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Sociohistórica

versão On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.43 La Plata mar. 2019

http://dx.doi.org/https://doi.org/18521606e074 

Artículos

La Asociación Folklórica Argentina: un “antídoto” para la cultura de masas a escala regional (1938-1942)

Argentine Folkloric Association: an "antidote" for mass culture on a regional scale (1938-1942)

Matías Emiliano Casas1 

1Universidad Nacional de Tres de Febrero / CONICET

Resumen

En mayo de 1937 se conformó la Asociación Folklórica Argentina (AFA) en la ciudad de Buenos Aires. La iniciativa de un grupo ecléctico de profesionales estuvo apuntalada y dirigida por el jurista Santo Faré. La novel agrupación se insertaba en un contexto de crecimiento para los estudios académicos centrados en lo folklórico y en una coyuntura de proliferación de asociaciones que reivindicaban el ámbito rural como núcleo de la identidad nacional. La intervención en una sociedad que entendían tergiversada por diversos factores se plasmó en diferentes iniciativas. La publicación de un boletín como órgano oficial durante cuatro años fue quizá la más perdurable en esos tiempos fundacionales. Este artículo analiza las formas en que la AFA pensó la promoción del folklore, la crítica a la sociedad contemporánea –centrada en los productos culturales circulantes–, y los modos de vincularse con asociaciones preexistentes –principalmente internacionales– a partir de las paginas de su boletín.

Palabras clave Asociación Folklórica Argentina; Sociabilidad; Cultura de masas; Argentinidad

Abstract

In May of 1937 the Argentine Folkloric Association (AFA) was founded in the city of Buenos Aires. The initiative of an eclectic group of professionals was supported and directed by the jurist Santo Faré. The novel group was inserted in a context of growth of academic studies focused on folklore and proliferation of associations that claimed the rural area as the core of national identity. The intervention in a society that understood distorted by various factors was reflected in different initiatives. The publication of a bulletin as an official organ for four years was perhaps the most lasting in those foundational times. This article analyzes how the AFA thought about the promotion of folklore, the criticism of contemporary society –centered on the circulating cultural products–, and the ways of linking with pre-existing associations –mainly international– from the pages of its bulletin.

Keywords Argentine Folkloric Association; Sociability; Mass culture; Argentinidad

Introducción

En mayo de 1937 se conformó la Asociación Folklórica Argentina (AFA) en la ciudad de Buenos Aires. La iniciativa de un grupo ecléctico de profesionales estuvo apuntalada y dirigida por el jurista Santo Faré. La novel agrupación se insertaba en un contexto de crecimiento para los estudios académicos centrados en lo folklórico y en una coyuntura de proliferación de asociaciones que reivindicaban el ámbito rural como núcleo de la identidad nacional. La intervención en una sociedad que entendían tergiversada por diversos factores se plasmó en diferentes iniciativas. La publicación de un boletín como órgano oficial durante cuatro años fue quizá la más perdurable en esos tiempos fundacionales. Este artículo analiza las formas en que la AFA pensó la promoción del folklore, la crítica a la sociedad contemporánea –centrada en los productos culturales circulantes–, y las formas de vincularse con asociaciones preexistentes –principalmente internacionales– a partir de las páginas de su boletín.

La década del treinta fue revisitada rigurosamente por historiadores que se abocaron a desentrañar los discursos sobre la argentinidad y la identidad nacional (Buchrucker, 1987; Macor, 1995; Finchelstein, 2002; Goebel, 2013; Cattaruzza, 2016). En los proyectos políticos que emergieron luego del golpe de Estado de 1930, la influencia del nacionalismo, en sentido amplio y restringido como delinea Fernando Devoto (2002) en sus trabajos, se hizo sentir con variada intensidad. La crisis económica que inauguró el período fue, en términos de Oscar Terán, una momento de derrumbe que significó el colapso del modelo de país consolidado en la década del ochenta (Terán, 2012). Las incertidumbres fomentaron la vigencia de las preguntas sarmientinas sobre el ser nacional, el destino de la nación y la “esencia” de la argentinidad.

En el plano cultural –como era dable de observar en otras áreas de incumbencia–, la intervención del Estado se fue incrementando progresivamente. En 1933 se creó la Comisión Nacional de Cultura, organismo que a través de financiamientos y premios funcionó como un eje estructurante de las expresiones culturales respaldadas por el poder político de turno. Si bien aglutinó en sus comienzos a intelectuales ligados al nacionalismo católico, como su presidente Matías Sánchez Sorondo, el organismo estuvo lejos de representar solo un nicho de contención para ese sector ideológico, su influencia se extendió rápidamente a la práctica de casi todas las áreas artísticas. La forma de vincularse con lo folklórico fue puesta en cuestión desde la AFA a partir de la colaboración de Santo Faré.

La Comisión Nacional de Cultura respaldó los proyectos de investigación de Juan Alfonso Carrizo en el Noroeste argentino. Se trataba de uno de los pioneros en el estudio y la recolección de música folklórica en esa región. Sus trabajos estuvieron fuertemente impregnados por sus creencias religiosas y por los vínculos sedimentados con las elites azucareras tucumanas. En efecto, como lo afirma Oscar Chamosa (2010) se trataba de una referencia ineludible para los folklorólogos del período. Para el autor, durante el tiempo comprendido por este trabajo, el “viaje” de la música folklórica hacia el centro del país –y de la argentinidad– contó también con la participación estatal desde el Consejo Nacional de Educación. Las investigaciones de Carrizo devinieron en herramientas educativas y pronto se adaptaron para la formación de estudiantes primarios. En 1940, el presidente Ramón Castillo decretó la obligatoriedad del estudio de danzas y músicas folklóricas en la formación de los profesores de arte. Asimismo, se publicaba la Antología Folklórica Argentina para la Escuela Primaria, con claro influjo del investigador mencionado (Ferreyra, 2018).

La relación entre el folklore y la educación había sido señalada por Marta Blache (1991-1992) en sus estudios que develan el afán nacionalista detrás de las intervenciones estatales. La pionera encuesta folklórica impulsada por Juan Pedro Ramos en 1921, a la sazón vocal del Consejo Nacional de Educación, fue antecedente de la proyectada en 1939 en el marco de la publicación de la Antología citada. Aún en una etapa exploratoria en cuanto a la ligazón de la investigación académica y sus transposiciones didácticas, para la AFA no pasaron inadvertidas las resoluciones educativas y se manifestaron públicamente sobre la materia. Tal como se pretende demostrar aquí, sus voces eran resaltadas en el contexto previo a la sistematización de los estudios académicos. Ese carácter transitivo del período contemplado facilitaba, quizá, los pronunciamientos públicos sobre las formas y los objetivos que se debían atender en los asuntos folklóricos.

Como señalamos, la emergencia de discursos sobre la argentinidad y las evocaciones camperas azuzó la organización de agrupaciones civiles como centros tradicionalistas, peñas y federaciones gauchescas. Allí también circulaban referencias sobre la música folklórica y las costumbres “auténticamente” argentinas. En otros trabajos, hemos analizado la articulación con sociedades de otros países americanos que atravesaban fenómenos similares a partir de los diversos procesos de modernización y de las fluctuantes migraciones del campo a espacios urbanos (Casas, 2017a).

