tupida red de relaciones sociales de proximidad, dirigidas a la exploración en terreno de las relaciones entre distintos grupos sociales, a la comparación entre dos organizaciones que comparten un espacio cercano, o a las relaciones entre grupos de socialización primaria (familiares) y las redes socio políticas locales. En general, esos trabajos suelen insertar sus análisis en una exploración del marco social más próximo en torno al cual se densifican los circuitos de sociabilidad que trascienden la pura estructura organizacional, mostrando la porosidad de los intercambios socio políticos en un contexto específico.
   De estos estudios pueden extraerse una serie de corolarios. En primer lugar, al poner el acento en los entramados sociales, la política es entendida a partir de lo que los propios sujetos definen como categorías de sus prácticas habituales sin quedar circunscriptas en una esfera funcional predefinida, siguiendo en este punto la propuesta de investigación del núcleo de antropología de la política de la universidad de Río de Janeiro 14. En segundo lugar, sostienen que más que un actor colectivo con una identidad unitaria los movimientos sociales populares conforman una trama de interacciones recíprocas, donde se establecen pautas, deudas y compromisos que conducen a las personas a actuar mancomunadamente en situaciones específicas. En tercer lugar, señalan la omnipresencia de las políticas sociales en el centro de las relaciones entre los integrantes de los movimientos, particularmente, la centralidad de los planes sociales y su lógica de gestión en la vida y las relaciones cotidianas que entablan las personas en esos marcos asociativos; e indagan las complejas relaciones entre esas tramas asociativas, los agentes oficiales y los flujos estatales, probando la existencia de lábiles fronteras entre lo que se define como político, social y familiar, y entre lo que se entiende por antagonismo y negociación.
   En el interior de esta perspectiva, Virginia Manzano (2004, 2005, 2007 a y b) pone de relieve el papel de los referentes y/o dirigentes que, servidos de las técnicas del trabajo social, crearon la demanda colectiva de “trabajo con planes” entre los vecinos empobrecidos y la dirigieron hacia el Estado, impulsando espacios de manifestación pública y negociación de esas demandas sobre la base de prácticas aprendidas a lo largo del tiempo en otras experiencias de militancia y organización popular, vinculados estrechamente a la realización de procedimientos formales e informales para obtener de las agencias estatales y sus funcionarios distintos bienes públicos. Asimismo, Manzano sigue la trayectoria histórica de la construcción de la demanda colectiva de planes de empleo, donde también intervienen las regulaciones y clasificaciones estatales que fueron definiendo la cuestión social como pobreza por desocupación. De esto concluye que fue el entretejido de una trama sociopolítica de la desocupación en la cual se legitimó la “toma y ocupación de ruta” para reclamar al estado lo que antecedió a la formación de los actores.
   Estas investigaciones muestran que la pertenencia a las organizaciones no está “cerrada” para muchos de sus participantes, ya que éstos pueden multiplicarla en otras instituciones dentro y fuera del barrio. En la etnografía de Quirós (2006 a y b) sobre dos familias de Florencio Varela que establecen relaciones con los “piqueteros, se muestra que la adquisición de un plan y el compromiso de participar en la protesta se juega en el seno de relaciones familiares, puesto de manifiesto por los reemplazos, las alternancias y los préstamos de nombre y documento. Al mismo tiempo, se observa que una familia puede tener miembros que estén integrados a organizaciones distintas y hasta oficialmente antagónicas, y cómo “los planes sociales” son recursos que combinados con otros contribuyen a la economía familiar. Quirós reconoce que muchas personas del barrio se refieren a su participación en las organizaciones piqueteras a través de la frase “ estar con los piqueteros” antes que “ser piqueteros” . Este significado presente en el lenguaje nativo pone de manifiesto, según la autora, la poca propiedad de hablar de una identidad piquetera, inclinándose por señalar identificaciones parciales y situacionales de las personas que hacen otras cosas además de participar en piquetes. Más que suponer la adquisición de una identidad política determinada, el ingreso de una persona en una organización supone la incorporación a un sistema de relaciones y obligaciones recíprocas entre las cuales “marchar para obtener un plan” consiste en un requerimiento compartido entre dirigentes y aspirantes a planes sociales, a partir del cual se evalúa el derecho al acceso, las diferentes jerarquías que se ocupan y los distintos compromisos que llevan adelante las personas en el seno de la organización.
