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Olivar

On-line version ISSN 1852-4478

Olivar vol.13 no.17 La Plata June 2012

 

RESEÑAS

Manuel Vicent,  Aguirre, el magnífico, Madrid: Alfaguara, 2011, 256 pp.

Olga Campigli

Università degli Studi di Napoli "L'Orientale"

Para contar la magnificencia de una vida, es preciso saber leer en el alma humana. No caben dudas sobre la capacidad de Manuel Vicent de penetrar en las profundidades de su inmensidad interior y vuelve a demostrarlo sondeando, esta vez, otra vida: la de Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, duque de Alba, eje de su última novela.

El escritor valenciano, siguiendo el hilo de Ariadna en el laberinto de la existencia de Aguirre, logra trazar los recorridos de su vida cruzándolos con los suyos personales y con los de toda España.

En 1985 Vicent es nombrado en Alcalá por el marido de la duquesa de Alba su biógrafo personal en presencia del rey Juan Carlos I. Con este expediente el autor se incluye en la novela, legitimando su presencia en ella y así su proyecto literario. A partir de ahí, la narración salta de un año a otro, oscilando en el tiempo de los recuerdos que contrasta con el cronológico.

Así resulta que Jesús Aguirre, huérfano de padre, aprovechó sus cualidades intelectuales como una rampa de despegue para conquistar su espacio en la sociedad, en el intento de "ocultar la oscuridad de un origen incierto" (p. 78). Y que, impulsado por el afán de distinguirse de la multitud, emprendió la carrera eclesiástica; empezando por el seminario Comillas hasta llegar al colegio de Munich, donde llevó a cabo su formación filosófica y teológica, cada peldaño pisado representaba uno menos hacia la cumbre. El caso es que Aguirre fue elegido director de la editorial Taurus en Madrid y obtuvo un espacio en El País, después de dejar la sotana; asimismo, se aseguró su sitio en el palco del Teatro Real y en La Zarzuela por ser nombrado director general de Música. Lo que le faltaba para poner la bandera en la cima quizás sólo era un título, excelente y admirable. Consiguió esta última pieza del puzzle casándose con Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba, entre rumores y chismes. Pero de nada le valieron sus esfuerzos si al final ni su mujer ni todos los valiosos personajes enmarcados y colgados en las paredes del Palacio de Liria acudieron a su muerte, condenándolo a la soledad.

A conclusión de la novela, la sensación de extrañamiento es cada vez más fuerte, ya que la presencia de Vicent al lado del protagonista parece ser constante. En vilo entre verdad y ficción, como es su costumbre, el narrador levantino parece aquí ser un invisible ojo orwelliano. Lo cierto es que la amistad con el segundo marido de la duquesa de Alba le permite al autor sacar de su memoria la realidad de los hechos y relatarla con pormenores a ella conformes; es más aún reconocida su propensión hacia la autoficción que, si bien se aplica a las novelas de matriz autobiográfica, menos parece adaptarse naturalmente al género de Aguirre, el magnífico. La duda sobre la veracidad de los acontecimientos es, entonces, legítima, pero la verdad es que aproximarse al libro animados sólo por la curiosidad hacia el personaje no puede ser en ningún caso la justa actitud con la que disponerse a la lectura. Es necesario sobrepasar este nivel y sí cabe fijarse en los éxitos de Aguirre, cuya audacia fue determinante para conseguir que su vida privada fuera indiferente a toda situación exterior, pero sin perder de vista los otros elementos del texto.

Los episodios de destrucción y de crisis que iban turbando a España están contados de manera fiel en la novela; en el medio de esta atmósfera se movía Aguirre, viviendo lo más intensamente posible sus experiencias eclesiásticas y laicas, desde la infancia hasta el poder.

El narrador encuadra la biografía del ex sacerdote en un contexto social y político bien definido. España estaba en plena Transición: el régimen y la muerte de Franco, las luchas por el poder, los ataques terrorísticos de ETA no favorecían un clima de paz y equilibrio.

