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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.14 no.19 La Plata jun. 2013

 

RESEÑAS

Alfons Cervera, Tantas lágrimas han corrido desde entonces, Barcelona, Montesinos, 2012,160 pp.

Isabelle Touton
Universidad de Bordeaux 3-Michel de Montaigne

La obra de Alfons Cervera no juega con un pacto de lectura ambiguo. Aunque se nutren de referencias precisas a la Historia de España y de elementos autobiográficos, sus novelas de estructuras complejas, temas obsesivos -la guerra, el recuerdo, el tiempo, la muerte, la solidaridad de los humildes- y personajes-voces, se asumen como ficciones. Con Tantas lágrimas han corrido desde entonces, Alfons Cervera confirma que su narrativa centrada en el legado de la Guerra Civil y el franquismo desde El color del crepúsculo hasta ésta última, pasando por Maquis, La noche inmóvil, La sombra del cielo, Aquel invierno y Esas vidas, despliega una "poética de la memoria" atenta al detalle, a los extravíos y caprichos del recuerdo -"El tiempo borra esos detalles y desguaza la memoria como si fuera la carrocería de un coche abandonado". Como compensación por el olvido selectivo de nuestras sociedades y los " hueco (s) obsceno (s) de la desmemoria", el novelista corrige, cincela, retoma en cada opus su propia experimentación literaria sobre el funcionamiento de la memoria colectiva e individual, en una escritura que se pretende ajena a la nostalgia, "ese asco de nostalgia que todo lo convierte en un inútil remiendo del pasado", porque el pasado violento, aun cuando se ha vuelto invisible, sigue obrando y de manera compleja -"En los sitios pequeños las guerras tardan mucho en acabarse, dice. En la cabeza de Román no se acaban nunca".
La aportación de Tantas lágrimas han corrido desde entonces radica a mi parecer en el desplazamiento del punto de vista, en particular en relación con Esas vidas, novela autobiográfica en la que "Alfons", escritor,
narraba la ardua convivencia final con una madre tiránicamente enferma y que cuidaba celosamente de algunos secretos familiares. En esta última novela, el que ve y relata, amigo del escritor Alfons, es guionista para documentales es decir un especialista de la mirada, cobrando las imágenes impresas (fotografías y películas) con la cuestión del enfoque y de la visibilidad casi tanto protagonismo como los relatos orales de los familiares y vecinos: "La historia se escribe con las vidas y las muertes insignificantes. La invisibilidad de los personajes principales. Ese plano casi en detalle que oculta el desenfoque borroso de lo que vivieron". Es, por otra parte, la fotografía de un niño de la África subsahariana publicada en un periódico la que interpela al narrador y le sirve de máquina del tiempo. En los ojos del niño que no sabe lo que le espera al cabo de la travesía en patera, el narrador reconoce su propio miedo de exiliado unas décadas antes. Y esta identificación da pie a una crítica a la política de ciertos países europeos de protección y xenofobia hacia los que arriesgan la vida al franquear el estrecho de Gibraltar para huir de la miseria o de la represión política.
La mirada se ve también desubicada: fue en Orange, ciudad del sur de Francia que ha entregado en la actualidad las riendas del ayuntamiento al Frente Nacional, partido de extrema derecha abiertamente racista, donde se exiliaron hace décadas los padres del narrador empujados por la escasez de posguerra. Fue allí también donde en su infancia se introdujo paulatinamente en la historia de su familia y en la de los españoles que habían huido de la represión franquista. La novela va así superponiendo, enlazando, mezclando diferentes momentos claves de la vida del narrador dado que desde la vuelta a Los Yesares (trasunto del pueblo valenciano del autor) para los funerales de Teresa, la madre de Alfons, se reactivan tres épocas anteriores, que más o menos coinciden con la infancia española del narrador a principios de los años 50, de los 60 (noticia de la muerte de Kennedy) y mediados de los 70 (noticia de la muerte de Franco), esta vez en Orange.
Por otra parte, Alfons Cervera da con esta novela un paso más hacia la polifonía: decenas de personajes desdibujados, ante todo nombres y voces, fragmentan y desordenan el relato hasta tal punto que el lector no puede sino abandonarse a la música de los recuerdos, y cejar en el momento de intentar recobrar la cronología y objetivar las relaciones de unos y otros, como si el autor acabara recelando radicalmente de la capacidad de reconstrucción de la mente humana.
A pesar de seguir fiel a un estilo propio y alejado de cualquier moda, parece Alfons Cervera haberse dejado contaminar por la omnipresencia de la "narrativa de la imagen", pero sobre todo parece confiar cada vez más en la dimensión poética de la palabra, lo que de alguna manera contradice su afán de referencialidad concreta. Y es en este desajuste entre la voluntad de ser testigo fiel de lo encarnado, lo rutinario, lo cotidiano, lo material y el uso casi musical de las palabras donde radica quizá lo más original de la prosa memorística de Alfons Cervera y lo que hace que estas novelas, que brotaron de conversaciones de bares, cobran su pleno sentido cuando se las lee en voz alta.

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