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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.14 no.19 La Plata jun. 2013

 

ARTÍCULOS

El Soneto XXIV de Garcilaso: mito de fundación, alegoría galante1

José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá


Resumen

El soneto XXIV de Garcilaso de la Vega tiene, entre otros sentidos, el de la alegoría erótica. Presenta al poeta diciendo que va a subir las aguas de su río hasta las alturas donde está una dama. Diversos mitos de fundación, incluyendo algunas versiones de la leyenda del caballero de Olmedo, y canciones folclóricas utilizan esas mismas metáforas, con sentido erótico. También utilizaron metáforas parecidas otros poetas como Jorge Manrique.
Palabras clave: Garcilaso de la Vega; Jorge Manrique; Leyenda del Caballero de Olmedo; Soneto; Poesía de cancionero; Mito de fundación; Canción folclórica; Erotismo; Metáfora; Alegoría
.

Abstract
Garcilaso de la Vega's sonnet XXIV is, in some aspects, an erotic allegory. It shows the poet's promise of rising the waters of his river to the heights of a lady. Some foundation myths, including several versions of the legend of the Caballero de Olmedo, and many folk songs, employ this kind of metaphors, with an erotic significance. Some other poets such as Jorge Manrique have used similar metaphors as well.
Keywords: Garcilaso de la Vega; Jorge Manrique; Legend of the Caballero de Olmedo; Sonnet; Cancionero poetry; Foundational myth; Folk song; Eroticism; Metaphor; Allegory.


Garcilaso promete subir las aguas del tajo a la cumbre difícil de una dama

El soneto XXIV de Garcilaso está dedicado a doña María de Cardona, marquesa de Padula (que era una villa de la Campania próxima a Salerno) y poeta aficionada, cuyo trato cultivaron y a la que dedicaron sus versos no solo Garcilaso, sino también los demás poetas del círculo de amigos (Tansillo, Minturno, Tasso) de que se rodeó el español durante su estancia en Nápoles en 1532:

Ilustre honor del nombre de Cardona,
décima moradora de Parnaso,
a Tansillo, a Minturno, al culto Tasso
sujeto noble de imortal corona,
si en medio del camino no abandona
la fuerza y el espíritu a vuestro Laso,
por vos me llevará mi osado paso
a la cumbre difícil d' Elicona.
Podré llevar entonces sin trabajo,
con dulce son qu' el curso al agua enfrena,
por un camino hasta agora enjuto,
el patrio, celebrado y rico Tajo,
que del valor de su luciente arena
a vuestro nombre pague el gran tributo.
(Morros, 2007:118-119)

El bellísimo soneto de Garcilaso juega con conceptos y alusiones que combinan palabras trasparentes, conceptos herméticos e intenciones seguramente polisémicas. Entre los pasajes más trasparentes están los primeros versos, que aluden a la dama de la dedicatoria y a los poetas italianos de su círculo; y también los últimos, que se refieren al patrio (porque es el río de Toledo, la ciudad natal del poeta), rico y "luciente" Tajo, cuyas arenas arrastraban oro, según al menos proclamaba la lira de los poetas.
Los críticos han interpretado el soneto como una especie de ofrenda poética que el toledano se declara deseoso de cumplir como "tributo" a su gentil mecenas: para ella, como si lo hiciese a la "cumbre difícil d' Elicona" (montaña dedicada a Apolo y a las Musas, cerca del Parnaso) querría hacer subir Garcilaso, "por un camino hasta agora enjuto", el oro fluvial. De ese modo podría llevar su "fecunda vena" toledana a la cumbre del Helicón-Parnaso, poniéndose a la par de los poetas y tradición italianos.
Eugenia Fosalba ha hecho esta pedagógica síntesis de las opiniones de Antonio Gargano y de Bienvenido Morros, y avanzado las suyas propias:

Antonio Gargano ha llamado la atención sobre el carácter programático del soneto a ella dedicado: "Se comprenderá mejor ahora a qué se refiere Garcilaso en el soneto a María Cardona con la metáfora del camino enjuto que las aguas del Tajo oportunamente desviadas deberían bañar: los géneros neoclásicos, de hecho, podían efectivamente entenderse como un camino todavía no intentado en lengua española, que la nueva poesía de Garcilaso se prestará a explorar...". Más recientemente, Morros ha analizado con finura las deudas poéticas de este soneto, iluminando su lectura con eficacia. Morros nos recuerda, entre otras fuentes clásicas, al poeta contemporáneo Mario di Leo, en cuyo Amore prigioniero la describe recibiendo una doble corona, "una tejida por el río de la ciudad en que vivió [el Sébeto] y otro por las mismísimas Musas, una por haber contribuido a la derrota del Amor, la otra por hacer sentir su voz desde el río Ganges al Tile, desde una a otra parte del mundo". Pero distinguirla con el nombre de su río natal era un elogio que parece desmesurado; en cierta manera, del Sébeto ya se había hecho dueño Pontano en su Lepidina. Llamar a un poeta con el nombre de su río era una distinción que le hacía único (o casi).
[...] Garcilaso no quiso quedarse corto y se aprestó a sacar brillo a sus cumplidos con toda la hipérbole que de él se esperaba. Pero de forma subliminal y a la vez muy explícita, como en una de esas fintas horacianas (que en su aparente cumplido a otra aristócrata, Violante Sanseverino, supo ensayar tan bien), fingiendo concentrarse en loar los méritos artísticos de la dama no hacía más que referirse a su propia obra. La sola mención del Tajo nos pone sobre la pista de la gloria que Garcilaso sabía le aguardaba. Hay en la invocación a su río natal, tácita, la huella fundacional que se atribuía a sí mismo, si bien muy discretamente. (Fosalba Vela, 2009:92-94)

Asumo por completo las opiniones de Gargano (2002:138), Morros (2008:109) y la antes citada Fosalba (2009) acerca del soneto y de su significado metapoético. Creo, con ellos, que es un homenaje lírico del vate a su patrocinadora, y que celebra que sus versos toledanos puedan por fin ascender al difícil Parnaso que había estado reservado solo a los italianos. Pero creo también que raro sería que un soneto de Garcilaso se quedase solo en eso, y que sus versos estuviesen cerrados a cualquier otro matiz, en especial al matiz galante sin el que difícilmente podría ser entendida su poesía. El soneto XXIV no es solo, en mi opinión, un poema de concretas circunstancias literarias, un homenaje elevado por un poeta hasta su mecenas. Se desliza además entre sus líneas, aunque de manera extraordinariamente sutil, una galantería amable, un cumplido obsequioso, que descansa sobre una tradición literaria de raíces muy densas y profundas, cuyas vetas alcanzan, algo nada raro en el lenguaje poético en general, y en el de Garcilaso en particular, hasta ciertas metáforas eróticas que vamos a intentar desentrañar.

Más líricas hidráulicas amorosas: Manrique, Parmenión de Rodas y algunas canciones populares italianas

No sería razonable, seguramente, decir que esta otra alegoría de Jorge Manrique, con sus cubos que suben por otra hidráulica noria, no debiera ser interpretada en clave amorosa:

Don Jorge Manrique sacó por cimera una añoria con sus alcaduces llenos y dixo:

Aquestos y mis enojos
tienen esta condición;
que suben del coraçón
las lágrimas a los ojos.

Un editor moderno ha descrito de este modo las claves más mecánicas del artilugio verbal de Manrique:

Cimera era la "parte superior del morrión (parte superior, a su vez, de la armadura, en forma de casco) que solía adornarse con plumas u otras cosas que se ponían encima", como la figura descrita en esta rúbrica, que sería luego explicada en la invención que sigue. Las norias extraían el agua de los pozos por medio de una rueda que arrastra una doble maroma, donde estaban atados unos recipientes (cangilones, arcaduces o alcaduces) que vaciaban en un depósito de la superficie... (Beltran, 1993, n. 36)

Pero que bajo la piel literal de los versos de Manrique late el corazón metafórico del poeta embargado por la emoción amorosa, eso es algo que no se puede poner en duda. En especial desde aquel artículo ya clásico de Francisco Rico (1990) acerca de norias eróticas y de ascensiones penosamente enamoradas que estaba adobado de versos cancioneriles que encomiaban el subir en tonos de esfuerzo y esperanza que parecen acordados con los versos garcilasianos:

Quien alto quiere bolar
por gran penar
no debe desesperar.

El soneto de Garcilaso, con su artilugio que sube aguas, versos y galanterías desde el río a ras de suelo del poeta hasta la roca elevada de la dama es pariente de la sutilísima invención cancioneril de Manrique, con su noria de cubos ascendentes y enamorados. Suman ambos poemas las energías de dos metáforas expresivamente eróticas que han tenido por lo general itinerarios autónomos: la del llevar el agua varonil hacia la imagen idealizada de la mujer (que en algunos textos llegaremos a ver expresada con palabras crudamente sexuales y genitales), y la del verbo y la idea de subir (a los que espero dedicar un estudio futuro), que tiene resonancias inconfundibles en la poesía amorosa de muchas épocas y lugares. En la de Juan de la Cruz, por ejemplo, igual que en la de Garcilaso, Manrique y tantos otros.
Los dos poemas son, además, herederos de tradiciones líricas viejísimas, como la que se encarnaba en aquel epigrama griego de Parmenión de Macedonia (siglo I a.C.), con sus oros primos de los de Garcilaso:

A Dánae has fluido, Olímpico, como lluvia de oro para que la
joven se persuadiese como regalo, no para que temblase ante el Crónida.
(Galán Vioque y Márquez Guerrero, 2001:57)

Cabe la posibilidad de que el soneto de Garcilaso recogiese, por otro lado, las aguas líricas de ciertas canciones que la tradición oral inmemorial italiana (y más adelante veremos que la española también) ha llevado de aquí para allá durante siglos. Las siguientes son tres simples y hermosas muestras que han sido espigadas entre las muchas promesas de albañil enamorado que ha cantado la musa popular. ¿Podría Garcilaso haber conocido en Italia canciones de esta cuerda y podría el "camino hasta agora enjuto" y de arenas lucientes, que él quería llevar hasta las alturas de su patrocinadora, tener algo que ver con el agua que el amante de la canción italiana quería "hacer venir por un conducto / rosa y violeta al pie de una fuente", y con la rama "de oro y de plata" que quería plantar en el umbral de su dama?

