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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.7 no.8 La Plata July/Dec. 2006

 

ARTÍCULOS

Las abarcas de Fontanosas, o cuando la memoria/escritura es la memoria/escritura de uno mismo…

Francisco Caudet

Universidad Autónoma de Madrid

Resumen
La elaboración del relato del pasado puede representar un desafío debido a las tensiones que se manifiestan entre memoria y escritura, mayormente cuando el pasado reciente de una sociedad implica una experiencia traumática.
Este artículo constituye una reflexión, a partir de las tensiones entre memoria y escritura, sobre las posibilidades de narrar el pasado reciente de España en torno al denominado pacto de silencio, tomando como disparador la aparición de una carta (relato de confesión) anónima de un soldado franquista, que permitió -transcurrido más de medio siglo- encontrar y exhumar los cuerpos de un grupo de fusilados.

Palabras clave: Memoria; Escritura; Trauma; Transición española; Pacto de silencio.

Abstract
Making a story about the past may be a challenging task, because of the existing tensions between memory and writing, especially when a society carries a traumatic experience in its recent past. Focusing on the tensions between memory and writing, this article puts forward a reflection about the possibilities of telling the recent past in Spain around the named
"pact of silence". The starting point of this analysis is the anonymous letter from a soldier of Franco's army, written in a confessional tone, which, appearing half a century later, helped to find and exhume the remains of a group of shot soldiers.

Keywords: Memory; Writing; Trauma; Spanish Democratic Transition; Pact of silence.

   Llevaba días diciéndome que tenía que ponerme a escribir esta ponencia y, finalmente, la noche del día 19 del pasado mes de febrero –que es cuando empecé a escribir esta ponencia1, después de oír una noticia y las imágenes de esa noticia en el telediario de TVE1, sentí el impulso, o quizás se trataba de una necesidad, de sin más delaciones empezar a escribir. A primera vista puede que resulte desproporcionado, y en efecto lo sea, relacionar el impacto que me había producido la noticia del telediario de TVE, que en seguida les referiré, con el acto de ponerme a preparar esta ponencia. Pero tal vez no lo sea porque a menudo hay una relación de causa/efecto, entre algo que te llama particularmente la atención, algo que incluso te impacta o hasta, en casos extremos te traumatiza porque reabre heridas semi-restañadas, casi olvidadas, y la necesidad de escribir.
   Cuenta Paul Auster en The Invention of Solitude que una de sus primeras reacciones tras enterarse por teléfono de la muerte de su padre fue decirse a sí mismo que tenía que escribir sobre su padre. Cuando se puso a ello, el acto de escribir sobre el pasado de su padre y de sus relaciones con él, esa memoria del ayer paterno/filial le descubrió que había habido una herida, que era más honda de lo que podía imaginar y que

[i]nstead of healing me as I thought it would, the act of writing has kept this wound open. At times I have even felt the pain of it concentrated in my right hand, as if each time I picked up the pen and pressed it against the page, my hand were being torn apart. (Auster, 1992: 24)

   Es más que probable que fuera así porque esa herida que reabrió la noticia de la muerte del padre de Paul Auster tiene que ver menos con esa irreparable pérdida que con la memoria de un pasado conflictivo. Pero, como sea, la muerte del padre o esa herida/conflicto del pasado no resuelto, que reabre esa muerte, es lo que hizo que, en este como en muchos otros casos, emergiera la escritura como una imperiosa necesidad, como un impulso.
   La relación entre cualquier tipo de trauma, vivido en el presente más inmediato o en el pasado más lejano, y el acto de narrar, bien sea oral o escrito, es la base de los más diversos discursos en que se expresa y comunica el ser humano. Edward Said, en el prefacio a su autobiografía Fuera de lugar, establecía también esa relación entre trauma, memoria y escritura:

Hace varios años me diagnosticaron una enfermedad aparentemente fatal y de pronto me pareció importante plasmar un relato subjetivo de mi vida en el mundo árabe, donde nací y pasé los años de mi formación, y de los años en que fui a la escuela y a la universidad en Estados Unidos. La memoria resultó crucial para seguir funcionando durante periodos de enfermedad debilitadora, tratamiento y angustia. (Said, 2001: 12)

   El caso de Compostela, pintor y escultor republicano que tras un período de internamiento en campos de concentración franceses se exilió primero en Santo Domingo y posteriormente en Puerto Rico, donde murió en 1988, viene aquí muy a propósito. Su hija Carmen Vázquez Arce, profesora de la Universidad de Puerto Rico, hace una descripción y estudio, en "La herida abierta: los dibujos de guerra de Compostela", de una serie de dibujos que hizo Compostela, de mayo a agosto de 1939, meses en que estuvo convaleciente en el Hospital de Sète. Esos dibujos son casi todo lo que pudo llevarse consigo cuando, en 1940, abandonó Francia y empezó su largo exilio en las dos islas caribeñas. Cuenta su hija en su ponencia que

