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Revista Argentina de Ciencias del Comportamiento

versión On-line ISSN 1852-4206

Rev Arg Cs Comp. vol.7 no.3 Córdoba dic. 2015

 

ARTICULO DE REVISIÓN

Perfiles básicos del humano compañero del perro: Una revisión teórica en antrozoología guiada por el enfoque multimodal

Díaz Videla, Marcosa , Olarte, María Alejandrab y Camacho, Javier Martínc

a Universidad de Flores. Escuela Sistémica Argentina
b Universidad de Flores
c Fundación Foro
Enviar correspondencia a: Díaz Videla, M. E-mail: antrozoología@gmail.com

Recibido el 29 de Julio de 2015; Recibida la revisión el 8 de Septiembre de 2015.; Aceptado el 14 de Octubre de 2015

Resumen
La tenencia de animales de compañía parece haber alcanzado niveles sin precedentes en las últimas décadas. Pese a su difusión, en nuestra cultura persiste una tendencia a trivializar los vínculos que los humanos establecen con otros animales, o bien a cuestionarlos como producto de alguna condición deficitaria humana. Esto habría desalentado la investigación científica sobre los vínculos humano-animal. Se analizan los hallazgos en antrozoología respecto a interacción humano-perro a partir del enfoque multimodal de Lazarus. Los vínculos humano-perro comprenden beneficios potenciales en todos los modales de la personalidad humana. Se discute respecto de la legitimidad del estudio de estos vínculos y se destaca la relevancia de su reconocimiento en el desarrollo científico.
Palabras claves: Antrozoología; Interacción Humano-Animal; Perro; Terapia Multimodal de Lazarus

Abstract. BASIC ID of the Human Dog-Companion: A Theoretical Review in Anthrozoology Guided by the Multimodal Approach. Petkeeping seems to have reached unprecedented levels in recent decades. Despite its massiveness persists in our culture a trend to trivialize the bonds that human establish with other animals, or to question these as the result of a human deficit condition. This would have discouraged scientific research on human-animal bonds. The anthrozoology findings in human-dog interaction are discussed in relation to Lazarus multimodal approach. Human-dog bonds include potential benefits in all modals of human personality. We discuss about the legitimacy of its study, and stress the importance of its recognition in the scientific development.
Key Words: Anthrozoology; Dog; Human-Animal Interaction; Lazarus`s Multimodal Therapy.

