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Sociohistórica

versão On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.30 La Plata dez. 2012

 

DOCUMENTOS

Mesa de Debate "¿Hay nuevos relatos históricos para la Argentina actual?"

 

Ezequiel Adamovsky
CONICET - Universidad de Buenos Aires (Argentina)
Andrés Bisso
CONICET- Universidad Nacional de La Plata (Argentina)
Gabriel Di Meglio
CONICET - Universidad de Buenos Aires (Argentina)

 

Coordina: Roberto Pittaluga (Universidad de Buenos Aires - Universidad Nacional de La Pampa (Argentina)
Actividad desarrollada en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, organizada en el Departamento de Historia, junio de 2012.

Introducción

En este Dossier se transcriben los textos expuestos en la Mesa organizada para pensar el nuevo contexto de politización de la historia y de su puesta en cuestión en el debate público, a partir de algunos acontecimientos ocurridos durante el año 2012 -como los festejos del Bicentenario o la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego-, que volvieron a instalar viejos y nuevos tópicos de la discusión historiográfica en Argentina.
Es evidente que en los últimos años los discursos históricos han concitado una creciente atención pública y que, al menos desde los festejos del Bicentenario, alcanzaron una importancia imprevista hace poco más de una década. La polémica pública sobre el pasado argentino se ha inscripto, además, en las luchas políticas relacionadas con el presente y el futuro de nuestro país.
Junto a ese nuevo protagonismo, la misma historiografía ha sido sometida a debate. Han surgido discusiones valorativas sobre el estado actual de los estudios históricos mientras en paralelo se crean instituciones que se posicionan por su rivalidad con las interpretaciones que se consideran dominantes desde los primeros años de la transición democrática. Para ello, no se duda en evocar anteriores contiendas historiográficas
ni en referirse a aquellas disputas como instancias pretéritas, análogas a las actuales.
Nos pareció oportuno, entonces, debatir sobre el estado actual de la historiografía argentina surgida por el impulso de la profesionalización desde la vuelta de la democracia, y sobre los significados y características de las distintas intervenciones que han establecido con ella una relación crítica. Para ello, invitamos a jóvenes investigadores que por su situación generacional pudieran plantearse estos temas desde una perspectiva más distante de las lejanas contiendas historiográficas que nutrieron a los constructores del modelo profesional de los años ´80 en el campo académico argentino.
Así, más allá de las ideas que tengamos sobre esos eventos o sobre estas nuevas creaciones, y más allá de que pensemos lo que pensemos políticamente, o acerca de si vamos a tomar en serio o no las palabras del mismo decreto de creación del Instituto Dorrego, es evidente que estos fenómenos nos interpelan para pensar y discutir en qué estado se encuentra hoy la historiografía argentina. Empezamos, entonces, con este debate y con la presentación de estos historiadores más jóvenes, con la idea de vislumbrar -en las nuevas generaciones de investigadores de nuestro pasado- la influencia de viejas y nuevas ideas en la construcción de una narrativa histórica para la Argentina actual.
Presentamos muy brevemente entonces a Roberto Pittaluga quien, a su vez, va a coordinar la Mesa y a presentar a nuestros panelistas. Roberto es un amigo de la casa, forma parte de un proyecto de nuestro Centro de Investigaciones Socio Históricas: Las formas de la política. Argentina 1973−1973; es autor de varios artículos y co−autor de varios libros sobre memoria, historia y política como, por ejemplo, Memorias en montaje. Escrituras de la militancia y pensamientos sobre la historia, en colaboración con Alejandra Oberti, que todos conocemos ya que fue presentado y discutido ampliamente en esta Facultad. Además es cofundador del CeDInCI, también fue su Director en una época reciente y formó parte del Comité Editorial de El Rodaballo, de Políticas de la memoria y de otros proyectos editoriales afines a los temas que nos convocan: una persona más que indicada para coordinar esta Mesa.

Ana Barletta

Roberto Pittaluga

Gracias por la excesivamente generosa presentación, que va a contrastar con lo escuetas que van a ser las presentaciones que haga de los panelistas, por mutuo acuerdo entre los cuatro. En primer lugar quisiera agradecer por la invitación a participar de esta actividad, y además elogiar la iniciativa de abrir estos espacios reflexivos sobre los debates historiográficos. Incluso cuando estos debates no se presentan explícitamente como tales, es atendible siempre hacer una reflexión crítica no sólo sobre sus contenidos manifiestos sino sobre sus puntos ciegos, sus orientaciones políticas (expuestas o latentes), etc.
Cuando organizábamos este panel surgía la discusión sobre si efectivamente había una renovación más allá de lo que Ana relataba recién, de esta mayor visibilidad de los discursos en torno a la historia o del lugar que ocupan las apelaciones al pasado en las cuestiones políticas actuales. Pues una mayor visibilidad de las referencias al pasado podría, en un caso, estar más dominada por una gramática de la narración política (y allí la historia aparecería como nutriendo esa gramática en términos de construcciones identitarias, etc.), mientras que, en otro caso, un debate más historiográfico entre corrientes historiográficas podría estar más pautado por algún tipo de discusión en relación a diferentes teorías de la historia. De todos modos, siempre es bueno pensar esas relaciones entre ambos casos, pues lo más probable es que emerjan entremezclados, lo que hace difícil discernir entre historia y política; es decir, hasta dónde una historia, una historiografía pretende abandonar la política para constituirse como ciencia para profesionalizarse (que son los discursos que de alguna manera nosotros escuchamos desde los ´80 para acá) y hasta dónde una narración política puede usufructuar temas de la historia o temas del pasado en provecho de esas narraciones, que son más bien matizadas por la confrontación actual, por la confrontación política del momento. Y frente a esa situación, en qué consistiría un trabajo crítico de renovación historiográfica, pues pareciera suponer un atravesamiento de ambos modos de presentación de la historia, exponiendo tanto la gramática política oculta de la producción profesionalizada como la modificación de las gramáticas narrativas que constituyen un tipo de relación con el pasado. Fue entonces que surgieron una serie de preguntas que un poco están resumidas en esa presentación que circuló para la convocatoria.
Efectivamente, ¿hay instancias antagonistas en el campo historiográfico actual, que en todo caso toman ropas del pasado, incluso del pasado historiográfico, para de alguna manera vehiculizar nuevos entredichos, o no hay ninguna renovación sino que se trata de discursos casi especulares que comparten en el fondo los mismos presupuestos teóricos, conceptuales, historiográficos y por lo tanto también políticos? Es un tema que pretende ser abordado acá desde ángulos bien distintos. No para cerrarlo sino para abrir esta problemática.
De modo que dejo esta breve introducción y paso a presentar a los panelistas. Supongo que a los tres los deben conocer, algunos porque ellos o sus textos circulan en medios masivos de comunicación, otros porque son de la casa. Vamos a comenzar con Andrés Bisso, que es profesor de esta casa, profesor de Historia Argentina II, Historia Social Latinoamericana, coordinador de la Maestría en Historia y Memoria, y también investigador del CONICET. Andrés ha publicado un prolífico trabajo sobre el antifascismo en la Argentina, tanto en su tesis doctoral como una muy recomendable compilación documental.
Vamos a hacer exposiciones de 20 ó 25 minutos, para dar tiempo a que abramos un debate, ya que la intención es que podamos discutir todos, porque evidentemente sobre esto todos tenemos algo para decir.