A esos procesos se sumaba la expansión de la cultura de masas y la inserción de la tecnología estadounidense que afectaba la oferta y las modalidades de consumo. Si en la década del veinte el jazz había cautivado la atención de los porteños, Matthew Karush muestra cómo el tango fue conquistando las programaciones radiales argentinas. Si bien las ventas de discos habían anticipado la hegemonía de ese estilo musical en Buenos Aires, la masividad de la radio lo expandió al calor del éxito gardeliano y las interpretaciones en vivo. La nómina presentada por Radio Belgrano –una de las emisoras más abocadas al consumo popular y tecnificada a la usanza norteamericana a partir de la gestión de Jaime Yankelevich–, en el mismo año en que comenzó a publicarse el boletín de la AFA, evidenciaba la prominencia de artistas tangueros por sobre la modesta oferta folklórica (Karush, 2013). En ese sentido, si como afirma Chamosa (2010, p. 134): “By the late 1930s, te genre developed by Chazarreta and Yupanqui (…) was full blown, growing in popularity and competing with tango in defining an Argentine musical identity”, los resultados de esa competencia eran leídos con preocupación y alarma por los miembros de la AFA, en plena sintonía con las lecturas de otras agrupaciones tradicionalistas (Casas, 2017b).

Más allá de sus variadas intervenciones, la asociación apuntalada por Santo Faré no ha convocado la atención de los estudios académicos. La única referencia que se puede mencionar está vinculada al trabajo de Diego Bentivegna sobre la revista del Instituto Nacional de la Tradición. Allí se realizan someras alusiones a la AFA reconstruidas a partir de sus publicaciones desde 1945 y destinadas a corroborar los disensos con el grupo de foklorólogos nucleado en torno a Carrizo (Bentivegna, 2016). Es menester, entonces, revisar aquellas afirmaciones a la luz del estudio de su boletín y sus tiempos fundacionales. El contenido de sus páginas develará no solo una postura singular sobre los tópicos aludidos sino también los procesos que influyeron en aquellos disensos y, sobre todo, en los consensos que promovieron la conformación de un entramado internacional folklórico.

El boletín y los tiempos fundacionales

El 3 de mayo de 1937 se firmó el acta de fundación de la AFA. La nómina de socios fundadores estaba integrada por ochenta y cuatro figuras de diversos ámbitos: académicos, como Eleuterio Tiscornia y Carlos Vega; intelectuales, como Leopoldo Lugones y Manuel Ugarte; tradicionalistas de trayectoria, como Justo P. Sáenz (hijo) y Domingo Lombardi; artistas como Florencio Molina Campos y Alberto Güiraldes; auspiciantes de la investigación folklórica, como Ernesto Padilla y demás personalidades del mundo literario. En rigor, la categoría de “socio fundador” parecía significar, en algunos casos, más un reconocimiento posterior a la admiración que expresaba la asociación por esas personalidades que la participación activa en la génesis del proyecto.

El ejemplo del pintor Cesáreo Bernaldo de Quirós devela, quizá, el dispositivo por el cual la nómina de fundadores se integraba a la AFA. En una carta enviada a Santo Faré, el artista –ya consagrado a partir de sus exposiciones en Estados Unidos– agradecía la distinción recibida por correo postal, se disculpaba por la demora en la respuesta y aseveraba: “Quiero vincular este esfuerzo mío a la labor de ustedes para colaborar en tan patriótico esfuerzo, en el desarrollo de esa ciencia que constituye el folklore” (Boletín de la AFA, noviembre-diciembre de 1939, p. 6). Bernaldo de Quirós celebraba la iniciativa y auguraba tiempos de expansión para la agrupación. Claro que tenía motivos que excedían la comunión patriótica enunciada, su hermano Carlos era vocal de la comisión directiva y fue uno de los más prolíferos colaboradores en las publicaciones del boletín.

Si bien la mayoría de los socios fundadores parecían responder a esas pretensiones de apoyo, más simbólicas que materiales, entre los 84 miembros reconocidos estaban también los integrantes de la comisión directiva quienes efectivamente llevaban adelante la AFA. Santo Faré había nacido en Entre Ríos y desde que cursó sus estudios de abogacía conciliaba sus labores profesionales –en 1924 comenzó a ejercer como juez– con sus aficiones tradicionalistas (AFA, 1950). De hecho, había sido presidente de una asociación tradicionalista en Palermo conocida como El Ceibo, caracterizada por la presentación de conferencias y proyectos en torno a reivindicaciones camperas y también por la composición ecléctica de sus filas (Casas, 2017b). Justo P. Sáenz (h) también había participado junto a Faré en El Ceibo y, desde 1937, lo acompañaba como vocal en la AFA. Con el Mayor (R) Ignacio Camps y el académico Eleuterio Tiscornia conformaban la tríada más participativa en las colaboraciones escritas para el órgano de difusión. Otro de los directivos que tuvo una participación contundente fue el secretario Augusto Escalada Ezcurra. En particular, sus colaboraciones abordaron la problemática de los pueblos originarios. Fue la voz representativa de la AFA en la celebración del día del indio en 1941 y logró aprobar en la comisión un borrador de proyecto con respecto a la distribución de tierras en la Patagonia (Boletín de la AFA, enero-abril de 1941).

Los nombres propios señalados como parte de la mesa directiva no solo estimularon el crecimiento de la agrupación con su gestión, sino que también eran de los más recurrentes en la lista de donaciones que se plasmaban en las memorias anuales. Los recursos con que se financiaba la AFA provenían de diferentes sectores. Además de las contribuciones privadas, la cuota social representaba otro ingreso, aunque inestable e insuficiente de acuerdo a las permanentes campañas por incrementar el número de asociados. Cada cuota mensual tenía un costo de $ 3. Si se repara en los balances que se publicaban al cierre del ejercicio anual se pueden verificar varios elementos. En primer lugar, la cantidad de socios permaneció estable durante los años aquí estudiados. Si en 1938 anunciaban contar con 137 miembros, los datos cuantitativos evidenciaban que entre 100 y 110 socios tenían la obligación de cumplir con la tarifa acordada. De esa cantidad, entre 1938 y 1942, no todos lo realizaron fehacientemente. Es decir, el dinero proveniente de la masa societaria osciló entre los $ 3.000 y $ 4.000 anuales. No era un presupuesto menor, pero si se consideraba que solo la publicación del boletín generaba aproximadamente $ 1.700 de gastos era necesario contar con otros benefactores.

La municipalidad de Buenos Aires y la presidencia de la Nación le otorgaron a la AFA subsidios anuales que debían ser correspondientemente rendidos en detalle. Si se toma como muestra el período comprendido entre el 1 de mayo de 1939 y el 31 de mayo de 1940, la agrupación tuvo que demostrar los gastos realizados con los $ 2.500 acordados en el Presupuesto General de la Nación y con los $ 2.700 aportados por el municipio (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940). El destino del dinero no variaba de: viáticos, adquisición de diarios (La Prensa y La Nación), imprenta, mantenimiento (servicios de limpieza, electricidad), y compra de libros. Si bien no constituye el propósito central de este trabajo, la relación de la AFA con los gobiernos de turno, en particular con la gestión del antipersonalista Arturo Goyeneche en la ciudad amerita, al menos, dos referencias precisas.

