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Insuficiencia cardíaca

On-line version ISSN 1852-3862

Insuf. card. vol.4 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Mar. 2009

 

IN MEMORIAM

Al Dr. José María Vaccaro

Somos en el misterioso devenir de la Vida. Hablamos de “mi vida”, “su vida”, sin comprender que aunque le demos al concepto un sentido posesivo, no nos exime de cumplir con total fidelidad, la ley natural de predestinación. Nacemos para vivir, pero también para morir. Y no hay excepciones para esta regla. Es común que, con el inexorable paso del tiempo, el recuerdo puntual de una persona se vaya diluyendo. Basta hacer una pequeña encuesta: preguntar el nombre de nuestros tatarabuelos. Sólo aquellos que se hayan preocupado en estudiar sus ancestros, podrán contestar esta pregunta.
El 18 de enero pasado murió un amigo: El Dr. José María Vaccaro. Lo conocíamos como Jóse.
Según él solía contarlo (yo no lo recuerdo con claridad), pasaba todas las mañanas a buscarme para llevarme al colegio. Ibamos caminando. Yo de pantalones cortos; él algo mayor. En esa época la diferencia de algunos años se notaba.
En el año 1974 nos volvimos a encontrar en Buenos Aires. Yo estaba haciendo mi residencia en clínica médica, y él asistía al Congreso Mundial de Cardiología. Aquel donde Rosenbaum describió su ya famoso “efecto Troilo”. Nos juntamos en una confitería, y hablamos. Habían otros compañeros con nosotros ese día: Marcelo Gamen, Ernesto Blanco y Gabriel Cererols. Fue entonces que decidí completar mi especialización en Cardiología.
De regreso en Rosario, formamos un grupo para, inicialmente, atender urgencias cardiológicas a domicilio. Así nació el SUC (Servicio de Urgencias Cardiológicas). Contábamos con electrocardiógrafos, un maletín con drogas, el código 355 de radio llamada y nuestro entusiasmo juvenil. Rápidamente nos dimos cuenta que nos faltaba infraestructura, y necesitábamos el respaldo de una unidad coronaria. Así nació UTICOR (Unidad de Terapia Intensiva y Coronaria). Compramos todo, y nos pusimos a trabajar. Nosotros mismos hacíamos las guardias; pero sin dudas, las más famosas eran las de Jóse. Sus conocimientos de hemodinamia, y su trabajo en la Unidad Coronaria del Hospital Italiano, lo hacían el más capacitado de todos nosotros. Vivimos esa época con una mística particular, y existen tantas anécdotas que creo exceden este recordatorio. No obstante vale contar la necesidad que nos planteó de entrenar colegas. Así fueron apareciendo los primeros “pollos”, como los llamábamos cordialmente. Davidovich, Weiss, Savoretti, Castañeda, Perrone. Las eternas conversaciones al borde de la pileta en Funes, donde se mezclaban filosofía, asados, truco, medicina, la razón de nuestras existencias.
El trabajo no impedía las escapadas a excursiones de pesca, que él amaba particularmente.
Recuerdo en especial cómo se divirtió al regreso de una de ellas, cuando nos encontró a Alfredo Luque y a mí, en su casa, tomando champagne, comiendo huevos fritos (es todo lo que había), y hablando en inglés.
Fue un gran amigo. Sereno, amable, disponible, tolerante.
Fue un gran médico.
Fue una gran persona.
Y espero que este humilde, desordenado y escueto recordatorio, sirva para mantener su presencia espiritual entre nosotros.
No tuve el coraje de despedirme de él en su velatorio. No fui.
Pero mi afecto por él es muy profundo. Y lo recordaré por siempre.

Dr. Juan José Bentolila

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