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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.6 no.6 La Plata ene./dic. 2005

 

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EDITORIAL

La forja del cervantismo argentino: Escuelas, maestros y discípulos de una pasión nacional

 

Juan Diego Vila

 

«Y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China , pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio pidiéndome, o por mejor decir, suplicándome, se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote» (Quijote, II, dedicatoria).

-I-

La cómica escena que el autor imagina en la dedicatoria de la Segunda Parte del Quijote tuvo el extraño privilegio de oficiar, mudados los tiempos y los puntos del orbe, de clarísima cifra del impacto editorial y cultural de la propia obra. La historia de don Quijote no sólo fue trasladada a las lenguas de naciones vecinas en el mismo siglo que la vio nacer sino que también inauguró, en un sinfín de confines, la presencia de la cultura y la lengua española. El Quijote - como bien lo indican los bibliógrafos- fue ingresando, paulatinamente, en las extrañas lenguas de remotos pueblos y marcó el inicio de un influjo que, desde entonces, no supo detenerse.
España dice su hora y su carta de ciudadanía con el Quijote y el sino de este texto en las comunidades hispanoparlantes de latinoamérica marca los hitos de un diálogo no siempre fluido pero sí, evidentemente, enriquecedor.
Leer el Quijote , trabajar críticamente con esta obra, fueron actividades que, durante muchos años, se sintieron propias de un colectivo intelectual harto difuso, el de los hispanistas. Conjunto de voluntades que, con claridad, trazaba de continuo de uno a otro lado del atlántico los vínculos, continuidades y rupturas entre lo que fue la metrópoli y sus colonias, núcleo intelectual que también, justo es reconocerlo, intentó el prodigio de superar determinismos nacionales y edificar, paso a paso, una historia crítica que no por centrarse en un objeto de estudio foráneo debería ser percibida como menos propia.
El hispanismo en América, y muy particularmente en Argentina, tiene el extraño privilegio de desarrollarse, oximorónicamente, en comarcas hispanoparlantes. No es, el nuestro, el caso del hispanismo francés, americano o chino donde la diferencia lingüística dice la conveniencia de una vocación. Y no se debe olvidar, tampoco, que el cervantismo ofició, en los distintos momentos de la propia historia crítica del hispanismo, como marca inequívoca de la pujanza y vigencia de una tradición cultural.
Cada vez que hubo cervantismo en Argentina el hispanismo, necesariamente, gozó de buena salud. El estudio de Cervantes y sus obras - pues su influjo excede, ampliamente, la centralidad conferida a la historia del enloquecido hidalgo- sirvieron, en distintos momentos del hispanismo nacional, para decir sinecdóquicamente un todo. El cervantismo local fue, qué duda cabe, una de las expresiones más genuinas de un estudio ininterrumpido que, contra vientos y mareas contextuales, bregó por mantener presente una tradición, historia que definía a otro pero que también hablaba nuestra identidad, saga de la cultura que mentaba, de continuo, la ocasión de un reencuentro con autonomía y libertad.
Por ello mismo es de celebrarse que la más novel de las publicaciones periódicas consagradas al hispanismo en Argentina -y no por ello de menor valía- haya aceptado, gustosa, la propuesta de un conjunto de estudios de tenor monográfico sobre las ricas y variadas propuestas de quienes fueron, efectivamente, nuestros maestros en Cervantes.
Todo oficio de memoria es arbitrario y, muy difícilmente, pueda ser exhaustivo. Y es innegable, también, que no todos quedarán conformes. Hacer historia en vida podría parecer un gran contrasentido pues no faltará quien recuerde que sólo la muerte funda la objetividad última del sentido de una vida y una labor. Nuestra propuesta en estas breves páginas y, en tanto tales, insuficientes, sólo aspira a recordar, en el fasto año del cuarto centenario donde el cervantismo y el Quijote se han puesto de moda, la semblanza crítica de un breve conjunto de maestros cuya entidad -anhelamos- no se lea, perversamente, por todo lo que se podría haber realizado y aquí faltó.
En primer lugar porque el tema elegido excede, con amplitud, la buena voluntad de la revista Olivar . Historiar críticamente el cervantismo argentino bien merecería ser el objeto de una tesis doctoral hoy día inexistente, y no es nuestro cometido, ni bastan nuestras fuerzas, para coordinar en breves meses lo que el propio medio intelectual nunca se permitió realizar.
No querría, por otra parte, que, conocido que fuere el nombre de los críticos recordados, esta humilde labor donde debería primar un gesto de amor hacia aquellos que permitieron que hoy día pensemos como pensamos, que leamos a Cervantes con fruición y calidad, que investiguemos y publiquemos como núcleo intelectual independiente pero no por ello menos vinculado con la arena crítica internacional, se transformara, indeseablemente, en un recuento infinito de los perfiles ausentes.
No sólo porque soy un convencido de que el valor de un recuerdo no ha de medirse, tan sólo, por lo que se podría enrostrar como un olvido, sino también porque el imperativo absurdo de una memoria absoluta, integral e impoluta que satisfaga a todos por igual es imposible y es ello mismo, valga la pena recordarlo, lo que ha determinado que, como comunidad, estemos tan carentes de pasado.
Un acto de memoria, por otra parte, tampoco puede basarse en el delirio narcisista de que se es capaz de todo, puesto que el mismo dispositivo evocativo y conmemorador de muchas de estas páginas impone, quien lo duda, un grado de autoconciencia bien diverso de ese afán totalizador. Recordar no es una práctica segura y controlable y en más de una ocasión los retornos implicarán el reconocimiento de la propia limitación del articulista.
No de otra cosa sino de pensarlos, de emplazarlos en su campo intelectual -nacional o internacional-, de auscultarlos, a la distancia y en este presente, es de lo que se trata y de tener el anhelo de que esta memoria, una vez comenzada, se vuelva a renovar.
El pasado -y menos la memoria crítica del cervantismo argentino- no es propiedad de nadie, y nada impide que frente a este retorno -en muchos casos una puesta en perspectiva de actuales presencias- se generen otras versiones, otros recuerdos, otros relatos. Sería, en efecto, lo más deseable. No sólo porque, a mi entender, indicaría un gesto de madurez del propio medio pues nos diría que puede verse más allá de sus actuales constituyentes, sino también porque, contrariamente, a la disposición al confronte, la disidencia y la polémica, sería importante empezar a trabajar para sumar. Reponer el pasado no puede ser tarea que se delegue en un único historiador.