El político, que había sido una de las opciones a la vicepresidencia en la contienda electoral de 1922, tuvo dos “gestos” con la AFA que le valieron la celebración de su gestión y, luego de su fallecimiento en funciones el 26 de noviembre de 1940, su permanente recuerdo1. Se trató de un subsidio especial de $ 5.000 para la adquisición de muebles e instrumentos pertinentes a la labor folklórica, como proyector, micrófonos, etc., y de un decreto que le garantizó a la AFA una nueva sede social (Boletín de la AFA, enero-abril de 1939). Desde abril de 1939, la comisión dejaba de reunirse en el hogar de Justo P. Sáenz (h) y ocupaba la casa donada por Félix Bunge con la consecuente promesa de llevar adelante una biblioteca y un museo de motivos argentinos de modo paralelo a sus propias actividades (Casas, 2018a). Luego de diferentes encuentros con Santo Faré y con Escalada Ezcurra, Goyeneche fue designado socio honorario de la AFA. En un homenaje realizado por su deceso se resaltaba su apoyo: “sabía que era un deber moral secundar una obra de argentinización en medio de la cosmópolis babélica” (Boletín de la AFA, noviembre-diciembre de 1940, p. 8). Así, como un instrumento más de la agrupación el intendente era póstumamente incorporado a una de las cruzadas más enunciadas por la AFA: la urgente reacción ante la disolución de lo “auténticamente” nacional.

Por su parte, la propia emergencia del boletín encontraba también allí su fundamento primario. La purificación de la tradición, la promoción del folklore, la recuperación de lo autóctono, eran algunas de las premisas que explicaron su aparición. Los socios que recibían la revista de modo gratuito, como aquellos que sin formar parte de la AFA se suscribían al pagar $ 1 anual –un valor casi simbólico– encontraban numerosos artículos sobre la “necesaria argentinización”. Sus páginas se hallaban divididas generalmente en seis secciones: editoriales, colaboraciones, reseñas sobre actividades artísticas (pictóricas y teatrales en primer lugar), correspondencias, descripción de actividades sociales y bibliografía. En todas se fomentaba la imprescindible tarea que la agrupación intentaba extender hacia todos los lectores. Como se verá, el boletín fue agente y carta de presentación en la progresiva red de “sociabilidad folklórica” tanto nacional como internacional.

La construcción de un entramado social folklórico

El primer número del boletín anunciaba que no solo se trataba de una carta de propaganda para diseminar las ideas de la comisión a los asociados sino que también se ofrecía como pieza de cambio para adquirir otras publicaciones y para difundir sus propósitos más allá de los límites de la agrupación. Así, el Boletín de Derecho Intelectual y la revista Capítulos, entre otros, se incorporaban a la biblioteca de la AFA periódicamente como muestra de la eficacia del canje. El intercambio era testimonial porque a partir de los textos, el director de ambas revistas –el poeta Sigfrido Radaelli– le escribía a Faré: “Si usted tuviera la gentileza de hacerme remitir formularios para inscripción, le haré llegar en seguida mi inscripción de socio. Si no los hubiere, le ruego tenga esto por pedido ante la comisión directiva” (Boletín de la AFA, enero-abril de 1939, p. 46). Las publicaciones iban tejiendo lazos de solidaridad que repercutían directamente en la composición de la agrupación.

A través de las conexiones generadas con diferentes publicaciones, la AFA dejaba asomar sus fundamentos sin ningún maquillaje. Al momento de exaltar la revista correntina Vincha, se hacía eco de algunas expresiones: “¡Fuera gringos! (…) por más cristianos que seamos debemos pensar que no es posible esa tranquila y exorbitante multiplicación de gente extraña: eslovenos, lituanos, yugoeslavos, checos, lapones, cafres” (Boletín de la AFA, noviembre-diciembre de 1939, p. 16). Luego de la cita textual “aclaraban” que aún cuando sonaran inapropiadas, esas palabras debían tener lugar porque develaban la pérdida de la argentinidad en el litoral. La taxativa arenga ciertamente encontraba matices si se repasan los discursos pronunciados por los directivos de la AFA. En ocasiones, el propio Faré tuvo que distinguir el afán de preservar el “espíritu nacional” del ejercicio de la xenofobia al que condenaba. El mero hecho de tener que realizar la aclaración daba pie a las posibles confusiones al respecto. En verdad la virulenta crítica a los extranjeros se vinculaba a aquellos grupos que no asimilaban las tradiciones nacionales y permanecían cultivando sus costumbres “foráneas”. Sin ir más lejos, la AFA también recibía la revista de uno de los centros tradicionalistas más importantes de la provincia de Buenos Aires –Leales y Pampeanos– donde escribía “en gauchesco” el austríaco Rodolfo Nicanor Kruzich. No obstante, lejos de cuestionar la procedencia de los escritos, promocionaban sobre La Carreta: “De la más difundida revista del país dedicadas al cultivo de la tradición que no pueden dejar de conocer los que se dedican a estas cuestiones” (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940, p. 80).

Con motivo de la edición de la memoria del primer ejercicio, que salió a la luz a mediados de 1938, la AFA recibió una carta de Monseñor Miguel de Andrea2. El sacerdote felicitaba la gestión y reconocía la necesidad de su pervivencia para fijar “la verdadera fisonomía de nuestro pueblo”. Si bien no se registran datos explicativos sobre la relación entre Faré y de Andrea, lo cierto es que públicamente mostraban intereses compartidos y, a partir de allí, era integrado a la larga lista de “amigos” de la agrupación. Otra correspondencia que se hizo pública desde el boletín fue la remitida por el gobernador de Entre Ríos, Eduardo Tibetti. El radical antipersonalista alentaba: “la tradición es la esencia misma de la nacionalidad, y salvarla, es salvar la individualidad de la nación” (Boletín de la AFA, noviembre de 1938, p. 3). Paradójicamente, dos de los actores que eran visualizados para dar cuenta de la recepción que iba obteniendo la AFA en sus primeros pasos eran representantes de la Iglesia católica y del poder político. Así, el carácter apolítico y laico expresado como bastión de su fundación, se tomaba un descanso en pos del reconocimiento social buscado.

El vínculo con el Gobierno de Entre Ríos no quedó en el intercambio de cartas y salutaciones. En diciembre de 1938, el intendente de Paraná, Juan Ramón César, respaldó con su presencia el evento inaugural de la primera filial de la AFA en el litoral. La práctica de establecer sedes en diferentes puntos del país era uno de los proyectos más ambiciosos de la comisión directiva y ya se había iniciado con la representación en La Rioja (AFA, 1938). En este caso, Santo Faré e Ignacio Camps viajaron para sentar las bases de la nueva asociación. El presidente de la AFA se presentaba: “Nací en Entre Ríos, donde se ha mantenido viva el alma criolla” (Boletín de la AFA, diciembre de 1938, p. 11). Su discurso distinguía los peligros de las “experimentaciones europeizantes” y motivaba la tarea de los locales que aplaudieron su intervención. La máxima autoridad de la filial era el profesor Antonio Serrano. No se trataba de una figura menor en el ámbito de las ciencias entrerrianas. El arqueólogo, que hoy le da nombre al Museo de Ciencias Naturales de Paraná, se había desempeñado en diferentes investigaciones etnográficas y estaba a poco tiempo de convertirse en director de uno de los departamentos afines en la Universidad Nacional de Córdoba. En su alocución se mostró agradecido con Faré y puso en escena una de las características más distinguidas de la agrupación follklórica: “La AFA no ha surgido con la pretensión de ser una academia” (Boletín de la AFA, diciembre de 1938, p. 13). En efecto, desde Buenos Aires se había enfatizado ese concepto en distintas oportunidades. Se fomentaba un “folklore pragmático” que por momentos parecía oponerse a la recopilación folklórica con funciones exclusivamente científicas. Como se verá más adelante, los miembros de la AFA encontraron consenso en ese punto no solo con investigadores locales sino también con referentes del exterior.

