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Sociohistórica

On-line version ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.34 La Plata Oct. 2014

 

ARTICULOS

Las fronteras cambiantes entre lo político y lo social: aportes etnográficos al debate en torno de "el 2001" en Argentina

 

María Cecilia Ferraudi Curto

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad Nacional de San Martín - Instituto de Altos Estudios Sociales (UNSAM-IDAES)
Argentina
cferraudi@yahoo.com


Resumen

En Argentina, las concepciones disciplinarias sobre la política se han visto desafiadas por "el 2001". Las etnografías sobre procesos de estatalización barrial escritas en ese contexto pueden comprenderse como una respuesta singular a este desafío. Especialmente, los análisis etnográficos han discutido los supuestos normativos implícitos en ciertas dicotomías: "movimientos sociales" / "clientelismo", "autonomía" / "cooptación", "resistencia" / "subordinación", "nuevo" / "viejo", "proyecto" / "urgencia". Estas etnografías suelen privilegiar el análisis de los acontecimientos presenciados por el investigador en tiempo presente. Leídas comparativamente, sin embargo, parecen dar cuenta de un cierto orden en las diferencias que propongo interpretar desde una mirada histórica. Más específicamente, me interesa profundizar en la elucidación de los sentidos de "el 2001" (su antes y su después) en las experiencias de la política de las personas descriptas etnográficamente. Dentro de este marco, he trabajado un punto de encuentro entre las etnografías: cómo las personas definen sus prácticas en la relación entre "trabajo", "barrio" y "política".

Palabras Clave: Política; Etnografías; 2001; Estatalización barrial.

Abstract

The changing limits between the political and the social: ethnographic contributions to the debate about "el 2001" in Argentina

In Argentina, disciplinary conceptions of politics have been challenged by "el 2001". The ethnographies about processes of statalization of neighborhoods written in these years may be understood as an answer to this challenge. Specially, ethnographic research has discussed the normative assumptions tacitly introduced in certain dichotomies: social movements / patronage, autonomy / cooptation, resistance / subordination, new / old, project / urgency. These ethnographies usually focus on the events experienced by the researcher, concentrating on present times. When read comparatively, however, they seem to evocate a certain order among differences which I pretend to understand from a historical outlook. More precisely, I am interested in further developing our comprehension of "el 2001" according to the experiences of politics of the people described in these ethnographies. As a privileged point to elaborate the comparison, I analyze how different people define their practices connecting "work", "neighborhood" and "politics".

Keywords: Politics; Ethnographies; 2001; Neighbourhood's Statalization.


 

Las fronteras cambiantes entre lo político y lo social: aportes etnográficos al debate en torno de "el 2001" en Argentina

En Argentina, las concepciones disciplinarias sobre la política se han visto desafiadas por "el 2001". En un contexto de crisis económica, social y política, las movilizaciones colectivas se multiplicaron y diversificaron. Entonces la política estaba en las calles, en las plazas, en los barrios… Visto como "argentinazo", como "acontecimiento" o simplemente como "crisis" (Svampa, 2013), "el 2001" impactó sobre las miradas de las ciencias sociales.1
En principio, condujo a una multiplicación de las reflexiones sobre el presente. Algunos cientistas sociales "sorprendidos" (e ilusionados) encontraron allí la posibilidad de la "novedad". Pronto esas esperanzas se volverían desencanto a medida que las prácticas políticas aparecían ante los cientistas sociales como más o menos cercanas a la "vieja política". Otros analistas, menos entusiasmados con la situación, enfatizaban en la "crisis de representación política". Como respuesta a la oscilación de estas interpretaciones, comenzaron a alzarse voces que ponían en cuestión los supuestos normativos sobre la política que tales perspectivas hacían jugar en el análisis. La "sorpresa del 2001" era señal de los límites de las "lentes" con las cuales los cientistas sociales habíamos percibido el presente. Más claramente, la crítica combinaba dos ejes: por un lado, apuntaba a una concepción de democracia confinada al régimen político que oscurecía la relación con el Estado y con la sociedad (Rinesi y Nardacchione, 2007); por otro, se dirigía contra la concepción de ciudadano supuesta en los análisis y su incapacidad para dar cuenta positivamente de la "politicidad popular" (Merklen, 2005). Es decir, la "sorpresa" de las ciencias sociales frente a "el 2001" debía comprenderse en relación con los supuestos disciplinarios sobre la política predominantes en las décadas previas.2 Aquí pretendo revisar este planteo general a la luz de una serie de etnografías sobre procesos de "estatalización barrial" (Frederic, 2009). En este sentido, esta interrogación se orienta hacia la apropiación local de diversas políticas asistenciales que se orquestaron estatalmente como respuesta a la "pobreza" a partir de los años noventa, compartiendo un enfoque territorial en su implementación. Se trata de plantear la pregunta por "el 2001", su antes y su después, comparando entre etnografías.
A partir de un trabajo de campo prolongado acompañando a las personas para dar cuenta de los lenguajes locales sobre la política en su uso, las etnografías han mostrado universos simbólicos complejos que desafían las categorías disciplinarias. Especialmente, los análisis etnográficos han discutido los supuestos normativos implícitos en ciertas dicotomías: "movimientos sociales" / "clientelismo", "autonomía" / "cooptación", "resistencia" / "subordinación", "nuevo" / "viejo", "proyecto" / "urgencia". Se trató de cuestionar estas categorías en tanto concebían las prácticas políticas populares según su distancia relativa con un modelo de acción política abstracto en que se transmutaban idealmente condiciones históricas específicas que tuvieron lugar en otras latitudes. A partir de allí, las prácticas políticas observadas eran clasificadas en uno u otro casillero, considerando pasajes a lo largo del tiempo y la existencia de puntos intermedios (en tensión). Esta variabilidad, sin embargo, no operaba cuestionando el cuadro sino para confirmarlo. El desafío consiste en situarse "más acá de la dicotomía" (Semán y Ferraudi Curto, 2013).
Las etnografías mostraron cómo las personas experimentaban la política desde el fluir de su vida diaria. Se trató de desplegar la variedad de formas y sentidos que adquiría la experiencia política y de analizar cómo se combinaban entre sí en condiciones específicas. Aún cuando estas investigaciones pudieron reconocerse dentro de un campo de debate común, la apuesta comparativa quedó subordinada (y más o menos implícita) en la búsqueda interpretativa de la "especificidad". Como excepción, el análisis de Grimberg (2009) recogió estos diferentes aportes desde una pregunta por la hegemonía que se especificaba en el análisis de las políticas públicas asistenciales como dispositivos. Aquí pretendo una comparación diferente, desde una pregunta general por la historicidad de los análisis. Como señalan D'Amico y Pinedo (2009), los análisis etnográficos tendieron a centrarse en el presente, soslayando la historicidad específica de los procesos (o inscribiéndolos en relatos previos). Leídos comparativamente, sin embargo, parecen dar cuenta de un cierto orden en las diferencias que propongo interpretar desde una mirada histórica. Más específicamente, me interesa profundizar en la elucidación de los sentidos de "el 2001" (su antes y su después) en las experiencias de la política de las personas descriptas etnográficamente. Dentro de este marco, he trabajado un punto de encuentro entre las etnografías: cómo las personas definen sus prácticas en la relación entre "trabajo", "barrio" y "política".
Primero, discuto el problema de la frontera entre lo político y lo social tal como fue discutido por varios cientistas sociales en torno del 2001. A continuación, abordo la pregunta por la comparación entre las etnografías sobre procesos de estatalización barrial. Luego, me centro en una serie de categorías que, dialogando entre sí, permiten dar cuenta de un campo de variaciones histórico. En particular, me interesa problematizar una cuestión. "Trabajar para el barrio" aparece recurrentemente como categoría clave en la justificación de quienes median entre los recursos estatales y sus vecinos en la implementación de políticas sociales focalizadas a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, esta frase no significa lo mismo en diferentes contextos. A veces esta actividad es constituida como "trabajo social" en oposición al "trabajo político". Pero no siempre es concebido localmente como separación. Otras veces, los análisis han enfatizado una suerte de amalgama entre política y vida entre sectores populares. Así, las miradas analíticas muestran división o solapamiento. ¿Cómo comprender estas distinciones? ¿Qué sentidos de la política entran en juego en esos diferentes contextos?

