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Revista americana de medicina respiratoria

versión On-line ISSN 1852-236X

Rev. amer. med. respiratoria vol.13 no.4 CABA dic. 2013

 

LA MEDICINA RESPIRATORIA EN LA HISTORIA

El asma de Proust

 

Autora: Silvia Quadrelli

Fundación Sanatorio Güemes - Hospital Británico - Ciudad de Buenos Aires - Argentina

"La realidad que yo conocí ya no existía. Bastaba con que la señora de Swann no llegara exactamente igual que antes, y en el mismo momento que entonces, para que la Avenida fuera otra cosa. Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad. Y no eran más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida de entonces; el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugitivos como los años"1 (p 503-504).
Nadie que haya leído (directa o indirectamente, completo o de a pocos párrafos) a Marcel Proust recorre los Champs Elysées sin esa melancólica nostalgia de no haber estado allí, compartiendo esas anhelantes tardes de invierno en que el pequeño Marcel esperaba con vehemencia a Gilberta Swann. Es como sentir que estamos inadecuadamente vestidos, inadecuadamente ubicados, inadecuadamente lanzados al tiempo porque la única razón de ser de les Jardins es ser el escenario en que permanecen y discurren Françoise, Odette Swann, la vendedora de pain d'épices o la anciana dama que leía les Débats.
En esa obra enorme y exquisita en que las oraciones parecen no tener fin y en la que la mayor parte de los lectores siente que de un momento a otro será vencido y cerrará el libro exhausto, llega súbitamente el momento en que la narración va creciendo e hipnotizando al lector y en que, página a página, el dolor, la ansiedad, el amor, la congoja y la desilusión de quienes entran y salen del relato, se impone. Proust, con su narrativa prodigiosa, nos atrapa y ya nunca más nos deja olvidarlo.
En busca del tiempo perdido es uno de los libros más famosos y de mayor prestigio de toda la historia de la literatura, pero que suele contar entre sus lectores (al menos en forma completa) sólo a una exigente minoría. Pocas novelas presentan menos acción y dan menos importancia a la trama. La narración es sólo una mirada retrospectiva, plena de observaciones ante cuya inquisitiva introspección cualquier lector encontrará resonancias de su propia historia. ""Vamos, ¿qué es lo que ocurre? Estoy loca por usted, venga a verme, hablaremos francamente, porque no puedo vivir sin usted". Durante los últimos días del año esa carta me parecía probable. Quizá no lo era, pero para creerlo nos basta con el deseo y la necesidad de que lo sea. Todo soldado está convencido de que tiene por delante un espacio de tiempo infinitamente prorrogable antes de que lo maten; el ladrón, antes de que lo aprehendan; el hombre, en general, antes de que lo arrebate la muerte. Ese es el amuleto que preserva a los individuos -y a veces a los pueblos- no del peligro, sino del miedo al peligro; en realidad, de la creencia en el peligro, por lo cual lo desafían en ciertos casos sin necesidad de ser valientes"2 (p 113). Esta y otras tantas reflexiones interpelan al lector desde sus páginas, como olvidadas por descuido entre la minuciosa descripción de la decadente aristocracia parisina, el retrato penetrante de una sociedad que empezaba a cambiar para siempre y la narración febril de encuentros, desengaños, promesas y olvidos.
Pues bien, el autor de este soberbio soliloquio melancólico de más de 3000 páginas, fue un acorralado prisionero casi toda su vida. Rehén de un asma severa que modeló su estilo literario y su vida personal y que dejó para la historia la descripción de los prejuicios y limitaciones médicas de la época.
Muchos de los personajes de "À la recherche du temps perdu", son personas reales claramente reconocibles del círculo familiar y social del autor, pero además varias veces encarnan varios de los muchos médicos que pasaron por su vida. Los médicos ejercieron una gran influencia en la lectura que Proust hizo de la sociedad. No sólo porque su padre, hermano y amigos familiares eran médicos (el padre de Proust escribió un libro, "El tratamiento de la Neurastenia", posiblemente influido por experiencias con su hijo), sino también porque sus muchos problemas, tanto físicos como emocionales, lo obligaron al contacto constante con incontables especialistas.
Marcel (Valentin-Louis-George-Eugene) Proust nació el 10 de julio de 1871, en el barrio parisino de Auteuil (que es hoy el XVIème arrondissement) durante la violencia que rodeó a la represión de la Comuna de París. Días angustiosos que sobresaltaron el embarazo de su madre quien, al dar a luz en agudo debilitamiento y afectada por la malnutrición, hizo temer que no sobreviviría al parto. Su padre Adrien Proust fue un prominente patólogo y epidemiólogo, especializado en las causas y el control del cólera a través de Europa y Asia, autor de muchos artículos y libros sobre medicina e higiene (su tesis de doctorado había sido sobre neumotórax espontáneo idiopático). Su madre, Clemence Jeanne Weil, era la hija de una familia judía rica y culta de Alsacia. El matrimonio Proust se instaló en París, poco después del nacimiento de su hermano Robert, en 1873, y pasaba las vacaciones de verano en Illiers, pequeño pueblo de la campiña que, junto con los recuerdos de la casa de su tío abuelo en Auteuil, se convertiría en el pueblo ficticio de Combray donde trascurre el inicio y alguna de las escenas más significativas de À la Recherche du temps perdu.
Marcel siempre fue un niño débil y muy enfermizo, tanto como para que se creyera que no viviría más allá de su infancia. Hacía 1880, cuando tenía 9 años, Proust sufrió su primera crisis asmática. Su hermano médico, Robert Proust la describiría más tarde de esta forma: "C'est à l'âge de neuf ans, en rentrant d'une longue promenade au bois de Boulogne que nous avions faite avec nos amis D..., que Marcel fut pris d'une effroyable crise de suffocation qui faillit l'emporter devant mon père terrifié, et de de jour date cette vie épouvantable au-dessus de laquelle planait constamment la menace de crises semblables"3.
Sólo poseemos este testimonio sobre el principio de una enfermedad que iba a convertirse en casi tan famosa como su víctima, pero este corto apartado basta para prever y concluir qué insoportable carga abrumó su vida y la de su familia. Después de este comienzo brutal, el asma no le dejará prácticamente ningún respiro excepto durante unos pocos años de calma. Niño frágil a quien es necesario proteger, adolescente de salud mediocre, poco apto para seguir a sus camaradas en las agitadas locuras de la juventud, adulto para quien los sufrimientos se transforman en una desapacible rutina.
Ya de pequeño, el niño se retiraba a la biblioteca, donde convertía la vida en literatura; se decía que tragaba los libros y leía a la gente. Esperaba con ansiedad las épocas en que su familia veraneaba en Illiers, donde había una gran biblioteca en casa de su padre. Por esta razón cuando las visitas a este lugar amado se suspendieron a causa de su asma, Proust siempre vería a Illiers-Combray como un paraíso perdido4.
À la Recherche (si bien no enteramente autobiográfica) contiene múltiples referencias al impacto de la enfermedad sobre la vida de este niño sufrido: "Una mañana, cuando yo llevaba ordenados dentro de mí mis padecimientos de costumbre, de cuyo circular constante e intestino tenía yo apartado mi espíritu lo mismo que del circular de la sangre, fui corriendo hacia el comedor, donde ya estaban mis padres sentados a la mesa; y después de decirme a mí mismo que muchas veces tener frío no significa necesidad de calentarse, sino otra cosa, por ejemplo, que le han regañado a uno, y que no tener gana puede significar que va a llover, y no que uno no debe comer, me puse a la mesa, y en el instante de ir a tragar el primer bocado de una apetitosa chuleta sentí una náusea y un mareo que me hicieron pararme, y que eran la respuesta febril de una enfermedad ya comenzada, cuyos síntomas se enmascararon tras el hielo de mí indiferencia, pero que rechazaba tercamente ese alimento que yo no estaba en disposición de absorber. Y en el mismo momento se me ocurrió que si se daban cuenta de que estaba malo no me dejarían salir, y esa idea me dio fuerza, lo mismo que el instinto de conservación se la da a un herido, para arrastrarme hasta mi cuarto, donde vi que tenía una fiebre de cuarenta grados, y para prepararme a salir con dirección a los Campos Elíseos"2 (p 42).
Esta severa limitación física hizo que Marcel pasara una parte considerable de su infancia en la cama o en una silla reclinable, disneico, con infecciones respiratorias o crisis de rinitis o recuperándose del asma y sus complicaciones. Esto significó inclusive que su asistencia a la escuela fuera muy irregular. Pero sobre todo, que desarrollara una proximidad y dependencia de su madre (sobreprotectora y permanentemente alarmada ante sus síntomas) que era por momentos asfixiante. De hecho, Marcel tuvo durante toda su vida una tensa relación con su padre. No había entre ambos nada en común fuera de los lazos de sangre. Adrien Proust era un médico racional y prestigioso, que se sentía inmensamente frustrado por no poder mejorar la salud de su hijo y que, convencido de que el estilo de vida adoptado por el joven Proust era la causa de su asma, intentó hasta el agotamiento (y sin éxito) hacer que cambiara de forma de vida. Y esto agotaba a Marcel ("vous ne savez pas quelle fatigue nerveuse accable le malade qui se sent jugé à faux par quelqu'un qu'il aime et qui sent que ses plus innocent repos seront interprétés contre lui")5.
Gran parte de la vida cotidiana de Proust nos ha llegado a través de la recopilación de sus innumerables cartas hecha por Dominique Mabin, neurólogo y psiquiatra que tuvo amplio y detallado acceso a su correspondencia privada a la que publicó como Le Sommeil de Proust6 y donde se describe con detalle su vida como asmático e insomne refractario.
Las crisis de asma y la rinitis alérgica se repitieron cada vez más frecuentemente durante su adolescencia para luego espaciarse durante algunos años y finalmente recrudecer con violencia desde 1895 cuando tenía 24 años. Marcel vivía jadeando y agazapado ante la inminencia de la asfixia. Cada vez que sentía que la muerte lo amenazaba, se quedaba quieto, como si se encontrara muerto. Su asma era impredecible e inevitable y a pesar de intentos desesperados de prevención; era debilitante, despótica y destructiva.
Las enfermedades de Proust permearon la forma y contenido de toda su novela. La escritura de Proust es entendida por él mismo como: "los sollozos de aquella noche, los sollozos que tuve valor para contener en presencia de mi padre, y que estallaron cuando me vi a solas con mamá. En realidad, estos sollozos no cesaron nunca; y porque la vida va callándose más en torno mío, es por lo que los vuelvo a oír"(1) (p. 52).
Después de aquel primer episodio, grave y dramático, el asma sería la compañera ininterrumpida que le fijaría rutinas insólitas y extravagantes costumbres: un inviolable reclusorio de manías, el uso excesivo de drogas, alergias a ciertos olores, repulsión a los ruidos, la necesidad de estar cubierto siempre como si nevara, la práctica de frecuentes fumigaciones , "que me permiten respirar, pero se lo impiden a los demás". Desde niño, para poder contemplar floraciones primaverales tendría que ser llevado a observarlas tras el cristal de un carro cerrado. "El olor de determinadas flores, en primavera; el polen solar en julio, en estío; las grises nieblas de octubre, en otoño, y el humo de las maderas quemadas durante el invierno, eran para el enfermo amenazas inexorables y, en ocasiones, verdaderas tragedias intimas", señala Torres Bodet7.
Cuánto influyó este "ver la vida a través de un vidrio"en la exacerbación de la percepción de la vida como siempre mediada a través del tiempo y de la subjetividad? Proust dice que "el libro esencial, el único libro verdadero no ha de inventarlo el gran escritor, en el sentido corriente, porque existe ya en cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la labor de un escritor son los de un traductor8 (p 123). La grandeza de este genio fenomenal fue su habilidad para expresar con un exquisito arte literario la más profunda comprensión de las inquietantes, aunque refinadas situaciones y emociones humanas, en un momento (el fin del siglo diecinueve y primeras dos décadas del siglo veinte), y un lugar (París y lugares satélites en Francia) en el cual la sociedad se fragmentaba por valores en conflicto, aspiraciones sociales abrumadoras y estilos de vida artificiales y frívolos. Estas cualidades se vieron reflejadas en el perspicaz relato de Proust, cuya curiosidad intelectual se teñía de profundas incertidumbres existenciales9.
A los once años Marcel ingresó al liceo Condorcet. Su compañero Robert Dreyfus (al que años después Proust defendería apasionadamente durante el escandaloso affaire Dreyfus) aludía a sus largas ausencias, que atribuía a su muy mala salud o a sus primeras penas de amor, ya que a los quince años se había enamorado perdidamente de María de Bernadaky, a quien conoció en sus tardes de juegos en los Campos Elíseos (y que sería el modelo de la Gilberta adolescente). Dreyfus recordaba que era "un alumno pletórico de fantasía, un huidizo aprendiz del arte de meditar y soñar, que prefería el placer de leer, pensar y sentir a la ambición de destacar en los días de concesión de premios," Ese Proust imberbe gustaba recitar versos de sus poetas favoritos: Musset —al que más admiraba— , Hugo, Racine, Lamartine, Baudelaire, Leconte de l'Isle, mostrando ya tempranamente su pasión por la literatura pero sobre todo la devoción que concedería a la memoria como instrumento para restituir el tiempo perdido y sus profundos y verdaderos significados. "Fascinaba a sus jóvenes compañeros.… Me parece verlo, en estos momentos, muy friolero, de aspecto extremadamente distinguido, cubierto de gruesos jerseys, con bufanda al cuello", añade Dreyfus10.
Para el año de 1888, a la edad de diecisiete años, Proust empezó a frecuentar salones donde conoció a una serie de damas de la alta burguesía. Su primer ingreso en los salones, con la tarjeta de su talento y su seducción, que se los irá abriendo, fue en los de la viuda de Bizet, ya señora Straus, con la que mantendría amistad de por vida. Este fue el tiempo de la vie mondaine, pero también el principio del agravamiento de su asma. Uno de estos salones sería el que regenteaba Madame de Caillavet, hija de unos banqueros judíos, que vivía virtualmente separada de su marido. Mme Caillavet acabaría siendo más conocida por ser la amante de Anatole France y fue a través de ella cómo Marcel conoció a este último, a Dumas hijo, al filósofo Víctor Brochard y a otros intelectuales de la época.
Esta fue una de las épocas que más definirían a Proust y a su obra. La noblesse parisina minuciosamente observada a travé del contacto con los notables residentes y snobs de Faubourg Saint- Germain dio al narrador un medio de estudio excepcional. Este grupo social particular, cuyo funcionamiento fue sutilmente analizado en sus intrincadas jerarquías y movimientos, hizo de la obra proustiana un brillante estudio social lleno del más fino humor. La aristocracia parisina de fin del siglo XIX en plena Belle Epoque francesa fue observada e inventariada desde una inteligencia lúcida, crítica y deliciosamente irónica.
En ese transitar por salones, Proust irá tomando apuntes que sólo utilizará años después, modelando lentamente personajes y retocando escenarios de la gran novela que le espera, meta inconsciente aún de su verdadero destino. Conocemos los detalles de la vida social, moral y psicológica del Paris de entre-siglos más por la gigantesca novela proustiana que por todos los biógrafos e historiadores de la época. Marcel Proust fue capaz de reconstruir en sus personajes (con su "malicia sin fondo", la expresión es de Walter Benjamin) los prototipos de esa sociedad dorada y decadente, con la cual finalizará una época y un estilo de vivir. El número de personajes reunidos y caracterizados es tan abundante que puede decirse de Proust como de Balzac "que ha hecho competencia al registro civil".


