SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número26Inflación, transferencias y distribución del ingreso en la Argentina post-convertibilidad. ¿Cómo se gestan y a quiénes benefician?El campo científico argentino en los años de plomo: desplazamientos y reorientación de los recursos índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Sociohistórica

versión On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.26 La Plata dic. 2009

 

ARTÍCULOS

Sociología y democracia: la refundación de la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (1984-1990) 1

 

Juan Pedro Blois

IIGG / CONICET

 


Resumen: Desde su creación en 1957, la Carrera de Sociología de la UBA ha tenido una trayectoria accidentada. Las cambiantes coyunturas políticas nacionales, sumadas a la aparición de profundas controversias entre los sociólogos, delinearon una historia en la que resaltan las rupturas sobre las continuidades. Lejos de un proceso de institucionalización progresiva, se produjo una sucesión conflictiva de etapas en las que la orientación de la carrera variaba sustancialmente. La refundación ocurrida tras la vuelta a la democracia, en contraste, inauguró un período de inusitada estabilidad, caracterizada por la permanencia en el tiempo de profesores, materias y plan de estudios. Este artículo se propone reconstruir el proceso de reorganización institucional e intelectual de la carrera iniciado en 1984. A partir del análisis de las distintas gestiones que se sucedieron en su dirección y de las iniciativas de sus actores principales, procura dar cuenta de la instauración de esta novedosa estabilidad.

Palabras clave: Sociología; Universidad de Buenos Aires; Restauración de la democracia

Abstract: Since its creation in 1957, the undergraduate degree in Sociology at the UBA has had a turbulent course. The nation´s unstable political situation, added to the emergence of heated controversies among sociologists, resulted in a history dominated by breaks and discontinuities. Far from a process of progressive institutionalization, a troubled succession of stages took place within which the orientation of the degree changed profoundly. In contrast, the reorganization that followed the return to democracy opened up a period of unprecedented stability, characterized by the permanence in time of professors, courses and the academic program. This article seeks to reconstruct the process of institutional and intellectual reorganization of the undergraduate degree initiated in 1984. It tries to account for this novel stability through the analysis of the different authorities that were in charge of the institution and the initiatives of its main actors.

Key words: Sociology; University of Buenos Aires; Return to democracy


Introducción

   Desde su creación en 1957, la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires ha tenido una trayectoria accidentada. Las cambiantes coyunturas políticas nacionales sumadas a la aparición de profundas controversias entre los sociólogos -que superaron en intensidad a las propias de todo ámbito académico-, delinearon una historia en la que resaltan las rupturas sobre las continuidades. Lejos de un continuado y progresivo proceso de institucionalización, se produjo una sucesión conflictiva de etapas en las que la orientación de la carrera variaba sustancialmente. Cada etapa, que no duraba más de cinco o seis años, se presentaba como refundacional e impugnaba lo hecho hasta entonces.
   Esta fuerte inestabilidad estuvo asociada a la inexistencia de un acuerdo sobre lo que debía ser la disciplina. Antes bien, los límites, las formas de trabajo y el propio sentido de la sociología fueron siempre objeto de álgidas luchas y controversias que, coincidentes con un clima de creciente politización, se tradujeron -cuando un sector se hacía del control de la carrera- en repetidos recambios del cuerpo de profesores. Sin pensarse partes de una misma empresa intelectual, la llegada de unos suponía la exclusión de los otros.
   La reconstrucción de la carrera tras la vuelta a la democracia, en contraste con la accidentada trayectoria anterior, inauguró un período de inusitada estabilidad que se extiende hasta nuestros días. Si hasta allí se había dado una sucesión desordenada de ciclos cortos en los que la orientación general de los estudios, el plantel docente y las materias cambiaban periódicamente, comenzó entonces una etapa caracterizada por la permanencia en el tiempo de los mismos profesores, de las mismas materias y programas, del mismo plan de estudios. Si hasta allí la inclusión de un sector había supuesto la exclusión de los otros, en la nueva etapa existía una novedosa convivencia de estilos y formas de entender la disciplina.
   La estabilidad y la duración de lo conformado desde mediados de los ochenta justifican -según nuestro parecer- una mirada a ese momento de reconstrucción y refundación que, curiosamente y en contraste con etapas anteriores que han dado lugar a agudas reflexiones y debates, no ha recibido aún suficiente atención 2.
   En este trabajo nos proponemos analizar la reorganización de la Carrera en democracia, con el fin de dar razones que sirvan para comprender cómo fue posible la instauración de esta novedosa estabilidad y qué tipo de carrera favoreció esta situación. Asimismo, buscaremos dar cuenta de las causas por las que se conformó cierta carrera cuando varias otras hubieran sido posibles. En efecto, creemos que no se trata de ir hacia el pasado a buscar, en clave teleológica, las simientes de lo que posteriormente se consolidó. Antes bien, lo que se busca es recuperar la apertura que signa a todo proceso histórico y dar cuenta, entonces, de las diversas orientaciones y tensiones que interactuaron en la formación de este espacio.
   Nos proponemos responder a estas preguntas a partir de una reconstrucción de las distintas etapas por las que pasó la Carrera desde la recuperación de la democracia. En la primera parte del trabajo, realizaremos una breve descripción de lo sucedido en este espacio durante la dictadura con el fin de captar cuál era la situación hacia fines de 1983. En la segunda, analizaremos las distintas gestiones, de perfiles muy distintos, que se sucedieron en la dirección de esta institución. Finalmente, presentaremos una reflexión sobre las condicionantes que confluyeron en la consolidación de cierta carrera en lugar de otras posibles 3.

La carrera durante la dictadura. Marginación y vaciamiento

     A fines de 1983, la carrera de Sociología era un espacio marginal, sumamente aislado del medio cultural y académico más general. Esta situación no había sido una constante en su trayectoria y contrastaba fuertemente con ciertas etapas de su accidentada historia. En efecto, al momento de su fundación a mediados de los cincuenta, la Carrera había sido un ámbito importante de la modernización cultural que vivía el país y había participado de manera protagónica del debate que desvelaba al campo cultural y político de entonces: la naturaleza del peronismo y su pervivencia. Más tarde, había constituido un ámbito relevante en el proceso de fuerte politización que signó a la sociedad argentina a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Sin embargo, a partir de las medidas represivas instrumentadas en el ámbito universitario, esta visibilidad había sido eliminada y reemplazada por un fuerte aislamiento.
   A mediados de los setenta, la Carrera fue inicialmente cerrada y separada de la Facultad de Filosofía y Letras, institución en la que había sido fundada, y posteriormente reabierta en 1977 en condiciones irreconocibles para cualquiera que hubiera pasado por allí anteriormente 4.
   Fue emplazada en la Facultad de Derecho, en un conjunto de aulas de su sótano. Esta ubicación expresaba, a su modo, la valoración que tenían las autoridades de la Universidad de una carrera que, dada la incertidumbre sobre qué destino darle, pudo haber sido cerrada. Las condiciones materiales de cursada, si bien nunca del todo satisfactorias, habían empeorado severamente.
   Además, los nuevos profesores tenían una formación poco especializada en la disciplina. Las diferentes formas de concebir la sociología y estilos de trabajo que se habían sucedido conflictivamente en la Carrera –"sociología científica", "sociología nacional", "sociología marxista"- fueron excluidas por igual. Aprovechando este vacío , su lugar fue ocupado por docentes que habían mantenido escasas vinculaciones con la Carrera. Tan es así que se incorporaron algunos que, excluidos por Germani de su empresa fundacional, habían enseñado sociología en la Facultad de Filosofía y Letras antes de 1955.
   Hubo, asimismo, una fuerte baja del número de estudiantes, una novedad en el marco de la tendencia de una matrícula que, en el clima de optimismo modernizador primero y de fuerte politización después, siempre se había mostrado ascendente. La persecución política y la baja calidad de la enseñanza llevaron a los jóvenes que, aun en el clima represivo vigente, quisieran estudiar sociología, a elegir universidades privadas 5.
   Pues bien, a este vaciamiento intelectual correspondió una dinamización de otros espacios que fuera de la órbita estatal, y por lo tanto menos expuestos al control de las autoridades, sirvieron de refugio para los sociólogos que habían sido separados de sus cargos.
   Por un lado, los centros académicos independientes llevaron a cabo un buen número de investigaciones y contaron, para ello, con acceso a fuentes de financiamiento externo. La mayoría de estos centros existían desde antes del golpe y habían surgido en gran parte como respuesta a la inestabilidad de la institución universitaria que, muy vulnerable a los cambios en la política nacional, no aseguraba trayectorias laborales estables ni generaba confianza en las instituciones internacionales que financiaban el desarrollo de las ciencias sociales. Si originariamente se habían pensado como un complemento de la institución universitaria, cobraban ahora una importancia central en tanto su relevo 6.
   Por otro lado, las universidades privadas en las que se dictaba sociología convocaron a varios profesores excluidos. Tampoco esto era algo novedoso: anteriores intervenciones políticas habían llevado a algunos docentes a refugiarse en estos espacios más alejados de los vaivenes de la política. Aquí la actividad central era la docencia y no se realizaban investigaciones. La ruptura del vínculo entre docencia e investigación que Germani había promovido se consolidaba en un espacio en el que no había dedicaciones exclusivas. Al menos por varios años, esta ruptura continuará y será una de las características de la carrera de Sociología luego de la vuelta a la democracia.
   Entre la carrera de Sociología y este conjunto de ámbitos no había comunicación. Los profesores que participaban en una no lo hacían en el otro. De un lado, la Carrera, sin ninguno de los sectores que desde su fundación se habían disputado su orientación, permanecía, vaciada de contenido y aislada intelectual y físicamente. Del otro, un grupo variado de instituciones en que sociólogos excluidos participaban dictando cursos o realizando investigaciones, aun cuando las condiciones imperantes estaban muy lejos de ser las ideales para la práctica intelectual.
   No era una novedad, por cierto, que lo más dinámico y creativo del ámbito cultural e intelectual estuviese fuera del ámbito universitario. Es sabido que la trayectoria de las universidades estuvo particularmente marcada por los cambios de la política nacional, siendo las exclusiones por motivos políticos una constante. A cada cambio de gobierno, se sucedía un recambio de los planteles docentes que, varias veces, tuvo como consecuencia la formación de redes intelectuales paralelas a la institución universitaria. En el caso de la última dictadura militar, esto se dio junto a la emigración de varios profesores que, amenazada su propia vida por la represión, se vieron obligados a dejar el país.
   Las nuevas autoridades nacionales que asumieron a fines de 1983 se propusieron terminar con esta vulnerabilidad institucional. En el clima de efervescencia y optimismo suscitado por la vuelta de la democracia, encararon una tarea que afirmaban "refundacional": acabar con la práctica de las exclusiones basadas en motivos políticos y establecer una perdurable autonomía de la institución universitaria.