1. Introducción
Los animales han tenido una profunda influencia en las sociedades humanas desempeñando un rol fundamental en el curso de la historia de la humanidad  (York & Mancus, 2013). Las actitudes humanas hacia los animales se han marcado como variables y arbitrarias entre distintas culturas, posiblemente debido a razones de orden económico, como también a connotaciones emocionales y simbólicas particulares (Serpell, 1996). Mientras que la mayoría de los animales domésticos se explotan con indiferencia a partir de los recursos económicos y los servicios que proveen, existe una categoría diferenciada de animales domésticos, la cual por motivos no obvios, estaría exceptuada de este trato. Nos referimos a estos animales como mascotas o animales de compañía (Serpell & Paul, 1994).
La tenencia de mascotas parece haber alcanzado en las últimas décadas niveles sin precedentes pero sin embargo no se trata de una práctica moderna. Su origen se remonta al período paleolítico y habrían estado presentes desde entonces a través de toda la historia de la humanidad recibiendo complejas y, en ocasiones, contradictorias valoraciones (Kobayashi, 2011; Serpell & Paul, 2011). Pese a la gran difusión de la práctica de tenencia de mascotas, aún en nuestros días sobrevive en nuestra sociedad una vaga noción de que hay algo extraño, perverso o derrochador en manifestar afecto hacia los animales, desalentado la investigación acerca de la naturaleza de este fenómeno y de los intensos vínculos que las personas suelen establecer con sus compañeros animales. Sin suficiente evidencia, los animales de compañía han sido considerados sustitutos de vínculos humanos, instrumentos de folie y parásitos sociales, y sus custodios, en particular quienes desarrollan vínculos afectivos con ellos, han sido clásicamente sospechados de poseer alguna condición patológica o limitación social (Serpell, 1996).
Los seres humanos pueden considerarse como organismos biológicos (entidades neurofisiológicas-bioquímicas) que: (1) se comportan, actuando y reaccionando; (2) emocionan, experimentando respuestas afectivas; (3) sienten, respondiendo a estímulos táctiles, olfatorios, gustativos, visuales y auditivos; (4) imaginan, evocando imágenes, sonidos y otros eventos en los ojos mentales; (5) piensan, sosteniendo creencias, opiniones, valores y actitudes; y (6) interactúan con otros, disfrutando, tolerando o sufriendo varias relaciones interpersonales (Lazarus, 1997). En inglés, las iniciales de cada uno de los modales permiten formar el acrónimo BASIC I.D. (Behavior, Affect, Sensation, Imagery, Cognition, Interpersonal, Drugs/biology); en la versión en español se construye el acrónimo B.A.S.I.C.CO.S (Kertész, 2008; Lazarus, 1983). Esta perspectiva fue creada por Arnold Lazarus en 1973 y aunque denominó a su orientación como terapia multimodal, es más bien una descripción del estado integrativo y actual de una persona, a partir de cada uno de los siete modales (Kertész, 2005). Una vez obtenida y organizada esta información se debe indagar acerca del orden de secuencia en el que se disparan los distintos modales en cada caso en particular (Martínez, 1988).
A pesar de su innegable influencia en las sociedades humanas la presencia e importancia teórica de los animales pasada por alto en la teoría sociológica, constituyó el punto de inicio e interés del fértil campo de la antrozoología (York & Mancus, 2013), la cual se define como "el estudio científico de la interacción humano-animal, y de los vínculos humano-animal" (DeMello, 2012, p.5) y ha despertado durante los últimos treinta años un creciente interés, reflejado en  abundantes y múltiples publicaciones (Díaz Videla, Olarte & Camacho, 2015).
En este trabajo se propone organizar las evidencias de investigaciones en antrozoología, para considerar el impacto del vínculo humano-animal de compañía en función de los distintos modales. Así, se busca identificar los aspectos BASICCOS de los custodios vinculados a sus animales. Evaluar las modalidades específicas y luego examinar las interacciones más destacadas entre ellas, permite una comprensión global y minuciosa de las personas y de su ambiente (Lazarus, 1983).

2. Método
Nuestra búsqueda bibliográfica involucró dos procedimientos básicos: generar un conjunto de artículos potencialmente relevantes y seleccionar una sub-muestra de artículos para incluir en los resultados. Realizamos búsquedas en la Biblioteca Electrónica de Ciencia y Tecnología del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT) que tuvieran alguna de las siguientes combinaciones de términos claves: antrozoología + salud, "interacción humano-animal" + salud, "animal de compañía" + beneficios. Todas las búsquedas se realizaron tanto en español como en inglés, donde los términos utilizados fueron: anthrozoology, healt, "human-animal interaction", "companion animal", benefits, en las combinaciones referidas anteriormente. Estas búsquedas aportaron 236 publicaciones académicas. Los abstracts fueron revisados y las referencias fueron retenidas sólo cuando se trataban de artículos empíricos, que evaluaban aspectos ligados a la interacción humano-perro. Finalmente seleccionamos 54 estudios empíricos que fueron utilizados en el capítulo de resultados. Algunas de las referencias no incluídas en ese capítulo, como las revisiones, fueron utilizadas en el capítulo de discusión.

3. Resultados
Si bien los humanos han mantenido como mascotas una gran variedad de animales —incluyendo grillos, tigres, cerdos, vacas, ratas, cobras, caimanes, águilas— los animales prototípicos que identifican a la categoría ‘mascota’ son los perros y gatos (Herzog, 2012). Es conveniente no presuponer que los resultados encontrados en torno a la evaluación de la interacción humana y de una especie de animal particular puedan extenderse a todos. En tanto el perro es el animal de compañía que goza de mayor popularidad (Gray & Young, 2011) y es el que se ha utilizado más frecuentemente en las investigaciones sobre interacciones humano-animal, este trabajo se limitó a la incorporación de investigaciones que hayan considerado perros, para organizar los resultados en los siete modales BASICCOS: Biológico, Afectivo, Sensaciones, Imágenes, Cognitivo, Conductas y Social.