Andrés Bisso

Muy buenas tardes. Antes que nada quería agradecer a Ana (Barletta), Roberto (Pittaluga) y Marcelo (Starcenbaum), las caras visibles de esta convocatoria, que en verdad es múltiple, de mucha gente, muchas cátedras, que también es muy bueno eso. Agradecerles por participar en un panel interesante tanto por la temática a abordar, como por los compañeros de mesa y de exposición que me han tocado en suerte.
Lo primero que quería decir es que me parecía que la pregunta acerca de si hay nuevos relatos históricos para la Argentina actual tiene una capacidad claramente movilizadora para la reflexión en tanto no se resuelva con un sí o con un no. Creo, sobre todo, desde una mirada de experiencia generacional, más que de estudioso de la historiografía reciente (que no lo soy), que lo que podría funcionar sería una opinión sobre ciertos acercamientos al pasado que considero fructíferos para renovar nuestra mirada sobre la realidad histórica.
El texto que les quería presentar se llama "Las dulces inconsistencias. El desafío de Diego Capusotto a los historiadores jóvenes". Lo que quería presentar acá era una paráfrasis muy poco fiel del artículo de Carlo Ginzburg, un autor de otra generación, que nació en el ´39, el año que nació mi papá, así que claramente es otra generación, que se llama "La áspera verdad. El desafío de Stendhal a los historiadores". En especial sirve su párrafo final como disparador, que dice: "Los procedimientos narrativos son como campos magnéticos, provocan preguntas y atraen documentos potenciales"
Me parece que, como dice Ginzburg, ciertos procedimientos surgidos del campo de la ficción pueden ser particularmente desafiantes como estrategias nuestras de acceso a la verdad histórica, sobre todo teniendo en cuenta algo que sí me parece que es muy común entre gran parte de la producción historiográfica y de los historiadores, que es esta tendencia, como le pasa al protagonista de Rojo y Negro de Stendhal, Julien Sorel, quien teme "un remordimiento atroz y un ridículo eterno, si se desvía del ideal que se propone seguir". Habría que poner un poco en cuestión esa idea, que también ha sido señalada por un investigador, que señalaba que se sorprendía de la cantidad de veces que los historiadores llegan exactamente a los lugares adonde pretendían llegar. Y no lo decía como una virtud, sino como una cosa a tener en cuenta, para no terminar respondiendo al final las cosas que ya podrían haberse contestado al inicio de la investigación.
Entonces, más que sobre nuevas y viejas historias, yo hablaría sobre procedimientos que pueden ser repensados, y rescatar el carácter movilizador para la práctica historiográfica que puede tener, en este caso, la reflexión en torno a la forma de construcción de ciertos personajes históricos de ficción del actor Diego Capusotto. La intención es centrarnos sobre todo en las repercusiones que ello podría tener en nuestro campo académico. Me voy a referir a lo académico, no porque Capusotto sea de Racing como Roberto, sino de la Academia en sentido no futbolístico. Queremos hacer evidente el carácter de "desafío" que en términos conceptuales puede tener en este campo. Otra razón por la que realizaremos este recorte es que desconocemos bastante los campos de la divulgación, la transferencia y la transposición didáctica, y que además compartimos la mesa con dos colegas (Di Meglio y Adamovsky) que -además de ser reconocidos investigadores- están mucho más capacitados para hablar de esas cuestiones.
Lo que quisiera dejar en claro es que no considero de ninguna manera tomar en términos literales a Bombita Rodríguez o a Micky Vainilla como personajes históricos"representativos" para que, por ejemplo, los alumnos conozcan los setenta o el neonazismo. Dudo de la eficacia del método, para un profesor de secundario, de tratar de "ilustrar", como se usa mucho, esos fenómenos históricos, poniendo el video completo de Bombita o Micky para explicarles a los alumnos, ¿qué fue la Tendencia? o ¿qué es el negacionismo? No digo que Capusotto no pueda ser "utilizado" en el aula, sino que creo que eso requiere un desafío específico diferente al que quiero plantear aquí y que, aunque podría ser interesante, también tendría que estar desligado de la pretensión de literalidad.
Estoy pensando en la investigación histórica, y en cuál puede ser el desafío que nos plantea Capusotto, ¿no? Y creo que es cuestionar, desde ese espacio ficcional, tres presupuestos que en la historiografía se han tomado a menudo como nortes implícitos en la elaboración de trabajos. Uno ha sido la solemnidad, otro ha sido la voluntad de coherencia omnímoda y un tercero ha sido la idea de lo "representativo de una época", ¡rápidamente podemos definir que los años treinta son el fraude, que los setenta son la violencia y la proscripción...! Hay muchas de estas miradas que han estado relacionadas con estas tres directivas. La solemnidad, la coherencia y la representatividad eran requisitos previos para que un trabajo fuera considerado profesional, académico o -ay- "científico", o -ay- "comprometido".
En esto reside gran parte del problema; todo aquello que no cuadraba en las lógicas de los formatos mencionados era considerado marginal, menor o producto de contradicciones más o menos accidentales. Creo que esos límites han estado presentes tanto en la historia hecha los últimos años en las universidades como en CONICET, a raíz de la necesidad de los historiadores de mostrarse como científicos sociales, en un momento de ansiedad por demostrar que la historia era una ciencia social. Impulso que a veces conduce, como dice Darnton, "a pensar el mundo organizado por perfectos patrones de conducta poblado de gente ideal y gobernado por coeficientes de correlación". Un acercamiento a la realidad, que no me parece que sea muy "histórico". Por un lado, estos patrones han sido parte tanto de la historiografía académica, profesional, o como quieran llamarla, pero también, por otro lado, ha estado presente en las filas que podemos llamar, de alguna manera esponjosa, "neorevisionistas", porque estaban desesperadas por demostrarle a la sociedad la "utilidad" de la historia; la capacidad de los historiadores por decirle cosas políticamente comprensibles a la sociedad. Entonces, también tenían que seguir esas pautas: solemnidad, coherencia y representatividad. Aunque sea a la inversa, al predicar cómo lo "verdaderamente representativo" de unaépoca "no fue visto" o fue "ocultado", y cómo ellos lo develaban.
De ahí que, frente a esta cierta necesidad de adjetivar sumariamente los períodos históricos de las corrientes ideológicas, las construcciones ficcionales de un neonazi pop como Micky Vainilla o un guerrillero beat como Bombita Rodríguez sean impensables, desechables, precisamente porque rompen con esos criterios de coherencia establecidos previamente por una parte de la historiografía. En el caso de Bombita Rodríguez pueden verse dos relatos que se piensan como prototípicos de una época, pero que parecían excluirse absolutamente. Si uno ve el programa conducido por los cantantes Tormenta y Rubén Matos, que se llama Si fuera como ayer, nota cómo se recuerdan esos años hermosos que se han ido; y si después se piensa en los relatos violentos que circulan sobre los setenta, parecería que se podía ser revolucionario o "club-del-clanero", pero las dos cosas a la vez (o ninguna de ellas), no. Me parece, que para seguir reflexionando sobre este caso, podríamos acercarnos a un artículo de
Sergio Pujol que precisamente integra un libro que, para definir esa época, se titula: "Violencia, proscripción y autoritarismo".
