SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.15 número21Et certe opera Deus facit mediantibus causis secundis: fray Luis de León y la determinación del derechoTeoría y Crítica de la literatura española contemporánea en el contexto internacional de la literatura índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.15 no.21 La Plata jun. 2014

 

ARTICULOS

Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno, lectores de un alma abrasada en un diario. Apuntes para una psicología de la timidez

 

José María Ariso

Universidad Internacional de la Rioja (España)


Resumen

Tras describir las líneas principales de las interpretaciones que Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno hicieron del diario de Henri-Frédéric Amiel, en este artículo se trae a colación la obra de Otto Weininger con el fin de contemplar ambas interpretaciones desde una perspectiva más amplia que permita vislumbrar cuáles eran los intereses de Marañón y Unamuno cuando analizaron la vida y la personalidad de Amiel.

Palabras clave: Marañón; Unamuno; Amiel; Weininger; Timidez.

Abstract

After describing the main lines of the interpretations of Henri-Frédéric Amiel’s diary held by Gregorio Marañón and Miguel de Unamuno, Otto Weininger’s work is brought up in this paper in order to consider both interpretations from a wider perspective that helps to discern which were Marañón’s and Unamuno’s interests when they analyzed Amiel’s life and personality.

Keywords: Marañón; Unamuno; Amiel; Weininger; Shyness.


 

1- Introducción1

Hoy en día estamos en condiciones de afirmar que si la figura del profesor de Estética de la Universidad de Ginebra Henri-Frédéric Amiel (1821-1881) no ha caído en el olvido ha sido gracias a la publicación del Diario íntimo (Journal Intime) que escribió entre 1839 y 18812. Al fin y al cabo, la de Amiel fue una vida gris y monótona que no legó a la posteridad ninguna obra especialmente digna de mención aparte del citado diario, el cual le permitió ser conocido a nivel europeo por dos razones. En primer lugar, el diario en cuestión cobró relevancia por la influencia que ejerció en otros cultivadores de este género tan eminentes como León Tolstoi: entre las aportaciones más características de Amiel al género del diario se encuentra la agudeza de su “sentimiento del paisaje”, descrito brillantemente por Schneider (1992:422-ss.), y sobre todo el férreo autoanálisis de sus propios defectos y miserias que, en opinión de Rousseau y Warman (2002), convierten al diario amieliano en uno de los más claros y característicos exponentes de la literatura patográfica. En segundo lugar, el diario de Amiel ha provocado que su personalidad, especialmente su timidez y su peculiar comportamiento sexual, despierte la curiosidad no sólo de gran número de lectores, sino también de especialistas de diversos ámbitos. De hecho, en el presente trabajo quiero centrarme en las interpretaciones que de la personalidad de Amiel hicieron dos figuras de la talla de Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno. Tras describir las principales características de cada una de ellas pretendo traer brevemente a colación la obra de Otto Weininger para mostrar las interpretaciones de Marañón y Unamuno desde una perspectiva que, sin ocultar sus virtudes, ayude a revelar su carácter parcial: pues tal y como espero mostrar en este trabajo, ambas interpretaciones se elaboraron no tanto para proporcionar una explicación objetiva de la personalidad de Amiel como para atender a los intereses de sus respectivos autores.