3.1. Biología
Este modal que sirve de base, ha sido posiblemente el más estudiado respecto a interacciones humano-animal, sea respecto a indicadores de salud, modificaciones fisiológicas o neurofisiológicas.
La tenencia de animales de compañía ha sido asociada a mayor supervivencia al cabo de un año de haber sufrido un infarto en pacientes tratados en una unidad coronaria (Friedmann, Katcher, Lynch & Thomas, 1980). Posteriormente, esta investigación fue replicada con 369 pacientes luego de haber sufrido un infarto de miocardio, encontrando resultados similares: las personas que tenían perros tenían una probabilidad 8.6 veces mayor de seguir con vida al cabo de un año de haber sufrido el infarto (Friedmann & Thomas, 1995). En  un estudio realizado en Australia con 5741 pacientes de una clínica de enfermedades cardiovasculares, los propietarios de mascotas evidenciaron menores niveles de presión sistólica, colesterol y triglicéridos (Anderson, Reid & Jennings, 1992). Otros estudios también asociaron la tenencia de mascotas a una reducción en los niveles de presión arterial al acariciar un animal (Vormbrock & Grossberg, 1988) o al realizar una tarea estresante en presencia de un perro (Allen, Blascovich, & Mendes, 2002; Friedmann, Thomas, Cook, Tsai & Picot, 2007; Friedmann, Katcher, Thomas, Lynch & Messent, 1983).
La tenencia de mascotas también se relacionó con mayores niveles de salud global, realización de actividad física y menor cantidad de consultas médicas (Headey & Grabka, 2007; Serpell, 1991; Siegel, 1990).
Las interacciones con perros han sido asociadas a incrementos en concentraciones de β-endorfinas, oxitocina, prolactina, β-feniletilamina y dopamina —en ambas especies— y disminución en niveles de cortisol (Handlin, Nilsson, Ejdeback, Hydbring-Sandberg & Uvnas-Moberg, 2012; Nagasawa, Kikusui, Onaka & Ohta, 2009; Nagasawa et al., 2015; Odendaal & Meintjes, 2003).

3.2. Afecto
Este modal se refiere a las emociones, o reacciones afectivas, predominantes y su alcance (Lazarus, 1997). Las interacciones humano-animal han mostrado su efecto sobre este aspecto en cuanto a la proximidad emocional y sentimientos de apego en interacciones habituales con animales de compañía, así como también en intervenciones terapéuticas.
Las interacciones con perros mostraron disminución de síntomas depresivos e incremento del bienestar psicológico en adultos mayores (Colombo, Dello Buono, Smania, Raviola & De Leo, 2006). Las actividades realizadas con perros evidenciaron menores niveles de ansiedad para pacientes psiquiátricos hospitalizados, especialmente para aquellos diagnosticados con trastornos del estado del ánimo (Barker & Dawson, 1998).
En adolescentes con dificultades emocionales, las actividades asistidas con animales también fueron relacionadas a un incremento de la capacidad de percepción de las emociones y de la empatía (Jiménez, Hernández & Ramírez, 2012).
Existe un debate teórico sobre la utilización del término apego en este contexto y si bien para algunos autores resulta legítimo utilizarlo en relación a humanos y mascotas (e.g. Kruger & Serpell, 2006; Zilcha-Mano, Mikulincer & Shaver 2011, 2012), para otros resulta inexacto (e.g. Crawford, Worsham & Swinehart, 2006). Sin embargo, existe cierto nivel de acuerdo respecto a que los animales de compañía, principalmente perros y gatos, proveen proximidad, promueven sentimientos positivos como alegría que hacen que la gente se sienta menos sola, bienestar, seguridad y propician oportunidades para desplegar cuidados y compromiso (Crawford et al., 2006; Sable, 2013). Así, por ejemplo, un estudio realizado con perros encontró menores sentimientos de soledad en mujeres que viven solas con sus animales de compañía (Zasloff & Kidd, 1994).