La política "refundacional" de los radicales en la universidad

   El retorno de la democracia abrió una nueva etapa en la Universidad de Buenos Aires. Poco después de asumir, el partido radical dispuso la puesta en vigor de los estatutos universitarios que habían estado en vigencia hasta 1966 y estableció el plazo de un año para la normalización de las universidades nacionales en base a tres principios presentes en su plataforma electoral: autonomía, cogobierno y libertad de cátedra (Buchbinder, 2005: 214).
   La política del gobierno nacional y del rector normalizador, Francisco Delich, buscó promover la convivencia entre los profesores que habían formado parte de la universidad en los años de dictadura y aquellos que habían sido cesanteados y separados de sus cargos. Según su diagnóstico, tal como relatara el mismo Delich poco después de abandonar su cargo, "la historia del desarrollo universitario es la expresión misma del desorden institucional del país desde 1930 […] Las purgas universitarias fueron constantes desde entonces, particularmente salvajes en 1930, 1943, 1945, 1946, 1955, 1956, 1973/74 y 1976. Romper esta cadena terrible era para nosotros una necesidad histórica, la condición para comenzar a escribir otra historia […] Las víctimas y los victimarios, en una historia pendular como la que vivimos, suelen trocar sus papeles […] Derecha e izquierda, peronismo y antiperonismo, popular o elitista, las denominaciones que asumieron los distintos entreveros tuvieron un denominador común, la exclusión del otro […] Excluir en nombre de la ética, excluir en nombre de la política, excluir en nombre de la patria, de los superiores intereses del Estado o lo que fuere, excluir fue una condición de las inclusiones" (Delich, 1986: 8).
   Para romper con este "movimiento pendular" el llamado a concursos constituía la única forma legítima para determinar quién podía estar y quién no. Era el medio idóneo para "garantizar que, sobre la calidad académica, todos podamos estar, todos podamos convivir y todos podamos discrepar en la Universidad" (Delich, 1986: 25). De esta manera, se hicieron masivos llamados a concursos 7 y se procedió a la revisión de aquéllos que, realizados en los últimos años de la gestión militar, estaban sospechados de haberse realizado en condiciones fraudulentas.
   La concreción del compromiso de "no excluir por excluir" que garantizaba a los profesores que habían estado en el Proceso que no serían separados de sus cargos de manera sumaria, se reveló muy problemática en el ámbito de la carrera de Sociología.

La breve gestión de Torrado. Recambio docente y conflicto con la autoridad universitaria

   La encargada de llevar a cabo la renovación democrática en la carrera de Sociología fue Susana Torrado a quien se designó como delegada del rector. La elección de una figura de gran trayectoria, discípula de Germani, y continuadora de su obra que había estudiado y enseñado en prestigiosas instituciones del extranjero, parecía expresar una apuesta por llevar a cabo una refundación de la Carrera que la sacara de su aislamiento y marginalidad y le devolviera parte del dinamismo que había mostrado en tiempos anteriores.
   Dadas las condiciones del momento, la tarea que asumía Torrado presentaba ciertos aspectos análogos a la que había llevado a cabo Germani a mediados de los cincuenta. En la opinión de ambos era necesario generar un espacio de la nada . Según Germani, los profesores que habían tenido a su cargo las cátedras de sociología durante el peronismo no hacían sociología; la misma idea tenía Torrado de aquellos que se habían hecho cargo de la Carrera a partir de 1976. Además, había en ambos un claro rechazo a la orientación política de estos profesores, "cómplices" de regímenes -claro está, muy diferentes- visualizados como retrógrados y autoritarios. Por razones académicas y políticas, se trataba en sendas coyunturas de formar y convocar nuevos planteles docentes, operación que suponía inclusiones y exclusiones.
   En comparación con Germani, la nueva delegada contaba con una ventaja y con una desventaja. La ventaja era que Torrado podía apelar a un grupo numeroso de sociólogos ya formado. Como ella, habían pasado por la Carrera, en varios casos habían estudiado en el exterior y eran figuras consagradas en su labor. En contraste, Germani, ante la ausencia de profesores con la formación que juzgaba adecuada para la novel carrera, debió recurrir a diferentes estrategias para paliar este déficit: realizó seminarios informales de formación, estableció una "especialización en estudios sociológicos" para graduados de otras carreras y envió a los más destacados de sus discípulos a realizar doctorados en el exterior. Asimismo invitó a profesores extranjeros a dar cursos en la Carrera.
   La intención de Torrado era reunir un conjunto de profesores "irreprochables" que dada su trayectoria académica dejaran pocas dudas sobre su legitimidad para ocupar el espacio al que llegarían. En cada materia, buscaba ubicar al máximo especialista que hubiera disponible. Sabiendo el puesto que ocuparía luego de la asunción del nuevo gobierno, Torrado convocó a un conjunto de profesores prestigiosos, algunos de los cuales estaban exiliados. La idea era sacar de su aislamiento a una carrera que en el diagnóstico de la nueva directora lo único que tenía en común con el espacio que ella había conocido era su nombre. Contra el carácter ajeno de los profesores de la dictadura, se trataba de atraer a los notables de la sociología local.
   La desventaja de Torrado se hizo visible cuando decidió separar de sus cargos a los profesores de la dictadura, tentativa que se oponía a lo expresado por el rector normalizador. Si Germani había sido parte de un movimiento que en el seno de la universidad buscaba excluir a cualquiera sospechado de "complicidad" con el régimen entonces depuesto 8, Torrado era parte de una gestión que -como ya mencionamos- afirmaba como un compromiso no negociable una política de "no excluir por excluir". En estas condiciones, su iniciativa de no renovar las designaciones de los docentes que encontró al asumir su función generó rápidamente un conflicto con la máxima autoridad de la universidad. Aparentemente, una parte de los profesores excluidos tenía allegados en el partido gobernante y lograron que se pidiera a Torrado su reincorporación.
   A esto se sumó otra controversia, ya no por las exclusiones sino por ciertas inclusiones. Algunos de los profesores convocados por Torrado eran rechazados desde algunos sectores del partido radical por considerar que sus anteriores adhesiones a posiciones revolucionarias ponían en cuestión la credibilidad de su compromiso con el régimen democrático recientemente instaurando. Ante tales cuestionamientos, a poco más de un mes de haber asumido su función, Torrado decidió renunciar dando finalización a la primera tentativa de reconstrucción de la carrera de Sociología en democracia. Sin embargo, no se alejó definitivamente de este espacio ya que continuó como profesora.
   No obstante estos enfrentamientos, el recambio docente dispuesto por Torrado se mantuvo. De un lado, los profesores cuestionados se mantuvieron en sus cargos aun cuando algunos habían renunciado imitando el gesto de Torrado. En esos casos, tanto Delich como Torrado los instaron a permanecer. Del otro, salvo alguna excepción, no hubo reingresos de los docentes excluidos. Ello era impedido por la activa movilización de las agrupaciones estudiantiles determinadas a que ningún profesor de la dictadura continuara en sus funciones.
   De esta manera, una vez más en un clima conflictivo afín a lo que había sido la trayectoria previa de la Carrera, el cambio en las autoridades nacionales coincidía con la reconstitución del plantel docente. Rasgo que diferenciaría este espacio del conjunto de carreras donde el criterio de las autoridades universitarias tuvo más fuerza dando lugar a una renovación menos disruptiva.
   A pesar de haber salido airosa del conflicto Torrado no reasumió su función. ¿Por qué? Más allá de las semejanzas entre esta coyuntura y aquella protagonizada por Germani, existían diferencias no menos significativas. La carrera de Sociología, un espacio sumamente marginal en 1984, no era parte importante del proyecto de reorganización universitaria que se estaba llevando a cabo ni generaba expectativas importantes en los medios intelectuales y políticos en general. Los principales debates en los que participaban los sociólogos de mayor trayectoria se daban o comenzarían a darse en otros espacios ajenos a la universidad.
   Esta marginalidad contrastaba con el momento de renovación universitaria posterior a 1955 cuando la elite reformista dio un fuerte impulso a la nueva carrera. Junto a la también recientemente creada carrera de Psicología, constituyeron la vanguardia modernizadora en la Facultad de Filosofía y Letras, ámbito que se sumó a su par de Ciencias Naturales y Exactas, como núcleo dinamizador de un movimiento que buscaba insertarse en un proyecto transformador más general de la sociedad argentina. Este proyecto, si bien rápidamente fue puesto en cuestión, alcanzó perfiles definidos a nivel nacional a partir de 1958. Los miembros de la joven carrera de Sociología podían entonces sentirse parte de una empresa que, según una percepción extendida en ciertos ámbitos intelectuales y políticos, debía constituir una pieza fundamental de un proceso que hacía a los destinos del país.
   En contraste, a mediados de los ochenta y dadas las condiciones imperantes, la dirección de esta institución, antes que un "héroe modernizador" que dirigiese los esfuerzos disciplinares y los insertase en los debates del momento, parecía requerir un simple "administrador académico", alguien que se limitase a supervisar la normalización impulsada desde el rectorado. Si lo primero hubiese demandado una figura con trayectoria y prestigio, lo segundo resultaba muy humilde para alguien de ese perfil. La designación del sucesor de Torrado no hace más que confirmar esta idea.

La gestión de Gravenhorst. Normalización y conflicto estudiantil

   El sucesor de Torrado era alguien de muy bajo perfil, desconocido para los profesores que estaban en la Carrera. Antes que una personalidad de equivalente prestigio al de la discípula de Germani, Delich decidió ubicar en su lugar a un joven sociólogo a quien había conocido durante su paso por CLACSO. En aquel entonces, Cristian Gravenhorst había sido su colaborador y desde esa posición se había ganado la confianza del ahora rector.
   El notorio contraste entre Torrado y Gravenhorst expresaba, a su manera, la marginalidad de la Carrera. Si bien su reconstrucción podía concitar el interés y entusiasmo de prestigiosas figuras que decidían retornar a dar clases, no lo hacían como una actividad de tiempo completo. Antes bien, su participación se limitaba al dictado de una materia por lo que, para este grupo de docentes, la carrera se convertía en un lugar de paso, una actividad más entre sus otras ocupaciones. En estas condiciones el perfil del nuevo director era más acorde a la naturaleza de un puesto que no atraía a los sociólogos de mayor trayectoria.
   Ahora bien, si una figura fuerte de la sociología local como Torrado podía hacer pensar en una dirección activa con un proyecto para la reorganización de la Carrera, alguien de los modestos antecedentes de su sucesor implicaba la ausencia, de parte de las autoridades universitarias, de una idea definida para su rearmado. En efecto, sin un plan especial, la gestión de Gravenhorst se presentaba como predominantemente administrativa. Sus objetivos principales serían gestionar la cursada y asegurar el normal desarrollo de los concursos.
   En estas condiciones, la continuidad con lo realizado durante la dictadura devino inevitable. Sin una propuesta alternativa, el nuevo delegado del rector se dedicó a asignar las materias definidas por un plan de estudios de 1976 a los docentes que había convocado Torrado y a otros que comenzaron a acercarse por su propia iniciativa. Aunque con nuevos profesores y nueva bibliografía, la Carrera comenzaba a funcionar en democracia con las materias heredadas de la dictadura, perfilando una distribución del plantel docente que se mostraría duradera. Se revelaba así una llamativa continuidad con lo anterior, juzgado por todos los que llegaban a este espacio como una etapa de oscurantismo y vaciamiento intelectual.
   Por supuesto, en la visión de los protagonistas, esto constituía una situación pasajera pues se preveía la formulación de un nuevo plan de estudios. Ahora bien, sabido es que la continuidad en el tiempo de las prácticas -el dictado de determinada materia es una de ellas- tiende a consolidar rutinas que luego ofrecen cierta resistencia a posibles intentos de cambio. La inicial distribución de materias fue entonces una primera iniciativa que limitaría posteriores decisiones.