Figura 1

De esa época de vacilaciones ante su destino es el famoso retrato que le hizo Émile Blanche -a quien conoció y trató mucho en esos años- y que Proust colgaría hasta su muerte en los muros de los sucesivos pisos en que vivió. En este cuadro (hoy en el Musée de Orsay) aparece un Proust de refinada elegancia, con esos ojos grandes, profundos, atentos, ejes de su personalidad embriagadora. El joven dandy está representado de frente, en una pose hierática con una nitidez de los contornos y delicadeza del toque que expresan una misteriosa interioridad. Ese cuadro muestra esa mirada que capturaba, hasta en sus más invisibles detalles, todo el estilo y las costumbres de la sociedad que lo mimaba, y que serían inolvidables. Esta es la época en que compraba guantes en Trois Quarter, usaba sombrero de copa y un bastón que completan el personaje de ese dandy que deslumbraba en los salones, y que hizo preguntar a su padre: "¿Es verdaderamente tan seductor?".
Pero en esa época de aparente superficialidad (y creciente tormento físico) es cuando también comienza a acuñar su visión impresionista de la vida, Proust escribe (y describe) como Monet pintaba, no lo que es sino lo que ve. Está claro que la pintura impresionista influyó y mucho sobre la escritura de Marcel Proust y, como estos pintores, Proust no busca mostrarnos el mundo exterior en una forma indubitable y bien definida, sino que nos trasmite la impresión que esa realidad le provoca:

"Je me sentis parfaitement heureux, car par toutes les études qui étaient autour de moi, je sentais la possibilité de m'élever à une connaissance poétique, féconde en joies, de maintes formes que je n'avais pas isolées, jusque là du spectacle total de la réalité"11 (p 141).


