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vol.9 número11Alberto S. insúa, Herodías Salomé. Construcción dramática en tres actos sin interrupciones sobre textos de Mallarmé, Flaubert, Wilde. Traducción directa de los tres originales franceses y dramatización de Alberto S. Insúa, Madrid: Abada Editores, 2006, 95 pp.Andrés Barba, Versiones de Teresa, Anagrama, Barcelona, 2006, 204 pp. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar v.9 n.11 La Plata ene./jun. 2008

 

RESEÑA

José-Carlos Mainer, Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española, 1944-2000, Barcelona: Anagrama, 2005, 347 pp.

Javier Lluch Prats

CSIC-CCHS-ILLA

   Si consideramos la historia de la literatura como un modo de lectura, volver a contar y esbozar un sentido deviene una práctica que compromete y responsabiliza al crítico. Ante todo, para ello es necesario establecer criterios que con una perspectiva cronológica permitan atender, como aquí se propone, a lo panorámico, lo escrito o lo más personal, en suma, tal como José-Carlos Mainer señala, los criterios se resumirían en las tramas, los libros y los nombres de la historia literaria. La mirada sintética, precisa e iluminadora de Mainer opera, pues, en tres frentes diversos pero complementarios. Como es habitual en sus sólidos trabajos de historiografía literaria, su análisis es inseparable de lo histórico, ya que “la literatura se nos hace inteligible en forma de historia […] los acontecimientos dictan de algún modo las palabras, las imágenes, las opciones de género y tono de los libros” (59).
   Mainer reúne diez contribuciones suyas publicadas entre 1993 y 2004, más dos artículos inéditos, principalmente en torno a la narrativa española contemporánea, pero también a la poesía, el cine y el ensayo. Ante posibles críticas que no pocas carencias pudieran depararle (el teatro, por poner un caso), Mainer las reconoce al anunciar en el prólogo que estamos ante un compendio de textos que muestran filiaciones, reconocimientos, hermandades significantes de la tríada señalada. Frente a la sistematicidad que caracterizaría a un ensayo de conjunto sobre la literatura del periodo escogido (1944-2002), esta colección de textos de un mismo autor –no alejados en su escritura– manifiesta no sólo ausencias sino que, al mantener los originales casi sin retoque alguno, no puede evitarse la reiteración de datos y expresiones, las vueltas a libros y autores, si bien es cierto que cualquiera evidenciaría en su obra crítica cierta intertextualidad , sobre todo cuando, como aquí, los tiempos, las voces y las obras no son tan distantes. Además, si los textos desvelan repeticiones puntuales también apuntan temas en los que un crítico se detiene, aspectos a los que regresa para matizarlos o relacionarlos con otros que tal vez no advirtió en otro lugar, y todo enriquece la interpretación respecto de cuestiones que concitan la mirada crítica, como en este libro ocurre con la Transición española o el interés de Mainer por ciertos escritores: Álvaro Pombo, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas o Juan José Millás.
   En el prólogo Mainer aclara el significado de la secuencia del título ( autores-libros-tramas ), la cual responde a un efecto retórico tan grato al autor: “la enumeración como sucedáneo de la explicación” (9). Y todo ello para que dispongamos de una lectura moral (y así histórica) de la literatura, que sume los elementos aducidos, lectura que es lo que Mainer denomina entender la historia de la literatura. A la pregunta axial para interpretar la praxis crítica (¿qué antepone el historiador como modo de trabajar?), Mainer responde definiendo la secuencia escogida: por un lado, las tramas muestran temas o motivos que perseveran cuando se realiza una visión panorámica de obras o autores, o bien predican una forma de coherencia interior en un marco de coincidencia cronológica que reúne nombres y autores. Por otro lado, los libros privilegian una obra sobre otras, mas también el diálogo establecido entre ellas por influencia o convergencia. Convocar nombres implica que, a la visión de la obra concreta, el crítico anticipa el designio personal, el constructor de la obra. Mainer plantea igualmente otras preguntas fundamentales: “¿Sobreviven las tramas, los títulos y los nombres en una época de síntomas, de escrituras, de indicios de autoría?” (8). Y ante el arriesgado análisis de la literatura más reciente, en que la perspectiva es insuficiente, también cuestiona si es posible decir algo provechoso sin que el tiempo invalide “las afirmaciones jactanciosas, las profecías inútiles, las admiraciones malgastadas o los olvidos temerarios” (8).