   Por su parte, en un estudio sobre el Movimiento Teresa Rodríguez de Florencio Varela, Ferraudi Curto (2006a) muestra cómo en algunas organizaciones la gestión de planes sociales puede ser percibida como problemática para los dirigentes que separan lo político de lo reivindicativo, y por eso mismo negada “oficialmente” la presencia “oficiosa” de la gestión. 15 Tal demostración resulta particularmente importante para la base epistemológica de los estudios sobre sectores populares, ya que algunos investigadores no demasiado atentos podrían producir una especie de ocultación inconsciente de la agencia práctica que muchos participantes, entre ellos muchas mujeres, producen cotidianamente al involucrarse en la gestión colectiva de las tareas de alimentación y distribución de mercadería. Asimismo, sostiene que la participación en la acción colectiva es afrontada como un esfuerzo que se distribuye entre diferentes miembros de la familia nuclear o extensa, como parte del trabajo de reproducción de las economías domésticas, intercalándose en dicho proceso justificaciones basadas en la moralidad, el gusto y el honor para evaluar el momento en que “se va de piqueteros” (Ferraudi Curto, 2007).
   Estas etnografías han introducido un nivel de análisis que se pierde en los estudios sociológicos que adoptan como unidad mínima de agregación el actor colectivo, y tienden a extrapolar el discurso de los referentes como descripción tout court del movimiento. Introducir el estudio de las tramas asociativas y las prácticas cotidianas, así como la historicidad de la política local -como hacen algunas de estas investigaciones- resulta de suma importancia para reconstruir en el plano de la descripción sociológica el espacio de las prácticas sociales generadoras de organización y acción colectiva en condiciones de pobreza, precariedad, subocupación y desocupación, sin mistificar en personajes a los movimientos sociales.
   Estas investigaciones han permitido, a su vez, demoler dos supuestos persistentes a la hora de hablar de “piqueteros”. Uno de ellos es la idea de que fue un vacío estatal lo que dio lugar a la movilización. Lo cierto es que la presencia palmaria de los recursos asignados por el Estado a través de las políticas sociales modificó, a su vez, la presencia de lo estatal en los barrios del Gran Buenos Aires, poniendo de relieve no solamente la oposición entre las organizaciones de la protesta y el Estado, sino además su interdependencia, que incluye, aunque de modo subordinado, las relaciones de oposición. El segundo supuesto, es la idea de que la existencia de una identidad colectiva bien delimitada facilita el antagonismo social y/o político. La radicalidad que alcanzaron ciertas protestas piqueteras hizo suponer que estas organizaciones no escapaban a esta regla teórica. Ciertamente, en un desarrollo ulterior de las controversias entre los investigadores, se ha criticado a los enfoques etnográficos y micro-sociológicos de diluir la pregunta acerca del vínculo entre sujetos políticos y orden político, y con ello reducir la importancia político-organizacional de la experiencia piquetera (Svampa, 2008: 9-10). Sin embargo, aquellos que han desarrollado este enfoque sostienen que para comprender la totalidad social en la que se desenvuelven las organizaciones piqueteras es necesario incorporar en el análisis el momento de la protesta en relación a la vida cotidiana de las clases populares que la protagonizan (Grimson, 2003) 16. Por otra parte, estos autores afirman la potencialidad del enfoque etnográfico para actualizar los debates acerca de la hegemonía, ya que éste permite reconstruir la experiencia de vida de las clases populares enmarcadas en el contexto de dominación neoliberal, dando cuenta de sus prácticas de resistencia, concesión y negociación, aun cuando éstas no se traduzcan automáticamente en un programa político emancipador (Grimberg, 2009).
   Así, este modo de abordar la movilización social nos devuelve una imagen en donde las acciones se encadenan en procesos interactivos sin postular una unidad de sentido englobante y totalizadora, sino procesual, conflictiva, donde los lenguajes utilizados para significar las relaciones se nutren no sólo de los términos legítimos de la política, sino de otros lenguajes (el de las aspiraciones personales y familiares, el de los gustos y los prestigios individuales y grupales, etc.) en ocasiones velados por la luz enceguecedora de las grandes discusiones teóricas excesivamente auto-centradas en el eje dominación/emancipación o ciudadanía/clientelismo, de donde suelen derivarse otras dicotomías como las de clientelismo versus protesta, vieja política versus nueva política, piqueteros versus punteros, etc.
   Esto se vincula asimismo con que el cambio de enfoque conlleva nuevos aportes en el debate acerca de las reconfiguraciones identitarias de los sectores populares en las últimas décadas. Si las perspectivas que privilegiaron al actor y el proyecto político para pensar la identidad de los desocupados permitieron discutir con miradas espasmódicas de la realidad que reducían la protesta a una mera reacción ante las modificaciones estructurales llevadas a cabo en nuestro país, muchos de ellos terminaron por virar al otro extremo: una recaída en el populismo 17 que exalta un carácter contra-hegemónico necesario de los sectores populares.