Luego de definir dos generaciones que parecen haber convivido algo separadas en esos años, el historiador admite que su trabajo deberá sintetizar de un modo "brutal", y que ese trabajo estará más cerca de Spinetta que de Walsh. De cualquier manera, no puede soslayar que, en el medio de esos dos grandes referentes que toma, uno puede pensar que Spinetta y Walsh no son las personas comunes que vivieron en los sesenta y setenta, y va a decir que había personas "que a partir del '63 'compraron' la fórmula del Club del Clan" y que eran tan "jóvenes" como "aquellos hippies porteños" que desafiaban el autoritarismo represivo de Onganía". Es notable advertir cómo Pujol parece casi pedir permiso para incorporar en un manual académico, precisamente titulado Nueva Historia Argentina, al Club del Clan, y para señalar que sus seguidores eran "tan jóvenes" como los hippies que se enfrentaron al gobierno de Onganía. Quiero precisar algo: esto no "habla mal" de Pujol; sino justamente lo contrario, porque él intenta incorporar cosas que la Historia con mayúscula no parecería estar dispuesta a advertir. De lo que me parece que habla un poco mal, para decirlo rápidamente, es de lo que todavía nos falta, de las aclaraciones que se deben hacer para no pensar que, con esa inclusión, se pone en duda la definición solemne de los sesenta y setenta como los años de la militancia y la combatividad.
Frente a esto me parece interesante pensar lo que hace Capusotto explotando de forma paródica las inconsistencias del relato sobre esa época, la posibilidad de grises y entreveros entre los diferentes actores e ideas circulantes del período. Entonces el desafío no es creer literalmente en la existencia de alguien como Luis Almirante Brown, sino que sería posible pensar, desde la tradición historiográfica, esas cuestiones con el material que nos brinda la realidad histórica. El desafío es cómo lograr hacer una interpretación "creativa", para llamarla de alguna manera, desde el material histórico.
Vale aclarar, además, que nuestra propuesta difiere de la "interpretación historiográfica" que hace el propio Capusotto en una entrevista reciente, cuando se encarga de explicar un personaje como Bombita, ya que él hace una lectura histórica más "tradicional" del período, y pone el acento en la "no historicidad" de la apuesta que hace su recreación, al combinar la militancia revolucionaria con la canción nuevaolera. Dice Capusotto: "lo que es inverosímil es ese cruce, y es lo que nos parece divertido
también. Es un mundo paralelo, construido por nosotros con el lenguaje del humor, y que difiere por completo del mundo real (subrayo). Es un mundo incluso más amable que el que nos toca vivir a todos, y nos causa gracia, y todo es posible, y es un poco la posibilidad de huir de la realidad. En ese mundo todo está permitido, y en el mundo real no".
Me parece que uno puede pensar, entonces, en la existencia de individuos en los que el dilema "frívolo-comprometido" no se resolvía necesariamente desde la cerrada exclusión de términos. Así, como se lo hace desde algunos sitios de Youtube, se puede pensar en Carlos Bisso, que no tiene nada que ver conmigo, no es pariente ni nada, el cantante del grupo Conexión Nº 5; quien era considerado por algunos de sus contemporáneos como un cantor de música "chatarra" y "frívola", entre otras cosas, y que cantaba "Dong Dong Diki Diki Dong" (carcajadas del público), pero que -a la vez- sería el realizador de un disco, con los temas -uno de cada lado- "Juventud Argentina Peronista" y "Al Poder". Temas, entonces, de clara connotación militante, que en gran medida le valen la persecución posterior, digamos; suponemos que no era por "Dong Dong Diki Diki Dong".
Por otro lado, una obra de la nueva generación de historiadores, a los que Pujol abrió el paso; la tesina de licenciatura de Pablo Collado -a quien veo presente en esta reunión- se llama precisamente "Los dilemas de Bombita Rodríguez. Cruces entre la cultura de masas y la radicalización política en el giro contracultural del rock argentino". Esta otra generación se atreve a pensar la existencia de grises y a recrear una época histórica en términos menos solemnes y coherentes, que los que pareciera atraer la perspectiva de "violencia, proscripción y autoritarismo". Y de vuelta, ahí no es cuestión de la "culpa" de Daniel James, quien suponemos es el encargado de ponerle ese nombre al tomo que compila; porque fue precisamente James quien ha descubierto un montón de esos grises y esos entreveros de los que hablamos en, por ejemplo, los poemas melodramáticos de Doña María. Entonces el problema es, no tanto lo que el nombre del tomo incide en la producción de ese momento, sino en cómo opera sobre las producciones posteriores, sobre los "miles" de proyectos que llegan al CONICET y que se presentan diciendo: "la época de los setenta se define por ser el período de violencia, proscripción y antiperonismo...". En ese sentido me parece que también podríamos pensar la trayectoria de Roque Narvaja, que pasa -en menos de una década- de componer temas como "Ella es la reina de la canción", a otros que se llaman "Camilo (por Cienfuegos) y Ernesto (por Guevara)". E incluso mejor, uno podría explotar la convivencia de referencias. Es interesante pensar en uno de los temas que convivía con "Camilo y Ernesto", donde vuelve a flotar el fantasma bombitesco porque se llama "Revolución, mi amor".
Entonces, si uno piensa en otro Rodríguez, no en Bombita sino en Silvio, comprenderá que estas cuestiones son menos fáciles de resolver que lo que supondría una posterior lectura histórica, que ha tendido a considerar separados ambos caminos, el compromiso político y la canción de masas. Obviamente, no es que este procedimiento
de separación se dé en todos los análisis, pero forma parte de un primer acercamiento a las investigaciones que a veces las retrasa, las hace más lentas, las lentifica. Precisamente, la canción de Silvio Rodríguez, "Debo partirme en dos", habla de estas tensiones acerca de estos temas. Por otro lado, qué nos dice de la visión de lo político que la cantante ya nombrada, Liliana Maturano, más conocida como Tormenta, haya sido censurada durante la dictadura por el tema "Que no me llamen tu mujer". Uno podría pensar que eso tenía que ver con la reticencia frente a la imagen de la mujer con libertad de decisión; pero la cuestión es que Cacho Castaña también sufrió esa censura en la dictadura, con el tema -de factura bastante particular- que estipulaba: "si te aga...si te aga... si te agarro con otro te mato, te doy una paliza y después me escapo"; lo que incluso podría significar, para algunos, la inesperada consideración de ciertos actos positivos de las políticas culturales de la dictadura; porque en este caso, la "condición" de la canción censurada..., bueno, en fin... (risas).
Desde lugares diferentes, Micky Vainilla y Elle Woods, el personaje de "Legalmente rubia", también rompen un presupuesto que incesantemente interfirió en la búsqueda de los historiadores de otras generaciones y que estaba relacionado con la distancia entre frivolidad y compromiso político, y la presentación de ambas cuestiones como cosas incombinables. Digo pensando en esto, y a pesar de lo que la lectura no literal de La banalidad del mal de Arendt podría haber inspirado, que pareciera imposible aún en nuestra historiografía pensar que la frivolidad ocupe un lugar en ciertos ámbitos, como el neonazi, nacionalista de derecha, fachistoide como diría Bohoslavsky; todo tipo de subgéneros plausibles de ser ubicados en esa zona gris ideológica. Sin embargo, cuando uno va a las fuentes, puede encontrar el diario El Pueblo, un periódico nacionalista de derecha de Roque Pérez; luego de expresar su repudio porque el director del Colegio Nacional se opone al uso de la insignia del Congreso Eucarístico católico, en esa institución (pensemos que era un colegio laico), decían de él que tenía un apellido sospechosamente israelita, y que si no lo era (¡Nielsen se llamaba el tipo!) merecía serlo, y por lo tanto había que removerlo de ese lugar. Luego, poco tiempo después de ese ataque de antisemitismo, xenofobia y demás, pasaba a expresar unas palabras a lo Micky Vainilla avant la lettre, diciendo que "la consigna de este carnaval continuará siendo a divertirse, a divertirse".