Los primeros concursos
   La realización de concursos era, como ya se indicó, el aspecto central de la estrategia normalizadora de las autoridades de la universidad y, en los hechos, constituyó la única iniciativa definida que tuvieron para la carrera de Sociología. En sintonía con los plazos fijados para la normalización –en un año Delich debía abandonar su cargo-, a poco de asumir sus funciones Granvenhorst realizó el primer llamado a concursos. Debido a que todavía no se había definido un plan de estudios nuevo, los llamados debieron hacerse por áreas y no por materias. Los tiempos de la normalización universitaria se adelantaban a los de la reorganización de la Carrera de manera tal que los aspirantes se inscribían sin saber qué materia les correspondería enseñar en caso de resultar ganadores.
   Si bien la decisión de llamar por áreas buscaba asegurar cierta libertad para una futura discusión del contenido del plan de estudios, los docentes que surgieran de los concursos deberían ser ubicados en alguna materia afín al área en el que habían concursado. Así, aun cuando no hubiera en la dirección una idea definida sobre qué perfil darle a la Carrera, la elección de las áreas y la cantidad de puestos ofrecidos en cada una constituía cierta definición en algo en lo que difícilmente podría ser neutral. Cualquier plan de estudios renovado debería contemplar las especialidades de los docentes concursados. De hecho, las tres áreas que más cargos ofrecieron fueron "teoría sociológica", "metodología y técnicas de la investigación" e "historia social" 9; representación mayoritaria que prefiguraba la organización de la carrera en las tres ramas que finalmente fueron definidas 10. Como en la primera distribución de las materias, algunos trazos comenzaban a realizarse en la carrera, trazos que irían dando forma y condicionando el cuadro general que emergería.
   Esta primera tanda de concursos despertó el entusiasmo de un buen número de candidatos 11. Así, sociólogos con una importante inserción en la carrera con anteriodad a la dictadura y con prestigiosos antecedentes compitieron con numerosos colegas de trayectorias muy dispares.
   Con cierto desconocimiento sobre los antecedentes que los jurados exigirían, un amplio grupo de aspirantes cuyas carreras académicas habían sido interrumpidas durante la dictadura y que, por lo mismo, no reunían significativos antecedentes, decidió probar suerte. Al gran número de puestos ofrecidos se correspondió entonces una respuesta importante de candidatos que deseaban volver a la institución en la que habían estudiado y en la que habían tenido alguna breve experiencia como docentes. Sin embargo, una vez evaluados los competidores que se habían anotado, abandonaron los concursos antes de la entrevista. El conocimiento de los antecedentes de ciertos candidatos, que en muchos casos ya estaban dando clases en la carrera, sirvió para que este numeroso grupo comprobara sus escasas posibilidades y ajustase sus expectativas. El mecanismo de concursos operó, en este contexto, como una barrera infranqueable que impidió su ingreso.
   Si aquel grupo se había visto imposibilitado de seguir una carrera académica durante la dictadura, hubo otro que, en contraste, había realizado su trayectoria aprovechando los espacios disponibles abiertos desde su instauración. Si bien en varios casos se trataba de jóvenes que sólo revistaron como ayudantes, hubo dos profesores que, sintiéndose autorizados por sus antecedentes y confiando en el compromiso del rector de no excluir por el sólo hecho de haber dado clases en la etapa anterior, buscaron permanecer en la Carrera. En ambos casos, miembros del centro de estudiantes, en consonancia con el criterio de Torrado más que con el de las autoridades de la Universidad, se opusieron a estas presentaciones. Mientras uno renunció antes de la entrevista, el otro prosiguió y fue impugnado al momento de su exposición 12. De todos modos, este candidato quedó relegado en el orden de mérito.
   Dado el bajo nivel que primó durante la dictadura, el mecanismo de concursos no estuvo tensionado con el extendido sentimiento de profesores y estudiantes tendiente a excluir a quienes habían enseñado en aquel momento. Criterio político y valoración intelectual convergieron sin dificultad. Aun así, hubo algún caso en el que la imposibilidad de llevar a cabo una carrera académica debido a alguna situación extraordinaria derivada del accionar represivo de la dictadura fue tenida en cuanta a la hora de evaluar a los candidatos, siempre y cuando el candidato en cuestión hubiera tenido una trayectoria previa en la carrera significativa. En estas situaciones, valoración sustantantiva y formal debieron llegar a un acuerdo.
   Este tipo de situaciones fue una realidad más extendida en otras facultades. Allí hubo varios concursos en donde compitieron algunos profesores excluidos durante la dictadura con aquellos que habían ocupado sus lugares. En estos casos, los jurados se vieron ante la disyuntiva de elegir entre trayectorias de menores antecedentes injustamente interrumpidas y trayectorias de mayores antecedentes favorecidas por las condiciones creadas por la intervención militar.
   Los cargos que se ofrecieron fueron con dedicaciones simples. Si la Carrera bien podía atraer a algunos profesores de gran trayectoria que quisieron participar en su reconstrucción, su compromiso no iba más allá del dictado de una materia. En tal contexto, una exigencia horaria mayor, como la que suponía una dedicación exclusiva, hubiese alejado a este grupo de profesores que tenían inserción en otros espacios más dinámicos, en algunos casos, vinculados a la función pública, en otros, a centros independientes de investigación. Por lo demás, los exiguos ingresos que proporcionaba una dedicación exclusiva no resultaban atractivos para quienes podían acceder merced a sus antecedentes a mejores oportunidades laborales.
   La dedicación simple fue entonces una forma de asegurar, en las condiciones de aislamiento y marginalidad vigentes en la carrera, la integración de profesores prestigiosos 13. Este mecanismo no era novedoso en el espacio más general de la universidad, donde tradicionalmente varias carreras se organizaron en base a la dedicación simple para poder atraer a los mejores docentes.
   Las diferencias con la época fundacional son una vez más notorias. Una pieza fundamental del proyecto de Germani era la dedicación exclusiva, pues entendía que sólo en esas condiciones sería posible promover el vínculo entre docencia e investigación que debía distinguir a la nueva carrera de las cátedras de sociología que habían funcionado desde comienzos de siglo. El brillo que la nueva carrera cobraba como parte protagónica de un proyecto transformador de la universidad le posibilitaba aspirar a que los docentes hicieran de esa su principal actividad. Esta coyuntura contrastaba fuertemente con la opacidad propia de su situación tras la vuelta a la democracia.

Concursos y acercamiento informal: dos lógicas de constitución del cuerpo de profesores
   En sintonía con los tiempos fijados por la normalización universitaria, los concursos se sustanciaron rápidamente -en menos de un año, el jurado publicaba su dictamen- dando lugar a la incorporación de un buen número de profesores. Ahora bien, más allá de la centralidad acordada a los concursos y su funcionamiento eficiente, muchos profesores no llegaron a la Carrera por este medio. Movidos por su propia iniciativa en algunos casos o por la invitación de algún colega que ya estuviera dando clases, decidieron acercarse y ofrecerse para el dictado de alguna materia.
   La buena recepción de parte de la dirección de la Carrera hizo que rápidamente el plantel original legado por Torrado fuera aumentando. Sin dudas, los tiempos de los concursos, no obstante su celeridad, no alcanzaban a cubrir las necesidades de una carrera que estaba en funcionamiento, y que debía ofrecer materias y seminarios a los estudiantes que habían iniciado sus estudios durante la dictadura y a los nuevos que iban ingresando en democracia.
   Sin embargo, otra razón menos obvia parece haber pesado en estas incorporaciones. Entre los profesores que se acercaron a la carrera había un fuerte consenso: en la nueva etapa, una vez excluidos aquellos docentes que habían participado durante la dictadura, no deberían haber exclusiones de ningún tipo. Contra los anteriores enfrentamientos y prácticas excluyentes en base a criterios politizados, debía ahora primar, en consonancia con el clima democrático general, un pluralismo que permitiera coexistir en un mismo espacio a quienes se identificaban con concepciones de la disciplina y estilos de trabajo distintos. Esta convivencia debía poner fin a la conflictiva trayectoria de la carrera en la que la incorporación de un sector de profesores había implicado, siguiendo una lógica más política que académica, la expulsión de los otros 14.
   En las nuevas condiciones un recurso era indispensable para este acceso informal: haber tenido una participación significativa en la Carrera en algún momento previo a su vaciamiento de mediados de los setenta. Ciertamente este antecedente no necesariamente remitía a lo estrictamente académico, sino que podía suponer un definido componente político como haber estado implicado en los debates y luchas ideológicas del pasado. No debería extrañar que esto fuese así en un espacio donde la separación de criterios intelectuales y políticos había sido seriamente cuestionada en el pasado.
   En estas condiciones, dos lógicas se superpusieron. Por un lado, aquélla promovida por el rectorado basada en la masiva política de concursos. En este caso, al menos formalmente, sólo los méritos académicos e intelectuales –y no el prestigio político o ideológico- podían determinar con justicia quién podría integrarse a la universidad y quien no. Por el otro, aquélla presente en la Carrera que, sobre la base de una primera exclusión de índole política, aseguraba la integración de todos aquellos que tuvieran alguna participación previa y quisieran participar.
   La eficacia de la lógica informal se observó cuando los profesores que perdieron los concursos en un área afín a la materia en la que estaban dando clases no fueron separados de sus cargos. Aun con la decisión adversa del jurado, pudieron continuar ejerciendo su función. Esto reflejaba, por lo demás, que los concursos no buscaban legitimar posiciones ya asignadas. De hecho, hubo varios casos en que quedaron desiertos puestos que estaban siendo ocupados provisoriamente por alguno de los aspirantes.
   Si bien ambas lógicas se desarrollaron paralelamente, el consenso de no excluir fue más determinante. Si los concursos podían incluir nuevos profesores que aún no se habían incorporado al cuerpo docente, no podrían excluir a nadie que ya estuviera dando clases. En tales condiciones, la nueva carrera se fue haciendo de un numeroso plantel docente.

Plantel docente y proyecto académico
   Si a mediados de los cincuenta, Germani había tenido una idea de carrera pero le faltaban profesores para llevarla a cabo, ahora, a mediados de los ochenta, estaban los profesores pero faltaba una idea de carrera. Si en el primer caso, debido a las iniciativas de Germani ya mencionadas, el déficit pudo ser superado, en el otro, la dificultad se revelaría más duradera.
   La ausencia de profesores especializados fue un vacío que el sociólogo italiano intentó cubrir a partir de un grupo homogéneo de seguidores con los cuales desarrollar su empresa académica. Buscaba así estimular una común adhesión a una forma de entender la sociología y generar consenso sobre las teorías, los métodos y el rol práctico de la disciplina. En la visión de Germani, sólo en estas condiciones sería posible impulsar una idea clara del perfil que debería difundir la carrera. Sin embargo, muy prontamente esta búsqueda de coherencia fue puesta en cuestión por algunos de sus seguidores.
   En contraste, entre los profesores que llegaban a la Carrera tras la vuelta a la democracia no había una búsqueda de consenso en la forma de entender la sociología y tampoco en las líneas en que debería formarse a los nuevos sociólogos. La gran heterogeneidad de concepciones que ahora convivían en la misma institución, en el pasado muchas veces excluyentes, hacía difícil un acuerdo sobre el perfil que habría que buscarse.
   De un lado, búsqueda de homogeneidad y fuerte compromiso en el plantel docente –recuérdese lo dicho sobre la dedicación exclusiva- le permitieron a Germani, al menos por un corto tiempo, conducir un proyecto de creación institucional tendiente a formar sociólogos con un perfil relativamente nítido y definido. Del otro, heterogeneidad y menor participación inducían una reconstrucción institucional pluralista en la que convivían en aulas contiguas estilos muy diferentes que, como no compartían criterios comunes, promovían cada uno desde su materia y de manera descoordinada un perfil más difuso. Volveremos sobre este punto.
   Sin una instancia que pensara el conjunto de la currícula, l o que hubo entonces fue un grupo de docentes aislados unos de otros que se fueron haciendo cargo de las distintas materias. Mucho más que el armado de algo conjunto, con cierto grado de coherencia u organicidad, se fue dando un reparto de materias en las que los docentes definían los contenidos que impartían sin ninguna interacción con la dirección de la Carrera o con el resto de sus pares. La Carrera se configuró como un espacio dividido en parcelas, cada una de límites bien precisos e independiente de las otras. Entre cada cátedra no se promovía intercambio alguno.
   Ahora bien, dada la autonomía acordada a cada uno de estos espacios, en los que los profesores gozaban de una amplía iniciativa para organizar los estudios de acuerdo a sus orientaciones particulares, cabe plantearse ¿de dónde provenían estos docentes? ¿Qué trayectoria habían realizado luego de ser expulsados de la carrera?