El funcionamiento de las filiales estuvo rigurosamente controlado por la comisión de Buenos Aires. Entre otros aspectos, se exigía un celoso control tanto de los aspectos materiales como de los ideales de la agrupación: cada reglamento debía estar ajustado y ser aprobado por la AFA; la doctrina se consideraba “canónica”; la comisión directiva podía intervenir la mesa directiva local; el único órgano de propaganda era el boletín; los fondos recaudados debían ser girados mensualmente; y, para completar la estricta filiación, cada socio ingresado debía ser aprobado por la comisión directiva central (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940). La limitada autonomía era contra-argumentada en la propia reglamentación al priorizar la “unidad doctrinaria” e impedir que se confunda la tarea con un “folklorismo de recreación ingenua”. Así se dejaba otra certeza sobre el programa general de la AFA: “generar un instrumento, de ciencia y arte, al servicio de la argentinidad” (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940, p. 48).

Los socios aprobados también contaban con sus derechos y obligaciones. En general, nada alejado de lo que consistía afiliarse a una sociedad civil. Quizá sí el punto distintivo se encontraba en la identificación que se generaba al pertenecer a la AFA. Algunos indicios al respecto estaban contemplados en la reglamentación de licencias, las ceremonias de entrega de diplomas e insignias, e incluso en momentos más significativos. El 16 de octubre de 1939 falleció el síndico suplente de la comisión directiva, Alejandro Ortiz. El compromiso con la agrupación pareció ser tan estrecho que Santo Faré pronunció un discurso en el sepelio. El recuerdo del cosocio llegaba con el reconocimiento de su labor “en el escenario más peligroso para la integridad del espíritu argentino, esta gran cosmópolis” (Boletín de la AFA, septiembre-octubre de 1939, p. 110). Así, dos aspectos pueden concluirse de la intervención de Faré: en primer lugar, cualquier ocasión parecía pertinente para revitalizar la función de la AFA en medio de un escenario percibido como caótico y desintegrador; en segundo lugar, la percepción de Buenos Aires como foco de “contaminación” se abría paso como uno de los nodales doctrinarios entre los asociados.

Si bien el ejemplo señalado refería a un socio que integraba, esporádicamente, la mesa directiva, no todos los afiliados a la AFA tenían la misma categoría. En el afán de expandir la presencia de la agrupación más allá de los contornos directivos, Santo Faré propuso crear la membresía de socio adherente en 1939. Se trataba de un estatus particular que aminoraba la carga económica pero al mismo tiempo impedía tener voto y ser elegido para dirigir los destinos de la AFA (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1939). Estaba pensado para las personas que desearan colaborar intermitentemente con las tareas asociativas y, en claro signo de reciprocidad, generar a partir de ellos nuevos espacios para propagar los ideales de la AFA. Por los registros publicados, se conoce que ingresaban aproximadamente cinco socios adherentes por año. En 1941 se dejó asentada la incorporación de Carlos Daws, un tradicionalista que fue bastión de los primeros centros gauchescos fundados en el país y reconocido por organizar un museo campero en su residencia de la Ciudad de Buenos Aires (Casas, 2018a). De ese modo, la agrupación presidida por Faré ampliaba sus interlocutores y ganaba “agentes” para su labor.

Los vínculos internacionales

La misión de extender el consenso sobre el “folklore instrumental” en pos de consolidar y evitar la disgregación de identidades nacionales y regionales atravesó la dinámica cotidiana de la AFA desde su fundación. En ese sentido, los lineamientos folklóricos fomentados desde la institución se correspondían con la reivindicación de las costumbres, voces, y músicas de diversos puntos del país. En no pocas ocasiones se puso el acento sobre las poblaciones del Norte y Cuyo para balancear la sobreabundante información acerca del hombre de la pampa. Así, en un artículo titulado “El folklore calchaquí”, resaltaban el componente mestizo de la región y fomentaban la instrucción en la materia para dejar de utilizar los ponchos y los artefactos norteños como un mero elemento decorativo de los hogares porteños (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940). La instrumentalidad enunciada se ponía al servicio de la orientación americana y, para esa ligazón, el Noroeste resultaba fundamental. Santo Faré promulgaba la “estrecha unión con los hermanos indolatinos del continente” (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942, p. 15), vínculo que se hizo efectivo tanto desde los puentes trazados por componentes étnicos, como mostrará más adelante la relación con el folklore boliviano, como desde aquellos establecidos por la cultura hispana, tal fue el caso de la conexión con representantes mexicanos.

La gestación de solidaridades allende las fronteras nacionales quedó esbozada en tres niveles: proyectos, circulación de publicaciones y socios correspondientes. Si bien desandar cada uno de esos estamentos requeriría un trabajo aparte, se presentarán aquí ejemplos significativos de los dispositivos desplegados desde la asociación folklórica.

Con respecto a las proyecciones americanistas de la AFA consideramos que es relevante destacar dos de los esbozos aprobados por la comisión directiva. En pos de fomentar la comunión e integración entre los países del continente, se propusieron en su primer ejercicio instituir una sección denominada “Días de América”. El propósito consistía en celebrar las fechas patrias de cada estado americano para contribuir al “reconocimiento mutuo y la mutua comprensión” (AFA, 1938, pp. 32-33). En otra de las ideas tendientes a trazar lazos con otras latitudes, la AFA diseñó la conformación de un “Consejo Consultivo de Folklore Argentino e Hispanoamericano”. La resolución contemplaba la designación de delegados para establecer relaciones permanentes con organizaciones folklóricas de otros países americanos. Entre los fundamentos, se explicaba: “un mal entendido criterio de cultura europea y europeizante ha dejado suponer que nuestras cosas carecen de valor” (AFA, 1938, p. 63). Para revalorizar lo americano era condición necesaria aunar esfuerzos y reparar en las particularidades del continente. A diferencia del primer proyecto que quedó diluido con el paso del tiempo, la propuesta de conectar las agrupaciones a partir de las gestiones individuales fue perfeccionándose y, como se verá aquí, alcanzó significativos logros.