   El libro se divide en tres partes. La primera, en torno a las tramas, se abre con el artículo titulado “Por ejemplo, 1944. Un año de literatura” (1999). Como es usual en sus trabajos, Mainer inicialmente nos acerca el contexto de un año tan amargo para Europa y para la España de posguerra. Publicaciones como La Estafeta Literaria o Arriba le permiten enunciar lecturas epocales y adalides como Eugenio D'Ors y Ernesto Jiménez Caballero. También recuerda la consolidación del ensayo de alta divulgación y las síntesis universitarias de calidad (entre otras, la Historia de la lengua española de Lapesa). A lo largo de estas páginas (y en otras del libro), Mainer incorpora, afortunadamente, nombres del exilio al canon que se va trazando: Zambrano, Ferrater Mora, Ayala, Aub o Gil-Albert. Bajo un epígrafe de revelador título, “De la vegetación al páramo”, muestra cómo bajo el primer franquismo se produjo la definitiva separación entre las culturas elevada y popular, quebrándose “el frágil edificio populista pero integrador de la vida intelectual española de anteguerra” (27). La convaleciente vida literaria del 44 la definen promociones de veteranos: Azorín, Manuel Machado, Wenceslao Fernández Flórez y Pío Baroja. De manera concreta, Mainer analiza Hijos de la ira y Sombra del paraíso , de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre; señala los pasos iniciales de revistas como Garcilaso y Espadaña ; de una voz acuñada que calaría: ‘tremendismo'; la relevancia de Nada y Mariona Rebull , así como de las novelas rosa de Carmen de Icaza y Rafael Pérez y Pérez. Por otra parte, Cela, ya en aquel tiempo nombre imprescindible, irá construyendo su carrera literaria: nadie como él encarnó la literatura franquista, concluye Mainer.
   Seguidamente, mediante lo que era un trabajo inédito, pasamos a la poesía en “1952: en el cincuentenario de una quinta”, en claro guiño a Quinta del 42 , de José Hierro. En el repaso a la constitución literaria de la posguerra encontramos esta significativa declaración personal de Mainer: “Cuando supe quiénes eran los míos y los de enfrente y quién tuvo razón, me pasé de bando. Pero, porque yo también ignoré, siempre he preferido inclinarme con comprensión y piedad hacia los equivocados, o hacia los débiles y flexibles, que muy a menudo, he traído a mi mesa de trabajo (43). Para entender la posguerra (y otras épocas), Mainer recomienda la discriminación atenta y la lectura que busque síntomas más que hechos constantes. Él selecciona y dedica sus páginas a José Hierro, Ildefonso Manuel Gil y Blas de Otero. En el apartado “Hablando de historia y de literatura” comenta hechos políticos, películas, novelas y poemarios, revistas juveniles como Alcalá , y hasta reitera (esos intertextos que mencioné antes) la consolidación del ensayo académico de carácter divulgativo.
   En “El otoño del miedo: la imagen fílmica y literaria de la decadencia de Franco” (1998), para la primera, entre 1970 y 1985, Mainer pone sobre el tapete películas de Saura, Erice, Borau, Gutiérrez Aragón, Mercero y Camino. Para la imagen literaria da entrada a Goytisolo, Va-lente, Sahagún, Irigoye, Umbral y Vázquez Montalbán, de quien destaca Autobiografía del general Franco (1992) con rotunda afirmación: “libro que se impone por su sinceridad generosa y por su fe en la virtud moral de la Historia con mayúscula” (87). Como hace previamente en otros casos, toma el pulso al estado de un año concreto, ahora al emblemático 1992.
   Este artículo engarza bien con “El peso de la memoria o la imposibilidad del heroísmo en el fin de siglo” (2004), texto que Mainer inicia delimitando la Transición española (1973-1986). De nuevo, una sumaria introducción histórica nos adentra en la memoria de un tiempo de pos-modernidad ética , reflejo de la “pérdida de la inocencia” en la España reciente. Mainer establece varios apartados: en el dedicado a los mitos relacionados con la Guerra civil aborda relatos sobre la contienda durante los años ochenta. Por un lado, la fase mítica representada por Cela o Benet. Por otro, la imaginaria posesión y la indagación que expresan novelas como Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina y más tarde Soldados de Salamina de Javier Cercas. Por otra parte, las que denomina “Cenizas del 68” caen sobre Luz de la memoria de Lourdes Ortiz, El río de la luna de Guelbenzu, Muchos años después de José A. Gabriel y Galán, pero sobre todo para Mainer es Visión del ahogado , de Millás, “la primera gran parábola del desencanto en la España de la primera transición” (108). Luego da paso a Gabriel Albiac como representante de una nueva casta intelectual apoyada en las columnas de los diarios; la poesía de Jorge Riechmann; las memorias de Martínez Sarrión, es decir, textos que desembocan en la última batalla intelectual, que, para Mainer, es la emprendida por quienes se enfrentan al terrorismo etarra: Savater, Juaristi, Elorza, Unzueta, Azurmendi. De modo particular se ocupa de Juaristi por considerar su aportación la de mayor desarrollo de “una indagación de naturaleza político-filológica sobre la autopercepción de los vascos” (120).
   En la segunda parte, tras las tramas llegan los libros. En primer lugar, en “Síntomas de solidaridad: una lectura conjunta de Los bravos y El Jarama ” (2001), Mainer escoge estas novelas señeras que dan una lección de historia viva y “encierran todavía una lección de fe en los poderes de la literatura” (150), novelas que encarnan el inicio de una nueva narrativa y describen la evolución de las clases subalternas en los cincuenta. Al contexto socio-histórico de la generación de los niños de la guerra, en una posguerra de marcada jerarquización social, Mainer añade detalles, por ejemplo, respecto de la edición española, con colecciones que marcaron rumbos nuevos en editoriales como Castalia y Destino. Tal como él comenta, la literatura de la mirada fue la que entró en la historia literaria, con relatos en los cuales la observación vehicula el reconocimiento y la mecánica del relato, organiza afectos, recuerdos e impotencias.
   En esta zona del libro el lector se encuentra con obras aludidas en la parte primera y que, ahora, el crítico analiza explícitamente en “Identidad y desencanto en tres novelas de la Transición ( Visión del ahogado , El río de la luna y El héroe de las mansardas de Mansard )” (2004, en su versión francesa en 2000). Vuelve igualmente a definir la Transición, con las premisas de desencanto e identidad presentes en casi todas las novelas desde los setenta hasta 1985. Cuanto deparó la propuesta de Sobejano en torno a la “novela ensimismada ”, aquí se resume en “novela egoísta ”, la cual sigue marcando la literatura del siglo XXI (que Mainer intuye novelero y egoísta ). Escoge, por tanto, tres novelas que exploran el pasado mediante un exorcismo de la memoria a través de la mirada enajenada (Millás); mítica (Guelbenzu) y cómplice (Pombo).
   Después, Mainer inserta una larga reseña sobre Rafael Sánchez Ferlosio originalmente publicada en Saber/leer en 1994: “La razón desesperada (sobre Vendrán más años malos y nos harán más ciegos )”. Se detiene en la devoción del autor por Machado y sus similitudes; pero también en el secreto de este texto: su ritmo, su estilo entre vulgar y elucubrado, popular y culto; una prosa que, a juicio del crítico, ocupa un lugar de excepción en la historia literaria. Le sigue a esta reseña un texto publicado por el Centro de Profesores y Recursos de Cuenca en 2002: Ensayos, dietarios, novelas en el telar: la “novela a noticia”. Es un acierto el rescate de este excelente trabajo que, ligado al anterior, comienza enunciando los límites de la novela, la pugna con ámbitos como la filosofía, las características del relato contemporáneo en que la duda frente a la fuerza de las tramas lleva a incorporar el proceso de escritura al texto. De Torres Naharro toma el concepto de “novelas a noticia”, que definiría muchas novelas actuales nacidas de la perplejidad, evocadoras de un mundo que llega a través de la información cotidiana, conscientes de la inviabilidad de penetrar en los auténticos motivos de las acciones humanas. Textos por los que retorna una literatura del yo, “forma vicaria de metaliteratura ” (204). Y es que cada día hay más escritura personal, más diarios y dietarios, es decir, modos de descubrimiento, que son también síntomas de madurez y complicidad apreciados por Mainer en Muñoz Molina, Trapiello y Sánchez Ostiz. Bajo el epígrafe “Novela e información” se interroga la relación entre reportaje periodístico y prosa de novela, relación que exhiben autores como Juan José Millás, Manuel Vicent, Álvaro Pombo y Arcadi Espada, sobre quien Mainer se extiende en su análisis. Todo ratifica que hoy el relato explora los límites de la imaginación “y merodea, a falta de otras presas, en las páginas del periódico” (214). O de la misma literatura, como hace Vila Matas, cuya praxis se define como ejercicio de “ensayo narrado”, “narración ensayo” o “novela a noticia”. Todo se literaturiza , como muestra El mal de Monta-no. Así también, en el libro reaparece Cercas por sus novelas de campus como El vientre de la ballena , y nuevamente por Soldados de Salamina. Y del arriesgado conocimiento y la vuelta a la literatura propia y ajena Mainer pone como testimonio a Javier Marías y Antonio Muñoz Molina, este último por Sefarad.
   De la narrativa se regresa a la poesía en “Algunos poetas en el campus”, texto estructurado en cinco secciones correspondientes a cinco breves artículos de una serie de folletos no venales que vieron la luz entre 1993 y 2000. Tales secciones se ocupan de Antonio Martínez Sarrión, Guillermo Carnero y Jon Juaristi. Se añade otra dedicada a Andrés Trapiello, donde Mainer redunda en la distinción entre diario y dietario apuntada en páginas precedentes (252). Por último, cierra su contribución con la escritura poética de una voz fundamental: Luis García Montero.
   En la tercera parte, los libros, Mainer selecciona tres modelos de escritura. “Introducción al realismo de Álvaro Pombo” (texto presentado en 2004 en un encuentro en Neuchâtel) es una extensa contribución sobre un autor a quien la filosofía le permite, como la novela, elaborar un discurso acerca de los grandes temas de la vida, fundamentado en la libertad, como eje central, así como en los juegos de apariencia, realidad, verosimilitud y mucho humor. Como Mainer resalta, Pombo ha dividido su obra entre un ciclo de “falta de sustancia” y otro de “la religación”, que le suena más filosófico que realidad. Mainer acoge su obra por considerarla insólita en nuestra literatura, la de mayor alcance moral y filosófico, obra que intenta “hacer legible lo ilegible” (285). En segundo lugar, en “El orden patriarcal, el orden del mundo: motivos en la obra de Juan José Millás” (2000), Mainer destaca la dimensión histórico-metafísica de un autor marcado por el psicoanálisis y, en consecuencia, por una escritura que indaga las figuras primigenias y, sobre todo, la familia, de tanto peso en su escritura. Visión del ahogado (1977), texto que vuelve a estas páginas, sabido es que para Mainer representa “quizás la más reveladora del clima vital de la Transición española” (304). Por último se incorpora un ensayo inédito: “Ignacio Martínez de Pisón: contando el fin de los buenos tiempos”, donde Mainer se ocupa del notable interés del autor por la enunciación femenina de la experiencia familiar, de la fuerza de un escritor en la densidad del núcleo duro de su obra.
   En su conjunto, este libro consigue lo que el autor apunta como deseo en su prólogo: suscitar la imagen de múltiples relaciones donde prima lo presencial, que “adquiere de forma espontánea la disposición de la contigüidad o incluso de superposición” (9). Combate conceptos inestables y personalizaciones abusivas provenientes de “la manía de la simetría y de una concepción mecánica del tiempo histórico” (10). Además, como he apuntado con anterioridad, esta colección de trabajos de autor permite apreciar sus intereses, sus vueltas y revueltas, en suma, el taller de uno de nuestros más destacados historiadores literarios. Y en este tiempo en el que centros de investigación y universidades configuran los denominados repositorios –archivos digitales–, que permitirán el acceso a todos los trabajos de un crítico, queda todavía, como aquí, la posibilidad de que el propio autor los seleccione y nos guíe para entender el fenómeno literario, aun cuando el editor pueda traicionar la expectativa lectora con un título que podría haberse definido más (“entender la narrativa española”, por ejemplo, o “ algunas tramas, libros, nombres”). Sin embargo, es frecuente el recurso a similares títulos para despertar la atención del curioso lector (pensemos en las muchas “Historias de la novela española”, que lo son sólo de la castellana y peninsular), quien, por cierto, encontrará en este libro un útil índice onomástico, referencias bibliográficas comentadas y notas informativas al final de cada trabajo.

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