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Sociohistórica

On-line version ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.27 La Plata Dec. 2010

 

RESEÑAS

"Cómo intentar atrapar nubes con una red". De las definiciones objetivas a las prácticas de producción cultural de las clases medias

Reseña de Visacovsky, Sergio y Garguin, Enrique, compiladores (2009), Moralidades, economías e identidades de la clase media. Estudios históricos y etnográficos, Buenos Aires, Antropofagia, 366 páginas.

Rodolfo Iuliano

(IdIHCS - FAHCE - UNLP)

 

El libro compilado por Visacovsky y Garguin representa una valiosa contribución al estado de discusión sobre las clases sociales en general, y sobre las clases medias en particular, situando una serie de coordenadas analíticas (constructivismo, performatividad de las taxonomías nativas de clase, moralidades de los regímenes de estratificación social, etc.) que en estrecha relación con los abordajes empíricos se constituyen en un potente instrumento de indagación histórica y sociológica.
A la "introducción" escrita por los compiladores conviene leerla como un "Estudio introductorio" porque más que una puerta de entrada a los artículos, es un ensayo crítico y erudito que dialoga con las principales referencias bibliográficas en la materia. Coincido con Gabriel Kessler, quien presentó el libro diciendo que su introducción está llamada a ser (y de hecho -agrego yo- lo es) una cita infaltable en los programas de los cursos universitarios sobre estratificación social. En las páginas que siguen me aboco a los diez artículos que completan la publicación, procurando compartir con el lector sus nudos argumentales y sus principios de demostración.
En "'Los argentinos descendemos de los barcos'. Articulación racial de la identidad de clase media en Argentina (1920-1960)" Enrique Garguin llama la atención sobre la configuración histórica de la identidad de la clase media argentina mostrando que, contrariamente a lo postulado por buena parte de las posiciones de sentido común (incluso ilustrado), la identidad de clase media no emerge como tal durante los gobiernos radicales de principios del siglo XX, sino que toma forma con el peronismo.
Situando su perspectiva de análisis en la producción discursiva y simbólica de la clase media argentina, el artículo formula la hipótesis de que la identidad de clase media sólo se consigue articular con fuerza cuando entra en crisis la representación sobre la identidad nacional dominante hasta los años '40 que imaginaba una nación homogéneamente europeizada, hija de los inmigrantes transoceánicos, y regida por una moral que consagraba para la totalidad social los valores de los sectores medios.
El análisis de las fuentes documentales pone en evidencia que la frecuencia de aparición de la categoría de clase media es escasa o nula antes del peronismo. A partir de aquí, Garguin demuestra que con la irrupción del peronismo y su operación de identificación del pueblo con el mundo obrero, incluso plebeyo, aquella representación dominante entró en crisis al evidenciarse que lo que era percibido como una totalidad era en verdad una parte, parte que en adelante iba a requerir un trabajo de producción simbólica contrastiva, en definitiva, un trabajo de articulación discursiva en torno a la identidad de clase media. En otros términos, es sólo con la entrada del peronismo en la escena política nacional que aparece la necesidad en determinados sectores sociales de identificarse como clase media, y racialización de las fronteras de clase mediante, como clase media blanca.
Encuadrado, aunque con algún matiz puntillosamente resaltado por el autor, bajo una hipótesis de trabajo confluyente con la desarrollada en el artículo de Garguin, "De la academia a la escuela: los inicios de un interés por la clase media en la sociología y la historiografía argentinas y su primer impacto en la educación general" de Ezequiel Adamovsky circunscribe la pregunta por la configuración histórica de la idea de clase media en Argentina al modo en que este proceso tuvo lugar en los espacios académicos y escolares.