De la comprensión de la participación a la construcción histórica de la demanda

   Sin embargo, los enfoques “de tramas” también deben lidiar con el riesgo de reducir la complejidad de los sujetos sociales. Como afirma León Vega (2000), los abordajes de la vida cotidiana muchas veces niegan la potencialidad de los sujetos que estudian, porque el “sujeto cotidiano” es sentenciado a permanecer en su conocimiento inmediato, vivencial, pragmático, distanciado de los requerimientos de la acción social. “Por tanto, el pasado no estará en sus hombros, menos aún el control del presente ni la dirección del futuro. El Sujeto Cotidiano no hace ni tiempo ni espacio, solo transita por los laberintos que otros le han impuesto. Es un sujeto sin historia, porque no puede hacerla, solo la padece” (2000: 58).
   El problema de la oclusión del tiempo histórico en el análisis de las relaciones sociales no es una preocupación nueva. Ya hace muchos años E. P. Thompson realizaba su elogio de la antropología e intentaba buscar un plano de convergencia entre ésta y la historia social, que en el seno del marxismo británico encontró a sus figuras más luminosas. Pero, a su vez, el historiador inglés nos advertía que una perspectiva que fuera fiel al desenvolvimiento conflictivo y contingente de la historia debía estar atenta al sesgo que podía derivarse de una antropología que privilegiara los análisis funcionales sin tener en cuenta la diacronía histórica de cada formación social. Para no perder de vista la temporalidad intrínseca de las estructuras y los agentes sociales, era necesario relacionar el análisis funcional con el análisis propiamente histórico. De no ocurrir esto último podríamos recaer en un tipo de funcionalismo abstracto que entendiera a las formaciones sociales como sistemas encerrados en un eterno presente 18. A la hora de comparar, consideramos que estos dos momentos del análisis han sido conjugados de manera muy diferente en el núcleo de trabajos que hemos recuperado dentro de la vertiente etnográfica, y esto ha dado como resultado diferentes límites a la hora de dar cuenta de la historicidad de las tramas sociales. Desde nuestro punto de vista, si bien el trabajo de campo etnográfico tiene ventajas en las que ya hemos abundado, encuentra como límite la temporalidad de su propio presente. Esto es lo que, haciéndose eco de la reflexión epistemológica en el campo de la antropología social, Ferraudi Curto (2006a) denomina el “presente etnográfico”. Éste tiene como ventaja la posibilidad de intensificar la comprensión de la complejidad de los hilos sociales que conforman un configuración social específica, por ejemplo una trama social local y cómo ésta se enlaza e imbrica en organizaciones, espacios e instituciones, derivando en diferentes posiciones de sujeto y categorías de la práctica, pero su desventaja radica en que la historicidad y el cambio de la trama social queda velada si se toma como los únicos relevantes a los datos construidos mediante la observación directa y el punto de vista del nativo.