Figura 2. Jacques-Emile Blanche, (1861-1942) estimado retratista de los años 1880, nos muestra el joven Proust, representado con 21 años de edad, cuando tan sólo era todavía un cronista mundano (Retrato de Marcel Proust, 1892. Óleo sobre lienzo. Museo de Orsay, Paris).

En 1889 Marcel Proust ingresa al 76° régiment d'Infanterie à Orléans como voluntario. Esta etapa fue tan gratificante para él que cuando termina su servicio solicita una prórroga que le es negada y entonces debe volver a la vida civil y decidir el camino a seguir. Escoge estudiar Derecho y Ciencias políticas, profesión que nunca ejercería. Durante esos días continúa su vida entregado a la los salones y las mujeres elegantes, lo cual le da fama de ser un joven frívolo y superficial. A los 20 años colabora con Le Banquet, una revista fundada por los exalumnos del liceo Condorcet. Quienes leen sus artículos lo acusan de imitar el estilo de Anatole France y no le auguran un buen futuro en las letras, por la obstinación en escribir alrededor de los temas banales de la alta sociedad.
Marcel era un joven encantador, de ojos "embrujadoramente expresivos". Una sonrisa continua, agradable y acogedora se dibujaba sin pausa en sus labios y su risa estallaba al menor pretexto. De constitución delicada, por sus modales tímidos y afeminados, se convirtió en favorito de las damas de mayor edad. Curtius hace este trazo del joven Proust en esa época: "Marcel Proust tiene veinte años: grandes ojos negros, brillantes, de pesados párpados cayendo un poco hacia el lado; una mirada de extrema dulzura, que se adhiere largamente al objeto en el que se posa; una voz más dulce todavía, un poco estrangulada, un poco arrastrada, que toca la afectación evitándola siempre. Largos cabellos negros y espesos, cubriendo a veces la frente, que no tendrán nunca una cana. Pero siempre se vuelve la atención a los ojos, inmensos ojos circundados de malva, cansados, nostálgicos, extremadamente móviles, que parecen desplazarse y seguir el secreto pensamiento del que habla. Una sonrisa continua, divertida, acogedora, vacila y luego se fija inmóvil sobre sus labios. De un color mate, pero fresco y rosado, hace pensar, pese a su fino bigote negro, en un gran niño indolente y demasiado perspicaz"12.
En 1894 comienza un romance apasionado con el músico Reynaldo Hahn (talentoso pianista y compositor) que marcó el principio de la homosexualidad abierta (aunque no declarada), y su propia conciencia de su orientación sexual. Proust sería el primer novelista europeo en abordar abiertamente el tema de la homosexualidad en sus escritos.
Su asma había estado en relativa remisión por alrededor de diez años. Durante ese período su salud había estado bajo control y sus principales síntomas tenían que ver con las dificultades digestivas y las artralgias, cuya naturaleza era oscura (Sharma ha especulado en tiempos recientes que podía tratarse de una fiebre del Mediterráneo)13. Pero mientras visitaba la casa de campo de un amigo en Segrez, Seine-et-Oise, en la primavera de 1895, Marcel tuvo un severo ataque de asma durante la noche y regresó a París. Este ataque marcó el retorno a su vida de enfermo grave, lo alejó progresivamente de la vida social y condicionó su estilo de vida hasta su muerte.
En 1901, a la edad de 30 años, el juicio que el propio Marcel elabora sobre sí mismo lo pinta como un hombre triste y sufriente, " c'est "... sans plaisirs, sans but, sans activite, sans ambition, avec ma vie finie devant moi, et le sentiment de la peine que je cause a mes parents, j'ai tres peu de joi ". Cuando Proust comunicaba a sus amigos noticias de su salud, se apresuraba declarar que estaba al borde de la tumba, información que repitió con una convicción inquebrantable durante los dieciséis últimos años de su vida14.
En esa época comenzó a restringir las salidas y el contacto con las personas ya que las veía como un peligro de un enfriamiento que terminaría muchas veces en episodios de fiebre y gran malestar. Estos episodios aparecían recurrentemente en su Correspondencia como cuando escribe a Mme. Strauss ("si vous voyez Montesquiou a qui j'enverrai aussi mon livre voulez-vous lui dire que j'ai 40 degres de fievre depuis dix jours...")6 (Cor., XIX, 530-532, no 280, a Mme Straus) o se declara incapaz de escribir por sí mismo una carta ("Je sens tout le ridicule de "dicter"une lettre pour vous, mais j'ai 41 de fievre depuis dix jours"6 (Cor., XIX, 534-536, no 284, a Mme de Maugny).
Gradualmente con el paso del tiempo, los ataques de asma nocturna se hicieron cada vez más severos y lo mantenían despierto hasta las dos de la mañana. Comenzó a desayunar a las 03:00 de la madrugada. Estos ataques se hicieron también progresivamente más prolongados y en ocasiones pasaba más de 48 hs sin saber si sobreviviría a un episodio ("j'ai depuis deux jours de véritables convulsions d'asthme et d'asphyxie, pendant lesquelles écrire m'aurait été aussi impossible que parler", "une crise de trente heures pendant laquelle tout mouvement (et aussi toute immobilité), toute pensée m' ont été refusées, crises d'asthme tellement violente que rien n'y résistait"). Este predominio nocturno que hizo cambiar sus horarios a contramano de todo París, perduró toda su vida. Proust era evidentemente atópico y muy probablemente la exposición a los antígenos causales durante el día pudo haber disparado el broncoespasmo nocturno que hoy sabemos ocurre en muchos pacientes.
Tanto su padre, en 1903, como su madre, en 1905, fallecen de un accidente vascular (una hemorragia cerebral en el caso de su padre, una crisis urémica asociada a hemiplejia y afasia que fue asistida por J. Babinski en el caso de su madre). Después de la muerte de su madre, Prous escribió, "soy tan incapaz de vivir sin ella, tan vulnerable en todo sentido". Temporalmente desestabilizado por su pérdida, pasó seis semanas en un sanatorio (4).

 


Figura 3. El desafío de lidiar con los manuscritos de Proust, sobre todo por su casi ilegible escritura es bien conocido para los estudiosos de Proust como lo fue para sus editores. Escribía además párrafos en diferentes direcciones, palabras sueltas, agregados en los márgenes y la hoja usualmente separada en dos mitades con direcciones divergentes.

A partir de 1907, contrata como su chofer a Alfred Agostinelli que se transformaría en su secretario y en su más cercana compañía en 1912 (y que sería un modelo para el personaje de Albertine). Cuando Alfred muere en un accidente de avión en 1914, Marcel confiesa: "C'est l'être que j'ai le plus aimé après ma mere". Después de heredar la fortuna de sus padres, Marcel se transformó en un joven solvente e independiente y cimentó con ello un estilo extravagante, acorde a lo que la sociedad esperaba de él. Daba propinas excéntricamente generosas y, necesitado y celoso, contrató un detective privado para que le reportara las actividades de su descarriado secretario y compañero, Albert Agostinelli,

Decía su amigo Georges de Lauris "todavía puedo verlo sentado a la mesa del Larue y todavía puedo ver el gesto de su mano delicada, tratando de hacerle a uno ordenar la cena más extravagante, aceptando las sesgadas sugerencias del camarero, ofreciéndole a uno champagne, frutas exóticas y uvas de viñas remotas. Y él insistía en que no había mejor prueba de amistad hacia él que aceptarlas"14.