En primer lugar, Adamovsky repasa un conjunto de obras de autores argentinos que van desde Mitre y Sarmiento hasta Martínez Estrada, pasando por octavio y Alejandro Bunge, Ingenieros, entre otros, mostrando que en sus publicaciones no aparece un interés explicito ni referencias recurrentes en torno a la categoría de clase media. Aunque señala como excepción a la publicación liberal-reformista Revista Argentina de Ciencias Políticas, donde se apela a la clase media como garante de las aperturas democráticas conquistadas a principios de siglo XX. En segundo lugar, el autor se enfoca en la producción de la sociología "científica" tanto norteamericana como argentina desde los años '40, mostrando que encuadradas en la teoría modernización, representaron a la clase media como el actor social progresista capaz de promover el desarrollo social y cultural, y al mismo tiempo, facultado para contener a las amenazas procedentes del comunismo, del fascismo, y en definitiva, del peronismo. El artículo se detiene en los modelos de estratificación social elaborados por Germani, subrayando su trabajo de producción de la categoría de clase media. En la misma sintonía, evoca el modelo de narración histórica elaborado por José Luis Romero, el cual imagina a la clase media de origen inmigratorio como una instancia defensiva frente al riesgo de la incorporación totalitaria de las masas en el sistema político por parte del peronismo, naturalmente interpretado bajo la clave fascismo vs. democracia.
Como hemos podido observar, el artículo permite discernir una curva ascendente del interés manifiesto por la categoría de clase media en el campo académico, con un marcado salto en los años '40 y '50 del siglo XX, uno de cuyos picos aparecerá representado desde el frondicismo por la traducción al sistema escolar de estas representaciones eruditas sobre la clase media, a partir su inclusión en planes de estudio, manuales, programas, materias del magisterio, etc.
En sintonía con la perspectiva de investigación desarrollada hasta aquí, "Repensando aspectos de las relaciones de clase en el Chile del siglo XX" de Pablo Silva parte de una pregunta sumamente intrigante: ¿cómo es posible que la clase media chilena haya pasado de ser progresista a ser reaccionaria en no más de medio siglo? Más aún ¿cómo es esto posible en un contexto de ascenso de la organización gremial y de la protesta de los trabajadores de cuello blanco en demanda de mejores salarios y condiciones laborales, como se puso de manifiesto en la huelga general de principios de 1950?
El autor resuelve el enigma a partir de poner en evidencia que ese desplazamiento hacia una posición reaccionaria se operó más en el nivel de las representaciones eruditas que en el universo de la práctica de los sectores medios representados. Debido la influencia y performatividad ejercida desde los años '50 por parte de una nueva clave de lectura procedente de la tradición marxista, las clases medias comenzaron a ser imaginadas (y consecuentemente, evaluadas y condenadas) por intelectuales y políticos como la expresión de la pequeña burguesía (y de la no tan pequeña), quedando invisibilizados los sectores que hasta ese momento habían dinamizado ese espacio social: empleados calificados y trabajadores de cuello blanco.
El artículo de Silva representa una contribución valiosa a una perspectiva de análisis de clase que lejos de reducir el trabajo con fuentes (como la prensa partidaria o los diarios nacionales) a un asiento contable de los diferentes conflictos de clase y eventos de protesta, lo inscribe en un gesto de indagación que enfatiza la productividad social de las operaciones de construcción simbólica de las categorías de la estratificación social, en particular las clases medias, llegando incluso a postular las posibles consecuencias políticas de dichas operaciones. En "'Ser de clase media no es algo que pasa de la noche a la mañana': empleados, mujeres de oficina y la construcción de las identidades de clase media en Bogotá, 1930-1950" Abel López Pedreros discute con las posturas que conciben a las identidades de clase como traducciones o efectos de los procesos estructurales o de las transformaciones socioeconómicas. De acuerdo con el autor, el desarrollo del sector servicios durante la primera mitad del siglo XX no alcanza para explicar la configuración de la identidad de clase media bogotana, sino que fue necesario un enmarcado discursivo que modelara determinados papeles de género y de clase, identificándolos con aquel sector, en particular con la oficina, en una operación contrastiva respecto del mundo industrial (la fábrica).