La frontera entre lo político y lo social como problema

Una definición predominante disciplinariamente asocia la política a una esfera de prácticas específica acotada en términos institucionales, propia de la modernidad. En esta concepción heredera de los análisis weberianos, la política aparece como un espacio de competencia reglada orientado a la distribución de los cargos más elevados en el aparato estatal (Schumpeter, 1961). A partir de la introducción del régimen representativo de gobierno, se trata de un espacio en que políticos profesionales dirimen las posiciones disputadas a través de mecanismos electivos de participación ciudadana. Dentro de este marco (y en discusión con las posturas institucionalistas más rígidas), el enigma de la representación política constituye una cuestión clave en tanto muestra una constitución recíproca entre representante y representado, dando cuenta de la continua actualización y desafío de las fronteras del campo político como constitutivos del mismo (Bourdieu, 1981).
En América Latina, diversas críticas han señalado que esta concepción asumía implícitamente las condiciones históricas de las democracias liberales del hemisferio norte, dificultando dar cuenta de las especificidades de otras latitudes. En especial, O'Donnell (2000) discutió las formas de agencia política supuestas en los análisis politológicos mientras Nun (2000) explicitó la conexión entre el concepto institucionalista de democracia liberal y las condiciones sociales específicas que le dieron origen, señalando la combinación entre pauperización creciente y consolidación de la democracia liberal en América Latina como una diferencia clave teóricamente soslayada. Luego de diciembre de 2001 en Argentina, estas críticas fueron retomadas a la luz de los acontecimientos, apuntando contra los enfoques entonces vigentes en la ciencia política y la sociología política locales (y su "sorpresa"). Como señalan Rinesi y Nardacchione, la ciencia política como disciplina y profesión constituida en la Argentina en torno de la "transición a la democracia" había conducido a una concepción de la política confinada al régimen político que se extiende a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX: "en la medida en que la política fue pensada en la Argentina, durante todo el período que consideramos, como una esfera autónoma, separada y distinguida de las esferas de la vida social, de las corporaciones y de las fuerzas económicas, y en que la democracia fue concebida, en la más clásica tradición liberal, no como gobierno del pueblo, sino como el de sus representantes, al entusiasmo inicial sólo podía seguir (…) el más completo desencanto" (Rinesi y Nardacchione, 2007:35). Si esta crítica estaba dirigida predominantemente a la ciencia política por separar el régimen político del Estado y de la sociedad en que se enraizaba, Merklen (2005) extendió el cuestionamiento a la sociología política en base a una concepción normativa del agente político como ciudadano que condujo a ver las prácticas políticas populares como mera subordinación "clientelista" (jalonada con "protestas" esporádicas y efímeras). Mientras las investigaciones sociológicas daban cuenta exhaustivamente del pasaje de la categoría de "trabajador" a la de "pobre" en relación con las transformaciones del régimen de acumulación capitalista, sus análisis mostraban una concepción negativa sobre dichas transformaciones y sobre las prácticas políticas concomitantes mientras actualizaban una concepción idealizada de democracia heredera de la transición. En los términos de Merklen, "el 2001" marcaba la "revancha de la sociedad contra la política" (así entendida).

Frente a las concepciones disciplinarias de política criticadas, ambos textos proponían alternativas. Por un lado, Rinesi y Vommaro (2007) procuraban un desplazamiento de la noción de "crisis de representación" a la de "crisis de representatividad" considerando como cuestión clave la relación entre la palabra política (especialmente presidencial) y la movilización social. Por otro lado, Merklen (2005: 45) elaboraba el concepto de "(nueva) politicidad popular" comprendido en la "tensión entre el proyecto y la urgencia" así como en la "relación de las clases populares con las tradiciones políticas" que permitía comprender la relación de las "clases populares" con el sistema político a través de la "inscripción territorial". Aquí estas concepciones serán revisadas partiendo de entender la política como categoría etnográfica y centrando la mirada en los procesos de estatalización barrial.
En este sentido, mi enfoque consiste en retomar las premisas de la antropolog ía de la política brasileña. "Perspectiva anticipada en los clásicos de la disciplina, una antropología de la política parte de la suposición básica de que la categoría 'política' es siempre etnográfica –sea para quienes son observados o para el propio investigador" (Peirano, 1997:22). Partiendo de asumir que la política (como la religión o la economía) se ha distinguido (separado) a lo largo de un proceso de configuración característico de la modernidad, se trata de reconocer su especificidad y, evitando el modernocentrismo, dar cuenta positivamente de la singularidad de las formas de concebir y experimentar la política en contextos etnográficos determinados. No se trata ni de partir de una definición de política recortada como esfera ni de universalizarla como relación de poder. Antes bien, la tarea consiste en comprender la política como categoría etnográfica a través de variados contextos de situación.3 Aquí el desafío consiste en radicalizar la apuesta etnográfica. Si la "sorpresa" de diciembre de 2001 permitió poner en cuestión las definiciones disciplinarias de política, aquí se trata de evitar términos como "clientelismo", "ciudadanía", "cooptación" o "resistencia" para comprender los sentidos de la política desde la comparación de etnografías.