2- Amiel según Marañón

En 1932 Marañón publicó una monografía dedicada exclusivamente al estudio de la peculiar personalidad de Amiel, al que el galeno madrileño describió como un hombre vulgar cuya existencia fue “la representación arquetípica de la mediocridad” (1953:47), que vivió algunos romances amorosos “de un platonismo ridículo, de solterón de casa de huéspedes” y que en último término “murió como cualquiera” (1953:23). Pero fue precisamente esta aparente vulgaridad de Amiel lo que llamó la atención de Marañón, el cual manifestó expresamente su más profundo respeto hacia aquellos hombres que, como Rousseau y Amiel, fueron capaces de sacrificar su prestigio para mostrar una parte de la conciencia que los hombres generalmente no se atreven a revelar. Por tanto, Marañón estudia la figura de Amiel –a través del análisis de su diario− con el fin de describir la lógica interna de un tipo de personalidad del que también eran, son y serán partícipes otros muchos hombres. El principal rasgo de este tipo de personalidad es sin ningún lugar a dudas la timidez; ahora bien, se trata de una clase especial de timidez. Pues según Marañón, hay que distinguir entre los “tímidos-inferiores” que padecen un complejo de inferioridad respecto a su capacidad sexual y los “tímidos-superiores” que, por paradójico que pueda parecer, se caracterizan por un complejo de superioridad sexual: mientras que los primeros se pueden comparar con comensales hambrientos que no sacian su hambre ante una mesa llena de manjares porque creen que no podrán digerirlos, los segundos encuentran el manjar demasiado grosero para un gusto tan refinado como el suyo (1953:58). Marañón presenta a Amiel como un claro exponente de “tímido-superior”, de aquel tipo de hombre en el que la diferenciación del objeto sexual llega al grado máximo porque su instinto distingue como objetivo no un sexo concreto o un grupo de miembros de dicho sexo, sino “un solo y único individuo, fuera del cual la atracción no puede existir” (1953:61). Además, Marañón recalca que la última etapa en la evolución del instinto, aquella “en la que la dirección de la fuerza instintiva se hace hacia un único y solo ser”, alcanza su máxima expresión entre los hombres de mayor diferenciación sexual (1953:71) entre los cuales se encuentra Amiel.
A tenor de lo dicho, Marañón parece dar a entender que es propio del tímido-superior considerar como única pareja posible a una persona determinada. Sin embargo, el médico madrileño señala en otros muchos pasajes que el tímido-superior busca un ideal. Prueba de ello es que uno de los apartados de la monografía de Marañón lleva por título “La busca del ideal”, apartado en el cual reproduce diversos fragmentos del diario amielino que le llevan a describir la vida del profesor ginebrino como la “rebusca dolorosa (...) de un ideal” (1953:109). En este punto cabe preguntarse qué quiere decir Marañón al hablar de “ideal”. En primera instancia parece obvio que, precisamente por tratarse de un ideal, la búsqueda del mismo estaría necesariamente abocada al fracaso: por eso mismo Pinillos (1988:107) condensa en la fórmula “la búsqueda del arquetipo inalcanzable” la teoría propuesta por Marañón para dar cuenta de la timidez de Amiel. Pero las palabras de Marañón muestran claramente que consideraba este arquetipo como algo alcanzable:

Amiel ignoraba que esa mujer ideal no se encuentra, en ese estado de perfección, casi nunca (1953:112).

Así pues, cabe resumir la teoría de Marañón diciendo que el tímido-superior, debido a su alto grado de diferenciación instintiva, busca un ideal de pareja que sólo excepcionalmente se encuentra encarnado en una persona concreta: de ahí que su vida amorosa gire en torno a la búsqueda de una persona tan cercana como sea posible al ideal en cuestión, si bien su enorme sensibilidad para la pasión inhibirá sus aptitudes físicas cuando la intimidad llegue, según el refinado verbo de Marañón, a “inminencias candentes” (1953:155).

3- Amiel según Unamuno

A diferencia de Marañón, Unamuno no dedicó una obra específica a la figura de Amiel: lejos de tal cosa, ofreció su propia interpretación de la personalidad del profesor ginebrino esparcida en diversos comentarios que guardan una clara coherencia interna. Esto se debe sobre todo al hecho de que Amiel fue uno de los múltiples personajes en los que Unamuno halló reflejadas buena parte de sus inquietudes existenciales. Como bien apunta Padilla, existen paralelismos evidentes entre ambos. Así, tanto Unamuno como Amiel eran huérfanos con un gran apego hacia sus madres; eran profesores universitarios con predilección hacia los mismos autores –Pascal, Spinoza, Schopenhauer, Senancourt, Schleiermacher, Renan, Rousseau, Michelet, etc.−; plasmaron sus vivencias en un diario; centraron su vida en una ciudad concreta –Ginebra y Salamanca− que jugó un importante papel al definir su personalidad; eran sumamente introvertidos, aprensivos y germanófobos; y presentaban notables fluctuaciones existenciales entre la fe y la duda, entre el canto a la vida y la fijación por el suicidio (Padilla, 1986:74-75). La afinidad que Unamuno sentía hacia Amiel condicionó sobremanera su opinión sobre la personalidad del ginebrino, al que presentó como uno de esos hombres de diario que, al igual que Rousseau, “se han pasado la vida buscándose a sí mismos –buscando a Dios en sí mismos−, y sus diarios (...) no han sido sino la experiencia de esa rebusca” (1995:200).
Unamuno insiste en el carácter religioso de esta búsqueda cuando comenta a Insúa (1907:135) que “todo lo que en Amiel no sea inquietud religiosa es algo externo”. Hay que tener en cuenta que Unamuno veía a Dios como el salvador que le conduciría a la consecución de su gran obsesión: la inmortalidad. Pero no la inmortalidad en el sentido meramente corporal, sino como la evitación de la nada entendida ésta, a su vez, como la pérdida de la conciencia de existir. De ahí que el gran afán de Unamuno (1996:240) pasara por no perder el sentido de continuidad de su conciencia, por mantener el encadenamiento de sus recuerdos y conservar así el sentimiento único e intransferible de su identidad personal. Tener conciencia de uno mismo o sentirse existir implica que hay algo que no es “uno mismo”, por lo que tener conciencia conlleva también ser consciente del límite con el otro, con el prójimo y lo externo. Mas este ser, precisamente por sentirse limitado, pretende ser lo que no es, para lo cual debe invadir lo que le es externo: de ahí que ser equivalga a hacer, o mejor aún, a hacerse. En palabras del propio Unamuno: “Vine al mundo a hacer mi yo” (1996:86). Por tanto, hay que ser uno mismo, único, singular, distinto a todos: hay que ser una personalidad propia que anhele la inmortalidad y que merezca la atención de Dios para ser eternizada y salvada así de la nada. Sin embargo, un breve comentario que Unamuno dedicó a la figura de Amiel en el diario bonaerense La Nación muestra que el filósofo vasco vio al profesor ginebrino como un hombre que, lejos de hacerse o vivir en sí mismo, acabó viviendo en su diario, en el cual diluyó su conciencia:

Y este punto de conciencia de una vida sin historia, de una conciencia pura y quieta, de un lago y no de un río espiritual, vuelve, como un leit motiv, como un estribillo, en las páginas íntimas de Amiel. Su vida era más la del lago Leman, el lago de Ginebra, que no la del río Ródano que de él sale impetuoso. El diario era su lago y en él se disolvía su conciencia. El Diario le mató la historia. (...) El 19 de abril de 1876 escribía: “El diario íntimo me despersonaliza de tal manera que soy para mí otro y tengo que rehacer el conocimiento biográfico y moral de este otro” (1923)

Unamuno y Marañón coinciden plenamente al advertir de los peligros de dejarse absorber durante años y años por la redacción de un diario. De ese hombre dice Unamuno que acaba viviendo para el diario hasta tal punto que ya no registrará en el diario lo que piensa cada día, sino que lo pensará para apuntarlo (1995:200). Esta idea fue desarrollada por Marañón al señalar que si alguien refleja en su diario todo lo que le sucede día a día, aunque se trate de los detalles más baladíes, es porque le parece digno que esos hechos y detalles consten en un acta. Desde este punto de vista, la elaboración del diario se puede contemplar como una consecuencia del narcisismo que, a su vez, será alimentado día a día o noche a noche por la redacción del diario, cerrando así un círculo vicioso que puede acabar provocando que el sujeto actúe pensando siempre que sus acciones se realizan para ser indeleblemente grabadas en el diario: si eso sucede, el diario tiende a neutralizar la acción de su autor, ya que el diario se nutrirá precisamente de esa acción. Así pues, la acción y el diario son incompatibles: el uno acaba devorando al otro. Y si es el diario el que acaba engullendo a la acción, no ha de extrañar que el galeno madrileño acabe comparando el diario con un lento suicidio (1953:212-213). Por esa misma razón Unamuno abandonó en 1902 el diario que comenzó en 1896, en tanto que Marañón contempló esa práctica como impropia del hombre adulto.