...[c]uando todavía nadie hablaba del llamado Post Traumatic War Syndrome, nosotros [su madre, ella y una hermana] lo vivíamos en nuestra propia casa; porque la herida abierta de la guerra se manifestaba como un fantasma que recorría nuestras vidas cada vez que el recuerdo afloraba y mi padre comenzaba a convulsionarse hasta caer en un estado de inconsciencia. (Vázquez Arce, 1999: 554)

   Los dibujos de Sète tienen un solo motivo: heridas abiertas de ex combatientes que estaban en proceso de cerrarse pero no acaban nunca de hacerlo. Era la herida de la derrota y del exilio que nunca cicatrizó en la mente de Compostela. Por eso esos dibujos, que es lo poco que se llevó de Francia consigo, no los vieron su esposa e hijas hasta después de su muerte. Su hija llega en su ponencia a estas conclusiones:

La herida del exilio jamás se cierra; porque se traspasa y se hereda. Afecta a todos los que rodean al exiliado y la herida se extiende y acrecienta. Algunos de los hijos no han podido soportar el dolor y se han suicidado. Otros, la hemos asumido de manera distinta –como búsqueda, como rescate, como conocimiento– pero, al fin y al cabo, también herida abierta. ¿No estará acaso la cura en la recuperación de la memoria? (Vázquez Arce, 1999: 562)

   Narró Compostela esa memoria en sus dibujos, que tienen un hilo narrativo, un argumento. Pero, como sea, se los guardó, sin enseñarlos ni a su mujer ni a sus hijas, como se guardó para sí su pasado. Era esa memoria una memoria reprimida. Por ello, la herida seguía y seguía abierta.
   Los traumas alientan casi siempre el impulso de narrar. El dolor que produce reprimir tal impulso ya es en sí, o de facto o en potencia, una forma de narrar. Es entonces el impulso reprimido un impulso que malvive en el interior de uno mismo. Por ello, ese impulso termina pudriéndose y degenera en una suerte de gangrena que va, poco a poco, minando todo el organismo, bien sea el organismo de un individuo y/o de una sociedad.
   Las huellas que dejan tales organismos minados son una narración, deformada o mal formada, que, a pesar de todas las resistencias, incluida toda suerte de programada oposición, es una realidad que se puede ver, o entrever, es un texto que se puede leer, o entre leer.
   A menudo la necesidad de recordar/narrar la puede frustrar el oportunismo, que puede tener una explicación. Un ejemplo de ello lo ofrece la transición española, construida sobre un pacto de silencio que explica, al menos en parte, los traumas de cuarenta años de dictadura. Pero, como sea, en ese y en otros casos de la misma o parecida índole, la memoria del pasado es una espada de Damocles siempre amenazante para ese pacto. Y esa espada caerá, España acabará recordando/narrando su pasado.
   Hay también otras causas que pueden frustrar la necesidad de recordar/ narrar. Destacaré, entre ellas, el temor de no ser escuchado o comprendido, bien sea por la gravedad de lo sucedido o porque no hay una predisposición, por razones muy variadas y muy complejas, a escuchar, a querer saber. Pero no por ello se deja para siempre en suspenso el acto de recordar/narrar.
   Primo Levi, en Si esto es un hombre, recordaba que:

Si no en acto, sí en la intención y en su concepción, nació en los días del Lager [de Auschwitz, en el campo de concentración de Auschwitz]. La necesidad de hablar a los demás, de hacer que los demás supiesen, había asumido entre nosotros, antes de nuestra liberación y después de ella, el carácter de un impulso inmediato y violento, hasta el punto de que rivalizaba con nuestras demás necesidades mas elementales; este libro lo escribí para satisfacer esta necesidad; en primer lugar; por lo tanto, como una liberación interior. (Levi, 1999: 28)

   Pero esa necesidad de liberación interior era, como señala también Primo Levi, una necesidad de comunicarse, de llevar al mundo "las malas noticias de cuanto en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre". Esas dos necesidades, que son en realidad una misma necesidad, estuvieron acompañadas, también desde un principio, del miedo que nadie la quisiera escuchar. Primo Levi recuerda, en Si esto es un hombre y en Los hundidos y los salvados, este sueño, que fue, durante todo su cautiverio, recurrente:

Aquí está mi hermana, y algún amigo mío indeterminado, y mucha más gente. Todos están escuchándome y yo les estoy contando precisamente esto: el silbido de las tres de la madrugada, la cama dura, mi vecino, a quien querría empujar, pero a quien tengo miedo de despertar porque es más fuerte que yo. Les hablo también prolijamente de nuestra hambre, y de la revisión de los piojos, y del Kapo que me ha dado un golpe en la nariz y luego me ha mandado a lavarme porque sangraba. Es un placer intenso, físico, inexpresable, el de estar en mi casa, entre personas amigas, tener tantas cosas que contar: pero no puedo dejar de darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien, se muestran completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir palabra. (Levi, 1999: 95)