Las trayectorias previas de los docentes
   Hay una creencia compartida según la cual, tras la instalación de la democracia, la Carrera se rearmó con aquellos profesores que habían estado exiliados durante la dictadura y que, dadas las nuevas condiciones políticas, volvían al espacio al que habían pertenecido. De acuerdo a esta visión, el plantel docente se habría alimentado en lo esencial de los sociólogos que habían debido abandonar el país. Sin embargo, ésta, como toda creencia, es altamente ideológica pues a pesar de que contiene una parte de verdad constituye un relato selectivo y deformado de lo que efectivamente sucedió.
   Es cierto que se produce el retorno de destacados profesores que se habían visto forzados a abandonar el país. Algunos ya contaban en el momento de su partida con un importante reconocimiento –habían sido titulares de cátedra, por ejemplo. Eran parte de las primeras generaciones de sociólogos y, en varios casos, habían participado de las ahora legendarias controversias que se habían suscitado en el espacio de la Carrera. El prestigio que esto les asignaba se sumaba al de haber continuado su trayectoria académica en instituciones destacadas del exterior. Asimismo, volvieron otros sociólogos más jóvenes que, interrumpida su trayectoria en el país por la dictadura, habían aprovechado su paso por el extranjero para cursar estudios de posgrado y generar valiosos antecedentes.
   Sin embargo, hubo también muchos docentes que habían permanecido en el país desarrollando diversas actividades. Algunos encontraron empleo en empresas de mercado, otros se emplearon en alguna dependencia estatal. En varios casos, esas actividades fueron acompañadas por la enseñanza en universidades privadas. Al no haber dedicaciones exclusivas, muchos sociólogos que desarrollaron una actividad exclusivamente académica debieron dar clases en varias instituciones. Asimismo fue importante la participación en centros académicos independientes, ya sea realizando investigación o dando cursos.
   Cabe destacar la trayectoria de ciertos sociólogos que al momento del golpe militar aún no se habían graduado. A pesar de las condiciones precarias vigentes en el clima represivo instaurado por las autoridades militares, estos individuos pudieron realizar algunas carreras académicas oblicuas aprovechando las instancias dinámicas que el golpeado campo local de las ciencias sociales ofrecía. Los cursos en algunos centros académicos independientes o en FLACSO, donde se podían realizar estudios de posgrado, eran la oportunidad de formarse y de relacionarse con destacados intelectuales que permanecieron en el país. Allí era posible encontrar algunas importantes figuras que, posteriormente con su vuelta a la Carrera, invitarían a estos jóvenes a participar como sus ayudantes. Pudieron utilizar, en varios casos, el financiamiento que el CONICET brindaba a jóvenes investigadores, de manera tal que encontraron los recursos materiales que permitieron su formación. Asimismo, comenzaron a dar clases en las universidades privadas, muchas veces, de la mano de los profesores que conocían en los cursos.
   Este conjunto de jóvenes sociólogos resulta particularmente significativo porque llama la atención sobre un aspecto comúnmente pasado por alto: la existencia durante la dictadura de ciertos ámbitos donde jóvenes estudiantes pudieron iniciar una carrera académica.
   Contra la creencia mencionada más arriba, se ve que hubo, en realidad, dos fuentes que nutrieron el cuerpo de profesores de la Carrera renovada. Aquélla proveniente del exterior, más visible y con trayectorias de mayor prestigio, y aquélla que había permanecido en el país, menos visible y de trayectorias diversas pero numéricamente más importante. ¿De dónde deriva entonces el predominio de una creencia que destaca la participación de unos y ensombrece la de otros?
   Sin dudas, el hecho de que varios de los profesores más reconocidos que volvían a la Carrera, y que se convertían en su cara visible al ocupar las principales materias, hubieran debido exiliarse fue un hecho decisivo. Sin embargo, también parecen haber operado otros factores no tan obvios.
   De un lado, la idea de que durante la dictadura no había habido sociología en la Argentina. El clima represivo instalado contra toda forma de pensamiento no condescendiente con las autoridades militares y la desarticulación de la Carrera hacían pensar que la sociología, un discurso que a lo largo de su trayectoria, y sobre todo durante la fuerte politización de los sesenta, había tenido un perfil fuertemente crítico, habría sucumbido en las condiciones imperantes. La intervención de la principal carrera se asoció sin más a la eliminación de la sociología. Ahora bien, vimos cómo algunas instancias alternativas como las universidades privadas y ciertos centros académicos de investigación pudieron dar refugio a la enseñanza y a la investigación así como a la formación de algunos jóvenes sociólogos. Claro está, en las difíciles condiciones imperantes sólo pudieron llevar a cabo estas tareas gracias a un significativo repliegue. Sin poder difundir ideas y generar un marco de discusión extendido, la sociología, si bien no fue eliminada, debió subsistir encapsulada en ciertos ámbitos poco visibles 15.
   Del otro, el prestigio acordado al exilio. Tras la vuelta a la democracia, haber tenido que dejar el país era la expresión de la disidencia y oposición hacia un régimen represivo y dictatorial. Tal trayectoria era valorada positivamente en el contexto de una carrera en la que, como veremos, se fue consolidando un perfil mucho más crítico que técnico o "libre de valores".
   En este contexto, una genealogía de la carrera que rescatara las fuentes que venían de afuera y minimizara las locales resultaba una autoimagen más atractiva. El rol de las universidades privadas como ámbitos de enseñanza de buen nivel quedó opacado tanto como el de los centros de investigación privados. De hecho, estos últimos prontamente fueron uno de los blancos de las críticas de los nuevos estudiantes de sociología ya que, según su opinión, promovían un estilo de trabajo "no comprometido" y "despolitizado". En estas condiciones, la trayectoria de los que habían debido partir hacia el extranjero y que habían enseñado en instituciones prestigiosas se revelaba mucho más acorde a la impronta crítica que iría ganando espacio.
   Ello era así aun cuando los estudiantes no compartieran el nuevo posicionamiento político de ciertos profesores que en el exterior habían llevado a cabo una fuerte revisión de las ideas que habían sostenido en el pasado. Aunque sus nuevas opiniones no despertaban el entusiasmo de los estudiantes, éstos no podían dejar de sentir que su presencia le daba prestigio a la carrera. Su trayectoria política de fuerte implicación en los setenta y su significativa inserción en los debates nacionales del momento jerarquizaban un espacio que -como se dijo- era marginal. Estos docentes se convirtieron entonces en la cara visible de la carrera.
   Dado lo anterior, si bien aquellos sociólogos que permanecieron en el país ejerciendo su profesión de manera dificultosa encontraron espacio en la carrera, sólo pudieron hacerlo a cambio de una cierta invisibilización de sus trayectorias previas. En aquellas condiciones, la creencia -que llega hasta nuestros días- que sostiene que la carrera se rearmó principalmente con sociólogos que volvían al país luego del exilio, pudo operar atribuyendo a todos los docentes lo que era propio de unos pocos.

Los sociólogos que no se integraron
   Si bien la Carrera pudo convocar a un buen número de docentes, hubo ciertos sociólogos de gran trayectoria que decidieron no incorporarse. Aun cuando inicialmente algunos fueron tentados por la invitación de Torrado, luego de uno o dos cuatrimestres en el que dieron alguna materia se alejaron para no volver. A pesar de que posteriormente se les hicieran repetidos ofrecimientos, este conjunto de profesores se mantendría apartado.
   Sin dudas, la marginalidad de la carrera y las condiciones materiales precarias en las que se desarrollaba desalentaban su retorno. No obstante, esta realidad no impidió el reingreso de otros profesores de importante trayectoria. Otro factor vinculado a su paso previo por la carrera y a las formas de entender el ejercicio de la disciplina parece haber pesado.
   Más allá de las sucesivas intervenciones gubernamentales sufridas por la Universidad de Buenos Aires, la conflictividad que caracterizaba esta institución había respondido también a las disputas entre distintos grupos por hacerse del dominio de la institución. La inestabilidad resultante hacía que estos sociólogos la percibieran como un medio poco propicio para el adecuado desarrollo de la tarea docente. El perfil de un espacio como la carrera de Sociología, donde lo académico y lo político muchas veces aparecían entremezclados, resultaba poco atractivo para quienes el paso por los centros de investigación privados los había introducido en un marco de trabajo ordenado. Ciertamente contrastante con el escenario comúnmente agitado de la Universidad de Buenos Aires. Sin nostalgia por las épocas de movilización y conflicto que habían vivido en su experiencia anterior en la Carrera, prefirieron declinar las sucesivas invitaciones que recibieron desde la misma.
   Esta actitud se vuelve más comprensible si se tiene en cuenta que, muy prontamente, las agrupaciones estudiantiles comenzaron a criticar el perfil profesionalizado de los centros privados de investigación, lugar donde varios de estas figuras se insertaban. Las nuevas camadas de alumnos se oponían a lo que consideraban era una sociología "despolitizada" y "carente de compromiso", y que, en adición, vivía de los subsidios extranjeros. En estas condiciones, la carrera se reveló como un ámbito poco atractivo para este conjunto de docentes.
Hubo también otro grupo de sociólogos de perfil ciertamente distinto que se mantuvo apartado de la Carrera. Nos referimos a aquellos profesionales dedicados al análisis de mercado y los estudios de opinión. Esta actividad surgida en los sesenta, había tenido un crecimiento muy importante durante la dictadura militar. Promotores del desarrollo de una sociología aplicada tendiente a dar respuestas a las demandas de la sociedad, estos sociólogos pudieron en varios casos crear empresas muy exitosas 16.
   Sin embargo, este éxito no se había reflejado en su inserción académica ya que en el pasado su influjo en la Carrera no había sido significativo. Su idea de la sociología como una "profesión" -que como cualquier otra debía ofrecer en el mercado sus servicios y preocuparse por conquistar una clientela- había estado en las antípodas del estilo predominante, sobre todo a partir de la fuerte politización de mediados de los sesenta. La idea de un "técnico neutral" que ofrece sus conocimientos a quien pueda pagarlos no podía menos que chocar con la idea de "intelectual crítico" que gozaba de gran predicamento en aquel entonces.
   Esta marginación, de todos modos, no impedía que destacadas figuras preconizaran en importantes medios las bondades que el desarrollo de la sociología aplicada, entendida en estos términos, tendría para el propio desarrollo de la sociología académica. Desde muy temprano, sostuvieron que una sociedad persuadida del valor de la sociología sería un reaseguro contra las fuerzas que amenazaban y ponían en cuestión su institucionalización. Estas voces, en aquel clima de politización, fueron a veces duramente criticadas y otras sencillamente ignoradas 17.
   A mediados de los ochenta, con la expectativa de hallar un espacio donde ejercer la docencia, varios sociólogos especializados en análisis de mercado y estudios de opinión se presentaron a los concursos en las áreas de metodología y estadística. Sin embargo, está intención fue rápidamente abandonada pues al momento de la entrevista ninguno se presentó. El perfil que la carrera iría cobrando se reveló incompatible con el estilo de sociología que practicaban.
   Si bien, como mencionamos, la dirección de la Carrera no buscaba desarrollar un enfoque particular en detrimento de otros, ciertos factores fueron conformando un ámbito refractario hacia la sociología de perfil técnico. El estilo de varios de los profesores convocados -mucho más identificados con el papel del "intelectual" que con el del "técnico libre de valores"- y las expectativas de los alumnos -interesados en encontrar un ámbito de pensamiento crítico más que una salida laboral- hicieron que el tradicional componente crítico prevaleciera. Tanto en el contenido de las materias como en las demandas del movimiento estudiantil, a las que haremos referencia, había una distancia muy grande con aquello que los expertos en marketing podían ofrecer. En tal contexto, una sociología de este tipo no hubiese encontrado buena acogida.
   A pesar del pluralismo alentado desde la dirección de la carrera y compartido como valor por el cuerpo de profesores, una exclusión tácita era operada: la sociología de perfil técnico y de consultoría no tendría lugar. Si bien no medió la acción explícita de nadie en ese sentido, la tentativa fallida de los promotores de la sociología aplicada por incorporarse a la carrera llama la atención sobre las selecciones que se operaron en los primeros tiempos y que limitarían el rango de posibilidades que la reorganización de la carrera en democracia comportaba 18.
Desde la institucionalización universitaria de la sociología, toda carrera de sociología en cualquier país del mundo –lo han señalado varios autores- se ve enfrentada a una tensión entre dos tendencias contrapuestas: favorecer la sociología como discurso crítico, impugnador de la dominación y la relaciones de poder establecidas, o estimular la sociología como profesión, preocupada por garantizar a sus practicantes una buena inserción en el mercado laboral. De esta tensión deriva una ambigüedad constitutiva de la sociología universitaria, ambigüedad que en la Universidad de Buenos Aires tras la vuelta a la democracia, en consonancia con la trayectoria previa, comenzaba a definirse a favor del primer polo.