3.3. Sensaciones
Este aspecto comprende las percepciones de cambios en el funcionamiento corporal (Kertész, 2005) y la interacción física entre humanos y perros involucra varios tipos de estimulación sensorial no amenazante como el contacto, la presión suave, el calor y las caricias, así como señales olfativas, auditivas y visuales (Handlin et al., 2011), con efectos beneficiosos para ambos.
Un estudio encontró una disminución significativa en problemas médicos menores en las personas durante el primer mes luego de la adquisición de una mascota y este efecto se sostuvo en los dueños de los perros en una evaluación realizada 10 meses después de la adquisición (Serpell, 1991).
La tenencia de animales de compañía ha sido asociada a su vez a menores niveles de estrés percibido en estudiantes universitarios (Lee & Chai, 2015) y un incremento en el bienestar de adultos mayores (Krause-Parello & Gulick, 2015).
En un contexto terapéutico, las intervenciones asistidas con perros mostraron una disminución en la cantidad de episodios de excitación psicomotriz en personas con enfermedad de Alzheimer, particularmente durante el sundown (Churchill, Safaoui, McCabe & Baun, 1999; Fritz, Farver, Kass & Hart, 1995).

3.4. Imágenes
Este modal se refiere a las fantasías o imágenes predominantes, tanto respecto a la autoimagen, como imágenes intrusivas, flashbacks, o imágenes específicas de éxito o fracaso (Lazarus, 1997). Al ser analógicas, las imágenes generan emociones y sensaciones más intensas que las palabras que son abstracciones (Kertész, 2005). A este respecto, algunos estudios han mostrado la efectividad de la evocación mental del perro para hacer frente a estresores, así como también su influencia respecto a la autoimagen.
McConnel et al. (2011), mostraron cómo la evocación del animal de compañía resultaba efectiva para hacer frente a situaciones donde la persona experimentaba sentimientos rechazo social inducidos experimentalmente a partir de rememorar experiencias de rechazo y exclusión.
Allen (1995), entrevistó a un grupo de mujeres viudas; ellas refirieron que si bien apreciaron el apoyo de sus familiares y amigos, inmediatamente después de la pérdida de sus esposos lo que realmente querían era estar acompañadas de sus perros. Estas mujeres indicaron que en los momentos donde era inapropiado estar acompañadas de sus perros, como en  la ceremonia del funeral, habían evocado mentalmente a sus animales en búsqueda de apoyo y consuelo.
Zilcha-Mano, Mikulincer y Shaver (2012), encontraron que la evocación mental de la mascota (al igual que su presencia física), incrementaba el sentimiento de autoeficacia y autoconfianza, y reducía la presión arterial durante la realización de una tarea estresante. Los autores concluyeron que los animales de compañía podían moderar las inseguridades de las personas.
Otros estudios también relacionaron la tenencia de animales con mayor autoestima, menor sensación de abatimiento y mayor percepción de las capacidades propias (Beals, 2009; Covert, Whiren, Keith & Nelson, 1985).

3.5. Cognición
Se refiere a las ideas, creencias, valores, diálogos internos, predominantes en el hemisferio izquierdo (Kertész, 2005). A este respecto las actitudes hacia los animales han sido foco de diversos estudios.
Se ha encontrado relación entre las actitudes de las personas hacia los animales y factores culturales, socioeconómicos y demográficos, la edad de la persona, sexo, ocupación, ingresos, origen étnico, área de residencia, nivel educativo y orientación religiosa (Amiot & Bastian, 2015). Por ejemplo en una muestra probabilística de 60 culturas, Gray y Young (2011) encontraron que los perros eran las mascotas más frecuentes y que aunque las personas vivían con perros en 53 culturas, solo eran considerados mascotas en 22 de ellas.
Las actitudes y valores hacia los animales también han sido asociados a procesos de modelado a partir de figuras significativas, como por ejemplo al ver los padres interactuando positivamente con los animales de compañía (Kidd & Kidd, 1997; Serpell, 2005), o al ser testigo de situaciones de violencia doméstica y maltrato animal (DeGue & DiLillo, 2008; Raupp, 1999).
Una característica casi universal entre los tenedores de animales de compañía y que ha sido relacionada al proceso de asimilación de las primeras mascotas a las familias humanas, se refiere a la capacidad humana de pensamiento antropomórfico (Serpell & Paul, 2011). Sanders (1993) observó que, en tanto los dueños consideraban que sus perros evidenciaban características esencialmente similares a las humanas, activamente incluían a sus animales en los intercambios rutinarios y en los rituales especiales que se practicaban en el hogar. El antropomorfismo provee la posibilidad de utilizar los animales como fuentes alternativas de apoyo social (Serpell, 2003). Así, por ejemplo, un estudio mostró una asociación entre el sentimiento de soledad, crónica o inducida, y una mayor tendencia al antropomorfismo de animales de compañía (Epley, Akalis, Waytz & Cacioppo, 2008).