4- Los silencios de Marañón y Unamuno

En 1904, pocos meses después de que el filósofo vienés Otto Weininger se quitara la vida a la temprana edad de veintitrés años, apareció publicada una obra suya en la que presentaba su interpretación del conocido drama de Henrik Ibsen titulado Peer Gynt. En opinión de Weininger (2008:30, 70-72), cuando el hombre adquiere mayor conciencia de su yo, de su individualidad, de su persona, es precisamente cuando ama; de hecho, señala que Peer Gynt, el protagonista del drama, halla su redención en la figura de su amada Solveig al usarla como un medio proyectando en ella su mejor yo, es decir, todo aquello que él quisiera amar en sí mismo pero sin poder lograrlo porque en su interior todo eso está mezclado con muchas imperfecciones, en tanto que al proyectar ese yo en Solveig puede amarlo en toda su pureza. Esta interpretación de Weininger está elaborada sobre un trasfondo sumamente complejo que impide su aplicación al caso de Amiel; sin embargo, la breve presentación que he hecho de este comentario de Weininger puede servir de inspiración para replantearnos las interpretaciones de Marañón y Unamuno desde una óptica que permite destacar una serie de cuestiones de cierta importancia que estos autores no consideraron al abordar el caso de Amiel.
Comencemos con Marañón. En su opinión, Amiel buscaba un ideal. Pero tratemos de profundizar en esta idea y preguntémonos qué sucedería si dicho ideal –o la persona que encarna dicho ideal− fuera encontrado. ¿Cuál sería el estado de Amiel si hallara ese ideal tan anhelado? ¿Acaso no se podría decir que al encontrar ese ideal alcanzaría un estado ideal? ¿Y no constituiría ese estado ideal la plena realización del yo de Amiel? En principio, parece evidente que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, lo cual supone haberse planteado ya si el objetivo último de la búsqueda de Amiel era la mujer anhelada o la realización de su propio yo. Esta cuestión es de la máxima importancia, pues obviamente no es lo mismo que la mujer sea buscada como un medio o como un fin. Al no pronunciarse Marañón sobre este particular, cabe pensar que, a su modo de ver, Amiel buscaba a la mujer o al ideal de la misma como un fin. Sea como sea, pienso que si Marañón se hubiera posicionado al respecto –aunque fuera para recalcar que el fin último de Amiel era hallar la mujer ideal− su interpretación de la personalidad del profesor ginebrino habría resultado más clara y precisa. Efectivamente, considero que la teoría marañoniana adolece de claridad y precisión, sobre todo en lo referente a la dificultad –por no decir la imposibilidad− de distinguir objetivamente si un caso como el de Amiel es un ejemplo de timidez superior.
Por un lado, hay razones para pensar que Amiel podría haber sido un tímido-inferior. Tal y como reconoce el propio Marañón, el tímido suele ocultar y disimular su “enfermedad” (1953:50). Así pues, no es descabellado pensar que un tímido-inferior podría ocultar su problema tratando de convencer a los demás e incluso a sí mismo de que busca un tipo de persona determinado, o mejor aún, una persona concreta. De este modo, si la llegara a encontrar o creyera haberla encontrado siempre podría alegar sin posibilidad de réplica que no se trataba de la persona buscada, pues no hay ningún criterio externo y objetivo que permita comprobar si la persona hallada se ajusta al ideal: lejos de tal cosa, es el mero testimonio u opinión del sujeto en cuestión lo que certifica si se ha encontrado la persona buscada. De forma similar, si el ideal buscado se considerara un arquetipo inalcanzable, el tímido-inferior tendría siempre a su disposición un argumento para enmascarar su temor a la unión sexual.
Por otro lado cabe señalar que, así como no hay criterios objetivos para distinguir entre un tímido-inferior y uno superior, tampoco parece posible demostrar si un sujeto –como el mismo Amiel− es un tímido-superior o lo que, ampliando la fauna caracterológica de la timidez, podríamos denominar “tímido-egoísta”. A grandes rasgos podríamos caracterizar al “tímido-egoísta” como el individuo cuya timidez se debe a que es plenamente consciente de que realmente no le interesa la mujer como un fin, sino que pretende utilizarla como un simple medio para encontrarse a sí mismo a través de ella. Ciertamente, Marañón no ha demostrado con su exposición que éste no pueda ser el caso de Amiel.
Marañón y Unamuno coinciden al contemplar la vida de Amiel como una búsqueda: mientras que Marañón señala que el profesor ginebrino buscaba y rebuscaba dolorosamente un ideal de mujer que constituía el único objeto de su refinado instinto sexual, Unamuno nos cuenta que Amiel se buscaba a sí mismo, y al mismo tiempo, a Dios. Curiosamente, Unamuno hace referencia a la búsqueda de Amiel describiendo la relación del profesor ginebrino con el diario que le va absorbiendo poco a poco a lo largo de dieciséis mil páginas, pero no menciona que lo que éste buscaba explícitamente –ya fuera como medio o como fin− era el amor de una mujer. Es cierto que Unamuno habla del amor como compasión en el séptimo capítulo de su obra cumbre, Del sentimiento trágico de la vida (1996:161-180), pero no hace mención alguna al amor cuando se refiere a la figura de Amiel. Así pues, se puede decir que la visión que Unamuno tenía de Amiel es ciertamente sesgada por ignorar un aspecto fundamental del diario amieliano y concentrarse, en su lugar, en la consideración y subsiguiente elaboración de aquellos rasgos de Amiel que le hacen candidato a convertirse en un alma gemela del filósofo bilbaíno.