A lo que quiero llegar es a la siguiente pregunta: ¿no nos muestran, muchas de las fuentes históricas como la mencionada y como otras que personalmente yo he consultado, la forma en que ambas cuestiones pueden convivir y que lo pueden hacer de múltiples maneras, y que es precisamente el discurso histórico el que es desafiado por cada una de ellas? Y que si nos guiáramos muy estrictamente por las descripciones consagradas de lo que sería lo "representativo" de cada época, ideología o discurso, podríamos terminar desechando precisamente ciertas pistas interesantes para complejizar el pensamiento histórico. Como muchos de ustedes, aplicados alumnos de Introducción a la Historia, han aprendido felizmente, las fuentes no nos transfieren la realidad histórica por ósmosis, como hace mucho, antaño, se pensaba; pero tampoco cabría pensar lo contrario, es decir, lo que es un riesgo que a menudo suele cometerse: que la fuente no nos va a decir nada nuevo, que acercarse a ella es un trámite formal como el de sellado postal, que su mención sólo sirve para ilustrar y justificar nuestros pensamientos.
Por el contrario, me parece que podemos pensar las fuentes como pensaba los libros ese poema de Quevedo que dice: "enmiendan o fecundan mis asuntos / y en músicos callados contrapuntos / al sueño de la vida hablan despiertos". Mi reducida experiencia en talleres de tesis e instancias similares me ha demostrado los problemas que surgen cuando se da por sentada la mera condición de ilustración de la fuente, su condición accesoria. Una vez, un alumno que quería estudiar los grafitis de un barrio berissense me aseguraba que lo central de la explicación de ese fenómeno iba a surgir de la lectura de Marx y Lukács acerca de la relación entre arte y proletariado. Yo me sentía tentado a sugerirle que lo central podía surgir de los grafitis mismos, pero él estaba tan seguro... que bueno...
Así, por ejemplo, la Asociación Pro Patria, para seguir con algunas fuentes que uno se encuentra, pregonaba ante la Segunda Guerra Mundial la necesidad de "defender la integridad de nuestros suelos si llegaran días amargos para la patria"1, y no tenía la dificultad de compatibilizar ese discurso altisonante con la realización de una rifa, en la ciudad de Azul, en la cual el premio elegido era un canario flauta ¿No disminuía el alegre pajarito la idea dramática de la patria amenazada? En teoría sí, pero agradablemente para el investigador, la gente no está tan pendiente de la teoría como el investigador mismo. Si vemos la agrupación antifascista Acción Argentina, podemos encontrar que en su decálogo para los jóvenes sostenía: "sacrificarás la porción de lo superfluo que hay en tu existencia y la dedicarás a la tarea conjunta"2. Los jóvenes bahienses de esa agrupación, sin embargo, se las amañaron para lograr algo que sus mayores parecían dar como incompatible. Así, prepararon una expedición de fin de semana, un pic-nic, a las cercanas Sierras de Tornquist, "para cerciorarse de la veracidad de ciertos rumores sobre actividades nazis"3... ¡qué mejor, uno se va de picnic y de paso es un militante antinazista! Cómo poder compatibilizar esa misión superior que estaba dedicada nada más y nada menos, como decía Nicolás Repetto (no el de "Sábado Bus", obviamente, sino el otro), que a combatir y denunciar el fascismo infiltrado en el país y sus instituciones, con estas actividades que uno encuentra -por otro lado- en las fuentes (todo esto organizado por filiales de Acción Argentina que sostenían esos discursos altisonantes): concurso de motocicletas en la filial de Chascomús, festival danzante en la de Bartolomé Bavio, reuniones para organizar el atletismo entre la población joven en el club de Mechita o los festejos antifascistas en Pigüé que prometían un vermouth en la confitería París y un asado en el club Español. Y esto no sólo sucedía porqueAcción Argentina era liberal-socialista; la Junta de la Victoria hacía reuniones danzantes, de las veintidós a las cuatro de la madrugada, al son de los Canadian Serenaders o de la Típica Zafferi. Y lo mismo hacía la Junta de la Aviación, en Villa Domínico, con bailes con juegos de cotillón y niñas vendedoras de flores, e incluso una comisión contra los países oprimidos por el nazifascismo, en Mendoza organizaba un concurso para elegir la "Reina de la Victoria". Podemos pensar que estas agrupaciones eran pluriclasistas y, entonces, suponían no estar atadas a la estricta lógica partidaria; sin embargo, y acá llegamos al pináculo (y le agradezco a Sandra McGee Deutsch que me acercó este ejemplo): cuando el diario del Partido Comunista de Rosario elija, en un concurso, a la joven Lisa Durán Matta como Miss La Hora. Este simpático acto, como se decía en la prensa de la época, era publicitado por el diario partidario nacional, desde el cual el secretario general Arnedo Álvarez solía decir graves palabras, como: "el imperialismo procura siempre esconder a su pueblo el contenido y la finalidad de la guerra que conduce"4. Para acercarnos a nuestros tiempos, podemos pensar en un afiche de alguna agrupación universitaria antiimperialista, en el que para promocionar una fiesta, se ofrecía un daikiri y un fernet gratis, figuraba la cara de una chica sensual y podía leerse la frase: "Johnny, la gente está loca".
¿No sería útil preguntar por la utilidad de estas prácticas de sociabilidad en términos políticos, más que por su pureza o no en relación a un determinado ideal discursivo? En Chascomús, el aniversario de una batalla como la de los Libres del Sur, que se pensaba como la de los mártires que dieron su vida y cayeron bajo el peso de la barbarie y la traición, se conmemoraba con un paseo en lancha por la laguna; el 25 de mayo, en Coronel Pringles, las celebraciones dirigidas por el intendente tenían como centro de las actividades, un match de fútbol, carreras pedestres, carreras de bicicletas y clásicas carreras de sortijas. ¡Qué patria tan diferente a la de Ramiro de Maeztu!, cuando decía que ella era "anterior al ser [y es] el espíritu, [que] se funda en el bien, y en el bien se sostiene así como en el mal se deshace". Aunque se dan estas formas tan diferentes de representación de la patria, ninguna forma de representación es incompatible: ambas conviven. Un discurso solemnista descartaría claramente esta fuente que habla de la corrida de la sortija como una mera funcionalidad lúdica y anecdótica frente a la idea de Patria de los manuales como aisladora de los cerebros psíquicos infantiles. Otro discurso meramente impresionista supondría que la patria podría ser pensada desde los pueblos sin ningún tipo de soporte de ideología estatal. El problema es que la patria, entre tantas cosas, era esas dos que mencionamos.
Aquí la ficción nos da una mano, y pensamos en la claridad con la cual Manuel Puig pensó estas cuestiones, esta tensión entre discursos, prácticas y vida cotidiana, para los pueblos del interior bonaerense en el período de entreguerras. ¿No son éstas, cosas que la historiografía debería repensar? Allí sería posible construir un relato histórico novedoso, alejado de ciertas visiones que han encontrado en estas inconsistencias un obstáculo a su comprensión, en vez de una rica fuente para la reflexión. Creo que afortunadamente existe una corriente que ha dejado de pensar de manera censora estas dulces inconsistencias. Digo "dulces", aunque puedan ser tormentosas, porque en parte nos acercan a las propias inconsistencias de nuestras vidas, a las que no juzgamos tan duramente como lo hacemos sobre el papel amarillo de los discursos y a través de las menciones escritas de las prácticas del pasado. Muchas gracias. (Aplausos)