   Pero el impulso/necesidad de recordar/narrar acaba –Primo Levi es un buen ejemplo– por imponerse, o así debería ser, pues se trata de un imperativo ético, psíquico y social. Si no se atendiera, por medio de un pacto de silencio, o por maneras más expeditivas, a ese impulso/necesidad, a esos imperativos, no hay manera de conocer las heridas, convivir con ellas e idealmente superarlas. Ni se puede, a otro nivel, identificar y juzgar a los culpables. Además, el falso subterfugio de pretender quebrar la secuencia pasado/presente/futuro es una manera falaz y torticera de negar que somos seres históricos y que estamos constituidos, con todas sus consecuencias ético-psíquico-sociales, por esa causalidad temporal.
   John S. Rickart recuerda que Peter Brooks, en Reading for the Plot, considera el impulso de narrar, "the narrative impulse", como un "urgent attempt to cope with the human facts of our existence". A continuación arguye John S. Rickart que Peter Brooks, en su libro,

…is acutely aware of the ways in which narrative helps us negotiate an unstable present through the counterpoint of hermeneutics and proairesis as "we engage the dynamic of memory and the history of desire as they work to shape the creation of meaning within time". (Brooks, 1992: XV)

   Por ello, la trama, the plot, es para Peter Brooks

…a desire machine designed and intended to adapt itself to the tensions inherent in the human condition, caught as we are between an often obscure yet powerful past wherein the origins of desire are buried, and a desired future that takes its shape from the past and present. (XV)

   Retomo la promesa que he dejado en suspenso de contarles la noticia que oí en el telediario la noche del 19 de febrero. He aquí esa noticia: un soldado que en 1941 estaba haciendo el servicio militar forzoso, hace más o menos un año –no había podido en esos momentos registrar bien algunos detalles– había mandado una carta anónima al alcalde de Fontanosas, una aldea de la provincia de Ciudad Real, en la que confesaba haber sido obligado a fusilar en ese año de 1941 a unos vecinos de la aldea y le indicaba al alcalde el lugar donde habían sido cavadas unas fosas para enterrar a los fusilados. Naturalmente, me impresionó mucho la noticia y sobre todo el que el alcalde, a quien habían entrevistado ante una fosa abierta en la que se ve el esqueleto de uno de los fusilados, dijera que cuando abrieron las fosas lo primero que apareció fueron unas abarcas, y que este calzado típico de los campesinos pobres de aquellos años y de años posteriores, no solamente les dio la primera pista de que habían encontrado el lugar donde se hallaban los cadáveres sino que además, las abarcas eran una suerte de testimonio-símbolo de que habían sido asesinados unos campesinos pobres.
   También me había llamado la atención al oír esa noticia que no se hiciera la menor referencia a que eran soldados del Ejército franquista los que fueron obligados a cometer este crimen y que, por tanto, el responsable del crimen era el régimen de Franco, la dictadura de Franco.
   Esto último me llevó a buscar en mi librería un ejemplar de la edición que preparé, en 1998 y ha sido reeditada en 2004, del libro de Juan Hermanos, El fin de la esperanza. Necesitaba releer unos datos sobre la represión franquista en los años posteriores a 1939 que incluí en la introducción a esa edición, y que ahora les leo a ustedes:

Las cifras de la represión franquista en los primeros años de la posguerra, aunque no faltan quienes pretenden minimizarlas –una forma, entre otras muchas, de hacer la apología, de manera consciente o subliminar, de la dictadura–, oscilan en torno a un número de víctimas no inferior a 150.000. Esta es la cifra que baraja Hartmut Heine. Rafael Abella, por su parte, señala: "Tan sólo hay un dato –que damos con ciertas reservas– proporcionado por el Ministerio de Justicia que habla de 192.684 personas "ejecutadas o muertas en prisión" entre 1939 y 1944, lo que deja la incógnita de óbitos debidos a una u otra causa". Josep Fontana destaca de la represión franquista su naturaleza y función política. Las estadísticas que baraja de ejecuciones evidencian que "predominan de manera aplastante los campesinos y obreros". (Caudet, 2004: 36)