Los procesos de estatalización barrial y la comparación etnográfica

Como práctica de conocimiento, la comparación es intrínseca al trabajo de campo y a la escritura etnográficos. Sin embargo, aquí planteo un tipo de comparación específica: la comparación entre textos etnográficos. Se trata de monografías escritas por diferentes investigadores académicos y dedicadas a objetos distintos. Mi lectura está construida sobre mi propia experiencia etnográfica y aspira a recoger ese aprendizaje práctico en esta lectura de monografías. Quizá no se trate de cuestiones tan diferentes. Como ya señaló Geertz (2001), nosotros hacemos interpretaciones de interpretaciones y esto puede incluir a "villeros", "dirigentes", "beneficiarios", "piqueteros", "funcionarios", "sociólogos", "antropólogos", "etnógrafos"… Sin embargo, aquí no voy a comparar escritos, charlas y prácticas de etnógrafos sino que sólo tomaré sus textos para tratar de entender mejor a quienes ellos interpretan.4 Es decir, se trata de una mirada sobre las experiencias de la política de personas involucradas en procesos de estatalización barrial, analizadas a través del prisma de las etnografías escritas al respecto.El concepto de "estatalización barrial" es introducido por Frederic en un análisis de la vida política de un barrio periférico de Lomas de Zamora después del 2001. Según argumenta, "vecinos y piqueteros, a su manera, reclaman a través de su reconocimiento por el Estado y cada vez que éste les da, consiguen la inscripción del barrio en él" (Frederic, 2009:259). La importancia de este concepto para el análisis propuesto aquí puede entenderse mejor al captar su propia historicidad. Es introducido por Frederic durante su revisita al lugar donde hizo su tesis doctoral en los noventa (Frederic, 2004), poco después de diciembre de 2001. El concepto condensa una serie de discusiones. Por un lado, plantea una similitud básica entre vecinos y piqueteros5, discutiendo con los análisis (entonces predominantes) que resaltaban la discontinuidad entre estas prácticas políticas (leída en la clave de la dicotomía "clientelismo" / "movimientos sociales"). Frederic da cuenta de la emergencia local de la categoría de piquetero como una alternativa abierta después de la masificación de los subsidios a los desocupados en 2002. Posiciona esta alternativa en relación con la conformación previa del campo político lomense, a partir de la separación entre políticos y vecinos (y los conflictos asociados). Enfatiza las continuidades entre estas dos formas de reclamo, comprendidas dentro de un proceso de profesionalización de la política que tuvo lugar durante los noventa, sus límites, sus conflictos y sus consecuencias.
Por otro lado, el concepto de "estatalización barrial" es formulado en discusión directa con el de "inscripción territorial" propuesto por Merklen. Según Frederic, la cuestión en juego no pasa tanto por el control del territorio sino por el reconocimiento estatal. Vecinos y piqueteros se orientan al Estado en reclamo de recursos y reconocimiento. Como Grimberg, su análisis enfatiza el peso de las políticas públicas asistenciales en la configuración de organizaciones locales y reclamos. Reconociendo la centralidad del Estado (y los cambios que las políticas públicas asistenciales han experimentado a lo largo de los años), este análisis busca volver sobre esta comparación etnográfica una vez que la discusión se ha enfriado por el paso del tiempo.6 Quizá esta distancia temporal permita repensar las continuidades y discontinuidades que se veían entonces y, en ello, seguir dilucidando qué significa "el 2001".
Este artículo forma parte de una investigación mayor que recorre otras líneas de interrogación a partir de un análisis exhaustivo de las etnografías sobre procesos de estatalización barrial producidas desde mediados de los años noventa. En principio, me centré en una serie de categorías etnográficas que parecían recurrentes en las investigaciones académicas (quizá no sólo por la cercanía de los campos sino también por lecturas comunes) pero mostraban diferencias semánticas que era importante analizar. En especial, me llamó la atención que diversas etnografías señalaban "trabajar para el barrio" como categoría clave en la justificación de quienes median entre los recursos estatales y sus vecinos en la implementación de políticas públicas focalizadas en la "pobreza" a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, esta frase no significaba lo mismo en diferentes contextos. Aquí privilegio las etnografías que abordan clara y explícitamente esta cuestión.
Mientras en los '80 las investigaciones parecían asociar el "barrio" a una serie de "luchas" --ya sea por la infraestructura básica, por las condiciones de tenencia o por las cargas impositivas- (Feijoó, 1982; Frederic, 2004; González Bombal, 1985; Hermitte et al., 1983), durante los '90 la relación entre "trabajo" y "barrio" parece redefinirse, cobrando mayor centralidad.7 Esta cuestión muestra continuidades antes y después del 2001. Sin embargo, se puede notar algunas diferencias significativas.

La separación entre trabajo social y trabajo político

Dentro del campo de etnografías analizadas aquí, es posible reconocer un trabajo señero que demarcó el campo de discusión, no sólo porque se constituyó como una lectura obligatoria sino sobre todo porque las etnografías posteriores se fundaron en la crítica a su concepción del "clientelismo". Me refiero a La política de los pobres, publicado por Auyero en 2001.
Este libro recoge una "paradoja" entonces clave que actualizaba la inquietud fundante de las ciencias sociales en Argentina sobre la relación entre los sectores populares y el peronismo: "La existencia de un proyecto gubernamental de reestructuración de la economía y de la sociedad que produce efectos de deterioro de las condiciones de vida de una parte importante de los sectores sociales que le brindan apoyo político" (Sidicaro, 1995:122). Para Auyero, la respuesta a esta "paradoja" se estructura en torno del concepto de "clientelismo" como lazo moral: "Los beneficios otorgados, los favores hechos deben ocurrir con una presentación que no separe al resolvedor de problemas y a quien tiene esos problemas sino que los una en una comunidad imaginaria: la comunidad solidaria del peronismo" (Auyero, 2001:157). Se trata de un análisis centrado en los modos en que se reconstruyen los vínculos sociales y políticos a través de una red peronista de resolución de problemas en un contexto marcado por la "pobreza" y la "desertificación organizativa" (Auyero, 2001:42).
Más precisamente, Auyero enfoca hacia las redes en torno de Matilde, una "puntera" que organiza la distribución de alimentos del Plan Vida en una "villa muy peronista" de un municipio del sur del Gran Buenos Aires. Esta política pública asistencial fue uno de los programas que marcaron más claramente la redefinición del rol del Estado durante los noventa. Como señala Prévôt-Schapira (1996), desde la década de 1980 la "pobreza" es abordada como problema social desde el Estado implementando políticas compensatorias, pero es a partir de los '90 que se elaboran formas de intervención descentralizada que privilegian lo local. Dentro de este contexto, el Plan Vida constituyó un programa clave tanto por su magnitud como por sus repercusiones públicas. Elaborado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires bajo la égida de 'Chiche' Duhalde (esposa del gobernador), convocó a mujeres voluntarias que habitaban en barrios catalogados como "pobres" (denominadas "manzaneras"), para distribuir alimentos a las madres de niños menores de seis años y embarazadas en sus barrios (Masson, 2004).
Tanto Masson como Auyero describen este programa como "despolitizador", asociándolo a la imagen de género que proyecta.8 Como muestra Auyero (2001:140), Matilde, "peronista de toda la vida", presentaba su "trabajo social" como la realización de un llamado, despolitizando su actividad como mediadora ("puntera"). En el relato de vida, Auyero muestra cómo Matilde instaura su vocación de "ayudar a los más pobres" como un don innato. A la vez, interroga sus formas de dar, elaborando el nexo entre cómo "funcionan" las mediadoras –como "guardabarreras"– y cómo "se presentan al público" –"como si estuvieran representando o coordinando"– (2001:134). Auyero toma la dimensión de género para dar cuenta de una división del trabajo político: gobernar y decidir son tareas masculinas mientras que resolver problemas y hacer favores son ocupaciones femeninas. "Trabajo político" y "trabajo social" aparecen así separados.
La investigación de Frederic (2004) inicia una serie de respuestas etnográficas al trabajo de Auyero.9 Su crítica se entronca con su propuesta analítica. El concepto de "clientelismo" no sólo pierde densidad en tanto se desplaza del campo analítico al de las disputas políticas sino que puede cristalizar la división (jerarquizada) entre alta y baja política que resulta del proceso de profesionalización política (Frederic, 2004:27-28).
Situado en un municipio del conurbano, su análisis parte de una pregunta por la relación entre moralidad y política, vinculándola con el proceso histórico de división del trabajo político. Durante los '80 los "políticos" (peronistas) se habían definido en relación a los "villeros" a partir del Proyecto de Tierras que pretendía regularizar la tenencia dominial de los pobladores postergados del municipio a la vez que abría el acceso a la carrera política para sus referentes. Una vez agotada la "causa villera" hacia 1990, los políticos (también peronistas) debieron redefinir su tarea. La categoría "vecinos" da cuenta del cambio en la "comunidad de referencia" de los "políticos". La autora interpreta el principal "proyecto político" municipal como la interfaz en la cual se condensó este proceso.
En su análisis del Proyecto Uriarte, Frederic describe un complejo proceso de profesionalización de la política, cargado de tensiones. Por un lado, se produjo una moralización del discurso sobre la política. A partir de allí, la categoría "vecinos" pasó a englobar ambos términos de la anterior oposición entre "vecinos" y "villeros" mientras se especificó por su distancia respecto a los "políticos". El título del libro evoca esta separación: Buenos vecinos, malos políticos. Por otro lado, este cambio en el lenguaje político10 no operó por fuera de la política sino que se vinculó a una redefinición de sus fronteras desde un proyecto liderado por el propio intendente. Más específicamente, estuvo asociado a la reconversión (e incluso, al desplazamiento) de "militantes políticos" (antes movilizados por la "causa villera") y a una valorización de los "militantes sociales", nucleados –a través del Proyecto Uriarte– en Centros de Organización de la Comunidad barriales. De este modo, Frederic discute con las perspectivas centradas en el concepto de "clientelismo" en tanto concibe esa categoría como una acusación que emerge del proceso de profesionalización de la política como justificación moral de la exclusión de los antiguos "militantes políticos villeros" durante los '90 (y a partir de allí, da cuenta de sus tensiones).
Mientras Frederic resalta la distancia con el análisis de Auyero en su discusión del término "clientelismo", aquí me interesa enfatizar un punto de semejanza clave. Ambos muestran la separación entre "trabajo social" y "trabajo político" durante la década de 1990. Las políticas públicas analizadas son diferentes: Proyecto Uriarte y Plan Vida. Los escenarios son cercanos pero distintos: Uriarte11 y Cóspito, dos municipios situados en el primer cordón del conurbano, al sur de la Capital. Aunque ambos apuntan a la relación de la política con los pobladores "villeros" de uno y otro distrito, los enfoques son contrapuestos: profesionalización y clientelismo. Pero ambas investigaciones se asemejan en el análisis de un proceso de distanciamiento entre arriba y abajo, así como en los términos en que ese proceso fue elaborado en diferentes lugares del conurbano: "trabajo político", de un lado; "trabajo social" o "militancia social", del otro. Es decir, dan cuenta de un proceso que tuvo lugar durante la década de los noventa y que, a mi modo de ver, se vio desafiado en diciembre de 2001.