   El trabajo de Quirós resulta ilustrativo de esta limitación, ya que para la autora la historicidad de su texto etnográfico comienza en el encuentro con sus informantes. Por cierto, como ya ha sido mencionado, Cruzando la Sarmiento… se construye sobre una descripción lo suficientemente densa como para dar cuenta de que los motivos de quienes participan en una organización de piqueteros no se reducen a cuestiones materiales y/o ideológicas, ni se comprende únicamente por la vida organizacional o la identificación política que se puede asumir al participar en dichas organizaciones. A través de su etnografía observamos con detalle cómo la participación se relaciona con otros momentos de la vida cotidiana, donde operan con fuerza las búsquedas de acceso a los beneficios que distribuyen las políticas sociales, las relaciones interpersonales, los deseos de mejorar la vida familiar, y un conjunto de puntos de vista plurales a partir de los cuales las personas entran en el juego de obligaciones recíprocas que dan forma a un movimiento de piqueteros. Pero en ningún momento se pregunta cómo fue posible que el Estado adoptara tal presencia en esa forma social y qué condujo a las personas a operar de tal o cual manera en ese marco. Podemos presumir que eso ocurrió antes de que la antropóloga llegara al campo, pero como no lo problematiza ni ensaya alguna hipótesis que permita darle espesor histórico a su trabajo, termina constatando “una presencia” y ubicando al Estado y a las políticas sociales en un presente atemporal en el cual las personas, por mero efecto de su precariedad, pobreza o inestabilidad laboral, parecen depender crecientemente de los bienes distribuidos por las políticas sociales. Así, deja a sus lectores en el impreciso terreno de la presunción y a sus interlocutores en el escueto plano de la agencia individual y solipsista. Este límite se observa con más detalle si se compara esta etnografía con la de Manzano (2007 a y b), donde sí se dedica un tramo del trabajo a comprender las tramas sociales, no únicamente a través de sus funcionamientos sino también de su historicidad. Manzano recurre al concepto de “campo de fuerzas” utilizado por Thompson para analizar las formaciones históricas del siglo XVIII en Inglaterra; e intenta comprender cómo algunos actores sociales de La Matanza promovieron una serie de acciones que derivarían en presiones sobre el Estado y el sistema político que, en un momento ulterior, instituyeron un tipo específico de configuración denominado por la autora como “escenario de disputa” en torno a la demanda de trabajo. Para Manzano ese escenario fue construido históricamente por procesos que desde la década de los ochenta hicieron de la política de distribución de alimentos uno de los canales principales de interacción entre el Estado y los sectores sociales más pobres, al que luego, hacia mediados de los noventa, se incorporó la demanda de trabajo. La reconstrucción de ese campo de fuerzas sociales, que las relaciones de consentimiento y resistencia entre actores subalternos y el Estado fue configurando, Manzano la realiza recurriendo a la retrospectiva histórica, el análisis de documentos y la historia oral, ya que sería imposible hacerlo de modo completo apelando únicamente a la observación participante de donde procede el célebre eslogan antropológico “yo estuve ahí”. Esto le permite señalar que la demanda de “trabajo con planes” fue construida por determinados sujetos, básicamente referentes y dirigentes, que fueron aprehendiendo prácticas de disputa y negociación con los funcionarios del Estado en un período de tiempo relativamente prolongado. Así como mostrar que los propios funcionarios municipales contribuyeron en determinado momento a dirigir esa demanda hacia el Estado provincial o nacional.