Interrogando a un corpus ingeniosamente configurado por documentos del Archivo de la Contraloría General de la República, disposiciones del gobierno municipal, políticas de personal, hojas de vida, entrevistas de trabajo y estudios laborales, actas de reuniones de empleados, diarios personales, cartas de amor entre empleados, López Pedreros reconstruye las figuras del "empleado" y el "ángel de oficina" a partir de las cuales consigue poner en evidencia las políticas de producción de la identidad de clase media, que para el caso bogotano significan establecer jerarquías simbólicas respecto del universo obrero y fabril, expropiando retóricamente a los trabajadores y trabajadoras manuales de una serie de atributos y valores que pasarían a ser imaginados como exclusivos de la clase media: la masculinidad asociada a las facultades intelectuales propias de los empleados (de clase media) más que a la "fuerza bruta" propia de los obreros; los códigos de vestimenta de clase media que postulaban el imperativo de una determinada ropa para exhibir en público y otra "para entre casa", frente a la uniformidad de la vestimenta obrera, etc.
En "Movilización de clase media y el lenguaje de estamentos: de 'casta' a 'categoría' en la Lima de principios de siglo XX", David Parker plantea una discusión con las perspectivas que asumen que el tránsito hacia la modernidad de una sociedad dada implica el reemplazo cabal del sistema de castas o de estamentos por un sistema de clases; es decir, el reemplazo de un sistema de jerarquías innatas por otro de jerarquías construidas y en disputa. El artículo sostiene que la formación de la clase media en Perú a principios del siglo XX actualizó buena parte del sistema de pensamiento de castas, pero bajo las formas del lenguaje clasista: "un vino viejo en nuevas botellas".
Apoyado en fuentes como la prensa escrita, los estatutos de asociaciones de ayuda mutua, etc. Parker muestra que el proceso de organización de los empleados de cuello blanco del Perú se articuló en torno a la categoría de clase media, pero expresando un conjunto de valores, necesidades y derechos que eran vividos e imaginados como distintivos, como si fueran "una esencia divina", una diferencia "casi biológica" que los separaba, en una modulación del pensamiento estamental, de la condición obrera. Ser de clase media implicaba un estilo de vida y un nivel de consumo particulares. El empleado, a diferencia del trabajador manual, debía afrontar una serie de gastos y asumir una serie de responsabilidades que se diferenciaban cualitativa y no cuantitativamente de las propias de los obreros: tenía que invertir en cultivarse, en educar de una determinada manera a sus hijos, en vestirse apropiadamente, en definitiva, tenía que hacer "sacrificios" para mantener y mejorar su posición social, todo esto amenazado por el flagelo de la inflación.
El artículo concluye enfatizando el modo en que el dispositivo legal, en este caso la sanción de la Ley del empleado de 1924, tuvo el efecto no sólo de consagrar la legitimidad de las diferencias entre obreros y empleados, sino además, de producir esas fronteras de clase pero entendidas, en Perú, como diferencias estamentales.
En "Moral, política y clase media. Intelectuales y saberes en tiempos de crisis" Ricardo Fava y Diego Zenobi enfocan su perspectiva en el modo en que determinados intelectuales y académicos contribuyeron a producir la categoría de clase media en la Argentina.
Repasando algunos trabajos centrales de la cultura de izquierda argentina y del ensayo de interpretación nacional (Juan José Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Juan José Sebrelli, entre otros) los autores ponen en evidencia uno de los momentos de configuración de la representación moral y política de la clase media argentina como categoría responsable de los problemas nacionales.
Analizando un nuevo anudamiento entre moral y política, los autores muestran el modo en que determinados intelectuales, periodistas y expertos caracterizaron a la clase media en torno a la coyuntura crítica de 2001. En este contexto la clase media fue imaginada (Nicolás Casullo, Alejandro Kauffman, entre otros) como portadora de una moral individualista y consumista que se expresó en los límites políticos de su accionar egoísta. Sin embargo, al lado de esta representación dominante de la clase media, aparecieron voces (Horacio González, Pablo Rieznik, entre otros) que cuestionaron los límites de esa imagen, al denunciar de aristocratizante el lugar de enunciación de sus autores.
El trabajo arriba a una doble conclusión: por un lado, sostiene que las principales representaciones legítimas elaboradas sobre la clase media argentina se han orientado por el marco interpretativo estructurado hacia mediados del siglo XX, donde se amalgaman las descripciones positivas con las sanciones morales hacia la clase media; por otro lado, y derivado de la conclusión anterior, sostiene que la jerarquía espacial con que se ordenan las clases sufre una inversión moral en el marco de estas caracterizaciones, de modo que la clase media cede su medianía espacial, ubicándose en los peldaños más bajos de la jerarquía moral.
En "Imágenes de la 'clase media' en la prensa escrita argentina durante la llamada 'crisis del 2001-2002'", Sergio Visacovsky analiza la prensa escrita para reconstruir cómo fue representada la clase media en sus intervenciones públicas durante los sucesos de la denominada "crisis de 2001-2002".
Atendiendo al modo en que los procedimientos de demarcación y rotulación operados por la prensa establecen fronteras clasificatorias y a la vez instituyen determinadas moralidades, Visacovsky sostiene que las manifestaciones públicas como los "cacerolazos", asambleas, clubes de trueque, etc. acontecidas durante la coyuntura de crisis fueron identificadas como de clase media al ungírselas con un conjunto de atributos/valores como la espontaneidad, el pacifismo, la autonomía y la vecindad, que las diferenciaban de otras modalidades de la protesta social, identificada con los sectores populares, los piqueteros y, eventualmente, con el peronismo.
Tomaron forma, entonces, dos interpretaciones mediáticas del papel histórico de la clase media: una positiva que entendía su intervención en la arena pública como una superación de su egoísmo e individualismo constitutivo, y una negativa, que evaluaba a la acción colectiva articulada en torno a los "cacerolazos" como una práctica oportunista, que remitiría y declinaría hacia prácticas egoístas de consumo, una vez superada la situación de crisis.
El artículo concluye argumentando que ambas interpretaciones producidas por la prensa escrita, más allá de las posiciones ideológicas de los diarios o de sus colaboradores, y por antagónicas que sean, coinciden en identificar a las manifestaciones acontecidas durante la crisis 2001-2002 como manifestaciones de clase media, contribuyendo por este camino a la producción simbólica de dicha categoría de la estratificación social.
En "Autorretratos de clase media: jerarquías de 'cultura' y consumo en Sao Paulo" Maureen O'Dougherty ubica su análisis en el contexto de la crisis inflacionaria brasilera 1981-1994, preguntándose por el modo en que el consumo y, en particular, los modos de organización retórica de las prácticas de consumo cultural por parte de los propios actores, son aspectos constitutivos de la identidad de clase media paulista.
En una apropiación crítica del abordaje legitimista bourdieano, y apoyada en un trabajo con entrevistas y observación con informantes de diferentes características, o'Dougherty muestra que la identidad de clase media se constituye a partir de una serie de evaluaciones nativas que alternan entre dos principios complementarios y contradictorios: por un lado, una definición de la frontera de clase por el acceso a determinados bienes como la casa propia o el automóvil; por el otro, la definición de la pertenencia a la clase media por el recurso de la educación, y los consumos culturales legítimos o "cultos".
Finalmente, la autora da cuenta de las diferentes estrategias de nivelación y distinción que distintos sectores de la clase media ponen en práctica en un contexto de crisis económica, de donde emerge una visión jerárquica del orden social.
En "Imaginarios de gusto y moralidad en los fashionscapes porteños. Prácticas y discursos de distinción entre la clase media profesional de Buenos Aires", Jon Tevik aborda las estrategias clasificatorias de los miembros de las clases medias profesionales de Buenos Aires, en el contexto de la apertura operada en la década del '90 del siglo pasado, y su consecuente difusión de modelos y pautas de consumo globales a escala local.
A partir de un trabajo de campo basado en entrevistas, paseos con informantes por tiendas de ropa, vidrieras, plazas, etc. (entendidas como espacios donde se solapan la escala global y local de la moda) el autor procura poner en evidencia el sistema de homologías existente entre las posiciones sociales, la moda, las moralidades y los habitus entre las clases medias profesionales. Por este camino, procura reponer el contexto en que sus informantes despliegan sus taxonomías a partir de categorías como "grasa", "llamativo", "negro", "mamarracho", o en otra dirección, "concheto"; o bien como "fino", "discreto", etc., asumiendo que esos procedimientos no son sólo clasificaciones estéticas, sino que son evaluaciones morales que se corresponden con las posiciones sociales de los informantes.
Finalmente, el artículo sostiene que buena parte de estas categorías clasificatorias vinculadas con valores estéticos y morales se inscriben en imaginarios nacionales hegemónicos de mayor duración, que producen y reproducen efectos de identificación entre elementos étnicos ("los negros"), clasistas ("los pobres"), morales ("los holgazanes" o "los promiscuos"), atribuyendo a esta identificación emergente la causa del demorado progreso nacional. En este contexto, los fashionscapes son considerados como puntos donde se visibilizan y a la vez se articulan los anudamientos entre los imaginarios de la modernidad global y los imaginarios dominantes a escala local.
Por último, "La clase como práctica cultural: la experiencia de clase media en Nepal" de Mark Liechty desarrolla un abordaje desde una perspectiva constructivista la de clase media, a partir de una pregunta por el modo en que se configura culturalmente la clase, en un contexto tradicional estructurado fuertemente a partir del principio de casta, aunque en proceso de transformación debido al desarrollo de nuevas ocupaciones, a la circulación de mercancías globales y a la emergencia de principios articuladores de clase.
Observando situaciones de habla cotidiana Liechty pudo dar cuenta de que el sentido de clase media en Katmandú se juega en el modo en que determinadas personas negocian su forma de ser al mismo tiempo nepalesas y modernas, situándose simbólica y moralmente "en el medio", al identificarse, por un lado, con los valores de la modernidad para diferenciarse del anclaje tradicional de los de "abajo", y por otro, con modulaciones culturales "adecuadamente" nepalesas, para impugnar moralmente el estilo de vida de las elites "corrompido por lo extranjero y el exceso de consumo".
El artículo concluye argumentando sobre el desafío de enfocar el análisis de clase sobre sociedades definidas como "tradicionales", "no occidentales", "subdesarrolladas", pero en actual proceso de "modernización", "occidentalización" y "desarrollo", por ser una perspectiva de análisis privilegiada para tensionar empíricamente esas categorías clasificatorias, y poner en evidencia la existencia de diversas configuraciones de la modernidad y de sus formas de estratificación social.
Para concluir, podemos sostener que los aportes de las perspectivas simbólicas y constructivistas del análisis de clase no tendrían que ser leídos como una alternativa sustitutiva o excluyente respecto de otras perspectivas teóricas y metodológicas, como las que se enfocan sobre la dimensión estructural del sistema de clases. En efecto, la posibilidad de estudiar el modo en que los actores producen y significan sus identificaciones, imaginarios y representaciones de clase, no implica desconocer que lo hacen en condiciones estructurales que no siempre han elegido. Restituir algún grado de positividad a la imaginación de los agentes respecto de la producción simbólica de su posición de clase, no implica desconocer la influencia de otros elementos, como los elementos objetivos, en la definición de dicha posición. La elaboración y reconstrucción de dichos sistemas clasificatorios es siempre un quehacer problemático para el investigador, que lo cabalmente confronta con la reflexividad de su tarea, sea que aborde el fenómeno desde el nivel de la agencia, o que lo haga desde el de la estructura. Finalmente, vale la pena remarcar que la compilación reseñada ofrece persuasivas evidencias sobre las dificultades de derivar mecánicamente las múltiples identificaciones de los actores, a partir de su posición social o económica. Sin embargo, no resulta conveniente extraer de ello la conclusión de que no existe relación alguna de afinidad entre la posición objetiva de los actores, y sus opciones simbólicas o sus apuestas identificatorias; especialmente si no estamos dispuestos a resignar la escala de análisis donde los datos agregados, en función de determinados procedimientos de correlación, permiten formular hipótesis sugestivas para el estudio de la conformación y de las transformaciones operadas sobre la estructura social y los sistemas de estratificación social en las sociedades contemporáneas.

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