La imbricación de la política en la vida

"El 2001" marcó un hito en la historia de Argentina. Esto se ve en las lecturas de periodistas, académicos o militantes, y en las conversaciones cotidianas. Dentro de las ciencias sociales, la "sorpresa" por los acontecimientos evidenció un malestar con las interpretaciones previas, llevando a cuestionar las concepciones desde las cuales se observaba lo que ocurría (y a multiplicar las investigaciones sobre dichos procesos). Las lecturas se dividieron entre el miedo y la ilusión a la que siguió el desencanto y a veces nuevas expectativas. En este clima, las ciencias sociales fueron reelaborando sus vínculos con lo público, reclamando una legitimidad específica, actualizando la tensión constitutiva entre compromiso y distanciamiento.
Después de diciembre de 2001, muchos análisis buscaron explicar los acontecimientos como crisis de representación política, subrayando una consigna dirigida a "la clase política": "Que se vayan todos". Allí se encontraban miradas pesimistas que hacían foco en la inestabilidad institucional… y optimistas, que veían surgir formas de democracia participativa. Otros enfoques se centraron en la crisis del Estado, acentuando un largo proceso de reducción y debilitamiento de las capacidades estatales culminado en el default. Conectadas con esta visión, algunas investigaciones presentaron una perspectiva más amplia, refiriéndose tanto a la crisis de un régimen de acumulación centrado en el capital financiero como a un resquebrajamiento de los vínculos sociales y políticos. En términos menos académicos, la lectura habitual refería a 2001 como "quilombo". Algunos podían ver allí el "acontecimiento" como momento político de la novedad o el "argentinazo" como albor de una revolución pendiente pero, para muchos, era sólo "crisis".12 "El 2001" sigue aún presente en las reflexiones académicas, en los discursos políticos y en las charlas cotidianas… y seguimos preguntándonos por sus sentidos.
Durante los "tiempos extraordinarios" (Svampa, 2005:271 y ss.) posteriores a ese diciembre, muchos investigadores nos orientamos a comprender a los actores movilizados. Asambleas, piqueteros, fábricas recuperadas, grupos de ahorristas, colectivos culturales… mostraban una variedad de formas de entender y vivir la política que atrajo las miradas de cientistas sociales conmovidos por los acontecimientos. Uno de los temas centrales del debate académico entonces consistió en cuestionar una visión de política centrada en lo institucional para mostrar cómo se extendía a través de lo social. Otro eje de discusión se configuró en torno de la "novedad" de estos procesos, en un contexto en que dicha palabra concentraba múltiples ideales (más o menos implícitos) a la vez que implicaba una ruptura con el pasado inmediato caracterizado como "neoliberal". Mientras diversas investigaciones mostraron cómo diferentes tradiciones confluían en los procesos de movilización, la experiencia etnográfica abrió a otras voces que fueron opacadas por una mirada que privilegiaba dirigentes y organizaciones.
Las investigaciones etnográficas sobre procesos de estatalización barrial analizadas hasta aquí se desarrollan en dos distritos del sur del conurbano en que el peronismo ocupaba un lugar central durante los noventa, ya sea que el dirigente distrital fuera el más antiguo del Gran Buenos Aires o se tratara de la patria chica del entonces gobernador provincial. Luego del 2001, varias etnografías enfocan hacia las organizaciones piqueteras. Inicialmente, se privilegian dos distritos en que los piqueteros han adquirido un papel destacado: La Matanza y Florencio Varela.13 Como los anteriores, son municipios gobernados por el PJ. La Matanza, el único de los analizados que está situado al oeste de Capital, se destaca por su tamaño, su peso poblacional, los altos índices de pobreza y la presencia de organizaciones territoriales forjadas a partir de tomas colectivas de tierras durante los ochenta las cuales, en el año 2000, protagonizaron el mayor corte de ruta que tuvo lugar en el conurbano. A diferencia del resto, Florencio Varela es un distrito del segundo cordón (de poblamiento más reciente, catalogado como uno de los más pobres del conurbano, junto con Moreno) y es el lugar donde, en 1997, se realizó el primer corte de ruta del conurbano. Luego de ambos cortes de ruta, la respuesta estatal frente a los reclamos por trabajo combinó represión y negociación de "planes" (subsidios a los desocupados a cambio de una contraprestación laboral), recreando en la periferia de Buenos Aires las prácticas que se habían iniciado en el interior del país (Svampa y Pereyra, 2003).
En las etnografías, el delineamiento de continuidades respecto del pasado reciente incluyó el análisis de los modos en que las categorías "trabajo para el barrio" y "trabajo político" se distinguían en un barrio periférico de La Matanza (Manzano, 2004). Los términos se asemejan a aquellos analizados por Auyero y Frederic en el sur del conurbano durante la década de 1990. Aquí, sin embargo, no se trata de tareas que involucran a personas diferentes sino, más bien, de una distinción entre las actividades habituales realizadas por una misma persona, el "referente barrial" (ya fuera varón o mujer): "En un sentido, la noción de trabajo político alude a un conjunto de actividades que se desarrollan en forma paralela con el trabajo por el barrio. La ayuda frente a una necesidad también es el criterio que orienta al conjunto de actividades que encierra esta noción de trabajo" (Manzano, 2004:5, cursiva en el original). Ambas tareas son evaluadas como formas de ayuda al que necesita, de sacrificio. El "trabajo por el barrio" implica demandar y cortar rutas para conseguir planes, tramitar en diferentes oficinas, organizar y controlar la contraprestación de los vecinos, estar siempre disponible ante cualquier pedido de favor o problema. El "trabajo político", definido como "buscar el amiguismo con algún funcionario", es necesario para no ser "dejado de costado". A la vez, aparece asociado al "involucramiento" con quien los sostuvo desde un principio (por oposición al que, interesadamente, se acerca antes de las elecciones). Aquí las políticas públicas son centrales. Pero ya no se trata tanto del Plan Vida o de una política municipal sino de los "planes" (con variantes, se trató de recursos administrados por el Estado nacional y distribuidos de modo descentralizado a través de los municipios y las organizaciones piqueteras). Aquí, además, se incorpora el "corte de ruta" como una de las actividades habituales (incluida en el "trabajo por el barrio"), en un contexto signado por la conformación de las "organizaciones piqueteras".
Más aún, esta etnografía no sólo muestra continuidades sino también relativiza las periodizaciones consagradas. Aquí, la marca significativa no es tanto diciembre de 2001 sino el corte de la ruta 3 en 2000, donde los pobladores –y las organizaciones locales ahora definidas entonces como "piqueteras"- recrean la forma social "asentamiento" en la ruta (Manzano, 2007). En ese barrio de La Matanza (donde los referentes eran conocidos desde los asentamientos a fines de los ochenta), los subsidios para los desocupados (que implicaban una contraprestación por parte de los beneficiarios) ya habían sido incorporados en la cotidianeidad a través del trabajo de los referentes.14 La masificación de los mismos en 2002 fue procesada sobre la base de esa larga experiencia.15