El lugar de lo barrial en los diferentes enfoques

   Estos trabajos socio-antropológicos nos derivan hacia una cuestión conexa que tiene que ver con la centralidad del análisis de lo que Antonadia Borges (2003) denomina “el modo de vida local” 19. Se ha tornado habitual en la sociología argentina señalar al barrio como ámbito de refugio de las clases populares frente a la crisis social. Denis Merklen (2000), uno de los autores que más lo ha enfatizado, argumenta que “barrio y familia complementan los huecos dejados libres por las instituciones que en otros ámbitos sociales construyen los lazos sociales y conducen a los jóvenes, principalmente a la escuela y el empleo” (2000:104) A continuación, Merklen llama “inscripción territorial” al proceso social que habría otorgado una nueva centralidad al espacio local en la vida de los grupos sociales pauperizados (2005: 131-170). El término acuñado por Merklen ha permitido visualizar un denso entramado organizacional a nivel local donde coexisten estructuras partidarias, políticas estatales e iniciativas de autoorganización en las cuales los individuos de clases populares desenvuelven parte de su vida cotidiana relacionada con el trabajo, la reproducción familiar, la acción política, la vida vecinal, las prácticas religiosas. Esta manera de encarar la “politicidad” 20 de las clases populares busca reconocer la forma que este proceso de amplio alcance adopta en las particularidades de la vida cotidiana, en situaciones concretas localmente ubicadas. Sin negar la importancia heurística de dotar al ámbito barrial de una valencia positiva en el estudio de las relaciones sociales de las clases populares, cabría preguntarse por los límites de un enfoque que adopte de modo radical ese desplazamiento hacia lo barrial.
   En primer lugar, el uso del término “territorio” no denota la complejidad que el concepto posee en el campo disciplinar de las ciencias geográficas y, más que operar como un concepto, actúa como un marco de referencia que contiene un ramillete de relaciones sociales de proximidad dadas en el espacio de residencia de las familias e individuos de clases populares. Por otra parte, en continuidad con el argumento de Merklen, el peso de la localidad en la vida de las clases populares no es únicamente el resultado de la “des-inscripción laboral” sino, además, de una serie de respuestas que las agencias estatales y partidarias ensayaron frente a la creciente fractura social. En ese sentido, lo local, más que el soporte, resulta el epicentro de configuraciones socio-políticas entrelazadas. Además de la sociabilidad barrial, intervienen allí los procesos de anclaje territorial de los partidos políticos, grupos militantes y políticas públicas de “combate a la pobreza”, expresados en parte por el florecimiento de diversas estructuras político territoriales y la proliferación de proyectos de “empoderamiento” comunitario financiado con recursos de entidades estatales y supra-nacionales. Si, como afirma Merklen (2005: 178), en el ámbito local no se generan recursos sino que se establecen enlaces sociales que intentan recuperar los recursos que están “fuera”, ubicados en los “laberintos del sistema político”, lo local cobra sentido sólo si se conecta a un circuito social más amplio. El papel creciente de los espacios territoriales de socialización política -investigados por Gabriel Vommaro (2006) y que operan como puntos de acceso a los bienes públicos para la subsistencia- confirma esta necesidad de completar el enfoque, teniendo en cuenta no únicamente las relaciones que se entretejen en el barrio sino además los enlaces que unen a los residentes del barrio con agentes en relación de exterioridad con éste.