Un segundo nivel de conexión internacional se daba a través de la circulación de publicaciones extranjeras que el boletín de la AFA recomendaba, comentaba y, en algún caso, trascribía de modo completo. Libros y revistas de Ecuador, Uruguay, Chile, Bolivia, Brasil, Estados Unidos, México y Francia eran revisitadas en el órgano de la AFA con variada intensidad. No todos los casos conllevaban contactos personales. En algunos se trataba de seguimientos teóricos como las reseñas sobre Le Folklore Brabançon y Bulletin de la Société Royal del Vieux Liège; en otros correspondía a informaciones que llegaban vía otras instituciones como las referencias chilenas difundidas por la Biblioteca Interamericana de la Universidad de La Plata –en incipiente formación– (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1939); y en otras ocasiones, la circulación estaba pactada por el intercambio del boletín de la AFA, como las revistas del Archivo Municipal de San Pablo y de la Academia de Letras de Brasil (Boletín de la AFA, octubre de 1941).

A diferencia de las publicaciones mencionadas, la promoción de la Revista Mexicana de Sociología, editada por la UNAM, escondía una relación más profunda que se develaba en las interacciones personales e institucionales. “Llegó” a la AFA por intermedio de Vicente Teódulo Mendoza, un folklorólogo y compositor mexicano que era asiduo colaborador de la publicación y se consolidó como una referencia de las investigaciones musicales de la región (Warman, 1989; Meierovich, 1995; Pérez Montfort, 2003). Además, Mendoza se desempeñaba como presidente de la Sociedad Folklórica de México, una agrupación fundada en 1938 que fue expandiendo su reconocimiento al calor de las actividades realizadas en distintos puntos del país y a la difusión de sus anuarios por diversos lugares del continente. En ocasiones, Mendoza envió colaboraciones exclusivas para el boletín de la AFA. Así los lectores podían adentrarse en cuestiones como los romances mexicanos y conocer bibliografía especializada a partir de las intervenciones del presidente de la Sociedad Folklórica (Boletín de la AFA, noviembre-diciembre de 1940.) La relación con la agrupación del norte resultaba un ejemplo pertinente del tránsito entre los contactos más “informales” a través de las colaboraciones y la circulación de publicaciones a un compromiso más sólido que se plasmaba en la categoría de “socio correspondiente” o “socio honorario” según la ocasión.

En diciembre de 1941 Santo Faré fue incorporado a la Sociedad Folklórica de México con la última designación. En una carta enviada por Vicente Mendoza le explicaba que la decisión se había tomado en la asamblea realizada en noviembre y auguraba consolidar los lazos para el año entrante (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942). No se trataba de una innovación de los folklorólogos mexicanos, como anticipamos, en la AFA también se habían establecido resoluciones afines a extender la masa societaria con representantes internacionales. Desde el primer año de funcionamiento, la agrupación folklórica contempló la condición de “socio correspondiente” para aquellos que, teniendo una trayectoria reconocida en esos menesteres, aceptaran representar a la AFA en el extranjero.

Los diplomas eran remitidos con un texto modelo firmado por Faré que hacía hincapié en la solidaridad continental y en las colaboraciones recíprocas (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940). Durante los años aquí estudiados, la AFA obtuvo socios correspondientes en casi todos los países de América. Desconocemos el camino recorrido por muchos de ellos en cuanto a su filiación con la agrupación porteña pero sí es posible presentar características generales a partir de los casos profundizados en su boletín. Si se toma en cuenta la pesquisa realizada por la comisión directiva para ofrecer la participación en la AFA, pareciera que sus miembros estuvieron atentos a diferentes eventos internacionales a cuya organización se veían involucrados por sus labores profesionales. Así, por citar un ejemplo, los primeros socios correspondientes designados fueron los delegados que participaron en el II Congreso Internacional de Historia de América, realizado en Buenos Aires en 1937 (AFA, 1938). Con el paso del tiempo, la búsqueda se afinó en orden a la experiencia en el campo folklórico y se incorporaron referentes de la materia como el brasileño Basilio de Magalhães, quien junto con su carta de agradecimiento remitió sus libros O folclore no Brasil y O café na historia, no folclore y nas belas artes(Boletín de la AFA, octubre de 1941). En esa línea, también fue asimilado el profesor francés Jehan Albert Vellard, creador del Departamento de Folklore en el Museo Nacional de La Paz, Bolivia. Al ser homenajeado en la sede de la AFA pronunció una conferencia que tendía a derribar fronteras: “El Norte argentino y Bolivia están estrechamente vinculados y necesitamos unir nuestros esfuerzos para analizar mejor y comprender el alma de esos pueblos” (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942, p. 6). En efecto, los socios correspondientes eran pensados como agentes superadores de los contornos nacionales y propagadores de un americanismo que, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tuvo en Ralph Steele Boggs, quizá, a su mayor exponente.

Se trataba de uno de los folklorólogos más renombrados de los Estados Unidos. Si bien era doctorado en Filosofía por la Universidad de Chicago, se desempeñaba como profesor en la Universidad de Carolina del Norte y se especializaba en estudios folklóricos para lo cual fundó un departamento particular en esa institución. Además, ejercía diferentes cargos en asociaciones afines: era vicepresidente de la Southeastern Folklore Society; bibliógrafo del Southern Folklore Quaterly; y presidente de la Asociación Folklore de las Américas (Boletín de la AFA, julio-octubre de 1940). Sus artículos circulaban por las agrupaciones latinoamericanas dedicas a la temática. De hecho, en el artículo de Bentivegna, mencionado más arriba, se analiza la traducción de uno de sus textos y se lo lee en función de resaltar la dicotomía entre los miembros de la AFA y el grupo de investigación de Juan Alfonso Carrizo. Bentivegna (2016) estima que la opción de publicar textos de Boggs era utilizada por Faré para alcanzar un determinado prestigio académico del que, supuestamente, carecía. Sin embargo, las publicaciones del boletín develan que la relación entre Boggs y Faré tenía antecedentes que trascendían sobremanera esa interpretación.

En primer lugar, es dable aclarar que el folklorólogo norteamericano desde mediados de la década del treinta realizaba viajes de investigación por países latinoamericanos y, a su paso, gestaba entramados relacionales que daban origen a nuevas iniciativas. Así, luego de recorrer los estados de México durante tres meses en 1938, azuzó a Vicente Mendoza para conformar la Sociedad Folklórica en ese país (Meierovich, 1995). La contribución de Boggs a la folklorología mexicana fue permanentemente destacada por Mendoza quien lo reconocía como su maestro.

En octubre de 1940, Ralph Steele Boggs fue recibido en la sede de la AFA donde se realizaron diversos actos en su homenaje. La conferencia de Santo Faré estuvo centrada en el folklorismo propuesto desde la agrupación para destacar las coincidencias con las investigaciones de Boggs. De ese modo, afirmaba con la certeza de la comunión: “nuestro folklore no es solo una ciencia de investigación sino una ciencia de orientación y un arte para la organización frente a un país en vías de descaracterizarse por el exceso de las multitudes cosmopolitas” (Boletín de la AFA, julio-octubre de 1940, p. 89). Cuando el agasajado pronunció su discurso focalizado en la unidad continental, confirmó los puntos en común sobre el carácter práctico del folklore. En palabras de Boggs, se trataba de “uno de los medios más eficaces” para fundir las unidades nacionales y “éstas en un gran sistema cultural, coherente, americano” (Boletín de la AFA, julio-octubre de 1940, p. 91). Los eventos organizados por la AFA en torno a Boggs, que incluyeron comidas de camaradería y espectáculos musicales, culminaron con su designación como socio correspondiente de la agrupación. En reciprocidad, Santo Faré recibió el diploma con el mismo nombramiento remitido por la Asociación Folklore de las Américas.