Mientras Manzano reconstruye cierta historicidad específica a lo largo de la etnografía, varios investigadores nos volcamos a comprender los modos en que las personas hacen política a través de tramas locales de sociabilidad centrándonos en el "presente etnográfico". A partir de etnografías situadas en Florencio Varela, Ferraudi Curto (2006) y Quirós (2006) mostraron los recorridos de las personas a través de diferentes organizaciones (ya sea vinculadas al municipio o a diversos grupos "piqueteros") y la evaluación de esos vínculos de acuerdo a criterios variados que incluyen el "plan", lo que "dan" y lo que "piden", el "compromiso", la "lucha" y los "papeles", el "gusto", la "diversión", la "tranquilidad", el compartir con "amigos". Así, estas etnografías apuntaron a comprender cómo la política se imbrica en los modos de vida locales. Como señala Quirós (2008), una frase registrada durante el trabajo de campo en Varela resume esa apreciación: "Acá todo es política". Frente a los análisis que destacaron la "novedad" de los "movimientos sociales" (especialmente asambleas y piqueteros) en relación con el "clientelismo" predominante durante los noventa, estas etnografías han mostrado otros modos de evaluar similitudes y diferencias de diferentes grupos piqueteros entre sí y con el PJ, cuestionando la idea de una ruptura radical.
De un modo diferente, también Auyero (2007) busca señalar continuidades, más que rupturas en "el 2001". Pero, como desafío a la mayoría de los análisis (y autodefensa), se centra en los saqueos que tuvieron lugar en Moreno y La Matanza durante ese diciembre. Pretende dar cuenta de la continuidad entre política ordinaria y violencia colectiva, mostrando las redes políticas que mediaron en la concreción de esa modalidad de protesta. Apunta a fundamentar que la visión negativa de la política es propia de los actores. Auyero argumenta que "el lenguaje de la política" es usado por quienes participaron de los saqueos en 2001, como víctimas o victimarios, para explicar los acontecimientos, contrastando con otras situaciones en que prima el lenguaje del parentesco, de la religión, de la brujería, de la ambición económica o de los méritos personales (Auyero, 2007:52). Al hablar de los saqueos, la política es vista negativamente: como algo proveniente "de arriba" que resulta "profundamente desalentador" (Auyero, 2007:192).
Nuevamente, el debate involucra las valoraciones asociadas a la política. Manzano muestra diferentes juicios valorativos sobre la política según la estabilidad relativa de los vínculos y su relación con los problemas barriales (el "involucramiento"). En las etnografías en Varela, es posible observar apreciaciones similares destacándose una valoración positiva de la política como "compromiso" y como "lucha" (en que ciertas tradiciones de la izquierda radical son apropiadas desde un lenguaje vinculado a la familia y al "aguante"). En el análisis de los saqueos de Auyero, en cambio, la política queda reducida a una perspectiva negativa. Pero, si bien es vista como algo que viene "de arriba", también permea toda la vida local: "Todo es cuestión de política ¿Qué vamos a hacer?" (Auyero, 2007). Esto marca una diferencia con lo que Auyero mismo había encontrado unos años antes.
Después del 2001, los análisis han enfatizado una suerte de imbricación de la política en la vida local: "Acá no conseguís nada si no estás en política" (Vommaro, 2006), "Acá todo es política" (Quirós, 2008) o "Todo es cuestión de política…" (Auyero, 2007). Mientras hacia fines de la década de 1990 las investigaciones académicas muestran separación, en los "tiempos extraordinarios" (Svampa, 2005: 271 y ss.) las etnografías señalan que los actores experimentan que la política permea sus vidas. Bajo este trazo común, también en este contexto histórico es posible reconocer variaciones. A diferencia de Auyero (2007), Quirós (2008) y Vommaro (2006) se centran en el tejido local en torno de los planes (subsidios a los desocupados), siguiendo los rastros de lo que Cerrutti y Grimson (2004:46) definen como una "selva organizacional" a partir de las protestas de diciembre de 2001 y la masificación de los subsidios a los desocupados en 2002.16 Como argumenta Frederic (2009), las alternativas se habían diversificado para quienes no encontraban perspectivas promisorias dentro del PJ, pero no sólo para ellos. La categoría de "piqueteros" habilitaba, a través de modalidades de acción específicas, otras vías de reconocimiento estatal y acceso a los recursos (centralmente planes). A la vez, la masificación de los planes en 2002 había tenido consecuencias muy significativas en la recomposición de las organizaciones, abriendo lugar a disputas sobre los criterios de validación internos (Ferraudi Curto, 2006). Así como antes, aquí también los dispositivos estatales y los modos diferenciales en que eran apropiados por los actores ayudaban a entender los cambios en las experiencias de la política.
Como ya muchos han señalado, "el 2001" marcó un desafío para las visiones institucionalistas de la política. Entonces la política estaba en las calles, en las plazas, en los barrios… Ese giro también impactó sobre las miradas disciplinarias. Inicialmente, condujo a una multiplicación de las reflexiones sobre el presente. Poco después de la crisis, algunos cientistas sociales sorprendidos (e ilusionados) encontraron en las organizaciones piqueteras la posibilidad de la "novedad". Pronto esas esperanzas se volverían desencanto, mientras se alzaban las voces que ponían en cuestión los supuestos normativos sobre la política que tales perspectivas ponían a jugar en el análisis. Su "sorpresa" en 2001 podría comprenderse en relación con los supuestos académicos sobre la política predominantes en las décadas previas (Merklen, 2005; Rinesi y Nardacchione, 2007). Mostrando la imbricación de la política en la vida de las personas, las etnografías se inscribían diferencialmente en este campo de debate (discutiendo con las miradas orientadas hacia los "movimientos sociales" y las "acciones contenciosas", que elaboraban críticas más cercanas a la ciencia política institucionalista). Es difícil dirimir cuánto hubo de cambio en la mirada y cuánto de cambio en los mundos analizados pero, después del 2001, los análisis etnográficos muestran la imbricación de la política en los modos de vida locales.
Más tarde, ese momento fue concebido como "tiempo extraordinario" ante lo que se veía como el regreso de la institucionalidad (Svampa, 2005: 272). A medida que pasaban los años, primó una definición del 2001 como "crisis", vinculada a un cuestionamiento hacia la "clase política". Entre sus sentidos, se privilegió una consigna muy difundida: "Que se vayan todos". Desde allí, la "normalización" (Svampa, 2005: 271 y ss.) posterior a 2003 apareció como un retorno de los mismos de siempre. Mientras algunos parecían preguntar por las "huellas" de diciembre (ya fuera como ethos militante o como amenaza de quilombo), casi todas las miradas se concentraron en las cimas (y, sobre todo, renovaron los debates en torno del populismo)… ¿Cómo el proceso sociopolítico reciente fue elaborado en las etnografías sobre estatalización barrial?