3.6. Conductas
Los animales de compañía son incorporados a las familias y hábitos humanos, a la vez que tienen un rol activo en la organización de las rutinas, promueven oportunidades para desplegar comportamientos de cuidados y hacen que la gente esté más activa.
En un estudio realizado en la Ciudad de Buenos Aires por el Instituto de Zoonosis Luis Pasteur, se encontró que entre las actividades cotidianas que 407 dueños compartían con sus mascotas: 99% les hablaba; 98% jugaba con ellos; 60.4% les hacía regalos; 89.9% los fotografiaba; y 53.1% les permitía dormir en su cama (Bovisio et al., 2004). Estas interacciones dan legitimidad al estatus de familia de los animales de compañía (Serpell & Paul, 2011). En el estudio realizado por Power (2008) se encontró que la noción de familia con que los participantes humanos y sus perros se relacionaban, implicaba una relación cercana construida a través de la cohabitación del hogar familiar, sostenida por reglas y rutinas que eran delineadas tanto por las personas como sus perros. Así por ejemplo, un estudio encontró que durante el primer año de haber adquirido un perro, las familias incrementaban la cantidad de actividades de tiempo libre compartidas (Paul & Serpell, 1996) y los niños de esas familias mostraban menos conductas de llanto y mayor seguridad.
En adultos mayores residentes en instituciones geriátricas, actividades terapéuticas realizadas con perros se relacionaron con una mayor organización y valoración de la rutina (Zarebski et al., 2000) y con una mejoría de los estados de inactividad (Berry et al., 2012). Las interacciones breves con perros de terapia se mostraron efectivas para reducir los trastornos de conducta (Churchill, Safaoui, McCabe & Baun, 1999; Fritz, Farver, Kass & Hart, 1995; McCabe, Baun, Speich & Agrawal, 2002).

3.7. Social
Este modal incorpora a los otros significativos, y a las expectativas, deseos e intercambios que se realiza con ellos (Lazarus, 1997). Los animales de compañía no sólo se configuran como otros en las redes sociales de sus tenedores, sino que a su vez desempeñan una función de facilitación de las interacciones sociales.
Diversos estudios han relacionado la tenencia de animales de compañía, particularmente los perros, a un incremento y facilitación de interacciones sociales, intercambios de favores, compromiso cívico, percepciones amistosas del vecindario y sentido de comunidad (Charles & Davies, 2008; Guéguen & Ciccotti, 2008; Hart, Hart & Bergin, 1987; McNicholas & Collis, 2000; Robins, Sanders & Cahill, 1991; Wodd, Giles-Corti, Bulsara & Bosch, 2007).
Se encontró también una asociación significativa entre el vínculo establecido por los niños con sus animales y sus puntajes en escalas de competencia social y empatía (Poresky & Hendrix, 1990); y mayor propensión a elegir carreras ligadas a la ayuda y a la orientación hacia valores sociales en personas que habían tenido mascotas durante la infancia (Vizek-Vidovic, Arambasic, Kerestes, Kuterovac-Jagodic, & Vlahovic-Stetic, 2001).
A su vez, los perros y otros animales no humanos poseen las facultades y habilidades consideradas necesarias para que una interacción social sea viable y para la construcción de una auténtica y gratificante relación íntima (Sanders, 1999), configurándose, además, como efectivas fuentes de apoyo social frente a estresores (Allen, et al., 2001; Allen et al., 2002).