   Mientras releía esta parte de mi introducción, me percaté de que cuando preparé esa introducción pasé por alto que para algunos historiadores los maestros habían sido el colectivo también muy castigado por la represión franquista. Francisco de Luis Martín, autor de La FETE en la Guerra Civil española, explica que la razón de ello fue que "[s]e les consideraba responsables de haber inoculado en la sociedad y en las mentes juveniles el virus republicano. Los maestros estaban muy posicionados políticamente, eran progresistas y de talante reivindicativo". Y porque "si no se acababa de raíz con aquellos maestros de espíritu republicano, al nuevo régimen se le iría de las manos la política nacional-catolicista que pretendía imponer" (Luis Martín, 2002: 123). Francisco Morente Valero, en su libro La Depuración del Magisterio Nacional, da esta otra razón: "había que aplicar un castigo ejemplarizante a los intelectuales en general, que quitara las ganas a cualquier otro de repetir aquel modelo de vida" (Morente Valero, 1997: 87). Morente Valero ha contado hasta 60.000 maestros depurados tras el final de la guerra y muchos ya habían sido fusilados durante la guerra.
   Vuelvo a mi introducción al libro de Juan Hermanos. A lo que les estaba leyendo cuando he hecho este inciso, continúa lo siguiente:

La represión, por encima del debate en torno a las cifras, había sido, durante y después de la guerra, la estrategia del régimen para, primero, alcanzar el poder y, luego, mantenerse en él y lograr su legitimación. De ahí que pretender minimizar o incluso negar el uso y abuso indiscriminado de la fuerza por el régimen franquista, y para esas metas, resulte, de un lado, históricamente insostenible y, de otro, tal actitud pone de manifiesto una complicidad con ese tenebroso pasado.
Hay, además, quienes todavía defienden que el franquismo fue un fenómeno ajeno a la sociedad y que, por tanto, no fue expresión –amalgama
o correa de transmisión– de unas ideologías e intereses económicos y de clase enraizados en sectores de la sociedad civil y religiosa. En el fondo de estos argumentos –como ocurre con el tema de la represión– hay unos propósitos de reescribir la historia del llamado eufemísticamente régimen anterior. Pero esa reescritura apunta, sobre todo y principalísimamente, a rehabilitar –borrando, difuminando, haciendo ilegible, irreconocible el pasado– a los sectores de la sociedad que alentaron la rebelión militar y a cuya sombra conservaron viejas prebendas y encontraron nuevas maneras de medrar (Caudet, 2004: 38-39).

   Juan José Millás, en "El mono", una de sus columnas que suelen aparecer en la última página de El País –ésta es del 14 de marzo de 2003–, ironizaba sobre algunas razones por las que el PP y la derecha española estaban en contra de Darwin y de la enseñanza de su doctrina en la escuela:

La historia demuestra que el Partido Popular desciende directamente de Franco (en tantas cosas idéntico a Sadam Husein) como el hombre desciende del mono. Algunos de los actuales miembros de ese partido rieron las gracias al caudillo, cuando no al mismísimo marqués de Villaverde, y sirvieron de escupidera a ambos. Pero hay gente que no soporta descender del mono (Millás, 2003: 39).

   Y poco después, Juan José Millás añadía en esa columna:

El caso es que, digan lo que digan los hechos (incluso los religiosos si tomamos en consideración que el caudillo de estos señores iba bajo palio), los franquistas no quieren descender de Franco. Por eso están dispuestos no ya a eliminar a Darwin, sino a reescribir la Biblia. Según el Novísimo Testamento, Ana Botella [la esposa de Aznar] es una rebelde (Gallardón dixit) y Aznar detesta desde siempre a los tiranos, que a usted y a mí, sin embargo, nos pierden. (Millás, 2003: 39)

   En carta enviada a la revista SP el 1 de julio de 1969, decía Aznar: "Cuando a las manos de un joven como yo –16 años– llega un ejemplar de las Obras Completas de José Antonio y, como tal, siente la imperiosa necesidad de hacer rápidamente algo útil…".
   En "Vientos que destruyen", uno de los famosos artículos que publicó en La Nueva Rioja donde se mostró contrario al texto constitucional de 1979, escribía cosas como las que siguen:

En Coslada (Madrid) las calles dedicadas a Franco y José Antonio lo estarán a partir de ahora a la Constitución. En Valencia la Plaza del Caudillo pasará a llamarse del "País Valenciá". Y no hemos hecho más que comenzar. Parece que pueden pasar los años, pero que las costumbres no varían. En vez de dedicarse a la mejora de sus Municipios, se dedican a borrar la Historia. ¿Para qué hacer nuevas calles y plazas? Se les cambia de nombre y como si fueran nuevas, y en las próximas elecciones, a repetir (Aznar, 1979: 3).