La problematización de la frontera entre lo social y lo político

Comencé a vislumbrar este recorrido por las etnografías mientras hacía trabajo de campo en Varela. Al retomar contacto con el dirigente piquetero con quien había realizado mi etnografía hasta 2005 dos años más tarde, esta cuestión se me presentó como problema. Según me contó, él estaba propiciando un cambio en la organización, en base a un diagnóstico de la propia situación. Definía el problema en términos de "politización": el movimiento se había quedado en lo "social" (asociado a la gestión de planes); para desarrollar la "parte política", había que "separarla" (Ferraudi Curto, 2011). De una manera diferente, su análisis retomaba la separación entre lo político y lo social: si en los '90 el trabajo barrial se legitimaba como social por oposición a la política, ahora el dirigente piquetero partía de una valoración de lo político y lo veía desvanecerse en lo social por lo que procuraba distinguirlo. Mi etnografía en una sede local del movimiento era leída desde esa clave de análisis: para él, mostraba cómo se producía esa disolución. En este balance, él partía de una concepción de política que había forjado a lo largo de su experiencia, tomando como momento clave su compromiso en una organización armada (PRT-ERP) a inicios de los años setenta. Según su definición, la "parte política" se organizaba hacia un proyecto de "cambio social" (revolucionario). Como en la etnografía de Auyero (2001), la "parte social" aparecía asociada a la gestión de políticas públicas orientadas hacia los catalogados estatalmente como "pobres" (según el dirigente, "esto que hacemos no es algo tan nuevo"… "somos el PJ sin PJ"). El dirigente dialogaba con quienes habían escrito sobre los piqueteros (no sólo conmigo), resaltando continuidades antes y después del 2001. Como resultaba recurrente desde fines de los noventa, el dirigente criticaba una forma de política "vieja" (asociada a la corrupción y al clientelismo). A diferencia de otros, no lo hacía desde una posición experta ni desde el "trabajo por el barrio" sino desde una convicción política forjada en su experiencia en el PRT-ERP. Esta no era la única manera en que la cuestión aparece mencionada en las etnografías más recientes.
A lo largo de la década de 2000, las investigaciones marcan cambios asociados a la creciente estigmatización de las protestas piqueteras, las redefiniciones respecto del gobierno nacional y la reformulación de las políticas públicas asistenciales hacia modalidades más individualizadas. Muestran variadas estrategias locales orientadas a la captación de recursos, describiendo momentos de incertidumbre y redefinición del valor asignado a las diferentes actividades comprendidas en el trabajo de mediación y en la militancia.
En algunos contextos es posible reconocer una valorización de lo social sobre lo político, reconociendo una combinación entre ambos. En un análisis sobre "piqueteros" y "peronistas" en La Matanza entre 2005 y 2006, Colabella (2009) subraya el valor asignado a la "lucha" o a la "lucha social" por parte de los referentes piqueteros, inscribiendo su participación en el gobierno nacional y su calendario de movilizaciones en una trayectoria más larga en que se marcaban la toma de tierras a mediados de los '80 y los cortes de ruta en 2000 como momentos claves. A partir de allí se diferenciaban de los peronistas que, según estos referentes, "sólo aparecen cuando hay elecciones".
En otras circunstancias, la cuestión aparece más bien como tensión. A partir de un análisis enfocado en la conformación de una organización piquetera en una antigua zona industrial cercana a La Plata, Pinedo (2009) da cuenta de otros modos en que estos cambios son tramitados en relación con la trayectoria de militancia de los referentes. Recurriendo a un documento escrito a mediados de 2001, muestra cómo la pretensión de "ligar lo social y lo político" se establece como línea programática dentro de un horizonte colectivo crítico del "neoliberalismo" que, proveniente de los ámbitos estudiantiles universitarios, se orienta hacia la "militancia barrial" en los meses previos al "quilombo".17 Hacia 2006, aborda etnográficamente las dudas que las nuevas circunstancias abrían para estos militantes, devenidos "promotores del movimiento" frente a los "compañeros del barrio". Como señalaba uno de estos últimos durante una asamblea, "El movimiento no está consiguiendo la suficiente mercadería para los comedores y yo voy a hacer una gestión al municipio, ya no como movimiento, sino como comedor barrial X, y consigo la leche. ¿Eso está bien o está mal?" (Pinedo, 2009:85). A diferencia del dirigente que conocí en Varela, aquí la inquietud no involucraba la "politización" de los seguidores sino los modos de "gestionar" recursos y sus implicancias morales (y políticas). En ello, se ve una diferencia significativa entre los modos de presentación (como "movimiento" o como "comedor") asociada a una distinción entre instancias estatales ("Nación" y "municipio"). Como en Varela, aquí también la cuestión en juego es la articulación entre gestión de recursos estatales orientados a la "pobreza" y diferenciación respecto del municipio, de los "punteros" y de sus formas de hacer política. En la etnografía de Pinedo, sin embargo, el conflicto actualiza una distinción interna que se remonta a los orígenes de la organización en el cruce entre militancia universitaria y barrial. Mientras los "promotores del movimiento" defendían "los criterios" elaborados en las asambleas del movimiento (y, legitimándose a partir de su saber, se encargaban predominantemente de gestionar los "productivos"18), los "compañeros del barrio" que veían disminuidos sus recursos habituales (mercadería y planes) buscaban legitimar estrategias alternativas a partir de un discurso centrado en las urgencias de sus propios barrios. En sus discursos, barrio y movimiento aparecían como categorías en tensión.
A partir de un contexto similar, D'Amico vuelve sobre la cuestión planteada aquí. Su etnografía da cuenta del rechazo a la "intrusión de la política" en los relatos de las mujeres que llevaban adelante una copa de leche en un barrio periférico de La Plata y eran reconocidas por el delegado municipal porque podían "mover gente" para actos, padrones y elecciones entre 2008 y 2009. Sin embargo, según su análisis, este sentido negativo de la política en que podía verse como algo venido de fuera que se impone sobre lo local, se combina con otras significaciones más sutiles que se elaboran a partir de valoraciones sobre los "modos de dar" legítimos que remiten a la historicidad estatal tal como es apropiada localmente a partir de un horizonte colectivo polisémico: "Todo por los chicos". En la etnografía de D'Amico, es posible notar una actualización de elementos tratados por Auyero (2001) en torno de las mujeres y su presentación de sí a partir de la figura de la madre. Pero D'Amico no remite a la performance de Evita ni se refiere a una separación entre trabajo político masculino y trabajo social femenino sino que da cuenta de una trayectoria "desde-el-barrio-hacia-el-sistema-político" que involucra a estas mujeres y a su entorno (D'Amico, 2010:98). A la vez, su análisis no recaba tanto sobre la memoria del peronismo como estructura del sentir sino más bien sobre los chicos como horizonte colectivo local en vistas al futuro.
Desde una etnografía en torno de la urbanización de una villa en La Matanza (Ferraudi Curto, 2014), mi propia experiencia de investigación entre 2007 y 2009 se asemeja a lo señalado por D'Amico. Aquí también podía observarse la política como algo que se imponía desde "afuera" connotando inicialmente un sentido negativo. Pero, en tanto "servía a la urbanización", la política era apropiada localmente (validándose diferencialmente según las posiciones relativas de mis interlocutores respecto del grupo a cargo de ejecutar el programa habitacional). Como sintetizaba el dirigente barrial (y funcionario a cargo del programa), "participar políticamente es bueno en la medida en que sirve para la urbanización". Aquí también la cuestión atañía a las valoraciones asociadas a la política. Pero, a diferencia de lo señalado por Auyero (2007) respecto de los saqueos, la política no siempre aparecía como algo negativo. Tampoco se trataba de un lenguaje especial diferenciado. Más bien, como muestran Manzano (2004) y D'Amico (2010), aquí también la validación de la política estaba vinculada a su anclaje en lo local. Pero si Manzano veía esta justificación en una multitud de problemas que se iban resolviendo día a día, tanto D'Amico como yo encontrábamos que el peso recaía sobre una cuestión central. Mientras para D'Amico la validación pasaba por los chicos, aquí el centro giraba en torno de la misma urbanización. También se podía ver una orientación hacia el futuro en tanto quienes llevaban adelante la urbanización se definían a sí mismos como "los hijos del barrio" (y el trabajo destinado a sacar de la "esquina" a los pibes era clave en la justificación cotidiana de sus tareas –y en el reconocimiento de los vecinos-). Pero, a la vez, se engarzaba con una demanda local largamente añorada: la vivienda digna como símbolo de integración social o, más bien, como parte de una "salida". Todos estos sentidos se condensaban en la "urbanización" como horizonte colectivo que comprendía a todas las "familias del barrio". De allí su importancia.
Finalmente, estas redefiniciones en torno de los sentidos de la política tal como eran apropiadas desde el barrio mostraban una alternativa diferente a la separación o a la amalgama. A su manera, estas experiencias más recientes se elaboraban en un aprendizaje a lo largo del tiempo transcurrido, en respuesta a los desafíos presentes tal como eran definidos y resueltos desde la propia historia. En ese sentido, permiten volver sobre la pregunta por los sentidos del 2001, su antes y su después.

