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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.14 no.19 La Plata jun. 2013

 

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El cuerpo, la distancia... la escritura (Acerca de la poesía de Vicente Ponce)

José L. Falcó
Universidad de Valencia

El cuerpo duda la distancia

Uno de los textos más significativos del primer poemario de Vicente Ponce, Instrucciones para mirar el silencio (1999), lleva por título "Hielo en los alrededores de la palabra". Ese poema, como otros de aquel conjunto, prefigura, no solo por su título, el nuevo libro que aquí se comenta: Frío en los alrededores de la palabra (2010, Valencia: Azotes Caligráficos). En aquel poema, como en gran parte de los escritos por nuestro autor, se dan cita y entrelazan distintos motivos recurrentes a lo largo de su trayectoria poética, tales como la memoria, la escritura, las pérdidas, el placer, la ira, el dolor o la desdicha.
Pero interesan aquí, muy especialmente, sus cuatro últimas líneas: Pero (tu mirada) también es mi infierno y mi desdicha, el horror y la tormenta, un bosque sellado que se convierte, poco a poco, en una trampa de silencios: el cuerpo, la duda y la distancia (pág. 73). Y es que el discurso poético de Vicente Ponce, desde aquel primer volumen pasando por Incendios del tiempo (2003) y Hojas de aire cubren esa cólera (2005), ha ido ampliando un territorio que parece ya bosquejado desde el principio como una propuesta abierta al discurrir del tiempo y su caligrafía. Un tiempo que es, también, cuerpo. Y un cuerpo que se dice porque en él se han cifrado y se cifran los distintos tatuajes que por ahora y desde antes lo conforman. Tatuajes que son vivencias, vivencias que son también lenguaje, lenguaje que es experiencia acumulada de distintas prácticas -artísticas, teóricas, ideológicas, filosóficas- entre las que el
autor no establece límites, y que interactúan y se vierten en ese discurso del cuerpo atravesado de temporalidad que es, en definitiva, su escritura.
Todo ello no quiere decir que no se haya dado en la escritura de Vicente Ponce una serie de variaciones que atañen al conjunto de su partitura formal y temática. Al contrario. Y es que esas variaciones se han producido desde y hacia dentro. Es decir, hacia una radicalización de su expresión poética -sintética, asociativa, intertextual, fragmentaria- que conllevó y conlleva un tono intimista, sentimental y sensorial que se ha manifestado hasta la fecha en el tratamiento sobre todo de la temática amorosa. Pero lo que en el fondo está en juego es la conciencia acerca de las posibilidades mismas del lenguaje que conlleva la duda sobre la contingencia o posibilidad del decir. El cuerpo duda la distancia porque esa distancia entre el deseo de decir y lo dicho parece insalvable desde la mirada crítica que detenta estos poemas, y que separa y examina con cautela la distancia entre el sujeto de la enunciación y el enunciado.

El cuerpo acumula escritura

Frío en los alrededores de la palabra compendia, al tiempo que supera, algunas de las características de las anteriores entregas de Vicente Ponce, y propone al lector una estructura de libro simétrica -desde a) Sin palabras, a la espera (pág. 9) hasta b) ... a la espera, con palabras (p. 57)-, pero abierta a/por una interrogación final -c) ¿O es quizá porque los amantes no quieren estar lejos de los cuerpos que aman? (p. 63). Estaúltima parte consta de un solo poema, "Más allá del principio de placer (p. 65), sin duda uno de los mejores del libro, que invita a proseguir el trayecto con estos últimos versos suspendidos: Permanecimos en silencio/ aunque gritamos de asombro juntos/felices por estar allí/mientras el otoño iba escribiendo/en la lluvia y el frío/un (a) mañana para nosotros... Porque en realidad no se da ese gesto, no puede haber ni hay cerramiento ni final en una escritura marcada también por interrogaciones y dudas, tan (auto) reflexiva, que exige, además, el concurso de un lector cómplice, por así decirlo, conocedor de algunas de las claves, también las generacionales, que conforman el texto.
Para la generación a la que pertenece Vicente Ponce la palabra sigue siendo el lugar del fuego, el refugio, la cueva primigenia y última. De ahí
su temblor cuando llega, su júbilo. Pero no solo. Queda algo, tal vez un rescoldo de utopía, su memoria o, al menos, un espacio de pervivencia ante el frío de los derrumbamientos y sus discursos -esos discursos a los que de manera tan autocomplaciente se han entregado otras opciones poéticas, tan cercanas al poder fáctico, durante estos últimos casi cuarenta años de nuestra historia-. Por eso, por todo eso, el cuerpo acumula escritura, signos y siglos (p. 19), aunque también encuentra en su ojo, en su mirada, la soledad y la duda de quien tropieza (...) con los despojos de tantas lecturas mal olvidadas (p. 17).

Nadie sabe lo que puede un cuerpo

En esa blanca partitura de espejismos, sobre la que el cuerpo vierte y guarda lo memorable en sus palabras, es posible un paraje vívido y vivido que nunca es el que se vive. La escritura es capaz, sin embargo, de ir hilvanando los pasos de lo que fue y de lo que es, de convocar a los muertos y a los vivos, de ir trazando un mundo distinto al de la realidad que, objetivándose, llega a formar parte de esa misma realidad.
La parte central de Frío en los alrededores de la palabra está formada por tres secciones complementarias: Estragos de la sed que vos causasteis, Fusión fría y Huellas quietas en el frío pisan mis palabras. Tras la crisis inicial y el advenimiento de la palabra que intenta resolverla, el discurso del cuerpo se centra en el amor, la soledad, el tiempo. Tales motivos, como se ha dicho más arriba, se suelen entrelazar en los distintos fragmentos o poemas que constituyen el libro. Pero hay un poema central que nos guía, al tiempo que nos proporciona algunas de las claves del discurso de VP. Me refiero a "Roma sueña aterida sobre sí misma" (p. 29). Se trata de un texto, que sin olvidar su literalidad, admite una lectura simbólica, polisémica, en la que Roma puede también significar cuerpo, historia, cultura, vida, tiempo. Tiempo en fuga y para siempre. Así, lo que fue Suelo fértil de la belleza instantánea se ha transformado en una historia de piedras y dolor en la que ya no quedarán ni las ruinas, sólo la inquietud por tantos siglos transcurridos.
El motivo fundamental es de nuevo el de la pérdida. O las pérdidas. Ese proceso de derrumbamiento, que no sin cierta melancolía, se reduce también a las palabras: crónica voraz de un instante que pasa. Y el lector
puede entonces preguntarse si los lenguajes todos no son o, al menos, remiten a eso: a una crónica de proporciones insospechadas. Y si esa crónica, esa polifonía de voces y discursos, no se encuentra también condenada a perderse para siempre. A ir derrumbándose entre ruinas como se derrumba un cuerpo por mucho que la palabra juegue al espejismo de la pervivencia. Porque en la poesía de Vicente Ponce la palabra es también una forma de fracaso. El fracaso del que se sabe solo y náufrago. Esa caligrafía del extranjero (p. 40) que vio morir todos los años...

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