   En la actualidad, el ex presidente Aznar es vocal nato del Consejo de Estado y como tal se ha opuesto contra los 24 restantes vocales a recomendar al Gobierno la menor reforma de la Constitución, a la que se oponía en 1979, entre otros motivos, porque era la causante de que por todas partes se dedicara todo el mundo "a borrar la Historia". La historia benefactora de Franco, servidores su abuelo y su padre…
   Llegado aquí, suena el teléfono. Es un amigo a quien le cuento lo que estaba haciendo y me dice que esa noticia del soldado y las fosas había salido en El País hacía unos días. Tras colgar el teléfono, busco entre los números atrasados de El País, que aún guardaba en casa y afortunadamente me encuentro con El País del 13 de febrero, en cuya última página aparecía esa noticia. Escaneo la noticia y la incorporo al texto de esta ponencia. En un recuadro de esa noticia se reproduce el siguiente fragmento del original de la carta del soldado anónimo:

Regimiento de Caballería de Alcalá de Henares, fue destinada dicha Unidad a esa zona bajo la denominación de "persecución de huidos en la Sierra". Ello ocurría en el año 1941, cuando en la fecha 1º de julio fue obligada la Sección en que yo militaba a realizar una ejecución de 7 personas, entre ellas un menor de 15 años, procedentes del penal de Almadén. Después de ejecutado este execrable acto nos mandaron hacer unas fosas a la entrada de ese cementerio, en la parte interior, y enterrar los siete desgraciados (Anónimo, 2006: 39).

   A continuación, se reproduce el artículo de Carlos E. Cué (2006), titulado "El secreto que no quiso llevarse a la tumba", que lleva este subtítulo "Una carta anónima sobre un fusilamiento en 1941 permite reabrir una fosa". ¿Les parece que les lea el artículo de Carlos E. Cué?:

Guardó su secreto y su sentimiento de culpa durante 63 años, pero en abril de 2004 no pudo más y confesó, en una carta anónima, lo que había hecho. En 1941 participó en Fontanosas (Ciudad Real) en el fusilamiento de siete personas por colaborar con el maquis. Los enterraron en una fosa común. Él, que lo hizo obligado mientras prestaba el servicio militar, se fue de allí y calló, pero nunca olvidó. Hasta que en 2004 se decidió a mandar un anónimo al alcalde de Fontanosas, Emilio Valiente, que no paró hasta cerrar la herida de su pueblo.
El anónimo no quería sólo liberar su conciencia. En la carta pedía que se reabriera la fosa para "proceder a la inhumación de los cadáveres por parte de las respectivas familias". Por eso describió con precisión dónde estaban sepultados los cuerpos.
Su deseo se cumplió el sábado, con todo el pueblo alrededor, entre aplausos. El protagonista fue José Escribano, Joseíllo, que tiene en esa fosa a su hermano, a su padre y a dos de sus tíos. "Por fin puedo ver a mi familia", dijo emocionado –él tenía siete años cuando mataron a los hombres de su saga– "por fin se calma la desgracia y la pena que he sentido toda mi vida". En ningún momento, según varios de los presentes, hubo deseos de venganza. Sólo ganas de cerrar esta trágica historia que comenzó, según recordó Joseíllo, "un primero de julio en el que había niebla y llovía". Su madre nunca pudo superarlo. Siempre creyó, como casi todos en el pueblo, que los mataron por pobres y desgraciados, porque nunca colaboraron con el maquis. "Mi madre se murió en 1988 sin entender por qué los fusilaron, y sin saber si sus cuerpos seguían allí", cuenta desde Barcelona Florencia del Álamo, hija de Leoncio, otro asesinado. Los ente
rraron en una fosa dentro del cementerio, pero éste se trasladó en 1948. Alguien compró el solar, aunque nunca se atrevió a edificar allí. De vez en cuando, por Todos los Santos, aparecía algún ramo de flores, pero nada más recordaba lo que había allá abajo.
"Una tía mía siempre contaba que se le aparecían los muertos por la noche para pedirle que perdonara a los pobres que los fusilaron", ha contado Joseíllo en las últimas semanas a Julián López, un vecino que se ha implicado a fondo en la historia con su amigo Francisco Ferrándiz, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica.
El sentimiento de culpa hizo estragos. Otro de los jóvenes del pelotón de fusilamiento, según cuentan en el pueblo, murió "de pena" poco después de volver a Alcalá de Henares, a cuyo regimiento de caballería pertenecía el grupo que fue enviado a acorralar al maquis, que en esta zona aislada fue muy activo.
La fosa se encontró rápido. Primero aparecieron unas abarcas (calzado hecho con trozos de neumático), y las viejas del pueblo lo vieron claro: "Tienen que ser ellos, aquí a nadie se le enterraba con calzado de trabajo; siempre con sus mejores zapatos, por muy pobres que fueran, y si no, descalzos". Poco después aparecieron los restos de un hombre boca abajo. Sólo podía ser un ateo fusilado, condenado a esa humillación incluso después de muerto. Poco a poco aparecieron los restos de Ramón, Manuel y Mateo Escribano, y los de Francisco, el hijo de este último –que según algunos tenía 14 años, aunque puede que llegara a 19–, Leoncio y Julián del Álamo, y Félix Polo.
Dentro de mes y medio se hará entrega a las familias de los restos, después de identificarlos con el método del ADN. Entonces se habrá cerrado la historia. O casi. Porque ahora todos los que han intervenido quieren localizar al que escribió el anónimo para decirle que sí, que gracias a él se ha reabierto la fosa, que nadie le guarda rencor, sino agradecimiento, y que esta tragedia ya tiene punto final. (Cué, 2006: 39)