Ya dedicado plenamente a la escritura de À la Recherche y con su asma ahora fuera de control, Proust estaba desesperadamente intentando contraatacar la ofensiva brutal de la enfermedad para poder terminar su trabajo. Su aislamiento se volvió cada vez más absoluto; comenzó a retraerse. Fóbico del polvo y los gérmenes, generalmente estrechaba las manos de la gente usando guantes, limpiaba los sobres antes de abrirlos y hacía que sus toallas fueran especialmente lavadas.
Proust confundía en ocasiones los síntomas del asma y la fiebre del heno. Parecía sufrir de rinitis perenne desde la infancia (por lo cual había sido sometido a cauterización de la nariz cientos de veces) Prohibió que se cocinara en su departamento ya que creía que el olor de la cocina precipitaría un ataque de fiebre del heno o asma. También prohibió el uso de gas, tanto para iluminar como para calefaccionar, y lo hizo remover de su departamento por este mismo miedo. Se negaba a ver a quienes lo iban a visitar con el pretexto de que tenían puesta una flor, la cual precipitaría un ataque.
Su incapacidad lo aislaba, lo torturaba, pero también lo protegía. Cuando su hermano se casó en 1903, Proust estaba tan enfermo que apenas pudo asistir brevemente a la boda y fue incapaz de (o no quiso) participar en todas las festividades organizadas. El asma se convirtió así en una coartada para evadir tareas y compromisos sociales indeseados, enmascarado por una pose de indiferencia.
Pero esto no cambiaba el hecho (hoy evidente) de que su atormentado padecimiento era una enfermedad orgánica grave que él no podía elegir y que los médicos de la época no eran capaces de controlar. Sus larguísimas crisis con la muerte siempre a la vista, condicionaron profundamente su vida y su obra: "pendant deux jours la violence de mes crises m'a empêché de laisser rien ni personne entrer près de moi".
En la genial reflexión que sobre Proust hace Walter Benjamin, el filósofo alemán describe con lúcida fidelidad: Frente a esta dolencia los médicos son impotentes. No así el creador literario que la ha puesto planificadoramente a su servicio. Proust era, para comenzar por lo más externo, un consumado director de escena de su enfermedad. A lo largo de meses une con ironía destructora la imagen de un admirador, que le había enviado flores, con el insoportable perfume de éstas. Con los tempi de flujo y reflujo de su dolencia alarma a sus amigos, que temen y desean el instante en que el novelista aparece de pronto, muy entrada la medianoche, en el salón, roto de fatiga y anunciando que es sólo por unos minutos, aunque luego se quede hasta el albor de la mañana, demasiado cansado para levantarse, demasiado cansado para interrumpir su charla. Incluso escribiendo cartas no pone fin a ganarle a su mal los efectos más remotos. "E1 ruido de mi respiración se oye por encima del de mi pluma y del de una bañera que han dejado correr en el piso de abajo."Pero no es solamente esto. Tampoco es que la enfermedad le arrancase a la existencia mundana. Ese asma ha penetrado en su arte, si no es su arte quien lo ha creado. Su sintaxis imita rítmicamente, paso a paso, su miedo a la asfixia. Y su reflexión irónica, filosófica, didáctica, es todas las veces una respiración con la que su corazón se descarga de la pesadilla del recuerdo. Pero en mayor medida la muerte, que tiene incansablemente presente, sobre todo cuando escribe, es la crisis que amenaza, que ahoga, Mucho antes de que su padecimiento adoptase formas críticas, estaba ya frente a Proust. No desde luego como extravagancia hipocondríaca, sino en cuanto "realité nouvelle", en cuanto esa realidad nueva, desde la cual la reflexión sobre hombres y cosas es rasgo de envejecimiento15.
Pero no sólo la enfermedad torturó al joven Marcel. De niño y más tarde en la vida, los problemas físicos y psicológicos de Marcel fueron seriamente agravados por el tratamiento médico de la época. Los médicos eminentes a quienes consultaron recomendaron tratamientos tan disímiles como una restringida dieta exclusivamente en base a leche, aislamiento, enemas frecuentes y reposo en cama. Pensaban que las purgas mejorarían su asma, y consecuentemente Marcel era en ocasiones sujeto a varios enemas al día. Estos horribles tratamientos no eran sólo humillantes sino que seguramente produjeron en más de una ocasión consecuencias nefastas fruto del desequilibrio electrolítico y la desnutrición.
La infancia del narrador de À la Recherche abunda en referencias a estos tratamientos de la época: "Desde algún tiempo atrás me sentía yo propenso a tener ahogos, y el médico, a pesar de la desaprobación de mi abuela, que me veía ya morir de alcoholismo, me recomendó, además de la cafeína, que me había recetado para ayudarme a la respiración, que tomara cerveza, champaña o coñac cuando sintiese que se acercaba un ahogo, que así abortarían, decía el médico, en la "euforia"determinada por el alcohol"2 (p 42). Al igual que en los tiempos presentes, muchas de las sugerencias médicas sonaban absurdas a los oídos sin formación médica pero con mucho sentido común de una familia culta, pero la desesperación los hacía rendirse y el azar de mejorías injustificadas (como en tantos asmáticos actuales) les sugería que quizás, los médicos no estaban tan errados: "Purgantes violentos y drásticos, unos días a leche sola, y nada más. Ni carne ni alcohol". Mi madre murmuró que ella creía que a mí me haría falta tomar fuerzas, que era ya de por mí muy nervioso y que esas purgas de caballo y ese régimen me pondrían muy decaído. Observé en los ojos de Cottard, inquietos como si tuviera miedo a perder el tren, que el doctor se preguntaba si no se había entregado esta vez a su bondad nativa. Hizo por acordarse de si se había revestido su máscara de frialdad, lo mismo que se busca un espejo para ver si no se nos olvidó el nudo de la corbata. En la duda, y a modo de compensación, por si acaso, respondió groseramente: "No tengo por costumbre repetir mis prescripciones. Denme una pluma. Y sobre todo, pónganlo a leche. Más adelante, cuando hayamos acabado con los ataques y con la agripnia, no tengo inconveniente en que tome usted alguna sopa y algún puré; pero a leche, siempre a leche. … Luego ya irá usted volviendo poco a poco a la vida ordinaria. Pero en cuanto vuelvan la tos y los ahogos, purgantes, lavados intestinales, cama y leche". Escuchó las últimas objeciones de mi madre con aspecto glacial, sin contestarlas, y como se fue sin haberse dignado explicar las razones de aquel régimen, que a mis padres les pareció que no tenía nada que ver con mi caso y que me debilitaría inútilmente, no me le hicieron adoptar. Claro es que procuraron ocultar al doctor Cottard su desobediencia, y para ello evitaban las casas donde se lo solía encontrar. Pero como mi estado se agravó, se decidieron a ponerme al régimen de Cottard con toda exactitud; a los tres días desaparecieron los estertores y la tos, y respiraba bien. Entonces comprendimos que Cottard, aunque me había encontrado bastante asmático, como más tarde nos dijo, y sobre todo "chiflado", vio claramente que lo que en aquel momento predominaba en mí era una intoxicación, y que lavándome bien el hígado y los riñones me descongestionaría los bronquios y me daría respiración, sueño y fuerzas. Y comprendimos que aquel imbécil era un gran clínico"2 (p 44).
La lista de médicos que Proust consultó por su asma fue realmente extensa. Comenzó con el doctor Duplay y siguió con otros grandes nombres de la época como Merklen, Dubois, Veschide, Linossier, Faisans, Vaquez, Wicart, Coitte, Widmer y finalmente el doctor Bize que lo asistió habitualmente desde 1904 hasta su muerte16.
Según las concepciones de la época que asignaban un origen nervioso a la enfermedad, el pobre Marcel fue tratado con calmantes y "nervins,"término utilizado al mismo tiempo para tranquilizantes y tónicos del sistema nervioso. Se lo envió a residir a la montaña en compañía de su madre o junto al mar, a Cabourg, pero nunca a Illiers, su paraíso perdido. Su asma se empeora a lo largo de los años. En su Correspondencia, Marcel da penosas descripciones de la longitud de las crisis, horas y horas, durante las cuales "tout mouvement (et aussi toute immobilite) toute pensee m'ont ete refuses, crise d'asthme tellement violente que rien n'y resistait ""6.
