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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.2 no.2 La Plata Dec. 2001

 

Antonio Muñoz Molina entre literatura y periodismo: Las columnas

 

Jean-Pierre Castellani

Universidad de Tours, Francia

 


Resumen

La tradición del articulismo en España permanece vigente hoy a través de las columnas en los periódicos españoles actuales. Se analiza una selección de columnas de Antonio Muñoz Molina a través de observaciones generales para caracterizarlas más allá de la temática. La utilización de citas de otros autores, la estilización de la anécdota circunstancial, construyen las columnas. Puestas éstas en relación con los libros de ficción del autor constituyen los elementos básicos de la materia narrativa de relatos. En la narrativa de Muñoz Molina el columnismo deja de ser un género secundario o marginado, para formar parte de un conjunto creativo que se elabora paralelamente a las obras de ficción que resultan enriquecidas por esa reflexión de cada semana.

Palabras claves: Muñoz Molina; Columnismo; Rasgos genéricos

Abstract

Article tradition in Spain lives today in newspaper columns. In this paperwork a selection of Muñoz Molina's columns is studied in order to characterize them. Columns are constructed by using quotations of other authors and stylized anecdotes. Related to fiction works by the same author, they constiíute the basic elements of the stories' narrative matter. Columnism in Muñoz Molina's narrative is no longer a secondary or marginal genre: they are part of the creative ensemble elaborated besides his fiction works, which are enriched with this weekly insight.


 

