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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar v.9 n.11 La Plata ene./jun. 2008

 

NOTAS

I. El hispanismo dionisíaco

Randolph Pope

Universidad de Virginia  

Resumen
La historia de la literatura nos transmite la historia del entusiasmo que algunos autores han sentido por otros –Rousseau por Buffon, Zorrilla por Larra– pero la pasión dionisíaca ha sido templada por la disciplina de Apolo, que ha reemplazado la admiración por el conocimiento, y la conversación por el examen. Propongo la necesidad de recuperar el placer de la literatura y la fiesta de Dionisio.

Palabras clave: Hispanismo; Historia de la literatura.

Abstract
Literary history conveys the history of enthusiasm that some authors have experienced for others –Rousseau for Buffon, Zorrilla for Larra– but Dionysian passion has been tempered by Apollo's discipline, which has replaced admiration for knowledge, and conversation for examination. I suggest the need of retrieving the pleasure of literature and Dionysus's feast.

Keywords: Hispanism; Literary history.

   Rousseau quiso conocer a Buffon, sólo cinco años mayor que él, y realizó una ahora famosa peregrinación a su casa. Pero como el científico no estaba, Jean-Jacques pidió ver el estudio donde se habían escrito tantos volúmenes que llegaron a ser una nueva arca de Noé, incluyendo debidamente clasificados y bellísimamente ilustrados a todos los animales conocidos del mundo. Con la pasión que lo caracterizaba, Rousseau cayó de rodillas y besó el suelo del umbral. ¿A quién podríamos visitar hoy entre los hispanistas con igual fervor? La admiración y el aprecio señalan también, como las enemistades y los grandes debates, la dirección de una disciplina.
   Se suele hablar de la admiración por las figuras muertas, como si la ausencia fuera necesaria para manifestar nuestro aprecio. Si Buffon hubiera estado en casa, ¿hubiera Rousseau caído de rodillas? Es de sobra conocida la gran reunión que en febrero de 1837 acompañó a Larra al cementerio, esta vez no el figurado de la ciudad y del corazón, sino el real de pala y tierra, ocasión en que Zorrilla, poco antes de cumplir los veinte años, emerge como la nueva estrella, marcando simultáneamente la admiración por el pasado y la necesidad de un futuro diferente. No deja de ser curioso imaginar lo que hubiera sido una reseña de Larra del Don Juan y dudo que la admiración hubiera sido mutua.
   Nueve años más tarde, Antonio María Esquivel retrata a Zorrilla en un magnífico cuadro que se encuentra en el Prado y que ha sido reproducido en una serie de sellos postales de 1995. Allí el poeta está rodeado por otros escritores, como Quintana, Martínez de la Rosa , Campoamor, y por las pinturas y esculturas del atelier de Esquivel. A pesar de que solemos identificar el romanticismo con el liberalismo en literatura, la pasión y los piratas, la soledad y el campo abierto, en este cuadro se ve una realidad muy diferente: un salón burgués, escritores uniformados de elegantes a punto de partir a la ópera, y la comunidad que hace que la literatura exista. Curiosamente sostenía Hegel que para ser libres es necesario tener propiedad, sugiriendo con ello que es el respeto que los demás tienen por nuestros derechos lo que nos da una libertad efectiva. Se podría añadir el colofón que para que los libros existan, y haya luego una hispanística, es necesaria esta colectividad que escucha. Bien es cierto que algunos participantes en la velada parecen distraídos, que Zorrilla es demasiado pálido y frágil para servir de foco único y que los cuchicheos entre algunos asistentes acaso sean más sabrosos que lo que lee el poeta. Pero han venido, se han congregado, y luego el museo y el correo siguen distribuyendo sus voces fantasmales a las que nosotros venimos a darles cuerpo.
   Hay muchos casos semejantes en que se puede apreciar la frágil continuidad de una cultura. Alarcón visitó la tumba de Balzac, a pesar de su galofobia y preferencias solo parciales por la obra del novelista francés. Se recuerda como un momento definidor la rememoración del tercer centenario de la muerte de Góngora por un grupo de poetas jóvenes en Sevilla en 1927. La literatura está llena de estos entusiasmos y reconocimientos, de conexiones que se establecen a veces en la ausenciao en la despedida, pero que hablan de una honda continuidad basada en la admiración y el deseo de emular o incluso superar.
   La historia de los lectores está también recogida en imágenes que ya son clásicas: el narrador del Quijote leyendo hasta los papeles que encuentra en las calles, la avidez de Madame Bovary o Ana Ozores, y la enumeración ritual de lecturas por un antiguo director de biblioteca que se va quedando ciego, como lo fuera Borges. No hay duda de que la lectura se trata de una pasión y hasta de un vicio, de una preferencia por un imaginario mundo alternativo al cotidiano y real, mundo que sin embargo puede resultar transformado por esta lectura. Lo sabemos de antiguo: escuchar al rapsoda cantar sobre Troya es sin duda preferible a haber estado en el fragor y el peligro de la batalla. ¿Cómo podría Agustín haber tenido una conversión tan intensa y profunda si no hubiera sido obedeciendo la llamada que le pedía que tomara un libro y lo leyera? ¿Cuántas veces se puede volver a casa y saciar la nostalgia, comparado con las veces en que podemos releer el regreso de Ulises? Montaigne se retira de la política para leer y releer a sus autores favoritos. Para él es un placer escribir sobre su cuerpo enfermo. Aquí predomina el entusiasmo.
   Este es el aspecto dionisíaco y desordenado de la literatura, donde no hay más frontera que lo posible ni otro valor que la opinión propia.
   Y entonces vinieron las clases, los programas, los exámenes, las notas. La disciplina. La crítica. Llegó Apolo, mesurado, hermoso y propagador de la peste.
   Pasamos por una época de oro de la hispanística. Nunca se ha enseñado español en tantos países ni a tanta gente. En mi libreta de direcciones están los nombres de Jaime Fernández en Tokio, László Scholz en Budapest, Inger Enkvist en Suecia, y tantos otros. Ya no cabríamos todos en el estudio de Esquivel. La Asociación Internacional de Hispanistas, fundada en 1962 en Oxford, cuenta con más de 1400 socios. La Modern Language Association de los Estados Unidos cuenta con cerca de cuatro mil miembros que se especializan en español, mientras que la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese cuenta con más de cinco mil miembros. En Estados Unidos, donde hay ahora casi cuarenta millones de personas que se clasifican como hispanos, hay un creciente interés por el estudio y la enseñanza de un hispanismo amplio y abarcador. Se puede viajar por todo el mundo y encontrar profesores de español. La hispanística se parece a una iglesia, con sus sacerdotes y sacerdotisas, discípulos y discípulas, textos sagrados y retórica apropiada, sectas discrepantes y publicaciones que han recibido el nihil obstat de un comité editorial. Pero también a una gran tertulia desordenada y fecunda. Es una disciplina y una institución.
   Los santos de antaño solían utilizar una disciplina, un instrumento normalmente hecho de cáñamo y con varios ramales, algunos de ellos con nudos, para azotarse y calmar así los incesantes anhelos del cuerpo. Contra el placer oponían el dolor, para que con la sangre entrara la sabiduría de la letra y se hiciera una carne renovada y pura. La tensión en la hispanística es entre la necesidad de no perder ese placer y aprobar los exámenes...
   En sus orígenes, el estudio de la literatura estuvo relacionado con la moral y luego pasó a ser parte de la preparación del buen ciudadano. Más tarde se hizo cómplice de la sociología, la sicología y la historia. Los cursos académicos tienen funciones, explícitas o implícitas: transmitir valores, crear conciencia, presentar problemas. No se trata, naturalmente, que no sea laudable mostrar los estragos del colonialismo, el sexismo, el nacionalismo, las dictaduras o el racismo. Pero quisiera proponer que necesitamos regresar al entusiasmo de la lectura, a la celebración y el verdadero homenaje, a la construcción de una comunidad más dionisíaca que apolínea. El escepticismo postmoderno no debe hacernos olvidar que si existimos como institución es por la magia de la literatura. Si Garcilaso volviera, como escribió Alberti, yo sería su escudero. Que no se nos muera su voz asaeteada de ponencias; que las notas al pie de página no transformen en centípedos a creaciones de alto vuelo ligero, como El sombrero de tres picos (que todavía divierte muchísimo a mis estudiantes), ni resuelva las agonías de Unamuno. Más que disciplina, seamos fiesta.

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