El compromiso expresado por Boggs en orden a promover las actividades de la AFA en el exterior no quedó solo en palabras. En agosto de 1941 le envío una carta personal a Faré:

Aquella noche que hablamos en la biblioteca de su casa quedé convencido del interés profundo que tiene por el folklore de su país, de la aguda perspicacia con que usted comprende los problemas fundamentales del folklore y de nuestra afinidad de ideas (Boletín de la AFA, septiembre de 1941, p. 80).

Luego le confirmaba la difusión del boletín y las memorias de la AFA en “varios centros eruditos del país [Estados Unidos]” y la inclusión de referencias a su persona en un folleto que funcionaba como órgano de la Asociación Folklore de las Américas impreso en Santiago de Chile. La relación entre Boggs y la agrupación porteña perduró en el tiempo. En 1942, la AFA recibió del Archivo de la Canción Popular de Washington una colección de músicas folklóricas americanas gestionadas por el propio Boggs ante el embajador estadounidense en Argentina, Norman Armour (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942).

Santo Faré, Ralph Boggs, Vicente Mendoza, Jehan Vellard eran exponentes de sus agrupaciones e instituciones en los países de referencia y, al mismo tiempo, bastiones de un red internacional folklórica en plena gestación. La “afinidad” señalada por Boggs no contempló solo la vertiente pragmática del folklore, también conllevó una serie de acuerdos sobre los peligros generados por la cultura de masas y sus productos.

El materialismo, la Guerra y la industria folklórica

Ralph Steele Boggs, en su discurso al momento de ser homenajeado por la AFA, alertó sobre los peligros de las representaciones cinematográficas en orden a las impresiones erróneas que muchos films difundían. La industria del cine estadounidense había concentrado su atención en los jinetes americanos desde las primeras décadas del siglo XX amalgamando estereotipos llamativos para los habitantes del Cono Sur (Curubeto, 1993). El folklorólogo denunciaba ese proceso y proponía erradicar esas visiones parciales que, por ejemplo, hacían que “en estados Unidos se crea que los vecinos latinoamericanos todos son gauchos, tocadores de guitarra, toreros y holgazanes…y señoritas muy guapas que siempre bailan y cantan” (Boletín de la AFA, julio-octubre de 1940, p. 91). La acusación resultaba aún más significativa si se contempla que solo un año después de su viaje, Walter Disney realizaría su gira por Sudamérica y produciría luego sus películas Saludos amigos y Los tres caballeros, sedimentando la mirada estereotipada (Glik, 2010). Boggs cerró su alocución erigiendo al folklore como antídoto ante las tergiversaciones del cine. Los socios de la AFA aplaudieron consideraciones que no resultaban extrañas a la doctrina de la agrupación.

El texto modelo que era enviado desde Buenos Aires a cada socio correspondiente en el exterior invitaba a “realizar la verdadera obra humana de civilización sin el castigo que impone el exceso de materialidad, rémora extraña a las épocas de vivir artístico” (Boletín de la AFA, abril-junio de 1940, p. 79). De ese modo, la AFA extendía uno de los fundamentos de su raisond´être a cada nexo hallado en el extranjero. La idea de una sociedad materialista que se expandía en detrimento del “espíritu argentino” no era más que una huella de las propuestas de la generación nacionalista del centenario. De hecho la figura de Leopoldo Lugones era recurrentemente evocada en los textos de la AFA, al punto de hacerlo participe en las discusiones embrionarias sobre la propia denominación de la agrupación (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942).También los nacionalistas que habían ocupado los cargos más distinguidos de la Comisión Nacional de Cultura observaban con cuidado la conservación de ese “espíritu argentino”, clasificando y juzgando los productos culturales diseñados para el consumo masivo (Rubinzal, 2016). En la interacción con la máxima autoridad de la AFA se develaba la comunión en el carácter fiscalizador y moralizador de ambas instituciones.

Desde las primeras publicaciones del boletín, la oposición al materialismo se puso de relieve desde distintas perspectivas. La prioritaria en los números inaugurales estuvo vinculada a la confusión que diagnosticaban con respecto a lo que se entendía por folklórico y tradicional en su sociedad contemporánea. En esa línea, los miembros de la AFA identificaban una cierta representación “carnavalesca” que se aproximaba a la tradición y al folklore en clave de espectáculo, entretenimiento y dispersión. Esos “usos” fueron condenados en el primer editorial del órgano de propaganda y se revisitaron en numerosas ocasiones para contraponer la seriedad y el carácter orientador y pragmático de las actividades de la agrupación (Boletín de la AFA, noviembre de 1938).

Si esas eran las virtudes que se resaltaban con respecto a la asociación como colectivo, su presidente Santo Faré era presentado como la máxima expresión del desinterés material. Así lo indicaban los discursos en una comida homenaje que lo celebraba como “estandarte de esta cruzada de argentinismo” (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1939, p. 54). La “cruzada” incluía una permanente denuncia de la “degradación social” fruto de las tendencias europeizantes que propagaban el materialismo y tergiversaban las expresiones artísticas al calor del consumo. Entre 1938 y 1942, en el boletín se transcribieron cuatro conferencias de Faré correspondientes a los aniversarios de la AFA. En todas se realizaron alusiones a la temática que se leía cada vez más amenazante.

El diagnóstico se condecía con las acciones ejecutadas como paliativo. Santo Faré, además de reservar un espacio considerable de sus alocuciones, se encargó de fiscalizar y discernir las manifestaciones que debían ser consideradas parte del folklore argentino y las que no. Esa tarea la llevó adelante no solo desde su cargo en la AFA sino como miembro de la Comisión Asesora de la Comisión Nacional de Cultura (Boletín de la AFA, noviembre de 1938). Por su parte, en el boletín eran reiterativos los artículos que versaban sobre las expresiones artísticas que debían ser consideras “nacionales” y por tanto eran dignas de ser atendidas. Es viable atender que el rol de fiscales mostraba los dos campos de impacto con respecto a las “proyecciones reparadoras”: uno interno, que involucró a los socios y posibles lectores de sus publicaciones; y otro externo, que intentó ampliar consensos e intervenir en ámbitos ajenos a su incumbencia.

Entre las acciones que se remitieron al entorno folklórico se pueden contemplar las recomendaciones a los socios en pos de delinear sus gustos culturales. Un primer ajuste estaba dado en reconocer la producción nacional en detrimento de la foránea. Por ejemplo, a la hora de reseñar las pinturas de Alberto Güiraldes y Tito Saubidet, la nota cerraba con la siguiente arenga: “No debe quedar ni una de estas pinturas sin su comprador. En vez de comprar cantidad de mala pintura que se fabrica en otra parte” (Boletín de la AFA, noviembre de 1938, p. 5). Si el análisis giraba en torno a los consumos musicales, el carácter inquisidor se profundizaba: “¿Existe razón para que la música argentina deba ser excluida mientras se nos da tanta europea secundaria, carente de emoción, de arte?” (Boletín de la AFA, enero-abril de 1939, p. 31). El discernimiento entre lo nacional y lo extranjero era el estadio primario, luego de las aclaraciones básicas se enfrentaban ante el dilema de definir lo que se consideraba como “música argentina”.