El periódico, tal como lo conocemos hoy en día, nace del libro y, por lo tanto, es normal que una parte importante de! discurso periodístico tenga algo que ver con esos orígenes literarios. En los medios de comunicación modernos, en casi todos los diarios, coinciden, en el espacio impreso, unos textos meramente informativos y otros con pretensiones estilísticas creativas que los acercan más a la literatura propiamente dicha.
Esa tensión entre dos tipos de escritura, o sea de distintas modalidades de narrar o comentar la realidad presente, que es la finalidad inicial de la prensa, existió desde los primeros diarios. Aparentemente, la tendencia actual, bajo la influencia de la técnica, del lenguaje y de la práctica de la informática, parece dar prioridad a la objetividad olvidándose de la subjetividad. Sin embargo, la prensa española, más que otras, quizás, ha reservado siempre un lugar eminente a esa vía literaria, por su voluntad de dar opiniones al lado de informaciones. El diario A.B.C. dedica desde su creación, al principio del siglo XX, una "Tercera página" a la publicación de unos comentarios desconectados de la actualidad del día, escritos por un intelectual prestigioso, más bien académico, espacio que sigue presente, a pesar del cambio de estructura de este diario recientemente.
El columnismo, que es la forma más clara, confesada y reivindicada de esa afirmación de un punto de vista personal, conoce, desde Larra y Clarín hasta Manuel Vicent, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina o Francisco Umbral, un gran éxito y sigue teniéndolo, a pesar de esta evolución de la prensa hacia un discurso cada vez más frío y deshumanizado, que tiende a descartar el humor, el mal humor, la ironía, el descaro, el inconformismo, la provocación, estableciendo con el lector un pacto fundado en la razón, el rigor, la norma como cualquier otro producto comercial, más allá de una presentación cada vez más preocupada por la estética.
Así, Manuel Alcántara da cada día, en el diario regional Sur, una crónica poética que difunde por toda España una cadena de periódicos; Antonio Gala, dramaturgo y novelista de mucho éxito, dedica una glosa diaria muy comprometida políticamente en El Mundo, o Jaime Campany cuya columna irónica atrae a muchos lectores de A.B.C; Juan José Millas, o Manuel Vicent, por otra parte novelistas reconocidos, publican una vez a la semana, en la última página de El País una columna de gran calidad literaria; Manuel Vázquez Montalbán y Rosa Montero, en el mismo órgano, dan unos comentarios incisivos de la actualidad social o política, nacional o internacional.
En el discurso del diario moderno, muy seria en su lenguaje, si bien cada vez más lúdica en su tipografía y en su puesta en página, la columna, que no es exactamente el artículo, o la crónica, o la reseña, o la necrología, le ofrece, pues, al lector que la busca y la goza, empezando a menudo con ella la lectura del periódico, un texto marginado en el doble sentido de la palabra, figurado y concreto, limitado por un recuadro que lo separa claramente de los otros textos y lo pone de relieve, destacándolo de los demás artículos del diario: a la derecha o a la izquierda, en la última página o en un lugar privilegiado, estratégico. Todas las encuestas de hábitos de lecturas prueban que la lectura de un diario sigue un recorrido que va desde la derecha a la izquierda, en un sentido contrario al de lectura del alfabeto en nuestras escrituras occidentales, por lo menos. Lo que explica que la mayor parte de los anuncios se ubican en la página de la derecha, espacio que reclaman a menudo los columnistas (como Umbral por ejemplo en El Mundo actualmente).
Aparece en general firmado de modo llamativo, como se firma un cuadro de pintura, algo independiente, personal, parecido a una tertulia escrita, una especie de diálogo con el lector que en este caso se vuelve un amigo fiel, como un confidente. Éste va a buscar o recibir a este amigo como recibe la voz de un locutor de radio que le acompaña en su vida diaria. Esa identificación no suele ocurrir con los otros artículos del periódico. A veces aparece la fotografía, la cara del autor, lo que humaniza más el texto y subraya la afirmación directa y personal, confirmando la autoría de la enunciación.
En todos los casos la columna es un texto relativamente corto, o por lo menos del mismo tamaño. El lector sabe dónde encontrarlo y cuánto tiempo le va a costar leerlo. Es una cita amistosa y fiel, diaria o semanal según los casos.
De este modo se establece una relación desde un yo emisor predominante, consciente de su poder de influencia, y un yo receptor cómplice. Entre ambos, al contrario del texto autobiográfico que impone un pacto, a menudo "ambiguo" según la expresión de Manuel Alberca, se va creando una relación individual, en la cual el columnista está diciendo algo que comparte con su lector, se vuelve su portavoz.
La presencia de la primera persona gramatical, que se justifica en periodismo únicamente en los reportajes para dar autenticidad al testimonio, se vuelve aquí imprescindible, inherente al género. Sin este yo dictatorial, y por consiguiente injusto, o equivocado, o agresivo, no hay columna ni en su emisión ni en su recepción. Hay una fuerza retórica persuasiva que domina en este ejercicio, con vistas a una toma de conciencia de algo por un lector orientado por la acumulación de argumentos y la riqueza del estilo. El predominio del yo del columnista, escritor/periodista, explica que la columna se escriba desde sentimientos nunca neutros, más bien intensos como la felicidad, la plenitud, la ira, la ironía, la irrisión, la desilusión, el compromiso.
Además, la columna es un género totalmente libre en su temática ya que puede abarcar todos los campos: políticos, culturales, económicos, deportivos, religiosos, locales o universales. En la columna el único límite es el espacio determinado de modo sistemático y regular (unos pocos folios). La columna, en España, siempre ha sido una prueba de periodismo informativo de creación y de libertad de pensamiento. No son los temas los que faltan, sobran más bien, sino una visión personal, original, llamativa que hace que el lector termine lo que ha empezado. Cuando no funciona la columna, el lector, después de un gusto inicial, deja de leerla. El placer de lectura provoca el deseo casi urgente de lectura; su ausencia lleva al rechazo, a veces definitivo. Las columnas son a menudo el primer texto que leen los lectores, después de echar una ojeada a la primera plana o al sumario.
Antonio Muñoz Molina es uno de los representantes más eminentes de este columnismo y se sitúa en esta escuela tan española del periodismo literario y para entender el alcance de su narrativa hay que tener en cuenta su labor periodística.
Muñoz Molina escribe sus primeros artículos en un diario andaluz, El diario de Granada a partir de 1982 donde consigue abrirse camino después de empezar la carrera de periodismo en Madrid (que abandonaría luego). Son artículos semanales que, dos años después, van a dar forma a El Robinson Urbano (1984), su primer libro, seguido en 1985 de Diario del Nautilus, compilación de artículos concebidos básicamente como capítulos de un libro y publicados en El Ideal. En 1995, la editorial Alfaguara da con Las apariencias una recopilación de artículos suyos, escritos y publicados desde enero de 1988 hasta mayo de 1991, unos en A.B.C., otros en El País, en la sección de Cultura bajo el mismo nombre de "Las apariencias" o en la de Opinión. Es su propia mujer Elvira Lindo la que escribe el prólogo de esta edición. Según ella, con su publicación posterior estos textos "volvían a su esplendor primero, embellecidos en su dimensión de libro" (1995, 9). En 1992 entrega en El País el folletín Los misterios de Madrid, editado más tarde en libro (1996). En 1996-1997 propone, cada miércoles, una columna en la sección de cultura de El País, bajo el título de "Travesías". A partir de 1998, publica cada semana, en El País Semanal, suplemento dominical del diario El País, una página entera bajo el título "La vida por delante". De modo significativo esta columna ocupa la última página de texto que no sea publicitario, impreso incluso en un papel distinto, más de lujo, espacio estratégico en el recorrido de lectura de este suplemento que se presenta como un news cuya lectura empieza a menudo por esa página.
Podemos concluir, pues, de toda esa actividad regular y voluntaria que, desde siempre, Muñoz Molina ha compaginado una colaboración con órganos de prensa no como periodista sino como escritor de periódico o en periódico, y una creación propiamente literaria con obras de ficción desde Beatus lile (1986) hasta Carlota Fainberg (1999) y Sefarad (2001), como si el novelista necesitara ese contacto permanente con la observación de la realidad contemporánea y ese diálogo regular con sus lectores.
En esta perspectiva, las narraciones de ficción y los artículos de prensa significan un contacto mantenido con el lector, algo que ocupa los silencios obligados entre la publicación de las novelas. Algo que incluso va preparando la salida de nuevos textos. Ocurre que el lector también guarda de este modo el contacto con el autor, quizás más presente directamente en sus columnas que en sus narraciones. Acierta Elvira Lindo cuando afirma que "los cuentos y los artículos suponen un alimento mutuo en esos tiempos de silencio, el lector mantiene vivo el contacto con el escritor y el escritor, a su vez, mantiene un diálogo con el presente"(1995:10).
Por falta de espacio vamos a centrar nuestra reflexión en unas pocas columnas sacadas de la serie actual de "La vida por delante" de El País Semanal. He aquí una lista que constituye una selección, como un abanico representativo de la mayoría de estos textos: Historias viejas, palabras tristes/ Cartas perdidas/ El porvenir es largo/ El país de Machado/ Música de un día/ Los extranjeros/ El oro del exilio/ Las fotos de los muertos/ Grandes sonrisas/ Las enciclopedias/ La alegría totalitaria/ Lentitud de las cosas/ El pasado incesante/ Los otros/ La muerte contagiosa/ Un futuro antiguo/ De nacimiento/ Burdos españoles/ Libre empresa/ Usar y tirar/ Otro terrorismo/ A bajo precio/ Visita al purgatorio/ Utopía de Santa Cruz/ Retratos del destierro/ La invisibilidad/ Noche de verano/ Fin de verano/ El verano de Ega de Queiroz/ Sangre impura/ Los manuscritos/ La fiesta del perdón/ Las fronteras/ Instrucción pública/ Juegos de palabras/ Grandes amigos/ Cuestión de humanidad/ Dos fugitivos/ Un plano del deseo/ Fulgor de Barceló/ Una cara normal/ Grandes éxitos/ Tiempos de penuria/ Sin artículo/ Utopía lectora/ Retratos del destierro/ Te puede matar una guitarra/ Vivir a pruebas/ Ambiente electoral/ La aritmética de la libertad/ Baja política/ Políticamente correcto/ Semilla venenosa/ Don de lenguas/ La indiferencia/ El toro y el pollo/ Primavera de Lisboa/ Aceituneros/ Los antifranquistas/ Lecciones de ciencias/ Una modesta proposición/ Un recuerdo de Boy.
De estas columnas, aparentemente tan diferentes en su temática y en su problemática, podemos sacar ya unas observaciones generales para tratar de caracterizarlas. En primer lugar no hay negritas pero sí, al contrario, aparece de modo sistemático otro guiño, mucho más importante, que se manifiesta por el uso muy corriente de citas de grandes autores como Nietzsche, Machado, Montaigne, Cioran, Faulkner, Lawrance Durrell, etc. Muñoz Molina ilustra sus reflexiones, las refuerza y les da autoridad con el apoyo de una frase ajena, en general la de un gran maestro de las letras universales. Citar a otro creador es, para un autor, a la vez introducir algo exterior a su propio texto y adueñarse de este nuevo elemento. Además de una función ornamental, la cita participa de la amplificación retórica del razonamiento. Presentarla como un recuerdo personal de una lectura gozada es una posibilidad para el redactor de la columna de irrumpir en su propio texto, no de un modo vanidoso (prueba posible de su cultura y de su erudición) sino de manera individualizada. Una cita no es una digresión que aleja de su texto, o una redundancia que lo duplica, sino más bien algo que se adentra en nuestro discurso. La cita literaria, bastante usual en las columnas como en las conferencias, es una reivindicación en la enunciación, es un acto de autoridad que practica mucho Muñoz Molina y que da a sus textos un aspecto muy culto.
También podemos apuntar la ausencia de la política nacional o internacional, fuera de las alusiones numerosas a la situación en el país vasco y de unos casos obsesivos como las figuras odiadas de Pinochet, Eichmann, o de Papón. No se alude nunca a acontecimientos o a personas del mundo de la actualidad política más urgente. Los títulos de las columnas son significativos de esa huida de lo circunstancial inmediato. Se refieren más bien a elementos o conceptos filosóficos, morales y literarios: la muerte, la invisibilidad, el destierro, el perdón, la utopía, el éxito, la humanidad, la libertad, la indiferencia, las ciencias, la poesía, el futuro, el pasado, los retratos, las lentitud... Fuera de los nombres de ciertos autores clásicos, no aparece ningún personaje vivo o muerto en estos títulos. Por consiguiente no se puede sacar un índice onomástico como se suele hacer con las columnas de Umbral, lo que prueba la falta de personalización en Muñoz Molina y el predominio de lo abstracto en sus planteamientos.
Por otra parte, Muñoz Molina acude a otras técnicas, más directas todavía, para acercarnos a su vivencia e imponer su "y°" como fuente del texto que estamos leyendo. Destaca, en este particular, el uso sistemático del pronombre personal "y°" : en todos los casos se trata de una manera de salir directamente como individuo en su columna, de ser un elemento vivo siempre presente y activo. Abundan las referencias a lecturas personales que son la base de sus comentarios y de su discurso: así la correspondencia de Flaubert o las cartas de Stendhal, una nueva edición del Quijote, el estreno de una obra de Max Aub, San Juan, el aniversario de la muerte de Antonio Machado o del nacimiento de Lorca, la consulta de las enciclopedias, la reedición del Diario de Manuel Azaña, el problema del porvenir del libro frente a la imagen, el plagio, las fotografías de Sebastiao Salgado, el papel del escritor, la lectura de Ega de Queiroz, el correo electrónico, la obra de Miguel Barceló: "leo esos detalles en un libro viejo que encontré por casualidad hace años en un puesto callejero" (El País de Machado) o "Apago el ordenador, algo mareado, salgo la calle y el primer golpe del aire frío y el sol de la mañana me despejan, me despiertan, me abren los ojos a la hermosa enciclopedia de la vida real" ("Las enciclopedias") o "Ahora leo la noticia de la ejecución de ese alemán que tardó 18 minutos en morir asfixiado en una cámara de gas y pienso en tantas personas amables que he conocido y tratado en Estados Unidos" ("La muerte contagiosa") son afirmaciones y planteamientos que encontramos de modo reiterativo en las columnas de Muñoz Molina. Hasta el punto de escribir en una crónica titulada "Visita al purgatorio": "Voy siempre por la feria temiendo encontrar algún libro mío, o que yo haya dedicado a alguien".
Asimismo, aparecen a menudo elementos familiares o circunstancias cotidianas o vitales precisas, sacadas de su propio entorno: su perro, sus viajes en tren, el tiempo que pasa, los veranos, la experiencia de los programas de la televisión, las ferias del libro, las librerías de viejo que visita.
En la columna se van mezclando pues la observación aguda y crítica del presente, y los comentarios que le inspira el azar de la vida, lo que constituye poco a poco la memoria colectiva de una temporada y los recuerdos, individuales por cierto, pero dominados por un enfoque generacional, fuera del contexto político: un violinista que toca en la calle delante de la ópera de Madrid, la cola de unos extranjeros frente a la comisaría, las fotos de los muertos utilizadas en unos anuncios, la televisión y su exhibicionismo, las manifestaciones callejeras, las ejecuciones capitales en Estados Unidos, el terrorismo vasco, la libre empresa, el racismo, la paz. La defensa de los animales, que es una lucha que comparte con muchos desemboca sin embargo en unas conclusiones más generales: "De pronto, se da cuenta uno de que la extensión del dolor en el mundo puede ser aún mayor de lo que imaginaba, y de que al número de las infamias que los hombres infligen a sus semejantes hay que añadir las que se cometen contra los animales. Miro a los ojos al perro que tengo cerca mientras escribo y me cuesta sostener su mirada" ("Los otros").
Hay una estilización de la anécdota circunstancial que es lo propio de los grandes textos de la escritura del yo. Son bastante numerosas las vueltas al pasado más lejano, esencialmente a la España de Franco, la de la infancia de Muñoz Molina, de su juventud y de sus primeros años de escritor-periodista: tiempos de censura, el estado de excepción, la escuela, el contacto con la naturaleza, la iniciación a la lectura, las inquietudes literarias, la música. Se impone pues una vuelta sistemática a un pasado a la vez doloroso y poetizado, concebida no como un viaje narcisista, en un sistema de introspección egoísta, sino más bien como una toma de conciencia que se vuelve colectiva: el paso del "yo" al "nosotros" es permanente. La columna de actualidad viene a ser, en definitiva, un documento muy válido para el conocimiento del pasado, no el de los grandes acontecimientos que suelen presentar los libros de Historia sino el cotidiano de los individuos captados en su cuadro más familiar. La recreación del pasado se hace por medio de la memoria y se van mezclando memoria individual y memoria colectiva. El punto de vista es más bien el del recuerdo que el del porvenir, lo que da a esas columnas una tonalidad bastante nostálgica.
En una palabra son, repartidos en los fragmentos parciales, desordenados de las columnas, los elementos básicos constitutivos de la materia narrativa de relatos tan complejos como Beatus lile, El Jinete polaco, El invierno en Lisboa, Ardor guerrero, o Plenilunio.
No hay fronteras entre los textos de Muñoz Molina que ocupan espacios muy vecinos como la columna, la novela lírica, la ficción presentada como tal y la autobiografía más o menos disfrazada. Son modalidades de la misma materia, unificadas por un lenguaje siempre muy cuidado y renovado por un trabajo muy elaborado del idioma.
La estructura de la columna es unitaria, cerrada, circular, se transforma así en un auténtico cuadro de costumbres, o en una reflexión sociológica. Como decía uno de los maestros de la columna, el desgraciadamente olvidado González Ruano: "Un artículo es como una morcilla. Dentro metes lo que quieras, pero tiene que estar bien atado por los extremos". La de Muñoz Molina consta en general de cinco o seis párrafos, con uno de planteamiento y uno al final con una máxima que remata el texto, con un movimiento de deducciones seguidas que siguen la lógica interior del autor.
En definitiva, podemos definir de este modo las características principales de esas columnas: básicamente utilizan la técnica de la digresión, parten de un hecho y van hilvanando comentarios más generales para volver finalmente al tema, con una ¿r última frase que acaba el conjunto. Así, en "Música de un día", la observación de un violinista en la calle da lugar a una reflexión sobre el papel de la música en la vida. O en "Las enciclopedias", la consulta de este tipo de libros le permite volver a recuerdos de o niñez, a partir de la lectura del artículo "oro" o "muerto". Se puede relacionar este mecanismo con la de las cajas chinas de numerosos relatos de Muñoz Molina como Beatus lile o Plenilunio. Al fin y al cabo utiliza una estrategia de la ambigüedad, de la asociación analógica, del relato problemático, de la construcción laberíntica del texto concebido como un puzzle. Parece que son las palabras las que llevan la iniciativa del texto y no lo contrario. Además la literatura, o sea el contacto con los grandes textos, tiene una importancia fundamental en su vida, ejerce sobre él un poder fascinante e influye en su concepto del mundo. Muñoz Molina presenta a menudo meditaciones sobre el ejercicio de la escritura y reconoce ser un "haragán de los libros" que son la parte central de su vida. Vive como un curioso incansable y es un intoxicado de literatura según la fórmula de Elvira Lindo. Por eso sufre tanto el protagonista de Ardor guerrero encerrado en su cuartel, sin libros.
Del mismo modo la literatura está en el centro de sus ficciones, como, por ejemplo, en Beatus lile donde se trata, entre otra cosas, del rescate por Minaya del texto de un escritor olvidado, Solana.
Se impone pues una inquietud moral sistemática en Muñoz Molina que casi siempre parte de una perspectiva ética. Muchas columnas adoptan un tono didáctico o argumentativo. Muñoz Molina defiende los valores de liberalismo, de humildad, de autocrítica, de sencillez, de honradez, de lentitud, de sabiduría, de gozo del tiempo, de subjetividad. Se desprende de esos textos una impresión de nostalgia, de dudas, de incertidumbre, de miedo frente al mundo contemporáneo captado como violento, injusto, irracional, bestial como lo ilustra el terrorismo vasco tal como lo vive Muñoz Molina. Una frase puede resumir esa visión algo negra y pesimista de la naturaleza humana y de la sociedad en la que vivimos: "Encerrados en nuestro rincón sofocante, cada día más resignados y desalentados ante el regreso del oscurantismo, no hemos sabido aprender de nuestros exiliados ni darnos cuenta a tiempo que de un modo u otro tal vez nos aguarda el mismo destino" ("El oro del exilio"). Por eso aprueba la frase de Augusto Monterroso quien en su libro La letra e afirma que "nuestras vidas son los libros, que van a dar a la mar, que es el olvido".
Por fin hay que subrayar la ausencia de búsqueda de efectos estilísticos: se trata de una prosa sencilla, sin adornos, el discurso no tiene brillantez retórica, se parece más a una confesión directa, una conversación con un amigo.
Muñoz Molina nos presenta, en su columna "La vida por delante", una crónica de la sociedad española que consta no tanto de una galería de personajes famosos de la actualidad política, financiera, cultural como las columnas de Francisco Umbral, sino más bien de una serie de observaciones que constituyen un análisis crítico, y por lo tanto perturbador, sano, excitante, necesario, de la circunstancia histórica desde lo más nimio a lo más trascendental y, sobre todo, una puesta en duda permanente del poder, de todos los poderes, como lo resume perfectamente la conclusión siguiente: "Quizá, en el fondo, el secreto del poder sea no hacer nada: así dará la impresión de regir el orden natural y bárbaro de las cosas; la despiadada lentitud del mundo, que vuelve tan triviales y fugaces las vidas humanas" ("Lentitud de las cosas") o dicho de modo más sintético: "Tenía razón Cioran, el tiempo siempre conspira en favor de los tiranos" ("El Pasado Incesante"). Nos parece esencial la referencia a Cioran en quien pensamos a menudo al leer las columnas de Muñoz Molina.
La consulta de estas columnas abre un panorama algo completo de la problemática del año en todos los campos (quizá los grandes ausentes sean el deporte, por falta de interés, y la confesión erótica por pudor). Pero todo surge de la mirada, de la cultura, de la sensibilidad y sobre todo de la memoria del propio Muñoz Molina. Hablando de lo que pasa en España habla de sí mismo y hablando de sí mismo nos permite descubrirnos. No se trata en absoluto de un autorretrato complaciente y posiblemente vanidoso y, por consiguiente, poco interesante para el lector.
Y con esto el columnismo deja de ser un género secundario, o marginado para formar parte de un conjunto creativo que se elabora paralelamente a las obras de ficción que resultan enriquecidas por esa reflexión de cada semana.
Va creando, de este modo, una literatura que, al hablar de su propia memoria, constituye al fin y al cabo la de la España de la segunda parte de siglo XX.

Bibliografía

1. LINDO, Elvira, 1995. "Prólogo" a MUÑOZ MOLINA, Antonio, Las apariencias, Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

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