L'acqua vo'far venir per un condutto
rose e viole appiè d'una fontana:
Un bell'ulivo dinanzi al vostr' uscio:
d'oro e d'argento sia la prima rama.
D'oro e d'argento sia la rama e'l fiore.
Prima morir che abbandonarvi, amore.

[El agua voy a hacer venir por un conducto
rosa y violeta al pie de una fuente;
un hermoso olivo ante vuestro umbral:
de oro y de plata sea la primera rama.
De oro y de plata sea la rama y la flor,
antes morir que abandonaros, amor].

'Namorati, 'namorati, zitella,
'namorati d' un bravo muratore,
che ti farà la casa tanto bella,
la finestrina per farci l'amore.

[Enamórate, enamórate, muchachita,
enamórate de un buen albañil
que te hará una casa muy hermosa,
con una ventanita para hacer el amor].

Io se potessi, me ne ingegnerei
a casa vostra far levar il sole.
L'acqua del mare ce la svolterei
Fossi sicuro mi portasti amore.
Fossi sicur che amor tu mi portasse:
Chi mi terrebbe, il cuor non ti donassi [¿].

[Yo si pudiese me las ingeniaría
para que en vuestra casa se elevase el sol.
El agua del mar la desviaría
si estuviese seguro de que me ibas a dar tu amor.
Si estuviese seguro de que el amor me ibas a dar
a quien me tuviese, no le daría el corazón (¿)]
(Tommaseo, 1841:140)2

No pretendo afirmar, con la convocatoria de estos paralelos y de muchos otros que vendrán, que el soneto de Garcilaso tenga que ser entendido como una declaración de deseo sexual de Garcilaso hacia su patrocinadora napolitana. Pero sí como ofrenda convencionalmente galante de sus versos. No esencialmente erótica, pero sí teñida, en tanto que galante, de erotismo, y apoyada sobre tópicos o motivos tradicional o estereotipadamente eróticos.
Hay que advertir aquí, con todas las sutilezas que son obligadas, que la relación entre galantería y erotismo es obvia, pero también equívoca. En la galantería, el ingrediente erótico puede ser meramente formal y carente de deseo, y resistir la homologación perfecta con otras formas de expresar el apego, el cariño, el amor, la pasión y otras modalidades de esa emoción difícilmente encasillable y (sub) clasificable que es el amor. Pero, en tanto que subconjunto dentro del gran conjunto amoroso, que se da a conocer mediante metáforas eróticas, la galantería del soneto de Garcilaso la vamos a analizar aquí al trasluz de una literatura erótica que recorre un arco muy amplio, desde el mito de fundación (y por tanto de generación) en que se halla a veces muy sutilmente encriptado, hasta la canción folclórica crudamente pornográfica, en que se desnuda sin tapujos.
Un breve excurso más, para identificar otro nivel, no excluyente de los demás (el de la interpretación metapoética y el de la galante-erótica), de la arquitectura polisémica de nuestro soneto. El año 1532 en que compuso Garcilaso sus versos quedaba todavía lejos del 1569 en que el ingeniero Juanelo Turriano instaló el primer ingenio que pudo subir de manera mecánica el agua del Tajo hasta el alcázar de Toledo, que se elevaba unos cien metros por encima del río. Aspirar en 1532 a realizar una empresa hidráulica de aquel calibre era algo que quedaba, todavía, circunscrito a los sueños de los idealistas y a las bravatas de los versificadores. Pero aunque sueño todavía, que tardaría unas décadas en hacerse realidad, la ascensión del agua del Tajo hasta la ciudad era empresa que algunos estudiaban y preparaban ya en época de Garcilaso, y por eso no sería de extrañar que el genio toledano hubiese deslizado también muy sutilmente, en la trama de alusiones veladas de su soneto, lo que debía ser afán y hasta tema de conversación común en la ciudad y fuera de ella.

Una leyenda apócrifa acerca de El caballero de Olmedo

Asociada posiblemente a todo un muestrario de nuestros ríos y de canales, debieron de circular en la España áurea (y en la España de muchas más épocas) leyendas acerca de varones obligados a dar pruebas de amor por mujeres de posición más elevada mediante la prueba de la construcción de canales que condujesen aguas fluviales hasta los solares poco expugnables de la dama. Tan común debió de ser el tópico que hasta quedó apócrifamente adherida a la leyenda del Caballero de Olmedo, según resumió de este modo don Marcelino Menéndez Pelayo:

Ha habido un curioso caso de contaminación con otra leyenda de carácter geográfico. Se dice que cierta dama, burlándose del caballero de Olmedo, le dijo que sería suya cuando las aguas del Adaja pasasen por Medina. El caballero la pidió un año de término, y, en efecto, cambió el cauce del río, abriendo una zanja de dos leguas para llevarle a confluir con el Zapardiel, al pie de la colina donde se alza el castillo de la Mota.
Hay, en efecto, allí restos de un canal enteramente cegado, y de aquí nació esta conseja, que pudiéramos llamar hidráulica, y que tiene visos de antigua. (Menéndez Pelayo, 1949:58-59)

Tomaba sus datos don Marcelino de un artículo publicado en 1897 por "D. Felipe Romero y Gil Sanz, ingeniero-jefe de Montes en la provincia de Valladolid", quien partía a su vez de versiones escritas anteriores, entre ellas una de D. Víctor Balaguer, y otra del "reputado historiador y cronista D. Juan Ortega y Rubio", quien localizaba imaginativamente la leyenda en 1493. Exploraban además, todos estos autores, restos y ecos del canal y de su leyenda remanentes en la geografía y en la toponimia de la zona de Medina. He aquí un extracto de las informaciones del ingeniero, sobre las que no me explayo porque se puede hoy acceder a su artículo íntegro en internet:

Preciso será, para la debida comparación de unas y otras leyendas en asunto parecido, el recordar, siquiera en sus rasgos esenciales, las dos que inserta D. Víctor Balaguer en su libro mencionado, trascribiendo al paso muchas de sus mismas palabras para solaz otra vez de quien esto repasare.
Titula la primera Leyenda del Zapardiel, y la refiere a tiempos muy antiguos, en que este río pasaba muy lejos de la villa, cuando "Medina vivía sin agua, sedienta y abrasada, en medio de aquellas vastas y soleadas llanuras de Castilla".
En dichos tiempos un galán caballero obsequiaba a una dama principal, quien se mostraba desdeñosa a sus homenajes; porfiaba el galán y la dama continuaba cada vez más zahareña y dura. Cuanto aquel intentó fue inútil, hasta que, fatigada por fin la dama acabó por decirle: "Sólo seré vuestra el día en que el Zapardiel pase por Medina".
Retiróse el maltrecho galán en silencio y concibió la titánica empresa de cambiar el cauce del río para que cruzara por Medina. Invirtió en ella muchos caudales, tiempo y trabajo, hasta empobrecer su hacienda y fatigar la tierra, y conseguir que el Zapardiel bañara los muros de la casa solariega en que moraban sus amores. "Al asomarse un día la dama al mirador de su galería vio saltar y precipitarse por un altozano una gran vena de agua que llegaba ruidosa, barullera, alocada, en desobstruente acometida, como si empujada viniera ó perseguida: era el Zapardiel que venia a bañar los muros de Medina".
Termina el Sr. Balaguer esta leyenda indicando que, aun cuando la tradición no lo dice, es de creer que el galán debió alcanzar el lucro de su empresa y el fruto de su empeño.
(Romero y Gil Sanz, 1892)

Pese al recargado envoltorio tardorromántico en que nos viene endosada la leyenda del canal que fue construido hasta Medina, coincido con don Marcelino Menéndez Pelayo en que tenía "visos de antigua". De que era de raíz tradicional no nos quedará desde luego duda cuando conozcamos los paralelos viejos, modernos y pluriculturales, asociados a lugares y a canales muy diversos, que más adelante iremos desgranando. Pero si he singularizado aquí esta versión es porque se asocia (no sabemos desde cuándo, aunque puede que desde muy antiguo, como creía don Marcelino) a otra leyenda, la del Caballero de Olmedo, que ha debido estar viva en la tradición folclórica española desde el siglo XV en adelante, y que debió discurrir durante unos cuantos años en paralelo, por tanto, a la vida de Garcilaso.
Tampoco estoy afirmando que el soneto en que Garcilaso ofrecía galantemente elevar las aguas del Tajo hasta las alturas de su protectora napolitana se inspirase en la leyenda concreta del caballero de Olmedo conductor de las aguas del Zapardiel hasta la casa de su amada en Medina. Pero sí que leyendas de este tipo han debido estar vivas y asociadas a ríos y lugares diversos de España desde tiempo inmemorial, en Medina y en más lugares, acaso en Toledo también, y que el soneto de Garcilaso pudo beber en algún vado o en otro de aquella conseja, que en su tiempo pudo ser común.
En las páginas siguientes vamos a convocar otra leyenda de este tipo que entreveraba lo cronístico con lo folclórico, y que a finales del siglo XVI anotó Agustín de Horozco en su Historia de la ciudad de Cádiz, acerca de un puente que se hallaba y todavía hoy se halla cercano a la ciudad. Prueba adicional de que la leyenda del amante obsequioso que canalizaba las aguas hasta el muro de la amada debió de conocer una amplia dispersión tradicional en el siglo de Garcilaso.