Roberto Pittaluga

Agradecemos a Andrés y continuamos con Gabriel Di Meglio. Para los que todavía no lo conozcan, Gabriel es investigador del CONICET y docente en la UBA, de la Cátedra Historia Argentina I e investigador de las clases populares en el Siglo XVIII y primera mitad del Siglo XIX en Argentina. Su último libro es Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1516 a 1880.

Gabriel Di Meglio

Hola, qué tal. También quería agradecer la invitación; aparte, el año pasado vine a una jornada sobre divulgación y la verdad que para mi fue muy interesante, así que quería obviar esa parte que a mí me interesa mucho en particular y tratar de reflexionar un poco más sobre el mundo académico al que pertenezco, al que pertenecemos todos los que estamos acá, tratando de dar cuenta de algunos problemas vinculados con esta pregunta de si hay algo nuevo en la historiografía. En ningún momento pensé en lo del Dorrego que mencionábamos cuando empezó la jornada, porque, claro, no tiene tanto impacto en el mundo académico. De todas maneras, ya que estamos, diría que claramente no veo nada nuevo ahí. Tengo mucho respeto por la tradición revisionista, pero acá veo algo como la famosa frase del Dieciocho Brumario: fue una tragedia y ahora me parece más una farsa, en el sentido de que no tiene ninguna novedad, es un refrito de lo que fue el revisionismo. Me parece buenísimo que se vuelvan a leer ciertos autores que cuando yo estudiaba en los años noventa en la Universidad de Buenos Aires, habían sido reducidos a la categoría de fuentes: Abelardo Ramos, Rosa, Ernesto Palacio, gente con la que uno puede no estar de acuerdo en muchas cosas pero que tienen una potencia polemista y una potencia del escrito que para mí sólo por eso vale la pena reincorporarlos a la tradición historiográfica "válida", es decir, aquellos con los que se puede discutir. Una de las cosas que a mí me llaman la atención, yo me dedico al siglo XIX, es que uno podía no discutir con Rosa pero no podía no discutir con Levene. Es decir, hubo tradiciones que se fueron seleccionando en el proceso de supuesta neutralidad y recomienzo que la historiografía tuvo a partir de la década del ochenta, de finales de la dictadura para acá. Me parece que las filiaciones no explícitas no fueron ecuánimes, hubo tradiciones que quedaron más legitimadas que otras para hacer un estado de la cuestión y con quién discutir. Aquello que los que trabajan historia del siglo XIX llamaban historiografía tradicional, con la cual se discutía, no era toda la historiografía tradicional; con alguna uno podía discutir más y con otra uno podía pasarla de largo, ¿no? Eso, para mi gusto, volvió a invisibilizar al revisionismo y es una operación que al revisionismo le conviene. Sin duda fue una escuela oculta en estos años; entonces, eso le da mucho plafón para volver a proponerse no contra la historia oficial, sino con la idea de que estuvo alejada de los claustros, lo cual sé que no fue así en todas las universidades, pero en la UBA sin duda fue así. Salvo en la materia Historiografía, donde se estudiaba como una corriente del pasado. Entonces no veo en lo que ahora se llama el revisionismo algo interesante, algo nuevo; más bien veo un intento de aplicar una receta de otra época a una época que es totalmente distinta. Se recuperan textos muy fuertes del sesenta, setenta, incluso anteriores, que claramente están pensando en otra realidad que está muy lejos de la nuestra.
Pero sí veo, y es lo que me interesa discutir, que también la historiografía académica tiene un desfasaje temporal. Está muy marcada por los años ochenta, por el momento en el cual se convierte en hegemónica una forma de mirar al pasado y que hoy en día hace un poco de ruido. Me cuesta más ver las novedades que las cosas que me gustarían que cambiaran. Porque a mí en una época me gustaba mucho la música punk, y siempre leía sobre el punk y sobre Londres en 1977, y parecía que todo el mundo era punk, es decir, The Clash, Sex Pistols. Después, leyendo de gente que estuvo viviendo en Londres en el ´77, un montón de gente no sabía que existía el punk. Ricardo Soulé, cantante de Vox Dei, decía "Yo nunca me enteré que existía el punk", y vivía ahí. Era una cosa absolutamente minoritaria, que fue creciendo y después el mercado lo toma y retrospectivamente se creó una "Londres Punk" tremenda, que finalmente no existía tanto, o existía como tribu. Quizá haya novedades que yo no veo, algunos fenómenos cuando uno es contemporáneo no los ve... Sin duda, creo que la historiografía ha cambiado mucho, creo que hoy en día el mundo de la divulgación y su relación con el mundo académico ha cambiado bastante, creo que somos muchos los que estamos tratando de tender puentes entre esos mundos, algo que siempre existió pero que ahora es mucho más fuerte que cuando yo estudiaba. Creo que un cambio notable en los últimos años es el crecimiento de focos de producción de historiografía. Los grandes centros tradicionales: Buenos Aires, La Plata, Rosario, Tandil, Córdoba, ya no son los únicos centros, hay historiografía por todo el país, muy disímil, pero me parece que es un fenómeno muy interesante. Basta ir a cualquier Interescuelas para darse cuenta que la historia es una disciplina enorme y, obviamente, la creación del Dorrego es un problema aparte, pero lo que nos muestra también es lo que lo generó, es el peso que tiene la historia en la discusión pública. Estemos más o menos de acuerdo, claramente con eso, no es el mismo lugar que cuando yo estudiaba, donde se tenía la impresión de que su disciplina estaba muy corrida de lado. Hoy en día la historia está en buena medida en el centro de la escena del discurso político, cosa que me parece superinteresante, Cristina habla de historia, Biolcatti habla de historia, todo el mundo usa ejemplos, mal o bien, a nosotros no nos importa, nosotros podemos ser profesionales, lo interesante es que esté eso en el medio de la discusión pública. A mí me parece que para nosotros como profesionales es fascinante. Ahora, si uno toma la cantidad, en eso yo veo algo positivo, y también veo positivo que cada vez se estudian más temas; pero sigue siendo, como negativo, la relación de esos temas con la sociedad y cómo salen de nuestro mundo académico. También es real que nuestro mundo académico es muy grande y eso va rebotando de otras maneras, como en la enseñanza; no es que los temas quedan necesariamente entre las cuatro paredes de los claustros. Pero claramente todavía falta mucho por cambiar. Veo también algo muy negativo para mi y es una tendencia que tiene que ver con el propio éxito del sistema académico, de la necesidad de becas y de papers -todo esto no lo diagnostiqué yo- pero que me llama mucho la atención, que es la hiperespecialización. La gente es especialista en un tema y sólo en ese tema durante cincuenta años, que no está mal, pero el problema es cómo se relaciona ese tema con otras discusiones, con otras preguntas; a veces pasa que quieren entrevistar gente sobre un tema y hay un problema. Creo que lo conté el año pasado y vuelvo a contar la misma anécdota. Un día me llaman por teléfono de una radio y me preguntan si puedo hablar del regreso de Perón, y le digo "Yo me dedico al siglo XIX". "Pero usted es historiador, ¿no? ¿No me puede decir nada?". Y algo le podía decir, y ese miedo mío es el miedo del especialista: "Uy, yo no me dedico a esto, a ver si mis colegas me escuchan y me dicen ladrón" (risas). Que por ahí me pasó... (risas). Pero en todo caso me parece que eso mata a la profesión, que nosotros tenemos que poder contestar a un montón de cosas y después nos dedicarnos a la investigación de algo. Yo creo que es un riesgo muy grande, y ahí creo que en ese sentido el mundo académico tiene muchas cosas que cambiar.
Lo que sí veo es que a partir del año 2001 y de los años kirchneristas se abrieron muchas grietas en el tema académico, todavía no sé muy bien cómo va a salir, y qué va a pasar, todavía estamos viviendo ese momento. Más allá del crecimiento del campo, creo que hay ciertas verdades del campo que están corridas de lugar. Para mi, hay algo fuerte y acá voy a exagerar mucho, voy a ser reduccionista porque el país es muy diverso, por ahí estoy muy marcado por la mirada de donde yo estudié, de la Universidad de Buenos Aires, pero por lo que he leído en producción historiográfica me parece que es algo general. Yo creo que hay un desfasaje muy fuerte entre los ochenta y ahora, y que este mundo académico que sale de la dictadura está marcado por lo que hace poco en una discusión con Omar Acha él llamó "la historia progresista", o diría "historia whig", que es una historia que tiene valores muy fuertes, que son entendibles en el contexto: la democracia, la tolerancia, la condena a cualquier violación a los Derechos Humanos en el pasado, etc., que es una operación totalmente entendible y que probablemente todos compartamos, pero que ha dado lugar en mi opinión a problemas, a cierta no explicitación de algunas posiciones. Cuando yo estudiaba en los noventa se decía que la historiografía se había despolitizado, y era una acusación. En realidad, más bien se había repolitizado, con una apariencia de neutralidad. Todo el mundo acepta que la historia no es neutral, pero a veces parecía que realmente estabas hablando con colegas que creían que realmente podía lograrse una neutralidad, y que lo que empezó a partir del ochenta rompe con las tradiciones previas de la historiografía, que es mucho más austera, aséptica, científica, en el sentido de las ciencias sociales. Incluso hubo un gesto hacia las ciencias sociales: tratar de eliminar el relato, la narración; de los ochenta para adelante se abandonaron en parte las ideas de relato cronológico. La narración tradicional, que para mi es la más linda de leer, si nosotros queremos que alguien nos lea, ha vuelto, está volviendo. Es decir, se puede narrar a la antigua como los viejos ensayos, que es más atractivo para leer, que algo clasificado temáticamente. No es que yo esté en contra de lo sistemático, pero creo que es una marca muy fuerte esa pretensión de cientificidad. Si el análisis es sistemático, y tiene muchas notas al pie, etc, "es más científico". Y eso, que es discutible, en todo caso es una convención que todos aceptamos, y aparte si no lo hacemos no podemos conseguir una beca; es una cuestión de supervivencia, es estructural, pero me parece que son cosas para discutir.