Palabras finales

A partir de las etnografías, propuse un camino para discutir una periodización relativamente aceptada del proceso histórico reciente, que señala la "inscripción territorial" de las "clases populares" (Merklen, 2005) como un rasgo destacado de las últimas décadas del siglo XX asociado a una transformación estructural de la sociedad argentina. Reconociendo este trazo grueso, se trata de un intento de afinar la mirada sin perderse en el detalle. Siguiendo las etnografías escritas en los últimos quince años, definí "el 2001" como punto de inflexión clave. El artículo y las comillas buscan sintetizar que la referencia no es a un año calendario sino a un momento histórico tal como fue significado en Argentina. "El 2001" se vio como ruptura mientras duró la "sorpresa" (el miedo y la ilusión). Pronto el énfasis se colocó en marcar continuidades. En el vaivén entre ambos momentos, se descuidó un análisis (más distante) del proceso histórico. A medida que pasaron los años, los avatares de la vida política de los barrios periféricos del área metropolitana perdieron interés frente a un cierto encandilamiento con los despliegues pergeñados desde la cúpula del gobierno nacional. El eje de discusión se desplazó hacia arriba. Aquí traté de mostrar una diversidad poco reconocida en ese devenir de la discusión, repasando las etnografías sobre procesos de estatalización barrial antes y después del 2001.
Durante los '90, el "trabajo social" se constituye como valor en oposición al "trabajo político", sea que actúe como legitimación diferencial de algunas mujeres (Auyero, 2001) o como mecanismo de exclusión de la carrera política (Frederic, 2004).19 Sea a partir de los conceptos de clientelismo o de profesionalización política, ambos muestran distanciamiento creciente entre arriba y abajo. Ambos textos refieren formas de hacer política, despolitizando para legitimarse. Esta situación hizo eclosión en diciembre de 2001.
Desde entonces, los análisis académicos han mostrado la "selva organizacional" (Cerrutti y Grimson, 2004:46) en los barrios populares de Buenos Aires que contrasta con la "desertificación organizativa" señalada por Auyero hacia mediados de la década previa. La multiplicación de las protestas en torno de 2001 y la masificación de los subsidios para los desocupados en 2002 aparecen como centrales para comprender frases tales como "acá todo es política", ya sea que busque explicar los saqueos o dar cuenta de las tramas organizacionales locales.
Si en los "tiempos extraordinarios" (Svampa, 2005: 271) la política resultaba omnipresente para quienes vivían en los barrios populares de Buenos Aires, y en los '90, en cambio, tendía a producirse una separación entre "trabajo político" y "trabajo para el barrio" o "trabajo social", las etnografías posteriores mostraron formas específicas de apropiación local de la política que, si bien ya podían reconocerse en algunos trabajos previos, ahora parecían enfatizar una orientación hacia el futuro. Pero no todos veían horizontes igualmente esperanzadores.
En términos más generales, este artículo ha desplegado un recorrido por las etnografías para mostrar cómo la categoría política y sus fronteras aparecen como una cuestión problemática, cuya demarcación varía históricamente. La definición de qué es política y qué no es objeto de conflicto. Además, la cuestión no sólo involucra a quienes observamos sino también a nosotros mismos. Así como en los '90 el predominio del enfoque institucionalista se corresponde con análisis etnográficos que enfatizan la separación entre lo político y lo social, en el contexto del 2001 el cuestionamiento disciplinario a dicha separación está vinculado con despliegues etnográficos que enfatizan la imbricación. Posteriormente, los análisis convergió una revalorización de la política junto con una "normalización" en la cual se restituían las jerarquías, y las etnografías señalan dicha confluencia. En este sentido, este artículo ha permitido desplegar algunas tensiones implícitas en la premisa fundante de la antropología de la política brasileña: comprender la política como categoría etnográfica –ya sea para quienes observamos o para el investigador-.