El Dr. Merklen, a quien Proust consultó, aseguró que su asma era solo un hábito nervioso y recomendó que se internara en el sanatorium del Dr. Dubois para enfermedades nerviosas en Berne. Agregó que el Dr. Dubois haría que Proust dejara su hábito asmático, dado que él y sus socios habían hecho
que la gente dejara el hábito de la morfina. Otro médico llamado Dr. Dejerine (de La Salpetriere) prometió curar a Proust mediante tres meses de completo aislamiento. El aislamiento consistía no en remover al paciente de polen y otros inhalantes nocivos, sino en una forma de psicoterapia. El propósito era lograr descanso físico y mental. El evitar los estímulos nocivos crearía tranquilidad e incentivaría meditación y relajación17.
Otro médico llamado Sollier también pensó que podría curarlo mediante seis semanas de aislamiento y Proust fue a Boulogne-sur-Seine en diciembre de 1905. Después de seis semanas de relativo aislamiento regresó a su hogar "fantásticamente enfermo". Su padre pensó, y así lo dijo "que él no tenía nada de malo excepto por una falta de poder de voluntad". En una de sus cartas Proust escribió: "Constantin dijo que fue todo creado por mi imaginación el que el aire frío fuera malo para mi, porque Papa le dijo a todo el mundo que yo no tenía nada de malo y que mi asma es puramente imaginario. Sé demasiado bien cuando despierto aquí en la mañana que es muy real". La visión del Dr. Proust es muy sorprendente viniendo de un médico distinguido, pero representaba la opinión de la época y quizás la impaciencia de un padre que sufría desde hacía mucho tiempo por no poder hacer nada por su hijo. Proust parece haber leído mucho sobre asma, "neurastenia"y poder de voluntad en esos años. Las notas y el prefacio a Sésame et les lys y mucha de su correspondencia sugieren que estaba al tanto del famoso trabajo de Dubois de 1901 De l'influence de l'esprit sur le corps y de su obra más famosa de 1904 Les Psychonéuroses et leur traitement moral. Proust también consultó los trabajos del Dr. Wilhem Brügelmann sobre asma así como L'Hygiene de l'asmathique de Brissaud18.
Curiosamente, en la época, el asma y la fiebre del heno, en tanto enfermedades "nerviosas" eran consideradas propias de las personas cultivadas e instruídas. William Dunbar (un prestigioso médico norteamericano especialista en asma y que hizo los primeros experimentos sobre desensibilización con polen) decía en 1903: "El hecho de que los salvajes y prácticamente todas las clases trabajadoras de los países civilizados estén exentos, sugiere que la fiebre del heno es una consecuencia de un mayor grado de civilización"19.
De manera similar, Morell McKenzie (otorrinolaringólogo inglés que se haría famoso por tratar al luego emperador Federico III) decía "Los afectados por fiebre del heno, pueden sin embargo tener el consuelo de que esta enfermedad afecta casi exclusivamente a personas cultivadas. Como los estornudos de verano van de la mano con la cultura, podemos de hecho inferir que a mayor grado de escala intelectual, mayor la tendencia a desarrollarlos. De allí que nuestra inclinación nacional a sufrirla puede ser tomada como una prueba de nuestra superioridad sobre otras razas"20.
Es verdad que el incremento de la prevalencia de la fiebre del heno en Gran Bretaña durante el siglo XIX fue ligado a la industrialización y el crecimiento de las clases medias21, relación que se mantuvo durante la primera mitad del siglo XX y fue documentada con datos relativamente objetivos22 tanto en Inglaterra como en Alemania23. Si bien, esta relación entre asma, atopía, rinitis alérgica y clases sociales se ha tornado mucho más confusa y menos directa desde finales del siglo XX24, sin llegar a las despreciables apreciaciones de McKenzie, probablemente la posición acomodada de la familia Proust (y consecuentemente sus hábitos de comida, calefacción, vivienda y tantos otros) pudiera haber tenido relación con la enfermedad del pequeño Marcel.
La concepción del asma como enfermedad inducida por alérgenos ya había sido introducida en 1860, antes del nacimiento de Proust. En ese año Henry Hyde Salter (1823-1871), lecturer en el Charing Cross Hospital en Londres (y él mismo asmático) propuso la clasificación del asma en intrínseca y extrínseca. Treinta años más tardes, William Osler (1849-1919) describió la relación entre varios estímulos no específicos y el asma, en un concepto no muy diferente de lo que más tarde conoceríamos como hiper-reactividad bronquial. De hecho Osler ya consideraba el asma como una enfermedad inflamatoria, basándose en los hallazgos anatomopatológicos y los cristales de Charcot-Leyden en el esputo25.
Entre 1870 y 1910, la influencia del medio ambiente sobre el asma fue creciendo como hipótesis patogénica. En 1873, Charles Blackley, un medico de Manchester, Inglatera, demostró que el polen era la causa de la fiebre del heno y el "asma del heno". Blackley pudo aislar polen y aplicarlo a la piel, la nariz y la conjuntiva y así reproducer los síntomas26.
Otro médico infaltable en la historia médica de Proust fue el Dr. Cotard, quien en la Recherchees representado en el personaje del Dr. Cottard, médico de la familia del narrador. Este prestigioso médico trató también a Proust sin éxito en base a dietas lácteas, jarabe de éter, morfina y otros como cafeína y barbitúricos como veronal y trionval, cloral, adrenalina, euvalpina, alcohol en forma de cerveza que hacía traer del Hotel Ritz de París. Proust relata con una mezcla de curiosidad e ironía, con esa habitual ambivalencia entre el desdén y la vulnerabilidad que le generan muchos médicos a pacientes de inteligencias superiores, las peripecias de las consultas del arrogante Dr.Cottard: "Como me seguían los ahogos, sin que pudiesen atribuirse a la congestión pulmonar, que ya estaba acabada del todo, mis padres llamaron a consulta al doctor Cottard. Un médico, requerido para un caso así, no basta con que sepa mucho. Como se encuentra con síntomas que pueden serlo de tres o cuatro enfermedades distintas, al fin y al cabo su olfato y su golpe de vista son los llamados a decidir qué dolencia tiene delante más probablemente, a pesar de las apariencias de semejanza con otras. Es éste un don misterioso que no implica superioridad en las demás partes de la inteligencia, y que puede poseer un ser vulgarísimo al que le guste la música más mala y la pintura más fea. En mi caso los síntomas materialmente observables podían achacarse igualmente a espasmos nerviosos, a un principio de tuberculosis a asma, a una disnea toxialimentícia con insuficiencia renal, a bronquitis crónica o a un estado complejo en el que entraran varios de estos factores. Y era lo grave que los espasmos nerviosos no requerían otro tratamiento que el desprecio; la tuberculosis demandaba muchos cuidados y un género de alimentación que hubiese sido perjudicial para un estado artrítico como el asma, y que hasta podría ser peligroso en un caso de disnea toxialimenticia, enfermedad esta que había que tratar con un régimen que, en cambio, para la tuberculosis sería funesto"2 ( p 43).
El consumo (indicado y abusado) de todas estas sustancias en forma permanente empeoró aún más su severo desbalance de sueño-vigilia, despertando a las 9 de la noche para desayunar a las 23 hs; el mismo Proust decía "Ces crises d'asthme qui ne cessent ni jour ni nuit m'obligent à ajouter à mes souffrances un surcroît d'intoxication"
Ante tantos fracasos, no es sorprendente que Proust haya desarrollado una profunda desconfianza en la profesión médica. Él creía que sus médicos no entendían la severidad de su enfermedad y eran trágicamente inmunes a su situación de víctima del asma, "el pobre paciente sofocándose quien, a través de sus ojos llenos de lágrimas, sonríe a la gente que empatiza con él sin poder ayudarlo"27.
El agravamiento de su asma a partir de 1910, cuando Proust tenía 39 años (y ya trabajaba febrilmente en la Recherche), lo vuelve cada vez más prisionero de su cama. El asma no es el único mal que lo aqueja, la rinitis alérgica severa lo tiene en un estado de continuo malestar, así como los episodios recurrentes de otitis media (que algunos adjudican al uso frecuente de tapones de oídos para evitar los ruidos), los malestares gastrointestinales y la cefalea.
El 28 de enero de 1910 el Sena inundó París y alcanzó la morada que Proust habitaba en un primer piso. Los trabajos de restauración lo sumen en la desesperación, y decide refugiarse en Cabourg.