Primeras definiciones

   A partir de 1984, hay en la carrera de Sociología una situación sin precedentes: la coexistencia de estilos y formas de entender la sociología que hasta allí se habían excluido mutuamente.
   Sabido es que no había habido en la trayectoria de la sociología local un consenso entre los sociólogos a la hora de definir los límites de su disciplina y la naturaleza de su profesión. Antes bien, tales cuestiones fueron siempre objeto de álgidas luchas y controversias. El conflicto fue tal que resultaba difícil poder hablar de una sociología en singular.
   Desde mediados de la década del setenta, sin embargo, a partir de la reorganización operada por las autoridades interventoras, estas sociologías enfrentadas compartieron una misma exclusión. Esta dura experiencia y el clima democrático más general propiciaron la formación de un novedoso consenso entre quienes se acercaban a la Carrera a partir de 1984: la defensa de una particular forma de entender la disciplina no debía implicar el rechazo de otras formas posibles. Las prácticas excluyentes deberían quedar en el pasado.
   Como hemos visto, esta determinación no incluía a aquellos que habían formado parte de la Carrera durante la dictadura, visualizada como un momento no integrable en la nueva etapa. El consenso entonces comprendía, por un lado, una primera exclusión –nadie que hubiera estado en dictadura podría permanecer en su posición- y, por el otro, la necesidad de promover el pluralismo entre las distintas formas de concebir la sociología y los diferentes estilos de trabajo.
   Ahora bien, como ya indicamos, en la práctica este novedoso consenso no se limitó a asegurar la convivencia sino que incluyó, aun cuando no mediara un proyecto explícito desde la dirección de la Carrera, ciertas definiciones más sustantivas. Si bien más abstractas que las del pasado, pues debían ser el denominador común de estilos muy diferentes, estas definiciones comenzarían a delinear un perfil de carrera particular entre los varios que eran posibles en el momento refundacional que se vivía: la tensión siempre presente entre la sociología como discurso crítico y la sociología como profesión se afirmaría, al menos inicialmente, en favor del primero de los polos. Aquello que emparentaba a las diferentes formas de concebir la sociología presentes, más allá de sus grandes divergencias, era la común definición de la disciplina como una empresa crítica. Si un componente formal del consenso tendía a la apertura, una componente sustantivo constituía un obstáculo a la introducción de otros estilos que, como vimos con la sociología de perfil técnico y de consultoría, no encontraban espacio en la nueva carrera.

Los estudiantes de sociología. Movilización y nuevo delegado del rector
   El número de estudiantes en la Carrera se mantuvo relativamente bajo hasta que en 1986 se produjo el ingreso de aquellos provenientes del recientemente creado CBC. Esta situación permitió una mayor activación de los estudiantes que rápidamente devinieron una voz de peso en la orientación de la carrera.
   Los nuevos alumnos se vieron de inmediato enfrentados al hecho de que llegaban a una carrera con graves dificultades materiales y organizativas. El inconveniente más evidente, pues saltaba a la vista de todos, era el lugar donde se cursaba. Si bien las nuevas autoridades universitarias habían mudado la carrera de su aislado emplazamiento en el sótano de la Facultad de Derecho a uno de los márgenes de la Facultad de Arquitectura, su nueva ubicación resultaba todavía deficiente. El escaso número de aulas disponibles ponía en duda la viabilidad de una cursada que cada vez debía dar lugar a más estudiantes. La demanda por un edificio propio para la carrera devino entonces una de las consignas principales de las agrupaciones estudiantiles.
   Los problemas organizativos, por su parte, generaban gran incertidumbre sobre el normal desarrollo la cursada. En varios casos, no estaban aún designados los profesores para materias que, por lo demás, no estaban claramente definidas. Había, en efecto, un gran desorden curricular pues convivían dos planes de estudios, aquél de la dictadura que se había decidido reemplazar y uno nuevo diseñado para los ingresantes del CBC que era rechazado por las agrupaciones estudiantiles. En tal contexto, una situación de precariedad caracterizaba el momento de la inscripción a materias. Al no estar definidas las materias a cursar ni los profesores que estarían a su cargo, los alumnos simplemente se anotaban a horarios en los que, una vez definida la materia y el profesor, se dictarían las clases. Todo lo anterior generaba un extendido clima de desconcierto y malestar entre los estudiantes. Aun cuando ya hubiera algunas cátedras funcionando, primaba una sensación de precariedad e inseguridad. Contra esto, los estudiantes exigían la realización de concursos para garantizar la continuidad de los profesores, así como otras medidas que asegurasen una buena calidad en la enseñanza.
   Estos reclamos relacionados con la cursada rápidamente se entremezclaron con posiciones de perfil definidamente ideológico y político. En este sentido, los estudiantes -como se indicó anteriormente- adhirieron al consenso que existía entre los profesores, tendiente a excluir al plantel docente que había dado clases durante la dictadura. Se movilizaron así de diversas formas rechazando la presencia en la renovada carrera de aquellos a los que se consideraba "cómplices" de un régimen dictatorial. Las impugnaciones que mencionamos a los docentes del Proceso en los concursos son una muestra de esta activa participación.
   Sin embargo, lo anterior era parte de una definición más general sobre lo que debía ser la sociología como disciplina e institución universitaria. Observando las principales consignas y reclamos de las agrupaciones estudiantiles se comprueba que más que una profesión, como cualquier otra de las que se ofrecían en la universidad, los estudiantes movilizados aspiraban a encontrar en la sociología un punto de miras y acción que los vinculara a la sociedad desde una posición crítica. Atraídos por la figura del "intelectual crítico", mucho más que por la de "técnico experto" en problemas sociales, reclamaban de la carrera un compromiso con los sectores dominados de la sociedad. La figura del sociólogo se asociaba estrechamente a la de la militancia y al compromiso social y político. Su labor debía estar al servicio de una sociedad justa e igualitaria. La demanda de una apertura de la carrera hacia las necesidades de la "sociedad" y de la "clase obrera" o el "pueblo" se convirtió rápidamente en una constante. En definitiva, los estudiantes buscaban en la sociología algo diferente de lo que habitualmente se busca en una carrera universitaria. Dados estos fines, cualquier preocupación por las posibles salidas laborales de la carrera quedaba en un plano muy secundario.
Los estudiantes centraron su oposición y accionar en quien dirigía la Carrera. Rápidamente la demanda que nucleaba a todas las agrupaciones fue: "Fuera Gravenhorst". En su lugar se exigía la instauración del cogobierno y la elección, a través de esta instancia, de un nuevo director capaz de reorganizar la carrera y garantizar la cursada.
   Las iniciativas de los estudiantes alcanzaron el éxito cuando un grupo de docentes y graduados acompañaron sus demandas. Producto de sucesivas asambleas una junta que reunía miembros de los tres claustros comenzó a funcionar de forma paralela a la dirección que seguía ejerciendo Gravenhorst. En estas condiciones, acosado desde abajo por la resistencia estudiantil y el nuevo gobierno paralelo, y sin sostén desde arriba ya que Delich había dejado su función hacía algunos meses, el joven sociólogo abandonó su cargo a mediados de 1986.
   Finalizaba otra etapa en la carrera luego de su reapertura en democracia y, otra vez, lo hacía en medio de un conflicto. El intento de las autoridades universitarias de normalización con una figura de perfil bajo, que nunca buscó dar un contenido definido a este espacio, terminaba con graves dificultades para garantizar el normal desarrollo de la cursada y acosada por la resistencia de los estudiantes. Una sociedad que unía las franjas movilizadas del estudiantado, algunos graduados y ciertos profesores había enajenado al rectorado el control directo de la carrera de sociología y lo había depositado en una junta en la que los tres claustros eran representados en proporciones equivalentes. De allí en más, el rectorado debería negociar con el nuevo gobierno de la carrera quién sería el futuro delegado del rector y las condiciones en que llevaría a cabo sus funciones.
   Luego de cierta incertidumbre sobre quién podría ser el reemplazante de Gravenhorst, la junta decidió convocar a Mario Margulis. Apoyado por las agrupaciones estudiantiles, con las cuales se entrevistó varias veces antes de asumir su función, y con el consenso del cuerpo de profesores y de los graduados, la nueva figura era conocida por un libro publicado en 1968 que había alcanzado cierta difusión en Latinoamérica. El estilo del libro así como su temática -referida a la marginalidad y la migración en Argentina- asociaban al nuevo delegado con un perfil crítico, afín con las demandas estudiantiles.
   Una vez más, como varias veces a lo largo de la trayectoria de la carrera, la orientación del movimiento estudiantil tenía un gran influjo en el perfil que se iría consolidando. Al reivindicar cierta tradición crítica y politizada en detrimento de perfiles más profesionalizados, los estudiantes alentaron la presencia de ciertos estilos de trabajo y la ausencia de otros. Esta selección no operaba explícitamente pues, salvo los casos de los profesores vinculados a la dictadura, ningún docente fue impugnado deliberadamente. Sin embargo, si algunos profesores apoyaban y se sentían identificados con esta orientación crítica de los estudiantes, otros -como hemos visto- encontraron en ello una razón para no integrarse a la carrera o alejarse en el caso en que inicialmente se hubieran acercado.

La gestión de Margulis. Pluralismo y búsqueda de consenso

   Margulis formaba parte del conjunto de profesores que a mediados de los setenta había debido exiliarse. Docente de la carrera hasta 1966, cuando fue excluido por la intervención militar, dio clases en la Universidad Nacional de La Plata hasta 1974, momento en el que fue convocado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, rápidamente debió abandonar su cargo y hacia 1976 emigrar a México donde, como varios de los exiliados, pudo integrarse en destacas instituciones académicas.
   Desde su vuelta al país en 1986, Margulis no había tenido contactos con la Carrera. Estaba a punto de incorporarse a la Universidad de Luján cuando, para su sorpresa, fue convocado para desempeñarse como delegado del rector. Más allá de las credenciales que lo habilitaban para desempeñarse en el cargo, el hecho de haber estado apartado de la carrera fue un aspecto decisivo en su elección. Ello le permitía aparecer como una figura mediadora, ajena a los intereses que estaban en juego y, por lo tanto, capaz de obtener el consenso de los diferentes actores que convivían en este espacio. Más aun, Margulis no era un sociólogo directamente identificable con ninguna de los estilos que convivían en la carrera. Así, más allá de todas las diferencias que lo separaban de su antecesor, esta relativa autonomía era un significativo punto de contacto.
   Dado el consenso vigente tendiente al pluralismo, un director claramente comprometido en la defensa de un estilo determinado hubiera concitado resistencias de parte de quienes no se sintieran identificados con el mismo. Si se sostenía la convivencia de diferentes formas de entender la sociología, la autoridad de la carrera debería ser mediadora y equidistante.