   En uno de mis archivos me encuentro con el recorte de una noticia, "Tres cruces y un crucifijo", aparecida en El País, lunes 27 de enero de 2003, Carmen Morán, que guarda un horrible paralelismo con la horrible noticia de los cuatro Escribano asesinados en Fontanosas:

La madrugada del 19 de agosto de 1936, mientras el poeta García Lorca iba camino de su muerte en Granada, un joven maestro republicano, Arquímedes Pérez Sánchez, de 26 años, caía fusilado contra la tapia del cementerio de Zamora. Su hermana, María C. Florentina, no podrá nunca olvidar esa fecha. Apenas unas horas antes habían enterrado a su padre, maestro también, fusilado en el mismo sitio. Y todavía tendría mucho que llorar. El 12 de septiembre otra tapia de otro cementerio, el de Toro (Zamora), oyó el tiro que mató al segundo hermano. Arístides tenía 23 años y era el tercer maestro de la familia. Está enterrado en una fosa común. (Morán, 2003: 16)

   Estos y otros crímenes de la dictadura franquista nunca se conocen a través de los verdaderos responsables sino, en el mejor de los casos, a través de quienes fueron a la fuerza instrumentos de esos responsables. No tienen éstos problemas de conciencia. Acaso no los tienen porque hicieron lo que hicieron en nombre y para el bien de la patria…
   La transición no tiene pasado. Es un conejo que un mago se ha sacado de la manga. Del rey abajo, muchos de sus protagonistas son grandes desmemoriados con brillantes biografías ad hoc de demócratas de toda la vida. ¿Qué verían si se miraran en el espejo de estas palabras del Apéndice de 1976 a Si esto es un hombre de Primo Levi?:

No querría empero que el abstenerme de juzgar explícitamente se confundiese con un perdón indiscriminado. No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno, a menos que haya demostrado (en los hechos: no de palabra, y no demasiado tarde) haber cobrado conciencia de las culpas y los errores del fascismo nuestro y extranjero, y, que esté decidido a condenarlos, a erradicarlos de su conciencia y de la conciencia de los demás. En tal caso sí, un no cristiano como yo, está dispuesto a seguir el precepto judío y cristiano de perdonar a mi enemigo; pero un enemigo que se rectifica ha dejado de ser un enemigo (Levi, 1999:303).

   Con envidiable firmeza –envidiable porque no es un supuesto sobre el que hemos construido en España la transición–, Michelle Bachelet, la presidente electa de Chile, decía hace unas semanas en referencia a la dictadura de Pinochet, a los traumas de ese tiempo: "Las heridas del pasado se curan con más verdad". Peter Brooks, en Psychoanalysis and Literature, coincidía con lo declarado por la próxima presidente de Chile, y daba para ello un pequeño argumento:

Mens sana in fabula sana: mental health is a coherent life story, neurosis is a faulty narrative. Such a premise closely resembles that of the detective story, which equates the incomplete, incoherent, baffling story with crime, whereas detection is the making of an intelligible, consistent, and unbroken narrative. "Thus have you reasoned it all out beautifully in one long chain!" Watson exclaims to Sherlock Holmes, quite typically, at the end of one of their cases. The narrative chain, with each event connected to the next by reasoned causal links, marks the victory of reason over chaos, of society over the aberrancy of crime, and restitutes a world in which aetiological histories offer the best solution to the apparently unexplainable. (Brooks, 1994: 124)

   Al hilo de estas palabras de Peter Brooks, propongo la hipótesis, que tengo por certeza –ya sé que es poco o nada académico pretender demostrar algo que se dice ya saber previamente–, de que en España tenemos sobre todo el problema de cómo nos hemos estado narrando nuestro pasado de guerra civil, de dictadura y de transición. Acaso sea así –o es así, sin acaso– porque no hemos tenido alternativas o porque no hemos sabido tenerlas, o nos hemos atrevido a tenerlos. O porque el pasado de violencia nos ha traumatizado tanto que hemos preferido transigir, llegar a un pacto de silencio. Para ello hemos roto las reglas de la cadena narrativa; hemos dejado deslavazados los eslabones de la cadena, desatendiendo las leyes de la causalidad…
   Jordi Borja, en "La paz y la palabra":