Notas

1 Como sabemos, el 20 de diciembre de 2001, el Presidente De la Rúa presentó su renuncia luego de una amplia e inesperada movilización colectiva ("cacerolazo") producida ante la declaración del estado de sitio en un contexto de saqueos en diferentes ciudades (especialmente en el conurbano bonaerense) la noche previa. Así como respondía a la declaración del estado de sitio, la protesta del 19 de diciembre era el clímax de una serie de cacerolazos que se habían intensificado en las grandes ciudades a partir de la limitación en el retiro de depósitos bancarios decretada a inicios de mes ("corralito"). Entre las consignas, se destacaba una dirigida a la denominada "clase política": "Que se vayan todos". Luego de una sucesión de presidentes, Duhalde asumió el cargo el 2 de enero de 2002. Para muchos, una prolongada agonía social, económica y política "estalló" en ese diciembre.

2 Como muestra Vommaro (2010), durante la década de 1990 el debate académico se organiza en torno de la categoría de "clientelismo" produciendo una creciente asimilación de la noción de "sectores populares" con una definición estatal asociada a las condiciones de "pobreza". Las etnografías analizadas aquí pueden comprenderse como herederas críticas de este campo.

3 Esta elaboración retoma las apreciaciones de Malinowski (1966), siguiendo la sugerencia de Goldman (2006). Como argumenta Peirano (2004), la sensibilidad etnográfica se constituye en la lectura de etnografías, mostrando cómo las críticas a la antropología política británica no invalidan análisis etnográficos como Los Nuer (Evans-Pritchard, 1940).

4 Como argumenta Borges (2007), la comparación de etnografías ya es parte de la propia experiencia de campo… Más precisamente, comienza en el escritorio. Desde que leemos nuestra segunda etnografía, ya las comparamos entre sí.

5 Los cortes de ruta constituyen una forma de acción colectiva contenciosa que cobró relevancia en los últimos años de la década de 1990 colocando al problema de la desocupación en un lugar cada vez más central de la agenda pública. Si inicialmente se trató de un reclamo por trabajo (en ciudades periféricas del país), pronto los "planes" se consolidaron como respuesta estatal a las demandas de los (denominados mediáticamente y luego autodenominados) "piqueteros".

6 Claramente, la configuración de las políticas públicas es un emergente de entramados conflictivos de poder. Por ello, no se trata de pensar el Estado simplemente como un agente que, desde fuera, interviene territorialmente a través de dispositivos orientados a "la pobreza" sino como condensación de relaciones sociales.

7 Cerrutti y Grimson (2004) se refieren a estos cambios en relación con una redefinición de las "agendas" de los sectores populares a lo largo del tiempo. Mientras en los ochenta la cuestión urbana se presentó como central, durante los noventa (ante la creciente inestabilidad laboral y desocupación) la cuestión del trabajo desplaza a la cuestión urbana en la agenda de los sectores populares.

8 Ambos aluden a cierto modelo 'tradicional' del peronismo. Masson, además, lo conecta con las recomendaciones 'técnicas' (y 'modernas') de las agencias transnacionales de financiamiento.

9 Críticas similares a ésta también se pueden encontrar en textos que no reivindican una perspectiva etnográfica, como el de Merklen.

10 En este proceso, la misma definición de la política entró en juego –en diálogo con concepciones que hablaban de una "despolitización" de la política (management, desmoralización, privatización de responsabilidades estatales, "judicialización")-.

11 Como ya mencioné, se trata de Lomas de Zamora (el municipio liderado por el entonces gobernador, Eduardo Duhalde). En su libro, Frederic evita dar el nombre real del municipio donde hizo trabajo de campo por sus implicancias políticas (aunque resulta claramente reconocible en la descripción). En su artículo posterior, lo menciona directamente en tanto forma parte de un libro orientado a comparar entre diferentes zonas del conurbano bonaerense.

12 Este balance de "el 2001" está elaborado en base a las alocuciones de Gerardo Aboy Carlés, Roberto Gargarella, Alejandro Grimson, Germán Pérez, Eduardo Rinesi, Maristella Svampa y Federico Schuster durante unas jornadas organizadas para conmemorar los 10 años de los sucesos de diciembre de 2001, en la Universidad Nacional de San Martín (las presentaciones aparecen compiladas en Pereyra, Pérez y Vommaro, 2013).

13 También Lanús y Quilmes han sido distritos donde se localizaron organizaciones piqueteras destacadas. Ambos están ubicados al sur de la Capital. Puede encontrarse un abordaje etnográfico incipiente de las organizaciones piqueteras situadas en Lanús en Cerrutti y Grimson (2004), a partir de un análisis que se propone dar cuenta de los procesos organizacionales post-2001 comparando configuraciones políticas municipales entre 2002 y 2003. Por otro lado, existen varias investigaciones sociológicas cualitativas centradas en estas organizaciones (Pinedo, 2004; Vázquez, 2010, entre otros).

14 Para un análisis del proceso de conformación de los asentamientos en La Matanza, véase Merklen (1991).

15 El Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados, implementado por el gobierno provisional de Duhalde en 2002, continuaba el modelo de los planes anteriores pero introducía una pretensión de universalidad que, en la práctica, implicó más bien una ampliación monumental de la cantidad de beneficiarios. Mientras en el momento de mayor cobertura el Plan Trabajar cubría 206.281 beneficiarios, a fines de 2002 el PJJHD alcanzaba a más de 2 millones de personas (entre las cuales, sólo el 10% se distribuía a través de organizaciones piqueteras) (Svampa y Pereyra, 2003:99).

16 A diferencia del resto de las etnografías presentadas aquí, el análisis de Vommaro (2006) no se localiza en el área metropolitana de Buenos Aires sino en una provincia periférica (Santiago del Estero). En un texto posterior, Vommaro y Quirós (2011) comparan sus trabajos desde un argumento que remarca la "imbricación" de lo político en lo social. Sin embargo, el artículo muestra una diferencia entre la concepción de la referente santiagueña y la de la varelense: mientras aquélla articulaba "trabajo político" y "trabajo social" como categorías intercambiables, ésta relataba su trayectoria diferenciando un momento inicial de "trabajo social" (como manzanera) de su ingreso en el "trabajo político" por su "compromiso" dentro del peronismo y distinguía los "planes políticos" (vinculados a la "movilización" y la "militancia") de los recibidos a través de la red municipal (en tanto presidenta de una organización barrial reconocida por el municipio). En su discurso, aparecía una separación entre lo político y lo social que no se encontraba en la primera. Según argumentan los autores, este contraste podría asociarse a la importancia del Plan Vida en el conurbano (y a los inicios de dicha referente como manzanera). Es decir, muestran huellas de la experiencia vivida durante los noventa en la actualidad.

17 En consonancia con lo desarrollado en el apartado anterior, la apropiación local de las políticas públicas asistenciales se elabora desde variadas trayectorias organizativas que le dan sentidos variados pero confluyen en dislocar la separación entre lo social y lo político dominante hasta entonces.

18 Entonces el Estado nacional había introducido nuevos programas que requerían la conformación de cooperativas y la organización de un emprendimiento "productivo" (especialmente el Programa Manos a la obra). Mientras tanto, reducía el alcance de los "planes" e intentaba reorientarlos hacia mujeres y jóvenes (Plan Familias).

19 Es interesante señalar que el trabajo de Frederic también se distancia de los anteriores por mostrar que esta transformación no está asociada exclusivamente a las políticas asistenciales.

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