-II-

Hoy nos centramos en seis momentos del cervantismo en Argentina, no los únicos ni excluyentes tampoco. Se pasa revista a la escuela filológica española en América en su ciclo fundacional a comienzos de siglo, se analiza el encuadre intelectual de Arturo Marasso, se leen los aportes de Celina Sabor de Cortazar y se repara en tres figuras contemporáneas nuestras, Hugo Cowes, Isaías Lerner y Alicia Parodi.
Y si bien de cada uno de ellos ya habrá oportunidad de decir bien, un reconocimiento se impone, taxativamente, a todo aquello que se ha dejado de escribir, no como Cide Hamete se lo pedía a su paciente lector -encareciendo en ello la prudencia de un silencio y el valor de los blancos narrativos a la hora de decir una historia- sino, por el contrario, con un signo diverso.
Tanto y tan variado es el valor del cervantismo argentino -nacional en sentido estricto y también por adopción afectiva- que cabe reconocer que el encargo de los seis trabajos no resultó sencillo y que no hubo solución que satisficiera, plenamente, todas nuestras expectativas. Y no es un detalle menor, tampoco, el que los argentinos no dispongamos, aún hoy día, de bibliografías actualizadas e integrales de la producción de los maestros de renombre. Todo, lamentablemente, queda librado a la memoria bienintencionada de quienes siguen investigando en temas afines.
Han quedado fuera de esta antología crítica, pero no del lugar de privilegio que les cabe en la propia historia que hoy estamos comenzando, figuras de una talla y trayectoria académica difícilmente soslayables: Ricardo Rojas, Alberto Gerschunoff, María Rosa Lida, Ángel Rosemblat, Marcos A. Morínigo, Ana María Barrenechea, Emilio Carilla, Carlos Nallim, Frida Weber de Kurlat, Juan Bautista Avalle Arce y tantos otros.
Valgan, entonces, como sinceras disculpas, las consideraciones que se han formulado sobre las propias limitaciones y la envergadura de una tarea enteramente por hacer.
El trabajo de José Montero Reguera, «La huella cervantina americana de la escuela filológica española» supone un punto de partida inmejorable para el trazado de un sinfín de historias filológicas del continente americano. En efecto, el florecimiento filológico español de los albores del siglo XX en torno a la figura de Ramón Menéndez Pidal quedaría trunco en su perfil si no se le integrara a su influjo el resultado de la institucionalización de los estudios hispánicos en distintas universidades americanas. Primero con los cursos de noveles doctores y profesores visitantes, luego con la creación de centros y gabinetes de estudios hispánicos, su trabajo recupera la impronta de figuras bien conocidas para todos nosotros, tal el caso de Amado Alonso, y recupera, entre muchas otras, a una injustamente olvidada en estos días, Federico de Onís.
La propuesta de Lía Schwartz, «El Quijote y los clásicos grecolatinos en la obra crítica de Arturo Marasso», nos brinda un medular análisis de Cervantes. La invención del 'Quijote' . Marasso, como bien lo demuestra Schwartz, se había adentrado en la problemática de la cultura literaria de Cervantes -particularmente la clásica grecolatina- y, gracias a ello, se nos ofrece un profuso y variado estudio de los modos posibles de entender estos vínculos y, claro está, su vigencia.