En ese punto, los cuestionamientos se extendían hacia el funcionamiento de la broadcasting. Se ha anticipado la preocupación de la AFA con respecto al escaso espacio que se le otorgaba al folklore en las radios nacionales. En un articulo publicado en abril de 1939 se lamentaban: “olvidan la música folklórica” (Boletín de la AFA, enero-abril de 1939, p. 30). Era evidente que la expansión analizada por Oscar Chamosa en cuanto a la progresiva presencia de músicos de folklore en las radios de Buenos Aires no se percibía por los miembros de la agrupación. Quizá desesperanzados por la tónica de su presente, focalizaban solo en lo que entendían como una “abrumadora” supremacía del tango. En otras investigaciones hemos revisado las acusaciones provenientes de los centros tradicionalistas con respecto a lo que consideraban una “bazofia arrebalera” que de ningún modo podría competir con otros estilos, principalmente contra el Pericón, como “baile nacional” (Casas, 2017b). Si bien desestimado por esos sectores, lo cierto es que pocos podían dudar del carácter masivo del tango. Sandra Gayol ha mostrado cómo la ciudad de Buenos Aires se paralizaba ante los funerales de Carlos Gardel poco tiempo antes de la fundación de la AFA (Gayol, 2016). Santo Faré reconocía la popularidad y el valor artístico de algunas composiciones, pero “no en tanta y tanta pieza de inferioridad y hasta de bajeza” (Boletín de la AFA, julio-octubre de 1940, p. 83). Lo que discutía, entonces, era su criollidad. En uno de los discursos pronunciados en la agrupación distinguía al tango como “música de la ciudad” y, así, queda ligado a la “cosmópolis babélica” tan vilipendiada desde la AFA.

En el marco de refinar el gusto musical de los asociados y el conocimiento de la “auténtica” música nacional, la AFA proyectó en 1939 organizar una discoteca folklórica. El proyecto contemplaba dos objetivos: abastecerse de un acervo musical propio y contrarrestar el efecto de las radios y sus programaciones. Los discos se dividían por regiones y quedaban expuestos a disposición de los asociados en la sede central (AFA, 1938). Se trataba de un proceso de “liberación” de acuerdo a los términos de Faré. Según argumentaba: “el gusto del pueblo ha estado a merced de la industria”, y desde la AFA se comenzaba a modelar una reacción que pretendía trasvasar los límites institucionales (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1941).

Entre los miembros de la agrupación la crítica a la industria de la radiotelefonía se mostraba ampliamente consensuada. En el transcurso del tiempo aquí estudiado se presentaron diferentes modelos de resistencia que iban desde Santos Vega –el mítico payador cuyo espíritu se erigía como el verdadero triunfador ante el materialismo que se simulaba vencedor– hasta el propio Jesucristo3. En el último caso, el vocal Ricardo del Campo afirmaba en el seno de la celebración por el cuarto aniversario de la AFA: “Esperamos que surja un nuevo redentor humano que como el divino de Nazareth a los mercaderes del templo, fustigue a los mercachifles del folklore” (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1941, p. 46).

De fondo se develaba la concepción del folklore como patrimonio colectivo y se atacaba a aquellos intérpretes que registraban melodías de antaño a su nombre y recibían las remuneraciones correspondientes. En los cuestionamientos a la ley n.º 11.723 sobre la propiedad intelectual, la AFA ponía de relieve una de las variadas acciones “hacia fuera” que promovió como reacción a la industria de las expresiones artísticas (Boletín de la AFA, septiembre-octubre de 1939). Las referencias publicadas en el boletín respecto a las “apropiaciones” del folklore carecieron, en todos los casos, de nombres propios y sindicaciones precisas. Así, cuando Santo Faré divulgaba su proyecto para elaborar una Historia del Folklore Argentino se contaban entre sus argumentos: “hasta las más elementales expresiones propias han sufrido la destructora influencia del industrialismo artístico que, no siempre por mala voluntad, ha contribuido a difundir como auténtico producciones falsas, inferiores o extrañas” (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1939, p. 64). Empero, nada se especificaba sobre esas producciones.

En el ámbito en el que sí surgieron acusaciones directas fue en el cinematográfico-teatral. Allí, la voz de la agrupación fue Justo P. Sáenz (h). Se trataba de una de las plumas más reconocidas de la literatura costumbrista, en la AFA se había desempeñado como anfitrión durante los primeros años y como vocal desde su fundación. En agosto de 1937 le envió una carta al actor Enrique Muiño que fue posteriormente publicada en boletín, y que resumía la perspectiva del socio para pensar las producciones cinematográficas argentinas. En primer lugar, lo interpelaba convencido de que se dirigía a un “espíritu no mercantilizado”. La acusación comenzaba con el estreno reciente del film Viento Norte de Mario Soffici en el que Muiño montaba un “caballo colicorto tusado a la moderna”. Luego de denunciar los anacronismos en cuanto a vestimenta, ausencia de perros, armamentos, etc., repasaba otras de las producciones nacionales como Juan Moreira, Bajo la Santa Federación y Lo que le pasó a Reynoso. Sáenz lo intimidaba: “Le advierto Sr. Muiño que existe mucho público conocedor de esta ciudad (…) que ni intentan ver los llamados films nacionales con ambiente de campaña antigua para no estallar de indignación”. Le recomendaba, entonces, una revisión de su labor profesional y se respaldaba en la AFA presentándola como institución rectora en esos menesteres: “Nuestra campaña por la prensa y aún ante las autoridades nacionales será implacable y esperamos que suficientemente eficaz” (Boletín de la AFA, enero-abril de 1939, p. 38).

La esperanza de Sáenz, a la luz de las permanentes publicaciones sobre la temática, parecía restringirse a la crítica pública sin conllevar resultados tangibles. Así lo hacía saber cuando recordaba su misiva mientras preparaba otra acusación contundente, en ese caso para el ambiente teatral: “Luego de la carta a Muiño, y a pesar de la escasísima influencia que ha ejercido en filmaciones de otras cintas de ambiente campero, quiero ocuparme hoy de Calandria”. La referencia era para el personaje gestado por Martiniano Leguizamón a fines del siglo XIX. Se trataba de un nombre de peso en el universo gauchesco porque su historia narraba la vida de un gaucho matrero que se convertía al calor del amor y el indulto del Estado y redirigía su vida hacia el trabajo y la sumisión. Su fama trascendía fronteras y, para la época, ya se había consolidado como modelo para varios centros tradicionalistas rioplatenses (Casas, 2018b). Sáenz no apuntaba contra el protagonista original sino contra los actores y directores:

Seguramente lo que diga sea tan eficaz como arar en el agua, tratándose de actores que no vacilan en apartarse de la realidad por no desfigurarse el rostro con bronceados, bigotes, barbas, melenas, y de directores temerosos de que el auditorio acostumbrado a un tipo standard de paisano los desconozca o confunda. (Boletín de la AFA, mayo-agosto de 1939, p. 72)

La AFA contraponía su “verdad folklórica” ante la adulteración de los espectáculos estandarizados. A juzgar por el tono de los artículos, el feed back con la industria era nulo. El propio Sáenz narraba anécdotas sobre asesoramientos estériles que fueron desoídos por los costos y por las costumbres del público. De ese modo, los miembros de la comisión directiva debieron conformarse con intervenciones menores que, sin la resonancia de las propuestas anteriores, se presentaron como pequeñas reacciones a la sociedad contemporánea.

