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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.9 no.12 La Plata July/Dec. 2008

 

ARTÍCULOS

Perspectivas del columnismo en la prensa española

Jean-Pierre Castellani

Universidad F. Rabelais, Tours

Resumen
Se trata de un acercamiento teórico al columnismo en la prensa española y de un estudio de las perspectivas para este género de periodismo literario en el porvenir, dadas las nuevas condiciones del mercado y del discurso de la prensa hoy en día.

Palabras claves: Prensa; Columna; Columnismo; Literatura; Sociedad.

Abstract
This is a theoretical approach to the columnismo in the Spanish press and a study of the perspective for this sort of literary journalism in the future, given the new conditions of the market and the speech of the press nowadays.

Key words: Press; Column; Literature; Society.

   Obviamente, la prensa actual, sobre todo la diaria, evoluciona hacia un discurso cada vez más frío y deshumanizado, que tiende a descartar el humor, el mal humor, la ironía, el descaro, el inconformismo, la provocación, estableciendo con el lector un pacto fundado en la razón, el rigor, la norma como cualquier otro producto comercial, más allá de una presentación cada vez más preocupada por la estética con el desarrollo de la infografía y del grafismo.
   Sin embargo, la prensa española quizás más que otras, ha reservado de modo tradicional un lugar eminente a una vía literaria, por su voluntad de dar opiniones junto a las informaciones. El diario A.B.C dedicó desde su creación, a principios del siglo XX, una "Tercera página" a la publicación de unos comentarios desconectados de la actualidad del día, escritos por un intelectual prestigioso, más bien académico, espacio que sigue presente, a pesar de los recientes cambios en la estructura de este diario.
   El columnismo, que es la forma más clara, confesada y reivindicada de esa afirmación de un punto de vista personal, conoce, desde Larra y Clarín hasta Manuel Vicent, Rosa Montero, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, Javier Cercas, Manuel Hidalgo, Manuel Alcántara, Antonio Muñoz Molina o Francisco Umbral, un gran éxito que sigue vigente. Esos columnistas se han integrado o se sitúan todavía en la tradición de artículos de tono libre e impertinente que había puesto de moda en su momento Carmen Rico Godoy en el semanario Cambio 16.
   La columna, en España, siempre ha sido pues una prueba de periodismo informativo de creación y de libertad de pensamiento. No son los temas los que faltan, sobran más bien, sino una visión personal, original, llamativa que hace que el lector termine lo que ha empezado. Cuando no funciona, el lector, después de un gusto inicial, deja de leerla. El placer de lectura provoca el deseo casi urgente, de lectura; su ausencia lleva al rechazo, a veces definitivo. Las columnas son a menudo el primer texto que leen los lectores, después de echar una ojeada a la primera plana o al sumario. Todas las encuestas de hábitos de lectura prueban que la lectura de un diario sigue un recorrido que va desde la derecha a la izquierda, en un sentido contrario al de la lectura del alfabeto, por lo menos en nuestras escrituras occidentales. Eso explica que la mayor parte de los anuncios se ubiquen en la página de la derecha, espacio que reclaman a menudo los columnistas.
   Se sabe, por ejemplo, que Francisco Umbral había exigido de los responsables de El Mundo la ubicación estratégica de la contraportada del diario, lo que le daba un estatuto privilegiado, hasta ocupar la totalidad de esta última página cuando ocurría algo muy dramático en la actualidad. Umbral proclamaba con orgullo que: "Los viejos columnistas de opinión y metáfora somos la silla isabelina del periódico, la antigüedad del Rastro para enseñar a los visitantes, el lujo literario de la empresa" (Umbral, 2001: 120).
   En el discurso del diario de hoy, muy serio en su lenguaje, si bien cada vez más lúdico en su tipografía y en su puesta en página, la columna de opinion, que no es exactamente el artículo, o la crónica informativa, o la reseña, o la necrológica, le ofrece pues al lector, que la busca y la goza, un texto marginado, en el doble sentido de la palabra, figurado y concreto, limitado por un recuadro que lo separa claramente de los demás textos y lo pone de relieve, destacándolo de los demás artículos: "a la derecha o a la izquierda, en la última página o en un lugar destacado, lo que Martínez Albertos llama "un ghetto privilegiado" (Martínez Albertos, 1978) o sea un espacio que le permite al periodista/columnista practicar todas las libertades y juntar memoria personal y memoria colectiva, el subjetivismo más radical y la observación más entregada a conocer y aclarar el mundo que nos rodea.
   Aparece en general firmado de modo espectacular, como se firma un cuadro de pintura, algo independiente, personal, parecido a una tertulia escrita, una especie de diálogo con el lector que en este caso se vuelve un amigo fiel, un confidente. Este va a buscar o recibir a este amigo como recibe cada día la voz de un locutor de radio que nos acompaña en nuestra vida diaria. Esa identificación no suele ocurrir con los otros artículos del diario. A veces se da la fotografía, la cara del autor, lo que humaniza más el texto y subraya la afirmación directa y personal de la autoría de la enunciación.
   La presencia de la primera persona gramatical, que se justifica únicamente en los reportajes para dar autenticidad al testimonio, se vuelve aquí imprescindible, inherente al género. Sin este "yo" dictatorial, y por consiguiente injusto, o equivocado, o agresivo, no hay columna ni en su emisión ni en su recepción. Hay una fuerza retórica persuasiva que domina en este ejercicio, con vistas a una toma de conciencia de algo por un lector orientado por la acumulación de argumentos y la riqueza del estilo adoptado. El predominio del "yo" del columnista, escritor/periodista, explica que la columna se escriba desde sentimientos nunca neutros sino intensos: felicidad, plenitud, ira, ironía, irrisión, desilusión, compromiso. Como proclamaba Umbral: "Me niego a firmar manifiestos. Ya firmo todos los días un manifiesto personal en mi columna" (Umbral, 2000: 155): en esta perspectiva la columna se vuelve un periódico en el periódico.
   Además la columna es un género totalmente libre en su temática ya que puede abarcar todos los campos: políticos, culturales, económicos, deportivos, religiosos, nacionales o internacionales, locales o universales. El único límite en la columna es el espacio determinado de modo sistemático y regular (unos pocos folios).
   El periódico tal como lo conocemos en nuestro mundo occidental nace del libro y, por lo tanto, es normal que una parte importante del discurso periodístico tenga algo que ver con sus orígenes literarios. En los medios de comunicación de hoy, en casi todos los diarios, coinciden en el espacio del texto impreso, unos textos meramente informativos y otros con pretensiones estilísticas creativas que los acercan más a la literatura propiamente dicha. Esa tensión entre dos tipos de escritura, o sea de modalidades de narrar o comentar la realidad presente, que es la finalidad básica de la prensa, existió desde la aparición de los primeros diarios. Aparentemente la tendencia actual, bajo la influencia de la técnica y del lenguaje de la informática, parece dar la prioridad más bien a la objetividad que a la subjetividad.
   En todos los casos la columna es un texto relativamente corto, o por lo menos del mismo tamaño. El lector sabe dónde encontrarlo y cuanto tiempo le va a costar leerlo. Es una cita amistosa, cómplice, fiel, diaria o semanal según los casos.
   De modo que se establece una relación desde un yo emisor predominante, consciente de su poder de influencia, y un yo receptor cómplice. Entre ambos, al contrario del texto autobiográfico que impone un pacto, a menudo "ambiguo" según la expresión de Manuel Alberca (Alberca, 2000) se va creando una relación individual, en la cual el columnista está diciendo algo que comparte con su lector y se vuelve su portavoz.
   Francisco Umbral fue, sin duda alguna, incluso para sus detractores más agresivos, uno de los mejores, sino el mejor, representante de este columnismo español. Lo que reivindicaba con la conciencia de serlo: "Me leen diariamente un millón de personas, despliegan el periódico como un pájaro muerto y buscando mi firma, dan conmigo". (Umbral, 2001: 120)
   Habla el experto Umbral:

Mucha gente me lee, pero nadie me asume. Yo diría que no me asumen, sino que sólo me consumen. Mi columna es un producto más de degustación. (Umbral, 2000: 88)

   Y otro columnista, Javier Marías, lo confirma:

Cuando escribo novelas no suelo tener presente a un lector determinado, si luego vienen lectores, bienvenidos sean; cuando uno escribe en un medio de comunicación, sí se tiene muy presente a los lectores.

   Y añade Marías, en el momento de celebrar sus doscientos artículos en El País Semanal:

Al cabo de doscientos domingos, me doy cuenta, ignoro qué clase de trato, tráfico, transacción o trajín existe entre ustedes y yo. Hasta ignoro cuál es mi función, si es que esa palabra es adecuada. ¿Entretener? ¿Aleccionar? ¿Soy ya una era costumbre, y algunos lectores van a a esta página como otros van a la del seppuku o como se llame ese pasatiempo japonés (no, seppuku no es, eso creo que es harakiri con cabeza cortada) además? ¿Criticar? ¿Ayudar a razonar y a entender mejor nuestro tiempo (no, esto sería muy pretencioso)? (2007a: 14)

   En febrero del año 2002, Muñoz Molina se despidió también de su columna de El País Semanal en un texto, titulado "Epílogo", en el cual sacaba un balance de esa colaboración. Ahí cuenta cómo descubrió el arte de la columna a través de los textos de Josep Plá o sobre todo los de Julio Camba, éste en los tomos de la antigua colección "Austral" que se encontraba en la biblioteca municipal de Úbeda. Confesaba cómo bebía literalmente las crónicas de Camba que despertaron en él la afición por el artículo, lo mismo que la lectura de los libros de Julio Verne le habían inoculado las ganas de escribir novelas.
   Está bien contar algunas cosas que importan con claridad y reflexión, pero también es bueno callarse, y si agrada descubrir que alguien se ha reconocido en lo que uno ha escrito a solas, también cansa sentirse vulnerable a la malevolencia y a veces a la mala leche española y anónima, saberse mirado por encima del hombro por tanto depositario de la verdad política o de la más alta sabiduría literaria. Callarse es un acto de prudencia, una medida terapéutica, una silenciosa afirmación. Y unos de los rasgos cruciales de cualquier cosa que se escribe es el punto final: el punto final de estos artículos ha llegado ahora (Muñoz Molina, 2002: 327-329).
   Y al mismo tiempo daba su definición de la columna, aclaraba la concepción humilde, exigente y problemática que se hace de su oficio:

[...] en un artículo ha de caber, sin que se note mucho, un concentrado muy intenso de la vida y de la literatura, una breve cápsula de tiempo que será no mucho menos fugaz, en la mayor parte de los casos, que una pompa de jabón. (Muñoz Molina, 2002: 327)

   Por lo tanto, la práctica de esta columna diaria vendría a ser el vehículo, entre otros textos más literarios, de una confesión muy personalizada como lo suponen las características de este género pero lejos de cualquier exhibicionismo, pose frívola o autocomplacencia pedante. Escribirla, por ejemplo, no fue para Muñoz Molina, como ocurre con muchos columnistas famosos, un careo permanente con la actualidad política, interior sobre todo, social y cultural o una droga o un desafío que se lanza a sí mismo, necesarios a su supervivencia. Para él, como para muchos, el columnismo dejó de ser un género secundario, o marginado para formar parte de un conjunto creativo que se elaboraba paralelamente a las obras de ficción que resultaron enriquecidas por esa reflexión de cada semana.
   Se elabora, de este modo, en el mismo espacio del diario, una literatura que, al hablar de la propia memoria del columnista, constituye al fin y al cabo la de la España contemporánea. Citemos esas palabras del mismo Umbral que definen claramente el vínculo, necesario para él, entre escritura periodística y creación literaria:

La columna de periódico me ha dado un género literario: el libro como una columna/río, largo, ancho, interminable, ilustrado de nombres y sucesos, acuciado de actualidades que permanecen y duran. (Umbral, 2000: 10)

   Es el caso de las columnas de Javier Marías: primero en El Semanal y luego, a partir de 2002, en El País Semanal, ahora EPS bajo el título "La zona fantasma". Es impresionante la regularidad de Marías que desde 1996 no ha dejado de publicar una columna a la semana fuera de cortas temporadas con interrupciones debidas a asuntos personales. Y confirma su interés por el género al publicar en recopilaciones la totalidad de sus columnas que vienen a ser textos que forman parte de su obra literaria, estableciéndose una relación muy fecunda entre la labor de Marías como traductor y su trabajo de novelista precoz y de columnista. Para él son experiencias parejas que no hay que separar u oponer. No hay jerarquía entre unas actividades que serían nobles como las novelas y otras menos dignas que podrían ser las de traductor, de ensayista o de columnista en la prensa.
   Es como un leit-motiv entre todos los columnistas: la ausencia de fronteras entre las distintas escrituras que practican, esencialmente entre periodismo y literatura. En todos los casos, adoptan un tono melancólico, burlón, crítico, el de un aguafiestas que dice verdades a sus contemporáneos, una especie de moralista escéptico. Justifican así la definición de Umbral que habla de "la vieja artesanía de hacer artículos para la prensa, entre la política y la poética" (Umbral, 1993: 210), más cerca de la poesía que de la política. Como, por ejemplo, la de un Manuel Alcántara, ante todo, poeta. Sus crónicas de sociedad, que podrían resultar algo rápidamente superado por la actualidad devoradora, vienen a ser una obra de arte, una auténtica creación literaria por nutrirse de la misma literatura, entre documento sociológico y creación estética.
   De ahí que el columnismo de un Javier Marías apenas tenga fecha de caducidad, contrariamente a muchos columnistas más aferrados al comentario puntual de la actualidad. En esta perspectiva, las columnas son como un autorretrato auténtico, representan al escritor mejor que cualquier entrevista.
   Después de la muerte de Umbral en agosto del 2007, El Mundo decidió que la columna que, en la contraportada del diario, publicaba el famoso escritor, sería ocupada sucesivamente por cien escritores bajo el título En la columna de Umbral, sin pretender sustituir al gran columnista "porque eso resultaría imposible" según lo que dijo el director de El Mundo, Pedro. J. Ramírez. Fue brillante la participación de esas 100 personalidades del mundo literario, cultural o periodístico y emocionante ese homenaje colectivo, pero fue quizás como una despedida triste a la columna no solamente la que encarnaba Umbral con Los placeres y los días sino al género mismo. Es cierto que Raoúl del Pozo que sustituyó entonces a Umbral con su columna diaria, El ruido de la calle, da la prueba que no es fácil seguir con la misma calidad con unas columnas cuyo nivel ha bajado comparándolas con las de Umbral, a pesar del esfuerzo diario del periodista. A lo mejor la culpa no es de Raúl del Pozo sino de algo más fundamental que toca la práctica de las columnas en la prensa española de hoy.
   En efecto, parece que últimamente, hay como un agotamiento del columnismo en la prensa española por varios motivos: agresividad de las opiniones explicada por un clima veces histérico en unos medios de comunicación demasiado relacionados con los intereses de los partidos políticos y de grupos financieros, menor gusto por el estilo de parte de un público atontado por el lenguaje políticamente correcto de la televisión y, sobre todo, cansancio de unos columnistas que se van haciendo mayores y cuyos mejores representantes son Antonio Muñoz Molina y Javier Marías. Muñoz Molina ha dejado su columna de EPS para dedicarse a un artículo de fondo, más tradicional, que sale cada sábado en el suplemento literario Babelia de El País, bajo el título "Ida y vuelta", con una temática y una retórica algo distintas a las de sus columnas de antes.
   En cuanto a Javier Marías en una de sus últimas columnas del EPS, titulada de modo significativo "Lo que no vengo a decir", confiesa un cansancio en su trabajo de columnista:

Yo no sé durante cuánto más tiempo tendrá sentido que escribamos artículos los que los hacemos, pero me temo que es un género al que le queda poca vida. Tal vez desaparezca sólo a la vez que los periódicos, al menos, los de papel impreso, pero también es posible que le llegue antes su hora, dado el número creciente de lectores que no sabe entenderlos, o--lo que es más deprimente—no está dispuesto a entenderlos, no le da la gana de hacerlo. (2007b: 98)

   Más allá del acostumbrado pesimismo personal y visceral de Marías, está claro que plantea de modo muy sensato una serie de problemas esenciales para el futuro del columnismo: su relación estrecha con el formato tradicional de una prensa papel en peligro actualmente, su tonalidad heterodoxa en un discurso cada día más ortodoxo, el predominio aplastante de las cadenas de televisión, y un lectorado que busca más bien el escándalo de los secretos íntimos que el punto de vista libre y original. Desde luego quedan representantes muy honrados y talentosos del género, desde la ironía de Elvira Lindo, la sensibilidad de Manuel Vicent o de Manuel Hidalgo, o la poesía de Manuel Alcántara, pero después de observar y alabar la fuerza de esa corriente en la prensa española del siglo XX, hay que cuestionar la permanencia de un tipo de escritura entre periodismo y literatura en los medios de comunicación, en una sociedad mediática que conoce una profunda metamorfosis que, como suele ocurrir con los cambios radicales, se presenta como una fuente de decadencia.

Bibliografía

1. Alberca, Manuel, 2000. La escritura invisible, Oiartzun: Sendoa.         [ Links ]

2. Martínez Albertos J. L., 1978. El lenguaje periodístico, Madrid: Paraninfo, 1989.        [ Links ]

3. Muñoz Molina, Antonio, 2002. La vida por delante, Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

4. Umbral, Francisco, 1993. La década roja, Madrid: Planeta.         [ Links ]

5. Umbral, Francisco, 2000. Madrid, tribu urbana, Madrid: Planeta.         [ Links ]

6. EPS suplemento dominical de El País. [Ahora ha vuelto a titularse El País Semanal].         [ Links ]

Columnas citadas

7. Marías, Javier, 2007a. "Doscientos lectores", El País, EPS, 11 de marzo.        [ Links ]

8. Marías, Javier, 2007b. "Lo que no vengo a decir", El País, EPS, 28 de diciembre.         [ Links ]

9. Muñoz Molina, Antonio, 2002. "Epílogo", El País Semanal, febrero.         [ Links ]

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