3.8. Interacciones entre niveles
En tanto aquí no se describe un caso en particular, sería arbitrario establecer un orden en que se disparan los modales. Pero sí es posible plantear el modo de interacción entre ellos. Los modales no se encuentran estáticos ni son lineales, sino que realizan permanentemente transacciones recíprocas (Lazarus, 1997).
Los comportamientos ligados a la interacción física entre humanos y perros involucran varios tipos de estimulación sensorial no amenazante, la cual a su vez da lugar a una multitud de efectos fisiológicos que pueden estar en parte mediatizados por la activación del sistema de oxitocina (Handlin et al., 2011) el cual desempeña un rol fundamental en los beneficios psicológicos y psicofisiológicos encontrados a partir de estas interacciones (Beetz, Uvnäs-Moberg, Julius, & Kotrschal, 2012). Esta activación se ha relacionado a un estado de calma y relajación, en tanto los niveles de cortisol también tienden a disminuir luego de las interacciones (Handlin et al., 2011; Odendaal & Meintejes, 2003). Entre los comportamientos de estas interacciones se han destacado el besar al perro (Handlin et al., 2012), el contacto físico (Rehn, Handlin, Uvnäs-Moberg & Keeling, 2014) y el sostenimiento de la mirada del perro hacia el dueño (Nagasawa et al., 2009) respecto a las reacciones del sistema neuroendócrino humano. A su vez, la imagen o evocación mental del animal también se ha mostrado efectiva y ha sido reconocida como un recurso empleado por sus custodios para aportar sentimientos de seguridad, relajación y disminución de la activación fisiológica (Allen, 1995; McConnel et al., 2011; Zilcha-Mano et al., 2012).
La oxitocina ha sido consistentemente relacionada con las interacciones sociales, el apego y los comportamientos parentales (Feldman, Gordon & Zagoory-Sharon, 2011; Kendrick, Keverne & Baldwin, 1987; Pedersen, Ascher, Monroe & Prange, 1982; Pedersen & Prange, 1979), y más recientemente se la ha relacionado con la habilidad humana para inferir estados mentales de otros y el antropomorfismo (Domes, Heinrichs, Michel, Berger & Herpertz, 2007; Scheele et al., en prensa). El apego hacia el animal ha evidenciado consecuencias positivas en la salud mental de los dueños (Budge, Spicer, Jones & St. George, 1998) y el antropomorfismo permite utilizar a los animales como fuente de apoyo social, habilitando los recursos para beneficiarse emocional y físicamente de esto (Serpell, 2003).
Una teoría que ha recibido gran soporte plantea que algunos de los beneficios en la salud conferidos por las mascotas son en gran medida derivados de su rol como proveedores de apoyo social, el cual actúa como un amortiguador contra el estrés de la vida diaria (Allen et al, 2001, 2002; Kikusui, Winslow & Mori, 2006; McCune et al., 2014).
Al producirse un cambio en alguna de las dimensiones, el impacto dinámico y sinérgico tiende a esparcir sus efectos hacia las otras (Lazarus, 1997), y en tanto los modales tienden a interactuar entre sí pueden reforzarse mutuamente. Así, por ejemplo, al considerar a los perros como miembros de la familia, las personas tienen mayor tendencia a orientarse a ellos en busca de apoyo social en términos de afecto e interacción (Netting et al., 2013), dando lugar a mayor inclusión del animal en la vida familiar (Sanders, 1993). También se ha encontrado que a la vez que las interacciones humano-perro producen liberación de oxitocina en ambos, la administración nasal de ésta en perros tiende a producir un incremento en los comportamientos de acercamiento, el juego y las interacciones (Nagasawa et al., 2015; Romero et al., 2014).