La descripción de situaciones y personajes reales contemporáneos compone el escenario de la historia, en el que está colocada la escalada personal de Aguirre. Sin embargo, tomando distancia de la función anticipadora del título, al leer la novela surge la sensación de que el mensaje del autor se aleja del simple género biográfico. Aguirre, el magnífico manifiesta, según parece, la protagonización de la historia, ocultado núcleo de la novela. Vicent advierte la necesidad de hablar de la vida en un periodo de tránsito entre el cierre ideológico y la conquista de la tolerancia. Elige el escritor al personaje de Aguirre y lo sitúa en medio de esta realidad compleja, fijándose así en una historia trasversal que le permite realizar eficazmente su proyecto literario. El duque tiene que compartir la escena con la Historia, donde ésta irrumpe activamente, desempeñando un papel de protagonista. Por lo tanto, la biografía esconde otra realidad a la que Vicent quiere dar voz, no siendo capaz de suprimir su vocación periodística ni su exigencia de fidelidad histórica.

Por otro lado, decidir relatar la biografía de Aguirre no es casual; éste es la demostración de la fuerza de las ideas, encarnadas en un obstinado deseo de revancha. A pesar de sus esfuerzos, no se asegura la libertad porque, aunque alejándose de las lógicas sociales, acaba siendo esclavo de las de la política y de las del poder: recursos que le sirven para llevar a cabo su ambicioso proyecto.

No escatima Vicent sugestiones evangélicas en la descripción del personaje; el nombre de pila del protagonista parece ser una prefiguración de las grandes hazañas que irá a cumplir. Significativa es, a este propósito, la primera aparición de Jesús Aguirre en la novela, descrita como si fuera surreal. En el medio del sarao lo encuentra el escritor "transfigurado, redivivo, como recién descendido del monte Tabor" (p. 11).

Asimismo, tampoco evita introducir en el texto informaciones más privadas y escasamente comprobadas. En este cuento de la existencia del ex sacerdote, el autor transmite dudas sobre su verdadera inclinación sexual y, al mismo tiempo, parece desvelar detalles demasiado íntimos en cuanto a la relación con su esposa; la función de estos elementos es, por supuesto, irreverente y poco importa verificar la verdad, ya que el texto procede merced a estos vacíos de ambigüedad diseminados en la obra.

Ahora bien, Aguirre, el magnífico ofrece una mirada esperpéntica y desacralizadora de la realidad; no sorprende el sutil enfoque irónico de Vicent, dejando él su típica marca estilística en todo tipo de género. La huella del escritor levantino se vislumbra también en la presencia de unos tópicos de su literatura. Por un lado, el mar y su fuerza vital en correlación con los sueños y deseos humanos vuelven a aparecer en su último trabajo, así como ya habían sido expresadas en novelas como Tranvía a la Malvarrosa (Madrid: Alfaguara, 1994) o Son de Mar (Madrid: Alfaguara, 1999).

Éste, ya no es sólo un elemento de la naturaleza, sino expresión de los olejas de la existencia, de los sentimientos que mueven cada vida humana; Aguirre admite percibir esta fuerte relación entre lo que ve y lo que siente dentro de sí. Como Dios creó todo el mundo que él contempla, así le va plasmando ahora su mar interior.

Por otro lado, Manuel Vicent incluye en la historia elementos autobiográficos y reflexiones personales; se puede entrever en la novela un velado manifiesto literario, describiéndose él como un potencial escritor de la naturaleza y de la vida, que hasta entonces no había podido aprovechar ninguna ocasión como, al contrario, hizo Aguirre.

Al cerrar el libro, la atención recae sobre la imagen de cubierta. El perro con un lazo rojo en la pata, situado al lado de la duquesa de Alba como en el retrato de Goya allí reproducido, vuelve en primer plano junto con el dálmata desdeñoso y elegante de la editorial Taurus. Una combinación llamativa, como lo fue la pareja de duques.

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