Los condiciones heredadas
   Si la designación de Gravenhorst expresaba una explícita prescindencia para definir un determinado tipo de carrera, Margulis, de la misma manera que Torrado, hacía pensar en una dirección más activa y no limitada a lo administrativo. En efecto, el nuevo director era alguien que, dada su trayectoria, podría pensar la carrera globalmente y darle una impronta más ordenada y coherente. En este sentido, la principal iniciativa fue el diseño de un nuevo plan de estudios, con el que se esperaba cerrar definitivamente la etapa de transición desde la dictadura, consolidando por fin a la carrera en democracia. Asimismo, se esperaba terminar con el desorden de una cursada que hasta allí, se había basado en dos planes de estudios diferentes, generando malestar e incertidumbre entre los estudiantes.
   Dada las condiciones en las que se produjo su acercamiento, Margulis debió dar una significativa participación a los estudiantes, así como al grupo de docentes y graduados que habían participado en el enfrentamiento contra Gravenhorst. De allí en más, las iniciativas de la dirección de la carrera mostrarían una pronunciada preocupación por buscar el consenso de los tres claustros representados en la junta surgida en la etapa anterior. De hecho, esta junta fue integrada como parte ordinaria del nuevo gobierno de la carrera a la manera de un órgano "consultivo". Más tarde, cuando se inaugurara la Facultad de Ciencias Sociales, pasaría a ser la "junta de carrera"
   Este cuerpo tripartito mostraba una peculiaridad asociada a la intensa movilización de las agrupaciones estudiantiles. En contraste con sus pares de otras carreras de la universidad donde había representación mayoritaria de los profesores, la representación de los tres claustros era equivalente. No conforme con ello, la autoridad universitaria realizó reiterados reclamos a fin de que se "normalizara" esta situación. A pesar de esta insistencia, no hubo cambios y las proporciones equivalentes se mantuvieron. Desde muy temprano, la movilización de los estudiantes obligaba al delegado del rector a mediar, en un delicado equilibrio, entre las iniciativas que venían desde arriba y las que venían desde abajo 19.
   Ahora bien, más allá de la impronta activa y participativa que Margulis buscaba darle a su gestión, prontamente debió confrontar una realidad: el puesto al que había arribado estaba marcado por una significativa debilidad. Se trataba de una posición que no habilitaba a encarar grandes reformas ni a imprimir un sello propio a la orientación de la carrera.
   A diferencia de Germani que pudo liderar, gracias a condiciones particularmente favorables, una empresa que arrancaba desde cero , el nuevo director llegaba a un espacio que venía funcionando –aunque de manera desordenada- desde hacía más de dos años. Las anteriores gestiones habían dejado, aun con la brevedad de la primera y a pesar de la vocación prescindente de la segunda, una significativa herencia: plantel de profesores amplio y variado, distribución de materias entre los docentes, numerosos concursos realizados y otros por sustanciarse. Estos factores limitaban severamente el margen de opciones y selecciones que podría encarar el nuevo delegado. Había, en efecto, una serie de rutinas y prácticas consolidadas que, una vez establecidas, resistían intentos voluntaristas de cambio.
   Esta situación contrastaba con los márgenes más amplios que, al menos por un tiempo, pudo aprovechar Germani para desarrollar su proyecto intelectual y académico. Si el sociólogo italiano había buscado un fuerte compromiso del cuerpo de profesores con una determinada orientación sociológica, el plantel docente que encontraba Margulis -como ya indicamos- se identificaba con diferentes estilos de trabajo muchas veces contrapuestos, y sólo asimilables por una carrera que hacía de la convivencia y el pluralismo valores por todos respetados.
   De un lado, una dirección fuerte que definía las líneas generales de la Carrera, influía en la definición de los contenidos de cada materia y elegía quiénes eran los profesores que estaban a su cargo. Del otro, una dirección débil que debía admitir la existencia de cátedras con gran independencia en su orientación y cuyos profesores, que no habían sido convocados por esta gestión, no compartían una común orientación sociológica. Si a mediados de los cincuenta, en la relación entre la dirección y las cátedras de la carrera, predominaba el centralismo en favor de la primera, a mediados de los ochenta, la organización de las últimas en la forma de dominios prácticamente autónomos cambiaba el sentido de la relación y limitaba fuertemente las atribuciones e injerencia de la dirección.
   Ante tal realidad, ¿qué opciones le quedaban al delegado del rector? Descartada la posibilidad de propiciar cambios ambiciosos tendientes a reorganizar la carrera en un sentido más definido por ilusorios, pero descartada también, dados su perfil y trayectoria, la tentativa de mantener una línea prescindente a la manera de su antecesor, el nuevo director encontró una fórmula que le permitió salir del paso, haciendo virtud de necesidad. Si lo que había en la Carrera era un fuerte consenso tendiente al pluralismo y a la convivencia de estilos diferentes, estos valores serían tomados como banderas de su gestión. Convocado como una figura mediadora, sus acciones buscarían siempre mantener este perfil y evitarían cualquier tentativa que pudiera ser interpretada por los docentes de la carrera como privilegiando cierto estilo o línea en detrimento de los otros. El pluralismo intelectual y político sería el sello propio de la gestión de Margulis, y la cualidad a partir de la cual legitimarse.
   Representativo de lo anterior, el nuevo director decidió conformar dos cátedras diferentes para cada materia, una para cada turno. De ese modo, buscaba alentar el perfil pluralista de la carrera ya que distintas perspectivas –no sólo intelectuales sino políticas- podrían ser expresadas en aquellas condiciones.
   Como consecuencia, si durante la gestión de Gravenhorst, la convivencia de estilos muy diferentes aunada a su prescindencia en la orientación de los estudios, se traducían en la conformación de un perfil difuso de la carrera –contrastante con el perfil ciertamente más definido que al menos por un tiempo pudo impulsar Germani-, en la etapa liderada por Margulis esta situación no cambiaría. Si bien, como veremos luego, hubo ciertas tentativas tendientes a pensar la carrera de manera conjunta y a darle cierta orientación, el compromiso con el pluralismo limitaría fuertemente cualquier iniciativa en ese sentido.

Los docentes que participaron y los sociólogos consagrados
   Hemos dicho ya que para la mayoría de los docentes, dado el predominio de las dedicaciones simples, la enseñanza en la Carrera era una más entre otras inserciones a las que dedicaban más tiempo. Sin embargo, hubo cierto grupo para el que la participación en este espacio devino su principal actividad.
   Sin otras alternativas de igual o mayor peso a la vista, hicieron de la carrera una ocupación de tiempo completo. Durante la etapa de Gravenhorst, se habían movilizado junto a los estudiantes; una vez llegado Margulis, acompañaron de cerca a la nueva gestión. Ya sea en el antecedente de la junta de carrera, en la comisión en donde se discutía el plan de estudios o como funcionarios administrativos estos docentes cumplieron un rol protagónico en la reorganización que se llevaba a cabo.
   Sin embargo, como ya dijimos, fue otro el grupo de docentes que devino la cara visible de la carrera, uno para el que este ámbito, en contraste, permanecía en un plano ciertamente secundario: los sociólogos de mayor trayectoria.
   Con la vuelta a la democracia y la renovación de las instituciones, este grupo pudo, gracias a sus destacados antecedentes, acceder a los ámbitos culturales y políticos más prestigiosos y dinámicos del momento. Si algunos eran contratados como consultores de alguna importante dependencia estatal, otros eran protagónicos animadores de los debates y polémicas que convocaban a lo más destacado de la intelectualidad nacional. Hubo incluso quienes se desempeñaban como cercanos asesores de la máxima autoridad política del país, situación inédita en la historia de la sociología local.
   En tales condiciones, el prestigio asociado a su trayectoria intelectual y política así como a sus presentes labores, hacía que su participación –aun cuando no fuese más allá que el dictado de alguna clase semanal- contribuyera a jerarquizar y dar visibilidad a la Carrera. Cualquier estudiante que aspirara a ser sociólogo sabía que era allí donde estaban los "mejores" profesores.
   Aun más, su presencia contribuía a legitimar la reconstrucción que se estaba llevando a cabo. Si ciertos sociólogos consagrados no hubieran participado en la carrera –vimos que algunos prefirieron mantenerse alejados-, la naturaleza de lo que se estaba haciendo podría haber sido cuestionada. Si la Carrera era capaz de mostrar que en el plantel docente estaban los sociólogos de mayor trayectoria –al menos una parte de ellos-, podía presentar lo que se estaba haciendo como bien encaminado.
   Hubo entonces entre los dos grupos considerados una tácita división de tareas. Si unos, destinando buena parte de sus energías, acompañarían a Margulis en la gestión y reorganización de la carrera, los otros, con una presencia más limitada pero fundamental, darían visibilidad y jerarquía a un ámbito en reconstrucción.

El nuevo plan de estudios
   La formulación del nuevo plan de estudios fue una iniciativa en la que el director de la Carrera procuró generar el máximo consenso posible, presentando su diseño como un proceso en el que todos podían participar y debatir. En este sentido, propició la formación de una comisión –la Comisión Curricular Permanente- en la que estudiantes, graduados y docentes, junto a las autoridades de la Carrera, discutirían periódicamente, las propuestas que realizaran éstas últimas.
   En consonancia con esta expectativa, la formulación del plan de estudios transcurrió en un clima de consenso, sin grandes controversias o polémicas, contrariamente a lo que los diferentes estilos cobijados en este espacio podrían hacer pensar. Sin sobresaltos, el proceso se extendió durante poco más de un año, desde fines de 1986 hasta comienzos de 1988, cuando finalmente se aprobó el nuevo plan 20.
   Sin renunciar al pluralismo vigente, el nuevo plan buscó dar a la Carrera un perfil más definido. Para este ordenamiento, Margulis propuso la formación de distintas "orientaciones" que sobre la base del agrupamiento de ciertas materias optativas permitiese una sistematización de la variada oferta disponible. Se trataba de especializaciones entre las que los alumnos, al promediar sus estudios, podrían elegir siguiendo sus intereses.
   Desde "teoría social", a "sociología laboral", pasando por "estudios de población", la diversidad de orientaciones contempladas por el nuevo plan de estudios –que, por lo demás, dejaba abierta la posibilidad de incorporar nuevas orientaciones- era tal que, nuevamente, la voluntad mediadora y pluralista de esta gestión no podía ser puesta en duda.
   Ahora bien, más allá de esta tentativa ordenadora, el nuevo plan de estudios no generó cambios significativos en el funcionamiento de la carrera. La herencia de las anteriores gestiones, como ya dijimos, había consolidado un arreglo institucional poco receptivo a la introducción de reformas. El perfil de la carrera había sido en lo esencial trazado, paradójicamente, durante una gestión que se había pretendido neutral y prescindente. Las principales líneas tras la vuelta a la democracia ya se habían realizado y no serían modificadas por la nueva ordenación. En el mismo sentido operó la heterogeneidad de estilos que convivían en la carrera. Si se buscaba mantener el pluralismo se debía definir un marco amplio y abstracto que, gracias a su indefinición, pudiese dar cabida a todos.
   En estas condiciones, antes que una organización detallada, el nuevo plan de estudios fue un simple listado de materias que, sin introducir cambios en la cursada, fue la legitimación de una situación previamente configurada. De hecho, no fueron pocas las materias que venían del plan de 1976 a las que sólo se les cambio el nombre. Claro está, el contenido había sido renovado luego del cambio del plantel docente iniciado por Torrado.
   A pesar de su escasa influencia en la práctica, su aprobación fue vivida por los protagonistas como un paso fundamental en la reinstitucionalización de la Carrera en democracia. Es que el consenso que signó la formulación del plan de estudios ofrecía un marcado contraste con las agitadas disputas y peleas que habían caracterizado a la carrera de Sociología. La formación de la nueva "ley fundamental" en un proceso en el que todos podían participar y que no excluía a nadie fue pensado entonces como una verdadera refundación tendiente a abandonar las prácticas excluyentes del pasado. Prácticas que, de acuerdo al clima democrático general, todos coincidían en censurar.