Princesas casaderas, constructores de canales y mitos de fundación

El tópico del tributo galante de un varón que, para mostrarse digno de una dama, acomete una obra de ingeniería que canalice el agua hasta determinada ciudad cuenta, por lo demás, con una muy arraigada vida tradicional, que ha quedado documentada desde la antigüedad remota hasta hoy, que ha alentado durante larguísimos siglos en la tradición oral de unos cuantos pueblos y lugares de España (y de muchos otros países), y que no hay que descartar, por ello, que Garcilaso hubiese conocido (por vía oral, a buen seguro) y tenido en cuenta en su soneto.
La versión más clásica con la que contamos es la leyenda que informa el capítulo X de la Estoria de Espanna (ca. 1270) de Alfonso X el Sabio, que sitúa la fábula en los nebulosos tiempos del rey Espán, sobrino apócrifo del apócrifo Hércules.
Según la leyenda que desarrolla la crónica alfonsí, en tiempos antiguos Cádiz era una isla imposible de habitar, porque carecía de agua potable, ya que se hallaba completamente rodeada por el mar, sobre un terreno lodoso e inestable. El rey Espán tenía una hija única, la princesa Liberia, tan inteligente como hermosa, que ofreció su mano al varón que fuese capaz de superar alguna de estas tres pruebas: cercar la villa con muralla y torres y edificar casas; levantar un puente por el que pudiesen acceder a la villa los hombres y llegar el agua; edificar calzadas que permitiesen sortear el lodo y circular de manera segura.
Tres pretendientes concurrieron a la prueba: un príncipe de Grecia, otro de Escancia y uno más de África, y cada uno eligió una obra que hacer. El primero que terminó la suya fue el griego Pirus, quien edificó el puente y el canal que habría de conducir el agua hasta la ciudad. La princesa Liberia, al ver la obra acabada, consintió en casarse con él, pero le rogó, astutamente, que guardara el secreto hasta que los otros dos pretendientes hubiesen rematado sus obras respectivas. Cuando las tres labores estuvieron rematadas, se esposó Liberia con Pirus, y los otros dos pretendientes fueron enviados a sus países colmados de presentes. Cádiz quedó, a partir de aquel momento, en condiciones no solo de ser habitada, sino de convertirse también, gracias a aquella empresa al mismo tiempo amorosa e hidráulica, en la capital del reino de Espán:

De cuemo fue poblada la ysla de Caliz. & cercada. & fecha la puente& las calçadas.

X Este Rey espan auie una fija fermosa que auie nombre Liberia. Y era much entenduda e sabidor destrolomia ca ia ensennara el que era ende el mas sabidor que auie en espanna a essa sazon. ca lo aprisiera dercules e de allas el so estrellero. E por end ouo con ella su acuerdo do poblar caliz. mas era logar muy perigloso. por tres cosas. la una porque no auie y abondo dagua. la otra por el braço del mar que auien a passar por nauio. La tercera porque era la tierra tan lodosa. que non podien y llegar los omnes en iuierno. sino grand periglo de ssi. e de lo que trayen. e sobresto ouo conseio con su fija. en que manera podrie poblar aquel logar. ella dixol quel darie conseio sol quel otorgasse que no la casasse sino con qui ella quisiesse. y el fiandosse en ella e porque tenie que lo dizie por su pro otorgogelo. Espan no auie fijo ni fija que heredasse lo suyo sino aquella. e uiniengela pedir Reyes y altos omnes dotras tierras. lo uno porques era ella muy fermosa e muy sesuda. lo al porques auie a fincar el Regno a ella e muchos la uinieron pedir desta guisa con qui ella non quiso casar. y estudo assi un grand tiempo de guisa que el padre iua enuegeciendo. e los omnes de la tierra temieronse de su muert e pidieronle mercet que casasse su fija. porque quando el finasse. no fincassen ellos sin sennor. el dixoles que fuessen a ella y ge lo rogassen. y a el quel plazrie mucho. ellos fueron y pidieronle mercet que casasse y ella otorgogelo. e dixo que maguer auie puesto de non casar sino con qui ella quisiesse. que si a aquella sazon uiniesse alguno quel conuiniesse que casarie con el pues que ellos lo tenien por bien. De si uinieronla pedir tres fiios de Reyes muy ricos e con grand algo. ell uno era de grecia y ell otro descancia. el tercero de affrica. El padre quando lo sopo plogol mucho con ellos. ca los uio muy fermosos e apuestos e bien razonados. e demas sopo que eran muy ricos omnes e por ende recibiolos muy bien e fizoles mucha onra. de si fablo cada uno con el; e pidieronle su fija. el dixoles que fuessen a ella. e de qual dellos se pagasse quel plazrie a el e que ie la darie. Ellos fizieronlo assi cuemo les el dixo e fueron a ella e depues que cada uno ouo dicho su razon. dixoles ella que uiniessen otro día e que les darie respuesta a todos en uno. ellos marauillaronse porque los mandaua assi uenir todos en uno e touieron que era escarnio pero fizieronlo assi e quando uinieron otro día a ella. preguntoles que qual dellos la amaua mas. e cada uno dixo por si que el. Estonce dixo ella que bien tenie que cada uno la amaua. mas en esto entendrie que era assi que fiziessen por ella lo que les dirie. e qual dellos ante lo acabasse. que con aquel casarie ellos dixieron que les dixiesse lo que querie que lo farien de buena mient. Estonce mostroles que aquel era el logar que su padre mas amaua. e alli querie fazer cabeça de tod el regno e que a menos de tres cosas nos podrie fazer. La una seer la uilla bien cercada de muro e de torres. e auer y ricas casas pora el e pora con qui ella casasse. e la otra dauer y puente por o entrassen los omnes a la uilla e por o uiniesse ell agua. la tercera que tan grandes eran los lodos en yuierno. que non podien los omnes entrar alla a menos de auer y calçadas por o uiniessen sin ebargo. e destas tres cosas que tomasse cada uno la suya. y el que primero lo acabasse que casarie con ella. e serie sennor de toda la tierra. Ellos quand esto oyeron tamanno sabor auie cada uno de casar con ella que dixieron que lo farien. Y enuiaron por muchos maestros e con el grand algo que troxieran metieron y tan grand femencia. que a poco de tiempo fue cerca dacabado. Y el que primero lo acabo fue el de grecia que auie nombre pirus. e aquel fiziera la puente e auie tod el canno fecho pora traer ell agua. & fuesse pora la duenna e dixol cuemo auie su obra acabada. A ella plogol mucho e otorgol que casarie con el. mas rogol que no dixiesse que lo auie acabado. fasta que los otros ouiessen cerca dacabadas sus obras y estonce que casarie con el. y el y ella que acabarien depues mas ligera mientre lo que fincasse. el fizolo assi y atendio fasta que los otros ouieron cerca dacabado. Estonce llamo al Rey e mostrol cuemo auie acabado e abrio el canno e dexo uenir ell agua a la uilla Al Rey plogol e casol con su fija e a los otros dio muy grandes dones y enuiolos de ssi los mas pagados que el pudo. En esta manera fue poblada la uilla de Caliz y la ysla que fue una de las mas nobles cosas que ouo en Espanna. e tanto la amaua el Rey espan que alli puso su siella e se corono e fizo la cabeça de toda su tierra e assi lo fue en su uida. Depues desto uisco el Rey espan poco tiempo e fue much amado en toda espanna. e ouo muy buenos annos e much abondados en su uida. e murio a ueynt annos depues que troya fue destroyda la segunda uez. e fue mucho llannido de los espannoles. assi que algunos y ouo ques mataron por el. y otros que numqua quisieron reyr ni auer alegria ninguna; ni uestir panno de color e fue soterrado en caliz. (Sánchez- Prieto Borja, ff. 6v y 7r)

La llamada Crónica abreviada (ca. 1320-1322) que hizo el Infante don Juan Manuel medio siglo después de la Estoria de Espanna de su tío Alfonso X el Sabio nos ofrece otra versión, más breve y sintética, del mismo mito:

En el Xº capítulo dize que este Espan avie vna fija muy fermosa que avia nonbre Laboria e hera muy sabidera en estrolonia, ca lo aprisiera de Alas, el estrellero de Hercules; e ovo su acuerdo con ella de poblar a Caliz que aquel logar queria el para su morada, por que alli poblara primera mente Hercules. E ella dixol que non la casase si non con quien acabase las tres obras que eran menester para fazer la villa; e a esa sazon venieron la pedir tres infantes para casar con ella, e fizieron las tres lauores que heran menester para poblar a Caliz: la vna cercar la villa de muros e de torres, e la otra fazer la calçada por do entrasen las gentes sin lodo, e la otra por do entrase el agua por que oviessen abondamiento de agua dulce. E el que acabo primera miente su obra fue Pirus, el que fizo la puente e traxo el agua; [e] este caso con ella. Luego, a poco tiempo, Mario Espan e soterraronle en Caliz; e finco Pirus por rey de Espanna. (Blecua, 1983:582)

Dato crucial para nosotros: en el siglo XVI, la leyenda de la fundación de Cádiz, de sus canales, puentes y edificios, seguía viva en historias, cronicones y seguramente también en la tradición oral. En la Historia de la ciudad de Cádiz que anotó a finales de aquel siglo Agustín de Horozco se ofrece, por ejemplo, una versión del mito fundacional que mezcla canales y puentes y añade ingredientes de aspecto bien folclórico, como el del pacto con el diablo del pretendiente que acabó construyendo el puente de Zuazo (que une todavía hoy San Fernando y Puerto Real) y ganando la prueba (Madrazo, 1884:72-73). Que la leyenda andaría circulando, de viva voz y por escrito, en el mismo siglo en que vivió Garcilaso, es evidente, y que el poeta pudo haberse inspirado en alguna de esa común tipología (tampoco necesariamente en la gaditana) es una posibilidad, por ello, razonable.
François Delpech (1995) es autor de una monografía deslumbrante acerca del viejo mito de la dama que impone la prueba de canalizar las aguas hasta una ciudad (muchas veces elevada y de difícil acceso) al varón que aspire al amor o al matrimonio con ella. El investigador francés ha exhumado una serie impresionante de paralelos míticos antiquísimos, de raíz, según él, indoirania, que en su opinión serían la fuente primordial de la leyenda. Eslabones babilonios, persas (viejos mitos acerca de diosas y de reinas como Shimaliya, Ishtar, Semíramis), árabes, que conducirían, de acuerdo con sus datos, hasta los documentos españoles, y también hasta los franceses, italianos, alemanes (las leyendas de la fundación de la ciudad de Marsella o de la catedral de Colonia se relacionarían con este tipo de relato), e incluso hasta una subtradición interesantísima de testimonios americanos incaicos en que parecen mezclarse el sustrato precolombino y las adherencias de época colonial. Algunos de estos paralelos han quedado atestiguados en registros muy antiguos, y otros en las tradiciones orales modernas e incluso contemporáneas, lo que da fe del arraigo pluricultural de la leyenda.
El trabajo de Delpech es tan denso y exhaustivo que es difícil hacer una síntesis siquiera de la enorme cantidad de textos, ramas y motivos que aporta, desgrana y comenta. Me limitaré yo ahora a reproducir lo que dice acerca de las presumibles fuentes árabes de Alfonso X:

La leyenda de Liberia, tal como la cuenta la Primera Crónica General, no es más, en efecto, que una versión hispanizada de otra leyenda, muy parecida (aunque no relacionada con el linaje de Hércules y de Espán), referida por algunos autores árabes del siglo XIII a propósito de la misma región de Cádiz. Dichos autores -que no son otros que Yakut, Qazwini e Ibn Khallikan- cuentan que la anónima hija del rey griego de Cádiz ofreció su mano al primero de sus dos pretendientes que fuese capaz de acabar la construcción de uno de los monumentos con que ella quería dotar su ciudad: un acueducto que permitiría acarrear agua y proveer la fuerza motriz necesaria para que funcionen sus molinos, y un talismán capaz de alejar a los enemigos beréberes, que no cesaban de amenazar a los hispano-griegos. De los dos reyes españoles que emprendieron sendas tareas venció el que construyó el acueducto, con el que, cruzando el estrecho de Gibraltar, hizo venir hasta Cádiz el agua de los montes deÁfrica. Al verse derrotado, el que edificó el famoso monumento talismánico (torre y estatua) se echó desde lo alto de su obra. Como en la versión alfonsina, se indica que, para que el arquitecto más lento acabe su edificio, se le deja creer hasta el final que su competidor no ha acabado todavía su trabajo. (Delpech, 1995:70-71)

Si he seleccionado este paralelo de entre el profuso elenco de textos que aporta Delpech es porque en él se halla presente el motivo del suicidio de uno de los personajes (el ingeniero perdedor), que el investigador francés demuestra que se repite intensamente en muchos de estos relatos, y que de algún modo recuerda el suicidio de otro personaje (aunque se trate en este caso de la princesa) de esta interesantísima leyenda registrada en el pueblo de Ovejuela, en la comarca de Las Hurdes (Cáceres). Si la reproduzco es porque quedó fuera de los alcances de Delpech, como quedaron fuera otros documentos que iremos a partir de aquí conociendo:

Los hurdanos denominan a esta obra [La Fuente de la Espigadora] como La trinchera, y la han rodeado de la correspondiente leyenda. Se nos habla de los amores entre un caíd moro del castillo de La Palomera y la hija del adelantado cristiano de Granadilla. Esta mocita, de buen ver y lindas facciones, pidió al moro, a cambio de su amor, que hiciese un gran canal, capaz de conducir las aguas desde la Fuente de la Espigadora a Granadilla. Cuando la cristiana vio que las obras iban dando a su fin, se arrojó por las murallas de Granadilla, pues no era consentidora de contraer nupcias con el moro.
(Biblioteca de cuentos y leyendas: "La fuente de la Espigadora")

En Asturias han sido documentadas también versiones sumamente interesantes de la leyenda, que culminan de nuevo con el suicido de la joven:

Pero lo más interesante de Ablaneda para nosotros es el pequeño pantano que los nativos llaman Pozo de Fullaricos. En este pantano -cuyas aguas grisáceas reflejan las ramas de los árboles que en su orilla meridional crecen- podía verse, hasta no hace muchos años, una viga gigantesca, que aún recuerdan los más viejos del lugar. Y esta viga -resto tal vez de un lavadero antiquísimo- no era otra cosa para la fantasía popular que una viga del palacio allí enterrado hace muchos siglos.
Porque Ablaneda, además de pueblo famoso en la antigüedad por su riqueza minera, es el escenario de una leyenda sumamente interesante. Al parecer, en una época que nuestro narrador no puede aproximar siquiera, en el mismo lugar en que hoy vemos el Pozo de Fullaricos, se alzaba un gran palacio. Y en este palacio -como en tantos otros que sirvieron de escenario a bastantes leyendas y cuentos de maravilla-, vivía un gran señor, viudo, con una hija hermosísima, a la que pretendían los más apuestos galanes de Asturias y de fuera de Asturias.
Pero como en Belmonte, y en otro palacio semejante, habitaba una dama cuya sin par belleza eclipsaba la de la niña de Ablaneda, esta, que por otra parte nos pintan como un modelo de virtudes, empezó a sentir en sus entrañas las mordeduras de la sierpe de la envidia.
El diablo, que sabía perfectamente lo que le ocurría, se le presentó una tarde y le dijo:
-Sé que sufres porque dicen que la dama de Belmonte es más hermosa que tú. Pues bien, vengo a decirte que, si me das tu alma, tu belleza será infinitamente superior a la de todas las mujeres del mundo.
La niña aceptó; pero no tardó en sentir una angustia indecible dentro de su alma.
Pocos días después la llamó su padre y le dijo:
-Hija mía, muchos son los caballeros que me piden tu mano. Muchos... Y todos apuestos, y todos gentiles, todos nobles, todos ricos, todos valientes.
-Ya lo sé, padre.
-¿Y qué decides?
-Lo que tú digas, padre.
-Bien, hija mía. Me alegra tu contestación. Yo, por mi parte, como son tantos y todos dignos de que se les conceda tu mano, he decidido casarte con el caballero que primero traiga hasta ese palacio el agua del Pozo Verde de la Espina.
-Bien, padre.
Y no hablaron más.
Pero las palabras del señor de Ablaneda no tardaron en ser conocidas en toda Asturias y aún fuera de ella. Y pocos días después de la conversación que transcribimos, se presentaron tres caballeros. Dos, apuestos y gentiles. El tercero contrahecho, cojo, casi enano, feo y mal vestido. Y comenzaron los tres a trabajar.
Los dos apuestos y gentiles caballeros, cavando infatigablemente, avanzaban con bastante rapidez. El otro, en cambio, apenas si hacía nada.
Pasaron los días. Las acequias de los dos galanes descendían sierra abajo, caminando lentamente en dirección al palacio de Ablaneda. Un día más de labor, uno solo, y ya estarían entrambos al pie del soberbio edificio. Se acostaron nerviosos, soñando los dos con la blanca mano de la hermosa niña de Ablaneda... Pero, al día siguiente, ocurrió lo que no esperaban. El galán contrahecho y casi enano -cuya identidad no creo necesario descubrir a los lectores, pues todos habrán adivinado que se trata del mismísimo diablo-; el galán contrahecho y casi enano, repito, que hasta entonces no había mostrado prisa alguna en su labor y que no parecía muy interesado en vencer, hizo durante la noche lo que no había hecho en un mes de trabajo. Y al amanecer, cuando los dos galanes gentiles se disponían a reanudar sus tareas, quedaron mudos de asombro. Su rival les había vencido. El agua del Pozo Verde, por la acequia abierta por arte mágico en una noche, cantaba su canción fresca junto a los muros del palacio de Ablaneda...
Y el galán contrahecho y casi enano se presentó al padre de la niña hermosa y le dijo:
-Señor, he vencido... Dadme la mano de vuestra hija.
Y el señor de Ablaneda, esclavo de su palabra, como buen caballero, aún cuando deseaba para su hija un esposo más apuesto, le respondió:
-La habéis ganado, señor, y os la concedo.
No tardó en presentarse la niña. Y esta, que ya estaba arrepentida de su pacto con el diablo y que sentía en su alma angustias indecibles, exclamó aterrada, al ver quién había vencido:
-¡Permita Dios que se hunda el palacio antes de que yo me case con este demonio!...
Y el palacio se hundió. Y se formó el Pozo de Fullaricos. Y en este pozo, desde entonces, fueron apareciendo vigas y otras maderas del edificio hundido. (Arias, 1952:287-290)

El etnógrafo asturiano Jesús Suárez López ha registrado unas cuantas versiones orales de la leyenda, de gran calidad etnográfica, muy a finales del siglo XIX. He aquí tres:

[1] El pozo de Cillerico, aquí llamamos Cillerico, pues ahí..., que eso... tovía se conocen bien, hay había un..., decían que venían allá de Las Muelles, llaman El Mourón, ahí donde hay una mina. Bueno, pues ahí había unas antiguas, unas antiguas, que venían tres y venían dar ahí al pozo Cillericos, y por ahí dicen que traían de ahí el augua. Ahí lo que hablaban, que eran tres a hacer las presas esas, y entre ellos uno era cojo, y hablaban que el primero que llegara con la presa que se casaba con la princesa que había allí encantada, en el pozo. Y resulta que el cojo pues no dormía siesta ninguna, y fue el primero que llegó. Entós la princesa dice que no, que antes que se casara con aquel cojo que se hundiera el palacio.
Ahí pasara una de L'Artosa [María de L'Artosa] y encontrara allí un ovillo, emprincipiara a envolver, a envolver, ya cuando ya se cansaba de envolver que lo rompiera, y que dijera la encantada:
-¡Ahora sí que me metiste más abajo.
Se cansó de envolver el ovillo y lo rompió, y lo dejó, y entonces la otra punta pues volvió al pozo, y que dijera la encantada, dice:
-¡Ahora sí que me metiste más abajo.

[2] Que había un encanto en ese pozo Cillerico, que [una princesa] taba ahí encantada ya con eso you que sei lo que decían, que venían tres trabajando por unas que llamamos antiguas, cada uno por una, ya'l primero que llegara al pozo'l Llau, que ya'l pozo'l Llau tamién ése de L'Artosa era el que sacaba la princesa del encanto. [...] Los otros descansarían algo desque comían o la siesta o eso, ya'l cojo como era cojo pues nun... ¡eso son cuentos como muchos!, fue el primero que llegó al sitio donde...
[3] Ahí en Ablaneda [Salas] había una mina de oro, y a esa mina llevaban las aguas de aquí de La Espina. Las presas vense desde aquí, pa ahí pa Ablaneda. Y eran cuentos que decían que el ama era una princesa, y ajustólo a tres hombres: uno era cojo, otro tiñoso y otro sarnoso. Y díjoys que el que primero llegase con l'agua allí que se casaba con él. Y llegó el sarnoso. Ya cuando fue eso dijo ella:
-Pues antes de casarme contigo, prefiero que se funda este palacio comigo.
Y en aquel momento, que se hundiera. Y allí creo que ta tovía el pozo.
Ta de arriba de Ablaneda3.