   En los trabajos analizados, lo territorial se retoma en diferentes sentidos y va adquiriendo lugar como variable de análisis a medida que los enfoques cambian el nivel de agregación que observan. Ya no está delimitado por la localización geográfica del fenómeno ni se piensa como variable contenedora de los procesos sociales sino que lo local condensa y permite mirar un conjunto de tramas de sociabilidad más generales, que trascienden al barrio y en las que confluyen política, cultura, trabajo, pobreza, etc. Si bien el conjunto de enfoques que miran al actor colectivo hacen jugar lo territorial a la hora de analizar las organizaciones, la idea de “lo local” se balancea de manera diferente en las investigaciones de corte etnográfico. En los primeros, lo territorial remite a una de las bases a partir de la cual se constituye la acción política de las organizaciones; tal es el caso de Pereyra y Svampa (2003), quienes definen lo territorial como una línea ideológica distintiva dentro de las diferentes configuraciones políticas del movimiento piquetero 21. Para Massetti (2004) lo territorial es uno de los principios que fundan la identidad piquetera en relación a la trayectoria de acción colectiva de las organizaciones que constituyen parte del movimiento. En cambio, el recorte en el estudio de las tramas hace jugar “lo local” con el objetivo de producir investigaciones situadas (localizadas) en un universo social específico, a la vez que “lo territorial” (barrial) deriva analíticamente en un condensador de las formas cotidianas de la política, permitiendo poner el foco en las relaciones sociales de proximidad que hacen posible la organización, la circulación de bienes y las relaciones de reciprocidad en el marco de ese espacio delimitado del barrio.
   La proximidad espacial se torna elemento explicativo en tanto la cercanía física (junto a los declives de otras formas de constitución de identidades y a la prioridad que adoptan otros anclajes identitarios) hace posible las entradas y salidas de las organizaciones y la fluidez de la pertenencia 22. En este sentido, dar cuenta de la territorialidad de las prácticas implica, como en el caso de Manzano, desentrañar una trama política compleja donde la historicidad de lo barrial se entrelaza con prácticas sindicales, comunidades eclesiales de base, redes vecinales, organizaciones de desocupados, y se articula con tradiciones de lucha diferentes. Para Quirós, en cambio, si su investigación comienza como un recorte transpuesto sobre las fronteras del barrio que reemplaza un recorte institucional basado en organizaciones -para la autora propio de los enfoques sociológicos-, en el transcurso del trabajo lo territorial trasmuta a la categoría de figuración, en tanto su desplazamiento por el barrio sigue la lógica de una red de relaciones de conocimiento interpersonal que vincula a grupos sociales con instituciones, líderes políticos y espacios de interacción social que la antropóloga va descubriendo a medida que entra en contacto con nuevas personas guiada por sus informantes originales (Quirós, 2006b).
   El cambio en la perspectiva de abordaje -del actor a las tramas- ha tenido un correlato en el lugar que lo barrial y lo territorial en las descripciones y explicaciones, en tanto el cambio de enfoque permite redefinir los niveles de lo territorial permanentemente, así como privilegiar otras prácticas y otros actores que quedaban desdibujados en los trabajos anteriores.  