Ampliación del plantel docente
   Durante la gestión de Margulis, las dos lógicas -la de concursos y la del acercamiento informal- que hasta allí habían nutrido el cuerpo de profesores continuaron funcionado de manera tal que el número de docentes siguió aumentando.
   Desde mediados de 1987, retomando lo hecho anteriormente, se llamó a un importante número de concursos. Si bien contaban con el impulso de la dirección de la carrera, su funcionamiento no fue tan ordenado y eficiente como el de los realizados previamente. Si en varios casos tomaron varios años para sustanciarse, hubo incluso alguna situación en la que, dado la magnitud del tiempo transcurrido, el jurado decidió no pronunciarse. El limitado plazo de la normalización encabezada por Delich que apuraba e inducía un mejor desempeño en el mecanismo de concursos había pasado.
   En comparación con la primera tanda de concursos, el número de candidatos para cada materia fue sensiblemente menor. Ello estuvo asociado a la exclusión operada en aquella oportunidad de todos los aspirantes que, en el clima de optimismo por la reapertura del espacio del que habían sido separados desde mediados de los setenta, habían decidido probar suerte aun cuando no tuvieran demasiados antecedentes. Los nuevos candidatos, en la mayoría de los casos, tenían ahora una trayectoria más acorde a la posición que aspiraban alcanzar. Una carrera en funcionamiento había despejado ciertas dudas e incertidumbres sobre cuáles eran las credenciales necesarias para poder acceder. De hecho, muchos de los candidatos ya estaban dando clases.
   Lo anterior, sin embargo, no debería hacer pensar que la realización de los concursos estuvo encaminada a legitimar a docentes en cargos asignados de manera provisoria. Antes bien, fueron varias las ocasiones en las que, aun cuando alguno de los candidatos fuese parte de la carrera, el jurado declaró desierto el concurso. Tanto como antes, la lógica de los concursos se mantuvo independiente de la lógica informal de acercamiento y permanencia en la Carrera.
   La nueva tanda de concursos se hacía en un marco menos incierto ya que ciertas definiciones surgidas durante la gestión de Margulis pudieron orientar los llamados. Por un lado, una vez acordada la nómina de materias que integraría el nuevo plan de estudios, los concursos pudieron ser realizados por materias y no por áreas 21. Por otro lado, dada la iniciativa que buscaba consolidar el pluralismo a través de la constitución de dos cátedras por materia, una a la mañana y otra a la noche, se pusieron en disputa, en cada materia, dos puestos de profesor titular y dos de adjunto. De allí deberían salir seleccionados, según el director de la carrera, sociólogos de tendencias distintas. Finalmente, todos los cargos ofrecidos fueron por dedicaciones simples, expresando la consolidación de la institución como un lugar de paso, con el que los docentes mantenían, en la mayoría de los casos, un vínculo de baja intensidad.
   Paralelamente a la dinámica de concursos, continuaron el acercamiento y la convocatoria informal de nuevos profesores. De acuerdo al tono general de su gestión, Margulis intentó presentar estas incorporaciones como la afirmación del pluralismo, tanto intelectual como político. Claro está, esta apertura no incluía a profesores que, en la visión de entonces, fueran identificados con posiciones de "derecha". El consenso que dejaba afuera a quienes hubieran dado clases durante la dictadura tampoco toleraba orientaciones de aquel tipo. La sociología era, para los docentes y estudiantes, una empresa crítica.
   Ahora bien, mientras que los concursos fueron realizados para cubrir puestos en materias obligatorias, los profesores que llegaban por la vía informal fueron designados en materias optativas.

Las materias optativas
   Una característica peculiar del nuevo plan de estudios era la importante proporción de materias optativas que establecía. Luego de tres años de cursada, donde el recorrido estaba puntillosamente delimitado, el estudiante se veía, en el tramo final de la carrera, impulsado a escoger entre una variada oferta de materias optativas. En la visión de quienes habían diseñado el plan, este carácter abierto buscaba asegurar la flexibilidad de la currícula para incorporar nuevos contenidos en una disciplina que como otras ciencias sociales estaba siempre cambiando e incorporando nuevas perspectivas.
   Según lo dispuesto por la dirección de la Carrera, la proporción de estas materias debería mantenerse limitada en función de la existencia de ciertas orientaciones. Sin embargo, rápidamente se produjo un fuerte incremento en su número 22. En aquellas condiciones, la heterogeneidad de temas y enfoques que ofrecían estas materias fue tal que desdibujaba la idea de las orientaciones, basadas en el agrupamiento de materias afines. En estas condiciones, como ya lo indicamos, a pesar de la iniciativa de la dirección de la carrera, tendiente a dar un perfil más definido a la carrera, el mismo se mantuvo tan difuso como en la gestión anterior.
   ¿Qué sucedió? La posibilidad de sumar nuevas materias -el nuevo plan no fijaba límites- comenzó a funcionar rápidamente como un mecanismo tendiente a integrar nuevos profesores sin que mediase la necesidad de desplazar a otros que ya estuvieran dando clases. Si el plan de estudios hubiera definido un volumen finito de optativas, los aspirantes a incorporarse al plantel docente hubieran generado una mayor competencia por los espacios disponibles. En tales condiciones, las materias optativas fueron una forma de dar cabida a todos lo que quisieran participar –y cumplieran los requisitos para hacerlo- en un ámbito en el que el pluralismo era un valor extendido. Este mecanismo se convirtió entonces en la forma tendiente a asegurar a cada quien un espacio. El pluralismo, una vez operadas las exclusiones explícitas y tácitas a las que hicimos mención en secciones anteriores, estaba asegurado: "nadie sería excluido y todos los que quisieran" podrían ser parte de la nueva carrera.
   En estas condiciones, pudieron evitarse las conflictivas redistribuciones y reacomodamientos que se producen en toda institución cuando nuevos actores pugnan por participar de los beneficios materiales y simbólicos que la misma ofrece. Se comprende también cómo fue posible la coexistencia de las dos lógicas en la conformación del plantel docente y que los concursos no cumplieran con una de sus dos funciones centrales: excluir.
   En lo sucesivo, la incorporación de materias optativas seguiría operando en las distintas gestiones que se hicieron cargo de la dirección de la carrera una vez que Margulis dejó su puesto. De esa forma, nuevos profesores, allegados a los diferentes directores, pudieron incorporarse a un espacio en el que las materias existentes raramente cambiaban de titular. Sin dar de baja ninguna materia o excluir a nadie, cada gestión creó nuevos espacios que se fueron sumando a los anteriores de manera tal que el número fue siempre en aumento.

Conclusión

   La trayectoria de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires estuvo marcada por la aparición de profundas controversias que conformaron una historia discontinua y accidentada. Las disputas eran tales que el dominio de la institución a manos de una orientación se traducía muchas veces en la exclusión de las otras. En contraste, a partir de la vuelta a la democracia se produjo una estabilidad sin precedentes. Estilos y formas de concebir la sociología anteriormente excluyentes convivían en la misma institución.
   Ahora bien, si la accidentada trayectoria previa se había asociado a la inexistencia de un acuerdo extendido entre los sociólogos a la hora de definir los límites de su disciplina -situación relacionada con la fuerte politización que se había dado en este espacio-, ¿suponía la nueva etapa democrática, crítica de las viejas exclusiones, la emergencia de un tal acuerdo? ¿En el nuevo cuerpo de profesores existía consenso sobre el perfil que debería darse a la enseñanza?
   A partir de la reconstrucción realizada, vimos que la nueva situación, caracterizada por la defensa y promoción del pluralismo como un valor fundamental de la nueva etapa, no se asoció sin embargo a la generación de un debate extendido tendiente a acordar el tipo de carrera que se debería impulsar y a morigerar distancias entre las diferentes formas de concebir la sociología que allí convivían.
   Si había un nuevo consenso que nucleaba a los profesores –aquél tendiente a incorporar a todos aquellos que, sin vinculación con la dictadura y con algún antecedente significativo en la carrera, quisieran participar- éste, como vimos, no iba más allá de la afirmación de la sociología como una empresa crítica –más atenta al desarrollo del pensamiento crítico que a la formación de sus practicantes en vistas al mercado de trabajo. Dentro del amplio margen así comprendido, podrían convivir las más variadas orientaciones. Lejos de una integración de perspectivas en pos de ciertas ideas comunes, lo que hubo entonces fue una yuxtaposición de estilos diferentes sin diálogo, en aulas contiguas, uno al lado del otro. La acentuada autonomía de cada cátedra se correspondió entonces con un perfil impreciso de carrera y con la debilidad de su dirección, lugar desde el cual, a diferencia del momento fundacional encabezado por Germani, no era posible imprimir un sello definido al conjunto.
   Si para los sociólogos consagrados los debates se dieron en ámbitos más dinámicos del campo cultural y político –y no en la Carrera-, para los que participaban más activamente en la reorganización que se llevaba a cabo, los márgenes de la discusión se revelaron muy reducidos. Como el proceso de formulación del plan de estudios puso en evidencia, lo que ya venía funcionando tanto como la heterogeneidad de enfoques presentes limitaban severamente las posibilidades de reconfigurar la Carrera sustancialmente dándole un contenido más determinado. Cualquier paso en cualquier sentido habría concitado resistencias de aquéllos que se hubieran sentido perjudicados.
   Dos factores se asociaron a la novedosa estabilidad que distinguió a la nueva etapa. De un lado, la baja intensidad de la relación que la mayoría de los docentes mantuvieron con una carrera que, dado el predominio absoluto de la dedicación simple, devino un lugar de paso. Un espacio donde sólo se daba una clase en la semana ciertamente no motivaba las discusiones y controversias, a veces excesivamente apasionadas, que se habían dado en otros tiempos.
   Del otro, el mecanismo de las materias optativas devino un importante reaseguro de la convivencia y estabilidad, ya que permitía que la llegada de nuevos docentes no implicase el desplazamiento de los que ya estuvieran insertos. Nadie que tuviera un cargo se vería excluido del mismo, aun cuando pudiera perder el concurso de la materia que estuviera dictando.
   Antes que generar críticas, este reparto de espacios que funcionaban a modo de parcelas autónomas fue experimentado por los docentes como la afirmación del pluralismo, valor en el que todos coincidían y que reivindicaban contra las viejas prácticas excluyentes y conflictivas. Materias, programas, profesores, plan de estudios pudieron, en aquellas condiciones definidas por la baja intensidad del vínculo con la Carrera y por el mecanismo de las materias optativas –que ampliaba significativamente el número de espacios disponibles- configurarse como algo duradero y estable que inauguró el período más largo desde la fundación impulsada por Germani a mediados de los cincuenta.
   
A lo largo del desarrollo anterior, hemos procurado reconstruir cómo se rearmó la Carrera intentando recuperar las orientaciones y tensiones que interactuaron en su formación. Sin pretender ubicar en el origen lo que se encontraba al final del proceso, buscamos captar las distintas influencias que podrían haber configurado otro tipo de carrera.
   Pudimos así comprobar que lo que finalmente se fue consolidando no estaba en las intenciones de ninguno de los actores que confluyeron en este espacio. Si se recuerda el breve paso de Torrado –concluido de manera rápida e imprevista-, la peculiar prescindencia de la gestión de Gravenhorst, los significativos condicionamientos que enfrentó Margulis, el papel de los estudiantes y docentes movilizados así como las lógicas formal e informal en la conformación del cuerpo de profesores, se comprueba que desde la reapertura democrática interactuaron en la Carrera diversas orientaciones y tendencias, sin que ninguna pudiera impulsar una definición precisa sobre lo que ésta debía ser. Antes bien, de la combinación de estos elementos surgió algo particular y nuevo, de trazos ciertamente distintos de los que cada actor se proponía realizar por separado.

Notas

1 Este artículo presenta resultados preliminares de mi investigación doctoral en curso. No hubiera sido posible sin la guía, consejo y sugerencias de Pablo Bonaldi. También quisiera agradecer la colaboración de Juan José Nardi así como los comentarios de Ignacio Mazzola y Mariana Heredia.