La transición inició un proceso democrático real pero pervertido por la prudencia o impotencia de unos y la impunidad de otros. A diferencia de lo ocurrido en Alemania, Italia o Francia a la caída de los fascismos, o más recientemente en Argentina y Chile, acá no se depuraron ni crímenes ni responsabilidades, ni mitos ni estatuas, ni empresas ni valores. La democracia nació marcada por un pacto con la injusticia y la mentira.
La impunidad fue aplicada como regla general de la transición. En consecuencia los intereses, los comportamientos y los lenguajes propios de la dictadura quedaron momentáneamente en un segundo plano pero no deslegitimados, permanecieron intocados. Más pronto que tarde han vuelto. En esta democracia, devaluada al nacer por demasiados silencios, han reaparecido los demonios de aquella España negra, la de la rabia y la (mala) idea machadiana, que ingenuamente creímos hace 25 años que había desaparecido. Pacto de silencio: no se trata sólo (Pradera) de escribir libros sobre la guerra, sino de saber qué pasó, y que ese conocimiento se incorpore a la formación cívica del conjunto de la sociedad…Se ha cerrado todo en falso y se han envalentonado. (Borja: 2005: 6)

   La tragedia de Fontanosas es un caso sólo parcialmente cerrado porque después de tantos años sólo se han podido reconstruir parte de sus eslabones y secuencias. Será del todo un caso cerrado cuando todos sus eslabones y secuencias se reconstruyan por completo y se puedan narrar todos sus eslabones y secuencias. Es la exigencia de la razón, de la verdad y de la justicia, y hasta del perdón, principios sobre los que sólo se puede construir, empezar a construir, el hermanamiento y la convivencia.

Julián Casanova (2005) en " ¿Adiós al franquismo?:
¿Qué hacer con las víctimas? ¿Qué hacer con la historia y memoria de aquellas cuatro décadas? Y, finalmente, ¿cómo tratar, tantos años después y en democracia, las apologías de la dictadura franquista?
La dictadura franquista fue […] un régimen de terror que violó sistemáticamente los derechos humanos. No hay ninguna duda sobre la definición y existencia de esos crímenes políticos. La transición democrática, no obstante, los perdonó, cerró ese tema, y soy de los que piensan que, además de las tremendas dificultades que ello conllevaría, no se haría ningún favor a la convivencia democrática pidiendo ahora, tres décadas después, "justicia punitiva" para los responsables y perpetradores de esos crímenes. En varios países de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial e incluso en los años cincuenta, como sucedió en Francia con el juicio a un grupo de soldados alsacianos de las SS, los criminales fueron amnistiados en nombre de la reconciliación nacional.
Ya no se trata de juzgar a los verdugos franquistas, sino de evitar, por medio de instrumentos legales, que se haga apología de esa dictadura sanguinaria, del general que la presidió, y de impedir también que esas alabanzas puedan difundirse en público. El Partido Popular, que moviliza a decenas de miles de personas en favor de la Constitución, debería asumir que el respeto a esa misma Constitución es incompatible con la apología de la dictadura franquista, igual que lo es con la apología de cualquier otro tipo y manifestación de terrorismo. (Casanova, 2005, 6)

   La historia de Fontanosas, como otras que salvo en lo de la carta anónima son parecidas –a algunas he aludido más arriba–, ponen en evidencia, por lo que descubren y por quienes lo descubren, que la transición se ha hecho desde arriba y con demasiados olvidos y falsedades.
   Cuando he sacado a colación el concepto de faulty narrative, que tomo de Peter Brooks, no estaba necesariamente pensando en narraciones que, según un canon artístico –que, por cierto, es siempre convencional–, estén mal construidas, sino principalmente en lo que hay en ellas de mentira y de falsedad, dos extremos que, también como hace Peter Brooks, relaciono con la neurosis. Siempre me han producido una fuerte irritación comentarios como el que aparece en La escritura o la vida, de Jorge Semprún, la derechización ideológica contamina de una manera u otra los discursos, cuando el narrador, alojado en casa de un militante comunista de base, que era como él un superviviente de un campo de concentración nazi, dice que le disgustaba, más preocupado por la forma que por el contenido, tener que escuchar los relatos de ese militante:

Era desordenado, confuso, demasiado prolijo, se empantanaba en los detalles, carecía de visión de conjunto, todo lo contemplaba bajo el mismo prisma, lo enfocaba de la misma manera. Se trataba de un testimonio en estado bruto, en suma: un revoltillo de imágenes. Un desahogo de hechos, de impresiones, de comentarios ociosos.
Yo tascaba el freno, al no poder intervenir planteándole cosas, obligándolo a poner orden y sentido en el sinsentido desordenado de su chorro de palabras. Su sinceridad indiscutible ya sólo era retórica, su veracidad ya ni siquiera resultaba verosímil. (Semprún, 1997: 257)

   No; nada tiene que ver esto –el narrador de la novela de Semprún es en este pasaje casi tan pedante como él– con el concepto de faulty narrative. Asumo que todas las narraciones tienen parte o mucho de faulty, de defectuoso e imperfecto, e incluso tienen parte de falso. Eduardo Haro Tecglen, en su biografía El niño republicano, dice:

Pobre niño: tiene ahora este biógrafo que le evoca y le confunde. No sé qué hay de verdad todavía en él, qué de invento de los lustros, qué de literatura al escribirlo. No intento indagar en mí mismo. No lo recomiendo: es mejor no saberse. Le hago hablar en primera persona, a ese personaje perdido. Le añado, le quito sin querer: porque todo es incierto.
Llamo a este trabajo narración. No lo puedo llamar memorias, porque no tengo ninguna de ellas, ni las quiero. No lo puedo llamar novela; ni biografía, ni nada concreto. Pensé en relato: puede que lo sea, pero elegí narración. (1996:54).