En la primavera 1917 su enfermedad empeora sensiblemente. Sus preocupaciones cardíacas se vuelven frecuentes y menciona recurrentemente "d'accidents cardiaques dont j'avais deja eu un commencement et qui semblent un peu d'angine de poitrine"6 (Cor., X, 72-75, no 31, a Georges de Lauris). En una cadena incesante de efectos secundarios, lucha contra la disnea que trata de sofocar con la cafeína y la efedrina que empeoran su insomnio que lo obliga a consumir más y más somníferos que lo llevan a la adicción a los opiáceos que le producen una constipación refractaria que le impone humillantes y repetidas enemas, todo lo cual lo deja esclavo de una fatiga y una debilidad que transforman cada hora de su vida en un tormento. Su asma mejora un poco en Cabourg; pero en Versalles o París su vida es muy dolorosa "malgre toutes les cafeines du monde,"a punto de no poder casi caminar. Mientras sigue escribiendo À la recherche du temps perdu las crisis incesantes hacen " qu'il n'a meme plus de cerveau ". Experimentaba frecuentemente una gran astenia que reducía sus capacidades de trabajo. Su gran inquietud, era no poder terminar su obra, angustia que trasmitió en sus cartas a algunos confidentes como Gaston Gallimard y Emile Straus. A veces no podía siquiera escribir sus cartas y debía dictar su correo a Celeste, su fiel asistente. Tomaba cada vez más medicamentos para atravesar "ses heures de vrai coma, de martyr"o pasar "quarante-huit heures haletant comme un demi-noye qu'on sort de l'eau, sans pouvoir dire une parole ni faire un mouvement."
Marcel Proust fue un gran consumidor de cafeína, la cual tomaba tan descontroladamente como a los somníferos. La consumía en forma de café ("j'avais pris pour calmer mon étouffement dix-sept tasses de café") y también en forma de sello conteniendo 10 cg de cafeína, tanto que el café se transformó progresivamente, sobre todo en los últimos años, en su principal y a veces único alimento. Las alusiones a sus abusos se hacen cada vez más frceuentes en su correspondencia mostrando cuánto lo preocupan y cuanto Proust interpretaba (pese a que sus médicos insistían en que estaba equivocado) que eran responsables de gran parte de sus síntomas: "... je suis, je le crois, tres malade (d'une facon autre que ma maladie habituelle), je dois du reste me tromper sur mon mal, car j'ai voulu me faire trepaner, croyant que la cause de certains phenomenes nouveaux chez moi etait dans le cerveau, et le docteur que j'ai consulte s'y est absolument refuse disant que je me trompais entierement"(6) (Cor., XVII, 282-284, no 114, a Clement de Maugny)
En sus cartas, Proust expresó frecuentemente su aflicción y desesperanza por estar siempre enfermo y en ocasiones muy mal: "durante esos días, los cuales para mí son una verdadera agonía por el sufrimiento físico y moral, estoy casi por morir y mi respuesta será sólo el deseo de la persona que agoniza… Vivo en la cama, muriendo… estoy muy enfermo, con 800 cartas esperando por responder… Durante todas esas semanas en las que no paro de casi morir, no sé si sabe Ud. que he estado muriendo horriblemente"28.
Los insomnios de los que sufría Marcel Proust fueron precoces y graves. A partir de su servicio militar (a la edad de 18 años) Marcel tomaba sulfonéthylméthane, un somnífero que, paradójicamente generaba insomnio. Tempranamente no podía ya prescindir de su uso hasta el punto que la situación se vuelve preocupante para él, ya que es conciente de que las drogas confunden su cerebro. Así escribirá a su madre: "Je vous écris malheureusement sous l'empire d'un médicament qui ôte toute netteté à mon écriture déjà si confuse". Abandona entonces la sulfonéthylméthane, y pasa al barbital, que también le produce severos efectos indeseables (desórdenes de la memoria, disartria, alteraciones de la ideación) ya que consume dosis excesivas (3g al día). El resultado: duerme mal o no duerme durante días y días: "Je vous écris très difficilement, car je n'ai pas dormi une minute depuis dix jours"
La combinación del asma, el insomnio, los efectos secundarios de los sedantes y una progresiva anorexia, apenas le dejaban levantarse de la cama ("Je me leverai peut'etre une heure demain. Et puis ce sera de nouveau quinze jours de lit ...,"). Además del Trional, Proust recibía variedad de drogas muy desaconsejables para un asmático en tanto depresores del centro respiratorio "Ces coups de marteau representent la necessite quotidienne de veronal, d'opium, etc ..."6 (Cor., X, 51-52, no 19, a Robert de Montesquiou) . La insoportable sofocación de su asma lo obligaba a consumir sedantes, pero lo hacía (por malas indicaciones y también por malas decisiones propias) con torpeza y excesos También le recomendaron cigarrillos o polvos antiasmáticos que él quemaba en su habitación (Escouflaire, Espi, Legras) solos o asociados a otros medicamentos y de los que hay también múltiples referencias en sus cartas. Agregado a esto recibía frecuentes enemas de glicerina o mercurio por la constipación severa (seguramente secundaria a los opiáceos que consumía en cantidad) y tomaba tisanas varias y bicarbonato de sodio para su rebelde malestar digestivo.
Estos tratamientos inhalatorios eran comunes durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Los más populares eran la inhalación de humos a partir de la combustión de estramonio, lobelia, tabaco y potasio. Esta popularidad coincidió con el incremento del uso de cigarrillos de tabaco y cannabis con fines recreacionales y médicos asociado a su vez al desarrollo de la tecnología para producir cigarrillos en forma masiva29.
El estramonio es la hoja disecada de la Datura stramonium, también conocida como manzano espinoso. Es una planta de la familia de las solanáceas con efectos psicoactivos, cuyos ingredientes activos son los alcaloides de belladona, que hoy sabemos son potentes anticolinérgicos. Este tratamiento está por ejemplo mencionado en Stedman's Twentieth Century Practice of Modern Medical Science30. La práctica de fumar estramonio fue introducida en Gran Bretaña desde la India en las primeras décadas del siglo XIX y de allí se difundió a toda Europa continental. Su uso fue también promocionado como analgésico y Alexander Marcet notó que la Datura stramonium era frecuentemente cultivada en muchos jardines británicos, expresamente con el propósito de tratar el asma. El mismo René Théophile Hyacinthe Laennec incluyó en su famoso tratado sobre la auscultación en 1819 una discusión sobre el asma, recomendando como tratamiento el opio, la belladonna, el estramonio, el tabaco y el café.
Henry Hyde Salter en Gran Bretaña y Armand Trousseau en Francia (ambos asmáticos ellos mismos), reconocían que el estramonio no siempre garantizaba el control del asma, lo cual expicaban por el "especial capricho del asma"o por diferencias en "el modo de preparación y secado de la droga"y recomendaban inhalar el humo tanto como fuera posible dentro de los pulmones, alegando de que esto mejoraría la llegada de la droga a las área afectadas. El mismo Osler recomendaba llenar el ambiente con los humos del papel de nitrato de potasio, antes de acostarse para prevenir los ataques nocturnos29.
Aunque lo negara, hay también suficiente documentación que sugiere que (como muchos pacientes de la época) Proust consumía opio, morfina y heroína, consumo que se hará cada vez mayor a lo largo de los años. Al final de su vida, la obsesión de no poder respirar o la necesidad de calmar las crisis de sofocación implicaba "la necessite de faire des fumigations plusieurs heures plusieurs fois par jour ..."(6) (Cor., XVIII, 544-549, no 319, a Rosnyaine). En esas condiciones, ya casi no podía recibir visitas y pasaba casi todo el tiempo en la cama, escribiendo febrilmente.
A pesar de la irritación y nerviosismo que le producía la mezcla de sus sofocaciones y medicamentos, Proust, con toda su ironía y refinado sarcasmo, era un hombre tierno y extremadamente sensible a la amistad verdadera. Marcel era bondadoso, delicado y agradecía el más insignificante favor y la menor atención. Lucien Daudet, uno de sus amigos íntimos, remarcaba que Proust tenía para con sus amigos una extremada delicadeza y un don de adivinación poco envidiable. Descubría todas las pequeñeces, a menudo bien ocultadas, de un corazón humano, y tenía horror por las mentiras, aún las poco importantes, las reservas intelectuales, los tapujos, los falsos desintereses, la palabra agradable que tiene un objetivo útil, la verdad un poco deformada por conveniencia, o sea, todo lo que preocupa al amor, entristece la amistad y vuelve banales las relaciones era para Proust un tema constante de asombro, tristeza o ironía "14.