En todo caso, el problema está en esto que Omar llama la historia progresista. Dejó una marca muy fuerte para juzgar el pasado, que a veces lleva a posiciones que son complejas porque son teleológicas; principalmente la idea de que es más positivo todo lo que es democrático, en el sentido de una idealidad democrática, que es un modelo abstracto que se ha creado y que nadie explicita cuál es. Muchas veces se juzga el pasado argentino, y también el presente, desde el lugar de cómo deberían haber sido las cosas y no cómo fueron. Se habla de oportunidades perdidas de acuerdo a un principio que no se explicita cuál es. ¿Llegar a dónde? Se habla del ideal del ciudadano, de las instituciones, de la república, etc., sin decir cuál es el plafón desde el cual se parte. Es un modelo ideal inexistente en el mundo, es una especie de supernormalidad a partir de la cual cualquier hecho del pasado queda un poco descarriado, no cierra con este modelo. Yo creo que es algo no explícito, no se explicitan ciertos supuestos que suponen neutralidad, y para mí hay una cosa de juzgar el pasado con esta marca ochentosa y que hoy está desfasada. No digo solamente con la historia del peronismo, donde es quizás más fácil de verlo. Uno académicamente puede hablar mal de Onganía o de Uriburu, no puede hablar mal de Perón, ni de Alfonsín, ni de Rosas, ni de Mitre, porque queda mal en nuestra historiografía hoy. Si lo hace, lo hace de una manera; queda mal decir "Perón era un tirano", pero puede decir "Onganía era un tirano" porque eso quedó desde los ochenta muy condenado. Los que no fueron dictadores, o son más discutibles como Rosas, bueno, mejor no decir abiertamente una posición, sino mostrarla de otra manera, ¿no? Entonces hay autores fuertemente antiperonistas, pero no se dicen antiperonistas, hacen la operación de otra manera, y también los peronistas hacen lo mismo, sin que se expliciten ciertos posicionamientos hacia el pasado. La hipótesis que tengo, la otra vez la discutía con Ezequiel, me parece que quizás... Me llama la atención y eso tiene que ver con los ochenta, por qué hay tanta mirada de la derecha nacionalista, que en Argentina fue importante, pero también que en un punto fue menos decisiva, destructiva, que la derecha liberal, la línea Roca, Justo, Aramburu, Videla, Martínez de Hoz, Cavallo, que para mí es la línea más nefasta de la Argentina. Me parece que hay menos trabajo sobre la derecha liberal que sobre la derecha nacionalista más filonazi o antisemita, que fue muy fuerte pero que nunca fue para mi gusto tan decisiva para el destino del país como la otra. Y esto tiene la marca del miedo de ciertas premisas no dichas. No hice estadísticas, quizás me esté equivocando, no recuerdo libros muy fuertes sobre lo que digo, y sí sobre la derecha nacionalista. Y el otro problema que creo que tiene que ver con esto es el enamoramiento del progreso, de la modernización, de la novedad: todo lo que es nuevo es bueno. Hace poco leía un texto de Elías Palti en el cual decía: ojo con pensar que modernidad es igual a individuación y tradición es igual a conservadurismo, atraso. Una cosa que no se dice abiertamente, pero que está presente: aquello que lleva las cosas en teoría hacia delante, es generalmente valorado mucho por la historiografía, hacia delante desde el punto de vista de este modelo ideal. Por ejemplo, en 1826 el gobierno unitario sanciona una libertad de cultos y Facundo Quiroga en la Rioja levanta una bandera "Religión o muerte" contra eso. Para nuestra sensibilidad de hoy es positiva la libertad de culto, no podemos evitarlo, y además nos parece que es más moderno que lo otro, eso le da un contenido positivo a esa acción. Ahora, el problema es creer que entonces el grupo que la impulsó es un grupo más positivo, modernizador en general, como se lo presenta. Ahora, si uno ve lo que yo estudio, la relación de ese grupo unitario y las clases populares, y la relación de los federales con las clases populares, la positividad la cambiaría de lugar. Sin embargo, no se ve tanto esa otra operación; en general lo que se valora es aquello que parece llevar las cosas hacia delante, hacia un supuesto progreso. Con esto no quiero decir que uno tenga que hacer lo inverso, es decir: "¡Viva los Federales!"; si quiere hacerlo bárbaro, pero no me parece que se valoren de la misma manera los fenómenos históricos. Porque la valoración existe, es mentira: no hay neutralidad de ningún tipo, sino que en general lo novedoso, lo modernizante tiene un contenido más positivo. Así, por ejemplo en el Bicentenario, un montón de gente celebraba, yo lo he visto en discusiones, en la tele, con colegas, el período agroexportador, que claramente, depende de dónde se lo mire, fue un período bastante nefasto, para las clases populares por ejemplo. Fue un período muy duro, políticamente, económicamente, período en el cual la brecha social en Argentina se dispara para un lugar que marcó por siempre el destino de este país. Y sin embargo es presentado como un período de avance, modernización; eso me llamó mucho la atención hacia el Bicentenario, que claramente fue un momento para pensar esas cosas.
Un ejemplo más doy, que lo doy siempre (disculpen, pero uno no tiene tantas ideas): en 1841, un ejército porteño enviado por Rosas va al interior y hace un desastre, aniquilando los opositores de Rosas; lo dirigía un uruguayo. En 1862, un ejército porteño hace exactamente lo mismo, dirigido por otro uruguayo, pero contra los enemigos de Mitre. Cuando uno va a los textos sobre estos dos fenómenos, no se los ve de la misma manera: todos dicen "Qué mal la masacre", pero en el segundo era el Ejército nacional que estaba llevando adelante la Organización. Entonces, en un punto, implícitamente ese segundo ejército tiene un objetivo, un logro de la modernización, algo que hay al final, y ese desastroso aniquilamiento masivo no tiene la misma valorización. Hay una presencia implícita, de valorizaciones no dichas, y por eso todo lo que digo puede ser absolutamente discutible. En todo caso, me parece que necesitamos, para que haya una historiografía renovada, eliminar desfasajes temporales. Obviamente estamos muy lejos de los ochenta, en varios de esos sentidos. Me parece que esa marca de origen ha sido muy fuerte, y ha sido muy fuerte porque el sistema académico, más allá de momentos materiales más favorables o desfavorables como han sido los noventa, ha sido muy sólido en crear un consenso sobre cómo hay que hacer las cosas y ha logrado que muchas de las discusiones y las novedades sean absorbidas -y esto no lo digo como algo malo-; porque se dice "Este tema es nuevo y disruptivo, pero entra perfectamente". Entra, se discute, se debate. Pero yo no veo quiebres, yo veo que se sigue creciendo en la misma matriz de los ochenta. Hay algunos temas nuevos, se discuten algunos conceptos nuevos, pero son bien tratados, no son expulsados, sino más bien incorporados y pasan a ser parte de la bibliografía. Entonces, a mí lo que me llama la atención fue cómo en los últimos años, cuando, kirchnerismo mediante, empezaron discusiones políticas fuertes entre los colegas, sin embargo personas que teníamos posiciones muy distintas sobre el presente no las teníamos sobre el pasado, y ahí el éxito del sistema. Yo participé en un video que hicimos sobre el Bicentenario, que se llama "Dos siglos después", y una comisión se armó para hacer un video sobre los doscientos años y especialistas en el siglo XIX hablábamos muy brevemente sobre el período. Si uno presta atención, es un discurso complementario, vamos complementándonos unos a otros, mostrando cómo funcionamos como corporación, que me parece interesante, pero a la vez que hay un consenso en lo que decimos. Entre esa gente políticamente nos matamos, hay algunos de ellos con los que ni hablo de política, para no pelear, porque son amigos y sin embargo si uno se traslada al pasado, hay un desfasaje. Digo, cómo puede ser, si pensamos cosas distintas, ¿no nos permea nunca en nuestra práctica nuestra posición política del presente? Está bien que una cosa es discutir en el bar y otra cosa es que hay profesionalización, métodos, cosas que es evidente que juegan papeles y somos profesionales; sin embargo, me llama un poco la atención, porque no nos ponemos de acuerdo en casi nada sobre el presente y nos ponemos de acuerdo en casi todo sobre el pasado.
Así que bueno, en realidad yo no veo grandes tendencias nuevas. Lo que veo es esto, una incomodidad pero en el buen sentido, que hay un desfasaje que debemos o nos convendría rediscutir de nuestra práctica, y que quizás estén pasando cosas nuevas que yo sinceramente no veo. Pero en todo caso no lo digo pesimistamente, sino que siento que uno no puede ver lo que pasa por al lado. Cuando a uno le preguntan por qué trabajaste tal tema, diez años después decís: "Ahh, porque me interesaba tal cosa". Me parece que evidentemente algo se está quebrando con respecto al propio mundo que los ochenta nos legaron pero todavía creo que le falta tiempo.