Por reseñar solo uno de los ejemplos, en septiembre de 1941 organizaron un evento para plantar un ombú en una plaza del barrio de San Cristóbal. El programa incluyó conferencias de los referentes de la AFA y en el boletín del mes se le dedicaron cuatro páginas. Para la agrupación se trató de un acto simbólico que representaba el “destino de la tradición”, un destino de vida “en medio de un mundo materializado, metalizado”. El ombú contenía la “verdad folklórica” en “momentos en que todo vive amenazado de adulteración, de descaracterización, de confusión”. Para finalizar, le otorgaban una ligazón a la vida pacífica de la campaña en un contexto particular, “una hora de fidelidad o de traición” (Boletín de la AFA, septiembre de 1941, p. 75). La mención se dirigía a la contienda bélica mundial que desde hacía tiempo iba impregnando los discursos de la AFA.

A los fines de la agrupación folklórica, la Segunda Guerra Mundial no hizo más que exacerbar la tónica de sus discursos con respecto a la amenaza y realzar la relevancia de la AFA en esa coyuntura turbada. El conflicto era simplificado como un asunto europeo y la situación en ese continente funcionó como un pivote omnipresente de sus actividades desde principios de 1940. La lectura de los folklorólogos oscilaba entre los “aspectos pedagógicos” de la guerra y las confirmaciones para su diagnóstico sobre una sociedad en decadencia.

Un editorial publicado a comienzos de 1941 recuperaba a modo de ejemplo el sólido compromiso identitario europeo: “Allá los hasta ayer más irreductibles enemigos políticos sacrifican sus ideas personales para alistarse por nacionalidad”. A contramano, entendían que en Argentina ese sentimiento o no existía o carecía de importancia. Allí aparecía la AFA con su misión redentora: si Europa enseñaba que cada uno quería estar con lo suyo, era menester en el sur de América definir “qué era lo nuestro”, problema que ya tenían por demás resuelto los miembros de la agrupación (Boletín de la AFA, enero-abril de 1941).

La tarea de difundirlo estaba pensada como una labor en proceso. En el último número editado del boletín, la guerra seguía acompasando las manifestaciones institucionales. No para una descripción de los acontecimientos o un análisis geopolítico de la contienda sino en pos de expandir las certezas sobre el folklore como instrumento de nacionalización. Santo Faré optó por colmar de analogías bélicas su alocución por el quinto aniversario de la AFA. Así, el conocimiento de las artes populares del país: “lo fortalece [al ciudadano] al afirmarlo en su verdadero carácter y lo acerca a sus hermanos para que entonces sea no un soldado en peligroso aislamiento sino una unidad más en un ejército.” (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942, p. 16). El presidente no perdía oportunidad de desatacar la validez de sus diagnósticos. Con “Europa quebrada” ya no quedaban intersticios para vacilaciones, con énfasis afirmaba: “¡hemos acertado!” (Boletín de la AFA, mayo-junio de 1942, p. 17). El materialismo había mostrado sus resultados y la señal de alarma para los miembros de la AFA se hacía concreta. En definitiva, lejos de constituir un signo apocalíptico, para la agrupación significó un impulso y una oportunidad para poner de relieve sus proyecciones locales e internacionales.

A modo de conclusión

La aproximación a los tiempos fundacionales de la AFA puso en evidencia una serie de relaciones que proporcionan elementos enriquecedores para los estudios abocados a temáticas afines. En orden a los balances publicados y las rendiciones económicas presentadas por la comisión directiva, la propia trayectoria de la agrupación posibilitó develar el soporte estatal, tanto a nivel nacional como desde la agencia municipal para el desarrollo de sus actividades. De ese modo, los financiamientos en forma de subsidios regulares como aquellos destinados a compras particulares, e incluso la gestión de una nueva sede social, invitan a revisar la idea de que la difusión del folklore como política de Estado se inició con los Gobiernos que se sucedieron luego de la Revolución de 1943 (Bentivegna, 2016).

La relación con la política también se puso en escena en los comienzos de sus proyectos expansivos. El ejemplo reseñado sobre la filial de Paraná evidenció solo uno de los mecanismos implementados para extender el consenso sobre la necesidad de un folklore pragmático que sirviera de orientador para la identidad nacional amenazada. La correspondencia encontrada en diversos ámbitos –culturales, religiosos, políticos– como así también la ecléctica composición de sus filas, permiten afirmar la comunión en torno a esos diagnósticos. En efecto, si bien no resultaban novedosos los discursos sobre los “elementos disolventes” de la argentinidad, sí lo fueron aquellos que colocaron al folklore como el antídoto pertinente. La AFA recopiló las variadas adhesiones y se legitimó como vanguardia de ese proceso.

La distinción pretendía ser válida en el plano nacional ya que en el espacio continental los contactos establecidos, y aquí reseñados, dejaron constancia de una red internacional en progresivo crecimiento. Los intercambios con folklorólogos americanos confirmaron por una lado un proceso regional ligado a la institucionalización de los estudios folklóricos y, al mismo tiempo, la relevancia práctica que se le otorgaban a esos conocimientos. La experiencia de las asociaciones extranjeras dejaba en claro que la AFA se constituyó como un eslabón más de la cadena que tenía a Ralph Steele Boggs y a Vicente Mendoza como principales sostenes.

La comunión afirmada con representantes extranjeros conllevó la difusión de un americanismo diferenciado del que proponían las sociedades “corrompidas” por el materialismo. Se basaba, en cambio, en un conocimiento profundo, en este caso del “espíritu argentino”, para luego aunarse en un sistema de “solidaridad continental” alejado de los estereotipos y tergiversaciones promovidos por la industria de la broadcasting y del cinematógrafo. Los productos culturales masivos, tanto nacionales como norteamericanos, fueron arduamente cuestionados, criticados y deslegitimados. De hecho, se presentaron como signo de la decadencia de valores morales que tanto atormentaba a los miembros de la AFA. En ese sentido, la Segunda Guerra Mundial se utilizó como una novedosa fuente de legitimación. Los promotores del folklore representaron al conflicto bélico como la certificación de sus diagnósticos y, desde allí, lanzaron renovadas proyecciones para la agrupación que incluían el cese del boletín y el anuncio de una nueva revista ampliada sobre folklore argentino y americano. Así, en 1942 la AFA cerraba con promesas de victoria su ciclo fundacional.

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Notas

1Sobre el trayecto de Arturo Goyeneche en el radicalismo, ver Piñeiro, 2006.

2Miguel de Andrea fue una figura relevante en la promoción social del catolicismo y en la oposición al comunismo primero y a la emergencia del peronismo después, ver, Lida, 2013.

3Santo Faré dedicó varios años de estudio a la leyenda de Santos Vega. En un discurso en el Museo Mitre afirmaba que no había sido vencido por el materialismo porque su espíritu seguía operando ya que “Vega es eterno” (Boletín de la AFA, enero- abril de 1939, pp. 35-36).

Recibido: 27 de Agosto de 2018; Aprobado: 08 de Noviembre de 2018

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