Melchora Romanos, «Celina Sabor de Cortazar: vocación y docencia cervantina», rememora con la calidez que la caracteriza el perfil académico, estrictamente cervantino, de su maestra, colega y amiga, Celina Sabor de Cortazar, trayectoria que cubre desde sus primeros análisis lexicográficos -elaborados junto con Isaías Lerner con quien preparó la histórica edición del Quijote - hasta los exhaustivos e iluminadores enfoques estructurales de los textos cervantinos. Intereses que supo complementar con agudas y finas valoraciones sobre la vis paródica de Cervantes.
El trabajo de Miriam Chiani, centrado en los cinco artículos que consagró Hugo Cowes a sus habituales análisis y frecuentaciones pedagógicas y críticas del Quijote, tiene el gran mérito de reinscribir a esta figura en un sendero pocas veces tomado en consideración por la memoria cervantina a la hora de decirse a sí misma. Cowes, en efecto, no es un cervantista en sentido estricto -fue un gran crítico y teórico de la literatura- pero lo realmente relevante de su labor -tan diversa en muchos aspectos de las apropiaciones actuales que se hacen del texto de Cervantes desde las disciplinas teóricas- es que permite pensar, como bien Chiani lo ilustra, que el Quijote también habilita otros modos de hacer teoría literaria. Puesto que una perspectiva más epistémica y filosófica como la de Cowes le devuelve a Cervantes dimensiones de genialidad habitualmente ignoradas al celebrar lo literario.
Juan Diego Vila se centra en Isaías Lerner -«Isaías Lerner, el fiel escucha de la voz cervantina»- y propone una lectura de su obra a partir de la contextualización de su producción en el marco más amplio de los debates críticos y literarios entonces vigentes. La obra de Isaías Lerner se desarrolla a lo largo de los últimos cincuenta años de crítica cervantina y es un hecho innegable que cada uno de sus aportes puede ser leído y recodificado como un posicionamiento en la arena crítica. Lerner, conforme se analiza, combina su condición de anotador del texto cervantino -un tipo de filología en sentido estricto- con la de intérprete literario, fase donde sobresalen sus intereses por el diálogo entre artes -literatura y pintura- al igual que por las relaciones entre Cervantes y distintos autores del renacimiento español.
Cierra esta galería de retratos críticos, la figura de Alicia Parodi reseñada por Alfredo Grieco y Bavio -« Nec Substantiam sed Culpam : el cervantismo alegórico de Alicia Parodi y el caso del Licenciado vidriera »- cuya centralidad en el sistema crítico cervantino de hoy día en la Argentina podría fundarse en variadas razones -su tesis doctoral, sus proyectos de investigación, etc.- pero, sin duda alguna, sobresale por la propuesta de lectura con que marca a sus escritos. Contrariamente a todos aquellos que predican que Cervantes es un autor realista, Parodi adhiere, como bien lo demostró en su Las Ejemplares, una sola novela , a la tesis de que el trabajo alegórico a la hora de significar no es impropio de su estética. Y es de destacarse en esta lectura crítica el trabajo con la propia voz narrativa que el articulista asume, trabajo que se pliega, a la perfección, con los tonos, particiones y modalidades expositivas de la misma Alicia Parodi en su lectura sobre la novela cervantina tomada a modo de ejemplo.
Le queda entonces, al desocupado lector, la posibilidad de disfrutar el comienzo de esta historia.

Buenos Aires, julio de 2005

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