4. Discusión
Así como algunos estudios han mostrado profundos beneficios a partir de la interacción entre humanos y animales, otros estudios no mostraron ventajas o inclusive mostraron peores niveles de salud entre quienes tienen mascotas comparados con quienes no las tienen (Siegel, 2011). A su vez, los estudios que destacaron una asociación positiva entre la tenencia de mascotas y los beneficios en la salud de sus dueños han sido sometidos a diversos cuestionamientos metodológicos. Se les ha cuestionado el empleo de muestras pequeñas y homogéneas, la amplia diversidad de diseños de investigación lo que dificulta los análisis comparativos, la menor proporción de estudios experimentales y la interpretación misma de los resultados en estudios correlacionales (ver Herzog, 2011; Islam & Tower, 2013; McNicholas et al., 2005). Sin embargo, algunas revisiones han destacado que los estudios con diseños más rigurosos tendían a evidenciar efectos positivos en la salud física o mental humana (Barker & Wolen, 2008; Siegel, 1993), y diversos autores que gozan de reconocimiento han concluido que la evidencia resulta convincente para afirmar los efectos positivos (e.g. Oyama & Serpell, 2013; Sable, 2013; Walsh, 2009); con independencia de que resta esclarecer más los mecanismos por los cuales se dan estos efectos (Hosey & Melfi, 2014) y de que existen moduladores, como las condiciones y etapas vitales, las actitudes hacia los animales y la naturaleza de las relaciones con éstos, que pueden dar cuenta de cuáles son las situaciones en que estas interacciones resultan beneficiosas (Amiot & Bastian, 2015).
Los vínculos afectivos entre humanos y perros, y presumiblemente también con otros tipos de animales de compañía, aportan beneficios en todos los aspectos BASICCOS de la personalidad humana. Así sea que estos efectos tengan lugar sólo bajo determinadas circunstancias, merecen reconocimiento y consideración dentro y fuera del ámbito científico. Sin embargo estos vínculos no sólo no han recibido interés científico —hasta hace tres décadas— sino que también han sido desacreditados, caracterizados como patológicos y combatidos (Serpell, 1996).
La masividad de la práctica de tenencia de animales de compañía los ubica claramente del lado de la normalidad. La misma parece haber alcanzado en las últimas décadas niveles sin precedentes en las sociedades occidentales. Algunos autores (e.g. Belk, 1996) han relacionado este incremento a los cambios ambientales alienantes en el traspaso dado en los últimos cien años hacia las grandes ciudades. Sin embargo, esto no permitiría dar cuenta de la presencia de mascotas en la prehistoria y a lo largo de toda la humanidad (Serpell & Paul, 2011). Una explicación alternativa plantea que el reciente incremento de la tenencia de mascotas en sociedades occidentales no es tanto el producto de una necesidad creciente como el inevitable resultado de un cambio histórico en las actitudes, no sólo hacia las mascotas, sino hacia los animales en general (Serpell, 1996).
 Durante el último siglo, movimientos en defensa de los animales han comenzado a cuestionar su explotación y el papel dominante de los humanos en la relación (Gutiérrez, Granados & Piar, 2007). Los animales de compañía, particularmente, han tenido derechos legales o estatus bajo la ley sólo como propiedad. El resarcimiento por su daño o pérdida estuvo ligado al valor económico de su reposición. Esto se encuentra en un proceso de cambio. Varios casos en torno a la muerte de mascotas en la atención de veterinarios, peluqueros, criadores y transporte de aerolíneas han tenido que resarcir al dueño con grandes sumas de dinero por su sufrimiento emocional (Armstrong, Tomasello & Hunter, 2001). Sin embargo, el animal no tiene un valor intrínseco, sino que el mismo viene dado por la relación de éste con el demandante desde una perspectiva antropocéntrica (Miller, 2011).
Las mascotas son posesiones, a la vez que muchas de ellos gozan de características de un miembro humano de la familia (Belk, 1996). Esta posición paradójica se acentúa en la construcción de hogares más-que-humanos (Redmalm, 2013). Animales como los perros han demostrado no comportarse simplemente como meros sustitutos de personas que deben encajar en una rutina existente. Por el contrario, es a partir de su accionar independiente que estos animales definen su propio rol en la familia, y dan forma a las reglas y prácticas de la vida familiar, ampliando la familia más allá de las relaciones biológicas para incluir relaciones más-que-humanas forjadas a través de la cohabitación y la interacción (Power, 2008). De este modo, es legítimo sostener que las mascotas son familia (Charles & Davies, 2008; Cohen, 2002). Desafortunadamente, a su vez, con la misma flexibilidad con la que fueron incorporados pueden también ser expulsadas y descartadas (Shir‐Vertesh, 2012).
Nuestra percepción y actitudes occidentales hacia los animales tienen sus orígenes firmemente arraigados en la tradición judeo-cristiana (Serpell, 1996). Los vínculos emocionales que establecemos con los animales pueden ser de gran intensidad, pero sin embargo, son más bien excepcionales. Por cada perro o gato querido hay centenares de animales domésticos confinados entre rejas en sistemas de crianza intensiva y en laboratorios de investigación (Sheldrake, 2008).
La tenencia de animales de compañía nos confrontan con un estilo de relación igualitario hacia los animales, el cual se encuentra moralmente en desacuerdo con nuestro trato despiadado hacia las especies económicamente útiles (Serpell, 1996). Cuando los dueños tratan a sus pertenencias vivientes como miembros de una relación igualitaria y mutuamente benéfica, desequilibran el antropocentrismo que rige en nuestra sociocultura (Redmalm, 2013). El crecimiento y la popularidad de los animales de compañía desde la Edad Media ha estado inextricablemente ligado con la declinación del antropocentrismo y el desarrollo gradual de un acercamiento más igualitario hacia los animales y el mundo natural (Serpell, 1996). No sorprendentemente la iglesia cristiana en gran medida condenó y combatió la tenencia de mascotas (Serpell & Paul, 1994).
Actualmente la tenencia de mascotas no genera sospechas de herejía o prácticas diabólicas, pero sin embargo a fines del siglo pasado se podía observar todavía en nuestra cultura una propensión a trivializar o denigrar el vínculo humano-animal y por consiguiente la práctica humana de tener mascotas (Serpell, 1996). Se ha propuesto que éstas son simplemente sustitutos humanos, que son innecesarias y antieconómicas, o que su tenencia se explica como una condición patológica por desviación de respuestas parentales a animales de aspecto joven y dependiente (ver Archer 1997, 2011). Estas ideas parten de considerar que la tenencia de mascotas no reporta utilidad práctica. Una visión alternativa propone que lejos de ser pervertidos, extravagantes o víctimas de instintos paternales mal dirigidos, la mayoría de los dueños de las mascotas son personas normales y racionales que hacen uso de los animales para aumentar sus relaciones sociales existentes y así mejorar su bienestar físico y psicológico (Serpell, 1996). Las investigaciones acerca de los beneficios sobre la salud y bienestar de los propietarios de animales de compañía aportan evidencia en esta dirección (para una revisión ver Beetz et al., 2012; Wells, 2009).