   Y poco más adelante añadía Haro Tecglen esta coletilla: "Me temo que tantas veces como narrase algo, lo haría de una manera distinta: el recuerdo está compuesto por la influencia del día. Narración, en fin" (54).
   Volviendo a la novela de Semprún, a La escritura o la vida, en absoluto me parece artísticamente defectuosa ni imperfecta, pero me parece una novela falsa, sobre todo cuando muestra una pertinaz –¿enfermiza, neurótica?– proclividad a atender más a la hinchazón del yo que a la tragedia de los campos de concentración. Y, acaso de resultas de lo anterior, el anticomunismo casi desplaza la denuncia de la barbarie nazi.
   Vuelvo, para terminar, a las abarcas de Fontanosas, cuya aparente insignificancia se convierte, junto a unos huesos, en grandilocuente narración, sin por ello dejar de ser una narración hiperrealista, de unos crímenes que se quiso mantener, como los cuerpos de las víctimas, enterrados.
   Primo Levi recordaba, en "Los hundidos los salvados" que los derechos de traducción al alemán de Si esto es un hombre, publicado en Italia en 1947, fueron comprados por un editor alemán (Fischer Bücherei) en 1959. Cuando se enteró, dice Primo Levi:

...me sentí invadido por una emoción violenta y extraña: la de haber ganado una batalla. […] Con el anuncio de aquel contrato todo cambió y se me hizo claro: es verdad que había escrito el libro en italiano, para italianos, para nuestros hijos, para quienes no sabían, para quienes no querían saber, para quienes no habían nacido todavía, para quienes, queriendo o no, habían consentido aquel ultraje; pero sus verdaderos destinatarios, aquéllos contra quienes el libro apuntaba como un arma, eran ellos, los alemanes. Ahora el arma estaba cargada.
Recordemos que desde Auschwitz habían pasado sólo quince años: los alemanes que me leerían serían ellos, no sus herederos. De dominadores o de espectadores indiferentes, iban a convertirse en lectores: iba a obligarles, a sujetarlos ante un espejo. Había llegado el momento de echar cuentas, de poner las cartas boca arriba. Sobre todo, era el momento de diálogo. La venganza no me interesaba; me había sentido íntimamente satisfecho con la (simbólica, incompleta, parcial) sagrada representación de Nuremberg y me parecía bien que en las justísimas condenas hubiesen pensado otros, los profesionales. A mí me correspondía entender, comprender. No al puñado de los grandes culpables sino a ellos, al pueblo, a quienes había visto cerca, a aquellos entre los cuales se reclutaban los militantes de la SS, y también a los otros que habían creído, o que no creyendo se habían callado, que no habían tenido el mínimo valor de mirarnos a los ojos, de arrojarnos un pedazo de pan, de murmurar una palabra humana (Levi, 1999: 308).

   Las abarcas de Fontanosas, recién salidas a la luz pública, ¿se sentirán, como le ocurriera a Primo Levi cuando se tradujo su libro al alemán, "invadidas por la emoción violenta y extraña de haber ganado una batalla"? ¿Llegará lo que narran y denuncian al puñado de los grandes culpables porque en España, a diferencia de en Alemania, no hubo apenas pueblo culpable sino sobre todo hubo pueblo víctima?
   La edición alemana de Si esto es un hombre iba precedida de una carta de Primo Levi, en la que, entre otras cosas, le decía al editor:

Espero que este libro tenga algún eco en Alemania: no sólo por ambición, sino también porque la naturaleza de ese eco tal vez me permita comprender mejor a los alemanes, tranquilizar el aguijón. (Levi, 1999: 9)

   ¿Tendrá ese eco, o un eco mínimamente parecido, entre el puñado de los grandes culpables de aquel y de este franquismo de cada día la historia que nos narran las abarcas de Fontanosas?
   Walter Benjamin recuerda, en su ensayo "El narrador", que según Pascal "Nadie muere tan pobre como para no dejar algo". Y añade Benjamin: "Ciertamente, deja un legado en recuerdos –sólo que a veces éstos ni encuentran herederos" (1998: 114).
   A veces ese legado en recuerdos de los pobres no encuentra herederos. Sólo a veces. Sólo a veces porque sólo a veces las urdimbres de ese legado es nuestra propia urdimbre, es la memoria/escritura de nosotros mismos.

Notas

1. Presentación leída en el Congreso "La autobiografía en España", Universidad de California, Santa Cruz, 5 y 6 de mayo de 2006.

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