A modo de cierre

   Que en el campo académico se traten de abordar problemas públicos acuciantes puede leerse como un síntoma saludable del estado del pensamiento crítico en nuestro medio; pero, al mismo tiempo, esos propios abordajes críticos no están menos exentos de asumir a-críticamente los vaivenes coyunturales a los que se halla sometida la transida vida pública de nuestra sociedad, tiñendo de ese modo el análisis y también los propios recorridos investigativos. Así, la preocupación por “los piquetes” y “los piqueteros” se configuró inicialmente en la esfera pública y, en función de ello, los primeros análisis que se dispensaron corrieron paralelos al interés por definir qué tipo de sujeto político conformaban, teniendo como ámbito de difusión de esas ideas a los medios de comunicación. De esa manera el campo académico heredó un problema predefinido por debates políticos que atravesaban la esfera pública-mediática. Los pronunciamientos que a veces predominaron sobre la consistencia de los argumentos se volvieron justificables a luz de la posible criminalización, represión o invisibilización de lo que esas protestas ponían de manifiesto.
   A caballo de preocupaciones políticas y académicas, los cientistas sociales hicieron sus propias apuestas. En ese hipotético momento inicial tendieron a primar como epicentro de las reflexiones las cuestiones vinculadas al espacio público, la ciudadanía, los derechos constitucionales y el análisis político. La transición que provocó el intento de conquista del objeto a favor de las ciencias sociales, emprendido por algunos investigadores, vinculó a las preguntas políticas iniciales una serie de problemas más enmarcados en las inquietudes tradicionales de la sociología, las teorías de los movimientos sociales y la antropología de la política. Aunque sin dejar de lado la marca de origen que arrastraba consigo la configuración inicial del fenómeno piquetero como un problema público, las variables puestas en juego en los análisis tuvieron que ver con la identidad colectiva, las tramas sociales, las lógicas estructurales, la constitución histórica de las demandas colectivas, etc.
   A pesar del mencionado carácter coyuntural, lo hecho dejó una estela que puede ser retomada de manera fructífera para preguntarnos acerca del estudio de la acción colectiva en general. Los trabajos analizados ponen en discusión las diferentes formas de entrada a un interrogante que surca las investigaciones reseñadas: cómo se entrelazan las experiencias sociales de los individuos y los grupos de clases populares para trascenderse en la constitución de colectivos y cómo se relacionan con estructuras preexistentes de poder. En cualquier caso, las cuestiones que se abordan son similares en tanto están atravesadas por una misma preocupación: cómo piensan, viven, sienten, se representan, actúan la política los grupos reconocidos como populares y, en este caso particular, quienes se involucraron en los piquetes y las organizaciones de desocupados. Cabe reiterar la metáfora con que iniciamos este artículo: para saber cuáles son los puertos posibles de llegada, debemos conocer qué maniobras nos permite realizar el barco que adoptemos para zarpar.
   Mirar hacia atrás en busca de la estela de lo transitado e intentar deducir algunas derivas inscriptas en el curso que adoptaron las investigaciones sobre piqueteros, resulta un ejercicio que no sólo recorre las transformaciones sucesivas del objeto, sino también de los desplazamientos que se fueron proponiendo para aprehenderlo en grados crecientes de complejidad. Los enfoques basados en el actor colectivo se centraron en la novedad y la importancia social y política de estas organizaciones y sus demandas en un contexto de descomposición de la antigua matriz de integración de la sociedad argentina. Por su parte, los enfoques interesados en las tramas asociativas pusieron de relieve la positividad de las relaciones sociales en ámbitos de pobreza, criticando la imagen de carencia sobre la que se funda la noción de “desocupado”, y descentraron la mirada sobre el actor colectivo. Al abordar de este modo la acción colectiva, describieron una serie de interacciones encadenadas que complejizaron aun más los procesos de movilización social, reconociendo su carácter procesual y conflictivo. Esto fue posible porque a los discursos políticos de los líderes de las organizaciones agregaron el juego de la vida cotidiana en la que se desenvuelven los sectores populares del Gran Buenos Aires y que forma parte intrínseca de su vida política. A su vez, estos análisis se enmarcaron en un conjunto de preocupaciones que -si bien presentes de manera intermitente desde fines de los años ochenta en los análisis sobre acción colectiva en la Argentina- llevó a las ciencias sociales a pensar particularmente el carácter territorial de las prácticas políticas, actualizando así la relevancia del espacio como medio y posibilidad en el devenir de la política.
   Para terminar: lejos estamos de asumir que hay un nuevo conjunto de trabajos arrojando por la borda trabajos clásicos acerca de los desocupados y los piqueteros en Argentina. Por el contrario, es posible a través de ellos actualizar debates acerca de cómo conquistar el objeto de nuestras inquietudes. Las tramas llegan para descentralizar la búsqueda del actor; pero esto no invalida, sin embargo, la pregunta acerca de las matrices que constituyen a los movimientos sociales o a las organizaciones. Historizar esas demandas, proyectos, imaginarios colectivos de los que hablan autores preocupados por la subjetividad colectiva, es posible si reconstruimos históricamente el mapa de disputas en que esas subjetividades particulares entran en tensión a la vez que analizamos las relaciones de reciprocidad y los sistemas de intercambio 23 en las que se actualizan cotidianamente, a través de estrategias metodológicas enfocadas en los circuitos y relaciones de las dinámicas sociales en las que se constituyen. Cuando éstas se utilizan de manera crítica y atentas al mencionado problema de la temporalidad histórica, lejos de caer en una mirada miserabilista de los las clases populares permiten, por el contrario, dejar de situar a la vida cotidiana en el segundo término del par dicotómico producción/reproducción, para iluminar aquellos procesos que pueden transformarla.
   En un campo de estudios definido por una serie de problemas que han sido abordados con éxito dispar y sometidos a debates y derivas posteriores, no pretendemos postular aquí su disolución, ni mucho menos su resolución, sino tan sólo localizar algunas coordenadas.