5- Conclusión

Traer a colación la interpretación que Weininger hizo del Peer Gynt ibseniano nos ha servido de referencia para adoptar una actitud crítica hacia las interpretaciones que Marañón y Unamuno hicieron del diario amieliano. En lo que respecta a Marañón, hemos visto que hubiera sido importante que, de cara a clarificar su teoría sobre la timidez de Amiel, no sólo especificara cómo se puede distinguir si Amiel era un tímido-superior o un tímido-inferior e incluso egoísta, sino que además precisara si el papel que otorga a la mujer en su interpretación es la de ser un fin o un simple medio. Tal y como señaló en su momento Vandebosch, Marañón cita en su monografía aquellos fragmentos y testimonios del diario amieliano que convienen a su teoría, ignorando otros que podrían ponerla en cuestión; además, Vandebosch cree que este carácter selectivo se puede deber al afán que el galeno tenía “por ofrecer a los tímidos adolescentes españoles un modelo de virilidad asequible” (2008:138). En lo que a mí respecta, creo que este último punto es difícil de justificar: en su lugar, considero que lo más prudente sería afirmar que la evidente parcialidad de Marañón al seleccionar determinados fragmentos del diario para su monografía obedece simple y llanamente al interés –o si se quiere, a la tentación− de recopilar aquella evidencia que más conviene a su propia interpretación. Por otro lado, tomar como referencia la obra de Weininger nos ha permitido reparar en el hecho de que Unamuno se centra en la relación de Amiel con su diario sin hacer referencia, curiosamente, a las relaciones sentimentales del profesor ginebrino. A pesar de que los comentarios de Amiel sobre su propia conducta amorosa y las dudas asociadas a la misma aparecen constantemente en el diario, llama la atención que Unamuno deje al margen este aspecto crucial para centrarse en otros que aparecen mucho más difusamente en el diario amielino: estos temas, tan caros y cercanos a Unamuno, no podían ser sino los de la inmortalidad, el sentirse existiendo y el hacerse historia. ¿Pero acaso no propuso Weininger que en ninguna otra circunstancia alcanza el hombre tanta conciencia de sí mismo como cuando ama? ¿Por qué no se planteó Unamuno esta cuestión, tan próxima a sus intereses, cuando se refirió al diario amieliano? La llamativa focalización del interés de la que hace gala Unamuno nos lleva a sugerir que éste selecciona aquellas entradas del diario amieliano que es capaz de interpretar de modo tal que le permitan contemplar a su autor, en la medida de lo posible, como un alma gemela, sufriente y sepultada entre la fe y la nada, entre la esperanza y el más profundo desengaño. En resumen, el trabajo que aquí concluye ha usado la obra de Weininger para contemplar las interpretaciones de Marañón y Unamuno como testimonios constituidos no sólo por brillantes y profundas reflexiones, sino también por reveladores silencios y omisiones.

Notas

1 Este artículo ha sido realizado dentro del marco del proyecto de investigación “Normatividad y Praxis: El debate actual después de Wittgenstein” (FFI2010-15975).

2 Este texto ha sido traducido al castellano con el título En torno al diario íntimo (1996).

Bibliografía

1. Amiel, Henri Frédéric, 1996. En torno al diario íntimo. Valencia: Pre-Textos.         [ Links ]

2. Insúa, Alberto, 1907. Don Quijote en los Alpes. Madrid: Pérez Villavicencio.         [ Links ]

3. Marañón, Gregorio, 1953. Amiel. Un estudio sobre la timidez. Madrid: Espasa-Calpe.         [ Links ]

4. Padilla, Manuel, 1986. “Presencia de Amiel en Niebla”, Anales del Seminario de Metafísica 21, 73-85.

5. Pinillos, José Luis, 1988. “Marañón y la psicohistoria”. En: Pinillos (dir.) Psicología y psicohistoria. Valencia: Universitat de Valencia, 99-112.

6. Rousseau, George y Warman, Caroline, 2002. “Writing as Pathology, Poison, or Cure: Henri-Frédéric Amiel’s journal intime”,Studies in Gender and Sexuality 3, 229-262.

7. Schneider, Luis Mario, 1992. Manuel Toussaint: obra literaria. México: UNAM.         [ Links ]

8. Unamuno, Miguel de, 1923. “Una vida sin historia: Amiel”, La Nación, 2.9.23. Tomado el 14 de septiembre de 2012 de http://www.europeana.eu/portal/record/09407a/BD34C85A77970BFF0F43C3960D2DD7BA6B95801D.html?start=9&query=Palau

9. Unamuno, Miguel de, 1995. San Manuel Bueno, Mártir. Cómo se hace una novela. Madrid: Alianza Editorial.         [ Links ]

10. Unamuno, Miguel de, 1996. Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Madrid: Espasa-Calpe.         [ Links ]

11. Vandebosch, Dagmar, 2006. Y no con el lenguaje preciso de la ciencia. La ensayística de Gregorio Marañón en la entreguerra española. Genève: Librairie Droz.         [ Links ]

12. Weininger, Otto, 2008. Sobre las últimas cosas. Madrid: Machado Libros.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons