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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.9 no.12 La Plata July/Dec. 2008

 

ARTÍCULOS

La exagerada vida de Vicentico Bola en Tranvía a la Malvarrosa (1)

Juan A. Ríos Carratalá

Universidad de Alicante

Resumen
La novela de Manuel Vicent, Tranvía a la Malvarrosa cuenta entre sus personajes a Vicentico Bola, quien sin ser su protagonista termina por cristalizar un firme recuerdo en la memoria del lector. Tanto los rasgos de su carácter como su manera de transitar la vida -signados por los excesos y la vitalidad- son fundamentales en el camino de Manuel. La adaptación cinematográfica rescata también a este personaje, a la vez que traslada al lenguaje audiovisual los elementos literarios de una memoria subjetiva de la España de los años 50.

Palabras clave: Tranvía a la Malvarrosa; Vicentico Bola; Memoria; Adaptación; Pintoresco.

Abstract
Tranvía a la Malvarrosa, the novel of Manuel Vicent has to Vicentico Bola between its personages. He is not its protagonist but it crystallize a firm memory for the reader. As much the characteristics of his character as their way of life - Signed by the excesses and the vitality- are fundamental in the life of Manuel. The cinematographic adaptation also rescues this personage. Simultaneously, it transfers to the audio-visual language the literary elements of a subjective memory of Spain of the Fifties.

Key words: Tranvía a la Malvarrosa;Vicentico Bola; Memory; Adaptation.

   El tiempo criba los motivos del recuerdo. Al cabo de los años, el reencuentro con una novela que nos interesó en su primera lectura viene condicionado por una memoria siempre selectiva y hasta, aparentemente, caprichosa cuando no somos conscientes de la lógica de sus afinidades. Algunos personajes o pasajes han quedado olvidados, mientras que otros permanecen frescos, incluso familiares, porque los hemos incorporado a nuestra experiencia de lectores. Estos últimos a veces no son los protagonistas o los momentos determinantes, pero por diversas razones han pasado a un primer plano en nuestros recuerdos. También pueden haber eclipsado a quienes, por voluntad del autor, se suponen más importantes. Son nuestros protagonistas particulares, engrandecidos a partir de unas imágenes o unos rasgos que nos llamaron la atención y se han quedado grabados en la memoria. A la hora de valorar la novela, conviene ponderar la distorsión que provocan estas preferencias personales, aunque también cabe indagar los motivos de las mismas.
   Tranvía a la Malvarrosa (2) (1994), de Manuel Vicent, es una novela que perfila, a partir del recuerdo, el paso del protagonista a la madurez en la España de finales de los años cincuenta. Marisa es "la muchacha de la trenza de oro" que Manuel, "más puro que un lirio", contempla o imagina cuando ella viaja en el tranvía azul y amarillo con destino a la playa valenciana de la Malvarrosa. Marisa aparece siempre tras una ventanilla: hermosa, virginal, discreta y callada como un referente lejano, casi inaccesible desde aquel día que vestida de azul celeste con lazo blanco se acercó a escuchar cómo un muchacho interpretaba una melodía al piano. La llamada de la madre interrumpió el momento mágico y pudoroso del intercambio de miradas entre unos jóvenes con tendencia a la cursilería propia de su acomodada condición social. El admirador secreto de Marisa desde entonces es, ahora, un estudiante. Mientras cursa Derecho en la Universidad de Valencia y acude al teatro Ruzafa para admirar a Gracia Imperio o Rosita Amores, se debate entre una religiosidad a punto de extinguirse y el placer que le exigen los sentidos azuzados por la juventud: "Por ese tiempo en mi cabeza Dios había perdido ya su entidad palpitante y comenzaba a ser una abstracción que aún trataba de abrirse paso a través de la voluptuosidad de los sentidos" (TM: 84). Las confesiones de Manuel pronto tendrán destinatarios con colores vivos, alejados de las sotanas y las casullas.
   Al final, la naturaleza se impone en una novela tan sensualista y personal como Tranvía a la Malvarrosa. Manuel está a punto de finalizar sus estudios universitarios. Ha dejado atrás la adolescencia repartida entre el internado religioso y su pueblo del interior de Castellón. Con una sensibilidad siempre despierta, el joven sigue a la búsqueda de referentes en una capital donde ha descubierto una peculiar geografía urbana a base de colores y olores. Su aprendizaje como individuo también tiene lugar en la calle, cuando pasea ávido de sensaciones y novedades. Los calores de junio invitan a desperezarse para compartir la luminosidad de unos días que parecen no tener ocaso. Manuel acude a un baile y, mientras contempla a sus compañeros sin decidirse a participar, es elegido por Juliette, una muchacha francesa que lleva unos ceñidos pantalones vaqueros -los primeros vistos en Valencia-, una blusa negra al estilo existencialista y una bolsa de lonilla donde guarda sus acuarelas junto con un libro de Sartre: "Tenía una belleza muy moderna, molona, fardona, con la naricilla de Brigitte [Bardot], la cola de caballo y los muslos largos de tintorera" (TM: 187). (3)
   La imagen de Julieta contrasta con el sombrerito de paja y la cinta roja de Marisa, que cada día aparecía tras las ventanillas del tranvía a la espera de una mirada que le aportara vida e iniciativa. Manuel queda, por el contrario, deslumbrado al verse elegido por una muchacha francesa deseada por quienes la rodean y que en la playa lleva un bikini a flores. Juliette o Julieta concreta con su fresca naturalidad el deseo del protagonista vinculado hasta entonces a una Marisa incapaz de dar un paso adelante. El encuentro se impone con la lógica de la vida que no admite demoras. En el desenlace de la novela, ambos jóvenes pasean en busca de la soledad y hacen el amor en la casa abandonada que fuera de Vicente Blasco Ibáñez, junto a la playa y en un atardecer en el que parece haberse remansado el tiempo. El mar, al fondo, representa un contrapunto de libertad y hedonismo frente a la represión urbana. Sus cuerpos satisfechos yacen sobre un lecho de revistas y folletos del más acendrado franquismo. Estaban allí como huella de una incautación que ese día fue interrumpida por los amantes. Por fin, 7 Flechas, Arriba, El Español... quedan redimidos por su utilidad al servicio del deseo de quienes acceden así a la madurez. Al día siguiente, Manuel se examina de Filosofía del Derecho, saca notable y se convierte en un licenciado. Jardín de Villa Valeria (1996) sería su próxima estación para un tiempo distinto (1960-1982).
   Julieta es un jalón en la memoria del narrador y protagonista. Supongo que también lo será en la del propio Manuel Vicent, al igual que tantas jóvenes extranjeras que con los inicios del turismo como fenómeno social trajeron una brisa de aire fresco a la España de uniformes y sotanas. Gracias a la muchacha de pantalones vaqueros y bikini a flores, la búsqueda del sexo por parte de Manuel deja de ser sinónimo de pecado y se aleja de la imagen cutre de los prostíbulos de la época. Mujeres como La China, obsesionada con el novio fallecido, o de probada experiencia en materia de desvirgados como La Culo de Hierro sólo servían para calmar sus urgencias de señorito. El inicio de aquel verano completa así el arco iniciado con otro estío anterior en el que Manuel, mientras leía el Fausto de Goethe, se balanceaba en una mecedora con la brisa que "levantaba las páginas del libro y traía un olor a pimiento asado de la cocina" (TM: 13). Los sentidos siempre andan despiertos, como vía del conocimiento(4), a lo largo de una novela donde el recuerdo se convierte en una invitación a la vida, sin la melancolía de lo idealizado más allá de constatar la fugacidad de cualquier plenitud.
   Como lector de Tranvía a la Malvarrosa, compartí olores, imágenes y otras sensaciones envueltas en el recuerdo reavivado por la prosa acendrada y exigente de un Manuel Vicent que me ha enseñado a observar mi propio entorno levantino y mediterráneo. También me atrajo la desinhibida naturalidad de esa Julieta con cola de caballo que hace realidad y carne la imagen, siempre vaporosa y algo insustancial, de Marisa. Sin embargo, al reencontrarme con Tranvía a la Malvarrosa en mi memoria estaba alojada otra imagen mucho más contundente y oronda: la de Vicentico Bola, una criatura de ciento treinta kilos que andaba de prostíbulo en prostíbulo montado en una vespa al borde del colapso.
   Vicentico Bola era el dueño de Comestibles Sanahuja en Villavella y vivía junto con dos viudas que "cuidaban de aquella criatura de ciento treinta kilos en canal como si se tratara de un bebé gordito y sonrosado" (TM: 36). Un bebé tan sonriente en misa como putero a su salida, pues debía su fama en la comarca a que era "el rey del cabaret" (TM: 9). El magnánimo Vicentico, con autoridad incuestionable en materia de placeres y otras perdiciones, procuraba extender los beneficios de esta práctica a sus jóvenes amigos. Manuel, "un adolescente muy puro" todavía, forma parte de los apadrinados por Bola en una expedición a la capital para ser desvirgados. Así se inicia una novela en la que este inolvidable personaje acompaña al protagonista en una amistad repleta de anécdotas. El narrador las incluye en el texto porque la desmesura, en esta ocasión, no sólo afectaba al peso. También se extendía a un comportamiento donde el descaro, el ingenio y la picaresca nos permiten hablar de la exagerada vida de Vicentico Bola cuando tantos otros compartían la mediocridad del aburrimiento provinciano.
   El orondo personaje sabía conjugar el provecho propio con el reparto de la felicidad porque no tenía voluntad de misionero. Cuando trajeado y bien afeitado acudía a los prostíbulos, el dueño de Comestibles Sanahuja y un puesto de melones en un mercadillo de Valencia se transformaba en don Vicente, "el secretario"; todo un señor recibido con una canción propia y las sonrisas de las prostitutas a la espera de los duros que repartía como un Faruk del Maestrazgo. Su llegada despertaba el interés de unas mujeres que creían estar ante el secretario del gobernador civil, de Sindicatos o "cualquier cosa más importante todavía debido a su tamaño" (TM: 49). Como tal, no sólo repartía caricias y elogios a las carnes prietas mientras esperaba a su favorita sino que también alentaba esperanzas cuyo cumplimiento sabía aplazar con una sonrisa: "Yo no hago estas cosas por maldad [...] Lo hago para darles un poco de ilusión a estas chicas" (TM: 54). Don Vicente era hábil para invitar a champán sin pagar una sola consumición, manosear como quien consuela y convertir su gordura en sinónimo de poder, siempre dispuesto a socorrer al desfavorecido sin fecha ni plazos en materia de compromisos. Gozaba así de unos privilegios en los prostíbulos de Valencia y Castellón que asombran al joven Manuel, perplejo ante el espectáculo de un amigo convertido en un señor con el descaro del pícaro.
   De Vicentico Bola se podía imaginar cualquier cosa porque su vida estaba repleta de anécdotas contadas por los amigos de Villavella entre las risas y el asombro. El propietario de Comestibles Sanahuja había hecho la mili tres veces, una verdadera y dos falsas, sólo por largarse de casa. Se supo en el pueblo cuando un día su imagen de "gordinflón muy guapo" (TM: 35) apareció en la pantalla del cine local junto a las de Amparito Rivelles y Rafael Durán (TM: 38). Vicentico se había convertido en un extra gracias al desparpajo, pero donde realmente triunfaba era en Villavella y alrededores. Gordo y bien trajeado, su figura imponía autoridad entre quienes desconocían la índole de sus negocios y aprovechaba esta circunstancia para protagonizar sucedidos dignos de un guasón con ingenio. El atrevimiento aliviaba así algunos tediosos domingos de verano salpicados por los sonidos de las bolas de billar y la eterna conversación de los vitelloni locales:

Caía el bochorno del mes de julio sobre los sillones del club recreativo y cultural allí en la plaza. Para matar la tarde Bola propuso a Manolín Aznar ir a cambiar el alcalde de cualquier pueblo de la serranía; al instante llamaron al taxista, encendieron los respectivos habanos y al cabo de media hora apareció un pueblo diminuto coronando una cima, creo que se llamaba Chodos, y en él fijaron su objetivo. (TM: 172)

   Vicentico Bola encabeza la expedición en el desvencijado taxi de Agapito y se presenta poco después ante Teodoro, el alcalde que no da crédito a tan inesperada visita. Provisto de un papel que nadie osa confrontar, Bola se regodea en el susto que causa su presencia y le destituye fulminantemente siguiendo "órdenes de arriba", cuyo origen resultaba incuestionable en aquella España. A continuación, elige a otro parroquiano y, tras asegurarse de que es "adicto al Movimiento" hasta el punto de haber matado a varios maquis, le nombra alcalde del pueblo. "Dieron -después- media vuelta, hubo algunos taconazos y en el taxi partieron Bola y Manolín hacia la Plana" (TM: 173). Ambos jóvenes tendrían prisa para contar lo sucedido a sus amigos, reír mientras participaban en una timba de julepe y terminar así una tarde de domingo que de otra manera habría resultado insoportablemente aburrida.

   Esos mismos amigos de Villavella también recordarían otras andanzas de Vicentico Bola siempre a bordo del destartalado taxi de Agapito, el único vehículo del pueblo, que les llevaba en las excursiones a Castellón   o Valencia en busca de diversión y sexo. Bola era algo mayor y gozaba del prestigio de quien se suponía hombre de mundo. Ejercía en estas ocasiones como jefe de expedición o "padrino", con derecho a pernada gratuito gracias a su ascendencia entre quienes no salían de su asombro viéndole desenvuelto y feliz en cualquier tugurio. Vicentico vivía en un pueblo de la España de los cincuenta, pero era capaz de transformarse en Don Vicente, un hombre viajado dispuesto a disfrutar de la vida mientras da consejos en las más diversas materias, reparte supuestos favores y sonríe porque no está dispuesto a admitir amenazas o cortapisas en su búsqueda del placer. También se convierte en un pionero de la motorización, pues sus muchos kilos no le impiden comprar una moto que provoca la envidia de quienes le conocen. La vespa le llevaba por todas partes con temeridad digna de resaltar: "La gente quedaba pasmada viendo pasar aquella inmensa mole de carne a toda velocidad sobre una lata" (TM: 107). Así iba de putas sin repetirse en los mismos locales o al encuentro de los amigos que, como Manuel, ya habían salido del pueblo para estudiar en la capital: "Vino a Valencia aquella tarde de noviembre Vicentico Bola en la vespa con un gorro ruso de astracán en la cabeza y todo el pecho forrado de periódicos" (Vicent, 1994:138). La imagen no tiene desperdicio para la memoria, siempre atenta a lo pintoresco, y fue incluida en la adaptación cinematográfica de la que hablaremos más adelante.
   El progreso y la consiguiente motorización provocaron la trágica muerte de Vicentico Bola cuando sólo contaba treinta y dos años. A pesar de ser Jueves Santo, o precisamente por serlo, ese día llevaba en el bolsillo unos condones marca Frenesí. Una curva a la entrada de Villarreal impidió que los utilizara: "Vicentico Bola había sido el primer caído de la motorización que estaba a punto de llegar y en este sentido se ofrecía como víctima del progreso" (TM: 179). Todavía moribundo, Bola tuvo tiempo de pronunciar su última palabra: "champán", cuyo eco se confunde entre la imaginación y la memoria. Sólo la pudo escuchar el practicante que le atendió. Vicentico habría preferido morir en otros brazos más delicados, pero la fractura del cráneo no admitía demoras. Su inmenso cadáver queda depositado a la espera de los amigos, la única familia con la que compartía la alegría de vivir de manera exagerada, al menos en comparación con lo habitual en aquella España mortecina. Vicentico Bola disfrutó gracias a la voluntad de quien está dispuesto a apurar la fugacidad de cualquier instante. A su manera, fue un filósofo que predicó con un ejemplo capaz de permanecer en la memoria de quien, muchos años después, le recordaría a la hora de reconstruir algunos jalones de su trayectoria vital.
   Vicentico Bola también fue genio y figura hasta la sepultura. El volumen de su cadáver obliga a buscar un ataúd a su medida. El carpintero concluye el trabajo y el féretro es conducido hasta el cementerio por las calles del pueblo coincidiendo con los actos de la Semana Santa. Las medidas del nicho resultan estrechas. Un albañil debe adecuarlo a golpe de piqueta mientras esperan los deudos y, por fin,

De un empellón la caja llegó hasta el fondo lleno de telarañas y cuando el albañil se disponía a tapar el nicho con ladrillos se oyó primero un ruido seco seguido de un largo crujido y después otro golpe destartalado y profundo. El peso del féretro había vencido la base hundiéndose hasta el último nicho a ras de suelo. Bola había aplastado a todos sus antepasados. (TM: 185)

   El rasgo de humor negro concuerda con la trayectoria poco discreta de Vicentico Bola. Su muerte debía ser temprana para evitar cualquier decaimiento, pero también ruidosa. El personaje de Manuel Vicent pasa por este mundo con una vitalidad acorde con sus abundantes carnes e irrumpe en el más allá de manera estruendosa. Y así le recordarán sus amigos, entre quienes se encuentra un Manuel que "no quería ser un portador de valores eternos sino un gozador de placeres efímeros" (TM: 192). La afirmación resume su búsqueda a lo largo de una novela iniciática que le conduce a la madurez del joven licenciado. Por el camino ha contado con la ayuda de un Vicentico Bola nada ejemplar, egoísta y hasta gorrón, aunque siempre dispuesto a colaborar cuando de placeres efímeros se trata. El gordinflón se convierte así en uno de los pocos personajes libres que Manuel encuentra en una sociedad levantina cuyas claves políticas ignora. Tampoco es consciente de las que afectarían a la España del momento porque, por entonces, Franco para él "no era un dictador sino un gordito anodino al que parecían gustarle mucho los pasteles, con aquellas mejillas tan blandas, el bigotito, la barriguita bajo el cincho, las polainas de gallo con la voz meliflua, el gorro cuartelero, la borlita bailando en la frente" (TM: 106). Un retrato de la inconsciencia asumida con carácter retroactivo por parte del narrador, pero que refleja la experiencia de un joven señorito de familia tradicionalista que, cuando se abre al mundo, busca la madurez a través de los sentidos. En el camino encuentra amigos y enemigos. Vicentico Bola ocupa un lugar destacado entre los primeros. De esa circunstancia se deriva el retrato entrañable de quien, con su vida exagerada, puso en evidencia la retórica de los valores eternos.
   Marisa, y su encarnación en Julieta, constituyen el fin de una etapa que da paso a la madurez. No obstante, el camino es largo y hasta complejo porque ser joven en la España de los años cincuenta no suponía un privilegio. Manuel lo comprueba con la voluntad del observador que, ya por entonces, guarda el secreto de su deseo de convertirse en escritor (TM: 93). Teme confesarlo y aparecer como un fatuo, pero tenía "una pasión inconfesable. Quería ser escritor" (TM: 141). Y lo empieza a ser desde el momento en que observa un conjunto de experiencias que serán recreadas en una novelística tan deudora de la memoria como es la de Manuel Vicent. Los ejercicios espirituales con episodios hilarantes en la España del nacionalcatolicismo, las casas de putas en Valencia junto con locales como el Ruzafa o un barrio chino descrito con sabiduría, los crímenes tremendistas de El Caso, que el protagonista sigue con especial interés por su condición de estudiante de Derecho en una Valencia destacada en materia de envenenadoras y descuartizadoras... Todo forma parte de una época que Manuel Vicent nunca pretende reflejar de manera sistemática, sino dejándose llevar por el hilo conductor de una memoria donde personajes como Vicentico Bola alcanzan un notable protagonismo. Tal vez, desde un punto de vista objetivo, esa amistad tan sólo tuvo un valor anecdótico, pero el atractivo del personaje lo engrandece y en la novela se justifica su protagonismo. Marisa sólo es una referencia salvo en el final, cuando se transforma en Julieta, mientras que Vicentico es una presencia tan desbordante de vitalidad como condenada a la desaparición. No cabe la elegía porque el personaje no invita a la filigrana del recuerdo, pero al menos el autor le dedica un emocionado retrato capaz de dejar huella en el imaginario de quien disfruta con lo singular.
   El lector de una novela que se convierte en espectador de su adaptación cinematográfica asume un riesgo: la traición o la divergencia con respecto a los referentes creados en su imaginación a partir de la lectura. En el caso de Tranvía a la Malvarrosa (García Sánchez, 1996), la posibilidad de recrear los personajes, de imaginarles a partir de lo sugerido en el texto, se ve favorecida por el estilo de un Manuel Vicent que, con ironía, a veces se ha definido como un "escritor superficial"; es decir, dispuesto a utilizar el conjunto de las sensaciones que le llegan a través de los sentidos: "Hay que escribir de lo que se sabe, de lo que se siente, de lo que se sufre, de lo que se ha comido, lo que se ha visto, lo que se ha vivido..." (Cabañas, 2001:101). Ignoro hasta qué punto Manuel Vicent se basó en alguien concreto para crear su Vicentico Bola, pero es indudable que ese perfil repleto de vitalidad tiene una base real en la experiencia del autor. Su imagen es trasladada así al espectador con la fuerza de lo rotundo. Verla en una pantalla siempre supone un riesgo, pero en el caso de la adaptación cinematográfica dirigida por José Luis García Sánchez la aparición de Jorge Merino como Vicentico Bola supuso, en mi caso, una satisfacción propia de quien recibe una especie de confirmación.(5)
   La trayectoria cinematográfica de Jorge Merino debe ser extremadamente breve, pues apenas he podido documentar dos intervenciones menores en otras tantas películas españolas. Tampoco se le pedía mucho como intérprete en Tranvía a la Malvarrosa. Lo fundamental era su imagen y que hiciera creíble el apodo que recibe el personaje. El actor lo consigue de sobra y, además de una tonalidad de voz adecuada para subrayar la personalidad de Vicentico, hasta aporta alguna escena antológica como su demostración práctica en el arte de la torería con dos plátanos a modo de banderillas. Tanto José Luis García Sánchez como Rafael Azcona saben del potencial de este personaje y en su adaptación le conceden un protagonismo notable. Ninguna de sus peripecias se queda en la letra impresa. De ahí que, tras lo sucedido en la primera lectura, la visión de la película me reafirmara en la elección del personaje que se habría de incorporar a mi memoria, en esta ocasión gracias a un excelente trabajo colectivo donde Jorge Merino cumple con lo exigido.
   La coherencia entre lo leído en la novela y lo observado en su adaptación cinematográfica se extiende más allá del personaje que nos ocupa.(6) Manuel Vicent ha sido parco al referirse al tema, pero en su entrevista con Pilar Cabañas valora la experiencia como "divertida" por ser amigos los responsables de la misma: "Si el guionista [Rafael Azcona] es amigo tuyo, si el productor [Vicente Andrés Gómez] o el director [José Luis García Sánchez] son amigos, pues es agradable, porque te consultan, tú colaboras..." (2001:109). Manuel Vicent parte de la evidencia de que "la película es una cosa y la novela es otra, no tienen nada que ver" (ibid.), pero la coherencia del resultado de ambas puede haber sido favorecida por esa sintonía entre el novelista y los artífices de la adaptación. Al margen de la amistad entre los citados, Rafael Azcona y José Luis García Sánchez apostaron por una obra acorde con su línea cinematográfica. Ambos, a su modo, también son "cineastas superficiales" en el sentido arriba indicado y disfrutarían con la recreación de una Valencia excelentemente fotografiada por José Luis Alcaine(7), con tipos recurrentes en sus películas y una clara apuesta por lo vital como alternativa a un tiempo del que no cabe la melancolía. En ese marco, un personaje como Vicentico Bola contaba con todos los apoyos para ser bien tratado.
   Vicentico Bola atesora el valor de lo pintoresco, al igual que otros tipos de la novela de Manuel Vicent con numerosos correlatos en las películas de Rafael Azcona y José Luis García Sánchez. Sin embargo, la crítica tiende a decir que estas obras "caen en lo pintoresco", como si la incorporación de este elemento fuera necesariamente negativa.(8) Se olvida así que tanto el novelista como sus adaptadores no cultivan el realismo como doctrina estética, aunque siempre se hayan manifestado deudores de la realidad como construcción a partir de la observación y la memoria. Tanto en Tranvía a la Malvarrosa como en su adaptación cinematográfica, el contexto histórico se dibuja fragmentariamente, sin superar su condición de decorado para el desarrollo de la educación sentimental del protagonista (Espinós Felipe, 2008). Sin embargo, ese dibujo fragmentario que contribuye a la incorporación de lo pintoresco no es fruto de la incompetencia de los autores, sino una decisión consciente y justificada por su recurso a la memoria y la observación personal. Nunca han pretendido llevar a cabo una labor sistemática y reflexiva para dar cuenta del marco histórico donde se desenvuelven sus personajes. Ni Manuel Vicent ni sus adaptadores desprecian esta opción, pero sus trabajos se inclinan por la captación de imágenes y tipos singulares, por la incorporación de lo pintoresco al margen de su posible carácter representativo de una realidad social o histórica. No se plantean saber hasta qué punto hubo otros Vicentico Bola en la Valencia de los años cincuenta. Les basta una imagen grabada con fuerza en la memoria; siempre subjetiva y, por lo tanto, más inclinada a lo singular o pintoresco que a lo estadísticamente representativo.
   La utilización del elemento pintoresco entraña un indudable riesgo; similar al de una memoria no contrastada con otras fuentes de información, como es la empleada por Manuel Vicent en sus novelas auto-biográficas siempre abiertas a la imaginación. El regodeo en lo singular puede acabar en lo arbitrario. Sucede así cuando se traspasa una línea que distingue el uso del abuso. No creo que sea el caso de Tranvía a la Malvarrosa y su adaptación cinematográfica. Supongo que al novelista le daría una insuperable pereza escribir acerca del franquismo como realidad histórica y preferiría sintetizarlo en un mero decorado. También es cierto que en la película de José Luis García Sánchez la dictadura queda reducida a una serie de imágenes: desfiles, banderas, controles de la policía..., aunque también se evidencia a través de la pena de muerte. Tanto Manuel Vicent como sus adaptadores podrían haber profundizado en esta dirección, pero por ese camino habrían olvidado el registro genérico y el estilo que caracterizan sus creaciones. En definitiva, habrían dejado de ser unos autores capaces de jugar con los caprichos de la memoria, captar lo singular para recrearlo con sentido del humor y, sobre todo, admitir que una de las pocas incompatibilidades de lo pintoresco es lo solemne. Y puestos a ser solemnes, nos habrían resultado aburridos, como tantos colegas empeñados en sustituir a los historiadores.
   Vicentico Bola nunca fue solemne ni aburrido. Su singularidad puede resultar pintoresca o hasta anecdótica, pero quienes conocemos a través de otras fuentes el marco histórico donde aparece este "mestre en les arts hedonistas" (Espinós Felipe, 2008:58) disfrutamos con él sin necesidad de nuevas explicaciones. Su exagerada vida, la vitalidad de la que hace gala en una incesante búsqueda del placer, no contiene un valor ideológico, ni mucho menos político. Sin embargo, aparte de lo divertido de varios episodios que protagoniza, algunos lectores o espectadores vemos a Vicentico Bola con la simpatía de quien se aparta de la línea marcada por la dictadura. En nombre del hedonismo o del más vulgar egoísmo como tantas criaturas de los citados autores, pero con la fuerza de quien apuesta por la vida sin complejos en una época de represiones. El pintoresco tipo tal vez no sea representativo para quienes acostumbran a someter la realidad a la estadística, pero resulta creíble y hasta necesario cuando, gracias al uso compartido de la memoria, nos adentramos en un período donde la realidad a secas me parece insoportable (Ríos Carratalá, 2008). Se puede escribir acerca del período franquista desde diferentes perspectivas siempre complementarias. Sin embargo, como lector o espectador, incluso como ensayista, prefiero el uso de una memoria cuyos caprichos procuro encauzar con la información contrastada. Reconozco que puedo "caer en lo pintoresco" a la hora de elegir testimonios como el de Vicentico Bola, pero mucho más grave me resultaría que el franquismo, a estas alturas, tuviera la capacidad de amargar mi memoria, la que comparto con creadores como Manuel Vicent, Rafael Azcona o José Luis García Sánchez.

Notas

1. Agradezco a Raquel Macciuci su invitación para participar en un monográfico que me ha permitido pasar de "asiduo lector" de las obras de Manuel Vicent a aprendiz de especialista en un autor cuyo atractivo nunca antes había intentado analizar. Los artículos de mi colega han sido fundamentales para no andar perdido como principiante.

2. Todas las citas de Tranvía a la Malvarrosa (TM) siguen la edición citada en la bibliografía.

3. Esta imagen femenina y su referencia a la actriz francesa debieron quedar bien grabadas en la memoria de Manuel Vicent, pues la reencontramos en León de ojos verdes (2008), una novela con numerosos pasajes vinculados a las coordenadas espacio temporales recreadas en Tranvía a la Malvarrosa.

4. Manuel Vicent: "Los sentidos son vías de conocimiento, yo no comprendo que se pueda entender nada que no hayas visto, ni tocado, ni oído, ni sentido". (Cabañas, 2001:103)

5. Algo similar ocurrió con Marisa (María Rodríguez) y Julieta (Olivia Navas), pero no con el protagonista, interpretado por un Liberto Rabal demasiado fotogénico para la imagen que de Manuel me había creado.

6. Al margen de la linealidad por la que opta el guión frente a la sinuosa temporalidad del recuerdo que se da en la novela, la única variación sustantiva de la adaptación es la incorporación del profesor adjunto de Derecho que permite a Manuel entrar en contacto con el mundo intelectual de Valencia y guía sus primeros pasos hacia una disidencia política con respecto al franquismo.

7. También debe destacarse la importante labor de producción. José Luis García Sánchez declaró al respecto que "Cuanto mayor sea la calidad de la literatura más difícil es su adaptación al cine. La diferencia entre la literatura y el cine es que en las películas los adjetivos cuestan dinero. Las adaptaciones acostumbran a pasar finalmente por las matemáticas y esta ha sido una película con dinero para pagar los adjetivos" (El Mundo, 2-IV-1997). Sin embargo, la respuesta del público en taquilla fue modesta: 186.779 espectadores.

8. Sucede con lo pintoresco un fenómeno similar al de lo sainetesco, cuya presencia en el cine español tuve la oportunidad de estudiar (Ríos Carratalá, 1997).

Bibliografía

1. Cabañas, Pilar, 2001. "Mar de ojos de mar. Entrevista con Manuel Vicent", Cuadernos Hispanoamericanos, 610,99-110.         [ Links ]

2. Espinós Felipe, Joaquim, 2008. "Tres mirades sobre la València de postguerra: Tranvía a la Malvarrosa, El crimen del cine Orient i Grácies per la propina ", Quaderns de cine, 3,57-62.         [ Links ]

3. Ríos Carratalá, Juan A., 1997. Lo sainetesco en el cine español, Alicante: Publicaciones de la Universidad de Alicante.         [ Links ]

4. Ríos Carratalá, Juan A., 2008. La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano, Alicante: Publicaciones de la Universidad de Alicante.         [ Links ]

Obras de Manuel Vicent citadas

5. Vicent, Manuel, 1994. Tranvía a la Malvarrosa, Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

6. Vicent, Manuel, 1996. Jardín de Villa Valeria, Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

7. Vicent, Manuel, 2008. León de ojos verdes, Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

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