Pese al agobiante tormento de su enfermedad, Marcel siguió trabajando sin descanso y en 1913 se publica el primer volumen de la Recherche (Du côté de chez Swann). La novela sólo se publica cuando Proust decide pagar la publicación de su bolsillo. Andre Gide había rechazado el texto de Proust para su publicación en la editorial Nouvelle Revue de France (NRF). Consideraba que Proust era un snob, un diletante insufrible que se arrastraba por fiestas mundanas sin propósito y al hojear algunas páginas de ese primer manuscrito, Gide pensó que no era más que un folletín de "historias de duquesas"sin ningún interés para los lectores cultos y serios. Poco tiempo después de rechazar su publicación, el mismo Gide le escribe una carta a Proust lamentando su decisión. En esa carta, Gide confiesa: "...Desde hace varios días no abandono su libro; me lleno de él con deleite, me sumerjo en sus páginas. ¡Ay de mí! ¿Por qué me resulta tan doloroso amarlo tanto?... Haber rechazado este libro quedará para siempre como el más grave error de la NFR, y (como tengo la vergüenza de ser en gran parte el responsable de esto) una de las tristezas, de los remordimientos más dolorosos de mi vida"31.
Y tenía razón. A la Recherche estaba destinado a ser uno de los libros más importantes de toda la historia literaria francesa. En esas páginas, Proust consumará quizás la más recóndita y penetrante exploración que se ha hecho sobre el amor y los celos. Se asomará a vicios y perversiones examinándolos con ojos de naturalista. Intemporalizará un cuadro vasto y vivido de la Belle Epoquefrancesa -el esplendor y la agonía de la aristocracia y su descomposición al diluirse en la burguesía moderna. La Recherchese consagrará como una de las dos o tres novelas fundamentales de la literatura contemporánea y como un clásico de todos los tiempos. Y Proust será el novelista más estudiado, comentado y escudriñado en ese siglo.
Qué llevó a Gide a convertir semejante error? Seguramente el prejuicio (Proust era un joven snob bien recibido en los salones de la aristocracia parisina), la arrogancia (Gide era ya un gran escritor y Marcel apenas bosquejaba notas sueltas en Le FIgaro) y la falta de paciencia:, el estilo proustiano de frases larguísimas, interminables, laberínticas, donde caen, en catarata, infinidad de subordinadas metáforas, todo eso con un estilo barroco y un tono lentísimo, no eran fáciles de leer con apuro (Alfred Humblot de Editions Ollendorf, el tercer editor al que había recurrido, había rechazado el manuscrito acompañando su negativa con una nota entre amable y fastidiada: "Quizá soy corto de miras -escribió, en una frase que hizo historia-, pero no concibo que un señor emplee treinta páginas en describir las vueltas que da para un lado y para el otro antes de dormirse").
En el relato proustiano, no hay ninguna aventura centrada en la intriga ni sobre la acción, sino sobre el tiempo subjetivo, es decir, sobre la percepción que tiene el narrador a través de los acontecimientos tan rápidos que conceden a la cronología exterior una duración inmensa en la lectura. Barthes decía que Proust es un sistema completo de lectura del mundo, que no hay en nuestra vida diaria, un encuentro, un intercambio, una situación, que no nos referencie a Proust, Proust puede ser nuestra memoria, nuestra cultura, nuestro lenguaje y el placer de leerlo (o releerlo) se asemeja (aunque sin respeto ni sacralidad) a una consulta bíblica32.
El asma seguía en ascenso, el consumo de sedantes y sus efectos secundarios se acrecentaban. Para contrarrestar su progresiva debilidad, incrementó el consumo de cafeína y adrenalina. Estalla la guerra con sus traumas y restricciones, falta de comida, falta de medicinas, bombardeos y censura, miedo y pérdidas. Pero Marcel, sigue escribiendo febrilmente entre sus paredes recubiertas de corcho. Focalizar en la enfermedad (aunque cada vez más acuciante) no haría justicia en describir esos años de vehemente producción: Proust conserva su refinado sentido del humor y su capacidad de jugar; juega juegos con sus personajes, partidas de cartas con sus amigos y satiriza a los arrogantes snobs que ha conocido o aún frecuenta. La arquitectura de su obra está al servicio de la entrada y salida circular de sus personajes en distintos volúmenes y distintas circunstancias, el narrador y el protagonista se dividen y se funden alternativamente y como un guiño, Proust indica al lector el camino que debe seguir. " En réalité chaque lecteur est quand il lit le propre lecteur de soi-même. L'ouvrage de l'écrivain n'est qu'une espèce d'instrument optique qu'il offre au lecteur afin de lui permettre de discerner ce que sans ce livre il n'eût peut-être pas vu en soi-même"33.
A pesar de todo el trauma a la que su frágil cuerpo y su atormentada alma han sido sometidos durante los diez años que dura la escritura de la Recherche, su talento literario permanece intacto y transforma la experiencia literaria en un consuelo y una felicidad que más que alternativa es real.
Retrasado por la Guerra, en 1918, aparece el segundo volumen: "A l'ombre des jeunes filles en fleurs". En 1919 dos sucesos importantes cambian su vida: en primer lugar afrontará el último drama inmobiliario de su existencia: su tía vende el edificio de su piso a la Banca Varin-Bernier, y provisionalmente se instala en el 8 bis de la rue Laurent Pichet, situada entre la rue Pergolesi y la famosa avenida Foch. Pero fundamentalmente en 1919 ocurre el suceso que desata una impetuosa curiosidad hacia su obra: el Premio Gouncourt a la aparición de A la sombra de las muchachas en flor, escrito en el que se despliega toda la maestría de las descripciones y el manejo de una prosa y un estilo admirables. Con su habitual ironía comentará "No me importa que el Premio rebaje un poco mis méritos, si me proporciona lectores", al igual que un año después, al recibir la Cruz de la Legión de Honor, dirá con el mismo sarcasmo: "A lo sumo servirá para adornar mi ataúd, ya que me encuentro demasiado enfermo para asistir a cenas regias".
A partir de 1920 y hasta su muerte trabajará incansable y laboriosamente pese a su progresiva decadencia física hasta la publicación del último volumen-- Le Temps retrouve -en 1922. Su asma sigue impidiéndole dormir y la dependencia a todo tipo de psicofármacos lo lleva a abusar cada vez más de estas sustancias, a tal extremo que estuvo en coma tóxico 2 veces en 1917 y 1921 (28): " j'ai été mort. Et je remonte de profondis et encore tout emmailloté comme Lazare ". Los quince años de su gestación, el autor trabaja, sin descanso. Sus manuscritos están llenos de "paperolles", múltiples tiras de papel con agregados y correcciones, verdaderas rompecabezas que luego torturaron a los editores. Está gestando esta novela iniciática, novela psicológica, estudio social donde se mezclan algo de comicidad, erotismo, sensualidad, poesía y emoción, abriendo así la puerta a la novela moderna. Redacta en cuadernos, en hojas sueltas, hace múltiples borradores que luego descarta, desespera a sus editores cambiando, sustituyendo nombres, ampliando el elenco de personajes, suprimiendo, desplazando partes enteras… Durante estos años finales de su vida, con una celebridad en ascenso, Proust comienza a aparecer ante la sociedad como un extraño y legendario fantasma siempre con su pesado abrigo y su dulce sonrisa. Se mantiene vivo sólo a los efectos de trabajar y terminar su obra.
La Recherchees un constante franquear umbrales: el umbral de la memoria voluntaria que se cruza a base de insomnios: " je passais la plus grand partie de la nuit à me rappeler notre vie d'autrefois, à Combray chez ma grand-tante, à Balbec, à Paris…"34 (p 56); el umbral de la memoria involuntaria, que se libera a partir de las sensaciones como en el famosísimo episodio de la magdalena mojada en el té: "je portai a mes lèvres une cuillerée du thé où j'avais laissé s'amoillir un morceau de Madeleine"(34) (p 101). También es una novela sobre el secreto, la imposibilidad de conocer al otro y las zozobras personales que ello implica.