Notas

1 Estos datos sólo tienen un carácter ilustrativo, y si desandamos el modo en que fueron construidos veremos que están sesgados no sólo porque miden el conflicto social desde una preocupación por la “gobernabilidad”, sino además, porque relevan los datos de algunos medios de prensa de “alcance nacional”, tomando el sesgo de la propia agenda de los grandes medios de comunicación, que tienden a subrepresentar a los grupos y espacios sociales más alejados de los centros de poder. Fuente: Nueva Mayoría , 28 de Enero de 2009. Sitio Web: www.nuevamayoría.com

2 Para ser justos en la crítica debemos manifestar que algunos investigadores e investigadoras han continuado sus pesquisas de la vida política de los barrios populares del Gran Buenos Aires una vez superada la ola eufórica del “piqueterismo”.

3 Para una bibliografía que historiza este proceso ver: Merklen (1997), Fara (1985) y Zibechi (2003)

4 Ya que la primera vertiente exigiría una reflexión profunda de las particularidades de cada contexto urbano y de su inserción y articulación en un espacio de escala nacional. Para el conocimiento de las experiencias de Cutral Có y General Mosconi, espacios donde tuvieron relevancia las luchas sociales donde se configuraría por primera vez el término “piquetero” para designar a las personas que se involucraron en los cortes de ruta en dichas localidades ver: Petrucelli (2005), Auyero (2004), Svampa y Pereyra (2004), Pereyra (2006).

5 Virginia Manzano (2007a) construye este concepto tomando como modelo la categoría de “forma acampamento” acuñada por Lygia Sigaud (2005). Aclaramos que hemos entrecomillado y puesto en itálicas las expresiones nativas que adquieren rango de categorías, y usado el entrecomillado simple para los conceptos de los autores.

6 Sebastián Pereyra y Maristella Svampa op. cit.

7 Los beneficiarios de planes de empleo están obligados por requerimientos formales a realizar una tarea de tipo social o comunitaria de cuatro horas diarias de duración a cambio del cobro. A lo largo de su trayectoria histórica las organizaciones piqueteras fueron constituyéndose en espacios de contraprestación.

8 Algunos de estos trabajos deducen sus preocupaciones a partir de las formulaciones teóricas de Melucci (1994).

9 Refiere al conjunto de trabajos ya mencionados, que analizan los orígenes del movimiento piquetero en las puebladas del interior del país.

10 Analiza una marcha de la Corriente Clasista y Combativa, realizada en Capital Federal el 17/03/2003

11 Respecto a la relevancia y funcionalidad de la cultura de los sectores populares que no sólo es resistencial, Míguez y Semán (2006) plantean que las elecciones (en el grado en que puedan darse) “…tienen valor político porque no se acomodan al deber ser, pero no surgen de un proyecto de contestación aunque lo ejerzan” (2006:15).

12 Ver supra p.5.

13 Castel Robert (1997).

14 Núcleo de Antropología da política (1998).

15 Para la distinción y la relación entre lo oficial y lo oficioso en las prácticas políticas cotidianas ver Briquet (1997).

16 Como afirma Grimson: “(…) considerar la cotidianeidad implica reintroducir una pretensión de captar la totalidad de la vida social comprendiendo, entonces si, el lugar específico de la protesta en un marco más amplio” (2003: 12).

17 Referimos a la tensión miserabilismo/populismo planteada por Grignon y Passeron (1989).

18 Ver de E. P. Thompson (2000), sobre todo los artículos “Agenda para una historia radical” e “Historia y antropología”, también la reflexión dedicada a la antropología simbólica funcionalista en “¿Lucha de clases sin clases?”, publicado en E. P. Thompson (1984).

19 Según Antonadia Borges (2003: 12), el modo de vida local es el resultado de un cruce entre las formas singulares y sociales del espacio, el tiempo y la política.

20 “Designa la condición política de las personas (…) engloba al conjunto de sus prácticas, su socialización y su cultura políticas” (Merklen, 2005: 24).

21 Para ampliar ver Ferraudi Curto (2006b:150).

22 Soldano (2003) plantea que la segregación espacial “ se caracterizan por su capacidad para condicionar territorialmente las formas de sociabilidad” (2003: 8).

23 Pensamos en la categoría de sistema de intercambio total en el sentido que la plantea Mauss (1991).

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Fuentes:

Nueva Mayoría, 28 de enero de 2009. Sitio Web: www.nuevamayoría.com

www.indec.mecon.com

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