5. Conclusión
Las mascotas se han convertido en una característica siempre presente de la vida familiar en las culturas modernas (Serpell & Paul, 2011). Aunque su posición sea paradójica y a la vez que se incorporan a la esfera humana como miembros de la familia son comercializados de acuerdo a las leyes del mercado (Redmalm, 2013), por definición comparten intimidad con los humanos y reciben atención, cariño y cuidados, convirtiéndolos en animales excepcionales que pueden confrontarnos con el trato indiferente que prodigamos hacia los demás animales y que inclusive pueden hacernos cuestionar nuestra tradición antropocéntrica.
La mayor parte de las personas comparte su casa con animales, siente emociones positivas intensas por ellos y rutinariamente expresa sus más íntimos pensamientos y sentimientos hacia ellos, pero aun así ha persistido la exclusión convencional de los animales de consideraciones sociológicas (Sanders, 1999). Las interacciones entre humanos y otros animales consolidaron su estudio con el surgimiento de la antrozoología. El desarrollo sin precedentes de investigación reciente en antrozoología produjo un rápido crecimiento del conocimiento y entendimiento acerca de los beneficios que las personas reciben a partir de la tenencia de mascotas y éste fue uno de los temas que ha recibido mayor interés (McCune et al., 2014; Hosey & Melfi, 2014).
El análisis efectuado en función de los modales permite dar cuenta de que los vínculos desarrollados con los perros y presumiblemente con otros animales de compañía, tienen la habilidad de influir de manera positiva en los distintos aspectos o modales que componen la personalidad humana. Así sea que esto suceda bajo ciertas circunstancias, y no en todos los casos, estos vínculos resultan legítimos y ameritan el reconocimiento y el desarrollo científico.
El reconocimiento de la importancia de los vínculos que las personas establecemos con otros animales (no humanos) y su impacto en nuestra salud y bienestar se encuentra en sus etapas iniciales de desarrollo científico. Y de acuerdo a los cambios sociales en las actitudes hacia los animales, el joven campo en expansión de la antrozoología continuará su creciente y prometedor desarrollo.

Agradecimientos
Queremos agradecer a los dos revisores anónimos por los comentarios y sugerencias que nos permitieron corregir y enriquecer una versión previa de este escrito. Agradecemos también a la Universidad de Flores por su apoyo a nuestra investigación, y a todos nuestros perros de compañía por su afecto, lealtad e inspiración.

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Citar este artículo como: Díaz Videla, M.; Olarte, M. A.  y Camacho, J.  M. (2015). Perfiles BASICCOS del humano compañero del perro: Una revisión teórica en antrozoología guiada por el enfoque multimodal. Revista Argentina de Ciencias del Comportamiento, 7(3), 79-89

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