Curiosamente Samuel Becket (el maestro de los silencios, de las obras de teatro cuyos diálogos son a veces apenas un intercambio de monosílabo) eligió como uno de sus autores emblemáticos a Proust, un escritor hecho de mares de palabras y de frases interminables. En el breve pero magnífico ensayo llamado simplemente "Proust", Beckett enfatiza la tristeza de no poder jamás conocer a la persona amada (y de paso a nadie) porque tanto el sujeto como el objeto observado son "dos dinamismos separados e inmanentes no relacionados por sistema alguno de sincronización". El hábito y la memoria voluntaria siempre nos ofrecen una idea y un recuerdo falso de las personas, un conocimiento imperfecto y doloroso. Por ello, según Beckett, Proust sólo puede recuperar el tiempo y el espacio donde se movieron esas personas, a partir de una memoria involuntaria. Por ello, antes de que el narrador descubra esta posibilidad, sufre al intentar aprehender a Albertine, sufre porque no puede ni podrá nunca tenerla -excepto cuando ya no importa tenerla y sólo bajo este aspecto de posesión "desposeída", donde el sujeto ya sólo puede contemplar al objeto que no exige nada de él. Beckett dirá que "en toda la literatura no hay un estudio de ese desierto de soledad y recriminación que los hombres llaman amor presentado y desplegado con tan diabólica inescrupulosidad"como la historia entre el narrador y Albertine35. No podemos conocer ni podemos ser conocidos. "El hombre es una criatura que no puede ir más lejos de sí mismo, que no conoce a nadie sino a sí.".
Para ese hombre que vivía en permanente lucha con la muerte ("depuis un mois je suis un vrai mort-vivant à qui ont été successivement retirés la parole, la vue, le mouvement.") la literatura es la vida esclarecida; es esa realidad lejos de la cual vivimos. No es que existe un mundo fuera de nosotros, sino que es mundo es construido a través de nosotros. Para cada individuo la impresión de un mismo mundo es diferente y es esa impresión única la que da valor al universo "L'univers est vrai pour nous tous et dissemblable pour chacun… Ce n'est pas un univers, c'est des millions, presque autant qu'il existe de prunelles et d'intelligences humaines qui s'éveillent tous les matins"36.
La Recherchees una novela infinita, que se escribe y se lee sin fin, ejercicio permanente de la memoria para recuperar ese tiempo que se ha ido pero vuelve a ser, pero sólo a través de la memoria involuntaria. Cuando, al inicio de la obra, el Narrador se esfuerza de manera consciente y voluntaria en recordar su pasado, no encuentra nada de lo que ha vivido, "Tout était en réalité mort pour moi"34 (p 57). El tiempo destruye los recuerdos, todo se transforma continuamente. La memoria voluntaria ofrece, según Proust, apenas la conceptualización de las personas y de los momentos vividos. En cambio, la memoria involuntaria permite revivirlos en toda su plenitud vital, sensorial y afectiva, como si el tiempo no existiera. Y como dijera melancólicamente "Les vrais paradis sont les paradis qu 'on a perdus"34 (p 150).
Al comienzo de la primavera de 1922, Proust termina el manuscrito de Le temps retrouvé y dice a Celeste: " Cette nuit, j´ai mis le mot fin. Maintenant je peux mourir ". Proust enfermó gravemente de neumonía el 18 de noviembre de 1922. Bize (su médico de ese momento) logró identificar la presencia del neumococo, pero Proust rechazó una internación, afirmando que "era inútil prolongar una vida tan infame"y recibió una visita final de Babinski quien certificó su grave estado37.
Cuánto influyó la enfermedad en el genial creador? Seguranente un Proust no asmático, hubiera sido de cualquier manera un formidable escritor, un novelista de enorme talento. Pero también es probable que no hubiera escrito À la Recherche en la forma en que la conocemos. Sin embargo, limitar la producción del escritor a un proceso lineal, dependiente de una única causa, disminuiría falazmente el alcance de la ingeniería creativa en la que intervienen tantos factores de una compleja historia personal. El aporte de Proust fue enorme y a pesar de convivir con una generación particularmente talentosa, dejó totalmente atrás a todos sus contemporáneos como Anatole France, Alphonse Daudet, Maurice Barrès, Paul Bourget, Jules Romains, y todos los otros que apenas vislumbraban el cambio de siglo cuando el joven Marcel ya revolucionaba la novela.
Fue la enfermedad la que le hizo ver la vida únicamente desde el ángulo del sueño y no de la acción? El destino imprevisible, implacable, inexplicable lo obligó a soñar su vida más que a vivirla? ("il vaut mieux rêver sa vie que la vivre, encore que la vivre ce soit encore la rêver")38. Si fue así, este jovencito melancólico y supuestamente neurasténico aceptó con coraje el desafío y puso toda su fuerza, actitud y talento para generar una obra inmensa que hasta hoy, entabla una inescrutable conversación íntima con generaciones y generaciones de lectores.
¿Qué posible enseñanza deja la historia médica de Proust? Quizás nos muestra qué tan frágiles son las verdades de la ciencia y qué tan pasajeras, ante lo cual probablemente, debiéramos ser más prudentes a la hora de predicar certezas. Nos muestra qué tan sensibles somos al prejuicio científico de nuestro tiempo. Nos revela la magnitud del impacto que la enfermedad, pero más aun la incomprensión de los médicos y el círculo social, tiene sobre las personas enfermas. Nos hace ver qué tan limitada es nuestra supuesta sabiduría a la que frecuentemente exhibimos con pedantería y qué tanto más inteligentes y perceptivos que nosotros pueden ser (sin ser Proust) muchos de nuestros pacientes, lo cual quizás debiera conferirnos más humildad a la hora de hacer enfáticas recomendaciones a pacientes "díscolos". Proust vivió (como la mayor parte de nosotros) cómo pudo y cómo quiso, muchas veces bajo la mirada desaprobadora de sus médicos. Y en esa conducta supuestamente desafortunada y reprochable para sus prestigiosos médicos, concibió la obra más descomunal de toda la historia literaria de siglo XVIII. Afortunadamente para millones de lectores, no hizo caso más que a su propio discernimiento y su propia intuición.
André Maurois relató las últimas horas de Proust con afecto y sensibilidad:
Hacia las diez del día siguiente Marcel pidió aquella cerveza fresca que le iban a buscar al Ritz. Albaret partió enseguida, y Marcel murmuró a Céleste que la cerveza, como todo lo demás, llegaría demasiado tarde. Le costaba un enorme esfuerzo respirar. Céleste no podía despegar los ojos del rostro exangüe cuya barba de varios días acentuaba la palidez de las facciones. Estaba extremadamente delgado, y sus ojos brillaban con tal intensidad que su mirada parecía penetrar lo invisible. En pie al lado de su lecho, Céleste, que apenas se mantenía derecha (no se había acostado desde hacía siete semanas), seguía todos sus movimientos, procurando adivinar y adelantarse al menor de sus deseos. Bruscamente, Marcel extendió un brazo fuera del lecho: le parecía ver en la alcoba a una mujer odiosa y gruesa. "¡Céleste, Céleste! ¡Es gorda y muy negra! Tengo miedo…"El profesor Proust, a quien fueron a avisar al hospital, acudió a toda prisa."El doctor Bize no tardó en llegar. Céleste, desesperada por haber infringido las órdenes de Marcel, presenció el desfile de medicamentos, balones de oxígeno, jeringuillas para las inyecciones… Los ojos del enfermo adoptaron una expresión irritada cuando el doctor Bize penetró en la cámara. Marcel, por lo general exquisitamente cortés, no dio los buenos días al médico y, para patentizar aún más su descontento, se volvió hacia Albaret, que llegaba con la cerveza solicitada. "Gracias, mi querido Odilon -le dijo-, por haberme ido a buscar esta cerveza."El doctor se inclinó hacia el enfermo para aplicarle una inyección, y Céleste le ayudó a apartar las sábanas. Oyó decir: "¡Ah, Céleste! ¿Por qué…?" Y notó que la mano de Marcel se posaba en su brazo y se lo pellizcaba en señal de protesta. Todos bullían alrededor de él. Lo intentaron todo, pero, ¡ay!, era demasiado tarde. Las ventosas no se adherían a la piel. Con sumo cuidado el profesor Proust levantó a Marcel sobre las almohadas. "Te estoy meneando mucho, muchacho: ¿te hago sufrir?". Y, con una exhalación, Marcel pronunció sus últimas palabras: "¡Oh, sí, mi querido Robert!"Se extinguió hacia las cuatro, dulcemente, sin un movimiento, con los grandes ojos muy abiertos"9 (p 289-292).

Esa tarde sus amigos se telefonearon agitadamente para trasmitirse con incredulidad la temida noticia: Marcel había muerto.

Agradecimientos: La autora agradece a Justine Dibarboure por su asistencia en la preparación de este manuscrito.

Bibliografía

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