En la provincia de León ha sido registrada alguna otra versión, también interesantísima, de la leyenda:

Había en Villaviciosa un rey que tenía una hija como un sol; tan hermosa y tan distinguida cual conviene a la hija de un rey. Muchos príncipes vinieron a pedir su mano y a todos había dado calabazas. Pero decidida ya a contraer matrimonio, y determinado el rey a casarla para que no faltase sucesión en su reino, ese mismo día llegaron tres pretendientes a palacio, caballeros en bien enjaezadas mulas y acompañados de lucidas escoltas. No queriendo el rey agraviar a ninguno de los tres, subió con ellos a una torre de su palacio y les mostró las Médulas diciendo:
-El primero de vosotros que eleve agua en una presa para esos terrenos míos, ese se casará con la princesa.
Los tres enamorados comenzaron a examinar el terreno y a recorrer los montes con sus gentes preguntando a los pastores y a las estrellas, y desaparecieron entre nubes de polvo.
Pocos días después comenzaba uno de ellos una presa en el mismo casco del pueblo llamado Murias de Ponjos. Otro no tardó más en dar con el punto: se puso a trabajar más abajo; y el tercero, que había perdido el tiempo buscando agua allá por la Cepeda, comenzó su presa más abajo todavía.
La princesa se casó con el que comenzó primero, que es el que ganó la apuesta y que sin embargo es el que hizo la presa más larga por haber empezado más arriba que los otros.
(Morán Bardón, 1990:44)

La leyenda del amante que ha de superar la prueba de canalizar las aguas hacia el lugar que le indica la dama a la que aspira ha conocido, en la provincia de León, avatares muy curiosos. De hecho, es muy popular hoy en los pueblos de la orilla del río Órbigo, en especial en aquellos que bordean la llamada Presa Cerrajera, canal medieval que la tradición popular cree construido por los moros en el siglo XI, pero que es en realidad obra de cristianos del siglo XIV. En los últimos años, a partir de periódicos y boletines locales, lecturas y representaciones escolares, campañas de promoción turística, páginas de internet, etcétera; ha ganado fama una especie de versión vulgata y sensiblera, que mezcla de este modo los siempre efectistas tópicos del exotismo moruno y de los amores contrariados:

Según cuenta la leyenda, la Presa Cerrajera se construyó a principios del Siglo XI.
Tras la muerte de Almanzor en el año 1.002 y el desmembramiento del Califato de Córdoba, entre los años 1.030 a 1040, por las continuas luchas entre diferentes familias pudientes, fueron muchas las familias mozárabes que abandonaron los territorios árabes y emigraron al Reino de León, asentándose en esta extensa ribera del río Órbigo; como las familias de Alíatar y Zaida, dos jóvenes moros.
Alíatar pertenecía a la familia de los abencerrajes. Había nacido en Sevilla, a orillas del Guadalquivir, pero su familia se trasladó a vivir a un pueblo de Villaviciosa de la Ribera. Su padre era el "alamín" o gobernador de la zona. Alíatar estaba al frente de una explotación para extraer oro del Órbigo y de las tierras cercanas.
Zaida era una joven nacida a orillas del Darro y criada en los cármenes de Granada, pero su familia se había trasladado a vivir a un pueblo que, en honor a su belleza, tomó el nombre de Villazaida. Ella era hija del alamín de esa zona, situada unos 50 kms. más al sur del pueblo de Alíatar. Alíatar soñaba con una bella joven. Un día emprendió un largo viaje por las orillas de Órbigo, contemplando los espesos bosques que formaban bellos paisajes. Cabalgando en su corcel, Alíatar llegó a Villazaida. Allí vio por primera vez a Zaida, quedó prendado de su belleza y creyó haber encontrado a la mujer de sus sueños.
Pero Zaida no se decidía a corresponder a este amor, por lo que Alíatar tuvo que viajar varias veces a Villazaida hasta que un día decidió declararse a su amada. El padre de Zaila, no estando aún seguro del noble interés del amor de Alíatar, quiso ponerle a prueba y le impuso una condición casi imposible: "El día que el agua del río Órbigo pase por delante de mi puerta, mi hija corresponderá a tu amor".
Esta condición era casi imposible de cumplir porque Villazala dista 2 kms. del Órbigo y está situado más alto que el nivel de sus aguas.
Alíatar volvió a Villaviciosa pensando en cómo llevar a cabo dicho proyecto. Se lo comentó a su padre y éste se puso en contacto con los "agrimensores" o entendidos en la materia.
Pidieron ayuda a los labradores de la zona, pues necesitaban que les cediesen terrenos y les ayudasen con su mano de obra. A cambio podrían regar sus tierras con el agua de la nueva presa. Este fue un tema polémico, ya que algunos pueblos no cedieron sus terrenos, sino que los vendieron. Los pueblos que vendieron sus tierras para el paso del agua tenían que pagar un tributo para poder regar con ella, tributo del que estaban exentos los pueblos que las habían regalado.
Alíatar, al ver que el proyecto marchaba bien, volvió a hablar con el padre de Zaida y le pidió que le considerase hijo suyo en el momento que el agua pasase por allí. Zaida, reacia al amor de Alíatar en un principio, ahora no dormía y los días se le hacían largos sin las visitas de su amado. Se arrepentía de haber consentido que su padre le impusiese una condición tan dura y tenía miedo de perderle si no conseguía aquel milagro. Todas las mañanas Zaida se asomaba a su ventana con la esperanza de ver el agua pasar y a su amado esperándola. Un día, cuando mayor era su desesperación, al asomarse a su ventana admiró con gran alegría y emoción el agua, pura y cristalina procedente del Órbigo, que corría a los pies de su casa.
Después vio venir a su amado con su familia y un lujoso cortejo. La boda de Alíatar y Zaida se celebró con grandes festejos y los pueblos también celebraron con alegría que por fin podían regar sus campos. La hermosura de una mujer y el amor de un hombre transformaron el Páramo erial en una frondosa Ribera.
Este cuentan que fue el origen de la Presa Abencerrajera, que tomó este nombre en honor a la familia de Alíatar, perteneciente a los ilustres Abencerrajes y que actualmente conocemos como Presa Cerrajera. Asimismo, el pueblo donde vivía Zaida, Villazaida, ahora se denomina Villazala.
La Presa Cerrajera nace como afluente del río Órbigo, en Villanueva de Carrizo y, durante los 40 kms. de su recorrido pasando por Alcoba de la Ribera, Sardonedo, Santa Marina del Rey, Villavante, Acebes del Páramo, Huerga de Frailes, Santa Marinica, Villazala y Valdefuentes del Páramo, aporta verdor y riqueza a las tierras por las que pasa, depositando de nuevo sus aguas a dicho río al sur de Azares del Páramo. (Leyenda mora, 2014)4

No cabe duda de que los ingredientes originales del viejo mito de fundación que estamos analizando (la dama de difícil acceso, los pretendientes enfrentados, la prueba iniciática) eran terreno propicio para el desarrollo de variantes hipersentimentales de este cariz, que acaso habrán ganado (a partir de las modas románticas, maurofílicas y orientalistas del siglo XIX) en elementos apócrifos y edulcorantes.
No son los únicos testimonios que se sujetan a este tono lacrimógeno. En el pueblo de Cella (Teruel) ha sido documentada esta otra variante, de rasgos bastante similares (la ambientación moruna, por ejemplo) a los que adornaban la leyenda de la leonesa Presa Cerrajera. Como ella, está erróneamente fechada (por algunos de sus editores y refundidores) en el siglo XI. El que hasta el Cid asome por ella no deja de ser otra monumental incongruencia, típica de este género de leyendas tenuemente enraizadas en una tradición oral antiquísima y luego tardíamente (incluso recientemente) engordadas por las imaginaciones muchas veces desbocadas de eruditos y propagandistas locales:

Dos pretendientes para Zaida
A finales del siglo XI, en la parte más oriental de la serranía de Albarracín, se alzaba un imponente castillo gobernado por el alcaide don Garci Núñez, señor de Celfa, hoy Cella. Tenía este caballero cristiano una hermosa y única hija, llamada Zaida, cuyo amor se disputaban dos cualificados pretendientes: el árabe Melek, hijo del valí de Albarracín, y Hernando, conde cristiano del castillo de Abuán.
Don Garci Núñez era padre y señor a la vez, doble condición que mediatizaba la decisión a tomar respecto al futuro de su hija. Por un aparte, deseaba lo mejor para ella, pero, por otra, tenía que velar por los intereses de Cella, cuya supervivencia dependía de las buenas relaciones de amistad con los señores vecinos, tanto moros como cristianos, y la disponibilidad o no de agua para hacer de su señorío un territorio habitable y rico.
Dispuesto el padre, pues, a elegir al mejor pretendiente posible para su hija y para el señorío de Cella, les impuso a ambos sendas condiciones, de modo que Zaida sería para quien antes cumpliera la suya: a Hernando la mandó buscar y hacer aflorar agua del subsuelo; a Melek, reconstruir el antiguo acueducto romano, que tomaba sus aguas en el Guadalaviar. De cualquier modo, quería asegurar el agua para la población de Cella. Cada uno se entregó con tesón a su tarea, pero pronto un fortuito hecho acabó descubriendo a Melek que la muchacha prefería a Hernando, su rival. Un atardecer en que estaban todos junto al Cid, que andaba de paso por la zona y habían acudido a rendirle pleitesía, Zaida ofreció a Hernando agua amorosamente con sus manos. En un ataque de celos, Melek intentó acabar con su contrincante, pero fue vencido por Hernando, aunque este moriría también poco después a manos de un esbirro del valí, que vengó así la muerte de su hijo.
Zaida murió a los pocos días, incapaz de soportar tanta tragedia, pero hoy, muchos años después, en las noches de luna llena, se puede ver en las aguas de la fuente de Cella la imagen de una hermosa mujer dando de beber con sus manos a un apuesto galán. (Ubieto Arteta, 1999, n. 224)

Llama la atención que este tipo de versiones de final trágico se relacione con alguna otra versión documentada lejos de nuestras fronteras, justo en la época romántica en que el género de la leyenda oral, que venía de muy lejos, cobró renovados e imaginativos bríos librescos.
Compárese, por ejemplo, con esta leyenda (relativamente fiel a lo que debieron ser sus fuentes orales, eso sí) que fue anotada por los hermanos Grimm en la Alemania de los inicios del XIX:

El arroyo de los amantes.
La ciudad de Spangenberg, en Hessen, obtiene el agua que se utiliza para beber de un arroyo que tiene su nacimiento en un buen manantial del monte que se encuentra cerca de la ciudad. Del nacimiento de este arroyo se cuenta lo siguiente:
Un muchacho y una chica de la ciudad se amaban serenamente, pero los padres no querían de ningún modo consentir su matrimonio. Por fin cedieron, bajo la condición de que la boda se celebrase solo cuando los dos amantes hubieran logrado dirigir a la ciudad, ellos solos, el buen y fresco manantial de la montaña cercana: con ello la ciudad obtendría agua para beber, de la que había sufrido falta hasta entonces. Ambos empezaron a excavar el arroyo y trabajaron sin cesar. Excavaron durante cuarenta años, y cuando por fin alcanzaron su objetivo, murieron ambos en el mismo instante. (Grimm, 2000, n. 105)

En el mismo siglo romántico de los hermanos Grimm estaban vivas en Europa otras versiones de este tipo de leyenda. El escritor francés en lengua provenzal Frédéric Mistral, por ejemplo, reelaboró literariamente una versión folclórica en la que, por razones de espacio, no profundizaremos. En una carta de 1871 a Paul Meyer, informaba de que:

el puente de Barbegault existe todavía [...] Este acueducto, que yo he calificado de épico, tiene también, como usted sabe, su leyenda (la fuente de Vaucluse llevada hasta Arlés por un príncipe enamorado de una reina de Arlés). Yo la he reescrito en mi Porto-Aigo (Armana, 1860). (Matéos, 1980:6-7)5

También en Portugal han sido documentadas versiones de origen folclórico pero reescritas en estilo aparatosamente sentimental y romántico. Célebre es, por ejemplo, en la localidad de Pedrógão de São Pedro, en Penamacor (Castelo Branco) la Lenda da Mata da Rainha, que está protagonizada por una princesa casi inaccesible y por dos pretendientes que reciben el encargo de edificar uno un canal y otro una torre. La versión publicada por Gentil Marques en 1962 es muy extensa y edulcorada, y puede leerse íntegramente en internet (Marques, 1997).
Más interesante, y de raíz más legítimamente folclórica, es esta otra leyenda ambientada en la ciudad portuguesa de Faro:

Lenda do aqueduto.
Eu acho que isto passava-se com dois mouros antigamente que disputavam a filha de um dos reis de Faro e entretanto um deles atreveu-se a pedir a mão da filha e o rei não queria ceder ao pedido dele, como era cristão, pensou numa forma de se ver livre dele e disse-lhe que se ele conseguisse trazer a fonte da alface (que é a uns quantos quilómetros de Faro) para a porta, mesmo para a porta do castelo. O mouro depois de ouvir a tarefa que tinha de fazer agradeceu ao rei e saiu. O rei ficou a pensar que já se tinha visto livre dele. À meia-noite entretanto o mouro começou a cantar à janela da filha e o rei muito irritado levanta-se vem à porta a correr porque já sabia que era ele e perguntou: "Então o que se passa? É impossível alguém trazer a fonte de Alface para Faro", que ficava a mais de 10 kilometros. Qual era o espanto dele quando chegou à porta e vê um jorro de água a cair. O mouro tinha conseguido arranjar forma de construir um aqueduto de Alface a Faro, transportando desta forma daquela fonte para perto do castelo onde o rei estava e ele não teve outro remédio senão entregar a filha como tinha prometido. Isto em principio é o que se conta. (Cardigos, Dias Marques y Correia, Arquivo)

Algunos de los desarrollos y vericuetos hacia los que han derivado los avatares de esta profusa familia de relatos son de enorme originalidad y de asombrosa capacidad para adaptarse o para inmiscuirse en los contextos narrativos más inesperados.
Así por ejemplo, en una extraordinaria versión, de las Tierras Altas escocesas, del cuento conocido como "La hija del diablo" como "La muchacha ayudante en la fuga del héroe" (número 313B del catálogo internacional de cuentos de Aarne - Thompson - Uther; véase Uther, 2004) encontramos inserto el motivo del príncipe que aspira a casarse con una muchacha que es celosamente custodiada por su padre, un gigante horrendo. Entre las tres pruebas que impone el padre al pretendiente hay dos que tienen que ver con la construcción y con el acondicionamiento de un espacio que hasta entonces no era utilizable, como no lo era el solar gaditano antes de los trabajos propuestos por la princesa Liberia a sus pretendientes. La primera prueba se refiere a la canalización de una corriente de agua para lograr la limpieza de un establo, y la segunda al techado del mismo establo. La tercera no es una prueba de construcción ni de instalación, pues lo que al príncipe se le encomienda es que busque una comida singular para el gigante.
Es obvio que la primera prueba, la de la limpieza del establo (que se corresponde con el motivo folclórico internacional H1102, Task: cleaning Augean stable6), es un paralelo interesantísimo del mito clásico de la limpieza de los establos del rey Augías por parte de Hércules. Aunque el relato escocés que enseguida vamos a conocer no dé detalles acerca de cómo pudo ser realizada tal proeza, es imposible no recordar aquí que Hércules acometió fabulosamente una prueba similar desviando el curso de los ríos Alfeo y Peneo para que su cauce pasase por los (casi) impenetrables establos. Lo cual vincula este tipo de pruebas de limpieza de establos con obras de ingeniería hidráulica similares a las que nos están ocupando ahora a nosotros. El relato escocés incorpora, además, un motivo que emana sin duda del cuento ATU 313B: en él, es la muchacha la que en realidad ejecuta, a escondidas, las labores de ingeniería heroica, pues está deseando casarse con el joven príncipe. Todo ello nos permite entender mejor la trama de hilos mezclados y texturas híbridas en la que son capaces de enredarse los motivos narrativos que estamos analizando:

... Por la mañana, el gigante hizo venir a sus tres hijas, y dijo:
-Bien, hijo del rey de Villa Esparto, no has salido perdiendo por vivir tanto tiempo conmigo. Tendrás como esposa a una de mis hijas mayores, y con ella volverás a tu casa al día siguiente de la boda.
-Si me das a la pequeña y bonita -dice el hijo del rey- te tomaré la palabra.
El gigante montó en cólera, y dijo:
-Antes de que sea tuya, tendrás que hacer tres cosas que yo te mande.
-Dime -dice el hijo del rey.
El gigante lo llevó al establo.
-Bien -dice el gigante-, aquí está el estiércol de cien vacas, y no ha sido limpiado en siete años. Hoy estaré fuera, y si este establo no está limpio antes de que anochezca, tan limpio que una manzana de oro pueda rodar de una punta a otra, no solo no será tuya mi hija sino que esta noche un trago de tu sangre saciará mi sed.
Comienza a limpiar el establo, pero lo mismo sería achicar un gran océano. Pasado el mediodía, cuando el sudor le cegaba, la hija del rey fue a verlo y le dijo:
-Estás sufriendo un castigo, hijo del rey.
-Así es -dice el hijo del rey.
-Acércate -dice ella- y reposa tu cansancio.
-Eso haré -responde él-, de todos modos no me espera sino la muerte. Se sentó cerca de ella. Estaba tan cansado que se quedó dormido a su
lado. Cuando despertó, la hija del gigante no aparecía por ningún lado, pero el establo estaba tan limpio que una manzana de oro hubiera podido rodar de una punta a otra. Entra el gigante, y dice:
-¿Has limpiado el establo, hijo del rey?
-Lo he limpiado -dice él.
-Alguien lo ha limpiado -dice el gigante.
-En cualquier caso, no lo has limpiado tú -dijo el hijo del rey.
-¡Sí, sí! -dice el gigante-. Puesto que tan activo estuviste hoy, mañana a esta hora habrás techado este establo con plumón de aves, de aves que no tengan dos plumas del mismo color.
El hijo del rey se levantó antes que el sol; cogió su arco y su aljaba para matar los pájaros. Se fue a los páramos, pero aunque eso hizo, cazar los pájaros no fue cosa fácil. Corrió tras ellos hasta que el sudor lo cegó. Hacia mediodía, quién fue a venir sino la hija del gigante.
-Te estás quedando sin fuerzas, hijo del rey -dice ella.
-Así es -contesta él-. No he derribado más que estos dos mirlos, que son del mismo color.
-Acércate y reposa del cansancio en esta bonita loma -dice la hija del gigante.
De buena gana -dice él.
Pensó que esta vez también le ayudaría, y se sentó cerca de ella, y al poco se quedó dormido.
Cuando despertó, la hija del gigante ya no estaba. El hijo del rey pensó en volver a la casa, y vio el establo cubierto por una techumbre de plumas. Al regresar, el gigante preguntó:
-¿Has techado el establo, hijo del rey?
-Lo he techado -contesta él.
-Alguien lo ha techado -dice el gigante.
-No fuiste tú quien lo hizo -replica el hijo del rey.
(Campbell, 1999:62-63; n. 8, "La batalla de los pájaros")

En un artículo futuro espero seguir reuniendo y analizando mitos, leyendas y cuentos, que se quedarán ahora en el tintero, acerca de héroes que canalizan corrientes en el marco de pruebas que son a un tiempo de ingeniería y de amor. Pero también espero ampliar el análisis a otros relatos emparentados con ellos, aunque a mayor distancia, porque no siempre obliga la prueba amorosa a abrir un canal que conduzca aguas, aunque sí a otras labores de construcción. En el lai de Les Deus Amanz, puesto por escrito por María de Francia en el siglo XII, a partir sin duda de leyendas populares, se habla de un joven que afrontó, como estaba prescrito por el rey, el reto de subir en sus brazos a su amada hasta una cumbre muy elevada, sobre la que cayó desplomado, y en la que murió también la enamorada joven. Relato muy sugerente si se coteja con el soneto de Garcilaso, en el que el requisito del subir, el motivo de la altura extraordinaria hacia la que deben alcanzar los esfuerzos del amante, se hallaba también muy presente. En The Franklin's Tale de los Canterbury Tales (finales del siglo XIV) de Geoffrey Chaucer, la prueba que ha de afrontar el joven pretendiente para poder casarse con la dama es la de eliminar todas las rocas de los arrecifes que dificultaban el paso de barcos por la costa de Bretaña. En el Kalevala finlandés compilado en el XIX sobre baladas y leyendas muy anteriores hay diversas tareas difíciles esperando a varios jóvenes enamorados, entre ellas la de la construcción de un sampo, un objeto místico que no se explica exactamente cómo es, o la de construir una barca hecha con la madera del huso de la joven, que debe ser puesta a navegar sin que haya sido tocada por ningún cuerpo.
El tópico es capaz de desbordarse hacia horizontes aún más centrífugos y complejos, no imbuidos necesariamente de pasión erótica. No es este el lugar más adecuado para desarrollar la cuestión -de la que Delpech, en el artículo citado, ofreció además amplia bibliografía-, pero conviene señalar que las facultades de construir canales, conducir, embalsar o desembalsar aguas, etc., ha sido atribuida en muchos tiempos y lugares a divinidades, héroes o especialistas religiosos carismáticos, y generado mitologías muy densas y plurales. Ya hemos puesto antes el ejemplo del Hércules canalizador de las aguas que limpiaron los establos del rey Augías. El cuento que tiene el número 461 (Three hairs from the devil's beard: Los tres pelos de la barba del diablo) en el catálogo de cuentos internacionales de Aarne-Thompson-Uther, el cual se ha documentado en tradiciones geográficas y culturales de varios continentes, presenta a un héroe que realiza, entre las tres labores que se le piden, la proeza de desatascar una conducción de agua subterránea que impide que mane cierto pozo o manantial. En Prato (Italia) sigue viva la leyenda de Il sasso del diavolo, un gran bloque de piedra cercano a la ciudad que se cree que condujo hasta allí el diablo con el fin de destruir un canal de agua y provocar un embalsamiento y luego una inundación catastrófica
de la ciudad, circunstancia que logró ser evitada con la ayuda milagrosa de la Virgen (Savi-Lopez, 1889:68). Y todavía hoy es común en diversas culturas tradicionales, americanas por ejemplo, que haya creencias, rituales, especialistas (en ocasiones son llamados graniceros) a los que se considera capaces de controlar mágicamente los regímenes de lluvias, secas, encauzamientos y canalizaciones de corrientes, etc.7. En películas de Hollywood como The Naked Jungle (Cuando ruge la marabunta), 1954, de Byron Haskins, o como The Towering Inferno (El coloso en llamas), 1974, de John Guillermin y Irwin Allen, Charlton Heston y Paul Newman tuvieron que emplearse bien a fondo para conseguir abrir, en el último momento, las conducciones de agua que acabaron con una plaga de hormigas o con un incendio apocalíptico.
Muchos más detalles y ejemplos podrían darse, por otro lado, en relación con la construcción (y a veces con la destrucción) mitológica de cercas, murallas o puentes. Pero eso apunta ya hacia repertorios de creencias y de relatos tan complejos, aunque sean colindantes con los nuestros, que no podemos aspirar ni a resumirlos siquiera aquí.

Más amores y unas cuantas ingenierías líricas

Discúlpese el último excurso que nos ha apartado de nuestra familia principal de relatos (en que el componente erótico era fundamental) para permitirnos apreciar por qué derroteros plurales los relatos heroicos basados en la canalización del agua han seguido operando en la literatura y en el imaginario colectivo de muchas épocas, incluida la contemporánea, y respondiendo a la necesidad que sienten muchas personas (todavía hoy) de alcanzar una explicación mítica del mundo, o de impregnarse de actualizaciones fabulosas de viejos mitos. Es hora ya de volver a nuestras ingenierías hidráulicas vinculadas a alardes amorosos, y también de ir rematando este artículo volviendo a las orillas líricas de las que partimos.
Sacamos a colación, páginas atrás, viejos poemas de Parmenión de Macedonia y de Jorge Manrique, y tradicionales canciones italianas, que demostraban que no estaba solo Garcilaso en el uso con fines galantes
de la metáfora erótica de la conducción del agua varonil hasta la amada.
Recordemos aquellos versos folclóricos italianos que decían

L'acqua vo'far venir per un condutto
rose e viole appiè d'una fontana...

[El agua voy a hacer venir por un conducto
rosa y violeta al pie de una fuente...]

Es el momento ahora de corroborar que tal metáfora ha tenido un arraigo muy intenso en el campo del folclore, en cuyo seno debió nacer y desde el que debió irradiar, posiblemente, en tiempos inmemoriales.
Fijémonos, para empezar, en esta canción:

Si yo tuviera dinero
como tengo fantasías,
el río de Manzanares
por tu puerta pasaría.
(Peña, "Piropos")

Impresiona comprobar cómo cuatro versos breves y sintéticos pueden condensar materias significativas que en otros lugares precisan desarrollos narrativos mucho más complejos.
Pero existe, además, todo un muy revelador muestrario de canciones que vinculan, en tonos, voces y con imágenes diversas, conformidades amorosas y obra hiperbólicas de ingeniería, por lo general hidráulica:

Si quieres que sea tuya,
has de enladrillar el Ebro,
y después de enladrillado
tuya seré si yo quiero.

(Alonso Cortés, 1914, n. 1508)
Si quieres que yo te quiera
manda enladrillar el Duero,
y después de enladrillado
seré tuya si yo quiero.
(Manzano, 1982, n. 484)

Si quieres que yo te quiera,
m' has d' enladriyar er má,
y después d' enladriyado,
seré tuya sin fartá.

Para casarme contigo,
s' ha d' enladriyar er mar,
y después d' enladriyado
seré tuya sin fartar.
(Rodríguez Marín, 1882-1883, n. 2683 y nota 215)

Si quieres que yo te quiera
has de enladrillar el cielo;
y después de enladrillado,
tuya seré si yo quiero.
(Pedrosa, 1999:85)

Ya está enladrillado el mar,
trabajito me ha costado,
ahora quiero que me cumplas
la palabra que me has dado.
(Peña, "Referencias marineras")

¡Vidita, si me querís,
manda enladrillar el mar;
después que esté enladrillado,
dueña sois, podís mandar.
(Carrizo, 1935, n. 1356)

Existe también, dispersa por una geografía tradicional muy amplia, toda una tipología de canciones en que el amante se somete a la prueba de hacer o de empedrar las calles por las que ha de pasar la amada. Como nos aleja de nuestra mitología hidráulica, aunque nos mantiene dentro de los relatos de construcción, me limitaré a dejar aquí un solo ejemplo:

Si supiera la vereda
por donde habías de venir,
fuera yo y la enladriyara
con ladriyos de marfil8.

Admiremos ahora una hermosísima canción argentina en décimas,"conocida en Mendoza y San Juan. Dictada por D. Ismael Moreno, 1936", que fue anotada y publicada por el folclorista Juan Draghi Lucero. El alarde arquitectónico del amante, aunque no incluya en este caso griferías, se convierte aquí en alegoría de altísimo vuelo:

Tengo de hacerle una casa
con los pinos a mi amor,
y formar un corredor
con pilares de venganza.
Tijerales de esperanzas
y guines de quedar bien,
varillas de sentimientos
también las voy a poner...
Cosa que tenga de todo,
pa que aprenda usté a querer.

Le levanto las murallas
con adobes de tristeza,
y la embarro con fineza
porque mi amor no desmaya.
La he de blanquear con ganas
del costo que he de tener;
con ladrillos de placer
voy a enladrillar el suelo;
y la he de tratar con celo
pa que aprenda usté a querer.

Los maestros serán mis ojos
para labrar la madera;
puerta le pongo de veras
y una tabla de cerrojo.
Un candado con enojos;
pestillos tengo que ver,
con llaves de aborrecer
yo las mandaré forjar.
Puertas que se han de cerrar
pa que aprenda usté a querer.

He de levantar tejados
con ventanas y vidrieras,
cosa que se vea entera
con su fina voluntad.
Todo esto se le pondrá
una cuja de desvelos,
un estrado de consuelo
también le voy a poner.
Cosa que tenga de todo,
pa que aprenda usté a querer.
(Draghi Lucero, 1938:191)

La misma tradición lírica argentina nos provee de otras hermosísimas alegorías líricas en que las labores de construcción acometidas por el varón en homenaje a su amada alcanzan sofisticaciones extraordinarias:

Yo haré bajar a tus plantas
por conquistar a tu amor,
a la luna del copete
y de sus greñas el sol.

Todos los cuatro elementos
los rendiré a tu obediencia
y traeré a tu presencia
los lucidos firmamentos.
Haré que todos atentos
obedezcan, porque encantas
a mi amor, y lo quebrantas
con tan furiosas saetas.
También los siete planetas
yo haré bajar a tus plantas.

De rica tela te haré
una alfombra donde pises,
guarnecida de matices,
en sitial te sentaré
también te edificaré
un castillo de valor,
que resguarde tu arrebol
y no consienta enemigo.
Todo esto haré, como digo,
por conquistar a tu amor.

Del oro de buen crisol
una corona te haré,
y en vuestras manos pondré
cetro esmaltado de amor.
Las joyas de más valor
te las pondré por tapete,
y, subiendo como un cohete,
te mandaré a las estrellas
a que bajen de sus huellas
a la luna del copete.

Un palacio te aseguro
de oro, alabastro y marfil,
también te pondré un pensil,
del más rico jaspe el muro;
y de cristal el más puro
te haré un lucido farol,
y si esto es poco a tu amor,
bajaré por tu fortuna,
de los cielos a la luna
y de sus greñas al sol.
(Carrizo, 1937, n. 428)9

En la península Ibérica ha sido tradicional la canción seriada de La pedigüeña, en que una caprichosa mujer reclama a su pretendiente la construcción de un palacio hiperbólico, con canalizaciones a juego: "en medio de aquel jardín he de poner una fuente / con doce caños de oro para que beba la gente". Divertidísima parodia de todo el repertorio de relatos y de versos que hemos conocido:

Un francés vino a España en busca de una mujer,
se encontró con una niña que le supo responder.
-Niña, si quieres venirte por un año,
te vestiré y calzaré y te regalaré un sayo.
-Ni por un sayo ni dos ni por tres ni cuatro sayos,
aunque soy muy chiquitita bien reconozco mis años.
Caballero, si usted quiere de mi juventud gozar,
todo cuanto yo le pida me lo tiene usted que dar.
Lo primero es un palacio que valga dos mil doblones,
con ventanas y balcones todos mirando a la plaza.
En medio de aquel palacio he de poner un jardín
con rositas encarnadas como me gustan a mí.
En medio de aquel jardín he de poner una fuente
con doce caños de oro para que beba la gente.
La habitación que yo habite ha de estar empapelada
con los papeles de oro y las paredes de plata.
La cama donde yo duerma ha de tener tres colchones
con las sábanas de Irlanda y bonitos olmadones.
Desde mi casa a la iglesia he de poner un tablado,
para cuando vaya a misa no se me manche el calzado.
Desde mi casa a la iglesia he de poner una alfombra,
para cuando vaya a misa no se me manche la cola.
Desde mi casa a la iglesia he de poner una parra,
para cuando vaya a misa no me dé el sol en la cara.
Desde mi casa a la iglesia he de poner un almendro,
para cuando vaya a misa comer almendras si quiero.
A la puerta de la iglesia he de poner dos leones,
para cuando vaya a misa que me respeten los hombres.
-Mucho, mucho pides, niña, para podértelo dar;
no tengo tanto dinero para poderlo gastar.
(Calvo, 1993:501-502)

Interesantísimas resultan, también, las versiones de la canción dialogada de La gentil dama y el rústico pastor en que los alardes amorosos y las canalizaciones de agua se mezclan de modo a veces muy irónico. En una versión chilena la dama requiebra, como suele, a un pastor que le expresa su indiferencia repetidas veces. Y cuando él da finalmente su brazo a torcer y le tiende incluso la consabida ofrenda hidráulica, ella le rechaza con sorna:

-Te ofrezco una chigua de oro
y unos caños de marfil,
tan sólo por que me digas
si yo me quedo a dormir.
-No quiero tu chigua de oro
ni tus caños de marfil;
tu ganado está en la sierra,
con él te irás a dormir.
(Vicuña Cifuentes, 1912:118-120, n. 52B)

Otra versión, esta vez canaria, de La gentil dama y el rústico pastor, nos muestra a la desenvuelta mujer intentando seducir al inasequible aldeano. Admira encontrar en estos versos el verbo bajar en vez del verbo subir, a tono con el hecho de que sea en este caso la mujer la que hace la invitación amorosa. Y detectar, al mismo tiempo, otro símbolo, el del ganado, de muy tradicionales connotaciones eróticas (Pedrosa, 2008):

-Voy a hacerte unos tanquitos
con sus cañitos dorados
para que bajes, pastor, ay, ay, ay,
a dar agua a tu ganado, pastor.
-No te quiero tus tanquitos
ni tus cañitos dorados,
tengo el ganado en la sierra, ay, ay, ay,
y quiero ir a guardarlo, y adiós.
(Trapero, 2000, n. 15.1)

Asomémonos ahora, al final de nuestro recorrido, a una cancioncilla tan breve como reveladora. Absolutamente esencial, pese a su no muy sofisticada factura y pese su obscenidad algo gritona y primaria, para entender la entraña profunda de todos los versos y prosas que hemos conocido hasta aquí:

Desde mi casa a la tuya
voy a poner una caña,
para que pase mi leche
de mi picha a tu castaña.
(Gomarín Guirado, 2002, n. 100)

En estos versos breves y concentrados se halla expresada, de manera cruda, incluso brutal, con muy pocos tapujos y metáforas (bueno, con algunos: la leche identifica el semen, y la castaña el sexo femenino, claro), una ecuación a un tiempo verbal y genital que es muy distinta en la forma, pero no tanto en el fondo, de los relatos y poemas que hemos conocido disfrazados con los acentos heroicos del mito o con las galas de la cortesanía. Hasta las palabras sutilísimas de Garcilaso que prometían elevar las aguas hasta la dama "por un camino hasta agora enjuto" parecen cobrar nuevo sentido a la luz del "voy a poner una caña" de la canción tradicional.

Producción, transmisión, recepción

Después de una revelación de este calibre, casi todo lo que se añada es a la fuerza redundante. Lo es volver a decir que el que el varón abra un canal que conduzca o que suba sus líquidos hasta el recinto de la mujer tiene connotaciones genitales absolutamente inequívocas. Y lo es decir que la prueba de la capacidad sexual e ingenieril de los pretendientes codifica exigencias femeninas y también estrategias de crecimiento demográfico bajo metáforas evidentemente eróticas, al margen de que sus avatares puedan ser arcaicamente míticos, estereotipadamente cortesanos o desnudamente pornográficos.
Preguntémonos, entonces, por la producción: ¿desde cuándo habrán acompañado estas metáforas la imaginación humana? Desde las épocas, a buen seguro preliterarias y prehistóricas, en que nuestros ancestros andaban explorando la frontera que separa lo yermo de lo habitado, lo despoblado de lo civilizado, y en que las capacidades sexuales, las dotes genésicas, la facultad que convenía acreditar y asegurar de engendrar personas y linajes corría en paralelo a la necesidad de levantar edificaciones, canales, ciudades. El generar personas y el construir poblados eran dos factores obligados de una suma que no era meramente simbólica y literaria, sino que tenía también la proyección de imperativo demográfico y social.
Sigamos por la transmisión: ¿Dónde y cómo alcanzarían los ecos de tales fábulas y versos a Garcilaso? Eso no podemos saberlo. Cuántas veces, tampoco. ¿Por vía escrita, por vía oral? Precursores como Jorge Manrique habían ensayado, antes que él, alegorías en verso parecidas. ¿Jugó Garcilaso a lo que antes habían jugado otros poetas? Algunos cronicones, contaminados poco o mucho de folclore, y seguro que muchas canciones proclamaban amores hidráulicos del mismo jaez. La tradición oral de su entorno, y unas cuantas ciudades elevadas sobre corrientes de agua, debían estar asociadas a relatos de la misma familia. ¿Pudo alguna de aquellas leyendas estar ligada, en el imaginario de la época, a su Toledo natal, al que asoció Garcilaso la promesa hidráulica de su soneto? No lo sabemos. Muchos relatos orales llegan y se van, o se quedan dormidos en prolongados estados de latencia, sin dejar rastro documental. Que el arriscado Toledo podría haber sido escenario ideal de fábulas de este tipo, eso es algo perfectamente posible. Pero el caso es que no tenemos, ahora mismo, pruebas que vinculen la ciudad imperial con un mito de fundación que se asocia a tantos otros lugares, y que el único e insuficiente indicio que podría indicar algo en ese sentido sería, precisamente, el sutil y ambiguo soneto de Garcilaso.

Concluyamos añadiendo algunas palabras sobre la recepción: el enorme esfuerzo documental que hemos tenido nosotros que hacer para intentar buscar una explicación y una contextualización, desde la literatura comparada, del soneto de Garcilaso, no tiene, seguramente, nada que ver con el modo en que se acercarían a él sus lectores coetáneos. Para nosotros, las leyendas y las canciones orales se hallan disecadas artificialmente dentro de bibliotecas en que hay trabajosamente que buscarlas; ellos vivían respirándolas como si fuesen su aire natural. Al recuperar algunas de las tradiciones orales, y de las escritas pero emanadas de lo oral, en cuya constelación se inscribiría también el soneto de Garcilaso, percibimos nosotros solo unas cuantas resonancias, parecidas pero no iguales, a las que su lectura despertaría en la memoria cómplice de aquel público, que se encontraría en mejor posición que nosotros para identificar los paralelos y entender el trasfondo simbólico de estos versos. Es decir, que habremos podido recortar, con nuestra escasa ciencia comparatista, algunas distancias, pero estamos muy lejos de haber llegado al centro o restaurado el sentido primigenio que pudo tener el soneto de Garcilaso.
Si es que tuvo alguna vez un sentido unívoco y primigenio, algo que es posiblemente extraño a la poesía buena y auténtica, y por tanto a la de Garcilaso. Ya aceptamos páginas atrás que el soneto XXIV debía leerse, según lo han leído otros críticos, como una ofrenda lírica del poeta a su patrocinadora, con ciertas gotas de vanidoso homenaje del poeta hacia sí mismo. Hemos defendido además, en estas páginas, que sobre esa trama está entreverada una vieja y tradicional metáfora erótica (la de la conducción de las aguas viriles hasta la mujer) que Garcilaso diluyó en galantería amable, en cumplido obsequioso que se acomodaba a las convenciones de la cortesanía social y literaria. Es posible que no se hayan agotado aquí las interpretaciones posibles ni las metáforas potencialmente constitutivas, y que a la crítica del futuro le estén esperando, emboscados entre las líneas del soneto, otras penumbras y retos.
Nos queda el consuelo de saber que ningún lector de la época, aunque pudiese llegar, y sin esfuerzo, más cerca que nosotros, alcanzaría tampoco a comulgar con el sentido esencial de nuestros versos, que es sagrario que se halla reservado (y acaso ni eso es seguro) solo al poeta.

Notas

1 Este artículo se publica dentro del marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación titulado Historia de la métrica medieval castellana (FFI2009- 09300), dirigido por el profesor Fernando Gómez Redondo, y del proyecto Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época (FFI2009-11483), dirigido por el profesor Carlos Alvar. También como actividad del Grupo de Investigación Seminario de Filología Medieval y Renacentista de la Universidad de Alcalá (CCG06-UAH/HUM-0680). Agradezco sus indicaciones y sugerencias a José Luis Garrosa, Jesús Suárez López, Blanca Bazaco, Mario Hernández y François Delpech.

2 Todas las traducciones son mías.

3 Las tres versiones fueron registradas por Jesús Suárez López, quien me las ha comunicado amablemente, en el año 1996 en los pueblos de El Pebidal y de Casandresín, en el concejo de Salas, Asturias.

4 Reproduzco la leyenda tal y como se halla editada en la página del Ayuntamiento de Cimanes del Tejar, listada en la bibliografía.

5 Traducción mía.

6 Véase la entrada correspondiente en Thompson, 1955-1958.

7 Véase, por ejemplo, Lorente Fernández (2010) y la amplia bibliografía a la que remite.

8 Sobre esta tipología de canciones, véase Pedrosa (2007).

9 Véase también el núm. 428A, con una composición parecida, aunque fragmentaria.

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