Roberto Pittaluga

Gracias, Gabriel. Finalmente, Ezequiel Adamovsky, que es investigador del CONICET, profesor en la UBA y que últimamente publicó Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003 -complementario al de Gabriel Di Meglio- como también, unos años antes, publicara Historia de la clase media argentina.

Ezequiel Adamovsky

Qué tal, buenas noches. Comienzo por agradecer la invitación, la posibilidad de estar aquí compartiendo algunas ideas con ustedes y con los amigos en el panel. Tengo el temor, después de la exposición de Andrés, de ser terriblemente solemne; espero que no, pero ciertamente no voy a estar a la altura de la no-solemnidad que me precedió. Quería retomar la pregunta que nos reunió, si hay nuevos relatos históricos para la Argentina actual, tratando de responderla como dos preguntas separadas. Primero, si hay nuevos relatos históricos dentro de la academia. Y luego, ir a la pregunta de si esos relatos históricos, si es que los hubiera, son para la Argentina actual, si tienen alguna relación con el momento político-cultural que atraviesa el país.
Ciertamente hay nuevos temas, hay cantidad de investigaciones académicas con nuevos abordajes, se tocan cuestiones que antes no existían. Pero uno podría dudar si realmente esos nuevos temas constituyen nuevos relatos. Hace algún tiempo Tulio Halperín, en una entrevista, dijo que la historiografía argentina crece a partir de una"estructura coralina"; es decir, que se van sumando conocimientos locales o parciales a los temas ya conocidos sin que haya cambios cruciales en lo que él llamó las "vigas maestras" de la interpretación del pasado, que según decía en la entrevista, son las queél mismo estableció en su momento (risas y alguien grita "Eso tampoco cambió"). La pregunta es entonces si detrás de todas estas discusiones nuevas, de todas las novedades temáticas, realmente hay algunas que pudieran ofrecer nuevos relatos o que de algún modo pudieran poner en cuestión esas "vigas maestras" que estructuran la historiografía argentina. Bastante de acuerdo con lo que recién decía Gabriel, voy a decir dos palabras sobre lo que son esas vigas maestras, sobre cuáles son los relatos previos, para ver si por comparación vemos algo novedoso.
Creo que el relato de la historia argentina -aclaro que todo lo que voy a decir refiere al siglo XX, que es lo único que conozco, quizá no se aplica a períodos anteriores-, está organizado a partir de una problemática central que tiene que ver con la pregunta por el supuesto "fracaso" de la Argentina como nación. La pregunta que estructura esta problemática es ¿por qué fracasó la Argentina? Y aquí hay algunos supuestos implícitos, a partir de los cuales se articula el relato. Los supuestos son que el camino del país debería haber sido el de la construcción de un Estado más o menos estable y exitoso, y una economía moderna que más o menos funcione (dos rubros en los cuales nuestro país no se ha destacado particularmente). Junto con este supuesto, está la comparación implícita o explícita del caso argentino con otros países, la pregunta de por qué no fuimos o somos como tal o cual país, una pregunta que nos lleva a analizar las causas de lo que nos habría "desviado" de ese camino esperable. Es una manera de concebir la comprensión del pasado de forma teleológica, es decir, está orientada de acuerdo a un futuro que uno ya conoce; y por otro lado es normativa, en el sentido de que se mide la realidad de acuerdo a la vara de ese futuro supuesto, se juzga en qué medida nos hemos acercado o alejado a la norma. Por último, está el supuesto territorial: la unidad de análisis del cambio social, del cambio histórico, es el espacio nacional. Fundamentalmente, las historias argentinas son nacionales; es decir, el grueso de las explicaciones de los fenómenos que ocurrieron aquí se apoya en procesos que ocurrieron dentro de las fronteras del territorio que ocupamos (con algunas excepciones, por supuesto). El andamiaje conceptual que organiza estas narrativas es el que comentó recién Gabriel, esa especie de historia "whig" de la Argentina: por un lado, la propia problemática identifica la formación del Estado y del mercado como el camino "natural" que debería seguir la sociedad; al hacerlo de este modo, naturaliza esas dos formas particulares de organización de la vida social, que en verdad no son naturales ni inevitables. Pero además, articula el relato de acuerdo a una historia "progresista", la historia de la civilización, o lo que es lo mismo o casi lo mismo con otro nombre, la historia de la "modernización", una concepción que construyeron inicialmente algunos intelectuales liberales europeos en el siglo XIX y que luego se aplicó como una especie de plantilla para comprender otros procesos sociales. El concepto de modernización supone que hay una evolución progresiva de las sociedades hacia una mayor libertad política y hacia mayores derechos, y que ese cambio positivo, progresivo, también está asociado a lo que es su prerrequisito básico, que es el crecimiento económico, el desarrollo económico entendido como crecimiento. Desde esta concepción, para entender el cambio social se pone el énfasis en aquello que hacen las élites políticas, económicas, morales, culturales del país, mientras que en general el bajo pueblo aparece o bien omitido, o en el mejor de los casos en un lugar secundario que no es el que tienen los grupos de elite en la conducción del cambio social. También muchas veces aparece el bajo pueblo como el origen de algunos de los "bloqueos" que impiden o retrasan el camino de la modernización, algo que impide el avance del país en el camino esperado. Aquí la impronta de la matriz del pensamiento que nos viene de Germani y de José Luis Romero es muy importante: la idea de que en algún momento de la historia del país hubo dificultades para que se "integren" las clases bajas, por problemas que en general se adjudican a las propias clases bajas, a atrasos culturales de diversos tipos. Siempre el país al que habría que integrarse es el país de la mitad para arriba, no el de la mitad para abajo. Hay allí una carga de responsabilidad en el supuesto fracaso nacional que es disímil: el problema es siempre las clases bajas.
Dentro de la academia hubo, en todos estos años, un movimiento desde la historia social hacia un interés en temas de historia cultural que es evidente, pero que me parece que no cambió la problemática central que estructura el campo en Argentina. Y ciertamente hay cantidad de estudios empíricos que, en verdad, no se conectan del todo bien con estas líneas maestras que acabo de comentar. En verdad, si uno los mira de cerca, parecen no tener ninguna conexión con nada, parecen sostenerse de su propia relevancia o irrelevancia, pero sin aportar a ninguna narrativa más general. Y hay algo interesante para destacar, y es que, contrariamente a lo que muchos supusieron, la perduración de estos tipos de esquemas no tiene que ver solamente con las hegemonías que hayan tenido tal o cual grupo en el control de tal o cual porción del campo académico. Si uno ve, por ejemplo, el estado de la tradición de la historiografía marxista en Argentina -que ha tenido y sigue teniendo un lugar visible-, uno también puede identificar una permanencia de determinados esquemas interpretativos que no han cambiado centralmente en los últimos años. Me parece que esto no es casual, porque en buena medida también la tradición marxista local ha compartido algunos de estos ejes centrales de la historia whig, ese modo de concebir la historia como un proceso de modernización, sólo que al final se suponía que iba a llegar otro estadio diferente.
Planteado entonces el punto de comparación ¿hay hoy nuevos relatos que puedan hacer sombra a esta visión que acabo de explicar? Yo respondería que no todavía. Me parece que hay algunos focos que están horadando un poco la supremacía de este paradigma, creo que en algún tiempo se van a empezar a conectar estos focos entre sí y que muy probablemente den lugar a un relato alternativo. Por supuesto, en toda predicción del futuro siempre hay una porción de análisis de la realidad y una cuota de deseo proyectado a futuro. En lo que estoy diciendo esa cuota de deseo está muy presente y lo hago explícito. Pero verdaderamente creo que estamos en un momento en el que se está "cocinando" un relato diferente del pasado. Quería hacer un breve recorrido sobre algunos de estos focos que están horadando estas líneas interpretativas, con la aclaración de que puede que esos focos no se conecten y no produzcan un relato nuevo. Pueden permanecer como existen hasta ahora, como nichos de investigación, sin conexión entre sí, y sin articular relatos más generales. Y acá un ejemplo que uno podría dar de esta posibilidad es la historiografía de género, la historia de las mujeres en la Argentina, que ciertamente ha tenido un desarrollo importante en los últimos años -hay cantidad de grupos de estudio, publicaciones, congresos, y demás- y sin embargo no ha tenido la capacidad de ser un aporte en tanto narración del pasado argentino capaz de correr el eje de una historia que evidentemente es androcéntrica. En otros países los estudios de género sí han conseguido presentar relatos alternativos libres del sesgo androcéntrico que suele haber en las historiografías más tradicionales. En nuestro país eso todavía no ha sucedido: existe la historiografía de género, es muy importante, y sin embargo permanece -lo digo sin ninguna intención peyorativa-, como un nicho, como un espacio de investigación que no ha contaminado el resto de las áreas como sería deseable que lo hiciera. Ese es sin duda uno de los focos posibles de horadación, en la medida en que logre superar sus limitaciones actuales.
Otro foco que me parece interesante es el de la historia regional, que por ahora es claramente un nicho, que sin embargo ya proporciona algunas miradas que desestabilizan la narrativa tradicional. Porque, por ejemplo, algunas de las investigaciones en historia regional muestran que, en verdad, no hubo ciudadanía política de los varones argentinos a partir de 1912: en muchas partes del territorio argentino no hubo ciudadanía hasta muchas décadas después. Y es desde esos márgenes de la construcción de la nación que se puede ver algo que en los territorios es evidente, obvio y explícito, pero que en las zonas centrales fácilmente se pierde de vista: que para conceder la ciudadanía primero tiene que haber ciertas "precondiciones culturales". No se le concede la ciudadanía a cualquiera: primero tienen que someterse a un largo proceso de "educación". Eso, que se vuelve evidente en los márgenes, es algo que en verdad uno podría reconocer en los propios procesos de formación de ciudadanía en la zona "central" del propio país. La inestabilidad del propio derecho ciudadano es constitutiva (no sólo de la historia argentina, sino de la historia mundial): de alguna manera los cuerpos ciudadanos siempre tienen que estar demostrando su "capacidad". Si no demuestran capacidad cívica, los derechos les son retirados. Y tomo este concepto del pensamiento liberal del siglo XIX: la idea de que hay que tener "capacidad" para ejercer los derechos, que hoy es una precondición oculta, en el siglo XIX era explícita. Esto, que se ve claramente en los territorios nacionales, me parece que puede iluminar la manera en que lo mismo se aplica en el resto del país. Desde esos márgenes se hace visible que los procesos de supuesta "modernización" no son simplemente procesos de "inclusión", sino también procesos simultáneos y permanentes de exclusión. Y esta mirada creo que tiene la posibilidad de ser disruptiva respecto de los relatos tradicionales. En sí mismos los estudios de historia regional no alcanzan, pueden permanecer como un nicho; pero articulados con otros pueden tener un papel importante.