2 El momento que mayor atención ha concitado es el de la fundación de la Carrera. Al respecto, pueden consultarse, Blanco (2004, 2006), Buchbinder (1997), Germani (2004), Neiburg (1998), Noé (2005), Sigal (1991). También son relevantes los primeros balances realizados por los propios protagonistas: Delich (1977), Germani (1968) y Verón (1974).

3 Este trabajo está basado en entrevistas a informantes clave y en material documental del período (concursos, programas de materias, octavillas de agrupaciones estudiantiles, publicaciones de la Carrera).

4 Sobre lo ocurrido en la Carrera en este período, puede extraerse alguna información de Perel et al. (2007) y de Raus (2007).

5 Si de 1964 a 1972, la matrícula había pasado de 880 a 2795 alumnos, en 1980 se había reducido a sólo 522 (Fuente: Censos Universitarios UBA).

6 Sobre el rol de estos centros en Argentina y otros países de la región, véase Brunner y Barrios (1987).

7 Se estableció como condición para normalizar la universidad que el 51% de los cargos docentes fuera asignado por concurso.

8 Al respecto, puede verse Neiburg (1998), especialmente, cap. 6.

9 En la primera se llamó a cubrir cinco cargos de profesor titular y diez de adjunto, en la segunda, dos de titular y cuatro de adjunto, y en la tercera, tres de titular y el mismo número para adjunto. Las otras áreas fueron: sociología rural, sociología laboral , psicología social, estadística, demografía social, economía política, antropología social, sociología política, sociología de la educación, sociología de la salud y sociología de las organizaciones. En todas se ofrecieron dos cargos, uno de profesor titular y uno de adjunto. En total se llamó a concurso en catorce áreas y se ofertaron cincuenta cargos.

10 La Carrera está estructurada en tres ramas o "ejes temáticos": uno teórico, uno metodológico y otro histórico". Puede verse el plan de estudios vigente desde 1988, en: http://www.sociologia.fsoc.uba.ar/plan/plan.htm

11 Por ejemplo, en el área de teoría social se presentaron para profesor adjunto cincuenta y tres candidatos; en el área de metodología, qué sólo puso en disputa cuatro cargos, lo hicieron 26 aspirantes. En términos más generales, si se promedian el número de cargos con el de las presentaciones realizadas a cada concurso se observa que por cada cargo hay más de seis presentaciones, valor que duplica el que se observa en los concursos realizados a partir de 1987, a los que nos referiremos luego.

12 En el momento en que estaba frente al jurado fue denunciado por un representante de los estudiantes como "cómplice" de la dictadura. A pesar de ello pudo completar su exposición. Cuando tiempo después, el jurado dio a conocer el orden de mérito, este sociólogo decidió impugnar el concurso debido a que consideraba que el incidente podría haber influido en la opinión del jurado. Esta impugnación fue desestimada. Cabe consignar que durante un tiempo de la etapa previa este profesor había tenido a su cargo la dirección de la Carrera.

13 Así parece confirmarlo el destino de las dos únicas dedicaciones exclusivas que se ofrecieron en los concursos realizados por Gravenhorst. Mientras que la del área de teoría social quedó desierta pues nadie de los dieciséis postulantes se interesó por la misma; la del área de metodología fue cedida por el ganador del concurso –que optó por una dedicación simple- a quien le seguía en el orden de mérito. Por varios años, esta sería la única dedicación exclusiva en la renovada carrera de Sociología.

14 Sobre la politización de la sociología y su expresión en la Carrera pueden consultarse Rubinich (1994 y 1999) y Sidicaro (1993), Barletta y Lenci (2000).

15 La sociología no fue la excepción y formó parte de lo que se conoció como "la universidad de las catacumbas" conformado por un entramado de instituciones y grupos de estudio más o menos formales donde, a pesar de las condiciones adversas del momento, pudo desarrollarse un importante trabajo de investigación y formación. Al respecto, pueden verse Sábato (1996) y Vessuri (1992).

16 Al respecto pueden encontrarse algunas referencias en Rubinich y Langieri (2007) y Vommaro (2008).

17 Al respecto pueden verse las intervenciones de Di Tella (1967) y Mora y Araujo (1971) y la respuesta crítica de Verón (1974). En la visión de los dos primeros, la disciplina debía abandonar el estricto "academicismo" y volcarse a la resolución de problemas sociales "concretos e inmediatos". Así, Torcuato Di Tella, aconsejaba a los sociólogos salir de las paredes de la universidad y ofrecerse como "asesores técnicos" a la multiplicidad de "centros de elaboración de decisiones" –sindicatos, cooperativas, empresas, reparticiones del Estado, etc.- que en su accionar cotidiano estructuraban la sociedad argentina. En el mismo sentido, Manuel Mora y Araujo instaba a los sociólogos a estimular el "consumo" que la sociedad hacía de la sociología a través de la difusión de la "sociología aplicada". Según su parecer, una sociedad persuadida de la "utilidad" de esta disciplina contribuiría a darle mayor sustento, legitimidad y apoyo financiero. Como respuesta, contra la figura del sociólogo como "tecnócrata", que puede ser contratado con provecho tanto por quienes están interesados en mantener el orden social vigente como por quienes se plantean su subversión, Verón afirmaba irónicamente que "resulta bastante probable que, en su recorrida del mercado potencial de clientes, [el sociólogo] no encontrará muchos que opinen que estimular la guerrilla es una manera de hacer "funcionar mejor" la sociedad [Y agregaba retomando las expresiones de Mora y Araujo] Si de lo que se trata es de "favorecer un mayor flujo de recursos a la sociología" y de "obtener beneficios", es fácil imaginar cuáles serán, en definitiva, los clientes" (Verón, 1974: 60).

18 Esto no quiere decir que no hubiere docentes que se ganaran la vida con estas actividades. Sin embargo, dado el perfil de carrera que se iba consolidando, su experiencia profesional como consultores o técnicos quedaba excluida de sus clases y no era referenciada. Se producía de ese modo una disociación entre su actividad docente -volcada a la enseñanza de las teorías sociales o a la metodología de la investigación académica- y su inserción laboral por fuera de la universidad que, de ese modo, resultaba invisibilizada en el ámbito de la carrera.

19 Durante el proceso que terminó con el alejamiento de Gravenhorst y la designación de su reemplazante, el nuevo rector, Oscar Shuberoff, pudo comprobar que la movilización de estudiantes y de ciertos docentes daba cierta autonomía a la carrera de manera tal que algunas de sus atribuciones resultaban cuestionadas. En efecto, aun cuando de acuerdo a la normativa vigente para designar al nuevo delegado hubiera correspondido la presentación de tres candidatos entre los cuales el rectorado pudiera elegir, desde la carrera no se dio esta posibilidad y se exigió la designación de Margulis. De este modo, el rectorado fue incapaz de influir en el proceso de selección de quien sería su "delegado".

20 El nuevo plan de estudios fue aprobado de manera unánime, habiendo sólo una abstención. Las únicas diferencias que surgieron se dieron en torno a la decisión de establecer como obligatorias u optativas ciertas materias. Para los docentes que estaban a cargo de las mismas esta era una cuestión muy relevante porque la definición como obligatoria de una materia aseguraba un caudal de alumnos constante y una estabilidad mayor. Constituía, además, el reconocimiento de parte de la Carrera del carácter imprescindible de aquello que enseñaban para la formación de todo sociólogo.

21 Las materias fueron: historia social moderna y contemporánea, historia social latinoamericana, historia social argentina, epistemología del conocimiento sociológico, economía, sociología de la cultura, análisis de la sociedad argentina, sociología urbana, sociología general, metodología I, II y III, técnicas estadísticas avanzadas, psicología social. En total se llamó a concurso en doce materias y se pusieron en disputa 37 cargos.

22 Ya en 1988, el número de materias optativas y seminarios, considerados en conjunto, era tres veces mayor al número de materias obligatorias y abarcaban temáticas de lo más variadas.

Bibliografía

1. Barletta, Ana y Lenci, María (2000): "Politización de las Ciencias Sociales en la Argentina. Incidencia de la revista Antropología 3er. Mundo", en Sociohistórica. Cuadernos del CISH , n°8, segundo semestre.         [ Links ]

2. Blanco, Alejandro (2004): "La sociología: una profesión en disputa", en Neiburg, Federico y Mariano Plotkin: Intelectuales y expertos , Buenos Aires, Paidós.         [ Links ]

3. Blanco, Alejandro (2006): Razón y Modernidad. Gino Germani y la sociología en Argentina , Buenos Aires, SigloXXI.         [ Links ]

4. Brunner, José y Barrios, Alicia (1987): Inquisición, mercado y filantropía , Chile, FLACSO.         [ Links ]

5. Buchbinder, Pablo (1997) Historia de la Facultad de Filosofía y Letras , Buenos Aires, EUDEBA.         [ Links ]

6. Buchbinder, Pablo (2005): Historia de las universidades argentinas , Sudamericana, Buenos Aires.         [ Links ]

7. Delich, Francisco (1977): Crítica y autocrítica de la razón extraviada , Buenos Aires, El Cid Editor.         [ Links ]

8. Delich, Francisco (1986): Mega-Universidad , Buenos Aires, EUDEBA.         [ Links ]

9. Di Tella, Torcuato (1967): "La sociología y la praxis social", Revista Latinoamericana de Sociología , Vol.3, nº1.         [ Links ]

10. Germani, Gino (1968): "La sociología en Argentina", en Revista Latinoamericana de Sociología , Buenos Aires, n°3.         [ Links ]

11. Germani, Ana (2004): Gino Germani. Del antifascismo a la sociología , Buenos Aires, Taurus.         [ Links ]

12. Mora y Araujo, Manuel (1971): "La sociedad y la praxis sociológica", Desarrollo Económico , Vol.11, nº41.         [ Links ]

13. Neiburg, Federico (1998) Los intelectuales y la invención del peronismo , Buenos Aires, Alianza.         [ Links ]

14. Noé, Alberto (2005) Utopía y desencanto , Buenos Aires, Miño y Dávila.         [ Links ]

15. Perel, Pablo, Eduardo Raíces y Martín Perel (2006): Universidad y dictadura , Buenos Aires, Ediciones CCC.         [ Links ]

16. Raus, Diego (2007): "La sociología en el ‘Proceso'", Sociología en Debate , nº1.         [ Links ]

17. Rubinich, Lucas (1994): "Redefinición de las luchas por los límites: un debate posible para las nuevas generaciones en la Sociología", Entrepasados , nº6.         [ Links ]

18. Rubinich, Lucas (1999): "Los sociólogos intelectuales: cuatro notas sobre la sociología en los años sesenta", Apuntes de Investigación del CECYP , nº4.         [ Links ]

19. Rubinich, Lucas y Langieri, Marcelo (2007): "Prólogo: La sociología ahora", en La sociología ahora , Buenos Aires, SigloXXI.         [ Links ]

20. Sábato, Hilda (1996): "Sobrevivir en dictadura: las ciencias sociales y la "universidad de las catacumbas", en Quiroga, Hugo y Tcach, César (comp.): A veinte años del golpe, con memoria democrática , Rosario, Homo Sapiens.         [ Links ]

21. Sidicaro, Ricardo (1993): "Reflexiones sobre la accidentada trayectoria de la sociología en la Argentina", Cuadernos Hispanoamericanos , Madrid, 517-519.         [ Links ]

22. Sigal, Silvia (1991): Intelectuales y poder en la década del sesenta , Buenos Aires, Puntosur.         [ Links ]

23. Verón, Eliseo (1974): Imperialismo, lucha de clases y conocimiento: 25 años de sociología en Argentina, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo.         [ Links ]

24. Vessuri , Hebe. (1992): "Las ciencias sociales en la Argentina: diagnóstico y perspectivas", en Oteiza, Enrique (Ed.): La política de investigación científica y tecnológica argentina. Historia y perspectivas , Buenos Aires, CEAL.         [ Links ]

25. Vommaro, Gabriel (2008): Lo que quiere la gente , Buenos Aires, Prometeo.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons