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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.4 no.4 La Plata July/Dec. 2003

 

Presentación de Olivar III: Olivar y el hispanismo argentino

 

Emilia de Zuleta

Universidad Nacional de Cuyo

 

El siglo que acaba de finalizar ha dejado la brillante trayectoria de un hispanismo argentino con fuertes raíces que hacen prever para el futuro nuevos desarrollos.

En otras ocasiones he esbozado el crecimiento y evolución de ese hispanismo que, además de ser fruto natural de la herencia común de lengua y cultura, entre españoles y americanos, creció a impulsos de acciones positivas desde uno y otro lado de este Atlántico que por momentos nos unió o nos separó.

Hubo en el final del siglo XIX aquel hispanismo práctico fundado por Menéndez Pelayo, Castelar, Cánovas, Valera, Ganivet y Unamuno que percibieron a Hispanoamérica como una prolongación natural de España. Y hubo un hispanismo centrado en la Argentina a partir de los centenarios de 1910 y 1916, cuando la búsqueda de aquellas raíces multiplicó los contactos y los viajes en ambas direcciones. Y si desde allí llegaron Rafael Altamira, Vicente Blasco Ibáñez, Jacinto Benavente, José María Salaverría, desde aquí partieron Enrique Larreta, Manuel Gálvez y Ricardo Rojas. Luego vendrían las dos primeras visitas memorables de José Ortega y Gasset y los viajes en sentido inverso de Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, Fermín Estrella Gutiérrez, Francisco Luis Bernárdez, entre otros, En tanto, la prensa argentina tenía como colaboradores permanentes a Miguel de Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Azorín, Ramón Pérez de Ayala, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, y en las décadas posteriores a Guillermo de Torre, Enrique Diez Cañedo, Francisco Grandmontagne y Benjamín Jarnés, y muchos otros que contribuyeron a crear ese espacio común hispanoargentino que se ensancharía con la llegada de los exiliados de 1936.

Paralelamente, crecía ese hispanismo académico que he mencionado al comienzo. Las conferencias y cursos programados por la Institución Cultural Española y la fundación del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, son otros hitos importantes en este desarrollo. Manuel de Montoliú, Américo Castro y, sobre todo, Amado Alonso, entre 1927 y 1946 y, luego, Alonso Zamora Vicente entre 1948 y 1952, formaron una escuela de hispanismo que alcanzó una altura análoga a la de aquel ilustre Centro de Estudios Históricos encabezado por Ramón Menéndez Pidal. Luego vendría la dispersión de los miembros del instituto, pero su tradición se mantuvo tanto entre aquellos que partieron hacia otros centros del hispanismo en América del Sur y en los Estados Unidos, como entre los que aquí quedaron sostenidos en aquella etapa por el magisterio de Alonso Zamora Vicente.

Justo es reconocer también, aunque no se lo recuerde habitualmente, la obra de los Institutos de Cultura Hispánica que en diversos países difundieron la cultura española en aquellos años difíciles de la década de los cuarenta: difíciles pero no yermos como suelen ser calificados con imperdonable ligereza. No corresponde ahora enumerar la lista de conferencistas que llegaron a la Argentina con el patrocinio de aquellas instituciones: basta que cite los nombres de Antonio Tovar, Dámaso Alonso o Guillermo Díaz-Plaja. Pero sí debo evocar aquella corriente de los becarios que viajaron a España para completar su formación y, en muchos casos, para hacer allí sus doctorados. Desde figuras que luego fueron famosas en sus respectivos países, como Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Alan García , Eduardo Zepeda Henríquez, hasta aquellos innumerables que prolongaron la tradición española de ciencia y cultura: médicos, ingenieros, abogados y profesores de lengua, literatura e historia. Aquella nube de doctorandos que atestiguaron con su producción científica y con su actividad académica el sello de la formación española en sus respectivos países. La acción del Estado español, desde aquellas décadas de mediados del siglo XX hasta el presente, han sido el fundamento del actual desarrollo del hispanismo argentino.

Y al hablar de ese hispanismo actual y vigoroso, habría que mencionar con especial énfasis la actividad incardinada en la Asociación Argentina de Hispanistas, fundada en 1986 y cuyo sexto Congreso Internacional se ha realizado en San Juan en el 2001. Cientos de Hispanistas cuya formación se había asentado gracias a sus becas y sus viajes de perfeccionamiento a España, los discípulos de don Dámaso (Alonso), de don Manuel (Alvar), de don Carlos (Bousoño), de don Alonso (Zamora Vicente), se agruparon en la Asociación e incrementaron su entusiasmo y su voluntad de proseguir con estos estudios en circunstancias cada vez más arduas.

En este panorama, el surgimiento de este Olivar que hoy se presenta no es como hallar la milagrosa "rama verdecida" del olmo seco del poema de Antonio Machado. Por el contrario es un presagio de otros «olivares» que están a punto de brotar en un aparente páramo que cubre, en verdad, un campo alimentado por la tradición fecunda que hemos evocado.

Que su primer número monográfico esté dedicado a Max Aub es, también, otra señal de vigor. Aquel crítico arbitrario, pero originalísimo, aquel novelista y dramaturgo distanciado de su público durante tantos años, fue, también, el sujeto de un doloroso retomo. En su libro de 1971 La gallina ciega, registra sorprendido la reacción de su sobrino, quien le dice "No te das cuenta, pero no ves las cosas como son. Buscas cómo fueron y te figuras cómo podrían ser si no te hubieras ido". Pero el interlocutor, a su vez, reafirma: "Sí: no era mi España, no era mi España" (I).

Imaginemos hoy que, seguramente, sí se hubiera reconocido en este volumen de Olivar que le abre un huerto de reposo, en esta "patria de Cervantes", de que hablara Carlos Fuentes, para meditar sobre aquella España real y virtual, de la cual estuvo alejado por el más doloroso de los castigos que es el destierro.

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