Otro foco, que puede ofrecer algo similar (o incluso más poderoso), es todo lo que tiene que ver con la historiografía de los grupos étnicamente minoritarios en Argentina. Estoy pensando en los trabajos excepcionales, excelentes, que se vienen publicando sobre la historia de los pueblos originarios en relación con la construcción del Estado nacional, por ejemplo los trabajos de Walter Delrío y Diego Escolar, o las investigaciones sobre los procesos de invisibilización de la población afroargentina de Lea Geler (por mencionar sólo tres, estoy siendo injusto, porque hay muchos otros trabajos interesantísimos en este sentido). Creo que este tipo de investigaciones puede agregar algo en el mismo sentido que el anterior, mostrando cómo los procesos de construcción de ciudadanía e inclusión tienen en la contracara procesos de exclusión y son por ello procesos conflictivos, disputados, inconclusos, siempre abiertos y marcados por cuotas de violencia constitutiva, inherente, que no se puede explicar como una excepción, o un exabrupto histórico de tal o cual elite gobernante, sino que es más bien constitutiva de la experiencia histórica.
Un cuarto foco, y este en verdad casi no ha tenido desarrollo, es el de la historia ambiental en Argentina. Es un campo casi inexistente, hay algunos trabajos interesantes pero todavía falta alguna obra más abarcativa (está el trabajo de Antonio Elio Brailovsky y Dina Foguelman, que hicieron un recorrido por estos temas, es una primera aproximación). Me parece que hay mucho por hacer en este campo, que puede servir para desestabilizar los relatos dominantes del pasado. Porque investigar la historia ambiental ataca directamente al núcleo duro del relato progresista que comentaba Gabriel, el relato de la modernización. Aquí, claramente, la historia ambiental muestra, como mínimo, que el crecimiento económico no necesariamente está asociado con el desarrollo económico o con un futuro promisorio o positivo; más bien todo lo contrario. Y acá me parece que la historia ambiental puede ser muy útil sobre todo en proponer otra problemática de narración de la historia nacional, que no pase por la construcción del mercado y el Estado, sino que pase por otra parte. En un momento volveré sobre este punto.
Otro foco que me parece que puede aportar es el de la historia subalterna o la historia desde la perspectiva de subalternidad y acá los trabajos de Gabriel, pioneros, sobre los comienzos del siglo XIX son cruciales. Hay, por suerte, varios trabajos más para distintos períodos que toman esta perspectiva, que me parece que es central, porque ilumina la agencia o la productividad histórica subalterna de una manera que no teníamos hasta ahora y que puede servir para construir relatos del pasado que no estén conducidos siempre o principalmente por aquellas iniciativas que toman las elites del país, sino por las que vienen del mundo plebeyo, del mundo popular, o como mínimo del entrecruzamiento de ambas. Y aquí es donde surge la posibilidad -que también puede aportar la mirada de la historia ambiental - de construir una narración del pasado desde otro telos, una narración en la que la problemática central no sea cómo se construye un Estado moderno y cómo se crece económicamente, sino cómo se expande o se defiende el bien vivir, o la autonomía de tal o cual grupo humano. No hay una narrativa que parta de ese telos todavía; hay apenas conocimientos fragmentarios, pero que si logran articularse me parece que ofrecen la posibilidad de aportar a una narración nueva.
Por último, creo que hay algo que puede colaborar en este sentido, que es el impacto (bastante retrasado en nuestro campo historiográfico, pero que está también llegando) de la crítica poscolonial o decolonial -hay en el modo de nombrarla internas en las cuales no voy a entrar, pero saben a qué me refiero-, y la perspectiva de la historia mundial (o global o transnacional, aquí también hay internas). Me parece que esto es crucial, porque si algún corpus de pensamiento o de trabajos empíricos ha servido para atacar el mito de la modernización y el concepto de modernización como tal, mostrando que está asociado a un proyecto de dominio colonial, imperial, de clase, étnico, ha sido esta tradición. Nuestro país no se piensa como un país poscolonial (porque probablemente no lo sea), por lo que el impacto de estas discusiones, que en otras historiografías han sido mucho más importantes, todavía no se siente del todo. Pero me parece que ese impacto se va a abrir paso y va a contribuir en el sentido de una nueva narrativa del pasado. Por su parte, la historia mundial puede aportar para correr la unidad geográfica de análisis, de modo que ya no pase sólo o principalmente por el territorio ocupado por el Estado, sino que incorpore la complejidad de las líneas de influencia transnacionales que motorizan el cambio histórico en ese territorio.
Puesto a hacer una apuesta, yo diría que de acá a quince años quizás haya algo más visible en el sentido de un relato nuevo para el pasado nacional, por lo menos algunos marcos teóricos, algunas miradas que apunten más claramente en este sentido. Por ahora es más una expresión de deseo que una constatación empírica del campo actual, pero Gabriel me dijo que yo tengo que ser el optimista en la mesa de hoy, así que voy a cumplir mi misión.
Muy brevemente, sobre la segunda pregunta, si estos relatos van a tener o podrían tener algo que ver con la Argentina actual. Acá mi respuesta es que, en caso de existir, me parece que sí, que efectivamente tendrán una relevancia para la Argentina actual. Diría más aún: no sólo tienen relevancia, sino que estas indagaciones que acabo de comentar en verdad están orientadas por el clima político y cultural que vive nuestro país desde fines de los años noventa y crucialmente desde 2001 en adelante. Buena parte del cuestionamiento de la noción de modernización, de la confianza en el crecimiento económico como aquel capaz de resolver los problemas de las personas, el interés por las perspectivas trasnacionales, incluso el interés por la historia ambiental, creo que está marcado por un clima cultural y político de época. Y ciertamente -en esto puedo estar más seguro porque hice algo de investigación empírica al respecto-, el interés por la dimensión étnica de la dominación y de las diferencias de clase en Argentina está marcado por un contexto cultural y político muy presente. Si la historia que podamos hacer desde el campo académico va a ser o no para la Argentina actual, eso depende un poco de lo que comentaba Gabriel hace un momento, que es la capacidad que tengamos de fortalecer la divulgación como parte integral del campo académico. Hay en esto un clima de época nuevo, por lo menos yo lo noto en algunos estudiantes: hay una cierta urgencia por trasponer los umbrales de la academia y poder comunicar estas historias a un público más amplio. Y en esto hay un llamado de la cultura actual. Es notable, lo habrán visto ustedes, son muy llamativos los éxitos de venta que han tenido los ensayos de la década del sesenta, setenta, que se están reeditando una y otra vez, y esto tiene que ver con preguntas que está lanzando la sociedad al pasado. El hecho de que las respuestas se busquen en esos textos tiene que ver con que no hay mucho más que esos textos a la hora de dar respuestas que puedan tener sentido para un público masivo. El desafío es que podamos estar a la altura de esa demanda. Se reeditó hace poquito la Historia del Pueblo Argentino de Milcíades Peña, un historiador marxista, y es un éxito de ventas y uno podría alegrarse por eso, si no fuera porque es la última obra de un escritor marxista que puede dar sentido a la historia nacional. Es notable que no haya habido otra luego de ella, teniendo en cuenta que hay un montón de historiadores marxistas que escriben y publican por todos lados, no es que no los haya. Pero la desconexión que marca el campo académico respecto del público en general también se reproduce para los historiadores de orientación marxista.
Por ahora, este interés por la divulgación viene motorizado por parte del mercado: son las editoriales, los canales de televisión, los que nos convocan a los historiadores. También el Estado, desde hace un tiempo. Sería bueno que desde la academia tengamos iniciativas propias en este sentido, porque por supuesto tanto el mercado como el Estado tienen sus propias agendas, que no tienen por qué coincidir con las nuestras. Y en ese punto me parece que hay que hacer un autoexamen muy importante, por los enormes prejuicios que todavía hay en nuestro campo respecto de la divulgación. A pesar de que se está abriendo camino lentamente, hay un volumen de prejuicios..., lo charlábamos con Gabriel, hay gente que opina que dedicarse a la divulgación es sinónimo de ser un chanta, o no ser académicamente sólido. De verdad me parece que está muy poco valorado el tipo de habilidad que significa articular un relato general del pasado, y además un relato que pueda llegar a un público masivo. El tipo de habilidades que implica seleccionar, de toda la cantidad de matices y grises que mencionaba recién Andrés, a cuál de ellos darle espacio en una narración, cuál iluminar más, cuál dejar en un segundo plano, cuál omitir... Y una vez seleccionados, "coserlos" narrativamente de modo que emerja una historia bien contada, con tensión dramática, pero que no distorsione ni simplifique excesivamente los procesos... Todo eso implica un tipo de saber y una habilidad que debería ser central en nuestra formación y que sin embargo no lo es. Tenemos saberes y habilidades que son muy sólidos en todo lo que significa estar al día con los debates internacionales, saber lo que significa el trabajo de archivo, encontrar materiales inhallables; sabemos estar diez años en un archivo revisando papeles viejos; en todo eso tenemos buena formación. Pero nos falta valorizar ese otro aspecto del trabajo historiográfico, que creo que es el que finalmente le da sentido a todos nuestros esfuerzos. Dejo por aquí. (Aplausos)
En este momento, Roberto Pittaluga agradeció a los expositores y le dio la palabra a la audiencia, abriendo un espacio para preguntas, intervenciones, opiniones, ocurrencias, lo que dio lugar a un muy interesante intercambio con el público que lamentamos no poder reproducir aquí por decisión editorial.

Notas

1 El Ciudadano, Azul, 2 de agosto de 1940.

2 El Norte, San Nicolás, 22 de agosto de 1940.

3 La Vanguardia, 23 de diciembre de 1942.

4 Orientación, 28 de septiembre de 1939.

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